Religión y Creencias
Antiguo Testamento y Judaísmo
PARA LEER EL ANTIGUO TESTAMENTO
1. La Biblia: ¿Uno o varios libros?
. Unos nombres
La palabra biblia procede del griego: es un nombre en plural, ta biblia, que significa los libros. Pasando por el latín se ha convertido en un nombre femenino singular: la biblia. Pero más que un libro, la Biblia es una biblioteca. Nos encontramos con cierto número de obras muy diferentes entre sí, agrupadas en dos grandes conjuntos: el Antiguo y el Nuevo Testamento. Testamento es una copia de la palabra latina testamentum, que traduce la palabra hebrea alianza. Así pues, la biblia es el conjunto de libros que nos hablan de la alianza que estableció Dios con Israel por medio de Moisés (antigua alianza) y que llevó a su plenitud en Jesucristo (nueva alianza). También suele llamarse la Biblia: la Escritura, las Escrituras, la Sagrada Escritura: se trata de la Palabra de Dios puesta por escrito, por tanto puede haber una palabra de Dios que no se haya puesto por escrito.
. Unos libros
La primera parte de la Biblia, el Antiguo Testamento, es común a los judíos y a los cristianos, pero con algunas diferencias. Los judíos, seguidos por los protestantes, reconocen sólo los libros escritos en hebreo, o sea, 39; los católicos añaden 8, escritos en griego. Los protestantes llaman a estos 8 libros "apócrifos", y los católicos "deuterocanónicos", es decir, que entraron en el canon o regla de fe en segundo lugar. El Nuevo Testamento, idéntico para todos los cristianos, tiene 27 libros. La "biblioteca" del cristiano tiene entonces 66 ó 74 libros.
. Unas clasificaciones
La Biblia de los judíos tiene tres partes: La Ley o Torá (Pentateuco), los Profetas o Nebiim, finalmente los Escritos o Ketubim. La mayoría de las biblias adoptan el orden inspirado en la Biblia griega, que clasifica los libros en cuatro partes: el Pentateuco, los libros históricos, los libros proféticos, los libros sapienciales.
. Unas lenguas
El conjunto del Antiguo Testamento está escrito en hebreo, con algunas raras páginas en arameo. Unos sabios llamados "masoretas", del siglo VII de nuestra era, fijaron el sentido de un texto añadiendo las vocales bajo la forma de unos puntitos por debajo y por encima de las consonantes; por eso se le llama a veces a ese texto hebreo "texto masorético" (TM). El Antiguo Testamento fue traducido al griego a partir del s. III a.C en Alejandría. Según la tradición, 70 escribas trabajando por separado, llegaron exactamente a la misma traducción. El sentido de esa leyenda tiene su importancia: significa que semejante traducción sólo pudo ser inspirada por Dios. Por eso a esta traducción se le llama de los Setenta (LXX). El Nuevo Testamento fue escrito totalmente en griego, en el dialecto "común" que se hablaba en aquella época y que es algo distinto del griego clásico: Koiné (o lengua común).
. Capítulos y versículos
Para poder encontrar fácilmente las citas de la Biblia, Esteban Langton tuvo la idea de dividir cada libro en capítulos numerados; así se hizo ya en 1226. El impresor Robert Estienne, durante un viaje en diligencia de Lyon a París, en 1551, puso número a cada una de las frases de esos capítulos: es la división en versículos.
2. Literatura oral
Literatura rabínica: Escribas fariseos que ya en tiempos de Cristo, por su conocimiento de la ley y los comentarios que hacían de ella fijaban la manera cómo había que practicar esa ley. Después de la caída de Jerusalén en el año 70, estos escribas fariseos se reunieron en Yamnia (cerca de la actual Tel Aviv), reorganizaron el judaísmo y recogieron las tradiciones. Estas colecciones de las que vamos a hablar nos han llegado bajo la forma de escritos, pero para los judíos son esencialmente colecciones orales.
. Tradiciones orales
Los rabinos transmiten a sus discípulos lo que ellos mismo han recibido. Estas tradiciones son de dos tipos:
-Halaká, da interpretaciones de la Ley destinadas a la acción, reglas prácticas para vivir (la raíz halak significa ruta, camino),
-Haggadá, está más bien destinada a la edificación.
A finales del s. I d. C estas tradiciones empezaron a redactarse sistemáticamente por escrito. La primera colección producida por esta redacción oral se llamó la Misná. Los comentarios de la Misná formaron la Gemará.
El Talmud (enseñanza) es la reunión de todas estas tradiciones: la Misná como texto de base, la Gemará como añadido a la misma, más otras tradiciones que no habían encontrado sitio en las colecciones orales (Tosefta). El Talmud de Jerusalén o de Palestina se formó en el siglo IV; el Talmud de Babilonia, más completo, se acabó a finales del siglo V.
. Midrás
Las investigaciones o comentarios sobre la Escritura, hechas en las escuelas o en las sinagogas, desembocan en colecciones de midrasim.
. Targum
El targum es la traducción al arameo del texto de la Escritura que se leía en hebreo en la sinagoga. Hecha oralmente, esta traducción era una adaptación, una actualización. Por tanto, es muy interesante para que podamos ver cómo se interpretaba la Escritura en la época de Cristo.
EL PUEBLO ELEGIDO: EL JUDAÍSMO
El judaísmo es la más antigua de las tres grandes religiones monoteístas y el origen tanto del cristianismo como del islamismo. Su creencia central es la fe en un solo Dios, creador y soberano de todo el mundo, trascendente y eterno, que lo ve y lo conoce todo, que ha revelado su Ley (Torá) al pueblo judío y que lo ha elegido para ser luz y ejemplo de toda la humanidad.
I. El pueblo
La elección del pueblo judío por Dios comenzó cuando su antepasado Abrahán emigró desde Ur de Caldea a Canaán. Según la narración bíblica, Dios se le apareció a Abrahán y le dijo: "Sal de tu tierra nativa... a la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré... Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo".
Varios siglos más tarde, en el relato del éxodo del pueblo de Israel desde Egipto, se consigna que Dios dijo a los israelitas: "Vosotros seréis mi posesión entre todas las naciones. Seréis un reino de sacerdotes y una nación santa".
Estos dos pasajes nos indican que el pueblo hebreo fue llamado a tener una relación especial con Dios y a cumplir una misión particular con respecto a los demás hombres. Ser el pueblo elegido era un gran privilegio, pero también una grave responsabilidad. Los judíos estaban llamados a ser "un reino de sacerdotes" al servicio del único Dios verdadero y a ser "una nación santa" que reflejara el carácter de ese Dios en su vida personal, social y nacional.
II. El país
Dios prometió a Abrahán no sólo hacer de él y de sus descendientes una gran nación, sino darles también el país o tierra de Canaán "como posesión eterna". Este país (más tarde conocido como Palestina o Israel) ocupó siempre un lugar preeminente en el pensamiento del pueblo judío. Incluso durante los períodos de exilio sus pensamientos se volvieron constantemente hacia él y hacia la ciudad santa de Jerusalén. Siglos de persecución por parte de los cristianos convencieron a los judíos de que la única manera de evitar el sufrimiento como minoría religiosa era vivir nuevamente en su propia tierra, y estas aspiraciones alumbraron el sionismo y, últimamente, la fundación del estado de Israel.
III. La Ley
El judaísmo no tiene un credo formal, pero lo esencial de su fe se encuentra en el Shemá, nombre dado a los tres pasajes de la Biblia que todo devoto hebreo lee cada mañana y cada tarde (Shemá es una palabra hebrea que significa "escucha"). El Shemá comienza así: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria". El judío piadoso trata de amar a Dios con todo su ser, y ese amor queda expresado en la obediencia práctica a la ley divina en la vida de cada día. De ahí que "la ley" revista una importancia excepcional para el judío.
Esta ley se contiene en los primeros cinco libros de la biblia (el Pentateuco o Torá), que registran la revelación hecha por Dios a Moisés en el monte Sinaí hace 3000 años, y que consta de 613 mandatos que cubren todo el ámbito de la vida diaria desde la ley civil a la higiene personal y a la dieta. Estas instrucciones, resumidas más sucintamente en los diez mandamientos, han servido de base a muchos de los grandes códigos legales posteriores del mundo.
IV. La sinagoga
La mayoría de los judíos pertenecen a una sinagoga, lo que no significa de hecho que asistan a ella cada semana. La sinagoga es una palabra griega que significa "lugar de reunión". Su origen es incierto, pero puede datar de la época en que los hebreos estaban exiliados en Babilonia, después de la caída de Jerusalén en el 586 a.C. Después de la vuelta del exilio, comenzará a construir sinagogas o casas de enseñanza religiosa para el estudio de la Torá. Había muchas sinagogas en el área del templo de Jerusalén y, después de la destrucción del templo en el año 70 d.C., la sinagoga asumió un rol de vital importancia en la preservación y desarrollo del judaísmo.
