Religión y Creencias


Judaísmo


Nacimiento y desarrollo del Judaísmo

La caída de Jerusalén (587) y la deportación marcan el final de la monarquía israelita. Podría haberse creído entonces que el tiempo del destierro acabaría destruyendo en los corazones lo que ya había sido destruido en las instituciones. Podría muy bien suceder que los desterrados se vieran asimilados sin más a sus vencedores, seducidos por su brillante civilización, y que la fe en las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob desaparecerían para siempre en el olvido.

Pero Dios es fiel. Quizá estén ellos lejos de Jerusalén y del templo, pero la energía divina no conoce fronteras. Con la velocidad del relámpago, su trono se desplaza de un lugar a otro de la tierra. Dios ve a su pueblo y lo acompaña siempre, en cualquier sitio en que se encuentre; su realeza por tanto sigue intacta. (Tal es el sentido del prodigioso primer capítulo de Ezequiel, tan importante, dicen los judíos, que no debería leer­lo ningún hombre de menos de 40 años). Ez 1

De esta realeza continuada se deduce que, en lugar de la decadencia tan esperada, Israel se vio elevado por una poderosa corriente espiritual que va a conducirlo hasta la madurez definiti­va de su fe.

A esta corriente se le ha dado el nombre de judaísmo, ya que nació de la meditación atenta de las tradiciones bíblicas recogi­das desde hacía dos siglos en Jerusalén, la capital del reino de Judá.

Es verdad que los deportados tuvieron que abandonar su ciudad y su país, pero en su equipaje se llevaban su biblia (al menos lo que de ella había por entonces, ya que estaba aún incompleta). La meditación de estos textos fundacionales es lo que les fue ofreciendo día tras día la ocasión de enraizar la confianza en su elección. En Babilonia, en el destierro, es donde las gentes de Judá, los «judíos», empezaron a asumir su papel histórico de pueblo portavoz de Dios.

Decir que Jesús era un judío es también una manera de recordar que su pensamiento y su obra tienen su arraigo en aquel ambiente: el del destierro y el del retorno, del que vamos a hablar a continuación.

7/ Los tiempos del destierro (538): desde el seno de la angustia, los profetas abren el porvenir

Las Lamentaciones

La primera expresión literaria que data de los tiempos del destierro es un grito de dolor. En el Judá devastado, un poeta medita sobre las ruinas de la ciudad santa. A pesar de la situación desolada, afirma que los acontecimientos que acaban de suceder tienen un sentido: Jerusalén ha sido castigada por Dios por sus faltas, pero ese castigo no quiere decir que el Señor se haya olvidado de su pueblo. Algún día le perdonará y la ciudad de David volverá a florecer .

La obra contiene cinco odas compuestas al estilo de los himnos fúnebres de su tiempo. Describe en términos conmove­dores el drama que se acaba de vivir y el carácter aparentemente sin esperanzas del momento presente. A través de una confe­sión de las faltas cometidas, lanza una llamada al Señor .

Prolongando de una forma nueva el mensaje de Jeremías, estas lamentaciones han sido muchas veces publicadas con su nombre.

El profeta Ezequiel

Al problema acuciante que plantea el hundimiento de Judá, el profeta Ezequiel ofrece una respuesta radical: era menester que el viejo organismo muriera para que volviera a nacer algo nuevo. Este sacerdote convertido en profeta había sido deportado a Babilonia después de la primera invasión caldea del año 598. Muy pronto se había opuesto a todos los que seguían esperando todavía que la rebelión de Sedecías contra Nabucodonosor les traería una liberación rápida. Había proclamado que la causa estaba perdida y que el templo mismo no podía ser una garantía contra el desastre. Había descrito al Señor abandonando aquel lugar en que se había instalado la depravación del pueblo; el porvenir dependía en adelante de la comunidad deportada. Hablando en nombre del Señor que se le había revelado, el profeta hace explotar la visión estrecha nacionalista que todavía dominaba en muchos. Denunciando los delitos del pasado, in­troduce una concepción nueva de la responsabilidad moral per­sonal. Con su palabra, y sobre todo con sus gestos-signos sor­prendentes, invita a los deportados a la conversión.

El año 587, la caída definitiva de Jerusalén acaba con las ilusiones que todavía reinaban. A contracorriente de la ola de desconfianza, Ezequiel se convierte entonces en el cantor de la esperanza: Dios vendrá a renovar el corazón del hombre dándole su Espíritu. Los que gocen de su misericordia no podrán menos de reconocer humildemente sus faltas pasadas y cantar la gloria del Señor. El profeta describe también el castigo de las naciones paganas al final del gigantesco combate cósmico que librará contra Gog, rey de Magog, caudillo de las fuerzas del mal. Ez 36,26

Denuncia entonces a los responsables de la derrota: los prín­cipes y los sacerdotes mismos. Y anuncia que un día Dios enviará al buen pastor que se pondrá de veras al servicio de las ovejas. Ez 34, 11-16; Jn 10,11-17

En aquel tiempo, las instituciones degeneradas dejarán su sitio a instituciones nuevas. En términos simbólicos, el profeta describe el templo nuevo, en el centro de la Jerusalén recons­truida. Alrededor de la ciudad volverá a florecer el desierto, y hasta el mar Muerto volverá a tener vida.

Más que otros muchos, el libro de Ezequiel ha contribuido a modelar el lenguaje del evangelio: Jesús se presentará especial­mente como el buen pastor anunciado. El Apocalipsis de Juan recogerá las imágenes del profeta para describir la nueva crea­ción que Dios realizará al final de la historia. Ap 21, 9-22, 5

Léase particularmente:

- La visión y la misión de profeta (Ez 1-2).

- El anuncio de la destrucción de Jerusalén (Ez 4-5 ).

  • Reflexiones sobre la responsabilidad moral personal (Ez 18).

- Promesas de porvenir (Ez 34; 36; 37).

- La nueva Jerusalén (Ez 47,1-12; 48, 30-35).

El libro de la consolación de Israel (Is 40-55)

¿Cómo creer todavía en Dios? ¿Cómo esperar en él, cuando todas las representaciones que se habían dado de él se han venido abajo ante los golpes de la tragedia? A estas cuestiones es a las que intenta responder un profeta que escribió a finales del destierro. Como su obra es una prolongación del mensaje de Isaías, se incorporó su escrito a las obras de su lejano predecesor .

Dios no es eso que pensáis, afirma el profeta. Es el Dios del universo entero; la divinidad caldea que parece triunfar sobre él no es en realidad más que un ídolo, una creación de la imagina­ción humana. El verdadero Dios es el que creó el universo entero. Es el señor de la historia.

Pero he aquí que el oriente vuelve a ponerse en ebullición. Ciro, rey de los persas, amenaza con sumergir a Caldea, cada vez más en decadencia. Se dice que ese príncipe se muestra más abierto. ¿Estará cerca la liberación? ...

