Derecho


Gobierno argentino


El Post-Peronismo

Un análisis de la ingobernabilidad y la

inestabilidad política argentina desde la caída de Perón hasta el Proceso de Reorganización Nacional

Proyecto especial de Ciencias Sociales Integradas

Escuela Técnica ORT - 1995


índice

ÍNDICE

Introducción

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espués de la caída de Perón, la Argentina, otrora granero del mundo, tierra de porvenir y de infinitas posibilidades, empezó una larga e infructuosa lucha para salir del estancamiento económico originado a fines de los `40. Pese a todo, no logró recuperar ni la prosperidad ni el crecimiento sostenido; la inflación crónica y los repetidos ciclos de recesión y recuperación detuvieron su proceso hacia la industrialización. Al mismo tiempo, las divisiones sociales y políticas se hicieron cada vez más tensas y violentas, y los sucesivos gobiernos fueron incapaces de impedir la progresiva decadencia institucional. Las alianzas político militares se hicieron constantes; las Fuerzas Armadas fueron asimilando esta necesidad de ciertos grupos civiles de contar con el apoyo militar, y los gobiernos de facto se fueron institucionalizando, hasta derivar en el sangriento Proceso de Reorganización Nacional.

Es mi propósito determinar en este informe las causas que llevaron a este estancamiento, decadencia institucional y violencia desmesurada. Comenzaré describiendo la situación en la que se formó el peronismo, el movimiento obrero más importante de América, para estudiar luego sus dos primeras gestiones de gobierno. Al meterme de lleno en su derrocamiento en 1955, describiré los agentes sociales, políticos y económicos que surgieron de la Argentina postperonista y trataré de estudiar el por qué de su rechazo mutuo, que impidió lograr por décadas la conciliación nacional. De esta investigación espero sacar las conclusiones que expliquen el por qué de las divisiones tajantes que hicieron que la sociedad argentina respalde, resignada o no, a la mano dura de los oscuros hombres del Proceso.

Las raíces del movimiento nacional popular peronista

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a Argentina se desarrolló en el siglo XIX “hacia afuera”, basándose en la constante expansión de las exportaciones primarias. Este tipo de desarrollo fue agotando sus posibilidades dinámicas a medida que el país fue creciendo y el mercado interno fue adquiriendo dimensiones considerables. Siendo la economía nacional dependiente de la producción agropecuaria exportable y del abastecimiento de manufacturas y bienes de capital, la estructura productiva del país resultó ser sumamente vulnerable y dependiente de la situación internacional. La Gran Depresión, con la quiebra del sistema mundial de comercio y la violenta caída de los precios internacionales, demostró este punto.

Por medio del golpe de 1930, se desvió la tradicional política librecambista y agroexportadora, hacia una más intervencionista e industrialista. Algunos grupos económicos dinámicos, afectados por los altos costos de las importaciones de manufacturas, comenzaron a invertir sus capitales en la industria. Se comenzaron a fabricar localmente algunos productos, principalmente de industria liviana, dando lugar al proceso de “sustitución de importaciones”. El aumento en el número de firmas y obreros industriales, dio lugar a otras de las tendencias que durarían tres décadas más: la migración del campo a la ciudad y el aumento y diversificación de los sindicatos.

El inicio de la Segunda Guerra Mundial aisló aún más a la Argentina de sus fuentes tradicionales de abastecimiento, revelando nuevamente el costo de una estructura productiva subindustrializada. Esto barrió forzosamente con los prejuicios y la cautela argentinas contra la industria. La tradicional neutralidad argentina y la férrea oposición a entrar en guerra alejaron cada vez más a la Argentina de los EEUU, quien comenzó con las represalias, entre ellas la de vender armamentos al Brasil. Los grupos nacionalistas, alarmados, tomaron para si la prédica industrialista, necesaria para armar al país contra la amenaza brasileña.

Muchos grupos disímiles se encontraron juntos oponiéndose al gobierno, por lo que este buscó apoyo en las Fuerzas Armadas. Estas fueron cobrando cada vez más poder, hasta tomar el papel de un importante actor político. Bajo su mando, comenzó la instalación de la industria pesada en el país (Dirección General de Fabricaciones Militares, Altos Hornos Zapla, etc.).

A los ojos de los militares nacionalistas, el tambaleante e ilegítimo gobierno conservador no era idóneo para la tarea de establecer el orden y eficiencia necesarios para enfrentar a las nubes comunistas que se divisaban para el final de la guerra, ni parecía considerar imprescindible a la industria pesada, por lo que dieron un golpe de Estado en junio del `43. El nuevo gobierno estableció un régimen represor y populista, orientado a la utilización de las materias primas locales y a la protección de la industria de “interés nacional”, como la de armamentos.

El ascenso de Perón

El inspirador del golpe y epicentro del gobierno militar era el Grupo de Oficiales Unidos, dentro del cual se encontraba el ya influyente Coronel Juan Domingo Perón, un militar nacionalista y anticomunista, admirador del fascismo y corporativismo italianos. Su amplia visión política le permitió diseñar un concepto corporativista adaptado a la situación argentina: el Estado benefactor, además de dirigir la economía y velar por la seguridad de la nación, sería el lugar donde los diferentes grupos sociales resolvieran sus diferencias. De esta manera, se garantizaría que el proletariado se elevara socialmente y que la burguesía no debiera temer por conflictos que habrían de poner en peligro la propiedad privada de los medios de producción. Así se lograría la armonía de clases.

Estando a cargo de la Dirección Nacional del Trabajo (promovida después a Secretaría de Trabajo y Bienestar Social) convocó a la “vieja guardia sindical” formada en la década del `30, con excepción de los comunistas, quienes fueron perseguidos y arrestados. Estimulando la organización, los reclamos y la movilización obrera, lanzó un torrente de decretos destinados a mejorar la situación de los trabajadores (paga, vivienda, vacaciones, pensiones, compensación por accidentes) y, en medio de una ruidosa publicidad por radio y prensa, intervino en las huelgas a favor del proletariado. Para aislar a los líderes opositores, sólo otorgaba los beneficios a aquellos sindicatos con “plena personería gremial”, validación que él mismo entregaba. De esta manera, los afiliados presionaban a los líderes para que cooperasen con el gobierno.

Cuando a principios de 1944 el General Farrel asumió la presidencia, Perón fue ascendido a Ministro de Guerra, desde donde se encargó de la distribución de suministros y promociones, cultivando así su popularidad entre el grupo de oficiales.

Perón difundió su proyecto entre los grupos sociales anteriormente citados. En sus discursos al proletariado, Perón subrayaba su identificación con los obreros y se mostraba anticapitalista y antinorteamericano. Con los militares, subrayaba la necesidad de un Estado fuerte que intervenga en la sociedad y en la economía y que asegure la plena ocupación y la protección del trabajo, necesarias para lograr la autarquía económica e impedir los desórdenes sociales previstos para la posguerra. Ante los empresarios señalaba el peligro de las masas desorganizadas y del avance del comunismo en Europa. Les planteaba que la represión directa de estos movimientos conduciría a una revolución de masas; las concesiones y la justicia social que él promovía, en cambio, llevarían a cabo una revolución pacífica que no haría peligrar la organización capitalista de la sociedad. A continuación, un extracto de su discurso en agosto de 1944, en la Bolsa de Comercio:

“Señores capitalistas, no se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estaría seguro el capitalismo... Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores para que el Estado los dirija y les marque rumbos y de esta manera se neutralizarían en su seno las corrientes ideológicas y revoluciones que puedan poner en peligro nuestra sociedad capitalista en la postguerra”.

En sus oscilaciones demagógicas entre el Capital y el Trabajo, Perón ponía en práctica la técnica del péndulo: por cada diez discursos de derecha lanzaba uno de izquierda. Siempre se mostraba como el indicado para encontrar la salida al problema, canalizando la efervescencia del proletariado en un movimiento obrero conducido por el Estado, para lo cual necesitaba adquirir el poder suficiente.

Al acercarse el fin de la guerra, la oposición democrática de radicales, comunistas, socialistas, demoprogresistas y algunos grupos conservadores se fue uniendo y fortaleciendo, revitalizando los partidos políticos. Con el apoyo y la incitación constante de los Estados Unidos, los partidos opositores reclamaron la renuncia del gobierno. Así llegaron a un acuerdo para las elecciones casi inminentes: la Unión Democrática constituiría el repudio de la sociedad civil hacia los militares y la alineación con los principios Aliados.

En junio de ese mismo año la Unión repudió la legislación social del gobierno. Los sindicatos publicaron un contramanifiesto “en defensa de los beneficios obtenidos mediante la Secretaría de Trabajo y Previsión”. En todo el país la gente hablaba de guerra civil. El gobierno militar, presionado por la opinión pública y ganado por la desconfianza hacia Perón, forzó su renuncia el 8 de octubre y lo puso en prisión. La oposición parecía victoriosa, pero una vez destituido Perón no pudo ponerse de acuerdo sobre la composición de un gobierno provisional. El ejército no estaba dispuesto a entregar el poder a la Corte Suprema, lo que significaría anular la revolución de 1943.