El elemento más relevante de una sinagoga es el "arca" o armario colocado contra el muro oriental y vuelto hacia Jerusalén. El arca contiene los rollos de la ley escrita en hebreo sobre pergamino, rollo envueltos en terciopelo, seda o brocado y adornados de campanillas, una corona y un "pectoral" de metal precioso. Enfrente mismo del arca hay una lámpara que arde permanentemente. En el centro de la sinagoga hay una plataforma o púlpito, desde la que se dirige el servicio religioso y se proclama la Ley. El servicio religioso sigue el orden establecido en el siddur, el libro hebreo de oración. Los fieles cubren normalmente sus cabezas en la sinagoga en señal de reverencia. En las sinagogas ortodoxas hombres y mujeres se sientan separadamente.
Todos los sábados, durante el servicio de la mañana, se abre ritualmente el arca y el rollo de la ley es levantado en el alto y llevado en procesión alrededor de la sinagoga. Se leen varios pasajes del rollo en hebreo, siguiendo las antiguas costumbres judías. Miembros de la congregación son invitados a recitar la bendición tradicional antes y después de cada lectura. Terminada la lectura, se vuelve a llevar el rollo alrededor de la sinagoga antes de reponerlo en el arca. Los miembros de la congregación pueden toda el rollo con su chal (en hebreo Tallit) de oración, para después besar sus borlas como un acto de devoción y de reverencia a la palabra de Dios.
El servicio es dirigido por un cantor más que por un rabino. Los deberes de un rabino consisten en instruir en la fe a la asamblea y en tomar decisiones relativas a las cuestiones legales judías. Tiene derecho a ser llamado "rabí" sólo después de haber realizado serios y laboriosos estudios sobre la ley judía.
V. Las fiestas
1. El año nuevo
El año religioso judío contempla una serie de fiestas y de días de ayuno. La primera fiesta es el día de año nuevo (Ros hasaná, "cabeza del año"), que cae en septiembre u octubre y que habla de la creación y del juicio del mundo por parte de Dios. El libro hebreo de oración afirma: "Este es el día en que el mundo fue llamado a la existencia. Este día él llamará a todas las criaturas a juicio". Se hace resonar un cuerno de carnero (sofar) para recordar al pueblo que vuelva a Dios. Y los diez día siguiente se dedican al autoexamen y al arrepentimiento. Es costumbre comer manzana mojada en miel y desear a los demás "un año próspero y feliz".
2. El día de expiación
El día de la expd__(0_)_3©Ï‡ Ó`nÓ"_psäsÁâôÁÏX,_þ\±
K¸\¤k0ÛW2·H,ðs÷6ÁT3¨Ô del año religioso judío. Aparece como la conclusión del período de penitencia que comenzó el día de año nuevo y se caracteriza por la oración, el ayuno y la confesión pública de los pecados. Tradicionalmente era el día en que el sumo sacerdote hacía el sacrificio por los pecados del pueblo de Israel y entraba en el "santo de los santos" del templo (primitivamente tabernáculo). Hoy no hay templo, ni se ofrecen sacrificios, pero la expiación se realiza a través del arrepentimiento. El fiel participante ayuna durante 24 horas, pasa todo el día en la sinagoga y viste una túnica blanca como símbolo de la pureza y de la sepultura. Al terminar este día, se considerará espiritualmente renacido.
3. Los tabernáculos
Cinco días después del día de la expiación cae la fiesta de los tabernáculos (sucot), que dura una semana. Es una de las tres fiestas de la recolección en el calendario judío (las otras dos son pascua y pentecostés), y en cuanto tal ha servido de modelo de celebraciones cristianas semejantes. Durante la fiesta, el pueblo judío recuerda cómo Dios proveyó a todas sus necesidades durante los cuarenta años en el desierto. La gente construye cabañas, tiendas o "tabernáculos" de ramas en sus huertos o cerca de sus sinagogas, hace sus comidas e incluso duerme en ellos, si bien esto último depende del clima, ya que están a cielo abierto.
4. La celebración de la Ley
Después de la fiesta de los tabernáculos viene el "regocijo de la Ley" (Simchat Torá). Durante el año se lee en la sinagoga toda la ley, los cinco primeros libros de la biblia. En este día festivo la lectura se completa con el último pasaje del Deuteronomio y se comienza de nuevo con los primeros versículos del Génesis. El servicio religioso se caracteriza por una gran alegría, y los rollos de la ley son llevados en procesión alrededor de la sinagoga con cantos y danzas.
5. La fiesta de las luces o dedicación
Por el tiempo más o menos en que los cristianos celebran la navidad, los judíos celebran la hanuká, la fiesta de las luces, en memoria de la victoria de Judas Macabeo sobre los sirios y la rededicación del templo de Jerusalén en el 164 a. C. La fiesta dura ocho días, y muchas familias hebreas encienden un candelabro de ocho brazos o menorá (en realidad tiene nueve velas; la adicional, llamada la "sierva", se usa para encender las demás). Cada día de la fiesta se enciende una vela hasta que el octavo día se ven todas encendidas.
6. Purim
En febrero o marzo se celebra Purim, la fiesta que recuerda la historia de Ester. Purim significa "suerte" y se refiere a la suerte echada por Amán para elegir el día en que habían de perecer todos los hebreos residentes en el imperio persa. En la sinagoga se lee el libro de Ester, y siempre que aparece el nombre de Amán los muchachos presentes hacen ruidos con carracas o golpean el suelo con los pies. En casa, Purim es un tiempo de reuniones durante el cual se viste con frecuencia de manera extravagante y se comen dulces especiales.
7. La pascua
De todas las fiestas judías la más conocida es la pascua (pesah), que coincide más o menos con la pascua cristiana y recuerda la liberación del pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto. En casa se hace una comida especial o seder (que significa "orden"). Se comen los platos tradicionales, se salmodian cantos y se vuelve a contar la historia de la liberación de Egipto. El hijo más pequeño pregunta: "¿Por qué esta noche es diferente de las demás?" Y el padre toma pie de esta pregunta para narrar los hechos del libro bíblico del Éxodo, tal y como se exponen en el orden especial del servicio religioso o Haggadá. Tradicionalmente se deja un puesto vacío en la mes y se aparta un vaso de vino para el profeta Elías, que se espera vendrá como mensajero de la era mesiánica.
La víspera de la pascua se hace una revisión a fondo en cada hogar hebreo para asegurarse de que no ha quedado levadura en ninguna parte. En lugar del pan ordinario se come un pan delgado, sin levadura que recuerda el "pan de aflicción" que los esclavos hebreos comían en Egipto; por eso la fiesta se conoce también con el nombre de la fiesta de los ázimos.
8. Pentecostés
A la pascua sigue un período de siete semanas de luto, que recuerda el fracaso del levantamiento judío en el siglo II contra Roma, así como la pérdida de muchos sabios judíos de la misma época a causa de la peste. La fiesta de pentecostés (de la palabra griega que significa "cincuenta") o semanas se celebra cincuenta días después del segundo día de pascua y conmemora la entrega de la ley por parte de Dios en el monte Sinaí. En el servicio religioso de la sinagoga se leen los diez mandamientos, y algunos judíos pasan toda la noche sentados meditando la ley de Dios. Pentecostés es también la "fiesta de los primeros frutos". La sinagoga se adorna con flores y plantas, y se come a base de lacticinios.
9. Un día de luto
En el Tisá B'Av (el noveno día del mes judío Av, correspondiente a julio/agosto, el pueblo judío recuerda la destrucción del templo de Jerusalén por los romanos en el 70 d.C. Algunos conmemoran también la destrucción del primer templo por Nabucodonosor en el 587 a. C. Es un día de luto y ayuno, en el que desaparecen todos los adornos de la sinagoga.