Entonces es cuando se levanta el grito jubiloso del profeta: “Consolad a mi pueblo” dice el Señor (Is 40, 1-11). Mañana, Jerusalén vol­verá a vivir y tornará a ser el centro del mundo. El texto mues­tra cómo actuará el Señor a través de Ciro, su enviado, su «mesías» ; pero la perspectiva se ensancha: el profeta vislumbra otro mesías venidero, que no será ya un guerrero, sino un siervo humilde, que vendrá a renovar desde dentro el orden del mun­do. Dará incluso su vida por la muchedumbre. ¿Quién será ese personaje? Este interrogante se clava desde entonces en el corazón de la historia de Israel. Se abre una puerta a la esperanza.

Léase en particular:

- El anuncio de la liberación y la proclamación de la grandeza del Señor (Is 40-41; 42, 8-43, 12; 44,6-45, 25; 48; 49, 8-26; 51, 1-52, 12; 54-55).

  • Los cantos del siervo (Is 42, 1-7; 49, 1-9; 50,4-9; 52, 13-53, 12).

8/ La vuelta del destierro y el afianzamiento del judaísmo bajo la dominación extranjera

La vuelta a Jerusalén

Esd 1,2-4; 6,2-5 2 Cr 36, 23

El año 539, Ciro, rey de los persas y de los medos, conquista Babilonia. El año siguiente, el 538, autoriza mediante un decreto el regreso de los judíos deportados a su patria.

Sin embargo, muchos judíos se quedaron en Babilonia, donde formaron en adelante una colonia numerosa. Para los que regresaron a Palestina, el entusiasmo inicial dejó paso muy pronto a la decepción. Las ciudades estaban devastadas. La tierra estaba ocupada por extranjeros hostiles a los recién llegados. Estaban en concreto los colonos implantados en el país después de la caída de Samaría. Aunque se habían sometido al Dios de los judíos, éstos se mantenían a distancia de aquellos nuevos samaritanos a los que consideraban como gente radicalmente distinta religiosamente impura; aquello suscitaba su hostilidad.

Habían creído en una realización rápida y total de las promesas proféticas, pero la realidad era mucho más complicada. Vacilaban incluso en emprender la reconstrucción de Jerusalén y del templo.

Intervienen entonces tres profetas.

El profeta Ageo

Hacia el año 520, Ageo invita a sus compatriotas a poner las cosas en su punto. No cabe duda de que las dificultades se deben a una situación económica desastrosa: el país acaba de conocer un largo período de sequía. Mas no es eso lo más grave. Los más ricos se levantan hermosas mansiones pero han abandonado la empresa esencial, la reconstrucción del templo en que Dios haría de nuevo sensible su presencia en medio de los suyos.

Este libro, muy corto, puede leerse dt

El profeta Zacarías (Zac 1-8) (véase también p. 94)

El punto de partida del mensaje de Zacarías es la situación política del momento. El imperio persa parece estar firmemente establecido. Por tanto, no hay nada que permita esperar conse­guir esa independencia soñada. Zorobabel, el alto comisario nombrado por la potencia de ocupación, es ciertamente un des­cendiente de David, pero su poder es muy limitado. Josué, el sumo sacerdote, no refleja en nada el antiguo poder sacerdotal. Con sus visiones, Zacarías muestra cómo esta triste realidad no es más que la otra cara de un mundo distinto, mucho más real. Se va a manifestar la verdad profunda. Las tinieblas se van a disipar. Poeta “surrealista”, el profeta señala cómo la cólera de Dios va a abatirse sobre los malvados y cómo Jerusalén va a verse exaltada. Desde ahora, Dios concede todo su valor al sacerdocio encargado de mantener la pureza del pueblo elegido. Zacarías anuncia igualmente la venida próxima del germen, ese mesías gracias al cual el Señor se hará de nuevo presente en su templo.

De este libro, algo difícil, se leerá sobre todo 1, 8-16; 3; 8.

Un profeta desconocido completa el libro de Isaías (c.56-66)

Marchando contra corriente de todos los derrotistas, un profeta anónimo, cuyos escritos se incorporarán al libro de Isaías, intenta devolver la confianza a las personas desilusiona­das. Recuerda que lo que impide la salvación es el pecado. Por tanto, hay que emprender de nuevo la lucha contra la idolatría y contra la injusticia. Dios va a hacer que surja pronto un mundo nuevo. En efecto, es un Padre que no deja de perdonar. Manifies­ta su absoluta fidelidad al pueblo que escogió una vez para siempre.

El profeta plantea además el difícil problema de la actitud que adoptar con los extranjeros. Aunque sigue anunciando la destrucción de las naciones paganas, obstinadas en el mal, invita a la nación judía a acoger en el templo a los paganos convertidos a la verdadera religión. Dios llegará incluso a escoger sacerdotes de entre ellos.

Léase especialmente:

- La llamada a la conversión (Is 58-59).

- El anuncio de la salvación final (Is 60-62; 66, 5-16).

- La meditación sobre la historia de Israel (Is 63,7-64,11).

- La promesa a los extranjeros (Is 56, 1-9).

La comunidad judía bajo el régimen persa y luego bajo los griegos

El año 515 se reconstruye el templo. Dos judíos, converti­dos en altos funcionarios de la corte persa, proseguirán la obra de restauración.

Gozando de influencia política, Nehemías vuelve a Palestina (entre los años 445 y 433). Es un constructor. A pesar de la oposición de los samaritanos, hace reconstruir las murallas de Jerusalén. A pesar de las dificultades que encuentra entre los mismos jerosoli­mitanos, poco preocupados del bien común, lleva a cabo este trabajo que habrá de ofrecer la seguridad a la ciudad.

Hacia el año 398, el rey Artajerjes quiere organizar palesti­na en contra de Egipto que empieza a constituir una amenaza contra Persia. Envía a Esdras a Jerusalén con la misión de poner orden en el país. Esdras restaura solemnemente la Torá, que se convierte en la ley judía oficial. Es un momento importante para el judaísmo, al que da su forma definitiva de comunidad religiosa centrada en la meditación de la palabra de Dios. Durante varios decenios, Israel vivirá en paz bajo la administración persa.

El año 333 es una fecha importante. El joven rey de Mace­donia, Alejandro, conquista Grecia, destruye el poder de los persas y se forja un inmenso imperio que se extiende desde Egipto hasta la India. Extiende la cultura griega y hace de la lengua de su pueblo la lengua común (koiné: tal es el nombre griego que se le da a esta lengua, a la que será traducido el Antiguo Testamento y en la que se escribirá el Nuevo). A su muerte, sus generales, los diadocos, se reparten las tierras con­quistadas. A Tolomeo, hijo de Lagos, le corresponde Egipto (de ahí el nombre dado a su dinastía: los láguidas); a Seleucole toca Siria y los territorios del nordeste ( dinastía de los seléuci­das).

