Filosofía y Ciencia
Moral a Nicómaco; Aristóteles
ARISTÓTELES
Aristóteles nació en el año 384 a. C. y murió en el 322 a. C. Era un científico y un filósofo griego, discípulo de Platón aunque antes que éste, su maestro fue Isócrates. A los 17 años empezó a estudiar en la academia de Platón. En el 345 a. C. se trasladó a Pella, capital de Macedonia, donde fue tutor de Alejandro (futuro Alejandro III el Magno). Cuando éste accedió al trono en 336 a. C., Aristóteles estableció su propia escuela: el Liceo.
OBRAS
En los primeros años en la academia, al igual que su tutor, eligió utilizar frecuentemente la forma dialogada de razonamiento, aunque nunca le agradó del todo. Escribió algunas notas técnicas y un resumen de las doctrinas de Pitágoras. Pero casi nada de esto ha sobrevivido. Algo de lo que sí ha llegado hasta nuestros días son las notas de clase que elaboraba para sus cursos.
Entre sus muchos textos hay tratados de lógica llamados Organon ya que nos dan los medios con los que se ha de alcanzar el conocimiento positivo. Entre sus obras que tratan de ciencias naturales están. Física y Metafísica. A su hijo, Nicómaco, dedicó su obra sobre la ética: Ética para Nicómaco, de la cual hablaremos en este trabajo.
MÉTODOS
La filosofía de Aristóteles estuvo muy influida por la biología, a pesar de que Platón le daba más importancia a las matemáticas. Para Aristóteles, el mundo estaba formado por individuos que se presentaban en especies. Cada individuo tiende en su crecimiento ha formarse debidamente a sí mismo como ejemplo de su clase. Así pues, el crecimiento, la finalidad y la dirección son aspectos propios, y aunque la ciencia estudia los tipos generales, éstos, encuentran su existencia en individuos específicos, según Aristóteles. Por eso, la filosofía y la ciencia deben equilibrar las afirmaciones de la experiencia y la deducción racional.
Los primeros pensadores griegos creían que sólo un único tipo de causa podía ser explicatoria pero Aristóteles propuso cuatro: La causa material (materia que compone una cosa(, la eficiente o motriz (fuente de movimiento, generación o cambio) la formal (la especie, el tipo o la clase) y la causa final (objetivo o pleno desarrollo de un individuo, o los planes de una construcción o un invento). Como ejemplo pondremos el caso de un animal: su causa materias son los tejidos y órganos que lo componen, los que lo crearon, la causa motriz, es decir, sus padres. Su especie es la causa formal, y la final el impulso propio por convertirse en un ejemplar maduro de su especie. Aristóteles insiste en que algo puede entenderse mejor cuando se especifican sus causas y no se expresa en términos generales.
DOCTRINAS
El conocimiento de cada ser humano se inicia a través de los sentidos, por lo que quien este privado de sentidos no puede adquirir ninguna vida psíquica. Pero el conocimiento intelectual, aunque parta a partir de la sensibilidad, es algo superior y distinto, algo que no poseen el resto de animales.
Aristóteles afirma que “el hombre es social por naturaleza”, que es “un animal político”. Esto quiere decir que la sociedad no debe entenderse como algo ajeno al individuo. La sociedad es algo real, pero que nace del hombre concreto, al cual perfecciona y proporciona un medio vital necesario. Entonces en la sociedad están representadas la racionalidad y la animalidad, el intelecto y el instinto.
Divide las formas de gobierno en: monarquía, aristocracia y democracia, según el poder resida en uno solo, en el grupo de los mejores o en el pueblo entero. Estas tres formas de gobierno eran justas, y las injustas son aquellas que se ejercen en beneficio de los gobernantes, es decir, gobierno arbitrario de uno solo, de unos pocos no seleccionados, y de los peores instintos o la minoría del pueblo. Para Aristóteles, el mejor régimen es la monarquía porque puede ejercerse con eficacia y responsabilidad, y la peor la tiranía, porque es la desintegración del más noble.
Física o filosofía natural.
En astronomía, Aristóteles proponía la existencia de un Universo esférico y finito, era geocentrista, creía que la Tierra era el centro. La parte central estaba compuesta por cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. En Física cada uno de estos elementos tiene un lugar adecuado que es determinado por su peso relativo. Cada uno se mueve en línea recta hacia el lugar que le corresponde, en el que se detendrá una vez alcanzado. Pero los cielos se mueven de manera natural, infinita y circular, por lo que, según él, deben estar formados por un quinto elemento que él llamaba aither. La teoría de Aristóteles de que el movimiento lineal siempre se lleva a cabo a través de un medio de resistencia es valida para los movimientos terrestres observables.
Biología.
En zoología presentó un conjunto fijo de tipos naturales, especies, que se reproducen fielmente a su clase. Los ciclos vitales típicos son explícitos: se repite el mismo patrón, aunque a través de una sucesión lineal de individuos. Por lo que dichos procesos son un paso intermedio entre los círculos inmutables de los cielos y los movimientos lineales de los elementos terrestres. Las especies van desde lo simple hasta lo complejo (con los seres humanos en lo más alto), aunque la evolución no es posible.
Ética
Era imposible realizar un estudio preciso y completo de las cuestiones humanas por la libertad de elección del individuo, por lo que las “ciencias practicas” se llaman ciencias sólo por cortesía. La naturaleza humana implica la capacidad para formar hábitos, pero aquellos que son formados por un individuo en concreto dependían de la cultura y las opciones personales repetidas de ese individuo. Todos los humanos desean la felicidad y puede ser alcanzado de distintas formas.
Para Aristóteles la política no es un estudio de los estados ideales en forma abstracta, sino más bien un examen del modo en que los ideales, las leyes, las costumbres y las propiedades se relacionan en los casos reales.
Lógica
Aristóteles creó reglas para establecer un razonamiento encadenado que, si se respetaban, nunca producirían falsas conclusiones si la reflexión partía de deducciones verdaderas. En este razonamiento los enlaces básicos eran los silogismos, que son proposiciones emparejadas que en conjunto daban una nueva conclusión. Ej. “todos lo perros son animales” y “todos los caniches son perros”, con estas dos frases se llega a la conclusión de que “todos los caniches son animales”. En su lógica, Aristóteles hacia diferencia entre la dialéctica y la analítica; decía que la dialéctica solo comprueba las opiniones por su consistencia lógica; mientras que la analítica aporta una deducción hecha a partir de la experiencia y observación precisa.
Metafísica
En su metafísica defendía la existencia de un ser divino al cual describe como “primer motor”, que era responsable de la unidad y significación de la naturaleza. Como Dios es el ser perfecto, todos los seres aspiran a ser como él. Pero su “primer motor” no corresponde a ninguna idea religiosa. Si no que era la respuesta que, según él, aportaba la ciencia a sus necesidades.
INFLUENCIAS
Las obras de Aristóteles se perdieron tras la caída del Imperio Romano. Santo Tomás de Aquino encontró en la obra de Aristóteles una base filosófica para orientar el pensamiento cristiano. Su obra, al principio de su redescubrimiento, no fue bien acogida debido a la creencia de que sus enseñanzas enfocaban una visión materialista del mundo. La influencia de la obra de Aristóteles ha sido general: contribuyó a determinar el lenguaje moderno, el denominado sentido común y su concepto de “primer motor”, el cual, ha tenido un gran papel dentro de la teología. El estudio de la zoología estuvo basado en la obra de Aristóteles hasta que, en el siglo XIX, Darwin expuso la idea de la evolución de las especies.
En el siglo XX se ha producido una nueva apreciación del método aristotélico y de su importancia en la educación, el análisis de las acciones humanas, la crítica literaria y el análisis político
Para realizar un trabajo sobre la ética y la moral humana, primero debemos informarnos que son estas dos cosas y qué diferencias hay entre ellas.
MORAL
Conjunto de normas, valores, creencias e ideas que indican como debe ser el comportamiento de los humanos. Nuestros actos tienen una calificación moral que determina si son buenos o malos según el grado de su adecuación con la moral de las personas. La moral forma el carácter de cada persona.
ÉTICA
La palabra proviene de la palabra griega ethika, de ethos, que significa comportamiento, costumbre. Es una parte de la filosofía que estudia las normas y principios que dirigen el comportamiento humano, respecto su adecuación o inadecuación con la norma moral. Aunque algunas de las ciencias empíricas sociales coinciden en algunos puntos con la ética ya que ambas estudian el comportamiento social.
La ética no es una ciencia puramente deductiva, porque a partir de las ideas del bien no se pueden extraer todas las normas morales, debe partir de principios generales pero también debe tener en cuenta en cada caso las particularidades que se dan, como la naturaleza del sujeto humano que obra, su modo de obrar y las condiciones en las que se dan sus actos.
Los actos han intentado ser determinados por los filósofos según dos principios fundamentales y se han considerado algunos tipos de conducta buenos en sí mismos, que se desean por sí mismos y no por ser un medio con el que conseguir otro fin, o buenos porque se adaptan a un modelo moral concreto. A lo largo de la historia de la ética se han distinguido tres modelos de conducta principales: la felicidad o el placer; el deber, la virtud o la obligación y la perfección.
Información obtenida en: Enciclopedia Informática Encarta 99, términos moral y ética. Enciclopedia Mas actual, tomo 1, páginas 201 y 202.
MORAL, A NICÓMACO
Las acciones de cada persona son las que definen a cada uno. Todos nuestros actos los hacemos con el fin de conseguir un bien, así los resultados de nuestras acciones son más importantes que los medios utilizados para conseguirlos. En ocasiones buscamos un fin por medio de otros fines, en ese caso el fin principal, el que buscamos a través de los otros, es superior a los demás, ya que es el fin último al que queremos llegar y los demás solo nos sirven como medios para alcanzarlo. El bien que buscamos deriva de la ciencia política, que es la ciencia soberana, y la política necesita los principios fundamentales de la moral porque son necesarios para que un Estado funcione, ya que para que un Estado funcione, sus ciudadanos deben buscar el bien.
El bien no se puede definir como una cosa específica, ya que puede presentarse bajo tantas acepciones distintas como el ser mismo, ya que como hemos dicho antes, cada uno puede adecuar la felicidad a su forma de vida. Así, el bien no es sólo uno, porque entonces solo se encontraría en una categoría y se encuentra en todas.
Pero, ¿nos dirigimos hacía cualquier bien o buscamos uno concreto? El mejor bien es sin duda el de la felicidad; así, todos nuestros actos los haremos buscando la felicidad, y nos podemos valer de otros bienes para conseguirla pero nunca la utilizamos para conseguir otros bienes porque ella es el bien supremo. Pero, ¿vemos todos de igual modo la felicidad? ¿Es para todos lo mismo? El pueblo la ve de una manera diferente a como la ven los sabios. Unos la colocan entre las cosas visibles y otros en otra parte. La idea de felicidad también varia mucho en un mismo individuo, así cuando uno está enfermo piensa que la felicidad es la salud, y cuando es pobre, que es el dinero. Así, cada uno tiene una idea distinta de lo que es la felicidad que se adapta a lo que pasa en su vida.
Para alcanzar la felicidad debemos conocer la verdadera obra del hombre, lo que exclusivo de él: la actividad del alma dirigida por la virtud, y si hay varias virtudes, dirigida por la más alta y perfecta de todas Se puede decir que la virtud es el verdadero fin del hombre, pero ésta es insuficiente por sí sola. El hombre debe buscar su felicidad y no esperarla que llegue por azar, y para buscarla necesita una virtud completa, comportarse según sus juicios morales, y una vida completamente desarrollada. Es difícil juzgar si la vida de un hombre ha sido dichosa o no, porque hasta que una persona no ha muerto, es decir que esta fuera de peligro de todo mal, no podemos decir si durante su vida ha sido dichoso o no, pero si la felicidad la tenemos que buscar por la virtud, ésta es una de las cosas más estables y seguramente aquel que es feliz en una etapa larga de su vida, lo será siempre porque la ha conseguido a través de una cosa que esta muy segura en su vida y es difícil que cambien sus virtudes. Aunque a veces nuestra felicidad cambia por el azar, el hombre virtuoso sabe sacar lo bueno de todas las circunstancias y por eso suele ser feliz.
Hay muchas clases de virtudes con las que podemos llegar a la felicidad; se clasifican en intelectuales y morales pero ambas son aprendidas. Ninguna virtud moral es natural, la conseguimos por el aprendizaje del hábito y las costumbres, no nacemos con ellas; una vez que hemos aprendido una cualidad debemos practicarla porque es la única forma de desarrollar esa cualidad, y será más fácil si comenzamos a desarrollarla desde pequeños porque es el periodo de aprendizaje y nos costara menos que si la intentamos aprender y desarrollar de mayores. Estas cualidades son las que forman nuestro carácter, y como las personas no son iguales, las acciones que determinan nuestras virtudes no pueden serlo tampoco. Pero las virtudes tampoco las podemos practicar en exceso porque si no las perdemos, lo debemos hacer con moderación.
Es necesario tener una buena educación, que según Platón, ésta consiste en que “se nos conduzca de manera que coloquemos nuestros goces y nuestros dolores en las cosas que convenga colocarlas”, porque son los goces y los dolores los que pueden pervertir nuestras cualidades del alma, ya que a veces la búsqueda del placer nos arrastra al mal, y el miedo al dolor nos impide hacer el bien. Así, podremos decir que la virtud nos prepara para que ni los dolores ni los placeres nos impidan desarrollar la mejor conducta posible, y llamaremos hombre virtuoso a aquel que sabe guiarse bien, sabe buscar lo útil y lo agradable y sabe huir del mal, lo dañoso y lo desagradable. Aquel que no sepa guiarse bien será vicioso, ya que el vicio es lo contrario de la virtud.
Pero hay personas que realizan cosas y se guían igual que los virtuosos pero sin saberlo, a éstos no se les puede llamar virtuosos, ya que para que una persona sea llamada virtuosa tiene que cumplir tres condiciones al realizar aquellos actos que producen las virtudes: que sepa que lo hace; que lo haya pensado bien antes y lo haga con voluntad y no obligatoriamente o presionado; y que los realice constantemente y pensando que es la mejor forma de actuar y nunca debe hacerlo de otra forma. Las últimas dos condiciones son las más importantes e indispensables. Aquel que realice actos que desarrollen virtudes pero no cumpla estas tres condiciones no será virtuoso.
En el alma sólo hay tres elementos, por lo que la virtud tendrá que ser uno de ellos. El primer elemento son las pasiones, que son todos aquellos sentimientos que nos producen dolor o placer, que dependiendo de cómo los sintamos serán buenos o malos; si los sentimos en su debida proporción serán buenos, mientras que si apenas los sentimos o lo hacemos en exceso serán malos. Es decir, las pasiones pueden ser buenas o malas, pero la virtud sólo produce que nos sintamos bien, sólo es buena, y el vicio sólo dolor, así, la virtud nunca podrá ser una pasión. Además las pasiones nos conmueven y la virtud y el vicio no.
El segundo elemento son las facultades, éstas, son las responsables de que seamos capaces de sentir estas pasiones, entonces la virtud no es una facultad, porque la virtud no es la que nos hace capaces de sentir afecciones. No somos capaces de sentir afecciones porque seamos virtuosos o no.
El tercer elemento son los hábitos o cualidades. Si la virtud no es ni una pasión ni una facultad, sólo puede ser este tercer elemento, es decir, la virtud es un hábito o una cualidad, una manera de ser. Pero no cualquier manera de ser, sino que hay que especificar la manera de ser. La virtud es “respecto a la cosa sobre que recae, lo que completa la buena disposición de la misma y le asegura la ejecución perfecta de la obra que le es propia”. Según esto, la virtud es la manera de ser moral del hombre que le hace un hombre bueno, y gracias a la virtud, sabe hacer perfectamente aquello que le es propio.