LA HISTORIA DEL PUEBLO DE ISRAEL
I. LA PROMESA
I. Abrahán
Abrahán vivió hacia el año 2000 antes de nuestra era (siglos XVIII-XIX antes de Cristo). Nació en Ur, importante ciudad del sur de Babilonia, entre los ríos Tigris y Éufrates, cerca del golfo Pérsico. Por lo tanto, Abrahán es originariamente hombre de cultura urbana, hombre de ciudad. Pero un día el Señor dijo a Abrahán: "Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré" (Gn 12, 1). La orden de Dios es firme. Y Abrahán obedece, cree y espera. Deja su ciudad y su cultura, abandona sus vínculos familiares y se pone en camino, sin saber adónde va. De esta manera, Abrahán se convirtió en nómada y desde entonces llevó la vida errante de los nómadas. Por eso el Génesis presenta a los patriarcas como pastores nómadas. Viven en tiendas, crían ovejas y cabras, abren pozos. Los patriarcas se desplazan con sus rebaños de campamento en campamento: de la alta Mesopotamia a Canaán, de Canaán a Egipto y de Egipto a Berseba, al Négueb. Observan el código no escrito del desierto: el mandamiento de la pureza de sangre, la ley de la hospitalidad y la venganza colectiva. Es la vida dura de los nómadas, la gente que no tiene casa ni ciudad, porque siempre está en camino. Este hecho no es circunstancial ni carece de importancia. Dios pudo empezar la historia de la salvación de muchas maneras, pero eligió una en concreto. Para empezar a revelarse, Dios no escogió a gente instalada y sedentaria, sino que prefirió a hombres errantes, sin ciudad y sin casa. Y así empezó la historia santa: mediante un desarraigo, una ruptura con los lazos que atan al sistema establecido, un ponerse en camino, con la esperanza puesta en la palabra del Señor. Pero hay algo mucho más fuerte en la vida de Abrahán. Porque Dios le ha dicho: "Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre". Es decir, Dios le promete una descendencia numerosa y grande. Pero el tiempo pasa y Abrahán y su mujer llegan a la ancianidad sin que el hijo venga. La palabra de Dios, sin embargo, es fiel y permanece: el hijo de la promesa vino, y le pusieron por nombre Isaac. Pero entonces, precisamente entonces, es cuando ocurre lo más grande: Dios pone a prueba a Abrahán de la manera más desconcertante; le pide que lleve a su querido hijo a un monte lejano y que allí lo mate ofreciéndolo en sacrificio. Era sin duda alguna, la prueba más fuerte que Dios podía pedirle, matar a su hijo. Y además, era cortar la posibilidad de que la promesa de descendencia se cumpliese. Y sin embargo, Abrahán vuelve a creer en la palabra de Dios y obedece. Ya sabemos cómo terminó esta historia: Abrahán no tuvo que matar al hijo y Dios le repitió la promesa. Éste es Abrahán. El hombre de la fe y la confianza inquebrantable en Dios.
II. La promesa
La promesa de Dios a Abrahán se repite en tres textos diferentes (Gn 15,1-21; 17,1-14; 18,1-15), si bien en otros muchos pasajes aparecen elementos aislados de la misma promesa:
. En el primero de los tres textos fundamentales, Dios promete a Abrahán que tendrá una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, y que a su descendencia le dará en posesión la tierra prometida.
. En el segundo, Dios vuelve a prometer una fecundidad sin medida y la posesión de la tierra de Canaán; pero añade: "Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros" (Gn 17,8).
. En el tercero se repite la promesa de la fecundidad (Gn 18,10).
La promesa de Dios a Abrahán consistió en tres cosas: 1º Yo seré tu Dios. 2º Tendrás una descendencia sin límites. 3º Te daré una tierra rica y fecunda, en posesión perpetua.
Se ve por tanto, que la promesa no se refiere solamente a la descendencia y a la tierra sino que abarca algo mucho más importante, más decisivo: "Yo seré tu Dios". Es un pacto, un compromiso personal de Dios con Abrahán. Se trata pues, de una promesa humana y sobrenatural al mismo tiempo.
III. El Dios de los nómadas
Los pueblos primitivos se dividen en dos grandes bloques: los pueblos nómadas (pastores) y los pueblos sedentarios (agricultores). Cada uno de estos pueblos o de estas culturas tenían sus divinidades propias. En los pueblos sedentarios la divinidad está vinculada a un santuario, tiene su culto y su sacerdocio, y la religiosidad está asociada con los ciclos de la naturaleza, en relación con los ciclos de la agricultura. Por el contrario, en los pueblos nómadas, Dios es trashumante y peregrino y no está vinculado al presente y al pasado, sino más bien al futuro, como garante de una promesa. En los pueblos sedentarios, Dios es sobre todo, el Dios de la naturaleza. En los pueblos nómadas, Dios es sobre todo, el Dios de la historia. El pueblo de Israel pasó de ser un pueblo de nómadas (patriarcas, éxodo) a ser un pueblo sedentario (cuando se asienta en Canaán). Pero lo curioso es que, cuando Israel se convierte en pueblo sedentario, no depende de su Dios peregrino, el Dios de la migración y del desierto, sino que sigue creyendo en su Dios nómada, el Dios de la historia. Por eso Israel "historizó" las fiestas que encontró en Canaán. Y así en el Mazot, fiesta de la recolección de la cebada, se hizo conmemoración de la salida de Egipto; y en la gran fiesta del otoño y la vendimia se recordó el tiempo del desierto y de la morada en las tiendas. De esta manera, Israel muestra una concepción del mundo y del ser totalmente propia. Las fiestas y el culto de Israel no están tanto vinculados a los procesos de la naturaleza, sino más bien a los acontecimientos históricos.
II. LA LIBERACIÓN DE LOS ESCLAVOS
Dios se muestra en el A.T, no sólo como el Dios de la promesa y de la historia, sino como el gran libertador. De tal manera que la liberación de los esclavos es el tema central y el sentido profundo que tiene la salida de Egipto y el éxodo que vino a continuación.
La fe de Israel se fundamentaba, sobre todo, en la afirmación del hecho de la salida de Egipto, o sea en la afirmación de su liberación por Yahvé. Esta afirmación capital recorre todo el A.T., de manera que, ante sucesos decisivos o situaciones difíciles en su historia, se le recuerda al pueblo la ayuda que experimentó por parte de Yahvé en la salida de Egipto y en el paso del mar de los Juncos.
I. Un pueblo de esclavos
Los descendientes de Abrahán (los israelitas) vivieron muchos años en Egipto. La cosa venía desde los orígenes de José, uno de los doce hijos del patriarca Jacob. A este José lo vendieron sus hermanos a unos comerciantes y así fue a parar a Egipto. Allí prosperó, se hizo famoso y llegó a ser virrey de todo Egipto. Con este motivo, los once hermanos y el padre de José se trasladaron a Egipto y allí se instalaron para vivir. Pasaron los años, muchos años, y los israelitas se multiplicaron, se hicieron muy fuertes y llenaban casi todo el país de los egipcios. Hasta que llegó a gobernar en Egipto un faraón terrible y famoso, que cambió su política con relación a los israelitas. Este faraón fue Ramsés II, que gobernó en Egipto desde el año 1290 al 1224 antes de Cristo. ¿Qué razones movieron al faraón para cambiar su política y mostrarse duro con los israelitas? Por lo que dice el libro del Éxodo, el faraón tuvo tres razones para proceder así: razón política, porque la minoría extranjera se estaba haciendo mayoría; razón militar, porque podrían convertirse en quinta columna del enemigo; razón económica, porque suministraban trabajo de balde. De esta manera y por estas razones comenzó la terrible opresión que sobrevino al pueblo de Israel. Esta opresión pasa por tres etapas: trabajo obligatorio en la construcción, eliminación de todos los recién nacidos varones, empeoramiento de las condiciones del trabajo obligatorio. Este trabajo, de hecho, consistió en la construcción de las ciudades de defensa de Pitón y Ramsés.
II. La misión de Moisés
No hace falta recordar las historias que se refieren a la infancia de Moisés: el niño perdido en las aguas del Nilo, encontrado por la hija del faraón, educado en la corte imperial. El hecho es que este hombre, en su edad adulta, fue pastor de rebaños en el país de Madián, en Arabia, al sur del golfo de Aqaba. Hasta que un día se le aparece Dios. La aparición tuvo lugar en el monte Horeb, el monte de Dios. Moisés vio una zarza que ardía sin consumirse. El fuego representa, en la Biblia, la cercanía, la presencia de Dios. Dios se acerca a Moisés, se le hace presente y le habla. La iniciativa de Dios es decisiva en este caso no sólo por el hecho de manifestarse, sino, sobre todo, por la intencionalidad que manifiesta: "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a liberarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel". De ahí la misión que Dios asigna a Moisés: "Ve al faraón, rey de Egipto, y dile que deje salir de su territorio a los israelitas". La orden está dada por Dios. Ahora se trata de ejecutarla. La intención divina es meridianamente clara: Dios quiere liberar a su pueblo de la esclavitud. No se trata directamente de una finalidad religiosa o espiritual. Se trata de un proyecto socio-político. Y para eso elige a un hombre que será su mediador en la empresa.