Palestina se queda al principio bajo la autoridad láguida, Los judíos pueden entonces vivir en paz, guardando el estatuto que tenían bajo la dominación persa, pero en el año 198 pasan a depender de los seléucidas, entrando en un período agitado sobre el que volveremos más adelante.

A lo largo de este período nacieron algunos libros bíblicos: la obra del Cronista y los últimos escritos proféticos.

Sin duda al comienzo de la época griega, un teólogo anónimo, al que se designa como el Cronista, emprende la composi­ción de un inmenso cuadro en donde se subraya vigorosamente la acción de Dios manifestada en la historia.

  • A partir de fuentes existentes, reescribe los libros de Es­dras y de Nehemías, relatando todas las dificultades con que tropezaron los judíos al volver a Jerusalén después del destie­rro. Subraya fuertemente el carácter purificador de la obra rea­lizada por los dos héroes de Israel: Esdras, en concreto, había aplicado la ley en toda su rigurosa integridad. Había tomado medidas severas contra los matrimonios contraídos entre los judíos y las mujeres extranjeras. La comunidad que se había salvado de la prueba tenía que guardarse de toda contaminación pagana. ¡Tenía que formar un pueblo de “puros”!

Pero la colección de las Crónicas ahonda más en la reflexión teológica. Desea sacar la lección de toda la historia pasada, para que Israel no vuelva a caer en los viejos errores. Intenta sobre todo mostrar cómo toda la obra divina se centra en el culto del templo, por el que el pueblo da un sentido a su existencia. Para ello parte de la creación. Muestra cómo ella condujo a la fundación de Israel y luego a la elección de una tribu escogida entre las demás: la de Judá, en la que nació David. Exalta vigorosamente la obra de éste, así como la de Salomón: en estos dos personajes ve ante todo los creadores del templo y de su culto. Recogiendo luego los relatos de los dos libros de los Reyes, demuestra cómo todos los fracasos de Israel, y es­pecialmente los de Judá, se deben al abandono de la tradición cultual.

  • Consecuencia de este proyecto teológico: los dos libros de las Crónicas están marcados de un carácter moralizante y cultual muy acentuado. Contribuyen a sacralizar todo lo que afecta a la liturgia judía. Esto permite sin duda a un pueblo aplastado, que duda de su misión, encontrar de nuevo cierto sentimiento de identidad.

Los libros de las Crónicas son especialmente interesantes si se compara su texto con los pasajes paralelos de los Reyes. En efecto, esto permite captar bien el proyecto teológico de la obra y la forma con que intenta reinterpretar la historia.

- Compárese en particular 1 Cr 17,1-15 con 2 Sm 7, 1-17.

- En el libro 1 de las Crónicas puede leerse; 15-17y 22-29.

- En el libro 2; 1-7; 9, 1-11, 17; 13; 17-20; 22-24; 28-35.

- En el libro de Esdras, léase sobre todo; 1, 1-6; 3, 3-4; 5, 5-10, 17.

- En el libro de Nehemías; 1,1-7,5; 8,1-10,1; 10,29-37; 13, 4-31.

Los últimos escritos proféticos

Esta época es la de los últimos escritos proféticos.

El profeta Abdías

El año 587, los edomitas, establecidos en las montañas del sur del mar Muerto, se habían aprovechado cobardemente de la caída de Jerusalén para entregarse al pillaje. Abdías se lanza contra ellos. En su orgullo, Edom se creía protegido de los invasores. Pero no será así. Su nación será castigada. Pronto llegará el día del Señor. Dios castigará a todos los que se hicie­ron culpables de crímenes y traerá la salvación a los fieles.

De este libro, muy corto, conviene leer los v. 16-21.

El profeta Joel

El país acaba de verse asolado por una invasión de salta­montes. Joel, ecologista a su manera, establece una relación natural entre esta plaga natural y el pecado. En nuestra época, en que percibimos agudamente hasta qué punto la polución que nos amenaza está ligada al egoísmo de los individuos y de los grupos, su mensaje merece una especial atención. El profeta invita a los hombres a renacer bajo la acción del Espíritu. Algún día, el Señor vendrá a derramarlo sobre «toda carne».

Léase especialmente 1,13-20; 2, 10-17; 3,1-5; 4,9-21.

La colección de Malaquías

Hacia el año 460, este escrito anónimo (Malaquías quiere decir «mi enviado», y está sacado del c. 3, v. 1) reacciona contra la indiferencia general, tanto en materia de costumbres como en materia religiosa. Muchos judíos parecen considerar las tradi­ciones antiguas como «superadas». Malaquías dice que no es así, ni mucho menos. Es verdad que parece retrasarse la realiza­ción del gran proyecto de Dios y que el mundo sigue como era, pero esto no justifica ni la relajación del clero y del pueblo que se contentan con un culto formalista, ni el laxismo de las costum­bres conyugales. Después de condenar estas formas de deca­dencia, Malaquías subraya que la religión es una religión de amor. Anuncia el sacrificio perfecto que algún día vendrá a ofrecer el mesías esperado. Predice la llegada del mensajero de Dios, que juzgará a todos los que oprimen a sus semejantes.

Este libro, muy corto, puede leerse de una sola vez.

La continuación de Zacarías (Zac 9-14)

Cuando Persia sucumbe bajo el poder de Alejandro, mu­chos judíos se preguntan si no habrán llegado ya los tiempos mesiánicos. El «segundo Zacarías» (cuyo libro se añadió a la obra del «primero») subraya que la llegada del mesías no puede tomar una forma violenta. Es verdad que Dios vendrá algún día a restablecer la «casa de David», pero el verdadero salvador será una persona humilde que vendrá a reunir a las ovejas dispersas ya consagrar el país al Señor. La salvación final estará ligada a la muerte de un misterioso personaje, «aquel a quien traspasa­ron». No tiene entonces nada de extraño que los evangelistas se refiriesen luego a este escrito profético para describir la obra de Jesús.

Léase en especial 9, 9-10; 12; 14.

En esta época de relativa tranquilidad florecen en abundan­cia los escritos sapienciales.

Un escrito sapiencial o de sabiduría es una obra a través de la cual los ambientes judíos más cultos intentaron responder desde la fe a ciertas cuestiones esenciales que se plantean los hombres de todos los tiempos.

No cabe duda de que el Pentateuco y los escritos proféticos presentaban ya estas respuestas, pero lo hacían ante todo recor­dando las hazañas de Dios, hazañas sobre las que se centraba entonces la meditación de creyentes suficientemente lúcidos y capaces de descifrar el sentido de la historia. Así es como reci­bieron la revelación de la palabra de Dios.

Los escritos sapienciales se refieren también a esta palabra. Pero son además el fruto de una reflexión humana que parte de la observación de la vida cotidiana. Se refieren a la experiencia común.