Podemos realizar unas distinciones con relación al objeto o con relación a nosotros mismos igual que distinguimos el más, el menos, y lo igual en las cosas materiales y divisibles. En la materia el medio es lo que esta equidistante del exceso y del defecto, esta cualidad en el hombre estará en el medio que no peca ni por exceso ni por defecto, y en este justo medio es donde se encuentra la virtud, ya que tanto las pasiones como las acciones del hombre pueden pecar por exceso o por defecto y la virtud es la responsable de ambas. La virtud consiste en saber mantenerse en el medio de aquellas cosas en las que podemos pecar por exceso o por defecto, como los sentimientos de placer y de dolor, en los que ninguno de los dos extremos es bueno. El medio es el único digno de alabanza. La virtud es el medio entre dos vicios que pueden ser controlados por la razón. El mal pertenece a lo infinito, y así, podemos ser malos de muchas formas, mientras que el bien es finito, y la única forma de conseguirlo es sabiéndonos mantener en el justo medio de las cosas por nuestra voluntad guiados por la razón en la manera que ésta guía a un sabio.
Pero hay pasiones y acciones que no son buenas ni aún sabiéndonos mantener en el justo medio, sino que son malas en todos su grados. Algunas de ellas son la envidia, el adulterio, el robo, el asesinato..... De ellas no podemos buscar el medio porque siempre son malas.
Los tres grados de disposición moral son opuestos entre sí, ya que si comparamos las cualidades medias con las que pecan por defecto, éstas lo harán por exceso, y si lo hacemos con las que pecan por exceso, las cualidades medias pecarán por defecto.
Los medios no son siempre verdaderos medios y a veces se encuentra más próximos a un extremo que a otro. Este hecho se debe a dos cosas: la primera es que uno de los extremos se parece más al medio que el otro, ya que cuanto más distantes estén más diferentes serán. La segunda causa nace de nosotros al sentirnos más atraídos por un extremo que por otro, y consideramos a aquel extremo por el que nos sentimos naturalmente atraídos más contrario al justo medio que el otro.
Pero aunque la virtud sea el medio entre dos vicios es muy difícil llegar a ocuparle y saber mantenerse en dicho medio, por eso el bien es una cosa rara. Lo primero que tenemos que hacer para poder aproximarnos al medio de una cualidad es separarnos lo más posible del extremo que esté más lejano a ella, ya que éste será más culpable que el otro y queremos llegar a no ser culpables. Tenemos que estudiar nuestras tendencias e inclinarlos hacia las contrarias de aquellas que consideremos como más naturales, porque por naturaleza tendemos a inclinarnos hacia los placeres, el vicio. Es muy difícil conseguir llegar hasta este medio, por lo que a alguien que esté próximo a él no se le culpa, pero no podemos determinar cual es el punto de proximidad en el que uno deja de ser culpable, en cada caso se debe juzgar por lo que en el se experimente.
Nuestros actos pueden ser voluntarios o no. Los involuntarios los realizamos por dos causas: cuando algo exterior nos afecta y no podemos decidir como actuar, hacemos las cosas por fuerza mayor; También hacemos algo involuntariamente cuando lo hacemos por ignorancia, dejándonos llevar por el temor de que nos ocurra algún mal. Cuando obramos voluntariamente es porque lo hacemos con libertad, podemos decidir que hacer; también son voluntarios aquellos actos que pensamos que solo hay una forma de actuar porque solo hay una manera de no salir perjudicados, o por lo menos, lo menos posible porque siempre podemos decidir que hacer, aunque las demás cosas que podamos hacer no sean tan beneficiosas como la que creemos que es la única opción, pero siempre podemos escogerlas. En estos casos actuamos según los principios que están en nosotros y sólo depende de nosotros como actuemos. Cuando en una situación sólo hay una manera de actuar para salvar nuestra vida algunos dicen que este tipo de situaciones son mixtas, ya que aunque podemos elegir qué hacer, todo el mundo lo que quiere es salvar su vida, no es como en otro tipo de situaciones en las que cada uno puede querer una cosa distinta, aquí todos quieren lo mismo, salvar su vida y harían lo que pudieran para hacerlo, pero aún así, el acto de salvar nuestra vida es voluntario porque siempre podemos decidir no hacerlo. Por eso cuando juzgamos una acción debemos tener en cuenta las circunstancias en las que se ha dado, porque un mismo hecho puede ser merecedor de elogio, puede ser perdonado o censurado según las circunstancias. Por ejemplo, si en una situación de mucho peligro nos parece imposible salvar la vida de algunas personas y lo hacemos, este hecho es digno de elogio; en el caso en que sólo nos sea posible salvar una parte del total, el hecho de no salvar a todas es perdonado; pero si en una situación en la que si se podía haber salvado todas las vidas y no se ha hecho, este acto sería censurado. En los tres casos el acto consiste en salvar la vida de unas cuantas personas, pero dependiendo de las circunstancias que lo rodeen lo juzgaremos de una forma u otra.
En este tipo de situaciones nos parece difícil escoger qué debemos hacer, pero aún lo es más mantenerse en ellas porque sabemos que lo que va a pasar va a ser penoso. A veces podemos pensar que el placer y el bien son fuerzas que nos obligan, pero no lo son, porque si no todo sería obligado ya que siempre buscamos el bien o el placer.
Las cosas que hacemos en contra de nuestra voluntad van acompañadas de dolor y arrepentimiento. Cuando alguien hace algo sin saber lo que hace y no experimenta dolor, no obra voluntariamente, pero tampoco en contra de su voluntad porque no ha sentido dolor. Hay diferencia entre hacer una cosa por ignorancia y hacerla ignorando que se hace. En estado de embriaguez o de cólera, se obra ignorando qué se hace, pero la persona mala actúa por ignorancia, porque no sabe que debe hacer y qué debe evitar. El acto voluntario “ deberá ser aquel cuyo principio esté en el agente mismo, el cual conoce los pormenores de todas las condiciones que su acción encierra”, y el involuntario aquel que hacemos por fuerza mayor o por ignorancia; por eso no son involuntarias las cosas que hacemos por deseo o por cólera, porque si lo fuesen sólo el hombre actuaría voluntariamente, y además no podemos decir que aquello que deseamos es involuntario.
Lo que nos permite conocer moralmente a una persona es sus intenciones más que sus actos, porque la intención siempre es voluntaria. La intención es el elemento más esencial de la virtud; sólo puede darse en aquellos seres que tienen razón. A veces la intención se puede confundir con el deseo, con la pasión, con la voluntad o con el pensamiento, pero no debemos hacerlo. Los seres que no tienen razón sí pueden tener deseos, por lo que no podemos confundir la intención con el deseo, porque si no tendrían intenciones seres que no tiene razón y como queda dicho antes, la intención sólo se da en seres con razón. Además el deseo puede ser contrario a la intención. El hombre templado, actúa según sus intenciones y no según sus deseos, por que el hombre templado siempre actúa habiendo razonado sus acciones y los deseos pueden no ser razonados; éstos siempre se dirigen a lo agradable o penoso, pero la razón sólo a lo que conviene hacer.
Lo que menos se parece a la intención es la pasión que el corazón inspira. La intención es reflexiva y la pasión no.
La voluntad puede dirigirse a cosas imposibles pero la intención no, ya que las intenciones de cada persona son aquellas cosas que puede hacer personalmente, y hay ocasiones en las que la voluntad la dirigimos hacia otras personas y no hacia cosas que sólo dependen de nosotros mismos. La voluntad lo que tiene en cuenta es el objeto al que se dirige, en cambio la intención considera los medios para conseguir dicho objeto.
Tampoco podemos decir que la intención sea el pensamiento, el juicio, porque éste hace una distinción entre lo verdadero y lo falso y no entre el bien y el mal como la intención. Nuestra intención nos da preferencia para hacer unas cosas y no otras, en cambio el juicio no.
La intención es voluntaria, pero no por ello todo acto voluntario son actos de intención. La intención si puede confundirse con la deliberación que hacemos antes de actuar, porque va acompañada de acción y reflexión.
Como hemos dicho antes la intención sólo se aplica a aquellas cosas que podemos hacer personalmente, al igual que la deliberación; sólo deliberamos sobre las cosas que dependen de nosotros y somos capaces de hacer y no son siempre de la misma forma, es decir que no deliberamos sobre las cosas verdaderas y eternas, ni sobre las matemáticas, sino de aquellas cuya final es dudoso y no podemos asegurar que va a pasar ni precisar nada de ellas antes. Deliberamos sobre cómo conseguir el fin que nos proponemos y no sobre el fin mismo, de qué manera debemos llegar hasta él. Podemos decir que deliberar consiste en indagar cuál es la mejor manera de llegar a una cosa. Deliberar es indagar, pero no siempre que indagamos deliberamos. No deliberamos sobre cosas individuales o particulares. El objeto en nuestra intención se fija es sobre el que deliberamos. “Intención o preferencia es el deseo reflexivo y deliberado de las cosas que dependen solamente de nosotros solos”. Tras la deliberación, viene el juicio sobre lo que hemos deliberado.
Como ya está dicho, voluntad y deliberación se aplican al objeto que buscamos, pero, ¿cuál este objeto?, Unos dicen que es el bien mismo y otros lo que a nosotros nos parece que es el bien. Si afirmáramos que el objeto de la voluntad es el bien mismo, estamos diciendo que todo lo que quiere el hombre es bueno, y si el objeto es malo es porque no lo quiere de verdad. Y si en cambio decimos que el objeto de la voluntad es el bien aparente, este bien no existe, sino que es la opinión que tenemos de ellos cada uno de nosotros. Diremos que “el bien es el objeto de la voluntad” y para cada persona el bien es como le aparece.
Lo que nos define a cada uno son nuestras voluntades y nuestras acciones; ambas son voluntarias, por lo que entonces podemos decir que las virtudes de cada uno también lo son, ya que éstas se forman por los actos de cada uno, y de igual manera los vicios. En algunos casos nos incitan a hacer cosas que fortalezcan nuestras virtudes dándonos a cambio recompensas y de esta forma la gente tiende más a desarrollar sus virtudes que sus vicios. Pero aquello que no es voluntario no pueden obligarnos ni prohibirnos, como por ejemplo tener hambre, sed, calor o frío. Alguien que comete actos culpables es castigado si sus actos no son el resultado de una coacción o ignorancia, porque el no lo hace porque quiere o sabiendo que lo hace. Al igual que uno se hace virtuoso por aquellas acciones que realiza libremente también se hace malo si las acciones también son malas, pero uno que es malo no puede dejar de serlo y hacerse virtuoso cuando él quiera, porque de él dependía hacerse bueno o malo y se hizo malo voluntariamente y una vez así no puede dejar de serlo porque se ha hecho malo a través de practicar tanto los vicios del cuerpo como los del alma.
Según sea nuestro comportamiento, así iremos formando nuestras virtudes que en general son medios y hábitos. De las acciones que forman nuestros hábitos somos responsables completamente y las conocemos por completo, en cambio nuestros hábitos nos lo reconocemos en todos los momentos, solo su principio. Así las acciones y los hábitos no son voluntarios de igual forma.
El valor es el medio entre el miedo y la audacia. Tememos los males y hay algunos que se deben temer como la muerte y otros que debemos saber despreciar. El hombre valiente es el que sabe soportar los mayores males, el peor mal es la muerte porque después de ella ya no queda nada de nosotros, es el fin, y es un mal temido por todos. El hombre valiente es el que no teme morir ante peligros, honrosamente. No todos sienten temor ante las mismas cosas. El hombre valiente teme los males que debe temer. Lo que debemos temer verdaderamente es aquello que no esta en manos del hombre, “el objeto digno de temor es, en general, aquel que puede aterrar a un espíritu que está en el goce pleno de su razón”, el valiente solo temerá aquellos objetos que son dignos de temer porque él sabe qué debe temer y qué no, soportará los temores con la sensación de que eso es lo que debe hacer, y por eso mismo es por lo que es valiente, por saber lo que debe temer. Igual que en toda virtud, en el valor se peca por exceso y por defecto. El que peca por defecto es el que tiene miedo de todo, el cobarde; es muy difícil que confíe en algo porque teme todo, en cambio el valiente tiene buenas esperanzas y confía porque eso es lo propio de un corazón valiente, confiar en lo que debe confiar, no como el cobarde que no confía en casi nada.
Podemos distinguir cinco clases de valor:
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Valor cívico: Es el que desarrollan los ciudadanos al enfrentarse ante peligros para no ser castigados. Es producido por un noble pudor. Teme la censura y tiene ambición de honor. No es un valor verdadero porque el verdadero valiente es el que lo es porque piensa que es bello serlo y no por miedo a los castigos.
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Valor por experiencia: Si nos enfrentamos a varios peligros puede que nuestro miedo cada vez disminuya más, o lo que es lo mismo se desarrolle nuestro valor. Por ejemplo los soldados, se enfrentan a varios peligros y cada vez su valor se acrecienta más. Pero si se enfrentan a un peligro peor del que esperaban puede que en vez de fortalecer su valor, fortalezcan su miedo, porque la situación es peor de lo que esperaban y no están preparados para hacerla frente o por lo menos es lo que creen.
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El valor de la cólera: Cuando alguien esta bajo los efectos de la cólera se enfrenta a los peligros sin temor, incluso los desprecian. Pero el verdadero valor no es el que es promovido por la cólera, sólo si éste va unido a la reflexión y a la elección libre, entonces si es valor.
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Valor producido por la confianza: Cuando tenemos confianza en que lo que vamos a hacer va a acabar bien y vamos a tener éxito, desarrollamos el valor, que se acrecienta cuando ha salido bien otras veces y creemos que somos los mejores. Pero éste tampoco es el verdadero valor porque sólo aparece cuando tenemos confianza en que el fin va a ser bueno, pero cuando no, no nos enfrentamos a la situación y tenemos miedo, en cambio el verdadero valiente se enfrenta a todas las situaciones y no solo a las que cree que puede acabar victorioso.
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Valor por ignorancia: Nos enfrentamos al peligro pero sin saberlo, cuando nos damos cuenta del verdadero peligro huimos.
El valor se refiere a las situaciones en las que no tenemos miedo y tenemos confianza. Pero en los dos casos no se juzga por igual, porque el hombre que sabe permanecer ante el peligro y siente penas y dolores es más valiente que el que sabe reconocer que es lo que debe temer y que es lo que no. Es más valiente el que sabe sentir el dolor que el que se abstiene del placer, y es él que merece recibir elogios, pero si el verdadero valor es que consiste en saber sentir los dolores, el valor es penoso, y además el valiente se enfrenta a cosa penosas forzado por su corazón valiente que le obliga a hacerlo. Ser valiente es saber exponerse a cosas tristes y penosas, pero es honroso. Cuanto mayor sea su virtud más sentirá la muerte porque es feliz y la muerte significa dejar de vivir y dejar las cosas que le hacen serlo: Pero no por ser más virtuoso, y sentir así, más la muerte es que es menos valiente; porque la muerte la tememos todos.