III. El nombre de Yahvé
Pero en la aparición de Dios a Moisés hay algo más que interesa sumamente analizar. Se trata de que el mismo Dios reveló su nombre. Este nombre se emplea bajo dos formas en la Biblia: la forma larga Yahvé y la forma breve Yah, por ejemplo en la aclamación hallelu-Yah. La forma larga es la más primitiva y la más frecuente en la Biblia. Y esa forma es la que se propone explicar el texto de Ex 3, 14. Por otra parte, parece lo más seguro que la mejor manera de traducir la fórmula de este texto es: "Yo soy el Existente", Yahvé es el Dios que Israel debe reconocer como realmente existente. Dios quiere liberar al pueblo. Y es para beneficio del pueblo por lo que revela su nombre. La consecuencia es clara: Israel debe reconocer en Yahvé a su único Dios, el único existente, el único liberador. Por consiguiente, el nombre de Dios está esencialmente vinculado a la obra de la liberación. Por lo tanto, conocer a Dios es tomar parte activa en esa misma obra de liberación y salvación. Dios revela su nombre cuando se pone a liberar al pueblo oprimido y humillado. El ser y el actuar de Dios están siempre vinculados a esa tarea.
IV. La última plaga
Dios encomendó a Moisés la empresa de liberar al pueblo sacándolo de Egipto. Pero la empresa no fue fácil. El faraón no cedió, se puso terco y no quiso dejar a los israelitas salir de Egipto. La razón económica era muy fuerte en ese sentido, ya que el faraón tenía en los israelitas un ejército de esclavos a su servicio, y como es lógico, no quería soltar su presa. Por eso Dios mandó unas plagas al país de Egipto: las aguas del Nilo convertidas en sangre, las ranas, los mosquitos, las moscas, la peste, las úlceras, la tormenta, la langosta, las tinieblas, la muerte de los primogénitos. A estos hechos portentosos se les llama "prodigios" o "signos", porque son los signos o prodigios cuyo poder recibió Moisés de realizar. Los autores más documentados en este asunto están de acuerdo en que lo de las plagas no se refiere a un hecho histórico, sino que es una composición literaria, con la que se quiere dar una enseñanza religiosa fundamental, a saber: que Dios interviene portentosamente para sacar a su pueblo de la esclavitud, de tal manera que el poder de Dios es reconocido por el faraón y por los mismos israelitas. Desde este punto de vista, adquiere su plena significación la última plaga, la muerte de los primogénitos. En el relato del Éxodo, esta plaga se asocia con la celebración de la "pascua". Dios manda a los israelitas que maten un cordero y con la sangre hagan una señal en la puerta de sus casas. De esta manera el ángel exterminador, al ver la sangre en las puertas de los israelitas, los respeta y no les hace daño alguno, mientras que, por el contrario, mata a los primogénitos de los egipcios. Para comprenderlo hay que tener en cuenta lo siguiente: la "pascua" era una fiesta de pastores nómadas. Sus ritos esenciales lo ponen de manifiesto: se celebra fuera del santuario, sin sacerdotes, ni altar; la víctima, cogida del rebaño, se asa en vez de cocerla, se come con el pan sin levadura de los beduinos y con hierbas del desierto, con un atuendo que es el de los pastores; se celebra de noche, cuando no hay que ocuparse del rebaño, y en la noche de luna llena, que es la más clara. Se trata, por tanto, de una fiesta de nómadas, de gente libre. Y en el caso de los israelitas quiere decir que aquel pueblo pasa de la esclavitud a la libertad mediante el sacrificio y la muerte de un animal inocente y limpio, el cordero.
V. La salida de Egipto
El orden actual de la narración presenta así la salida de Egipto: los israelitas, oprimidos, quieren salir. Para conseguir el permiso del faraón ponen el pretexto de que deben ir al desierto a sacrificar_a pu D)__HÃ`!_Ó ã_hB/†_ „___`ã_1œ____à____ÃŒÀ___ð___8p____0__Â_iega a dejarlos ir. Entonces Yahvé lanza la décima plaga: los egipcios les dejan salir e incluso les urgen para que se vayan. Se van, pero el faraón cambia de idea y manda perseguirlos. Entonces interviene poderosamente Yahvé: es el milagro del mar.
VI. El paso del mar Rojo
El episodio se cuenta en el capítulo 14 del Éxodo. Pero en realidad de él existen dos tradiciones. En una se presentan los hechos así: Moisés debe levantar su bastón para que los israelitas pasen a pie seco. Moisés lo hace así y los israelitas pasan a pie seco. Los carros egipcios se lanzan en su persecución. Yahvé ordena a Moisés que extienda la mano para que refluyan las aguas sobre los egipcios. Al hacerlo, los egipcios quedan sumergidos y los israelitas a salvo. Como se ve en esta tradición Moisés tiene una intervención decisiva. La segunda tradición presenta los hechos de otra manera: durante su persecución, los israelitas se creen perdidos y se rebelan contra Moisés. Éste, sin embargo, les ordena que permanezcan donde están y que miren. La columna de nube que los protege se coloca entre ellos y los egipcios. Durante la noche, Yahvé hace soplar el fuerte viento del este que seca el mar. Al día siguiente, de madrugada, Yahvé, desde la columna de fuego y de nube, siembra el pánico entre los egipcios y entorpece las ruedas de sus carros. Al apuntar el día, las aguas vuelven a su lecho, y Yahvé sumerge en ellas a los egipcios. Para esta tradición, el milagro del mar no es el paso de los israelitas: es la destrucción de los egipcios. Y esto es lo único que retiene el antiquísimo canto de María ( Ex 15,21). Éste es también el único aspecto que desarrolla el poema, más reciente de Ex 15, 1-18. Y esto mismo es lo que se dice en Dt 11,4 y Jos 24,7. Por consiguiente, parece que la tradición más segura es la segunda. Lo cual quiere decir que el famoso paso del mar entre dos murallas de agua en realidad no existió. La primera iniciativa de Dios sobre el pueblo es sacarlo de su esclavitud. Lo primero que Dios quiere es la libertad para su pueblo. Y, por cierto una libertad que consiste en cambiar radicalmente la situación socio-política en que vive el pueblo. Por consiguiente, el proyecto de Dios no consiste en mejorar las condiciones de vida que se dan en el pueblo, sino en cambiar su situación. Dios no quiere esclavos que viven bien, sino hombres libres a costa de cualquier sacrificio y pasando por toda clase de privaciones.
III. LA ALIANZA
I. La gran manifestación de Dios
Al cumplirse tres meses de la salida de Egipto, el pueblo de Israel llegó al desierto del Sinaí y acampó al pie del monte que lleva el mismo nombre. Es allí donde Dios decide manifestarse, hacerse presente al pueblo. Y para ello elige un lugar y un momento determinado. El lugar es la montaña del Sinaí. El momento exige tres días de preparación. Durante esos días, el pueblo debe purificarse, debe lavar sus ropas, debe estar preparado y debe además abstenerse de relaciones sexuales. El acontecimiento que se avecina es solemne, terrible y sobrecogedor. Por eso nadie debe subir al monte o acercarse a la falda, de tal manera que quien quebrante esa orden será reo de muerte y debe ser ejecutado inmediatamente. ¿Por qué tantas precauciones? Por una sola razón: Dios se acerca, Dios se hace presente. La presencia divina es impresionante. Por eso hay que establecer las debidas distancias y separaciones. Porque la distancia entre Dios y el hombre es infinita. Llegado el momento, ocurrió el hecho portentoso: Dios se manifiesta de manera aparatosa. Y se manifiesta como el ser grande, impresionante, poderoso, aterrador, inaccesible. El ser que se impone al hombre y que impresiona hasta provocar temores de muerte. Lo más clara que hay en todo este relato es que Dios se manifiesta, se comunica y se da a conocer a través de una experiencia, no por medio de una teoría, una doctrina, una determinada filosofía o una teología. Lo importante en la vida no es saber sobre Dios, sino experimentar y vivir la cercanía, la presencia de Dios, aunque de eso no se sepa mucho ni se tengan muchas doctrinas al respecto.
II. La alianza del Éxodo
La palabra española "alianza" traduce la hebrea berit. Esta palabra puede significar un contrato, un convenio o acuerdo entre amigos, un pacto de los súbditos con su rey. En efecto, la palabra berit significa que alguien hace o toma sobre sí un compromiso solemne. En la práctica equivale a un juramento, más exactamente a un juramento promisorio, un juramento en el que se promete algo de manera solemne. La expresión que se utiliza en estos casos es karat berit, "cortar berit", que se refiere al rito que acompaña al juramento: el que pronuncia el juramento pasa entre dos animales "cortados" por la mitad, lo que significa que, si perjura, correrá la misma suerte que los animales. En la Biblia se alude a ese rito. Cuando el compromiso es recíproco, los dos que se comprometen cortan cada uno su berit, y en consecuencia, hay dos berit. Por consiguiente, y resumiendo, hacer una alianza es lo mismo que hacer un juramento en el que se promete algo de manera solemne. Este compromiso puede ser mutuo, o solamente de una de las partes hacia la otra. Por consiguiente, lo que llamamos la alianza consiste en el compromiso de Dios con su pueblo: Dios se compromete, mediante juramento sagrado, a cuidar de su pueblo, a proteger al pueblo y a defenderlo en todo momento. El pueblo, en respuesta a esta fidelidad de Yahvé, debe observar los diez mandamientos que Yahvé lo impone.