El sabio es un hombre que ha viajado, que ha entrado en contacto con otras culturas, que ha acumulado así una expe­riencia práctica. Presenta entonces el fruto de su meditación bajo formas diversas: sentencias, poesías, o pequeños relatos simbólicos o morales que revisten una apariencia más o menos histórica.

El libro de Rut

La reforma de Esdras el año 398 había traído consigo medidas severas. Los judíos que se habían casado con extranjeras tuvieron que separarse de ellas, para que se asegurara así la pureza de la comunidad. Con cierto humor, el libro de Rut recuerda que, según la tradición, el gran rey David era descendiente de una extranjera, de una moabita. Cuando murió su marido, salido de la tribu de Judá, Rut había regresado a Belén, el país de su esposo. La protegió, y se casó luego con ella Boaz, un pariente lejano que deseaba cumplir con las obligaciones de la ley suscitando una descendencia a un hombre fallecido sin hijos. De esta unión nació Obed, el padre de Isaí (o Jesé), padre a su vez de David. Lección de universalismo que viene a puntualizar una interpreta­ción rígida de la vocación particular del pueblo elegido. Cual­quier hombre puede unirse a este pueblo, desde que puede decir convencido: «Tu Dios será mi Dios".

La obra, muy corta, merece ser leída entera.

Jonás

Aunque esta obra está clasificada entre los libros proféticos, constituye en realidad una parábola que tiene que ver con los escritos sapienciales. Jonás figura al pueblo de Israel que se niega a comprender la misión universal qu~tiene en la historia. Llamado a predicar a Nínive, la ciudad pagana enemiga, Jonás intenta eludir la llamada del Señor. Huye hacia el oeste, pero esto lo lleva al abismo (tal es el sentido del célebre episodio que lo muestra tragado por un pez gigantesco). Liberado por Dios, se decide finalmente a predicar la conversión a la ciudad peca­dora, pero, cuando ésta se convierte, él se sigue rebelando. Negándose a alabar la misericordia divina, se encierra en sus pequeños problemas. Así, pues, a través de él se denuncia la estrechez de corazón del pueblo elegido, celosamente encerra­do dentro de sus privilegios.

Citando a Jonás, Lucas mostrará cómo Jesús es el que viene a llamar a todos los hombres a la conversión. Mateo ve también en este antiguo relato una imagen de la resurrección del Señor .

Vale la pena leer toda entera esta obra, muy corta.

Job

El gran problema con que los hombres se encuentran a lo largo de toda su existencia y que sigue siendo el mayor obstáculo para la fe es el problema del mal. Si Dios existe, ¿cómo puede permitir que sufra el inocente?

Israel tropezó continuamente con esta cuestión. A lo largo de su historia, intentó darle diversas respuestas, pero todas ellas se mostraron insuficientes.

El libro de Job es un inmenso poema en el que el al en cuestión todas las afirmaciones teológicas tradición; el mal, mostrando su vacuidad.

Job, el justo, se ve colmado de males. Sus amigos intentan convencerle de que todo lo que le ha ocurrido tiene que ser necesariamente justo, pero el desventurado destruye toda su argumentación. El sabe que no ha pecado, y llega incluso a preguntarse si no será Dios injusto. Le gustaría encontrarse con él para exponerle sus quejas.

Ni Job ni sus amigos se presentan como judíos. Los escritores judíos de esta época se abren a menudo a la búsqueda religiosa que expresa la sabiduría de otros pueblos. Esto vale también para el libro de los Proverbios.

Job 38, 1-2; 42, 1-6

Job 42, 7

Dios habla finalmente, pero no ya para explicarse o para consolar a Job, sino sencillamente para preguntarle: «¿Con qué derecho me pides cuentas?». Aceptando entonces su condición de criatura, Job se calla sin comprender, pero adorando a Dios.

«Sólo Job ha hablado bien de mí», declara Dios. Se recuerda por tanto que las mejores explicaciones del mal no valen nada y que sólo queda en pie la confianza.

De esta forma, el problema del mal sigue siendo una cuestión abierta. Más tarde, en la cruz, Cristo vivirá a fondo su carácter escandaloso. Sin dar él mismo ninguna explicación, afirma solamente que es posible vencerlo por el amor y que esta victoria es fuente de vida.

En este libro, muy largo, léase en especial:

- Los pasajes en prosa que forman la trama del relato (!o, - La descripción de la desesperación de Job (!ob 3, 6-7; 2 - El poema sobre la sabiduría, realidad inaccesible al hombre, (!ob 28).

- El discurso de Elihú (!ob 33-34).

- La intervención de Dios y las respuestas de Job (Job 38, 42, 1-10).

El libro de los Proverbios

Esta obra ilustra bien lo que puede ser la literatura sapiencial y su evolución.

Lo constituyen nueve colecciones de sentencias de diversos orígenes y estilos. Algunos textos podrían remontarse al rey Salomón, a quien por otra parte se le atribuye el libro. La colección de los sabios puede relacionarse con textos egipcios similares. Dos conjuntos tienen como autores a sabios extranjeros, lo cual indicaría hasta qué punto la reflexión de Israel seguía abierta a las corrientes de pensamiento de la época. La lección enseñada por la Sabiduría personificada resulta de orden bastante práctico: lo importante es tener éxito en la vida presente. Se da a entender que la virtud conduce a la felicidad y el vicio a la muerte: una visión de las cosas que el libro de Job denunciaba como francamente insuficiente. Como afirmaban los mismos sabios judíos, la reflexión basada en la mera experiencia humana es incapaz de entregar el último secreto de la vida.

Léase en particular;

- El prólogo (Prov 1-9).

- El pintoresco retrato de la perfecta ama de casa (Prov 31). Podrán leerse muchas sentencias imposibles de clasificar aquí.

Qohelet, o el Eclesiastés

Escritos sapienciales del período griego

¡Un libro muy extraño! Parece la obra, no ya de un creyen­te, sino de un escéptico asqueado de la vida. «¡Vanidad de vanidades y todo vanidad!". La acción, la política, el amor, el placer: ¡todo es viento! Lo importante es una vida tranquila y sin complicaciones, en la medida de lo posible. ¡Naturalmente que existe Dios! Hay que respetarle. Pero está lejos de nosotros y el mundo es absurdo. .

En realidad, este libro es infinitamente más positivo de lo que parece a primera vista. Limpia la atmósfera. Arranca las ilusiones. Denuncia las falsas respuestas que el hombre intenta darse para huir de los problemas que le angustian ya los que no sabe cómo responder. En este sentido, hace saltar los interro­gantes humanos. Al señalar el callejón sin salida de la experien­cia encerrada en perspectivas limitadas, obliga a estar alerta. Alerta ¿para qué? Para el evangelio, responden los cristianos. El autor se presenta bajo el nombre de Qohelet ( el predica­dor de la asamblea, o Eclesiastés) y se identifica artificialmente con Salomón.

