Filosofía
Génesis y carácter de los Grundrisse
PRIMERA PARTE
GÉNESIS Y CARÁCTER DE LOS `GRUNDRISSE'
1. El estudio de las crisis y las expectativas revolucionarias.
En la historia de las depresiones capitalistas no puede considerarse especialmente grave la desencadenada en 1857, acicate de la compulsiva elaboración de los Grundrisse entre el verano de aquel año y la primavera del siguiente. La génesis de los ocho cuadernos que conforman el texto está bien documentada, y ya en el prólogo de los primeros editores de la obra, en 1939, se describía la atmósfera de enardecida premura en la que Marx se lanza a la redacción de sus compendios de la Economía, ante las expectativas revolucionarias depositadas en la crisis financiera. Como observa Roman Rosdolsky, “resulta sumamente característico que la decisión directa de redactar los Grundrisse, y la prisa febril con que ello ocurriera (todo el manuscrito, de casi 50 pliegos de imprenta, se concluyó en 9 meses, entre julio de 1857 y marzo de 1858) se debieran especialmente al estallido de la crisis económica de 1857”.
De hecho, al fin sobrevenía la crisis que, tan reiterada como fallidamente, Marx había predicho desde el inicio de la década. Ernest Mandel ha descrito con gran precisión, en La formation de la pensée économique de Marx, la secuencia de aquellas predicciones erróneas y las deficiencias teóricas que las provocaron.
Desde 1850 (la época de “Las luchas de clases en Francia (1848-1850)” y la Neue Rheinische Zeitung) había desarrollado un fundado análisis de los factores cíclicos desencadenantes de las crisis capitalistas, muy superior al logrado por la ciencia académica de su tiempo. La teoría económica de Marx -ha de recordarse- fue la primera en predecir un desarrollo del capitalismo caracterizado por depresiones periódicas, y el hecho proporciona un índice pertinente de la fuerza explicativa de sus estudios. Mas a pesar de ello, la teorización marxiana de tales problemas presentaba en el período 1850-1857 dos debilidades fundamentales. Por una parte, no estaba nítidamente trazada la distinción entre las crisis monetarias inducidas por las crisis de superproducción, y las crisis monetarias `autónomas', cuya aparición puede darse incluso en períodos de prosperidad. Por otra, la duración del ciclo de la producción capitalista era registrada de manera puramente empírica, sin relación alguna con el tiempo de reproducción del capital constante o fijo. Tales deficiencias impelieron a Marx a predecir erróneamente el estallido de una nueva crisis en 1852, 1853 y 1855.
Sólo con la erupción de la crisis de 1857 constatará finalmente que la duración media del ciclo en el capitalismo clásico es de 7 a 10 años, y no de 6 a 7 como había previamente estimado, e indagará las razones del fenómeno en los Grundrisse y en El Capital. A través del estudio de la crisis de 1857-58, Marx descubre las relaciones entre la duración del ciclo y el tiempo de reproducción del capital fijo, e identifica el factor más determinante de las dinámicas estructurales de carácter periódico. Con ello se anticipa a la obra pionera de Clément Juglar dedicada a cuantificar la duración media de los movimientos cíclicos capitalistas, con la diferencia de haber desarrollado un análisis científico más preciso que éste. Según la hipótesis de Juglar, a los períodos de prosperidad seguirían automáticamente períodos de `liquidación' de los fenómenos vinculados a aquélla. Las crisis se situarían en los puntos de inversión de la tendencia, en oleadas sucesivas de expansión y de depresión.
Debido al recurrente vínculo entre la prosperidad y una especulación crecientemente desenfrenada, es la especulación y no la superproducción lo que parece ser la causa de las crisis. Pero ya en 1850 Marx había corregido esta impresión superficial en la Neue Rheinische Zeitung, advirtiendo que las crisis capitalistas están más determinadas por la superproducción que por cualesquiera otras razones.
A partir de los Grundrisse, su teoría de las crisis periódicas estudiará la influencia combinada de dos factores fundamentales: la competencia capitalista (o el carácter irregular de las inversiones) y el retraso que la demanda solvente de los consumidores ha de sufrir, necesariamente, respecto al poder productivo de la sociedad. La obra marxiana abre así las dos líneas más fecundas en la investigación del fenómeno por la ciencia económica posterior: la de los estudiosos que otorgan una mayor importancia a la duración del ciclo de reproducción del capital fijo, es decir, a la actividad inversora (o a la acumulación del capital); y la de quienes resaltan el influjo del subconsumo de las masas.