III. La nueva alianza
La alianza es uno de los grandes temas de la Biblia. Porque en él se expresa cómo es la relación de Dios con los hombres y cómo tiene que ser la relación de los hombres con Dios. Esta alianza no falló nunca por parte de Dios. Pero falló muchas veces por la infidelidad del pueblo de Israel ante su Dios. Por eso los profetas anunciaron una nueva y futura alianza. En estos textos se afirma que llegará el día en que Dios establecerá una nueva y definitiva alianza con los hombres. Es decir, Dios no cede en su compromiso, ni se cansa en su fidelidad. Es más, esta alianza nueva será mucho mejor que la antigua porque su exigencia fundamental no consistirá en un código de leyes externas al hombre, sino en la transformación interior, en el corazón mismo de cada persona.
IV. EN LA TIERRA PROMETIDA
I. Jueces mayores y menores
Una vez instalado en Canaán, Israel se da una organización muy fluida, marcada por autonomías tribales. Cada tribu tiene por jefe a un "juez". Sin embargo la traducción del término no es exacta, porque en hebreo el verbo shafat, "juzgar", significa también gobernar; por tanto se trataría de verdaderos y auténticos gobernadores. De algunos de ellos, el libro de los jueces nos ofrece pocos datos; por eso se les llama "jueces menores" y se los considera simples gestores del poder tribal. En los momentos de crisis, cuando los cananeos con su presencia amenazan la autonomía de Israel, algunas tribus se alían, colocándose bajo la dirección de un juez carismático, convencionalmente llamado mayor, el cual guía a la alianza a alzarse contra Canaán, volviendo luego a su condición de simple ciudadano.
II. La monarquía
El gran giro institucional de la estructura tribal a la monarquía unitaria se produce, no sin dolor, hacia el final del s. XI a. C. En efecto, el advenimiento al trono del primer rey, Saúl, de la tribu de Benjamín, lo sitúan habitualmente los autores por los años 1040-1030 a.C.
El reino unido de Israel no dura más que el espacio de una amanecer. Ya en el gobierno de Salomón habían aflorado las protestas tribales, y Jeroboán, "obrero especializado" de la poderosa tribu central de Efraín, había encendido la mecha de una relación sofocada sólo temporalmente.
Ahora, muerto Salomón, hacia el 930 a.C su hijo y sucesor Roboán, mal aconsejado, decide acentuar la intransigencia contra las protestas crecientes. A la delegación de las tribus reunidas en Siquén para reclamar una mayor autonomía política y una menor presión fiscal, replica desdeñosamente: "un yugo pesado cargó mi padre, más yo haré más pesado vuestro yugo; mi padre os azotaba con azotes, yo os azotaré con latigazos" (1Re 12,14). La réplica de los interlocutores es igualmente dura: "¿Qué tenemos nosotros que ver con David? ¡No tenemos herencia en el hijo de Jesé! ¡A tus tiendas Israel! Mira ahora por tu casa, David" (1 Re 12-16). Siquén, que con la asamblea de Josué (Jos 24) había sido el emblema de la unidad nacional, se convierte ahora en la cuna del cisma entre dos reinos hermanos, pero constantemente enemigos, el reino septentrional de Israel, que tendrá luego como capital a Samaría, y el reino meridional de Judá, con Jerusalén por capital.
III. El reino septentrional de Israel
Después de una tumultuosa serie de golpes de Estado y una infausta alianza con Siria para oponerse a Asiria, el reino del norte será invadido por las tropas asirias de Salmanasar V. El sucesor de éste, Sargón II, después de tres años de terrible asedio, destruirá a Samaría, deportando al rey Oseas y a los habitantes, colocando en lugar de ellos a colonos extranjeros que, unidos a algunos hebreos que permanecieron en la patria, darán origen a la comunidad de los samaritanos, todavía hoy presentes en Israel justamente en los alrededores de la antigua Samaría, en Neblús. Era el año 722 a.C
IV. El reino meridional de Judá
La fragilidad del reino de Judá se debió más a las presiones externas que a la inestabilidad interna. Decisiva para la historia del reino del sur fue la intervención del babilonio Nabucodonosor, que es quien domina los últimos trágicos años del reino de Judá. Después de eliminar a Asiria, en el 598 a.C, depone al rey Jeconías de Judá, deportando a Babilonia a la clase dirigente, a los técnicos e intelectuales, entre ellos también al profeta Ezequiel. Nombra a un rey "títere" en la persona de Sedecías, que, sin embargo, termina rebelándose contra el soberano babilónico. Después de un duro asedio, en 587 a.C Jerusalén es arrasada. Pero bien pronto en el horizonte despuntará un astro nuevo, Ciro de Persia, que invertirá la situación política del Próximo Oriente Antiguo y la de Israel.
V. EL MENSAJE DE LOS PROFETAS
I. El fenómeno profético
El hecho de los profetas y el profetismo no es algo exclusivo de Israel. Seguramente antes que en Israel existió algo parecido en la grandes religiones del antiguo oriente. Quizá en Egipto y en Mesopotamia, sin duda alguna en Mari, junto al río Éufrates, en Byblos de Fenicia y seguramente en Canaán existieron, durante el segundo milenio antes de Cristo, hombres inspirados, que se presentaban, de una manera o de otra, como representantes de Dios ante el pueblo. Y aunque las noticias que tenemos de estos hombres son con frecuencia escasas, nos suministran una información que resulta válida para interpretar el profetismo bíblico. En Israel se tienen noticias del fenómeno profético desde tiempos muy antiguos. Probablemente estos profetas existían desde mucho antes. De ellos se sabe que formaban grupos organizados, que sufrían raptos y éxtasis al excitarse con la música, la danza, los gritos y los movimientos violentos, lo que contagiaba también a los asistentes y que "profetizaban" en nombre de Yahvé, es decir, daban testimonio de su presencia y de las fuerzas del espíritu con palabras, gritos, danzas, etc. Por consiguiente, el fenómeno profético fue un hecho suficientemente extendido en la antigüedad y del que participó ampliamente el pueblo de Israel. A partir de este fenómeno se ha de interpretar la vida y la obra de los profetas en el Antiguo Testamento.
II. ¿Qué es un profeta?
La palabra "profeta" viene del griego profetes, que significa "locutor": el que dice lo que la divinidad le ha inspirado. En hebreo se dice nabí, palabra de origen incierto, que según parece, significa "el que ha sido llamado" (por Dios), " el que tiene una vocación". Pero no debemos hacer mucho problema de la palabra en cuanto tal, porque en la Biblia se utilizan otros nombres para hablar de los profetas. Por ejemplo, Amós es llamado "vidente" por Amasías y responde que no es "profeta". En 1Sam 9,9 se consideran sinónimos "profeta" y "vidente". Y a Eliseo se le llama con frecuencia "hombre de Dios". Para la mayoría de la gente, el profeta es un hombre que "predice" el futuro, una especie de adivino. El profeta es un mensajero y un intérprete de la palabra de Dios. En este sentido se puede decir que el profeta es ante todo un hombre inspirado. Desde otro punto de vista, resulta lógico decir que el profeta es un hombre público. Su lugar es la calle y la plaza pública, donde se reúne a la gente y donde el mensaje es más necesario y la problemática más acuciante. El profeta se halla en contacto directo con el mundo que lo rodea: conoce las maquinaciones de los políticos, las intenciones del rey, el descontento de los campesinos pobres, el lujo de los poderosos, la despreocupación de muchos sacerdotes. Ningún sector le resulta indiferente, porque nada es indiferente ante la palabra de Dios. Esta palabra divina se refiere normalmente al presente, es decir, a las situaciones que se vivían cuando el profeta habla. Se puede decir, en consecuencia, que mientras el adivino o el futurólogo interpreta el futuro a partir del presente, el profeta interpreta el presente a partir del futuro. Es decir, el futuro del hombre es Dios; por tanto, el futuro es la vida sin límites, la vida plena y dichosa para todos. Ahora bien, desde este punto de vista es desde donde los profetas critican y enjuician el presente, la situación de los hombres y de la sociedad. Por eso los profetas critican durante las injusticias, los atropellos, el despotismo, la falsa religiosidad. De ahí que el profeta es un hombre amenazado. Los profetas fueron auténticos hombres de Dios, que tuvieron una experiencia muy profunda de Dios, lo cual los capacitó para descubrir, en los acontecimientos de la historia las intervenciones de Dios para bien del pueblo. Por eso ellos supieron interpretar el presente, la situación del pueblo y de la sociedad. Y eso en un sentido concreto: ellos decían claramente si la actuación de la gente, sobre todo de los magnates y poderosos, estaba bien orientada, según los deseos y designios de Dios; o si, por el contrario, la gente y el pueblo se apartaban de su recto camino.