Léase más particularmente;

- La vanidad de la vida (Ecl1 ).

- Un tiempo para cada cosa (Ecl3, 1-15).

- La vanidad de las riquezas (Ecl5, 9-6, 12).

- La felicidad del sabio (Ecl8). "'

- Las alegrías de la vida como don de Dios (Ecl11, 7-12,14).

El Cantar de los cantares

Resulta extraño encontrar en la biblia este largo poema de amor humano en el que, si exceptuamos una simple alusión, no se mencio­na a Dios. Describe en términos ardientes la pasión que anima a dos enamorados. Estos se encuentran, se pierden, se buscan, se vuelven a encontrar y se unen en el gozo. ¿Hay aquí algo más que una magnífica expresión del amor erótico? Cant 8, 6

Seguramente este texto recoge algunos cantos compuestos con ocasión de unas bodas, pero han sido utilizados como la expresión simbólica privilegiada de la relación amorosa que une a Dios con el hombre. Se mantiene así y se amplifica toda aquella idea, ya presente en el relato de la creación y luego repetida por algunos profetas, según la cual el amor del hombre y de la mujer es la realidad humana que permite vislumbrar mejor la relación con Dios. Al descubrirse en su diferencia, pero también en una reciprocidad perfecta, dos seres dan senti­do a la creación divina. Reflejan a Dios mismo. Tanto entre los judíos como entre los cristianos, este poema ha dado origen a toda una serie de escritos místicos. Tal es el caso, por ejemplo, de san Juan de la Cruz.

Léase el conjunto del libro.

Tobías ( deuterocanónico )

Este libro es un cuento edificante cuyo contenido nos remi­te a los tiempos del destierro. Exalta las virtudes tradicionales del hombre justo : Tobit permanece fiel a la ley divina, a pesar de la prohibición de los dirigentes babilonios, y por eso se queda ciego. Al final del relato, queda curado gracias a la intervención milagrosa del arcángel Ra­fael con quien su hijo Tobías se ha en­contrado en su viaje.

Sara, una joven virtuosa, pero bajo el signo de una maldición por obra de un demonio terrible, queda igualmente li­bre del mal y puede casarse con el hijo de Tobit.

De esta manera se afirma que Dios, aparentemente lejano, no deja de preo­cuparse del hombre, y viene finalmente a librarle de todos sus males.

Rafael significa: «Dios ha curado».

Léase:

- La oración del anciano Tobit (Tob 3, 1-6).

- La oración de Sara (Tob 3,11-15).

- La oración de Sara y del joven Tobías en la cámara nupcial (Tob 8 ).

- La oración de Tobit al recobrar la vis­ta (Tob 13, 1-10).

El Sirácida o Eclesiástico (deuterocanónico)

Esta obra es la traducción griega que hizo un judío de la obra escrita por su abuelo a comienzos del siglo II a. C. El título Eclesiástico significa que este libro podía ser leído en las asambleas.

En un momento en que muchos de sus compatriotas sienten la tentación de dejarse modelar por la cultura griega, el sabio Sirá intenta mostrar que sólo la fe en Dios puede procurar la verdadera sabiduría y llevar a la felicidad.

Esta colección de reflexiones morales refleja la mentalidad del que llamaríamos hoy un burgués piadoso e ilustrado, con­vencido de que, a pesar de todas las dificultades de la vida, todo se le va solucionando al que permanece fiel a la ley divina. Contiene muchos e interesantes cuadros costumbristas.

Léase especialmente;

- El himno a la sabiduría (Eclo 1,11-20).

- Descripción del gozo de quien busca la sabiduría (Eclo 4, 11-19).

- Descripción de la sabiduría divina, presente en el corazón del mundo (Eclo 24).

- Elogio de la creación (42,15-43, 33)y «galería de los antepa­sados» (Eclo 44s).

Se podrán ir desgranando muchas reflexiones juiciosas relati­vas a las diversas circunstancias de la vida cotidiana.

9/ En tiempos de la persecución y de la resistencia

El paso de la dominación persa a la dominación griega no trajo al principio ningún cambio de importancia a la existencia judía. No ocurre lo mismo cuando los lejanos sucesores de Alejandro entran en lucha unos contra otros.

El año 198, los elefantes sirios derrotan a las tropas egipcias. El rey seléucida, Antíoco III, les quita Palestina a los vencidos. Los láguidas habían sido tolerantes. Los seléucidas preten­den imponer a la fuerza la cultura griega a todos sus administra­dos.

El año 167, Antíoco IV declara abolidos los privilegios que se les reconocían a los judíos. Prohibe el sábado y la circunci­sión e instala en el templo «la abominación de la desolación»: una estatua de Zeus.

El pueblo de Dios se divide. Están los colaboracionistas que aceptan la helenización. Están los que piensan que hay que reconstruir primero a Israel sobre unas bases espirituales y se pronuncian por la resistencia pasiva (formarán la secta de los fariseos). y están finalmente los partidarios de la rebelión arma­da: un sacerdote huye al monte con sus cinco hijos. Uno de ellos, Judas, apodado el Martillo o Macabeo, dará su nombre a la familia. Consigue liberar Jerusalén. El 15 de diciembre del año 164, vuelve a establecerse el culto en el templo (la fiesta judía de la Dedicación conmemora este acontecimiento). Sus hermanos, que le suceden, fundan la dinastía de los macabeos o dinastía asmonea.

Desgraciadamente, los resistentes de coraje indomable se convertirían pronto en tiranos. Los sucesores de Judas se hacen nombrar sumos sacerdotes por los reyes seléucidas y llegan a perseguir violentamente a los judíos fieles.

El año 63, los judíos, divididos, piden el arbitraje de Roma. Pompeyo se decide en favor de una facción y viene a poner sitio a Jerusalén. La independencia había durado poco tiempo. En adelante, el país queda sometido a la dominación romana y luego a la bizantina, bajo la cual permaneció hasta el siglo VII de nuestra era, fecha de las invasiones árabes.

La literatura bíblica de esta época traduce las diferentes acti­tudes adoptadas por los judíos en su confrontación con el hele­nismo.

La literatura de la resistencia armada

El primer libro de los Macabeos (deuterocanónico)

Hacia el año 100, un escritor se pone a relatar la epopeya de Judas Macabeo y la de sus dos hermanos, Jonatán y Simón. Considera que la lucha emprendida por estos héroes es la conti­nuación de la guerra santa emprendida en tiempos de los jueces y de los reyes. Los macabeos son los auténticos defensores de la ley, y el «cielo» combate en su favor. El helenismo es el mal absoluto. Los que pactan con él son unos traidores. Los verda­deros fieles se afianzan en la prueba.

Léanse sobre todo los c. 1-4.