Junto al valor está la templanza, y ambas son las virtudes de la parte irracional del alma. La templanza es el medio en lo relativo a los placeres, pero sólo a los placeres del cuerpo y no todos, porque los que gozan de los placeres de la vista o del oído nunca son ni templados ni intemperantes; los que gozan de los placeres del olor pueden pecar en cierta medida, si los olores les recuerdan a las cosas que desean apasionadamente. La intemperancia si afecta a los sentidos del tacto y del gusto, aunque la de éste último es más limitada que la otra. En el caso del tacto sólo afecta a algunas partes del cuerpo.
Hay dos clases de deseos que pueden apasionar al hombre: unos son los comunes a todos, los naturales y los otros son particulares de cada uno, adquiridos por nuestra voluntad, pero que sean particulares y no comunes a todos no quiere decir que no sean naturales. En los deseos naturales no suele haber vicio y si lo hay es por exceso, porque lo que hacemos por complacerlos es más de lo necesario, más que lo que la naturaleza reclama. Normalmente pecamos en los deseos particulares, puedes ser por varias cosas: porque no amamos lo que debemos, porque lo amamos sin límites, porque no gozamos de ello como debemos o en el momento en que debemos.
El que sabe sufrir los dolores no merece decir de él que es templado si no sabe sufrir la ausencia del placer, y el que no sabe sufrirlos es el intemperante. Cuando alguien desea algo que puede agradarle esa pasión puede llevarle a sacrificar otras cosas por ello. Pocos son los que pecan por defecto en la cuestión de los placeres, y es que no existe nadie al que no haya nada que le cause placer y sienta indiferencia por todo. El hombre prudente es el que no peca en cuestión de placeres y sabe mantenerse en el justo medio porque sus placeres son moderados y son los que le causan salud y bienestar.
Si comparamos la intemperancia con la cobardía nos damos cuenta que la intemperancia es más voluntaria porque es producida por el placer que es lo que el hombre busca y depende de nuestra voluntad mientras que la cobardía es producida por un dolor de los cuales el hombre huye.
Los deseos pueden producir la intemperancia en un hombre, por eso debemos enseñar a los niños desde pequeños a corregir sus gustos e intentar evitar que desarrollen aquellos que pueden llevarles a la intemperancia. Los jóvenes se guían por las pasiones y los deseos y no por la razón como deberían, por eso desde pequeños, el periodo de aprendizaje hay que intentar que sus gustos y deseos no sean contrarios a la razón, porque todavía no tienen los gustos y su voluntad bien desarrollada, mientras que es más difícil intentar que cambien si sus gustos y pasiones ya están desarrollados. De igual forma que hay que enseñar a los jóvenes a guiarse más por la razón, hay que enseñar a algunos adultos a prestar más atención a sus gustos y a la parte apasionada del alma.
La templanza y el valor son virtudes de la parte irracional del alma. Ahora analizaremos las demás virtudes.
LIBERALIDAD
Es el medio en cuanto a la riqueza. Como en toda virtud hay dos vicios: uno que peca por exceso, el pródigo; y otro que peca por defecto, el avaro. También hay un justo medio ocupada por el liberal y generoso, que como todo aquel que ocupa el medio de una virtud es alabado, en su caso por saber dar y recibir riquezas, considerando riquezas todo aquello cuyo valor está graduado por el dinero. El liberal sabe aprovechar las fortunas que tiene, sabe dar y recibir cuando es preciso hacerlo, aunque su verdadera virtud consiste más en dar que en recibir. Sabe dar donativos al que los necesita y además lo hace con gusto porque si no lo hiciera con gusto no sería generoso, al igual que si recibiese fortuna cuando no fuese necesario hacerlo. , ya que toda virtud va acompañada de placer o por lo menos no causa dolor y si diéramos sin gusto nos causaríamos dolor a nosotros mismos. El hombre liberal no es rico porque cuando tiene más de lo que necesita, lo da a los que les hace falta y nunca tendrá de más. Incluso se conformará con poco, porque lo propio de un corazón liberal es dar lo máximo que pueda quedándose él con lo menos posible, porque tenerse poco en cuenta a uno mismo es lo propio del alma del generoso. Así, no es más liberal el que más da, sino el que da todo lo que puede, porque una persona puede tener más bienes que otro y da más que éste, pero se reserva para él más de lo necesario, mientras que el que da menos, se queda con lo necesario, siendo así más generoso. Es decir, la liberalidad no depende de las riquezas que cada uno da. Según Platón el hombre es más generoso cuando la fortuna que reparte no la ha adquirido por sí mismo, y le cuesta más ofrecer lo que ha ganado por sí mismo, porque todo el mundo siente más apego hacia ello. El liberal, gasta lo que tiene de manera conveniente y no derrocha su fortuna en cosas innecesarias.
El que peca por exceso es el pródigo, que da más de lo que puede, y no recibe. Gasta demasiado con relación a lo que tiene y se perjudica a sí mismo. Pero aunque es un vicio es menos reprensible que el vicio que peca por defecto, el de la avaricia, porque su naturaleza no en fondo no es mala y puede cambiar y dirigir su conducta hacia el bien, en cambio la avaricia es incurable, aunque es un vicio más natural. No da, pero recibe en exceso, nos cuesta más dar lo que ganamos que recibir, por eso es más natural. Hay varios grados en la avaricia. Unos pecan por no dar, pero tampoco reciben, son el ruin y el mezquino, al igual que el roñoso, quien teme que su apariencia quede perjudicada. Hay otros que no reciben nada para no tener que dar ellos nada a los demás. Y otros intentan recibir lo máximo, incluso de donde no deberían y lo que no deberían.
MAGNIFICENCIA
Está relacionada con el empleo de las riquezas, pero sólo se aplica a los casos en los que los gastos son bastante considerables. El que posee la virtud de la magnificencia saber gastar su riqueza en cosas grandes en una ocasión excepcional. Por el hecho de saber gastar sus riquezas también es liberal, pero el liberal no tiene por que ser magnífico. Los gastos del magnifico son grandes y convenientes, como lo son también los resultados que produce, así el gasto corresponde con el fin. El magnífico gasta con gusto, al igual que el liberal, podríamos decir que “la magnificencia es la grandeza de la liberalidad que se ejercita bajo las mismas condiciones”.
La obra que se consigue tiene el mismo valor que la materia que se emplea, pero la obra tiene su grandeza en la belleza. Un pobre nunca será magnífico, porque los gastos del magnífico son muy grandes y altamente honrosos. El que peca por exceso es el fastuoso, que es hombre sin gusto, es el que gasta sin limites, intente brillar sin el menor gusto, gasta mucho cuando debería gasta poco y viceversa. El mezquino es el que peca por defecto, que gasta mucho y después las cosas no son tan valiosas o pierden su validez. Intenta gastar lo menos posible y gasta sin gusto. Pero estas disposiciones no deshonran al hombre y no son muy degradantes.
MAGNANIMIDAD
Es la grandeza del alma y solo se aplica a las grandes cosas porque son de ellas de las que se siente digno el magnánimo. Aquel que tiene poco valor personal y pretende conseguir solo las cosas que están a su alcance nunca podrá ser magnánimo, el cual nunca se subestima, ni se desprecia a sí mismo, sino que su propia estimación es justa, así, también busca la justa recompensa del mérito en bienes exteriores, y el mayor de éstos es el que atribuimos a los dioses, el honor, al cual ambiciona e intenta llegar a él como su mejor y más digna recompensa. Para la magnanimidad lo grande se encuentra en un cuerpo grande, y lo más grande es sin duda el honor, y por eso éste es propio de los dioses. Pero el magnánimo no acepta el honor que le ofrece el vulgo. Nunca es exagerado, ni en sus gastos, ni en sus alegrías. Busca el poder y las riquezas por el honor que le proporcionan. El magnánimo que aspira al honor debe ser hombre de bien porque éste es el único merecedor del honor. Nunca quiere sentirse inferior y por eso ayuda a los demás pero no deja que los demás le ayuden a él ni le hagan ningún bien, pero en cambio él si los da, por lo que da más de lo que recibe. Intenta no tener nada en común con el vulgo que es inferior a él y no ir donde va gente superior a él, por que allí él es inferior. Es sincero y es frecuente que utilice la ironía con el vulgo. No suele admirar a nadie ni a nada porque para él no hay nada grande. Como acordarse del pasado no es lo propio de un alma grande, no siente resentimiento por el mal que se le haga, porque entonces recuerda el pasado. No se queja ni habla mal de los demás. El que peca por defecto tiene un alma pequeña, se priva a sí mismo de lo que es digno, tiene una falsa opinión de sí mismos que parece hacerles menos buenos de lo que en verdad son. Los vanidosos son los que en esta materia pecan por exceso, también necios, al igual que los que pecan por defecto, tiene una falsa opinión sobre sí mismos, pero ésta es superior a la verdadera. Aspiran a más de lo que son dignos. Ninguno de los dos casos en los que pecan son viciosos porque no hacen ningún mal, simplemente se engañan a ellos mismos. La pequeñez del alma esta más lejos de la magnanimidad que la necedad pero es más frecuente.
MEDIO ENTRE LA AMBICION EXCESIVA Y LA INDIFERENCIA RESPECTO DE LA GLORIA
Este justo medio no tiene nombre concreto. Debe existir alguna virtud que sea para la magnanimidad lo que la liberalidad es a la magnificencia (véase cita nº 6) respecto del honor. La magnificencia y la magnanimidad son lo más grande, y la liberalidad y ésta nueva virtud son inferiores. Esta virtud consiste en saber cual es la ambición debida que debemos tener por la gloria y deseo del honor. Los dos extremos que pecan son el ambicioso, que lo hace por exceso, buscando los honores con más ardor de lo que conviene; Y el que peca por defecto que no es peor que el ambicioso. En ocasiones se alaba a los dos extremos pero en verdad, el único merecedor de elogios es el justo medio entre ambas.
MANSEDUMBRE
Es el medio referido al sentimiento apasionado, pero no está muy bien definido y se inclina más hacia el extremo que peca por defecto. La mansedumbre es el medio entre la irascibilidad, que peca por exceso y la pasión que experimenta es la cólera; y la indiferencia. El irascible se deja llevar por la cólera de manera adecuada, se irrita fácilmente, pero también se calma pronto, y esto le pasa porque no sabe dominar su cólera. Decimos que la mansedumbre se inclina más hacia el extremo del defecto porque el que tiene un carácter dulce no es vengativo y se siente más inclinado al perdón. Los rencorosos no se calman hasta que no se vengan y siempre devuelven el mal que se les ha hecho, porque así reemplazan la pena que les puede causar el mal que se les ha hecho por el placer que la venganza les produce. En esta materia tanto el exceso como el defecto son dignos de censura, siendo más moderada cuanto más nos acerquemos al medio, aunque éste es un poco difícil de definir por eso el medio debe tener en cuenta los hechos mismos y la impresión que producen.
ESPÍRITU SOCIABLE
Con relación a cómo se comportan las personas con los demás hay muchas variedades de comportamiento. Algunos admiten todo lo que los demás dicen porque intentan caer bien a todo el mundo; no llevan nunca la contraria a los demás para no discutir, pero este comportamiento puede ser debido a dos cosas: o bien porque intenta sacar algún provecho comportándose así, el adulador; o intenta ser agradable sin otro motivo que ese, es el complaciente. En cambio, otros, son completamente distintos, son batalladores. Estos dos caracteres son completamente opuestos, y son los extremos de una virtud, por lo que ninguna de las dos son dignas de elogios, y trataremos de evitar ambas posturas si queremos llegar a ser hombres de bien. Pero el medio entre ambas posturas, que es digno de elogio, no tiene nombre concreto. Podemos decir que este medio es algo parecido a la amistad, porque el hombre que ocupa este medio es igual que un amigo sólo que en la relación con él no hay afecto, si hacia esta persona que ocupa el medio sentimos afecto y él lo siente por nosotros, podemos decir que un amigo. El virtuoso en este tema se comporta igual ante personas conocidas y desconocidas, y es justo con todos, por lo que seguramente parezca agradable a todo el mundo y no disguste a nadie. Intenta causar el mayor placer posible, y el menos daño.
VERACIDAD Y FRANQUEZA
El hombre virtuoso en esta materia es el que es sincero en las relaciones con las demás personas y se atribuye cualidades que tiene y en el grado que las tiene, se estima justamente. Los dos extremos que pecan son la vanidad o jactancia y la ironía o reserva, y ambas posturas opuestas son reprensibles porque mienten. El vanidoso se estima injustamente atribuyéndose cualidades que no tiene o de mayor grado de las que posee, mientras que el vanidoso oculta sus cualidades o rebaja las que tiene. El hombre veraz no miente y dice la verdad de como es, porque su carácter es así y no puede mentir, a no ser que sean casos en los que la verdad puede ser dura. Es un hombre de honor. Los que mienten lo hacen por diversas razones: unos por provecho propio y exageran sin motivo; otros por amor a los honores o por adquirir renombre, pero éste es tan culpable como el que miente por dinero. Todos los que mienten son viciosos y reprensibles pero los vanidosos y fanfarrones lo son más. Los irónicos que ocultan o rebajan sus cualidades parece que tienen un carácter más amable y gracioso; éstos mienten por huir de la exageración y rechazan todo lo que puede darles celebridad, en cambio los fanfarrones, prefieren la mentira a la verdad. A veces la reserva es tan exagerada que toma parecido con el fanfarrón, pero si es moderada y no muy evidente ni muy vulgar es graciosa. La jactancia es más opuesto a la franqueza porque es un defecto más grave que la ironía.
DONAIRE EN EL DECIR
El hombre virtuoso aquí es el que en sus relaciones con los demás tiene un trato agradable y delicado. Sabe lo que debe decir y cómo decirlo y oír a los demás con el mismo donaire. Son hombres con los que se puede hablar agradablemente. Algunas personas tratan de hacer reír todo el rato y terminan siendo molestas y calificadas de bufones insípidos, éstas son las que en esta materia pecan por exceso. Y los que son viciosos por defecto son los que nunca dicen nada que haga reír a los demás ni tampoco se ríen ellos, tienen un humor áspero. Los bufones en ocasiones parecen ser hombres de buen gusto, pero en verdad no lo son y están lejos de llegar a serlo. El placer del bufón es burlarse, y para hacer reír a los demás hace o dice cosas que un hombre de bien nunca haría o diría, porque el hombre con donaire dice lo que debe.
PUDOR Y VERGÜENZA
No es una virtud, sino más bien una afección pasajera, una especie de miedo a la deshonra. Los jóvenes actúan por sus pasiones y por ello pueden cometer muchas faltas que el pudor les ayuda a evitar. Entre los jóvenes puede alabarse la vergüenza y el pudor, pero nuca puede alabarse a un hombre de bien por ser vergonzoso, ya que la vergüenza consiste en ruborizarse y sentirse mal por acciones que se han hecho, y un hombre de bien nunca hace malas acciones. La vergüenza sólo se da en las acciones que son voluntarias. Pudor y vergüenza indican un sentimiento de honradez. Por eso el joven que no se avergüenza por nada de lo que hace es un vicioso, es un miserable. Pero por avergonzarnos de nuestros malos actos no llegamos a ser hombres de bien, no es la única condición necesaria.
JUSTICIA
Es la “cualidad moral que obliga a los hombres a practicar cosas justas, y que es causa de que se hagan y de que se quieran hacer”. El hombre justo respeta las leyes y es partidario y ejercita la igualdad. Lo justo es lo conforme a las leyes y a la igualdad. La injusticia es por tanto “la cualidad contraria... causa de que se hagan y se quieran hacer cosas injustas”. El hombre injusto es el que no respeta las leyes y no ejercita la igualdad entre las personas, es el contrario al hombre justo. Justicia e injusticia son dos palabras que pueden entenderse en muchos sentidos. Cuando una persona pide más de lo que verdaderamente le corresponde está siendo injusto, pero la injusticia no sólo consiste en pedir más de lo debido, también es injusto tomar o pedir menos de lo que nos corresponde. S lo que pedimos es bueno pediremos más de lo que debemos y si es malo menos, pero ambos casos son injustos. Las leyes tratan de favorecer el interés general o por lo menos el interés de la mayoría de las personas, por eso son justas.