III. El mensaje de los profetas
1. Dios y el culto
El centro mismo del mensaje de los profetas es Dios. Desde este punto de vista destaca la defensa que ellos hacen del monoteísmo: Dios no hay más que uno, y ese Dios es Yahvé. Por eso los profetas atacan duramente a los falsos dioses, a los ídolos, es decir, a la absolutización de cualquier cosa que no sea Dios. Dios no quiere el culto cuando las personas que lo practican cometen injusticias, se aprovechan de los débiles o simplemente se desentienden de los demás. Por consiguiente, donde no hay justicia no hay verdadero culto a Dios. Más aún, en esas circunstancias, el culto se convierte en una auténtica ofensa al Señor. Los profetas no denuncian el culto en sí, sino un determinado culto, el culto que se quiere conciliar con la injusticia y con el atropello de los débiles, que por eso pierde su referencia a Dios y se precipita en el vacío.
2. La vida moral
A la santidad de Dios se contrapone la impureza del hombre. El pecado separa al hombre de Dios. El pecado es un atentado contra el Dios de la justicia (Amós), contra el Dios del amor (Oseas), contra el Dios de la santidad (Isaías). En consecuencia, el hombre debe buscar a Dios, es decir debe practicar la justicia, portarse honradamente con los demás, vivir en sencillez y humildad. Porque lo que Dios quiere es la religión interior, la que brota del corazón del hombre. En definitiva, se trata de comprender que los profetas no separan la relación con Dios, por una parte, y la relación con el hombre, por otra. La verdadera relación con Dios exige y lleva consigo una relación correcta con los demás.
3. Los falsos profetas
No todos los profetas que hubo en Israel fueron verdaderos profetas. También los hubo falsos. Estos hombres hacían daño al pueblo, lo engañaban, le daban una falsa seguridad, lo afianzaban en sus prácticas religiosas rutinarias y tradicionales, mientras las injusticias y los atropellos cundían por todas partes. Por eso los verdaderos profetas de Dios tuvieron que luchar contra semejante clase de gente. ¿Por qué existieron los falsos profetas en Israel? Seguramente todo procedía de las bandas de nebiim de los tiempos de Samuel y Elías, que quizás tuvieron sus antecesores en los profetas de los que se habla en Num 11, 24-30. Pero hubo otra causa más inmediata: en tiempos de la dinastía Omrí, por influjo fenicio, se inaugura un profetismo de palacio, en condición de servilismo delante del monarca; el rey tiene "sus" profetas, los agentes más eficaces de la política real, a cambio de dinero y de la subsistencia cotidiana. De ahí su corrupción y su engaño.
IV. El destino de los profetas
Unos hombres que transmitían un mensaje de esta naturaleza tenían que terminar mal. Obviamente, todo eso les acarreó incomprensiones, persecuciones, palizas y cárceles. La razón de todo esto está en la libertad con que vivieron y hablaron los profetas.
VI. LA VUELTA DEL EXILIO
I. La época de la restauración
"Cuando Yahvé hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos; entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría". Estas palabras del salmo 126 expresan en forma idealizada la epopeya del retorno de Israel a la tierra de los padres después del exilio en Babilonia, en virtud del edicto de Ciro el año 538 a.C
La primera dimensión evidente en la obra de reforma es la de lo sagrado y de la separación de la comunidad. El centro es el templo, cuya santidad se extiende progresivamente a todas las restantes estructuras sociales y políticas. Lo sagrado se amplía a la ciudad entera, hasta el punto de que los muros, emblema de la clausura protectora y puritana de la comunidad, serán solemnemente consagrados. Del exterior, la sacralidad es trasladada a las personas. Nace así la exigencia de construir la "raza santa".
El drama surge cuando hay que purificar las líneas genealógicas mancilladas por elementos no hebreos. Se confeccionan registros genealógicos y son expulsadas 652 personas, norma que afecta también a algunos sacerdotes.
Pero el drama llega a su ápice con la disolución de los matrimonios mixtos y el relativo alejamiento de mujeres e hijos de 27 sacerdotes y 83 laicos para redactar las listas de proscripción. sin duda la situación de emergencia en que se encontraba entonces Israel puede hacer comprender también esta opción; pero el "no" integrista a todo lo que es diverso y extranjero conducirá a la comunidad posexílica a una especie de autosecuestro, que suscitará en el interior repulsas violentas del hebraísmo.
Piedra angular de este Estado teocrático es la Torá (la Ley), carta constitucional de este régimen. En torno a la Torá se constituye la comunidad entera, como se atestigua en una página sugestiva del capítulo 8 de Nehemías. Nos encontramos hacia el 444 a.C.
La separación y la teocracia regirán durante siglos a esta comunidad, mientras que progresivamente el cosmopolitismo se ampliará a la diáspora judía, y el helenismo del s. III a.C. comenzará a asediar a la ciudadela ortodoxa y pía de Jerusalén.
II. La época helenista
El advenimiento de Alejandro Magno (336-323 a.C) es una tempestad también para el Oriente próximo antiguo, y en particular para Israel. El helenismo, con su cultura, su religiosidad y su visión del mundo, había extendido su manto también sobre Israel, primero en forma blanda con la dinastía de los Tolomeos, y luego de modo severo y represivo con los Seléucidas de Siria, descendientes, como los Tolomeos, de los Diadocos, los generales de Alejandro Magno, cuyo imperio se habían repartido.
Sobre todo con Antíoco IV Epífanes (175-164 a.C), la helenización forzosa de Israel se vuelve opresiva: queda abolida la circuncisión, la Torá deja de ser la ley del Estado judío, el templo es dedicado a Zeus olímpico. En los campos surge un movimiento de rebelión contra el poder siro-helenístico, guiado por Judas, llamado macabeo, al grito de la guerra santa: "El que tenga celo de la Ley y quiera defender la alianza, que me siga" (1 Mac 2,27).
Debido a motivaciones sociales y religiosas, Judas Macabeo recibe el apoyo popular en su enfrentamiento a los reyes seléucidas. Logra obtener una amplia autonomía que pasará a ser reafirmada por sus sucesores que asumirán también el Sumo Sacerdocio, ejerciendo conjuntamente el poder civil y religioso en Israel.
III. La apocalíptica
La profecía, que había sido la gran estrella en los momentos más altos y más oscuros de la historia de Israel durante la monarquía y en las horas trágicas del fin de Jerusalén y del destierro, no se extingue durante la época judía, sino que adquiere formas y tonalidades nuevas. La sorpresa del judaísmo ha de buscarse sobre todo en el nacimiento de un nuevo movimiento teológico y literario, el apocalíptico.
Apocalíptica es un término acuñado del griego "apokalypsis", (revelación) para definir una particular literatura teológica bíblica y apócrifa, florecida desde el s. II a.C en adelante, pero cuyas raíces se hundían en el pasado de Israel, particularmente en el lenguaje fantasmagórico de Ezequiel y en su grandiosa visión de una tierra prometida ideal (cc. 40-48).
Lo que está fuera de duda es que la apocalíptica produjo un lenguaje y un mensaje específicos. Preparó un verdadero y auténtico arsenal de imágenes, sus páginas están inundadas de símbolos y visiones, le gustan las comunicaciones angélicas y las revelaciones mistéricas, trenza alusiones a acontecimientos históricos, proyectándolos hacia significados ulteriores.
Nacida en un ambiente hostil, de persecución, en la apocalíptica reina un pesimismo radical respecto al presente, considerado como la época del mal y el imperio de Satanás. En consecuencia, el interés del fiel por la historia es nulo. La única esperanza y la única lucha es la mantenida por un futuro reino de Dios que nacerá de las cenizas del mundo presente, destinado a ser aniquilado por el Mesías. Se trata, pues, de una visión dualista, que opone presente y futuro, cielo y tierra, fiel e historia. Perdida la esperanza en una Salvación humana, sólo Dios podrá salvar a su pueblo más allá de la historia.
IV. La conquista romana
En el año 63 a.C Pompeyo entra en Judea con sus legiones y logra conquistar Jerusalén después de tres meses de asedio. El país no fue anexionado directamente a la provincia romana, pero quedó sometido a Roma, como lo prueba la imposición de tributo y la introducción del sistema romano de percepción de impuestos.