En este desconcierto y vacío de poder, los partidarios de Perón actuaron, recorriendo los barrios obreros en campaña para la liberación de su líder. El 17 de Octubre de 1945, la oligarquía y la clase media presenciaron estupefactos como miles de obreros se lanzaban a las calles y marchaban hacia la Casa Rosada para pedir por la liberación de su líder.

El trabajo de dos años de Perón desde la Secretaría no había caído en saco roto. Un nuevo actor político había nacido: el proletariado, dirigido por sus líderes sindicales, definió su identidad, decidió la crisis a favor de Perón, y selló un pacto con su líder que no se rompería. Los adversarios de Perón en el gobierno dimitieron y el coronel habló a la multitud en la Plaza de Mayo, ahora como candidato oficial a la presidencia.

Para la campaña, Perón creó el Partido Laborista, donde predominaban los dirigentes sindicales. Recibió el apoyo del Ejército y la Iglesia, que en una pastoral recomendó, con pocos eufemismos, votar por el candidato del gobierno que había perseguido al comunismo y restablecido la enseñanza religiosa.

Durante diez años se había considerado que en elecciones libres los demócratas ganarían, pero el país había cambiado: el peronismo contraponía la democracia formal de sus adversarios a la democracia real de la justicia social. Perón ganó las elecciones de 1946 con el 54 % de los votos.

los gobiernos peronistas

El primer gobierno de Perón (1946-1951)

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a situación política y económica en la que Perón asumió el gobierno no podía ser mejor. Tenía amplias mayorías en ambas cámaras, casi todos los gobiernos de las provincias, estaba respaldado por el Ejército, los sindicatos y la Iglesia y tenía el manejo del creciente aparato estatal (servicios públicos, Banco Industrial, Fabricaciones Militares). Tenía todos los instrumentos políticos en la mano. También gozaba de una situación internacional muy favorable, gracias al auge de precios agrícolas de la posguerra. Las arcas nacionales estaban llenas de divisas de la época de la guerra y la Argentina era el granero del mundo.

La principal preocupación de Perón era mantener y aumentar el empleo industrial urbano, ya que esto era esencial para la protección de su base política. Como presidente continuó otorgando beneficios a los sindicatos y redistribuyendo los ingresos hacia las clases obreras, lo que engrosó el mercado interno, principalmente de cereales y carne. Impulsó la repatriación de la deuda externa mediante la nacionalización de los servicios públicos, como los ferrocarriles, por los cuales, en medio de una ruidosa campaña nacionalista, se pagó tres veces su valor. Una vez superados los temores de la guerra con Brasil, y por las condiciones económicas reinantes, se consideró más sensato dar prioridad a la industria ligera sobre la pesada.

El entorno de Perón especulaba con que en cinco años sobrevendría otra depresión, seguida por una guerra entre las dos superpotencias, durante la cual la Argentina quedaría aislada. En este lapso de cinco años se debía lograr la independencia económica y la industrialización automantenida, proveyéndose aceleradamente de bienes de capital y materias primas importadas, antes de que cesase su disponibilidad. Se otorgó al sector industrial protección aduanera, amplios créditos y divisas a precios diferenciales para equiparse. Todo esto quedó plasmado en el Plan Quinquenal que lanzó a fines de 1946, en el cual la agricultura era prácticamente omitida, ya que cuando la depresión mundial se produjese, los precios de exportación agrícolas se derrumbarían, como en el `30.

Perón mantuvo su prédica antinorteamericana elaborando la doctrina de la Tercera Posición, que sostenía que el justicialismo era una ideología socialcristiana basada en los preceptos de justicia y armonía de clases, alejada tanto del capitalismo como del comunismo. Así reanudó las relaciones diplomáticas con la URSS e hizo lo posible para mejorar las relaciones con los EEUU, que, con el advenimiento de la Guerra Fría, estaba menos interesado en combatir a presuntas reliquias de fascismo como Perón, aceptándolo como un baluarte contra el comunismo.

Los adversarios de Perón en esta época se encontraban principalmente entre la clase media, que no era beneficiaria directa de la Justicia Social peronista y que era quien más sufría por la falta de derechos liberales, como la libertad de expresión. Por otro lado, el hecho de que la clase trabajadora ascendiera en status y obtuviera acceso a una calidad de vida anteriormente reservada para la clase media, las enfrentó en el marco de un conflicto cultural.

La manipulación de las instituciones republicanas fue otro factor de enfrentamiento con la oposición. En 1946 Perón expulsó a todos los jueces de la Corte Suprema menos uno, obteniendo el control sobre el Poder Judicial. Al Poder Legislativo se lo vació de toda capacidad de operación: los proyectos se preparaban desde la Presidencia y se aprobaban sin modificaciones, los debates parlamentarios se eludían recurriendo al “cierre del debate”, y todos los legisladores oficialistas debían firmar una renuncia en blanco como garantía de buena conducta. Hizo uso de la intervención federal en variadas ocasiones, prohibió las coaliciones como la Unión democrática o el Frente Popular y subordinó la CGT al Estado. Acabó en 1947 con la autonomía universitaria echando a más de 1500 profesores opositores y restringió la libertad de prensa, persiguiendo a los socialistas y favoreciendo a los periódicos peronistas.

Durante todo su gobierno, Perón mantuvo una intensa actividad propagandística, como las numerosas reuniones masivas en Plaza de Mayo y la declaración de los Derechos de los Trabajadores. Aquí jugó un muy importante papel su segunda esposa, Eva Duarte de Perón, mitificada como Evita, la abanderada de los humildes, el símbolo de la elevación de los pobres al poder y al status. A través de la Fundación Eva Perón, con subsidios del Estado, Evita repartió alimentos, construyó hospitales, escuelas, fundó la rama femenina del Partido Peronista y pugnó por el otorgamiento del voto femenino, lo que consiguió en 1947. La reputación de Eva Perón resultó muy magnificada gracias a que su carrera coincidió con los años dorados del peronismo.

En 1949, cuando su posición era imbatible, Perón reformó la Constitución. La nueva Constitución iba acorde con la política estatista e intervencionista de Perón, declarando la propiedad nacional del petróleo y el derecho estatal a nacionalizar los servicios públicos y a regular el comercio, así como a expropiar empresas o tierras (lo que dejaba la puerta abierta para una eventual reforma agraria). Aumentaba el poder presidencial y del Estado y la autoridad para intervenir provincias, permitía la reelección ilimitada, y establecía la elección directa del Presidente y senadores. La libertad y los derechos individuales liberales se vieron reemplazados por derechos corporativistas.

Pasados cinco años de gobierno, el Plan Quinquenal dio un balance negativo. La idea de que una industrialización liviana acelerada otorgaría independencia económica a nuestro país era errónea, ya que la floreciente industria necesitaba más que nunca importaciones de bienes de capital y combustibles. Esto provocó un irrefrenable aumento de las importaciones, objetivo opuesto al del plan. Por otro lado, las reservas de divisas se estaban consumiendo - las exportaciones de materia prima acumulaban monedas inconvertibles, libras británicas principalmente - y el campo, gracias a la política peronista de transferencia de recursos a la industria, estaba en franca decadencia. La nacionalización de los servicios extranjeros no había fortalecido la soberanía económica sino que la había debilitado. La fuerte capacidad negociadora de los sindicatos, al trabar eventuales ajustes salariales o reducciones de personal, era un obstáculo para el mejoramiento de la productividad industrial. A esto se sumó la fatídica decisión del gobierno de los EEUU de que los dólares del Plan Marshall (para la reconstrucción de Europa) no podrían utilizarse para comprar productos argentinos. El país entró en crisis. El Plan Quinquenal había fallado.

La crisis en el comercio y la agricultura produjeron la contracción de la industria, el empleo y los ingresos. La capacidad de maniobra de Perón se vio limitada y debió aumentar en autoritarismo y demagogia, demostrando que el peronismo en el poder era incapaz de soportar ataques opositores

El régimen fue cada vez más amenazador y represivo. Amplió los poderes de la Policía, estableció con los sindicatos una forma de control directo y peronizó del todo la CGT, al mismo tiempo que se acabó su tolerancia ante las huelgas. Cercenó las libertades individuales por medio de la censura, las redadas en los principales diarios y agencias de noticias y la prohibición de viajar al Uruguay, donde se exiliaban los opositores. También sancionó la Ley de Desacato, típica de regímenes de facto, e incrementó la actividad propagandística oficialista.