La justicia es la virtud completa porque lo que las leyes mandan es ser virtuosos. “La ley ordena actos de valor... actos de prudencia y de templanza... actos de dulzura... extiende igualmente su imperio sobre las demás virtudes, sobre todos los vicios, prescribiendo unas acciones y prohibiendo otras”. Pera esta virtud no es individual porque afecta a otras personas que dependiendo de cómo es nuestro comportamiento con ellas seremos justas o no, es la única virtud que no es un bien para sí. El peor de los hombres es el que además de dañar a los demás y no ser completamente virtuoso por ello, se daña a sí mismo, ya no tiene ninguna virtud. La justicia es la virtud completa, porque el verdadero hombre de bien es el que además de hacerse el bien a sí mismo, lo hace a sus semejantes también. Por lo tanto la injusticia es el vicio completo. La virtud es la manera de ser de cada uno, lo personal; lo que hace con relación a los demás es la justicia; la cual es una parte de la virtud completa, es una virtud especial que es distinta de la virtud en general.
A ocasiones somos justos o injustos, pero esto no quiere decir que seamos justos o injustos del todo, porque podemos ser justos en acciones particulares, en hechos concretos, pero luego no ser justos del todo. Porque podemos cumplir la ley en ocasiones, entonces seremos justos pero si luego en otras situaciones no la cumplimos no somos justos; solo lo somos en los casos en los que cumplimos la ley. Pero lo justo no es sólo lo que cumple la ley, sino también la igualdad. La desigualdad es parte de la injusticia, cuando no somos iguales con todos, somos injustos.
Hay dos especies de justicia:
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La distributiva, política, social. Que distribuye los honores, la fortuna y todo aquello que los ciudadanos pueden llegar a conseguir. Esta clase de justicia se confunde con la igualdad, la cual se encuentra en el medio, al igual que lo justo. En este caso lo justo implica cuatro elementos: dos de ellos son las personas a las que se les aplica la justicia; y los otros dos son los elementos que se les atribuyen a estas dos personas. Pero todas las personas no son iguales, por lo que lo justo debe ser darles lo que se merecen y no lo mismo a las dos, porque a lo mejor una se merece más que la otra. Pero lo difícil de esta situación es saber cuanto merece cada uno. Lo justo aquí está representado por una proporción geométrica.
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La legal y reparadora. Que es la que vigila que las relaciones entre ciudadanos se den en condiciones legales. Se encarga de llevar a cada uno hacia lo que se merece. Esta clase de igualdad no tiene en cuenta las personas, no le importa quien es cada uno, sólo tiene en cuentan la naturaleza de los delitos, y tiende a restablecer la igualdad entre la perdida que ha sufrido uno y el bien que ha conseguido el otro; tiende a repara la injusticia y dar a cada uno lo que se merece, para lo que quita lo que no es suyo al que se ha aprovechado del delito, y da al que lo ha sufrido lo que se merece, lo que ha perdido. El juez es el que representa la justicia y el que se encarga de reparar la injusticia producida. Hay dos grados: unas son voluntarias y las otras no, y entre estas ultimas podemos hacer otra distinción entre las que ocurren sin tener nosotros conocimiento de ellas y las que ocurren empleando la fuerza. En los cambios voluntarios algunos consiguen más de lo que antes tenían, situación de provecho, pero hay otros que después del cambio se quedan con menos de lo que tenían antes de éste, en este caso hay perdida. Si no cambiamos tenemos lo mismo que teníamos antes y no sufrimos ni perdida ni provecho, tenemos lo que nos merecemos, que es el medio entre los dos casos de injusticia de tener menos de lo que nos merecemos, perdida, o tener más, provecho. “Lo justo es el medio exacto entre cierto provecho y cierta pérdida en las transacciones que no son voluntarias, y consiste en que cada uno tenga su parte lo mismo antes que después” .
Para algunos lo justo consiste en dar a otro lo que se ha recibido, esto es la reciprocidad o también correspondencia mutua. Y para otros lo justo es el talión, que consiste en un castigo idéntico a la ofensa. Pero aplicar la reciprocidad o el talión no tiene por que ser justo; porque a veces puede resultar que el delito que se ha cometido no es voluntario. El lazo que une la sociedad es aplicar esta especie de justicia a las relaciones entre las personas, es lo que une a unos con otros. Los ciudadanos necesitan hacer cambios entre ellos, porque lo que a uno le sobra, a otro le hace falta, y al que le sobra de algo le hace falta otra cosa; por eso hacen cambios entre ellos dando cada uno lo que le sobra por lo que necesita; Pero en estos cambios no todo tiene el mismo valor, no se puede cambiar un vestido por unas tierras, y así es como surgió la moneda, para que los cambios pudieran ser justos y recibir cosas por el valor de lo que ofreces. La moneda es la unidad que sirve para asignarle a cada cosa un valor, y que la relación entre
los valores de las cosas sea justa, para que en los cambios no salga nadie
perjudicado. Por eso la moneda hace posible las relaciones en la sociedad, y la reciprocidad, ya que es la moneda la que iguala los intercambios.
Si la justicia es una especie de virtud, deberá tener dos extremos que sean vicios; uno de ellos es el extremo en el que la injusticia es sufrida y perdemos parte de lo que teníamos, y el otro extremo es en el que somos nosotros los que comentemos la injusticia y sacamos provecho. Entre ambos extremos está la justicia que ocupa el medio.
En ocasiones el que comete una injusticia no es completamente injusto, por ejemplo si lo ha hecho guiado por la pasión: Pero la justicia que buscamos es la absoluta y la social. Siempre que hay injusticia hay actos injustos, pero no siempre que hay actos injustos se comete una injusticia. Por eso damos el poder a la razón, al magistrado, que es el encargado de que se lleve a cabo la justicia y la igualdad. El magistrado es justo y nunca da a nadie más o menos de lo que se merece, y como se encarga de que la justicia se cumpla siempre, podremos decir que en parte trabaja para los demás porque interviene en las relaciones entre ciudadanos, por eso decimos que la justicia es una virtud que influye más en los demás individuos que a uno mismo. Por eso el magistrado, por tener una virtud que afecta más a los demás que a él, merece una recompensa que consiste en el honor y si con ésta no se conforma se convertirá en tirano
Nadie quiere perjudicarse a sí mismo, y por eso en relación entre padre e hijo, que son como uno mismo, no hay injusticia posible. En este tipo de relaciones no tiene cabida ni la justicia social ni política, porque son parte de uno mismo.
En la justicia social y en el derecho civil podemos distinguir lo que es natural y lo que es puramente legal. Lo natural decimos que es lo que no depende que tome un sentido u otro de las decisiones de los hombres, en todos los sitios tiene la misma fuerza; mientras que lo puramente legal puede ser de una forma u otra. Podríamos decir que las cosas naturales son inmutables, pero esto no es verdad, porque algunas cosas que son naturales son mudables, ya por efecto de la naturaleza, ya por efecto de la acción del hombre. Hay derechos que son puramente humanos y nos iguales en todos los sitios, pero en el fondo hay una Constitución que es natural y sí es igual en todas partes. “Lo injusto propiamente dicho es lo que es tal por naturaleza; así como lo es también lo que se hace tal en virtud de una disposición legal. Esta misma cosa, después que ha sido hecha y ejecutada, se hace un acto legalmente injusto; pero antes de haberla ejecutado, no es un acto legalmente injusto, no es más que injusto en sí mismo.”. Lo que es injusto por naturaleza lo es en todo momento, pero lo que es injusto
porque no cumple la ley que ha sido establecida por convención de los humanos, no es legalmente injusto hasta después de haberlo hecho, porque eso es lo que la ley dice. Si no se hace no es injusto, en cambio lo que es injusto por naturaleza, lo es en todo momento, y no sólo después de haberlo hecho.
Los actos verdaderamente justos o injustos son aquellos que se han hecho voluntariamente, y no podemos decir que un hombre es justo porque los actos que haya hecho hayan sido justos si los ha hecho por casualidad o por obligación. Cuando una persona realiza un acto voluntario lo hace sabiendo por que lo hace, conociendo las circunstancias y eligiendo cuando debe hacerlo, conociendo a la persona a la que va a afectar el acto, sabiendo que medio va a emplear, cómo lo va a hacer, y que es lo que pretende conseguir con ello. Sólo en estas circunstancias podemos calificar si la persona que realiza este acto es justa, si el acto también lo es, o injusta si el acto, es injusto. Entre las acciones voluntarias podemos distinguir las que hacemos sin preferencia y sin elección y las que hacemos después de una elección reflexionada.
En las relaciones entre las personas se puede dañar a los demás de tres formas:
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Los daños por ignorancia. No los teníamos previstos, y no han sido pensados antes. Con nuestra acción no teníamos pensado perjudicar a nadie. Esta clase de daño no es una falta porque no hay maldad; no teníamos pensado hacer daño y sin embargo lo hemos hecho. Es una desgracia si el principio viene de fuera.
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Cuando sabemos la causa de por qué actuamos así pero no lo hemos pensado bien antes. Aquí se incluyen los accidentes que son causados por la cólera, sabemos que actuamos de tal forma porque algo nos ha enfurecido y es el motivo de nuestra acción, pero no hemos meditado bien todas las demás cosas como las consecuencias; también son iguales los que hacemos por pasiones naturales. Tampoco es culpable completamente, porque aunque obra con conocimiento de causa no ha pensado el resto de condiciones para que el acto sea voluntario.
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Hacemos daño porque es lo que queremos y lo hemos pensado antes. En este caso somos completamente culpables porque se dan todas las condiciones para que el acto sea completamente voluntario.
Entre los actos involuntarios, unos son perdonables y otros no: Cuando hacemos daño porque actuamos bajo la influencia de una pasión que no es natural ni digna del hombre, nuestros actos no pueden ser perdonados.
Cuando sufrimos justicia o injusticia por parte de otros, nunca es voluntaria, no depende de nosotros, sino de la persona que lo hace, y es imposible sufrir una injusticia si no hay alguien que la cometa, y lo mismo que la justicia, nunca la podremos sufrir si nadie la hace. Somos culpables de un acto cuando lo hacemos voluntariamente, y somos injustos si hacemos un acto injusto por voluntad propia, pero nunca seremos injustos con nosotros mismos. Pero también podemos sufrir una injusticia por voluntad de otro que la comete voluntariamente; entonces deberemos ampliar la definición de injusticia y añadir “que se obre contra la voluntad del que sufre la injusticia”. Es decir, que es justo obrar según la voluntad del que sufre la injusticia, si este la sufre voluntariamente, si no lo hacemos seriamos injustos. Pero, como hemos dicho antes, nunca seremos injustos con nosotros mismos porque nadie quiere realmente sufrir una injusticia. Pero si seremos injustos si damos a alguien más de lo que se merece, y los injustos seremos nosotros y no el que lo recibe, siempre que se lo demos voluntariamente, porque si se lo damos porque nos obliga el injusto es él por obligarnos a hacer algo a la fuerza. Y si lo que damos a otro voluntariamente es más de lo que nos damos a nosotros mismos también somos injustos con nosotros mismos, pero no podemos decir que sea una injusticia verdadera porque el que ha sufrido la perdida ha sido quien ha elegido hacerlo, pierde porque quiere, entonces no es realmente una injusticia. Como tampoco lo es cuando cometemos un acto injusto sin saberlo, aunque el acto por sí mismo sea injusto, nosotros no somos del todo injustos.
Cuando alguien es injusto consigo mismo no puede decir que devuelve el daño que otro le ha hecho. Por ejemplo el suicidio es un acto injusto porque la ley no lo ordena, entonces quiere decir, que lo prohibe, y comete un acto culpable voluntariamente, porque no actúa así movido por la cólera producida al sufrir una injusticia por parte de otro. La sociedad castiga el suicidio. Si cometemos una injusticia contra nosotros mismos somos nosotros los que la hacemos y los que la sufrimos, no influye a nadie más, entonces es un acto injusto, pero no completo ya que nadie más sufre las consecuencias. En el momento en que alguien más sufra las consecuencias, somos injustos, y es peor cometer una injusticia que sufrirla, porque el que la comete es un perverso y es reprensible, mientras que el que la sufre lo hace sin perversidad ni injusticia por su parte. Pero que sea mejor sufrir una injusticia que cometerla no quiere decir que el mal sea menor.
Es más difícil ser justo que injusto, aunque en ambos casos dependa serlo de uno mismo, pero injustos podemos serlo de muchas formas y justos sólo de una, y entonces es más difícil llegar a justo porque sólo hay un camino. Por el mismo motivo será más fácil que un hombre justo se haga injusto a que uno injusto se haga justo. Pero par ser injusto no vale sólo con hacer acciones injustas, sino que hay que tener cierta disposición moral, por eso ahora se complica algo más que alguien justo llegue a ser injusto, porque debe querer hacerlo realmente y hacerlo por eso y no por hacerlo simplemente.
Sólo pueden ser justos los seres que tienen parte de los bienes absolutos, y pueden tenerlos en exceso y en defecto. Aquellos seres para los que no hay exceso posible en los bienes absolutos son los dioses. Hay otros para los que estos bienes no son útiles, son los perversos. Entonces la justicia es una virtud esencial de los seres humanos.
La equidad es la justicia natural, y no es lo mismo que la justicia, pero tampoco son diferentes del todo; tienen aspectos en común y otros distintos. En algunos casos la equidad es digna de alabanza y estimación pero en otros no; podemos pensar que esto es un poco contradictorio pero en verdad no lo es, porque la ley es general y normalmente funciona bien pero en algunos casos particulares, esta ley no es suficiente y no es digna de elogio, entonces es mejor aplicar la ley natural de la equidad. Lo equitativo y lo justo es bueno pero lo equitativo es mejor aún que lo justo, en algunas circunstancias está por encima de la justicia, pero nunca es mejor que lo justo absoluto. La equidad trata de reemplazar la ley en aquellos casos en los que ésta no está bien aplicada, ya que la ley es general y en casos particulares no funciona correctamente, son en estos casos en los que interviene la equidad. La equidad es una especie de justicia y no una virtud distinta de ésta. El hombre equitativo es “el que prefiere por una libre elección de su razón y (...), que no sostiene su derecho con extremado rigor, sino que, por lo contrario, cede a él.”, no aplica su derecho a la justicia estrictamente, en los casos en los que es preferible la equidad la acepta fácilmente.
VIRTUDES INTELECTUALES
El medio en el que debemos mantenernos respecto de las virtudes es lo que nos dice la recta razón, la cual nos dice de qué manera debemos actuar para conseguir el fin que nos proponemos.
El alma está dividida en dos partes: una es racional y la otra irracional. La parte racional del alma que subdividida en otras dos partes: una que nos hace conocer las cosas cuya existencia es variable, y la otra las cosas cuyos principios son invariables y no pueden ser distintas de como son. En el alma hay tres principios: sensación, entendimiento y instinto. La sensación no es un principio de la acción reflexiva, porque los animales tienen sensaciones y en cambio no reflexionan. En el entendimiento hay dos posibilidades, la afirmación y la negación, y de igual forma que estos actúan en el entendimiento, el atractivo y la aversión hacia las cosas actúan en el instinto.