La correspondencia de nuestro autor prueba que casi un año antes, el 26 de septiembre de 1856, el análisis del `sobrecalentamiento' (diagnosticado incluso por Engels ya en abril) era correcto:
“No creo que la gran crisis monetaria supere el año 1857... Por lo demás, la cosa ha tomado esta vez dimensiones europeas como no había ocurrido nunca antes, y no creo que podamos estar aquí todavía mucho tiempo como espectadores.”
Y Engels era aún más explícito sobre las esperadas repercusiones políticas el 17 de noviembre:
“La crisis financiera, con algunas fluctuaciones y con una profundidad paulatinamente creciente, parece querer arrastrarse de manera irónica a través del invierno. Esto haría que en la primavera la erupción sea significativamente peor de lo que sería si ocurriera en la actualidad... Una tabula rasa tan hermosa como la actual no la encontrará la revolución tan fácilmente de nuevo.”
Durante todo el año 1857, el seguimiento de la crisis se convierte en una de las principales ocupaciones de Marx. Pocos meses después de comenzar la elaboración de los compendios, el 13 de noviembre, escribe pletórico: “Por mucho que yo mismo estoy en financial distress, desde 1849 no me he sentido tan cosy como en este outbreak”. Y en concordante tono humorístico, responde Engels de inmediato:
“El aspecto de la Bolsa local (de Manchester) era de lo más regocijante la semana pasada. Esos tipos se hacen una mala sangre tremenda por mi estado de ánimo, súbita y curiosamente eufórico. Indeed la Bolsa es el único lugar donde mi actual dullness se transforma en elasticidad y bouncing. A todo esto, como es natural, siempre profetizo sombríamente, y eso hace rabiar doblemente a esos burros.”
Es muy comprensible el entusiasmo suscitado por la confirmación de conclusiones teóricas tan trabajosamente elaboradas, que Marx expresa con una significativa alusión al sistema hegeliano, en la citada carta del 13 de noviembre:
“Incluso las demoras (en la erupción de la crisis) se explican de forma tan racional, que el mismo Hegel para su gran satisfacción habría encontrado de nuevo el concepto en la separación empírica del mundo de los intereses finitos.”
No en vano había alcanzado los fundamentos conceptuales del cierre sistemático de su teoría económica. Pero si algo resulta claro desde el principio en el clima de agitación de aquellos días es, sin duda, que el apasionado interés de Marx por la crisis de 1857 no es puramente teórico. La misma carta del 8 de diciembre que sugirió el título a los editores del IMEL lo enuncia también de modo explícito, y particularmente gráfico:
“Trabajo como un loco durante toda la noche en la síntesis de mis estudios económicos, a fin de tener en claro al menos los Grundrisse antes del deluge.”
Pocas obras confirman tan inequívocamente la tesis de Maurice Blanchot sobre la presencia en la escritura marxiana de tres planos discursivos entrecruzados, diferenciables con cierta nitidez: el discurso filosófico, el científico y el político. Iniciados durante un espejismo de efervescencia revolucionaria propiciado por la crisis, los Grundrisse se sumergen con frecuencia en polémicas de incisivo signo político, pero sobre todo sintetizan las más destacadas aportaciones a la ciencia económica debidas a Marx, y contienen también la más completa exposición de sus concepciones filosóficas.
2. Importancia científica de la obra.
Si nos ceñimos a las contribuciones de los Grundrisse al desarrollo de la ciencia económica, ha de destacarse que su enorme suma de análisis incluye las más valiosas aportaciones de Marx a esta ciencia, datadas entre noviembre de 1857 y fines de junio de 1858. Al concluir los compendios las enuncia por carta a Engels el 29 de marzo de 1858, añadiendo un breve resumen tres días más tarde. Como recuerda Ernest Mandel, el objetivo básico de los compendios lo descifrará su autor en julio del año siguiente, a saber, demostrar el carácter específicamente social, y de ninguna manera absoluto, del modo de producción capitalista a partir de su fenómeno más simple: la mercancía.
En la Introducción del presente trabajo señalamos cómo el curso de la exposición de Marx describe una trayectoria circular, recurrente -desplegada en dos fases (a las que denominamos regressus y progressus, siguiendo a Gustavo Bueno)-, cuyo punto de partida y de retorno se sitúa en la mercancía, identificada (según recuerda la citada carta) con la manifestación fenoménica más simple del modo de producción capitalista. Aun cuando no sea posible apreciar cabalmente el retorno reconstructivo a los fenómenos al margen del “Capítulo Sexto inédito” del Libro I de El Capital (la planeada Sección VIII y última de éste), que abordaremos más adelante, la escueta declaración epistolar de Marx permite constatar la importancia que concede a fijar el punto de partida de la demostración en el fenómeno más simple, según sus criterios de descomposición analítica. Complementariamente, el “Capítulo Sexto inédito” evidencia cómo no dará por concluida la investigación hasta consumarse el retorno reconstructivo a la mercancía desde las estructuras esenciales, las leyes determinantes del modo de producción capitalista, cuyo conocimiento transfigura la aparente simplicidad del fenómeno.