Mientras la base popular era controlada por medio de los sindicatos y muchas veces por medio de la represión directa, las clases media y alta se convirtieron en una fuente de campaña opositora. El costo laboral que significaba la política justicialista, ignorado durante la época de las vacas gordas, empujó a gran parte de la burguesía industrial al campo opositor.

Los conflictos sociales y los avances del autoritarismo civil incomodaban a los militares, que empezaron a preguntarse acerca de la solidez de un sistema supuestamente de orden, pero basado en la agitación constante. Tratando de aliviar las tensiones con las Fuerzas Armadas, el gobierno estimuló la carrera militar, disminuyendo el número de reclutas y aumentando los sueldos y el número de oficiales.

En estas condiciones se acercó la fecha de elecciones. Durante la campaña, los peronistas monopolizaron los medios de comunicación, rompieron las manifestaciones opositoras y silenciaron a los disidentes con arrestos por desacato. Así, en 1951 Perón ganó las elecciones con el 64% de los votos, obteniendo una aplastante mayoría en todas las provincias y en la Capital.

El segundo gobierno de Perón (1952-1955)

En 1952, el gobierno adoptó un nuevo rumbo económico con el Segundo Plan Quinquenal 1953-1957. Con este plan, más liberal que el anterior, se intentó reavivar el desarrollo agrícola y reequilibrar la balanza comercial, quitando recursos a la industria y estimulando las exportaciones. Por medio del congelamiento de los salarios y la suspención de los subsidios alimenticios se apuntó a la reducción del consumo interno y de la inflación. Se le dio más prioridad a la industria pesada que a la ligera, por su capacidad de reemplazar importaciones de bienes de capital. Se favoreció a las empresas grandes en perjuicio de las chicas y se proyectó el aumento de la producción energética.

Este plan sólo tuvo un éxito parcial y de corta vida. Durante un breve período frenó la inflación y restauró la balanza de pagos, pero no logró resucitar a la agricultura. La industria quedó estancada y no pudo seguir absorbiendo la mano de obra que seguía emigrando del empobrecido interior, para acumularse en las villas miseria de rápida proliferación. Cada vez más industriales, paralizados por los sindicatos y la situación económica, empezaron a llegar a la conclusión de que Perón, al frente de la clase obrera organizada, era un estorbo.

La muerte de Eva Perón en 1952 fue un duro golpe para el régimen. En un año de pésimas cosechas, de industrias en decadencia y de vertiginosa inflación, Perón perdió a su mejor intermediaria frente a los sindicatos y al pueblo en general. Mostrando su capacidad para extraer provecho de toda contrariedad, montó alrededor de su muerte un espectáculo de lealtad y respaldo a su gobierno.

En un nuevo plan para reforzar su dominio político y no tener que depender exclusivamente de la represión bruta, Perón extendió el corporativismo más allá de los sindicatos y patronos industriales. Estableció toda una gama de nuevas instituciones corporativas que incluían a otros grupos sociales importantes, adquiriendo nuevos órganos para el adoctrinamiento y la propaganda. Como había sucedido con los sindicatos, los nuevos entes comenzaron a peronizarse y a absorber a las organizaciones existentes, con todos los poderes policiales y de propaganda del gobierno de su lado. Esta imposición enervó aún más a los grupos de clase media opositores al régimen, que muchas veces se encontraban entre estas instituciones.

A esta altura, Perón ya contaba con muchos enemigos: los terratenientes, afectados desde el principio por las políticas anti-agropecuarias; las multinacionales extranjeras que no podían entrar al país; la burguesía industrial nacional, que exigía la apertura económica a estos capitales y que cargaba con los costos de los derechos sociales; la clase media, por la intolerancia y prepotencia políticas peronistas y por su identificación plebeya y la Iglesia, que se sentía avasallada en los campos de beneficencia y educación y que no dejaba de manifestar su desagrado por el creciente culto laico a la doctrina peronista, al presidente y a su esposa. La Iglesia se convirtió en la única institución civil importante que eludió la purga y la “peronización” y en el único refugio para la oposición.

Perón todavía mantenía el apoyo del proletariado y el de un sector de los pequeños y medianos empresarios, que necesitaban un mercado interno fuerte para colocar sus productos. Finalmente, ante la posibilidad de asociarse con capitales extranjeros, muchos de estos empresarios también se pasaron al campo opositor.

Cuando en noviembre de 1954, en una jugada que demostró ser un grave error en un hombre que había perdido muchas de sus capacidades políticas, Perón se lanzó a un ataque feroz y repentino contra la Iglesia, la oposición se encolumnó detrás de ella y encontró la brecha para derribarlo. En junio, la Marina se levantó contra el gobierno, y en un acto fallido de asesinato al líder bombardeó y ametralló una concentración civil peronista en Plaza de Mayo, causando trescientas muertes. Luego del fracaso del golpe, el Ejército sofocó los pocos motines dispersos y ratificó su lealtad al presidente. Igualmente Perón se vio prácticamente subordinado a sus salvadores, que ahora le dictaban condiciones.

Los líderes opositores aprovecharon la debilidad del gobierno para intensificar la campaña contra el régimen. Las calles de Buenos Aires se llenaron de estudiantes y manifestantes de clase media exigiendo que sus asociaciones tradicionales queden libres de la sujeción peronista. Ante esta nueva oleada de protesta, Perón advirtió que la posibilidad de apertura de un espacio de discusión que lo incluyera era mínima y descargó un duro ataque contra la oposición: lanzó a la policía a una redada de sus oponentes e hizo un dramático llamamiento a la CGT, los sindicatos y los “descamisados”. En un mitin de masas organizado en agosto hizo un estridente llamamiento a las armas y una espeluznante amenaza: “Cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos”. El estado de sitio fue restablecido y se difundieron rumores de que Perón estaba armando a los obreros para prepararlos para una guerra civil.

Estas actividades lanzaron finalmente al Ejército - donde desde el ataque a la Iglesia predominaban los grupos antiperonistas - a la oposición. En septiembre estalló en Córdoba una sublevación militar encabezada por el general Eduardo Lonardi, a la cual se sumó la Marina en pleno y muchos civiles, de todo el abanico político. Perón, carente de iniciativa, se refugió en la Embajada de Paraguay. Lonardi se presentó en Buenos Aires como presidente provisional de la Nación, ante una multitud tan numerosa como las reunidas por Perón, pero sin duda distinta en su composición.

El postperonismo

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l derrocamiento del primer experimento nacionalista popular de Perón implicó el cierre de un ciclo histórico. A partir de entonces se sucedió una época que comúnmente se denomina como de “empate” entre fuerzas, alternativamente capaces de vetar los proyectos de las otras, pero sin recursos para imponer perdurablemente los propios.

El “empate político” se vio reflejado en los ciclos periódicos de crisis económica. El poder económico fue compartido entre la burguesía agraria pampeana (proveedora de divisas y por lo tanto dueña de la situación en los momentos de crisis externa) y la burguesía industrial, volcada totalmente hacia el mercado interior. Las alianzas se establecerían según cual fuera el momento del ciclo.

Hasta 1966 hubo una serie de esfuerzos destinados a destruir al peronismo para crear una alternativa civil de apoyo mayoritario, pero fueron en vano.

Algunos de los que derrocaron a Perón anhelaban un país “sin vencedores ni vencidos” (como dijera Lonardi al asumir), y creían que con tiempo y educación democrática se podría integrar a los peronistas a la sociedad. Desgraciadamente, los que predominaron fueron los más duros e intolerantes, los “gorilas”, que condenaron a un ridículo silencio a la mayoría electoral, y que transformaron en delito cantar la marcha partidaria y mencionar los nombres de Perón y Evita.

La regla tácita operante durante esta época señalaba que el peronismo no debía gobernar ni podía ocupar espacios de poder relevantes. Quien, por táctica o principios republicanos, diera lugar a su retorno a posiciones de poder, aunque fueran parciales, sería desplazado por el método tradicional de los cambios críticos: el golpe de Estado. De esto se trataban los conflictos sociales planteados al comienzo del informe: gobiernos militares y civiles no peronistas se adueñaban del poder pero no podían mantenerlo por la presión peronista; estos a su vez podían derribar gobiernos pero no podían tomar el poder. Como factor de presión añadido para cualquier gobernante, constitucional o no, siempre estaba la eventualidad del arribo del General de su exilio - según la leyenda, en un avión negro - que con su amplia influencia y estrategia política podría prácticamente manejar la situación como se le antojara.

En 1966 el ejército, al mando del Tte. Gral. Juan Carlos Onganía, estableció una dominación autoritaria “necesaria” para suprimir la inflación y restablecer el crecimiento económico. La fuerte resistencia que la sociedad opuso a este programa obligó al gobierno militar a suavizar su situación y a acuciar una salida electoral. Aunque en las elecciones de 1973 el peronismo volvió al poder, la sociedad ya estaba fracturada y una seria inquietud política persistió durante los tres años siguientes, hasta que finalmente la Junta militar presidida por Jorge Rafael Videla tomó el poder mediante otro golpe de estado en junio de 1976.