Es necesario que la razón del hombre sea verdadera, su instinto bueno y recto y que la razón apruebe lo que el instinto busca por una parte, para poseer la virtud oral que nos permite preferir y escoger. El principio de las aciones del hombre es la preferencia reflexiva del alma. Sólo deliberamos sobre el porvenir y lo posible. La verdad es el resultado de las dos partes del alma, la racional y la irracional, y es alcanzada a través de cinco medios que utiliza el alma:
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CIENCIA- Creemos que lo que sabemos no puede ser de otra manera de como sabemos que es, y aquellas cosas que pueden ser de otra forma, no sabemos si existen realmente o no. Lo que sabemos es eterno ya que lo que existe de manera absoluta y necesaria es eterno. Para el espíritu, la ciencia es lo que nos permite demostrar las cosas. Cuando sabemos algo tenemos la ciencia, si los principios de lo que sabemos son más evidentes que la conclusión; Si no, se tiene la ciencia indirectamente.
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ARTE- El arte es el resultado de una producción de cierto genero que ha sido instruida por la razón. El arte tiende a producir, pero no se refiere a aquellas cosas que existen necesariamente o se producen por necesidad ni a las que existen porque son obra de la naturaleza. Cuando producimos algo, estamos creando arte, pero el arte no es el acto de producir propiamente dicho, sino el resultado de la producción. La facultad que tenemos para producir, y así crear arte, es dirigida por la razón verdadera, mientras que la incapacidad de producir es dirigida por una razón falsa.
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PRUDENCIA- Consiste en saber deliberar y juzgar las cosas de manera conveniente; el hombre prudente juzgará las cosas en razón de si son buenas y útiles para él, que son las cosas que contribuyen a hacerle virtuoso y feliz. La prudencia no es parte de la ciencia, ya que el objeto de la acción puede ser distinto de lo que es; tampoco es parte del arte porque la producción pertenece a un género distinto al que pertenece la acción en sí. La prudencia determina nuestra conducta porque no hace deliberar sobre si lo que vamos a hacer es bueno o no. La prudencia no se pierde ni tampoco se olvida; no es sólo una manera de ser que acompaña a la razón.
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SABIDURIA- La sabiduría debe ser considerada como lo máximo a lo que podemos aspirar de la perfección de las cosas que podemos saber. Es la unión de la ciencia y del entendimiento. Debe haber una sabiduría para cada uno, ya que entendemos la sabiduría como el discernimiento de las cosas que son convenientes, pero no es para todos lo conveniente lo mismo, lo que conviene a uno a otro no. No podemos sacar uso provechoso de la sabiduría porque ésta no busca los bienes puramente humanos.
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INTELIGENCIA- La inteligencia se aplica a las mismos cosas que la prudencia, pero no son la misma cosa. La inteligencia no se aplica a las cosas que son inmutables ni eternas, ni a las que pueden causar duda o ser deliberadas; La inteligencia se limita a juzgar y criticar como es debido las cosas a las que se aplica la prudencia. Cuando decimos que un hombre que tiene buen sentido, nos referimos que juzga convenientemente. El sentido recto de un hombre que juzga como conviene es la indulgencia legítima, es el sentido de la verdad: la indulgencia legitima es el sentido que tiene la vida de un hombre que sabe juzgar convenientemente, y éstos son hombres de bien.
La ciencia política y la prudencia son la misma cosa pero su manera de ser no es la misma. El hombre prudente sabe lo que le conviene y se preocupa por ello, busca lo que le conviene, pero no puede garantizar sus intereses sin la familia y el estado, de nada le sirve saber que es lo que le conviene e interesarse por ello si no esta a su lado la familia y el estado. La ciencia política es práctica y deliberativa, en ella distinguimos la prudencia reguladora que es la que hace las leyes porque se encarga de regular todo lo demás, y la otra prudencia recibe el nombre de política y es la que se aplica a hechos particulares. El hombre de estado tiene que cuidar de intereses muy diversos.
La prudencia no puede ser enseñada porque para cada uno la prudencia es de una manera; el hombre prudente sabe lo que le conviene y no a todos nos conviene lo mismo. Los jóvenes no son prudentes porque la prudencia se aprende con la práctica y ellos no tienen todavía practica, han vivido poco; igual que los jóvenes tampoco pueden ser sabios ni conocer las leyes de la naturaleza por el mismo motivo, les falta practica, y ambas cosas se aprenden por la observación y la experiencia. La prudencia no es la ciencia porque ésta sólo afecta al termino inferior; El entendimiento se aplica a los limites donde ya no hay razonamiento, por ello no es más parecida la prudencia a él que a la ciencia. La prudencia se parece más a la sensación.
DELIBERACIÓN- Trata de indagar y calcular aquellas cosas que debemos tomarnos con calma y madurez. Nos ayuda a guiarnos por el buen camino, siempre que nuestra deliberación sea correcta, y en este caso nuestra deliberación recaerá sobre algo que también seas bueno, porque si no lo es, nos engaños a nosotros mismos con nuestra propia deliberación y nos guiamos por el mal sentido. Nuestra deliberación es la que nos guía en nuestra vida. La deliberación exige que sepamos razonar, ya que se, trata de indagar y calcular y esto es parte del razonamiento, y la deliberación es una acto de inteligencia. Si llegamos alcanzar el camino del bien y sin embargo no hemos deliberado, o lo hemos hecho incorrectamente, ha sido de casualidad, porque nuestra deliberación no es correcta. La deliberación nos ayuda a conocer los objetos que debemos buscar según sean nuestros intereses; y también el medio por el que debemos alcanzarlos y el momento en el que debemos intentar llegar a ellos. La deliberación absolutamente correcta y sabia es aquella que guía al hombre en el mejor camino, que es el del fin supremo y absoluto.
Las virtudes intelectuales de las que hemos hablado: la inteligencia, la prudencia, el buen sentido y el entendimiento; tienden todas hacía un fin común. Todas deben ser aplicadas a hechos particulares, y están relacionadas unas con otras: El hombre que juzga como es debido, lo hace con las cosas con las que debe ser prudente, es porque es inteligente, tiene buen sentido... Estas cualidades son obra de la naturaleza y no pueden adquirirse. Las relacionamos con distintas edades de la vida, y si no fueran naturales no lo haríamos. Debemos dar importancia a todo aquello que nos enseñan los hombres experimentados, porque ellos ya han experimentado y nos pueden enseñar muchas cosas.
La sabiduría hace feliz al hombre por el simple hecho de poseerla, ya que es una parte de la virtud total que es la que hace completamente feliz al hombre. La obra propia del hombre se debe a la unión entre la prudencia y la virtud moral, porque la virtud moral hace que el fin al que el hombre aspira sea bueno y la prudencia que los medios que empleamos para conseguir este fin sean los adecuados y también buenos.
Las virtudes no son nada si no se ponen en practica, porque podemos tener ideas que parezcan ser dignas de un hombre virtuoso, pero si no las lleva a cabo no será un hombre realmente virtuoso. Como tampoco seremos realmente virtuoso si nuestras acciones no son libres. Pero el que sea virtuoso realmente, es el único que tome sus decisiones con claridad. No podemos ser prudentes si no somos virtuosos.
Hay virtudes que son adquiridas y otras son naturales, pero no se parecen. Las virtudes naturales, no son propiamente virtudes, porque en ellas no hay influencia de la reflexión ni de la prudencia, son así y no hay nada en ellas que las haya influido o modificado; la virtud propiamente dicha no se produce sin reflexión y prudencia, por eso las virtudes naturales no pueden ser consideras virtudes. También por esta razón, podemos decir que todas las virtudes intelectuales, las adquiridas, en el fondo son virtudes diversas de la prudencia ya que derivan de ésta, porque sin prudencia no se podían haber formado. La verdadera virtud es la disposición moral que está conforme con la prudencia, la recta razón. Pero aunque la prudencia sea tan indispensable y útil, nunca superará a la sabiduría.
Debemos evitar el vicio, la intemperancia y la grosería, y si son cosas que debemos evitar es porque son cualidades reprensibles y malas El vicio debe ser evitado porque nunca nos hará hombres de bien, sino todo lo contrario, Lo contrario al vicio es la virtud, la cuál nos hará hombres de bien, siendo virtuosos conseguiremos ser felices. La intemperancia no puede dominarse y nos hace actuar de manera irracional, por lo que no nos lleva a nada bueno. El intemperante desprecia la razón y se deja guiar por sus pasiones aún sabiendo que lo que hace no está bien. Lo contrario es la templanza, que consiste en controlarnos y dominarnos nosotros mismos. La grosería a veces nos hace rebajarnos al nivel de las bestias. El contrario a un hombre grosero es un hombre que posee una virtud heroica superior a la virtud ordinaria. Y aunque tanto la grosería como el vicio son contrarios a la virtud, aunque uno a la ordinaria y otro a una superior a ésta, no podemos decir que la grosería es lo mismo que el vicio, son cosas muy diferentes. Lo contrario a estas tres cualidades reprensibles, virtud ordinaria; heroica y templanza, son cualidades dignas de estimación
INTEMPERANCIA
El intemperante sabe que lo que hace no es bueno, y sabe que es intemperante, aunque Sócrates decía que no lo sabia, porque según él, el vicio era una cosa involuntaria y nadie hace el mal voluntariamente, por eso el intemperante no puede hacerse el mal voluntariamente. Algunos están de acuerdo con la teoría de Sócrates, y creen que el intemperante se aleja del bien involuntariamente y arrastrado por los placeres los cuales le dominan, se le debe perdonar porque no puede huir de los placeres y los deseos violentos que le solicitan. Sólo la prudencia puede evitar llegar a la intemperancia porque es la virtud más fuerte que tenemos.
El hombre temperante es aquel que aún sintiendo deseos violentos y malos, consigue no ser arrastrado por ellos y no caer en la intemperancia; pero entonces el hombre prudente no puede ser temperante, porque el hombre prudente nunca va a llegar a sentir pasiones violentas que le inciten a arrastrarse hacia el mal. El hombre sin razón e intemperante es virtuoso, ya que al ser intemperante, va a hacer lo contrario de lo que su razón le diga, y como piensa que lo bueno es malo y lo malo es bueno, cuando piense por ser hombre sin razón que algo, que verdaderamente es bueno, es malo, por ser intemperante, va a hacer lo contrario, y en verdad hará lo que realmente es bueno. Decimos que hay gente “realmente intemperante”, pero en verdad no hay nadie que pueda poseer todas las intemperancias. El hombre al que llamamos intemperante, sólo lo es en verdad en aquellas cosas que despiertan en él grandes pasiones, pero no es intemperante en todas las cosas, sólo es intemperante de una manera particular. Como ya hemos dicho, el intemperante sabe que lo es, pero saber puede tener dos sentidos: sabe el que tiene la ciencia y no hace uso de ella y el que si la usa. Así, aunque en los dos casos el intemperante sabe que lo es, en un sentido hace un acto culpable sabiéndolo pero no está usando en ese momento el conocimiento de que lo sabe, no se da cuenta de que en verdad sabe que lo que está haciendo está mal; y en otro sentido él sabe que lo que hace está mal y además se da cuenta y es consciente de ello. Este último caso es el más culpable, porque se da cuenta de que lo que hace está mal, mientras que el otro no. Hay acciones que están determinadas por proposiciones las cuales pueden ser de dos tipos: particulares y generales. Las generales se aplican a todos los casos, pero en alguno no se adaptan bien y es mejor aplicar las particulares, porque en verdad todas las acciones son particulares. Cuando obramos obligados por el razonamiento, en este razonamiento está la proposición general y una particular que se adapta a la situación. Cuando ambas proposiciones se unen y forman una única proposición, el alma afirma la conclusión que de ella sale.
El hombre muestra que es intemperante y débil o templado y firme en los placeres y en las penas que le afectan. Algunas de los cosas que nos provocan placer son necesarias, los placeres del cuerpo: alimentación, sexo, etc. Otros son permitidos a nuestros deseos, pero ambas pueden ser llevados al exceso. Hay otros placeres que no son necesarios pero son dignos de ser buscados por el hombre, es decir, que el hombre de bien los buscará. Los intemperantes no son los que se entregan a los placeres que no
son necesarios en mayor grado de como exige la recta razón, sino que son intemperantes en ciertos placeres y no en todos. El hombre es intemperante o temperante y disoluto o prudente en los mismos placeres; pero aunque se dirigen a los mismos placeres no lo hacen de la misma forma, porque el intemperante se dirige a los placeres por elección y el disoluto porque carece de la facultad para poder hacer una elección razonada. Algunos placeres son buenos y es conveniente que se les busque, pero hasta cierto punto, porque cuando llegamos al exceso son censurados, por ejemplo el dinero; es bueno y se debe buscar el dinero, pero si lo hacemos con demasiada pasión y llegamos al exceso, es una actitud que es censurada y no es digna de elogio, mientras que si lo buscamos con moderación sí. Lo mismo pasa con algunos sentimientos, si los sentimos demasiado, debemos evitarlos, mientras que si los sentimos moderadamente son buenos.
Entre las cosas que nos agradan, unas son agradables por naturaleza; y algunas de ellas pueden agradar a todo el mundo, y así, son agradables absolutamente, y otras que agradan a unos y a otros no, según las especies o razas. Pero no son sólo agradables las cosas que lo son naturalmente; sino que también hay cosas que por su naturaleza no son agradables, pero se hacen, esto puede ser debido al efecto del privaciones o pueden ser el resultado de un hábito. Pero como las naturales, no tienen porqué ser agradables a todos, y algunas que parecen dignas de brutos porque gustan a aquellos cuyos gustos son el resultado de enfermedades o locura.
Hay gustos perversos que nacen de hábitos necios o son el resultado de enfermedades. Algunos gustos llegan a ser enfermizos y viciosos a través de un largo habito, con relación a ellos no podemos hablar ni de temperancia ni de intemperancia porque sólo hay hacia ellos una cierta afinidad.
Podemos decir que el hombre que es intemperante en la cólera, es decir, que se dirige hacia el mal camino sabiéndolo, guiado por la cólera, es menos culpable que el intemperante que se dirige hacia el mal guiado por los deseos, ya que la cólera hasta cierto punto escucha a la razón, pero lo hace mal y el corazón se precipita en sus acciones hacia la venganza. Pero el deseo ignora por completo la razón, y si el que no es culpable, es el que se dirige hacia el bien guiado por la razón, y la intemperancia en la cólera, escucha y atiende su razón aunque lo haga mal, siempre será menos culpable por escuchar la razón más que los deseos. El que es intemperante en los deseos, se deja guiar por ellos ignorando por completo la razón. Además la cólera es más natural que los arrebatos que nuestros deseos nos producen, y como es menos culpable dejarse guiar por cosas naturales, es menos culpable guiarse por la cólera que por los deseos. Cuando obramos movidos por la cólera, obramos con sufrimiento y el otro se indignará menos que si insultamos ya que este produce placer en nosotros y no sufrimiento. Las acciones más culpables de alguien son contra las que el otro, sobre el que recae la acción, más puede indignarse con razón; y siempre se indignará más ante una acción que le produzca sufrimiento y al otro placer, que si el otro obra movido por el sufrimiento aunque también le produzca sufrimiento a él. Hay otra razón más con la que podemos justificar que la cólera es menos culpable que los deseos, y es que ésta no oculta sus proyectos, mientras que los deseos intentan disimularlos a veces, y por ello son más culpables, porque si intentamos disimular nuestras malas acciones somos más culpables que si no lo hacemos. En conclusión, podemos decir que la intemperancia en cólera es menos culpable que en los deseo, y diremos que esta última es la intemperancia absoluta por ser la más culpable, es el vicio propiamente dicho.