El libro de Judit (deuterocanónico) y el libro de Ester (parcialmente deuterocanónico )

Dos pequeños relatos novelescos en forma histórica contri­buyen a sostener el entusiasmo de los partidarios de la lucha violenta contra los perseguidores. Los dos personajes centrales son dos mujeres; con su habilidad, logran detener la catástrofe que amenaza abatirse sobre Israel; pero se subraya con cuidado que no son más que los instrumentos de Dios; él es el que actúa y el que salva. Para ello se sirve de unos seres considerados como los más débiles. Si el Señor ha actuado así en el pasado, podemos esperar confiados en el porvenir. Basta con volverse a él con confianza.

En Judit léase especialmente el discurso de Ajior (5,5-21), el de Judit (8, 11-27) y su plegaria (9,2-14).

Léase el conjunto del libro de Ester hasta el c. 9.

La literatura de la resistencia espiritual

El segundo libro de los Macabeos (deuterocanónico)

Es el resumen de una obra en cinco volúmenes escritos por Jasón de Cirene, literato que vivía en país griego. El autor, un gran creyente, no deja de hablar de un Dios al que hace interve­nir en los acontecimientos humanos. En su escrito, que a veces se parece más a un sermón que a un relato histórico, muestra cómo el Señor castiga a los perseguidores. Los sufrimientos de los justos martirizados tienen un sentido: le merecen al pueblo la reconciliación con Dios. Afirma con claridad su fe en la resurrección de los muertos. Incorpora a su libro dos cartas enviadas a las comunidades judías establecidas en el país griego.

Léase en particular el c. 10.

El libro de Daniel

Hacia el año 164 a. C., cuando la persecución se hace más violenta, aparece una obra de la que se dice que fue escrita por el profeta Daniel en tiempos del destierro en Babilonia. Como describe bajo una forma simbólica los acontecimientos que se viven en el presente y anuncia una liberación próxima, su men­saje es recogido con gozo. Es un libro de esperanza.

El libro encierra dos géneros de escritos muy diferentes :

  • Varias historias piadosas (haggadás, como dicen los judíos). (c. 1-6 y Daniel griego (deuterocanónico) 13-14)

En la corte del rey de Babilonia, Daniel y sus compañeros escapan milagrosamente del suplicio. Daniel se muestra capaz de interpretar los sueños de Nabucodonosor y la visión de Baltasar y anuncia con osadía que Dios, señor de la historia, castigará pronto a los perseguidores. Dn 2; 4; 5

Susana, mujer virtuosa (símbolo de Israel), es acusada falsa­mente por dos viejos libertinos (símbolos de los colaboradores del enemigo), pero la intervención de Daniel confunde a los acusadores, que son castigados (este relato, que se conoce sólo en su versión griega, es deuterocanónico) Dn griego 13.

  • Un apocalipsis

(c. 7-12).

Los apocalipsis son escritos que tienen la finalidad de inspi­rar esperanza en los momentos de mayor dificultad, “mostran­do el otro lado de las cartas". A través de descripciones simbólicas, subrayan cómo los acontecimientos visibles no son más que las manifestaciones exteriores de una realidad más funda­mental: un combate gigantesco entablado entre Dios y las fuer­zas del mal. Al final de la lucha, el Señor triunfa definitivamente y sus fieles entran en la gloria.

Así, las visiones de Daniel, descifradas gracias a la interven­ción de un ángel, permiten a los lectores concluir con seguridad que muy pronto Dios triunfará de los malvados gracias a la intervención de un hijo de hombre que vendrá sobre las nubes del cielo.

Las haggadás se leen sin dificultad (léanse c. 1-3 y 5-6). Del apocalipsis, leer sobre todo c. 7 y 12.

Otros escritos contemporáneos

El libro de Baruc ( deuterocanónico )

Esta obra no está redactada en un contexto de persecución, pero, como las obras anteriores, da testimonio de lo que era la esperanza espiritual de una comunidad judía perdida en un mundo pagano dominador. En efecto, proviene de un grupo de judíos que se quedaron en Babilonia después del destierro, pero que seguían relacionados con los hermanos de Jerusalén. Baruc, el secretario de Jeremías, es un pseudónimo. El libro es realmente muy tardío.

Al principio, un prólogo describe una asamblea religiosa celebrada en Babilonia. A lo largo de la misma, una confesión penitencial le recuerda al pueblo su pecado y pide la ayuda divina. Un himno a la sabiduría invita entonces a Israel a que la busque en la Torá. Finalmente, un discurso de estilo profético afirma la próxima liberación: Jerusalén va a encontrar a sus hijos dispersos. Bar 3, 15-4, 4; Bar 4, 9-5, 9

Léase 3,32-4,4.

La carta de Jeremías, incorporada a esta obra, es igualmente un escrito tardío atribuido falsamente al profeta. Contiene una sátira muy sabrosa de los cultos paganos populares (véase a continuación, p. 103).

Una obra que señala la apertura al mundo griego:

la Sabiduría (deuterocanónico)

A mediados del siglo I a. C., sin duda ya en tiempos de la dominación romana, ha alcanzado gran importancia la colonia judía de Alejandría, en Egipto. Ya ha pasado la época del en­frentamiento violento con el helenismo. Ahora coexisten los dos mundos que habían estado obstinadamente en oposición. Frente a un pensamiento intelectual muy rico, pero extraño a la fe de Israel, un judío culto emprende la defensa de su fe con la finalidad de hacérsela admirar a un público enamorado de la verdad. El autor desarrolla tres ideas básicas :

- El verdadero éxito humano es el del justo que ha sido llamado a vivir eternamente.

- La sabiduría es una realidad misteriosa oculta en el corazón del mundo y que le da su sentido. Se revela a los que la buscan de todo corazón. Aunque se inspira en la idea griega de una razón inmanente al universo, el autor insiste en demostrar que esa sabiduría concierne tanto al corazón como a la inteligencia.

- La antigua historia del éxodo y de la entrada en la tierra prometida ilustra la acción de esa sabiduría y la ilusión de quienes no han sabido reconocerla.

Pero el libro presenta además el inmenso interés de expresar una nueva forma de concebir las relaciones de Israel con el mundo. La llamada divina es universal. La elección del pueblo de Dios es una misión más que un privilegio. El pueblo elegido está llamado a ser testigo del Señor entre las naciones.

La influencia de esta obra sobre los primeros cristianos fue considerable. Al decir de Jesús que es el Verbo de Dios, el Logos creador del universo, Juan desarrollará una de las ideas funda­mentales de este libro.

Léase más particularmente:

- Reflexiones sobre el justo (Sab 1-2; 5, 1-6).

- Reflexiones sobre la sabiduría (Sab 7, 22-8, 1).

- Reflexiones sobre el amor de Dios (Sab 11, 21-12, 1; 12,15-22).