Aramburu y la desperonización de la sociedad

El gobierno de Lonardi fue rápidamente reemplazado por las facciones más “gorilas” del poder, asumiendo el general Pedro Eugenio Aramburu la presidencia. Su régimen fue un intento de las clases dominantes de “poner orden en la casa”, y recuperarse, principalmente la burguesía agraria, del deterioro que el peronismo le había causado.

Con Aramburu se terminaron las ambigüedades. Se intervino el Partido Peronista y la CGT, así como la mayoría de los sindicatos; se prohibió el uso de símbolos peronistas, se detuvo a muchos dirigentes políticos y gremiales y se anuló la Constitución de 1949. Después de más de cien años de que no se fusilaba por motivos políticos, un alzamiento militar-civil fue sometido de esta manera. Los peronistas pudieron sentir que habían sido profundamente derrotados.

Procurando desarmar lo más posible el aparato de la organización obrera peronista, el gobierno de Aramburu sentó la base institucional para el proceso que se abriría con Frondizi: el reemplazo de trabajo por capital en el desarrollo industrial, esto es, el despojo de los derechos sociales peronistas en función de la acumulación de capital y la eficiencia de la economía.

El gobierno desarrollista de Frondizi

En 1958, Perón desde Madrid, ordenó a sus seguidores votar por el radical disidente y desarrollista Arturo Frondizi, demostrando así su fuerza aún desde el exilio. Perón se vio obligado a tomar esta decisión, ya que era dudoso que los peronistas volvieran a votar en blanco (después de la Asamblea Constituyente de 1957 en la que el 24% de los votos fueron en blanco) en un momento en el que se elegiría a las autoridades que regirían por seis años los destinos de la nación. Por otro lado, Frondizi seducía a los peronistas con sus consignas progresistas y desarrollistas y su prédica en contra del gobierno militar.

Las FFAA, lideradas por entonces por los sectores más antiperonistas, sostuvieron que el candidato de la UCRI había ganado ilegítimamente, ya que los votos peronistas habían frustrado al candidato oficioso de los militares, el de la UCR del Pueblo. Desde la asunción del nuevo presidente, el golpe ya estaba dando vueltas en las cabezas de los opositores.

Después del período peronista, el sector industrial había quedado compuesto por pequeños capitalistas y talleres artesanales de baja eficiencia y competitividad, pero de gran capacidad de empleo. Las grandes corporaciones del país, que cubrían las áreas de industria y servicios públicos, eran propiedad del Estado.

El gobierno desarrollista de Frondizi implementó un plan destinado a modernizar las relaciones económicas nacionales e impulsar la investigación científica. En diciembre de 1958 se promulgó la Ley de inversiones extranjeras, que trajo como consecuencia la radicación de capitales, principalmente norteamericanos, por más de 500 millones de dólares, el 90% de los cuales se concentró en las industrias químicas, petroquímicas, metalúrgicas y de maquinarias eléctricas y no eléctricas.

El mayor efecto de esta modernización fue la consolidación de un nuevo actor político: el capital extranjero radicado en la industria. La burguesía industrial nacional debió, desde entonces, amoldarse a sus decisiones y la tradicional burguesía pampeana fue desplazada de su posición de liderazgo, recuperándola a medias en los momentos de crisis.

Otras de las consecuencias de este plan fue la concentración de las inversiones en la Capital Federal, la provincia de Santa Fe y principalmente la ciudad de Córdoba, que experimentó un meteórico desarrollo industrial. Por otro lado, las variaciones en la distribución de los ingresos beneficiaron a los sectores medio y medio-alto, en detrimento de los inferiores, pero también de los superiores.

La complejización de las estructuras políticas y económicas desplazó a los viejos abogados y políticos del poder y los subordinó a una nueva clase dirigente, la burguesía gerencial, que empezó a formar el nuevo Establishment. Ante esta nueva situación, la burocracia sindical adoptó una nueva posición; ni combativa, ni oficialista: negociadora. Desde que en 1961 Frondizi devolvió a los sindicatos el control de la CGT, se empezó a gestar en el interior del sindicalismo peronista la corriente “vandorista” (por Augusto Vandor, líder del poderoso gremio metalúrgico) que estaba dispuesta a independizarse progresivamente de las indicaciones que Perón impartía en el exilio. Eventualmente, consideraban construir el embrión de un proyecto político-gremial capacitado para negociar directamente con otros factores de poder (es decir, sin la mediación de Perón) al estilo del Partido Laborista inglés nacido en la década del `40. Todo esto hizo que los partidos políticos tradicionales fueran perdiendo relevancia como articuladores de intereses sociales.

En estos años de proscripción y declinación general del nivel de vida de la clase obrera nació la izquierda peronista, es decir, aquellos peronistas cuyas metas eran el socialismo y la soberanía popular. Esta se dio no por acercamiento de la izquierda tradicional, que seguía siendo hostil al peronismo, sino a través de la radicalización de los activistas peronistas y la peronización de jóvenes que se habían orientado primero hacia la derecha y el nacionalismo católico.

En recompensa por el apoyo electoral recibido, Frondizi se acercó a los peronistas - otorgándoles una amnistía general, una nueva Ley de Asociaciones Profesionales, etc.- pero las inversiones extranjeras, consideradas la clave del desarrollo frondicista, les olían a entrega al imperialismo yanqui. Los contratos con ocho compañías petroleras extranjeras y la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre desbordaron la ira de los peronistas nacionalistas, que se sentían traicionados. A su vez, se levantaron las protestas de la burguesía nacional, que necesitaba el petróleo barato, y que temía que si la Argentina no se aliaba a EEUU contra Castro, sufriría la misma política de agresión que Cuba.

Ante la creciente oposición de la clase obrera, con una recurrente recesión, y con muy poco espacio para maniobrar, Frondizi se encontró entre la espada y la pared: cedió a todos los planteos militares (inquietos por la movilización del peronismo) y declaró primero el Estado de Sitio y luego el plan de represión CONINTES para desmovilizar a la clase obrera. Al mismo tiempo legalizó al Partido Peronista para competir en las elecciones de 1962 para gobernadores provinciales, en las que los peronistas ganaron en cinco distritos. Este hecho fue intolerable para los militares, por lo que decidieron el derrocamiento de Frondizi, encendiendo los fuegos del más virulento antiperonismo, al estilo de los años `55 y `56. El presidente destituido conservó la cordura como para salvar un jirón de institucionalidad designando como sucesor al presidente provisional del Senado, José María Guido.

Acto seguido se produjeron enfrentamientos dentro de las FFAA, más específicamente entre los denominados azules y colorados, en los que fueron derrotados los grupos más antiperonistas y favorables a la burguesía agraria que habían volteado a Frondizi. Tras dos choques sangrientos, otra generación se consolidó en el liderazgo de las Fuerzas Armadas, bajo el mando del general Onganía.

Dada la necesidad de otorgarle una salida institucional al precario gobierno de Guido, en 1963 se llamó a elecciones presidenciales nuevamente. Con el peronismo proscripto y con tan sólo el 25% de los votos, resultó vencedor el candidato de la UCR del Pueblo, Arturo Illia.

Illia, el insólito respeto republicano

El presidente Illia recreó un modelo de gobierno respetuoso hasta el fin de las pautas de la democracia liberal, inspirado en la imagen republicana anterior a 1930. En este sentido, su administración fue ejemplar: gobernó sin Estado de Sitio y sin presos políticos, garantizó las libertades básicas y hasta tuvo arrestos de dignidad nacional en sus relaciones con los EEUU, como lo demostró en oportunidad de la invasión de los marines en Santo Domingo.

Gracias a una coyuntura internacional favorable a los productos argentinos en el mercado mundial, la Argentina entró en un ciclo largo de recuperación, que eliminaría por una década el déficit en la balanza comercial. Si bien el gobierno de Illia no frenó estas tendencias, tampoco las impulsó. Esto es lo que los sectores más desarrollistas le achacaron desde el principio al gobierno radical. El nuevo Establishment necesitaba la apertura económica, la acumulación de capitales y la racionalización del Estado por encima de toda legalidad republicana. A los ojos militares y desarrollistas, el viejo sistema de partidos era incapaz de asumir estas tareas, por lo que prepararon el golpe mejor planeado y menos violento de la historia argentina. Moldearon a la opinión pública desde años antes del levantamiento por medio de una intensa actividad propagandista, hasta identificar al presidente radical con la modorra pueblerina y la siesta provinciana, al mismo tiempo que enaltecían a los militares como héroes de la epopeya tecnológica y de la grandeza nacional.