LAS GRANDES LECCIONES DE LA HISTORIA DE ISRAEL
I. El Dios único
La afirmación fundamental del Antiguo Testamento sobre Dios es que éste es único. La norma principal del documento de la alianza lo dice claramente: "No tendrás ningún otro Dios junto a mí" (Ex 20,3). Esta verdad no era una cosa tan clara ni tan obvia para los antiguos israelitas. Ellos vivían entre otros pueblos, que tenían sus dioses protectores, y los israelitas lo sabían. De ahí que en Israel se tuvo que luchar constantemente contra los falsos dioses. La Biblia parece dar a entender que se produjo una evolución, cuyo punto de partida podría ser el culto politeísta de los antepasados de Israel. Seguiría después una larga etapa de monolatría en la que el pueblo se vio invitado a adorar a Yahvé como su único Dios, sin plantearse la cuestión teórica de si otros pueblos podrían tener dioses verdaderos o no. En todo caso, éstos nada deberían suponer para Israel. La última etapa de la evolución la constituiría la afirmación del monoteísmo en sentido estricto. Éste supone el convencimiento de que el Dios adorado -Yahvé- es el único Dios no sólo del propio pueblo, sino de todas las naciones. Cuando se habla de la unicidad de Dios, en el Antiguo Testamento, no se trata de una verdad filosófica, resultado de una demostración teórica. Se trata, más bien, de una experiencia vivida por el pueblo en el transcurso de su historia.
II. El Dios trascendente
El Dios de la Biblia trasciende el espacio, es decir, no se puede identificar con nada de lo que se localiza en algún lugar. Por eso Dios podía incluso destruir el templo, que se consideraba el lugar de la presencia de Yahvé. Por eso también Dios no está ligado al cosmos. El Dios de la Biblia trasciende también el tiempo. Por eso es el creador de todo desde el comienzo. Por eso, Dios es el "primero y el último", porque es el Dios de la "eternidad". Esto quiere decir que Dios no se identifica ni se confunde con nada de lo que pasa en el espacio y el tiempo, con nada de este mundo, nada de lo que ocurre en la historia. De ahí que la característica esencial de Yahvé es su santidad. Dios es "totalmente distinto", imposible de comparar con el mundo y con el hombre. Dios y el mundo no pueden ponerse en un mismo plano. Ahí radica la razón teológica más profunda de que Israel se planteara tan seriamente la prohibición absoluta de hacerse imágenes de la divinidad.
III. La justicia de Dios
La justicia de Dios está íntimamente relacionada con la "salvación" y con el hesed, es decir, con su benevolencia. De tal manera que la "justicia" de Yahvé se manifiesta constantemente en acciones salvíficas para su pueblo. Hasta el punto de que "justicia" viene a ser equivalente de "salvación" o acción salvífica. Por eso la justicia no es una amenaza, sino un don gratuito, un regalo de Dios a su pueblo. Y como los más débiles son los que más necesitan de esa ayuda y de ese don gratuito, por eso la justicia viene a ser equivalente de "defender eficazmente al que por sí mismo no puede defenderse". Ésta es la razón por la que los oprimidos por la injusticia se vuelven hacia el "Dios de la justicia", para que les ayude a salvaguardar sus derechos. Y ésa es también la razón por la que Yahvé impone al rey, de un modo especial, la tarea de velar por los débiles y defender a los oprimidos. La idea de la justicia, en el sentido de "retribución justa", es una idea ajena a la Biblia, hasta el punto de que jamás se habla en ella de la justicia para referirse a castigos del tipo que sean. Por consiguiente, Dios es justo y ejerce la justicia, porque defiende eficazmente al que por sí mismo no puede defenderse. De ahí que justicia y salvación vienen a ser, en la Biblia, dos términos equivalentes.
IV. El celo y la ira de Dios
En la Biblia también se presenta a Yahvé como un Dios celoso y un Dios que tiene ira. Yahvé reacciona ante el pecado castigando la conducta del hombre cuando éste se opone al proyecto de Dios y a la esencia misma de Dios. Sin embargo, es importante saber que esta reacción de Yahvé no se atribuye a la justicia divina, sino a su celo y a su ira o solamente a su ira. Cuando en la Biblia se aplican a Dios las expresiones "tener celo", "estar celoso", se hace siempre en sentido positivo, que corresponde al celo humano por el bien o por el templo o por la manifestación de la voluntad divina. Por eso el celo de Yahvé no suscita solamente juicios de castigo dirigidos contra los pecadores, sino que actúa sobre todo como celo por la liberación de Israel, de tal manera que el "celo de Yahvé" viene a ser, en la práctica, "celo por el pueblo". Mientras que "celoso" es, a veces, un sobrenombre de Yahvé, el término "iracundo" o "airado" no se aplica nunca ni como nombre de Dios ni como atributo suyo permanente. La mayor parte de las veces la ira se refiere a la reacción arrebatada de Yahvé contra la violación perversa de la alianza. Pero en todo caso, interesa saber que, por encima de la ira, está la paciencia de Yahvé. Esta forma de hablar sobre Dios, atribuyéndole reacciones y sentimientos humanos, es obviamente un lenguaje mítico, propio de todas las religiones, y que expresa no lo que es Dios, sino lo que los hombres perciben o experimentan ante determinadas acciones o hechos que se atribuyen a la divinidad. Está claro que la revelación de Dios en el Antiguo Testamento es todavía una revelación incompleta.
V. La fidelidad de Dios
Dios es siempre fiel, por encima de todo y a pesar de todo. Por eso una de las cualidades mayores de Dios es precisamente su fidelidad. De la misma manera que Dios es misericordioso (hesed), también es fiel (emet). De ahí que estos dos términos se unen frecuentemente en la Biblia al hablar de Dios. Misericordia y fidelidad son características esenciales de Dios. Pero si Dios es siempre fiel, el hombre no siempre lo es. Apenas establecida la alianza, el pueblo se aparta de Yahvé y adora el becerro de oro. Ésta fue la primera gran caída del pueblo en la infidelidad. Después, con el paso del tiempo, las infidelidades se repitieron, de tal manera que todos los desastres nacionales se atribuyen a la falta de fidelidad del pueblo ante su Dios. Y sin embargo, la fidelidad de Yahvé permanece. Dios no se cansa y es siempre fiel, a pesar de todo. Por eso Dios renueva la alianza con su pueblo, como si nada hubiera pasado. La fidelidad de Dios no tiene límites. Por muchos que sean los pecados y las maldades del hombre, Dios es siempre fiel a su promesa y su alianza con el pueblo. De tal manera que la historia santa se puede resumir diciendo que fue una historia de infidelidades de Israel ante su Dios. Y una historia de la fidelidad eterna e incansable de Dios para con su pueblo.
VI. La promesa y la esperanza
La promesa que Dios hizo a Abrahán, a Isaac y a Jacob posee un doble contenido: la posesión del país de Canaán y la descendencia innumerable. Con frecuencia, estas dos promesas se hallan juntas, aunque también, a veces, se habla de una sola de ellas. Del conjunto de los textos se desprende que la promesa más importante es la que se refiere a la posesión de la tierra. Por lo tanto, la esperanza primera y fundamental de Israel es una esperanza en la tierra, en este mundo, en los bienes de la tierra, en la prosperidad y el bienestar. En esto consiste la primera y fundamental promesa de Dios a su pueblo. De tal manera, que incluso la infidelidad de Israel no debe ser impedimento para la esperanza, porque Dios perdona siempre, mantiene su promesa y la acrecienta. Esta esperanza incluye el conocimiento de Dios y la renovación de los corazones. Al final del Antiguo Testamento, en los últimos libros inspirados, se apunta ya claramente a una esperanza que trasciende los límites de este mundo. Porque es una paz, un reposo, una salvación que no está ya en la tierra, sino en la inmortalidad. La religión de la Biblia enfrenta al hombre con la responsabilidad de hacer un mundo más habitable, más digno del hombre. Y solamente después de esto, y supuesto esto, la Biblia nos enseña a esperar una vida más allá de la muerte, una vida plena y eterna, junto al Señor de la vida.
LA VIDA EN EL SENO DE UNA FAMILIA JUDÍA
I. Nacimiento y bar-mitzvah
Según la ley ortodoxa judía, judío es el que ha nacido de madre judía, aunque es posible llegar a serlo por la conversión. Al día octavo de su nacimiento, un niño judío ha de ser circuncidado. La circuncisión puede ser o bien una operación realizada por un médico, o un rito religioso dirigido por un mohel, un circuncisor experimentado y autorizado. Al ser circuncidado, el niño recibe el hombre hebreo que ha de usar en su barmitzvah, en su boda y que será grabado en su lápida sepulcral.