Un sermón contra los ídolos y el culto que se les rinde:

la Carta de Jeremías (deuterocanónico) o Baruc 6

Esta carta (que no ha de confundirse con la Carta a los cautivos de Jr 29) es una sátira contra la reaparición de los cultos idolátricos en Babilonia, sin duda en la época de los macabeos. Inspirándose ampliamente en los temas desarrolla­dos por los grandes profetas, este sermón enumera una serie de argumentos contra la realidad de los ídolos, puntuados en cada ocasión por las palabras “no tengáis miedo de ellos”, o «está claro que no son dioses». La primera redacción se hizo segura­mente en hebreo, pero poseemos sólo el texto griego. Is 44, 9-10; Jr 10, 1-16

Esta carta, muy corta, puede leerse entera.

10/ El tesoro de los salmos o la condensación de la espiritualidad de Israel a través de la historia

Al principio de esta «guía», presentábamos la biblia con una meditación sobre una historia amorosa entre un pueblo su Dios.

Hemos seguido hasta ahora las diversas peripecias de esta historia. Nacida de una alianza, de una promesa, estaba hecha de encuentros y de malentendidos, de discordias y de reconciliaciones.

A través de los textos proféticos, hemos oído las llamadas dirigidas a Israel para que volviera a su Señor .

Nos falta por descubrir cómo vivió el pueblo elegido es situación dramática. Para ello tenemos que abrir el libro de los Salmos.

Los salmos:

plegarias nacidas de una experiencia vivida

Entre dos personas que se quieren, el diálogo se reanuda si cesar, alimentado por los acontecimientos de cada día. Son éstos los que permiten a esas personas ahondar en su encuentro. Es lo que le ocurrió a Israel con su Dios.

Los relatos históricos contenían ya himnos que habían brotado espontáneamente después de algunos acontecimientos importantes: el grito de gozo que estalló después de pasar el mar Rojo, el cántico de Débora después de la victoria, el de la madre de Samuel. Todos estos textos nos presentan los sentimientos de unos creyentes enfrentados con las experiencias fundamentales: El salterio no es sino la colección sistemática de esos textos compuestos a lo largo de toda la historia de Israel. Por consiguiente, nos permite mejor que cualquier otro libro comprender lo que podía ser la espiritualidad de un pueblo que vivía para Dios.

Un libro repetido continuamente en el curso del tiempo

En la cabecera de algunos de esos salmos se lee “Salmo de David”. Otras veces se dan otros nombres, como los de Moisés o Salomón. El problema es en realidad más complejo. En la perspectiva de Israel, esos héroes del pasado resumen a todo el pueblo. Cuando los nombran, se refieren en realidad a la comunidad entera. No cabe duda de que David representó un papel decisivo en la creación de una tradición litúrgica. Por eso se le atribuyen sin vacilar algunos textos que pueden muy bien se posteriores a él, pero de los que está claro que «siguen su línea» Estos cantos antiguos pueden por otra parte ser reformulados para adaptarse a las nuevas circunstancias. Entonces pierden su vinculación inmediata con el acontecimiento que les dio origen, para adquirir una significación más amplia. Finalmente su interés se debe ante todo a que van más allá de una situación particular, para remitir a unas situaciones humanas típicas y por eso mismo siempre actuales.

Poco importa por tanto que sea exacto el nombre de su autor. Lo que parece seguro es que nuestra colección tomó su forma definitiva en el siglo III a. C. En el curso de este período de intensa vida litúrgica centrada en el templo, algunos escribas recogieron y pusieron en orden las colecciones existentes.

Una diversidad que permite la expresión de una gran variedad de sentimientos religiosos

Los salmos adoptan forman muy diversas:

  • Están los gritos de admiración. El salmista se contenta con alabar al Señor por su creación (104) o por su acción en la historia (105).

  • Están las plegarias de súplica, a veces colectiva, pero ordinariamente individual (3; 5; 13; 22; 25; 44; 102; 130). Frente al peligro enemigo, el creyente se basa en su buena conciencia o por el contrario confiesa su culpa ( cf. los primeros salmos de penitencia: 6; 32; 38; 51; 102; 130; 143).

En algunos casos, se le pide a Dios que acuda como vengador. En otros, se le suplica que restablezca la justicia: se desea un mundo renovado en el que sea posible vivir en paz. Eso es especialmente lo que piden los pobres, aquellos que han alcanzado un estado de humildad y de mansedumbre que les permite entregarse por completo al Señor. No esperan ya la salvación más que de Dios (cf. 9; 10; 18; 25; 34; 37; 69; 86 y en particular el admirable salmo 22).

  • Están las plegarias de acción de gracias: se invita al público a unirse a la alabanza divina (66; 117; 118).

  • Están los cánticos reales: los que celebran al Señor-rey (47; 93-99) y los que celebran a David ya su linaje (2; 20; 21; 45; 89; 110; 132). Desde la profecía de Natán, la realeza tiene efectiva­mente un significado religioso. Cantarla es celebrar la promesa del Señor .

  • Están los cantos que anuncian y celebran el día del Señor, cuando él se manifestará con todo su poder (12,6; 21,10; 37,1; 75; 82).

  • Están los cánticos en honor de Sión, es decir, de Jerusalén. Lejos de la ciudad santa, el israelita se siente perdido (como el levita del salmo 137). Al acercarse a ella durante una peregrina­ción, se llena de gozo, ya que pronto podrá encontrarse con Dios en su templo (122; 126).

  • Están finalmente las plegarias que son más bien una forma indirecta de enseñar. Se celebra la ley (25; 34; 111; 119). Se recuerdan la justicia y la bondad del Señor (145 ). Se medita en el problema de la retribución del mal y del bien (37; 73; 112).

  • A veces se ha hablado de salmos mesiánicos. Es verdad que algunas plegarias hablan directamente de la espera del enviado de Dios (2; 110), pero la dimensión mesiánica existe también en los salmos reales y en los salmos en honor de Sión. y está sobre todo en el corazón de la esperanza de los pobres.

A través de la diversidad de los salmos, se va haciendo más profundo un impulso espiritual

Ante semejante diversidad de textos, puede sentir uno la tentación de considerar el salterio como una colección de plega­rias sin ninguna relación entre sí. En realidad, cada salmo tiene que comprenderse como la manifestación de una fe única que se traduce por diversos sentimientos.

Se puede considerar que el conjunto constituye la expresión de una evolución espiritual que se ha ido llevando a cabo a través de los siglos.

Al principio, todo parece estar claro: en la vida hay dos caminos. El primero, el de la sumisión a Dios, conduce a la felicidad; el segundo, el de la rebeldía, conduce a la muerte. Toda la historia del mundo se muestra entonces como el resultado de la división entre los que adoptan una u otra opción. El malvado puede ser el enemigo nacional o, más simple­mente, un personaje con el que se choca, uno que por su mane­ra de vivir intenta apartar al justo del sendero recto. En reali­dad, puede incluso presentarse como un enemigo interior al mismo fiel. El combate que hay que librar contra él puede entonces tomar la forma, bien de una guerra, bien de una lucha espiritual. El justo es aquel que se abre a Dios. Se dirige hacia el templo, ofrece el verdadero sacrificio. Lleva en su ánimo la preocupación por su pueblo.