La Junta destituyó en 1966 al presidente, al vicepresidente, a los gobernadores y a los vicegobernadores, disolvió el Congreso Nacional, las legislaturas provinciales y los partidos políticos y reemplazó a los miembros de la Corte Suprema de Justicia. En nombre de las FFAA el cargo de presidente fue ocupado por un hombre de larga tradición cristiana y occidental: el Tte. Gral. Juan Carlos Onganía. El suceso militar fue bautizado con el nombre de “Revolución Argentina”, afirmándose sobre el consenso de algunos sectores, en el consentimiento resignado de la mayoría y en la expectativa desconcertada de casi todos.

La Revolución Argentina

La Revolución Argentina fue la continuación del proyecto desarrollista de Frondizi llevado a sus extremos: favoreció la apertura y la concentración de capitales para impulsar el proceso de industrialización y modernización de la estructura productiva y se estableció sobre un Estado autoritario donde confluían el poder político y el económico. El objetivo económico de Onganía fue pronto descubierto: la consolidación de la hegemonía de los grandes monopolios industriales y financieros asociados con el capital extranjero, a expensas de la burguesía rural y de los sectores populares.

Esta situación hizo que el peronismo profundizase su división, entre los que querían resistirse a los militares y los que querían colaborar, los vandoristas. Cuando estos se acercaron al gobierno, Perón - desde el exilio - fomentó el surgimiento de sindicatos opuestos a la burocracia sindical, como la CGT “de los argentinos”. Así les recordó a los vandoristas que sin él, no eran nada. Luego de haber logrado su objetivo a fines de 1968, y por temor a que la nueva central obrera se desbandara, la disolvió. Así era la táctica “pendular” del general.

En julio de 1966, un mes después del golpe derechista, la Policía Montada entró a la Universidad de Buenos Aires y la desalojó a porrazos, en el episodio tristemente conocido como la “Noche de los Bastones Largos”. Si bien visto en retrospectiva el acontecimiento no fue particularmente terrible, (principalmente comparado con la represión vivida durante el régimen de Videla), en esa época caló muy hondo en el alumnado. Dos años más tarde los estudiantes más políticamente motivados ya estaban estableciendo lazos de solidaridad con las organizaciones obreras militantes y desarrollando su campo de acción en el ámbito externo, principalmente en las villas miseria.

Pese a haber tenido condiciones económicas nacionales e internacionales a su favor, al cabo de los tres primeros años, la Revolución Argentina ya mostraba signos de fracaso. El más evidente fue la inesperada respuesta social a la política económica oficial, que derivó en el surgimiento de las guerrillas urbanas.

La guerrilla

Las principales causas que ocasionaron su origen y expansión fueron:

El acercamiento de las clases medias con las bajas: Al darse cuenta los universitarios de que su problemática no estaba tan lejos de la del proletariado (problemas económicos comunes por el aumento del costo de vida y transporte, desocupación creciente, etc.), comenzaron a identificarse con ellos y a buscar lazos que beneficiarían a ambos. No sólo creían posible un mundo mejor; los universitarios de izquierda sabían que como profesionales, administradores, planificadores de la economía, etc., tendrían un buen lugar en un eventual gobierno socialista.

Aunque la mala situación económica jugó su papel en la radicalización de la clase media, coincido con Richard Gillespie cuando afirma que los factores sociales y económicos fueron causas menores frente a los políticos y culturales. El golpe de Onganía significó un violento ataque a lo que la clase media consideraba su coto privado incluso durante la década infame, esto es, las universidades, y el mundo de la cultura en general. El violento ataque de Onganía a la autonomía universitaria contribuyó mucho a empujar a los jóvenes de clase media a la oposición armada.

El hecho de que pocos obreros integrasen las guerrillas se debió principalmente a la acción desmovilizadora que significó el peronismo, que los convenció de que su fuerza radicaba en el poder colectivo industrial y en los sindicatos y no en las armas de fuego. Por otro lado, no contaban con los recursos económicos necesarios para pasar a la clandestinidad y convertirse en combatientes profesionales. Los universitarios gozaban de una mayor independencia económica y disponían de mucho más tiempo para pensar y para dedicar a la exigente vida de guerrillero. No debe sorprender pues que las guerrillas urbanas hallan aflorado en países muy urbanizados y con un alto porcentaje de habitantes de clase media, como Argentina y Uruguay, afectados por medidas económicas impopulares y por la reducción de las libertades políticas y culturales.

La atracción casi mística que producía sobre la juventud el General Perón desde el exilio: Muchos de aquellos quienes durante el primer gobierno de Perón eran aún niños, descubrieron en él un modelo y mentor espiritual, el gestor de una nostálgica época de oro en la que el pueblo había sido feliz; comparada con los años sesenta, década en la que los jóvenes argentinos descubrieron la desilusión del sistema político, tanto en su forma constitucional como de facto. A su vez, Perón, por medio de mensajes, apoyaba a las organizaciones guerrilleras en sus acciones partisanas y alentaba a las “formaciones especiales”. Como ejemplo, un extracto de su “Mensaje a la juventud” de 1971:

“Tenemos una juventud maravillosa, que todos los días está dando muestras inequívocas de su capacidad y su grandeza ... Tengo una fe absoluta en nuestros muchachos que han aprendido a morir por sus ideales”.

El debilitamiento de los valores de la sociedad tradicional y el relajamiento de los controles morales y sociales: observado en hechos como la duplicación de la criminalidad violenta en seis años, la triplicación de separaciones y divorcios y la disminución de ingresantes al servicio de la Iglesia. No debemos olvidar que el planeta entero vivía una época de cambios vertiginosos: el hippismo, la guerra de Vietnam (que fue la primera vez que el mundo pudo ver una guerra por televisión), el mayo francés, etc. Todas estas corrientes de revolución y contrarrevolución impulsaban a la juventud a tomar partido activamente por algo que considerasen justo.

El compromiso social y político que asumió parte del clero latinoamericano a fines de los `60: Este pequeño pero muy activo sector bautizado “Sacerdotes del Tercer Mundo”, con su profunda capacidad de prédica en los sectores mas bajos de la sociedad, convirtió numerosas iglesias en centros clandestinos para reuniones y afiliaciones. La liturgia católica, por otro lado, actuó como sedante frente a los temores a la muerte que muchos guerrilleros habrían de sentir: eran presentados como “hijos del pueblo”, que “caían” en vez de morir, y a los que se les daba la condición de mártires.

El cordobazo, rosariazo, tucumanazo, etc.: Estas manifestaciones espontáneas de obreros y estudiantes fueron recibidas por los combatientes como una señal de apoyo del pueblo a sus acciones guerrilleras.

De los movimientos guerrilleros de esta época, se destacan:

Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP): eran el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Siendo marxistas, consideraban al peronismo una operación de la burguesía para ganar tiempo y retrasar la concreción de la revolución obrera. Tenían más afinidades en el interior y entre las clases populares que los Montoneros.

Montoneros: esta fue la principal fuerza guerrillera urbana que ha existido hasta la fecha en América Latina. Estaban convencidos de que las armas eran el único medio que tenían a su disposición para responder a “la lucha armada que la dictadura ejerce desde el Estado”. Llegaron a manejar a la juventud peronista y a la universidad y a tener la adhesión de cientos de miles de argentinos en el `73-'74 mientras incidían íntimamente en el poder durante el breve gobierno de Cámpora. Su cúpula estaba manejada por hombres originarios de la extrema derecha católica, como Firmenich y Vaca Narvaja, que advirtieron que sus ansias de lucha nacionalista y antiimperialista serían en vano si no lograban la adhesión de los peronistas. Adoptaron sus consignas y las radicalizaron (“Perón o muerte”) haciéndose pasar por los dueños de la verdad justicialista. Con sus acciones acostumbraron a las masas a la violencia y a la venganza y formaron una falsa imagen de Perón, idealizándolo como un revolucionario, al estilo de Mao Tse Tung o Fidel Castro.

Otras organizaciones guerrilleras que terminaron fusionándose con los Montoneros fueron las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y los Descamisados, de menor importancia.

Llegado este punto de análisis, me parece importante revisar las actitudes de Perón en este período. Desde el exilio reformuló su teoría de la Tercera Posición, asociándola a las luchas del Tercer mundo para librarse del imperialismo y el colonialismo. Al mismo tiempo, aplaudió la ruptura chino-soviética, considerándola un “golpe al socialismo internacional dogmático” de la URSS, y como una tendencia mundial al surgimiento de “diversas variedades de socialismo nacional”.

Claro que para cada uno de los que prestasen atención a sus declaraciones, esta frase quería decir algo distinto. La derecha peronista la interpretaba como un nacionalsocialismo, hermano del nazismo y del fascismo, mientras que para la izquierda era una “vía nacional hacia el socialismo”. De cualquier manera, la izquierda podía citar muchos más indicios de que Perón había sufrido una metamorfosis revolucionaria en el exilio que la derecha, como cuando afirmó que “si hubiera sido chino sería maoísta”, o cuando dijo que “la única solución es la de libertar el país tal como Fidel Castro libertó al suyo”.