(Cuando uno cede a los ataques en que los demás triunfan es un hombre intemperante, pero si ocurre lo contrario es templado. La mayoría se encuentra en el medio de estas dos disposiciones)
En los placeres, los deseos y las penas, el exceso no es más necesario que la moderación excesiva. El que se entrega o persigue a los placeres en exceso sin otra mira que ellos mismos es incontinente y disoluto y es incurable, nunca se va a arrepentir. Pero también está el que se abstiene demasiado de los placeres o los persigue menos de lo debido. El prudente y sobrio está en medio de las dos situaciones, no se entrega ni persigue las placeres en exceso ni en defecto, está en el justo medio, el cual es digno de elogios; y las dos situaciones extremas, el exceso y el defecto, son actitudes reprensibles.
Entre aquellos que huyen de los dolores del cuerpo porque prefieren evitarlos, algunos son arrastrados por el placer y otros huyen de ellos para disminuir el dolor que le causan sus deseos.
El incontinente es más vicioso que el intemperante porque este último no se domina; igual que es más culpable el que sin deseos hace acciones vergonzosas que el que las haga movido por fuertes deseos; o el que pega sin cólera que el que lo hace colérico.
Si el intemperante es el contrario del templado, y el templado, el contrario del firme y el paciente; entonces la firmeza trata de resistir y la templanza de dominar, la cual esta por encima de las firmeza que resiste. No es perdonable que cuando se puede resistir, uno se deje vencer, a no ser que esta debilidad de dejarse vencer nazca de una enfermedad o sentimiento particular.
La incontinencia es fiel a las decisión reflexiva que se ha tomado y no crea remordimientos, mientras que el intemperante se arrepiente de sus debilidades. La intemperancia es un vicio discontinuo, mientras que la incontinencia es continua, la cual se oculta a sí misma y se desconoce. Aunque los intemperantes no sean exactamente perversos, sí que comenten actos perversos; por eso la perversidad y la intemperancia se parecen aunque no sean lo mismo. El intemperante persigue los placeres sensuales que son contrarios a la razón que nos guía por el buen camino de manera excesiva, pero sabe que está obrando mal, es consciente de que lo que hace no está bien, y por ello puede curarse; mientras que el incontinente está seguro de lo que hace, pero el siempre busca los placeres y cree que lo que hace está bien, así no podrá nunca curarse, porque su principio de dirigirse siempre hacia los placeres, que al fin y al cabo no es más que un vicio, destruye su principio moral. El que juzga bien sus acciones y sabe que lo que hace está bien y además es verdad que está bien es el virtuoso, el prudente y sobrio, mientras que el incontinente hace lo contrario, juzga mal sus acciones, porque su virtud a sido modificada, y es la virtud la que nos ayuda a juzgar correctamente. El intemperante actúa en contra de la recta razón bajo el influjo de una pasión, pero ésta no lo domina por completo; pero el incontinente está completamente dominado, por eso su disposición moral es completamente mala, mientras que la del intemperante no lo es tanto y puede decirse que es algo buena. El intemperante sólo se separa de la recta razón, pero no la olvida. El hombre templado es el que sigue en todo momento la recta razón.
El hombre templado es dueño de sí mismo, al igual que los hombre pertinaces, los cuales se mantienen en su opinión y no se les puede convencer y es muy difícil hacerles cambiar lo que creen. Pero el hombre pertinaz y el templado no son iguales, aunque ambos son dueños de sí mismo, el templado cambia de opinión cuando de be hacerlo, no cambia sus convicciones por la influencia de un deseo o una pasión, pero si cree conveniente cambiar de opinión no tiene ningún problema en hacerlo; en cambio el pertinaz no cambia su opinión ni cuando debe hacerlo, no se deja influenciar ni por la recta razón; por eso suelen ser personas ignorantes y groseras. Podemos decir que el pertinaz se parece más al intemperante que al templado porque aunque está equivocado sigue en su postura y no se deja guiar por la razón, mientras que el templado solo se guía por ella . La templanza es una cualidad digna de elogios, por tanto las cualidades del intemperante y del pertinaz son reprensibles. La templanza prudente es incapaz de hacer nada que vaya en contra de la razón dejándose llevar por los placeres corporales; en cambio la templanza ordinaria puede tener deseos viciosos.
Tanto el intemperante como el incontinente se entregan a los placeres del cuerpo, con la diferencia de que uno lo hace porque cree que debe hacerlo y el otro creyendo que no debe hacerlo. El intemperante no obra con prudencia, por lo tanto la intemperancia es incompatible con la prudencia. En las acciones del intemperante hay cierto grado de voluntad, aunque aparece limitada, por eso no podemos decir que sea completamente vicioso y culpable e injusto ya que no intenta engañar a nadie, él no sabe bien lo que hace, sólo hasta cierto punto, al igual que la causa porqué lo hace. Aquellos que son intemperantes como consecuencia de un hábito o lo que es lo mismo, de carácter melancólico, es decir, que no forman proyectos, son más fáciles de curar que los que son intemperantes por naturaleza, y tienen voluntad de obedecer a la razón pero no saben hacerlo de manera regular, éstos carecen de fuerza para sostenerse en sus proyectos.
Hay diferentes opiniones sobre que los fundamentos de la virtud y el vicio son los placeres y las penas. Unos dicen que ningún tipo de placer es un bien; por tanto el placer y el bien no son nunca la misma cosa. Otros dicen que algunos placeres pueden ser bienes pero no todos, y mucho menos el bien supremo.
El placer no puede ser un bien porque si no el hombre templado y sobrio no huiría nunca de ellos y si que lo hace; el hombre templado aspira a la ausencia del dolor y no al placer; además, los placeres nos impiden pensar y reflexionar (aunque no todos, los placeres que vienen de nuestras facultades de manera natural no nos impiden pensar ni desarrollar la razón ni las facultades; solo nos impiden pensar los placeres exteriores. Los placeres que nacen de nosotros nos hacen más capaces de pensar y estudiar que es lo que más no interesa). A todos estos motivos hay que añadir que todos los bienes son el resultado de un arte, en cambio no hay arte que cuyo resultado sea el placer. Pero esto no quiere decir que no haya placeres buenos, aunque no todos los placeres que a una persona le parezcan buenos tienen porqué serlo, algunos son subjetivos, es decir, que depende de para quien, para unos serán buenos y para otros no. También hay placeres que son malos absolutamente. También podemos distinguir algunos placeres que en verdad no lo son, esto puede ser porque vayan acompañados de dolor, o porque nuestra naturaleza no está en estado normal, es decir, hay ocasiones en las que nuestra naturaleza no se encuentra completamente satisfecha, y cuando satisfacemos dicha necesidad podemos considerar que lo que nos ha ayudado a conseguirlo es un placer que en verdad no es. El hombre prudente huye de las penas que son causadas por placeres por eso, huyen de los placeres del cuerpo, que son los que causan las penas.
Al igual que hay placeres relativos, también hay dolores relativos, ya que los dolores son obstáculos para hacer cosas y habrá gente que los supere y otras personas no podrán superarlos. Lo contrario de los dolores son los bienes, pero hay placeres que también lo son, por lo que habrá placeres que sean bienes, aunque no todos. Las acciones que hacemos por nuestras facultades, las que hacemos por cómo somos, deben desenvolverse sin obstáculos ni trabas. Si la felicidad de cada uno es el acto de todas las facultades reunidas de cada uno, la felicidad es el bien más apetecible de todos, siempre que no haya obstáculos o algo que lo impida. Si hay placeres que pueden ser bienes, y si alguno de estos placeres es el bien supremo, es porque es el placer absoluto; y sólo si es el placer absoluto, puede ser el bien supremo. Como la felicidad es completa, para que el hombre sea feliz necesita los placeres del cuerpo, los exteriores y los de fortuna; y además necesitan encontrarlos fácilmente, sin obstáculos. Pero los bienes de fortuna no son del todo indispensables, la prosperidad en exceso puede convertirse en un obstáculo, el cual nos impide llegar a ser felices. Todos los humanos y animales buscamos el placer, por lo tanto, en cierto sentido, podemos decir que el placer es el bien supremo; pero no todos buscan el mismo placer, porque el estado natural es diferente en cada uno y el mejor estado no es el mismo, por lo que no se buscara un placer en concreto.
Los placeres del cuerpo pueden llevarse al exceso y entonces se convierten en vicios, que también nos impiden ser felices. Por eso debemos saber hasta que puntos son buenos y nos ayudan a ser felices, que es el punto hasta el que debemos llegar, y el punto en el que esta clase de placer deja de ser necesario. A veces creemos que los placeres del cuerpo son los únicos ya que son lo que mejor se adaptan a lo que es lo propio de los placeres, que es suprimir el dolor; los placeres del cuerpo son el mejor remedio para olvidar el dolor. La juventud sólo busca el placer y por eso se dirige hacia estos placeres. Los hombres de naturaleza melancólica tienen necesidad de suprimir el dolor, y como para ellos el placer mata el dolor, están siempre excitados; y los placeres que más excitan son los del cuerpo; ésta clase de personas llega a abusar de estos placeres y llega a convertirse en vicioso. Pero si los placeres del cuerpo pueden llegar a ser viciosos es porque llegan al abuso, y esto se debe a que causan dolor, ya que ningún placer que no cause dolor puede llegar al exceso, siempre será agradable.
Nuestra naturaleza tiene necesidad de cambio, ya que no es simple ni tampoco pura; y además al hombre le gusta cambiar; esto se debe a que somos imperfectos, según Eurípides.
AMISTAD
Podemos decir que la amistad es una especie de virtud o por lo menos va acompañada de virtud. Es necesaria para la vida y los amigos son los únicos en los que podemos apoyarnos siempre, pero sólo si es verdaderamente un amigo, porque si no habrá casos en los que no podamos refugiarnos en ellos. Los jóvenes buscan la amistad que les aconseje y les ayude a no cometer faltas; los viejos buscan amigos que puedan ayudarles cuando sea necesario y les proporcionen auxilio en caso de que sea necesario; cuando somos personas que estamos en la etapa de nuestra vida en la que tenemos más fuerza, buscamos aquellos amigos que nos ayuden a realizar actos brillantes. La paz entre los ciudadanos se parece un poco a la amistad; el peor enemigo que hay para una ciudad es la discordia entre sus ciudadanos, porque entonces esa ciudad sería un caos, por eso las leyes quieren establecer la concordia entre los ciudadanos que sea parecida a la amistad, para que la ciudad vaya mejor. La amistad es honrosa y además necesaria, para que haya amistad no hay necesidad que haya justicia, pueden ser amigos dos personas que no sean justos, en cambio, si hay necesidad que haya amistad para que pueda haber justicia. “Cuando los hombres se aman unos a otros, no es necesaria la justicia. Pero aunque sean justos, aun así tienen necesidad de la amistad.”.
El amor es un sentimiento propio del corazón de aquel que siente amor por otra persona. El cariño que hay entre amigos es uno de los más nobles sentimientos. Hay varias opiniones sobre lo que es la amistad; para unos es la amistad consiste en la semejanza que hay entre los que son amigos; contra más se parecen dos personas más amigas son o pueden llegar a ser. Otros tienen la opinión contraria y piensan que las personas que se parecen son opuestas entre sí y no pueden llegar a ser amigos porque se detestan al ser opuestos.
No todo puede ser amado, sino solo puede serlo el bien o lo agradable o lo útil, es decir el objeto amable. Lo útil es lo que nos ayuda a conseguir un bien o un placer, por eso el amor solo se dirige a lo bueno y a lo agradable; por eso no todos sentimos amor hacia las misma cosas, porque para cada uno lo agradable es una cosa, y lo mismo con lo bueno, no todo es bueno para todos. Cada uno amará lo que es bueno y agradable para él, aunque más bien deberíamos decir que ama lo que el cree que es bueno para él, porque a lo mejor cree que algo es bueno pero en verdad no lo es y lo ama.
Solo hay tres cosas que pueden dar lugar al amor: el bien, el placer y el interés. Pero no debemos confundir el amor con la amistad; al igual que no podemos confundir el gusto con el amor, ya que nos pueden gustar cosas inanimadas de las que nunca podemos esperar correspondencia por su parte, mientras que el amor exige reciprocidad entre los dos que se aman, si no, no hay amor. El amigo debe desear el bien al otro amigo; aquellos que quieren el bien para otros, aunque éste no le corresponda, tendrán corazones benévolos, porque en el caso de que la benevolencia que uno siente hacia otro sea correspondida, debemos hablar de amistad, siempre que esta benevolencia no sea ignorada por aquella persona por la que se siente. Para que haya amistad, los dos amigos deben saber que el otro le desea el bien, si no, no hay amistad, sólo benevolencia reciproca, pero ignorada.
La benevolencia, al contrario que la amistad, puede ejercerse sobre desconocidos. No tiene porqué influir personalmente. Para que dos personas lleguen a ser amigas, tienen que haber experimentado antes la benevolencia. La benevolencia consiste en desear el bien a alguien, pero, en cambio, no estamos dispuestos a hacer nada por él ni privarnos de algo por ayudarle a conseguir algo. Cuando sentimos benevolencia por alguien puede ser debida, normalmente, a la virtud que posea o a cualquier mérito. La benevolencia con el tiempo, si se convierte en un hábito, puede llegar a convertirse en amistad siempre que sea reciproca, y a medida que más estemos dispuestos a hacer algo el uno por el otro, más fuerte será la amistad.
Según los tipos de afección que se siente entre dos amigos, podemos diferenciar tres tipos de amistad: amistad por interés; por placer y por virtud. En la amistad siempre la afección que siente uno por el otro tiene que ser conocida. Cuando se ama por interés, se intenta sacar interés de la amistad; en este tipo de amistad se busca el bien personal. En las amistades por placer también se busca el placer personal. En estas dos clases de amistades no se ama al otro por lo que es y como es, sino por el provecho que de él podemos sacar, por lo útil y agradable que nos pueden ser para conseguir ciertas cosas. Son amistades indirectas que se rompen fácilmente; en las amistades por interés, somos amigos de alguien en tanto que nos es útil, pero lo útil varía y no es siempre lo mismo, por eso cuando cambia lo útil desaparece la causa de la amistad, y con ella desaparece la amistad, ya que lo único que mantenía unidos a los dos amigos ha desaparecido. Lo mismo pasa con la amistad por placer, ya que los placeres también cambian con el tiempo. La amistad por interés es la propia de los ancianos; y la amistad por placer la de los jóvenes, ya que estos se guían por los placeres. La perfecta amistad es pues la única que queda, la de los hombres virtuosos; su amistad se debe a la virtud de ambos y la virtud es una de las cosas más estables y duraderas; si lo que les mantiene unidos es la virtud su amistad será duradera. Los hombres virtuosos desean el bien a sus amigos en tanto que son hombres buenos. Es rara la amistad por virtud, ya que hay muy pocos hombres que sean virtuosos; además esta amistad necesita tiempo y hábito. Entre los amigos por virtud hay confianza mutua y ambos son dignos del mutuo afecto que les une. En la amistad perfecta uno complace al otro y viceversa, es decir, se complacen mutuamente; por eso esta amistad puede confundirse con la amistad por placer, pero ésta no es duradera ni estable, es propia de la juventud.