Al principio, la felicidad que espera es todavía material. Es la posesión tranquila de su tierra, la abundancia, una familia que asegure un futuro. Pero poco a poco el fiel va descubriendo que la verdadera felicidad es más profunda. El cumplimiento de la ley se convierte por sí mismo en el éxito final.

Al mismo tiempo, el fiel llega a una nueva forma de percibir a los demás. Sus deseos de revancha contra sus enemigos dejan lugar a la espera de la conversión de los pueblos. Algún día, Dios vendrá a convertir ya reunir a todos los hombres; el justo conocerá entonces la verdadera felicidad.

Pero hay una cuestión candente que se plantea sin cesar: ¿por qué el éxito del enemigo de Dios y las dificultades del justo? Al principio, esta situación parece inexplicable. El salmista grita su inocencia y reclama justicia, pero poco a poco va tomando conciencia de que también él es pecador, lo mismo que el pueblo de quien es solidario. No obstante, reflexiona, ¿no debería librarse del mal?

Algunos salmos expresan entonces la esperanza de un cam­bio radical de situación que venga a restablecer el orden del mundo antes de que sea demasiado tarde y muera el justo. Luego, poco a poco, esta idea evoluciona. El creyente se con­tenta entonces con manifestar su confianza en el Señor. Un día, Dios restablecerá su reino. Es posible verse tentado por la des­confianza, pero siempre domina la certeza de que Dios recreará finalmente un mundo de paz y de justicia.

¿ Cómo es que sube tantas veces a los labios la llamada del salmo 22: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». El libro de los salmos no da respuesta a esta pregunta angustiosa que es la de la humanidad entera. Se necesitará que llegue el NUEVO TESTAMENTO, para que se proponga una nueva luz que venga a iluminar al mundo.

COMPROBAD SI HABEIS ENTENDIDO BIEN

  • ¿Podéis explicar qué es un salmo ?

Este género literario se practica también hoy; pero ¿qué nombre se le da generalmente ?

  • ¿ Os acordáis de que los salmos pertenecen a géneros muy diversos? ¿Podríais enumerar algunos?

  • A menudo los salmos mencionan a los enemigos. ¿ Cómo es posible recibir hoy esas alusiones?

PENSAD POR VOSOTROS MISMOS

  • Los salmos reflejan situaciones particulares vividas por los individuos. Más tarde, la comunidad del segundo templo las tomó por su cuenta y formó con ellas una colección.

Leyendo los salmos 23,25, 121 y 139, por ejemplo, ¿os sentís muy distintos de sus primeros autores?

  • ¿Se os ha ocurrido pensar que también vosotros podéis escri­bir vuestra oración de gozo, de súplica, de alabanza... para darle mayor fuerza y verdad ?

El uso de los SALMOS

en la LITURGIA DEL TEMPLO

Lo mismo que el cántico de María (Ex 15) o el de Débora (Jue 5), los salmos narran y celebran la epopeya de la fe. Son al mismo tiempo memoria y celebración. Señalan los puntos fuertes de una acción salvífica. En cierta manera, son una reca­pitulación de toda la biblia.

Es verdad que no pretenden ofrecer un informe imparcial de los acontecimientos que rela­tan; por el contrario, llevan con ellos la mirada específica de la fe, que enseña a considerar los acontecimientos con el fervor de los que se sienten parte responsable en la realización de un gran proyecto; en este caso, del plan de salvación de Dios. Por consiguiente, los salmos constituyen una cierta lectura de la historia colectiva e indivi­dual que guarda cierto paren­tesco con un credo que se cita y se recita. Esta lectura es pú­blica. El hombre antiguo no concibe el acto de leer más que en voz alta. Entonces, no ha de sorprendernos que se hayan podido enumerar por lo menos 53 salmos (de un total de 150) que apelan a un contexto cul­tual y litúrgico.

Este hecho queda corrobora­do por otro elemento, el de la música. La palabra “salmo” traduce efectivamente una ex­presión que tiene el sentido de un cántico acompañado por un instrumento de cuerda. Esto sitúa a los salmos en una catego­ría francamente distinta del conjunto de lecturas públicas de la sagrada Escritura. Por­que, si es probable que la Torá misma haya conocido desde el regreso del destierro una lectu­ra «semitonada» (como una cantinela), los salmos requerían más bien los servicios de un personal cualificado, tanto para la declamación cantada como para «tocar» los instrumentos. La existencia de este personal está atestiguada de diver­sas formas. Por la propia biblia, en primer lugar, cuando men­ciona bajo la pluma del Cronista a los cantores experimentados ya las gentes hábiles en la eje­cución del canto y de la música instrumental (1 Cr 25, 6-7).

Pero disponemos además de testimonios exteriores a la bi­blia. Por ejemplo, el famoso prisma de Senaquerib que rela­ta la campaña de este monarca asirio contra Judá y que menciona, entre los regalos que le ofreció el rey Ezequías, «hom­bres y mujeres músicos» (701 a. C.).

Hay que mencionar igual­mente a una estirpe de canto­res muy conocida en la biblia, «los hijos de Coré». Su existen­cia está atestiguada por un es­crito autógrafo (¡por fin un original!) encontrado en el santuario provincial de Arad, a 60 km. al sur de Jerusalén, y que se re­monta sensiblemente a la mis­ma época.

Sin embargo, ¿tendremos que encerrar los salmos dentro del templo de Jerusalén? Ciertamente que no. El ejemplo lo tenemos en el relato de la pa­sión de Jesucristo, cuando «después de cantar los salmos, se fueron al monte de los olivos» (Mt 26,20; Mc 14,26). Jesús y los suyos acaban de cele­brar la pascua, que es una fies­ta familiar...

Finalmente, es difícil imaginarse la composición de un sal­mo a no ser como el trabajo de un hombre que escribe un poe­ma y que compone su música acompañándose de la guitarra*; al principio, la oración y la ala­banza de los salmos nació en el corazón de un creyente. La li­turgia del templo, al coleccionar estos trozos teológicos y estas obras de arte, les sirvió de vehí­culo para que llegasen a los creyentes ya las comunidades de hoy.

* La palabra «guitarra» procede real­mente de «cítara» (¿el nebel o el kin­nor bíblico?). Se trata, de todas for­mas, de un pequeño instrumento dota­do de una caja de resonancia (véase el Sa1137, 2).




Descargar
Enviado por:Carolina Andrea Espinoza Danés
Idioma: castellano
País: Chile

Te va a interesar