Lo que Perón buscaba con sus declaraciones demagógicas era dar a cada sector una imagen “espectral” de si mismo. Cada cual veía lo que quería ver: una representación idealizada del caudillo. Así satisfacía a todos y conservaba su liderazgo. Esta política de incitación tanto a derecha como a izquierda que pareció ser muy eficaz desde el exilio, demostró su falencia mayor a la vuelta de Perón, cuando todos esos sectores lucharon violentamente por su reconocimiento como verdaderos peronistas. Esto tenía que pasar tarde o temprano, pero yo supongo que Perón confiaba en su capacidad de maniobra política y en que iba a gobernar más años de los que finalmente presidió, a pesar de su avanzada edad. Sería irresponsable de mi parte afirmar sin bases concretas que Perón provocó intencionalmente la radicalización de la sociedad con el único objetivo de recuperar el poder, pero la verdad no está muy lejos de esto.

Levingston y Lanusse, ¿el paso al costado del antiperonismo?

La designación del general Roberto M. Levingston como presidente en junio de 1970 fue, para decir lo menos, inesperada y sorprendente. Al momento de su nombramiento, era agregado militar en la embajada argentina en Washington, por lo que era completamente desconocido para el pueblo argentino. Por esta falta de base social, y por la oposición que le presentaron los partidos políticos, no pudo concretar su “proyecto nacional” de convocatoria a los partidos sin sus líderes; esto es, a los peronistas sin Perón, a los radicales sin Balbín, etc. De más está decir que los peronistas, radicales, demoprogresistas, bloquistas, conservadores populares y socialistas le respondieron formando una alianza llamada La Hora del Pueblo. Este fue el final del gobierno de Levingston, en marzo de 1971.

Para mostrar hasta que punto la los peronistas tenía una visión distorsionada de Perón en el exilio, cabe aclarar que los Montoneros interpretaron La Hora del Pueblo como una hábil jugada de su líder destinada a ganar tiempo mientras el Movimiento profundizaba sus niveles organizativos y métodos de lucha para emprender la próxima etapa de la guerra.

La verdadera figura detrás de Levingston era el general Alejandro Lanusse, que buscaba una salida honorable para las FFAA. Aunque el verdadero proyecto de Lanusse era la apertura política progresiva hacia la institucionalidad bajo tutela militar, la amenaza de una revuelta revolucionaria - alentada por Perón - obligó a los militares a llamar a elecciones libres para marzo de 1973.

Aunque Perón se ofrecía como el único capaz de evitar el terremoto social en la Argentina, por una cláusula de residencia no pudo presentar su candidatura. En su lugar fue Héctor Cámpora, que al frente del FREJULI (coalición que reunía sobre el eje peronista a frondicistas, conservadores populares, populares cristianos y otras agrupaciones) triunfó el 11 de marzo de 1973 con el 49,59 % de los votos, por sobre la fórmula radical encabezada por Balbín.

Cámpora y el regreso de Perón

El 25 de mayo de 1973, mientras el centro de Buenos Aires vivía una fiesta carnavalesca, Héctor Cámpora asumió la presidencia de la Nación. Después de dieciocho años de proscripción, el peronismo volvía al poder. En los alrededores del Congreso más de un millón de personas festejaban la partida de los militares. En medio de palabras y acciones de rechazo a las FFAA y a los símbolos de la presencia norteamericana en la Argentina, Lanusse era agredido y escupido. Estos recuerdos del “poder de la chusma” y la anarquía quedaron muy grabados en las mentes de los militares, y reaparecerían en posteriores discursos de Videla.

Cámpora reconoció a los Montoneros su contribución otorgándoles a muchos de sus cabecillas importantes puestos en el gobierno y declarando una amnistía general para todos los guerrilleros encerrados como presos políticos. También reemplazó a toda la plana mayor del Ejército, haciendo fracasar la “salida honorable” planeada por Lanusse.

Una vez que el peronismo volvió al poder, el ERP continuó armándose para la gran contienda militar revolucionaria. Los montoneros, en cambio, habían logrado su objetivo principal. Ahora comenzaron a prepararse para el próximo, la patria socialista nacional, para lo que pensaban heredar el liderazgo del movimiento de Perón. Ambos grupos, por razones diferentes, siguieron ampliando sus organizaciones.

La izquierda y la derecha peronistas luchan por el control del espacio político

El 20 de junio de 1973 Perón regresó definitivamente. No eran las circunstancias del Perón gobernante del `46 al `55, ni del Perón exiliado y mítico del `55 al `72. El liderazgo permanecía, pero el contexto era muy diferente. El carisma debía probarse ahora en el llano, en medio de una sociedad conmovida por las crisis recurrentes y la cultura de la violencia.

En Ezeiza pudo observarse lo que sería el prólogo para las sangrientas luchas internas que el peronismo viviría después: a medida que se aproximaban a recibir a su líder, las columnas de Montoneros, FAR y JP fueron ametralladas por elementos de la derecha peronista (que más tarde integrarían la Alianza Anticomunista Argentina - Triple A), perdiendo la vida más de 25 personas. Por más que los autores eran conocidos y hasta se publicaron fotografías de los mismos, Perón simplemente no hizo nada al respecto.

Perón ganó las elecciones del `73 con el 61,8 % de los votos. Inmediatamente después de su asunción, la JP y el peronismo de izquierda en general, empezaron a ver atónitos como Perón defendía a los líderes sindicales y a la derecha peronista y castigaba verbalmente a los “grupos marxistas terroristas y subversivos” supuestamente “infiltrados” en el movimiento. La izquierda estoicamente mantenía su lealtad y disciplina al verticalismo peronista:

“Quien conduce es Perón, o se acepta esa conducción o se está afuera del Movimiento... Porque esto es un proceso revolucionario, es una guerra, y aunque uno piense distinto, cuando el general da una orden para el conjunto [del Movimiento], hay que obedecer”

El Descamisado, nº 26, 13 de noviembre de 1973

La izquierda peronista no podía creer que el Perón revolucionario que ellos creían conocer se había pasado para el otro bando. Empezaron a fantasear sobre su “extraño” comportamiento, atribuyéndolo al círculo de traidores, burócratas e imperialistas que lo rodeaba, encabezado por el ministro de Bienestar Social José López Rega.

López Rega era quien estaba detrás de la AAA y quien reclutaba entre otros a numerosos policías que habían sido expulsados por gangsterismo y reincorporados antes de la asunción de Perón (López Rega era él mismo un policía retirado). En este “Escuadrón de la Muerte” adquirieron experiencia muchos de los que después integrarían las brigadas de represión del Proceso. Tan sólo en el período 1973 - 1974 la AAA y otros comandos fascistas habían asesinado a más de doscientos peronistas revolucionarios, militantes de izquierda no peronistas y refugiados políticos extranjeros, y esto fue meramente el inicio. No cabe duda de que nunca hubieran sido capaces de lograr tal mortal eficacia de no haber sido por la tolerancia y la participación activa del mando de la Policía Federal.

En enero de 1974, y luego de varias acciones pro-derechistas de Perón, los Montoneros dieron finalmente cuenta de su engaño:

“[Antes de su retorno, habíamos] hecho nuestro propio Perón, más allá de lo que es realmente. Hoy que está Perón aquí, Perón es Perón y no lo que nosotros queremos”.

Mario Firmenich, enero de 1974, en conferencia ante la JP

En la reunión del Día del Trabajador de 1974 en la Plaza de Mayo sucedió la inevitable ruptura. Al salir Perón al balcón se encontró con un escenario que lo irritó sobremanera: los Montoneros, que sumaban dos tercios de un total de 100.000 asistentes, habían llenado la plaza con estandartes de su Movimiento, silbaban a Isabel Perón, y coreaban coplas del tipo de “Si Evita viviera sería Montonera”, y “Qué pasa (...) general, que está lleno de gorilas el gobierno popular”. Perón, furioso, abandonó su discurso de unidad nacional y comenzó a echar diatribas contra los revolucionarios: “estos estúpidos que gritan”, “algunos imberbes pretenden tener más méritos que los [líderes sindicalistas] que lucharon durante veinte años”, “[los miembros de la Tendencia Revolucionaria] son infiltrados que trabajan adentro y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan de afuera, sin contar que la mayoría de ellos son mercenarios que trabajan al servicio del dinero extranjero”, en fin, no ocultó la verdadera repulsión que la izquierda le producía. La JP, a su vez, respondió marchándose de la Plaza, dejándola semivacía. Ya nada podía esperarse de un Perón que una semana después daba personalmente la bienvenida al general Pinochet, quien ocho meses atrás había derrocado al gobierno socialista chileno de Salvador Allende.