Los hombres viciosos también pueden ser amigos, pero su amistad no será nunca por virtud, ya que ésta es la amistad perfecta y la digna de los hombres virtuosos. Los viciosos pueden ser amigos por interés y por placer; y también un hombre vicioso con otro que no lo sea pueden ser amigos pero nunca por lo que son ellos por sí mismos.
Algunos en la amistad procuran el bien a otros y gozan con ello y otros no actúan como amigos pero son capaces de hacerlo. Es igual que en la virtud, unos la demuestran en los actos y otros son capaces de serlo por su disposición moral, pero no actúan como deben para llegar a ser virtuoso. En la amistad pasan lo mismo, unos muestran su facultad de ser amigo siéndolo, y otros están en disposición de serlo; en el primer tipo hay acto y en el segundo disposición moral. Cuando hay distancia entre los lugares en los que viven dos amigos, no hay acto en sí, propio de la amistad, pero si hay disposición moral; pero si no puede haber una acogida mutua y los amigos no están normalmente juntos no pueden desarrollarse los actos propios de la amistad y no desarrollaran una verdadera amistad; en vez de amistad, diremos que lo que les une es una benevolencia reciproca. Lo que menos conviene a una amistad es el alejamiento.
El hombre de bien busca lo más agradable y bueno, y por ello busca al hombre de bien. “el bien absoluto, el placer absoluto, son los verdaderamente dignos de ser amados y de ser buscados por nosotros. (...) el hombre de bien es para el hombre de bien a la vez lo más agradable y lo más bueno”.
La amistad verdadera es constante, mientras que el afecto o el gusto son sentimientos pasajeros. Los ancianos son menos dados a ser amigos, al igual que los melancólicos, porque en sus relaciones encuentran menos placer. Por eso los jóvenes buscan continuamente amistades.
La verdadera amistad no se extiende a muchas personas, ya que no es posible amar a muchos a la vez. En cambio si la amistad es por interés o por placer, ésta se puede extender a muchas personas, ya que es posible agradar a muchos en este sentido. La amistad por placer es la más parecida a la verdadera , porque lo que hace que surja esta amistad por placer son las mismas condiciones para ambos y se complacen mutuamente con las mismas diversiones.
Los hombres afortunados necesitan amistad que sean agradables y no que sean útiles; aunque tienen amigos de diversas clases, unos son agradables y otros útiles, pero es muy raro que en un mismo amigo encontremos las dos cosas a la vez, que sean agradables y útiles a la vez. Más raro es aún encontrar a alguien en el que encontremos virtud y placer a la vez; ya que el virtuoso es agradable y útil a la vez.
Como las amistades por virtud se deben a la igualdad que hay entre ambos amigos, normalmente no hay amistad verdadera entre dos personas en las que una sea superior en posición a la otra. En esta situación hay diferentes posibilidades de afección, por ejemplo no es igual la afección que existe entre un padre y un hijo, en la cual el padre es superior, y la que existe entre un jefe y sus empleados, en la que el jefe es claramente superior. En esta clase de afecciones el sentimiento de afección que hay entre ellos debe ser proporcional a la posición del que experimenta esta afección, es decir, el superior debe ser amado con más fuerza y ardor que el inferior a él, el cual será amado por el superior menos vivamente. La amistad entre dos personas diferentes es difícil y contra más diferentes son más imposibles es que sean amigos.
La mayoría de las personas prefieren será amados a amantes, excepto los aduladores, los cuales aman más que se les ama a ellos. A la mayoría de las personas les gusta tener amigos, o por lo menos conocidos, que sean aduladores, ya que prefieren ser amados y los aduladores les aman recibiendo menos cariño del que ellos ofrecen. Aquellos a los que les gusta más ser amados, se sienten superiores antes los aduladores que les complacen, o bien los aduladores se sienten inferiores ante los que aman. Cuando alguien es amado siente que es estimado, y la estimación gusta a la mayoría de las personas; pero no por sí misma, sino por las consecuencias indirectas, lo que podemos conseguir siendo estimados por los demás. Cuando la estimación es de alguien superior nos gusta más que si es de alguien igual a nosotros, y es casi despreciada cuando proviene de alguien inferior. Contra más elevada sea la persona de la que recibimos la consideración, más importancia la daremos; por eso buscamos siempre la estimación de aquellos que ocupan un alto cargo. Amar debe ser la gran virtud de los amigos, ya que alabamos a los que aman a sus amigos, o por lo menos nos parece que son dignos de elogios. En las verdaderas amistades el afecto que hay entre los amigos debe basarse en el mérito que tienen ambos; entonces su amistad será duradera. De esta manera la mutua estimación hace a las personas iguales, entonces, dos personas diferentes pueden ser amigas si se estiman de la misma forma recíprocamente. En ocasiones los amantes creen que a ellos se les debe amar de igual forma a cómo ellos aman; si se merecen ser amados así, tienen razón, y pueden cabrearse si el amor que ellos ofrecen no les es respondido, pero sólo en el caso de ser dignos de ello; porque en algunos casos, ellos esperan ser amados como ellos aman pero no se lo merecen, entonces hacen el ridículo, por pedir más de lo que deben.
Amistad y justicia se aplican a los mismo seres y afectan a las mismas cosas. Aquellos que están asociados se tratan como amigos, ya que la amistad consiste principalmente en eso, en la asociación. Cuanto más viva sea la amistad, más justicia debe haber entre ambos amigos, ya que siempre es peor la injusticia en amistades fuertes que en las débiles. “Las injusticias (...) adquieren tanta más importancia según recaigan sobre amigos más o menos íntimos.”. La justicia entre dos personas, se aumenta con la amistad que hay entre ellas. La asociaciones particulares entre personas, son parte de la gran asociación política. En las asociaciones particulares, las personas se unen para sacar lo que les conviene a cada uno; de las asociación general cada uno saca lo que le interesa para su existencia; el fin de la asociación política es el interés común. Si de las asociaciones personales cada uno saca lo que le interesa, y la asociación política busca el fin común, entonces las particulares serán parte de la política. Las amistades, pues, son parte de la asociación política.
Las asociaciones políticas, las cuales buscan el bien común, pueden ser de diversas formas. El rey se preocupa por el bien de aquellas personas a las que gobierna, mientras que el tirano sólo se preocupa por su propio bien. Tanto reinado como tiranía son formas de gobierno monárquico. La tiranía se puede decir que es la alteración viciosa del reinado. El reinado forma parte de las tres formas de gobierno existentes que son: reinado, aristocracia y constitución (formado por timocracia y república). Cada una de estas tres formas de gobierno tiene una desviación viciosa; como ya hemos dicho la del reinado es la tiranía. Cuando la aristocracia sufre una alteración viciosa, se convierte en oligarquía; esto ocurre cuando los gobernantes se reparten los bienes de los ciudadanos. La constitución se transforma de timocracia en democracia. Dentro de todas éstas desviaciones, la democracia es la mejor. Podemos encontrar un ejemplo de cada tipo de gobierno en la familia: La relación que hay entre un padre y su hijo es parecido a una forma de reinado; en algunas culturas en las que el poder del padre es tiránico y sólo busca su bien, podemos encontrar el ejemplo de tiranía. La relación entre marido y mujer es una forma de gobierno aristocrática: el hombre manda en ella justamente, y cuando no lo hace y pretende decidir todo él se convierte en una oligarquía; en algunos casos puede ser la mujer la que mande pero si esto ocurre es debido al poder que las da la fortuna que poseen. La asociación entre hermanos puede ser comparada con un gobierno timocrático. La democracia se puede ver en aquellas casa donde no haya dueño que gobierne o el jefe es muy débil.
Tanto la justicia como el afecto no son iguales en estas relaciones; ambos son proporcionales a lo que cada uno se merece. En las variaciones de los gobiernos la afección y la amistad son también proporcionales a lo que cada uno se merece; por eso en las peores formas de gobierno es donde menos amistad y afección hay entre las personas. En las relaciones familiares la afección y amistad que hay entre unos y otros se deriva del parentesco que hay entre ellos. Los padres sienten un gran afecto hacia sus hijos ya que son ellos los que les dan la vida y les consideran parte de ellos mismos. Los hijos también aman a sus padres, ya que son éstos los que les han dado la vida, pero su afecto va aumentando según los hijos adquieren inteligencia y sensibilidad; en cambio los padres quieren a sus hijos desde el momento en que nacen. El afecto que tenemos a nuestros parientes es proporcional al grado de parentesco que hay entre nosotros; así amaremos más a los hermanos ya que somos hijos de los mismos padres que a los primos, los cuales son hijos de un familiar y otra persona que no lo es. El amor que hay entre marido y mujer no se debe al grado de parentesco que hay entre ellos, ya que en teoría no son familia, sino que es debido a un efecto directo de la naturaleza; El hombre se siente inclinado a unirse con alguien que no sea de la familia. La vida en pareja es útil y agradable ya que“ Los esposos se completan mutuamente, poniendo en común sus cualidades propias.”. La familia es más necesaria que el Estado, además es anterior. Los hijos pueden ser considerados como parte de lo que une y mantiene unido al matrimonio.
En la amistad por interés es en la única en la que podemos encontrar quejas, o al menos es la más frecuente. Esto, es debido a que los único que les mantienen unidos es el interés y el bien que saca uno del otro; siempre parece que obtenemos menos de lo que damos, es decir, obtenemos menos de lo que deseamos obtener de la relación y menos de lo creemos merecer; creemos que recibimos menos de lo que merecemos. Los que dan nunca pueden satisfacer los deseos de los que reciben porque éstos siempre piden y desean más de lo que deben. En este tipo de amistades, la relación que hay entre los amigos puede ser moral o legal En las relaciones legales uno debe entregar algo a cambio de lo que recibe y así es el convenio que hay entre ambos amigos. En el momento en que uno no da lo que debe dar, aparecen las recriminaciones y las quejas, pero en este caso está claro que es lo que cada uno debe dar, por eso cuando uno no lo hace, se sabe cual es su deuda. En cambio en las relaciones morales esperamos recibir lo proporcional a lo que damos, pero normalmente nos parece dar más de lo que recibimos Los favorecidos en este tipo de relación siempre intenta quitarle importancia al asunto y dicen que lo que reciben no tiene importancia y lo podían haber hecho otros. En cambio, intentan darse importancia a ellos mismo y dicen que lo que ellos dan es algo importante y no cualquier hubiese podido hacerlo. En las amistades por interés debemos devolver algo proporcional a lo que hemos recibido; en cambio si recibimos algo de alguien con la que mantenemos una amistad virtuosa, lo que cuenta es la intención y no el cambio en sí de bienes.
Cuando lo que recibimos en menos de lo que creemos merece, la amistad que nos une con aquel que nos da algo se rompe pronto. En una relación donde hay uno que es superior, éste piensa que debe recibir más, pero este pensamiento también lo tiene aquel que el necesitado, y los dos tienen su parte de razón. Al superior se le debe dar más porque esto va en relación con el mérito y la virtud de cada uno; pero en cambio, el necesitado, piensa al revés, el cree que ofrecer algo a alguien que se encuentra en una necesidad es lo justo. Como ya hemos dicho los dos tienen su parte de razón, y los dos deben sacar más de la relación, pero sus bienes no son comunes; el superior debe sacar de la relación una parte mayor de honor y el necesitado más provecho. En una verdadera amistad no se exige de ella lo que se debe sacar, sino más bien lo que se puede; si uno hace un favor a otro, éste no le deberá pagar lo que debe sino lo que pueda pagarle. Pero en las relaciones personales por interés o por placer, en las que se obtienen bienes no materiales, no es fácil determinar la valoración de lo obtenido y lo que se debe dar a cambio; cuando en estas relaciones hay quejas porque no están de acuerdo con lo que obtiene: el que ama porque no su amor no es correspondido, o el amado porque su amigo no le dio lo que le prometió; es porque se esperaba conseguir más de lo conseguido, sus esperanzas quedan defraudadas. También surgen las quejas cuando se encuentra una cosa distinta de lo que se esperaba conseguir. Para que no hay estas quejas debe haber un convenio de los servicios que cada uno debe mostrar. En el caso de que este convenio no se haya hecho previamente al intercambio de servicios, los dos deben estar de acuerdo y a los dos les parezcan los servicios intercambiados igual de dignos y convenientes. Aunque en las amistades virtuosas lo que cuenta es la intención y no que lo que se reciba sea proporcional a lo que se da. Aunque debemos saber reconocer lo que nos dan antes que complacer a un amigo, y devolver la deuda que tenemos con el que nos ha dado algo antes que regalar algo a un familiar o persona querida. Pero esta no siempre debe aplicarse estrictamente; porque si dando algo hacemos una acción mejor y más necesaria que el pagar las deudas debemos hacerlo. En estas situaciones no vale aplicar teorías porque dependiendo del caso y las situaciones en las que se dé, debemos actuar de una u otra forma. Los hijos siempre deberán una deuda a sus padre por haberles dado la vida, ya que esto no se puede pagar con nada; por eso los hijos deben estar pendientes de los padres y ofrecerles todo lo que está a su alcance para mantener su subsistencia.
En las amistades por interés o placer puede haber queja si uno de los dos amigos es engañado porque el otro es lo que ha hecho, pero si se a engañado a sí mismo, no puede haber ninguna queja. Las amistades por placer y por interés son las que más fácilmente se rompen, pero si uno se hace amigo de un hombre de bien, y éste se convierte en vicioso, se debe intentar corregirle y hacer que recupere su virtud, pero si esto no es posible no está mal que dejemos de ser amigos de esta persona, porque no fue de ella como es ahora de la que uno se hizo amigo suyo. También puede ocurrir que la amistad desaparezca cuando uno de los dos amigos se haga una persona mejor, ya que la diferencia entre ellos aumenta, pero esa amistad no se perderá del todo, queda algo del pasado, a no ser que el motivo de la rotura de la amistad sea imperdonable.
Los amigos son los que quieren a una persona tal y como es y le hace real; y también al que quiere la felicidad de su amigo sólo porque es amigo. Un amigo tiene los mismos gustos, se alegra con los goces de su amigo y sufre sus penas. El hombre de bien es para un amigo lo que es para sí mismo; los placeres y las penas son siempre lo siempre lo mismo para él; sus recuerdos son dulces y su corazón nunca se arrepiente. Cuando la amistad es muy fuerte y muy viva, se parece a la afección que siente uno por sí mismo, la afección que se siente hacia el otro, es casi la misma que la que se siente por uno mismo. Esta afección tan fuerte no se da en las personas malas y viciosas, entre otras cosas porque ni siquiera experimentan sentimientos de amor hacia sí mismos; y por eso no pueden sentir por nadie lo que sienten por ellos. La única forma de amarse a él mismo y hacer amigos, es convertirse en hombre virtuoso.
La amistad se parece a muchas cosas, entre ellas a la benevolencia, la cual ya hemos visto; también hemos dicho ya que se parece a la concordia, la cual se puede confundir con la igualdad de opiniones, pero no es lo mismo porque la concordia sólo se puede dar entre personas que se conocen, mientras que la igualdad de opiniones no tiene porqué y se puede dar entre gente que no se conoce. La concordia se aplica a cosas que afectan a muchas personas y tienen importancia para ellas. En los Estados debe haber concordia entre los ciudadanos, pero sólo en aquellas cosas que afectan a todos; si no el Estado sería un caos. La concordia se refiere a que la gente tiene la misma opinión sobre las mismas cosas y piensan igual. Entre los Partidos Políticos que intentan gobernar una ciudad no hay concordia porque cada uno tiene unos ideales. La concordia se da entre hombre de bien, porque éstos quieren los intereses que son comunes y las cosas justas y útiles; en cambio, es imposible que haya concordia entre aquellos que son malos, y si la hay no es duradera, ya que ellos suelen interesarse sólo por sus bienes y sólo se interesan de lo que es bueno para ellos y no para los demás.