Durante los primeros años, su madre es la responsable de su formación religiosa. Tan pronto como puede hablar, se le enseñan las palabras del shemá y hacia los cinco años es enviado a clase de religión en la sinagoga, que se imparte al atardecer durante los días laborables y también en la mañana del domingo. Una de las principales actividades de la clase religión es el estudio del hebreo y de los libros sagrados. Para una niña es particularmente importante aprender a llevar un hogar judío.
A la edad de trece años, un muchacho se convierte en bar-mitzvah (hijo del precepto). El sábado siguiente a su cumpleaños lee por primera vez un pasaje del rollo de la Torá durante el servicio sinagogal y después participa en una fiesta con familiares y amigos. Desde este momento, se le considera como una persona responsable, debe cumplir todos los deberes de un judío y puede ser uno de los diez hombres adultos requeridos para recitar una oración pública.
Toda muchacha judía se hace automáticamente mayor de edad a los doce años y es considerada entonces bar-mitzvah (hija del precepto). Es costumbre de algunas sinagogas hacer una ceremonia para celebrar el acontecimiento.
II. La oración
Un hombre judío devoto reza tres veces al día, por la mañana, por la tarde y al anochecer, en su casa o en la sinagoga. Cuando reza, cubre su cabeza con un sombrero ordinario o con un gorro (Kippá). Por la mañana, viste un chal de oración (tallit) con borlas u orlas en las cuatro puntas en obediencia al precepto de la Torá. En los días entre semana puede incluso llevar filacterias (tefelin), que son estuches de cuero que contienen cuatro pasajes de la Escritura: Ex 13, 1-10; 11-16; Dt 6, 4-9; 11, 13-21) y que se atan a la frente y a la parte superior del brazo izquierdo.
Cuando sale fuera, el judío ortodoxo puede continuar con la cabeza cubierta como señal de reverencia hacia Dios, en cuya presencia vive toda su vida. Saliendo por la puerta principal, pasa la mezuzá, que le recuerda también su obligación religiosa para con Dios. La mezuzá consiste en una minúscula membrana de pergamino, en la que están escritas en hebreo las primeras frases de los pasajes del shemá: Dt 6, 4-9 y 11, 13-21. La membrana se conserva en una caja de madera o de metal y se fija en la parte superior del dintel derecho de la puerta de entrada. Una mezuzá semejante se fija en el dintel de cada habitación de la casa.
III. El kosher
El deber de un ama de casa judía es salvaguardar la pureza del hogar, y una de sus muchas responsabilidades consiste en asegurarse de que el alimento consumido en ella sea kosher (adecuado o puro según las leyes alimentarias judías).
La carne y los productos lácteos no pueden servirse en la misma comida. Si se come carne, no puede untarse el pan con mantequilla, o mezclar leche con el café. Para evitar la posibilidad de mezclar carne con leche, el ama de casa judía tradicional emplea dos servicios de platos, uno de ellos reservado para la carne y el otro para los lacticinios. Además puede usar dos vasijas para lavar la vajilla y dos servicios para el té. Los hoteles judíos tienen dos cocinas separadas.
En el hogar judío solamente se pueden comer ciertas clases de carne. El elenco se encuentra en el libro del Levítico 11 y en el Deuteronomio 14. Entre ellas, el cordero, la vaca y los pollos están permitidos, en cambio el cerdo y los mariscos está prohibidos. Los animales deben ser degollados por un shochet amaestrado y autorizado, que siga cuidadosamente determinadas reglas para que la sangre corra rápidamente del cuerpo y asegure el mínimo sufrimiento al animal. Después que el animal ha sido ritualmente degollado, la carne ha de ser remojada en agua fría y salada para quitar toda la sangre que queda.
Los hebreos se diversifican entre sí notablemente en la observancia de estas leyes alimenticias. Algunos no observan ninguna de ellas. Otros se abstienen del alimento prohibido, pero no son tan estrictos con lo detalles de mantener kosher la cocina. Los judíos ortodoxos, sin embargo, observan meticulosamente estas reglas como un acto de obediencia religiosa, que santifica y transforma la mesa familiar en un altar.
Antes de cada comida se recita una bendición tradicional que, aunque varía según el alimento que se va a comer, suena poco más o menos así: "Bendito seas, tú, Señor, Dios nuestro, rey del universo, que nos das el pan de la tierra".
IV. El sábado
El sábado es considerado como la fiesta religiosa judía más importante. Conmemora la creación del mundo y la liberación del pueblo de Israel de Egipto y ha jugado un papel decisivo en el mantenimiento del judaísmo. Se celebra en un ambiente especial de alegría y paz y se le considera por ello como una anticipación del tiempo futuro.
El comienzo del sábado, a la caída del sol en la tarde del viernes, está señalado por el encendido y bendición de las candelas hecha por la madre. El padre asiste a la sinagoga con sus hijos y, a su vuelta, los bendice y alaba a su mujer. La familia consume junta con gozo una comida que comienza con la bendición del pan y del vino. El pan es una masa especial llamada challah. Normalmente se consumen dos panes en memoria de la doble porción de maná caído en el desierto la víspera del sábado.
No se permite ningún trabajo en sábado, y el judío ortodoxo tiene que dedicarse a una ocupación que le permita, a lo largo de todo el año, estar en casa a la caída del sol del viernes, lo que significa a menudo que ha de trabajar como autónomo o emplearse en una empresa judía.
En sábado no se puede encender ningún fuego, si bien se puede mantener vivo un fuego encendido antes. Algunos emplean a una persona no judía para realizar determinados trabajos no permitidos a un judío en sábado. Otros instalan interruptores a tiempo prolongado.
No se pueden emprender largos viajes en sábado, aunque los que navegan a bordo de un barco no están obligados a bajar a tierra. Un judío ortodoxo procurará vivir a corta distancia de su sinagoga, ya que no puede conducir su coche en sábado ni usar el transporte público.
Estas restricciones, lejos de ser un peso, son vistas por el judío religioso como un medio de liberarle de las preocupaciones de la vida diaria. El sábado es un día en que puede descansar por completo de su trabajo ordinario y renovarse espiritualmente.
Al terminar el sábado, la familia se congrega de nuevo para una breve ceremonia. Se recitan bendiciones sobre una copa de vino y sobre una caja de especias suaves. Las especias hablan de la fragancia del día del sábado que, como se espera, se extenderá a la nueva semana que comienza.
V. Matrimonio y divorcio
En el judaísmo el matrimonio se considera como una alianza sagrada. Antes de la ceremonia, el novio firma el documento matrimonial por el que se entrega a su novia. Durante el servicio religioso, la pareja se coloca bajo un baldaquino recamado sostenido por cuatro palos, que representa su hogar futuro. La ceremonia termina con la ruptura de un vaso bajo los pies del novio. Este acto simbólico significaría, según algunos, que también los tiempos de gran alegría van contrapesados por momentos de seriedad y reflexión. Otros ven en él un recordatorio de la destrucción del templo de Jerusalén, tema que aparece constantemente en las oraciones hebreas.
En el caso del naufragio de un matrimonio, la comunidad local trata en lo posible de reconciliar a marido y mujer. Si esto no es posible, un tribunal religioso judío puede extender una sentencia de divorcio.
VI. Muerte y resurrección
Las últimas palabras pronunciadas por el judío religioso a la hora de la muerte, o dichas en su lugar si se encuentra demasiado débil, son las palabras del Shemá, que aprendió de niño: "Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor...". En el momento de la muerte, los presentes hacen un pequeño rasguño en sus vestidos en señal de dolor. El servicio fúnebre, que se caracteriza por su sencillez entre las familias ricas, se realiza lo antes posible y preferentemente dentro de las veinticuatro horas de producirse la muerte. No se recitan oraciones por el difunto, sino una oración de alabanza a Dios en su memoria. Corresponde a uno de los hijos decir la alabanza por su padre difunto.
Después del funeral, los familiares más próximos vuelven a casa para una semana de luto privado. Este período es conocido como el de los siete días, durante el cual todos se sientan en banquetas bajas incluso en el suelo. En el aniversario de la muerte del padre, los hijos encienden una vela como memorial y recitan la oración de alabanza al final del servicio religioso sinagogal.
La doctrina de la resurrección no se encuentra en la Torá y es considerada por algunos como un producto extraño importado del cristianismo. Sin embargo, la idea de una vida después de la muerte está atestiguada en el judaísmo por lo menos hace dos mil años. Sin embargo, está claro que el judaísmo se interesa primordialmente por esta vida más que por la próxima, y por la obediencia a la ley de Dios en la vida presente más que por la especulación en torno al futuro.
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Enviado por: | Daniel Diaz |
Idioma: | castellano |
País: | España |