El pandemónium

El 1º de julio de 1974, murió en su cargo de presidente Juan Domingo Perón, a la edad de setenta y ocho años. Su esposa María Estela Martínez asumió la presidencia, bajo la conducción derechista de López Rega. El frente peronista se fue fracturando aún más y el terrorismo guerrillero se consolidó y agrandó. Los Montoneros decidieron “volver a la resistencia” clandestina para reformar la sociedad sin Perón, abandonando definitivamente la esfera legal. A partir de entonces se alejaron cada vez más de la guerra de guerrillas urbana para acercarse cada vez más al ERP y al terrorismo político, cuyas víctimas muchas veces eran civiles que no integraban el gobierno ni las fuerzas de seguridad.

A principios de 1976, cada cinco horas se cometía un asesinato político y cada tres estallaba una bomba. Esta violencia política indiscriminada le granjeó a los guerrilleros el desprecio de gran parte de la opinión pública que simpatizaba con ellos cuando eran una joven agrupación que luchaba contra la Revolución Argentina y por el regreso de Perón. Del mismo modo aumentó el terrorismo estatal: la acción guerrillera constituía una grave amenaza para amplios sectores de la sociedad argentina y para la seguridad del Estado.

Además de la violencia política reinante, la inquietud obrera se estaba generalizando de nuevo. A pesar de que las huelgas estaban prohibidas, importantes sectores del movimiento obrero recurrieron a ellas, así como a marchas de hambre, trabajo a reglamento y manifestaciones callejeras, en un esfuerzo destinado a cambiar la política económica del gobierno. Con una inflación mayor a la de Alemania en el período 1921-1922, y al borde de la cesación de pagos internacionales, el gobierno constitucional había perdido el control de las variables claves del manejo económico. El vacío de poder que desde la muerte de Perón aquejaba al país, dejaba al gobierno peronista incapaz de ofrecer solución a los problemas vigentes, ante la oposición que le demostraban tanto los empresarios como los obreros.

Ante todo esto, las FFAA lideradas por Videla actuaron sagazmente, sin intervenir hasta que la situación empeoró hasta tal punto que los civiles fueron a golpear las puertas de los cuarteles. De esta manera probaron la absoluta falencia del régimen constitucional y lograron que la opinión publica apoye o se resigne nuevamente ante la opción militar.

El Proceso de Reorganización Nacional

El 24 de marzo de 1976, la Junta Militar encabezada por el teniente general Jorge Rafael Videla por el Ejército, el almirante Emilio Eduardo Massera por la Marina y el brigadier general Orlando Ramón Agosti por la Fuerza Aérea, depuso al gobierno constitucional de Isabel Perón con el objeto de “terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo”. Denunciaban “la irresponsabilidad en el manejo de la economía”, las malversaciones, ya públicas, de Isabel Perón y su administración y el “tremendo vacío de poder” existente que amenazaba a la Argentina con “la disolución y la anarquía”. Desgraciadamente, casi todo esto era cierto, y muchos argentinos les creyeron.

Como en 1966, pero mucho más severamente, fueron disueltos el Congreso y las legislaturas provinciales; la presidente, los gobernadores y los jueces, depuestos; y fue prohibida la actividad política estudiantil y de los partidos. La UIA, la CGE, la CGT y los sindicatos más importantes fueron intervenidos, sus fondos congelados; y las actividades relacionadas con las huelgas y las negociaciones colectivas, declaradas ilegales. Se establecieron consejos de guerra militares con poderes para dictar sentencias de muerte por una gran variedad de delitos y para encausar sumariamente a todo aquel que se sospechase subversivo. El mensaje oficial era que sólo “los corruptos, los criminales y los subversivos tendrían que temer a la nueva autoridad”.

Desde la crisis del petróleo del `73, había en los bancos de los países occidentales industrializados, principalmente norteamericanos, muchas divisas que los exportadores de este producto habían depositado. Estos capitales debían ser prestados, por lo que desde el FMI se creó la conciencia de que era bueno para un país en desarrollo como la Argentina recibir inversiones. Aunque por la inestabilidad política del país sólo se contrajeron préstamos y deudas, el régimen militar aplicó esta receta fondomonetarista. Mediante la apertura indiscriminada de los aranceles externos, la disminución del poder adquisitivo de la clase obrera y la sobrevaloración del peso (que dificultaba las exportaciones y estimulaba las importaciones), se procedió a una substancial desindustrialización del país, definitivamente favorable al capital extranjero. Aquí vemos el principal interés norteamericano por derrocar al régimen peronista.

Un año después, incluso muchos de los que habían apoyado el golpe se sentían alarmados ante la profundización de la crisis económica y los duros atropellos a las libertades democráticas que el régimen infligía. Estas dos cuestiones se relacionaban, ya que para imponer la política económica neoliberal de Martínez de Hoz era necesaria una amplia represión, cuyo concepto militar de “subversión” era bastante amplio. En las palabras de Videla: “un terrorista no es sólo el portador de una bomba o una pistola, sino también el que difunde ideas contrarias a la civilización cristiana y occidental”.

Los métodos que las FFAA pusieron en práctica para eliminar la subversión tomaron por sorpresa a los opositores, guerrilleros y sospechosos detenidos: campos de concentración clandestinos, centros de tortura y unidades especiales militares y policíacas, cuya función era secuestrar, interrogar, torturar y matar. Las prácticas comunes de tortura eran la picana, el submarino (inmersión), la violación, y el encierro con perros feroces adiestrados, hasta que las víctimas quedaban casi descuartizadas. A los que sobrevivían, una vez extraída toda la información útil, se los “trasladaba”. En una primera fase, a los trasladados se los acribillaba a balazos, se los estrangulaba o se los dinamitaba. Más tarde, por temor a las presiones internacionales por los derechos humanos, se los “desaparecía” sin más ni más, arrojándolos sedados al mar desde un avión, por ejemplo.

La represión se dirigió principalmente a los cuadros intermedios de las organizaciones opositoras, como los delegados de fábrica, quienes hacían la sinapsis entre la cúpula y los militantes de base. Así pasó con los Montoneros, cuyos dirigentes escaparon (muchos de ellos del país) y dejaron a la deriva a los personajes de segunda línea. En dos años esta agrupación ya había sido liquidada, esencialmente por las delaciones de ex-compañeros. En el caso del ERP, se desbarató toda su estructura, “desapareciendo” tanto a militantes como a cabecillas, presumiblemente por su estructura menos verticalista.

El saldo del Proceso militar fue, entre otras cosas, 30.000 desaparecidos, triplicación de la deuda externa, alta inflación, desindustrialización, fuerte caída del PNB y una indeleble lección histórica.

En 1983, agobiados por la situación económica, debilitados por la derrota de Malvinas, y presionados por la opinión pública nacional e internacional, los militares devolvieron el gobierno a los civiles en las elecciones en las que triunfó el Dr. Raúl Alfonsín por la UCR, apoyado en el recuerdo que la sociedad tenía del último gobierno peronista.

Conclusiones

Q

uisiera aclarar que no es mi objetivo juzgar retrospectivamente a los actores de la historia; obviamente no podían tener conocimiento de lo que pasaría después. Estaría satisfecho con poder demostrar que, aún sin tener noción de todos los avatares que vivió nuestro país después del derrocamiento de Perón, nunca es positivo el derrocamiento de un gobierno constitucional. Por más represivo que sea, siempre será preferible al despotismo militar, y más si este gobierno constitucional ya ha dado muestras de apertura.

Desde años antes de ser derrocado, Perón había evidenciado una cierta disposición a reformar en parte su régimen político y económico, permitiendo, por ejemplo, la entrada de algunos capitales extranjeros al país y la aparición de opositores en los medios oficialistas. Quizás si le hubieran permitido terminar su mandato, Perón hubiese continuado con la apertura y hubiese sido derrotado en las elecciones de 1957, ahorrándole a la Argentina muchas décadas de enfrentamientos y gobiernos civiles condicionados y débiles. O, lo más probable, hubiera ocurrido que el peronismo ganase las elecciones nuevamente, pero ya no pudiendo ignorar las presiones de la oposición. Para que esto sucediese, aquellos que lo derrotaron deberían haber relegado sus años de opresión bajo el gobierno peronista y “ofrecido la otra mejilla” (actitud extremadamente loable que, evidentemente, no tuvieron) para que Perón pudiese articular su política en función de los intereses económicos opositores. Aquí infiero que este deseo de revancha inmediata que tenían fue arrastrado por el mismo régimen peronista, cuya intolerancia y verticalismo volviose en su contra e influyó en su prematura deposición.

Los que apoyaron la Revolución Libertadora pensaban que la situación política argentina sería fácil de solucionar: sólo había que mostrarle al pueblo la enorme estafa del régimen peronista. No tuvieron en cuenta que lo que para ellos era una inmensa mentira, para el pueblo en general había sido una época dorada imposible de olvidar. Pienso que la Revolución Libertadora, principalmente por su característica revanchista y vengativa, hizo más daño que el que solucionó. La represión antiperonista y la proscripción total, sumados a la pérdida de los obreros de los beneficios que el peronismo les había otorgado, lograron un efecto completamente contraproducente a sus objetivos: una mayor y definitiva identificación obrera con Perón y su movimiento.