Los hombres que reciben algo de un bienhechor, no aman tanto al que se lo ha concedido, como éste al que lo ha recibido; esto se debe a que el que he hecho el favor quiere que el otro viva para reconocer el favor que el otro le ha concedido, en cambio el que ha recibido el favor es una especie de deudor y le gustaría que el otro no viviera para no tener que pagar su deuda; porque preferimos recibir favores a hacerlos, igual que preferimos recibir a dar. En cambio Aristóteles no está de acuerdo con la comparación que se hace entre los deudores y los que reciben favores de los demás, ya que el que da algo a otro con la mira de que éste se lo devuelva, no siente ningún afecto hacia su deudor; En cambio el que ha hecho un favor a alguien lo hace en tanto que le ama y siente afecto hacia él, igual que el artista ama a su obra. El que crea algo, ama a su obra en tanto que ama su existencia, porque nosotros como dice Aristóteles, “nosotros no somos sino mediante el acto, es decir en tanto que vivimos y obramos”; es decir, que existimos en tanto que obramos, y el resultado de obrar es la obra, por lo que si amamos las obra es porque ésta es el resultado de nuestra existencia, y amamos a ambas de igual forma.
Para el bienhechor que realiza la acción y da algo a otro porque quiere, la acción es bella y digna, en cambio, para el que lo recibe, sólo es útil, porque para él no es agradable ni digno. El que ha hecho algo, para él siempre será bello, en cambio para el que lo recibe no, porque él sólo mira lo útil que es, y la utilidad desaparece con el tiempo.
El que se ama en exceso a sí mismo es censurado por la sociedad, porque es un hombre malo, que al contrario que los hombres de bien que quieren el bien para los demás, éste sólo quiere el bien para sí; es un egoísta. Se ama demasiado a sí mismo, y debemos amar a aquel que quiere el mejor bien para nosotros sinceramente, que es el buen amigo. Se puede decir que el egoísta es su propio amigo, porque quiere el bien para sí. Podemos entender el egoísmo en dos sentidos:
Por un lado está el que quiere la mejor parte en todo y solo piensa en sus bienes y en satisfacerse a sí mismo consiguiendo lo que quiere. El que se entrega a los goces groseros y no piensa en los demás, solo en él mismo.
También podemos considerar que es grosero aquel pretende obrar siempre bien, aunque en verdad no es egoísta, pero los demás pensarían que puede serlo porque se entrega a las cosas más bellas y mejores.
Al hombre de bien se le puede considerar egoísta, pero es un egoísmo distinto del de el vicioso. La gente censura al egoísta que sólo piensa en sí mismo y le dan lo mismo los intereses de los demás, lo único que quiere es salir beneficiado él. En cambio alaba a aquel que quiere conseguir lo mejor y se propone elevarse por encima de las demás personas practicando el bien, pero este tipo de egoísmo es bueno para él y para sus conciudadanos: No es el mismo egoísmo porque no sólo intenta beneficiarse a sí mismo. Lo único de lo que se beneficia más el egoísta bueno que los demás es del honor de hacer el bien.
El hombre virtuoso necesita amigos, porque si no los necesita es porque tienen todos los bienes, en los que está incluido el bien de la amistad; este bien es el más precioso de los bienes exteriores. El hombre de bien se comporta bien e intenta conseguir lo mejor para él y para los demás, por lo que tiene que tener amigos a quien poder proporcionar el bien que consigue. Pero también necesitamos amigos que nos ayuden en los momentos de desgracia. Es decir, que en todas las situaciones necesitamos amigos, ya para proporcionarles beneficios, ya para que nos ayuden. Por eso decimos que el hombre es un ser sociable. El hombre virtuoso debe tener amigos que también lo sean.
Aunque es necesario tener amigos, no podemos tener todos los que queremos. Cuando somos amigos por interés tenemos que dar algo a cambio de lo que recibimos; y no podemos devolver y reconocer todos los servicios si recibimos muchos; así, no podemos tener muchos amigos por interés porque sería imposible devolverles el favor, y entonces habría quejas y con razón, por no cumplir lo que le corresponde. Amigos por placer, basta con unos pocos. Y los amigos que quedan, por virtud, no pueden ser muchos, porque los amigos virtuosos son aquellos con los que vivimos y no podemos vivir con muchos, por lo que el número de amigos virtuosos debe ser el numero de personas con las que somos capaces de vivir en común. Entonces, los amigos míos, también tienen que ser amigos entre ellos, y esto es muy difícil. El amor, como la amistad por virtud, no se extiende a un gran numero de personas, ya que es el mayor grado de afección que podemos sentir por alguien; sólo podemos sentir amor por una persona.
Los amigos son necesarios siempre, y se desea tener amigos tanto en la fortuna como en la desgracia. Es más útil tener amigos en la desgracia, porque nos ayudan, pero es más noble tenerlos en la fortuna, la cual podemos compartir con ellos. Además es más agradable la presencia de amigos en la fortuna que en el infortunio porque no nos gusta que los amigos se aflijan con nuestras penas, en cambio, si nos gusta que se alegren de nuestra prosperidad.
En los momentos de desgracia el verdadero amigo debe acudir al auxilio sin la necesidad de que el que se encuentra en un mal momento tenga que llamarle. También, el verdadero amigo debe ayudar al otro a conseguir su fortuna si puede, pero nunca tomar parte de ella. Los amigos son agradables en todas las circunstancias. En la ocupación que constituye la vida de cada uno, que es en la que más encantos se encuentra, es en la que cada uno quiere que tomen parte sus amigos. La amistad de los hombres buenos aumenta en los momentos de intimidad.
PLACER Y FELICIDAD
Como ya se ha dicho, el hombre busca las cosas que le agradan y huye de las penosas; el hombre tiende al placer, el cual, para unos es un bien y, para otros un mal. Para Eudoxio, filosofo, el placer es el bien supremo, porque es el que todos los seres buscan y además desean, y el hecho de que todos lo deseemos hace que se convierta en un bien que es bueno para todos; en cambio del dolor huimos todos, entonces lo contrario del placer el dolor, ya que producen efectos contrarios en los seres. Lo que debemos buscar con preferencia ; el placer se considera una cosa digna de ser buscada con fuerza. Si el placer se une a otro bien, aumenta el deseo que nos hace buscarlo, se hace mas apetecibles. Entonces para razonado que el placer es un bien. Platón dice que un bien pero no el soberano, ya que cuando se une a otro bien se hace más apetecible, y el bien supremo no aumenta nunca porque es el supremo, lo máximo. Que el dolor sea un mal no justifica que el placer sea un bien por ser lo contrario, porque un mal puede ser opuesto a otro mal. Pero si placer y dolor fuesen males huiríamos de los dos, como penosos que serian.
El placer se ha de juzgar igual que las demás virtudes porque también es infinito, en cambio el bien es finito. El placer no es una satisfacción, pero esto no quita que si hay satisfacción no sea placer. Los placeres que nos producen vergüenza no son auténticos placeres. Los placeres son apetecibles si no proceden de cosas impuras. Podemos decir que el placer no el soberano bien ya que no todos los placeres son apetecibles.
El placer en cualquier momento es completo y no hay que esperar un tiempo para que lo sea, por lo que el placer, entonces, no es un movimiento, porque, éste, no es completo en todos los instantes en los que existe, y necesita el tiempo para producirse y para completarse.
El mejor acto es de aquella persona que está en mejores condiciones con relación al objeto más perfecto de los que están sometidos a este acto. También es el acto más agradable, y como la sensación más agradable es la más completa, es porque el ser esta bien dispuesto para el acto. El placer completa el acto, por lo tanto el placer no es continuo, ya que ninguna de las acciones del hombre lo son, porque las facultades humanas no son capaces de actuar sin parar. La vida es una especie de acto, entonces es completada por el placer; y si todos aman el placer es porque aman la vida. Los placeres que encontramos en los actos, son propios de ellos; cada acción tiene un placer particular, y esto placeres son aún más particularmente propios de la acción que los deseos que nos llevan a hacer estas acciones. Es decir, son más propios del acto, el placer que lo completa, que el deseo que nos ha hecho cometer dicho acto.
Hay distintos clases de placeres ya que los actos son distintos, y no un mismo placer puede completar a todos los actos. Cada placer es propio del acto que completa, por lo que habrá tantos placeres como clases de actos hay. Cuando intentamos hacer dos cosas a la vez el acto que nos parece más agradable tapa al otro, y cuanto más diferencia hay entre los actos, y más agradable nos parece alguno de ellos mayor será la turbación que produzca el acto más agradable sobre el otro. Por eso cuando una acción nos produce un placer muy vivo, nos parece que somos incapaces de sentir otro; en el caso de que si podamos sentir otros placeres, será porque ninguno de los dos es tan vivo que entorpezca a los demás. Los actos de los sentidos son diferentes, y como para cada acto hay un placer que le es propio, para cada sentido hay un placer que le es propio. De cada animal parece que hay un acto que le es propio, por lo que entonces, para cada animal hay un placer que le es propio; en cambio, entre las personas hay gran diferencia de unas a otras. Los verdaderos placeres son los que considera como tales el hombre virtuoso, los que completan sus actos. Los vicios pueden llegar a crear placeres, pero que en verdad no lo son, aunque el que no es hombre de bien crea que si lo son.
La felicidad es un acto de cierta especie, que se encuentra entre los actos que hacemos porque los hemos elegido y los que hacemos porque deseamos hacerlos por sí mismos. La felicidad debe bastarse por sí misma y no tener necesidad de ninguna otra cosa. Para la gente vulgar, la diversión es una parte de la felicidad; pero la felicidad no consiste en divertirse, porque la diversión no puede ser el fin al que todos aspiramos con nuestros actos, el fin de la vida. Aunque la diversión si es necesaria para ser felices, pero no lo que hace feliz a un hombre por completo. Las cosas serias son superiores a las gracias; incluso el acto más serio es el que sale de lo mejor de nosotros. Los actos que hacemos porque somos virtuosos, los que son propios de nuestras virtudes, son los que nos hacen ser felices, los que nos ayudan a llegar a la felicidad. El placer debe mezclarse con la felicidad. El entendimiento es el mejor acto que hay en nosotros, es el que mejor está conforme con nuestra virtud. Nos produce felicidad el saber. La vida del sabio es la más admirable por sí misma. Lo más propio del hombre es la vida del entendimiento, por tanto, ésta, será la vida que más placeres nos dé y más felices no haga. Es la mejor vida a la que cualquier hombre puede aspirar. Esta felicidad apenas pide bienes exteriores, o por lo menos, exige menos que la felicidad que es el resultado de la virtud moral. La virtud moral constituye al hombre, ya que está relacionada con las pasiones y con los principios de la prudencia. Pero hay bienes exteriores que son necesarios y ambas formas de ser felices los exigen para poder alcanzar la felicidad.
La felicidad conseguida por la inteligencia no necesita intención y acto, porque lo único necesario para poder alcanzar la felicidad a través de la inteligencia, es llevar una vida de contemplación. En cambio, para ser felices por virtud, deben aparecer tanto la intención como el acto.
Los seres son más dichosos contra más capaces son de reflexionar; la felicidad aumenta con la capacidad de pensar y reflexionar; así, el resto de animales no pueden ser felices porque no pueden pensar.
No es necesario para ser dichoso tener grandes recursos ni exigir el exceso de algo, siempre que nuestra vida sea guiada por la virtud. “Basta tener los recursos módicos de que acabamos de hablar, para que la vida sea siempre dichosa, si se toma la virtud por guía en su conducta.”. Solón aclara muy bien cual es el hombre dichoso al decir que “es el que, medianamente provisto de bienes exteriores, sabe ejecutar acciones nobles y vivir con templanza y modestia.”.
El sabio es el que más se parece a los Dioses, que son los que son verdaderamente virtuosos y felices, y por eso, es al sabio al que más quieren los Dioses. Entonces el sabio es el más virtuoso de los hombres.
Pero en las cosas en las que hay que practicar, no basta con observar y conocer para conseguir la felicidad por la inteligencia, sino que es necesario actuar y practicarlas. Igual pasa en la felicidad por virtud, no basta ser virtuoso teóricamente, sino que hay que actuar como un hombre virtuoso, hay que poner en practica la virtud que poseemos.
El hombre que llega a ser feliz, debe llegar por como es y no por como actúa cuando está bajo las ordenes de alguien y en este caso sólo actúa bien por el temor del castigo. Los hombres que viven buscando las pasiones no dirigen su vida por la razón, no dejan dirigir sus actos a menos que sea por fuerza que le sea impuesta. La única forma de dirigir a un hombre hacia el bien, y hacer que sea virtuoso por sí mismo y no por lo que le obligan a hacer, es enseñándole, y contra más pequeño, mejor; a través de la educación se puede cambiar o enseñar, pero es muy difícil cambiar hábitos que vienen de muy atrás. Debemos enseñar a ser virtuosos desde niños. Pero la educación no influye igual en todos los caracteres, y a algunos se les puede llevar hacia la virtud, mientras que a otros no. Para que un hombre llegue a ser virtuoso, tiene que haber sido bien educado.
Los legisladores tienen poder y gracias a él, pueden influir en el comportamiento de las personas. Deben utilizar este poder para atraer a los hombres hacia la virtud, pero si las personas son virtuosas a la fuerza, en verdad no lo son, porque su corazón no lo es. De la misma forma que una persona con corazón honrado no puede ser virtuosos si sus acciones no lo son; el que actúa con acciones propias del virtuoso, no lo será si su corazón no lo es. Solo la ley tiene el poder suficiente para influir en el comportamiento de las personas.
Si la educación publica actúa según la ley, las personas encaminaran su vida hacia la virtud; la enseñanza particular, es más especifica y se centra más en cada persona, porque no todos somos iguales y a cada uno hay que corregirle una actitud.
Los legisladores son los únicos que, gracias a su poder, pueden cambiar la humanidad.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco” Libro segundo, Capítulo III, páginas 102 y 103.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro segundo, Capítulo VI, página 109.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro III, Capítulo II, página 129
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro III, Capítulo IV, página 136.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro III, Capítulo V, Páginas 137 y 138.
Aristóteles, “Moral a Nicómaco”, Libro III, Capítulo VIII, página 146.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro IV, Capítulo II, Página 175.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro V, Capítulo I, Página 201.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro V, Capítulo I, Página 201.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro V, Capítulo I, Página 204.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro V, Capítulo IV, Página 215.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro V, Capítulo VII, Página 225.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro V, Capítulo IX, Página 231.
Aristóteles “Moral, a Nicómaco”, Libro V, Capítulo X, Página 236.
Aristóteles, “Moral a Nicómaco”, Libro VIII, Capítulo I, Página 314.
Aristóteles, “Moral, a Nicómaco”, Libro VIII, Capítulo V, Página 325.
Aristóteles, “moral a Nicómaco”, Libro VIII, Capítulo IX, Página 334.
Aristóteles, “Moral a Nicómaco”, Libro VIII, Capítulo XII, Página 342.
Aristóteles, “Moral a Nicómaco”, Libro IX, Capítulo VII, Página 366.
Aristóteles, “Moral, a Nicómaco”, Libro X, Capítulo IX, página 410.
Aristóteles, “Moral, a Nicómaco”, Libro X, Capítulo IX, página 410.
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Enviado por: | Esther |
Idioma: | castellano |
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