En el postperonismo surgieron diversos grupos de intereses que trazaron proyectos opuestos para la hegemonización del poder y el desarrollo de la Argentina. Estaban los que querían continuar con el Estado paternalista, los que apoyaban este semi-proteccionismo pero no lo que el peronismo implicaba social y políticamente, los que querían modernizar la estructura económica del país para aumentar la productividad y favorecer la acumulación de capital, etc. Después de 1955 la sociedad, los partidos políticos y las FFAA se fracturaron en torno a esta cuestión. Así surgieron los “azules y colorados”, las divisiones entre radicales, socialistas, conservadores, etc. Ninguna de las partes reconocía los logros de la otra: una gran parte de la burguesía nacional que apoyó el golpe del `55 se vio arrasada por la apertura del proteccionismo peronista y la entrada de capitales extranjeros a la economía nacional.

La imposibilidad de la integración del movimiento obrero en otras fuerzas políticas y su disociación del peronismo estaba dada por la determinación no colaboracionista que Perón impuso a sus seguidores desde el exilio. Su recuerdo y el de su gobierno estaba tan impregnado en la clase obrera que impedía que éstos se desvincularan de su persona. Por otro lado, se trataba de un movimiento entre cuyos lineamientos ideológicos fundacionales se encontraba el de no tolerar otras líneas de pensamiento (“para un peronista...”), y el de considerarse el poseedor de la única verdad.

Durante dos décadas, los grupos anteriormente citados se fueron chocando como pelotas de goma sostenidas por un hilo. A medida que pasaba el tiempo, se golpeaban y se aceleraban más, dejando atrás la posibilidad de una avenencia. Por la naturaleza misma de los conflictos, fracasaron los intentos de conciliación de Lonardi y Frondizi, o de freno pacífico de Illia.

Se sucedían constantes alianzas entre civiles y militares opositores, con el único objetivo de derrocar a la facción gobernante. Perón, a través de los sindicatos peronistas, provocaba y presionaba al gobierno de turno para debilitarlo y empujar a las FFAA a intervenir, para demostrar que el país no se puede gobernar sin el peronismo.

A través de este período, las FFAA constituyeron no sólo un factor de poder, sino que fueron protagonistas permanentes y decisivos de las contiendas políticas. No se presentaron como un grupo de presión sino como el eje de la vida nacional. En la Argentina, a diferencia de otros países, los golpes de estado no se dieron para evitar que un gobierno hiciera modificaciones estructurales a la propiedad de los medios de producción. Las FFAA intervenían para hacer triunfar a la línea política que la opinión pública u otro sector militar rechazaban, proclamando ante el país su voluntad de ocupar el vacío político dejado por los partidos, a fin de poner en marcha objetivos trascendentes.

Los sucesos de 1962 (cuando los peronistas ganaron algunas gobernaciones y las FFAA depusieron a Frondizi) confirmaron la predicción de Perón: “Si perdemos, no ganamos nada, y si ganamos, lo perdemos todo”. Frustrados en sus esfuerzos de llegar al poder por medios constitucionales, muchos peronistas consideraron que la única opción que les quedaba era la acción directa.

La radicalización de la sociedad estalló cuando alcanzó a las capas medias, durante el onganiato. El concepto de que el acercamiento de las clases medias y bajas ocasiona subversión sigue vigente, tomando como ejemplo el caso mexicano actual: diversos grupos de clase media del estado de Chihuahua se hacen llamar “Villistas” (en honor al revolucionario Pancho Villa) para identificarse y apoyar a los guerrilleros Zapatistas del estado en armas de Chiapas.

Siguiendo con nuestro país, lo que había sido un sólo tronco peronista, se fue desmembrando en distintas partes, o “interpretaciones” del justicialismo, cada cual afirmando que su propuesta era “la verdadera”. Esto contribuyó al juego del general de querer mantener a sus seguidores bajo su potestad, ya que cuando se peleaban entre ellos, él era siempre el que tenía la última palabra (divide et impera). Para esto, Perón tuvo que vender distintas facetas de si mismo: allí nació la imagen del Perón revolucionario, cuya realidad tanto decepcionó a la Juventud Peronista radicalizada, principalmente.

La violencia política hizo que aquellos que temían a la efervescencia de las masas decidieran aceptar la vuelta de Perón, para que las controle. Desgraciadamente para los revolucionarios, el Perón que volvió de España no era el Perón que imaginaban, y su derechismo los decepcionó profundamente. Horrorizados, se alejaron primero y, cuando Perón murió, rompieron definitivamente, decididos a buscar la justicia social por su propio camino.

Las tensiones internas del peronismo (que se extendían a la sociedad en general) que fueron necesarias para provocar la vuelta de Perón, lo superaron en habilidad política y en tiempo de vida. Perón murió en el peor momento, cuando era casi la única persona que podía, al menos con su imagen y su diatriba, mantener al peronismo “unido”.

Es importante diferenciar el tipo de violencia de derecha y de izquierda. Aunque ambas son repudiables, la primera casi siempre dirigía sus ataques en forma indiscriminada a personas no combatientes, ya que actuaba conscientemente para sembrar un clima de terror en la sociedad. La izquierda elaboraba una política que pretendía la toma del poder y tendía a respetar más las convenciones de guerra: los derechistas frecuentemente violaban y torturaban a sus víctimas antes de matarlas.

El régimen de Isabel Perón-López Rega fue el botón de muestra de lo que vendría después: inflación, represión, persecuciones políticas, populismo, etc. Allí nació el hilo conductor de la década del `70: el terrorismo simétrico, desde el Estado y desde la sociedad.

Viendo que el gobierno estaba en franca descomposición, las FFAA dejaron de lado sus diferencias y se unieron contra el “desgobierno y la inestabilidad política”, derrocando a la tercera experiencia peronista. Así hicieron la versión corregida, aumentada y sistematizada de la represión. No sólo estaban las FFAA ansiosas por cumplir con su “deber histórico”, sino que podían percibir que muchos grupos que en otras circunstancias se les hubieran opuesto, ya no veían otra salida que el golpe militar.

En el Proceso, el conflicto de intereses se definió de la manera más violenta. El Establishment, mediante el ajuste neoliberal, sentenció a muerte al estado distribucionista. Para contrarrestar la disconformidad popular, tuvo que aplicar la sangrienta represión que todos conocemos.

Con respecto al terrorismo estatal, debemos considerar que si bien los guerrilleros eran un grupo de “soberbios armados” que además de su vida acababan también con la de otros, lo hacían por una causa que consideraban justa: la búsqueda de un mundo mejor. Aunque rechazo de plano los medios que utilizaron y no coincido tampoco con muchos de sus objetivos, la idea global de una sociedad en la que todos tuvieran las mismas oportunidades, con todos los errores y desperfectos que esta pudiera tener, es un concepto digno de aprobación. El Estado represor que mata a sus ciudadanos para mantener la hegemonía de un pequeño grupo de privilegiados, es en cambio, citando a Félix Luna, la máxima degradación de la más alta institución comunitaria.

Reconozco que al comenzar este trabajo me preocupaba determinar la responsabilidad del peronismo en función de la ingobernabilidad de la Argentina postperonista. A medida que fui avanzando en el proyecto, me fui dando cuenta que, si bien mi teoría de culpabilidad era muchas veces correcta, todo lo que estaba leyendo hablaba de intolerancia y revanchismo: peronistas vs. gorilas, desarrollistas vs. demócratas, etc. Comprendí entonces el mensaje de la historia argentina, que dice que ahora que el pueblo argentino se ha reconciliado en democracia, se han superado las fracturas sociales, y aunque queden muchos problemas que resolver, el hecho de acusar a tal o cual bando de algo que pasó ya no tiene ningún sentido. Debemos unirnos para, de una vez por todas, debatir sobre el país que queremos, y no sobre retóricas retrospectivas sobre quien disparó primero. Dejo este trabajo como un testimonio de una época en la cual decenas de miles de argentinos, muchos de ellos en la flor de su edad, murieron por esta intolerancia, esperando que sea una lección de algo malo que pasó y una advertencia de lo que nos puede pasar si nos dejamos llevar por la furia ciega. De nosotros depende que nunca más nuestro país este signado por el odio, la violencia y la venganza.

Bibliografía

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Soldados de Perón, Richard Gillespie, Grijalbo S.A., Buenos Aires, 1987

Argentina 1516-1987, desde la colonización española hasta Raúl Alfonsín, David Rock, Alianza editorial, S.A., Buenos Aires, 1987

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Enviado por:Hugo Glagovsky
Idioma: castellano
País: España

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