Las contribuciones más importantes de Marx a la teoría económica se exponen, pues, por primera vez en los Grundrisse: el perfeccionamiento de la teoría del valor, de la teoría de la plusvalía y de la teoría de la moneda. A éstas ha de añadirse el perfeccionamiento de los instrumentos analíticos heredados de la escuela clásica de economía política.
Aunque el examen detallado de tales logros científicos no forma parte de los objetivos del presente trabajo, es necesario considerarlos con brevedad, ya que las concepciones filosóficas de Marx se construyen -como no podía ser de otro modo- en el mismo proceso de investigación por el que arriba a sus descubrimientos científicos, en cuanto su desarrollo lógico plantea la exigencia de rebasar el campo acotado de la economía.
En los Grundrisse aparecen por primera vez la distinción exacta del capital constante (cuyo valor es conservado por la fuerza de trabajo) y del capital variable (cuyo valor es acrecentado); la representación del valor de una mercancía como la suma de tres elementos: capital constante, capital variable y plusvalía (c + v + pl); el incremento de la cantidad anual de la plusvalía mediante el acortamiento del ciclo de circulación del capital; la división de la plusvalía en absoluta y relativa, y en la forma de plustrabajo absoluto y relativo; la teoría de la distribución equitativa de la tasa de ganancia, y un largo etcétera. Únicamente la teoría de la caída tendencial de la tasa de ganancia está incompletamente elaborada -a juicio del prestigioso economista Ernest Mandel-, en los Grundrisse (es enunciada y analizada en varios lugares del texto, aun cuando todavía -sostiene- con insuficiente claridad), así como la definitiva resolución del problema de la reproducción del capital, que no será ultimada, según el mismo autor, hasta 1863 .
Una valoración actual del grado en que las evidencias empíricas corroboran las principales aportaciones de Marx a la teoría económica acentúa incluso la importancia científica de los Grundrisse.
Las evidencias empíricas confirman ampliamente las conclusiones de Marx sobre la caída de la tasa de ganancia; el crecimiento de la tasa de plusvalía (i.e., el empobrecimiento relativo de los trabajadores productivos); la inherente tendencia del capitalismo hacia el cambio tecnológico; el conflicto estructural en el modo de producción respecto a la duración de la jornada de trabajo y a la intensidad del esfuerzo laboral; la recurrencia continuada de depresiones con elevadas cotas de desempleo; la creciente concentración del capital; la disminución relativa de los productores autónomos y el incremento en la proporción de asalariados; y la amplificación de la ratio maquinaria / trabajo (o capital constante/capital variable). Tales resultados se derivan además, con rigurosa coherencia lógica, de sus teorías del valor y de la plusvalía. Y todos ellos se enuncian y desarrollan por primera vez en los Grundrisse.
La teoría económica de Marx posee, en consecuencia, una impresionante fuerza explicativa aún en el momento presente. Con la salvedad de no aportar una predicción definida (en el sentido de Popper) sobre la tendencia de la tasa de ganancia ni en los Grundrisse ni en el Libro III de El Capital, debido a que no consigue probar concluyentemente que la composición orgánica del capital haya de incrementarse con mayor rapidez que la tasa de plusvalía como resultado de las innovaciones tecnológicas, proporciona un análisis mucho más sustancial que las teorías económicas alternativas sobre los efectos de las transformaciones tecnológicas en estos dos factores determinantes (composición orgánica y tasa de plusvalía) de tan crucial tendencia de la economía capitalista. Ello es especialmente claro en comparación con las teorías neoclásicas del beneficio, basadas en modelos estáticos a corto plazo y carentes de pronóstico alguno respecto a la tendencia probable de la tasa. Las observaciones empíricas confirman ampliamente la caída de la tasa de ganancia durante las ondas largas de los períodos de expansión. Además, ha de añadirse que la teoría marxiana no predice necesariamente un descenso a largo plazo secular de la tasa, dado que ésta crece durante las depresiones, y no es posible (o es sumamente difícil) predecir la magnitud de tales incrementos.
Como recordamos anteriormente, la teoría de Marx fue la primera en describir un desarrollo del capitalismo caracterizado, entre otros rasgos, por la continuada recurrencia de depresiones con elevados índices de desempleo, lo cual constituye uno de sus méritos más señalados. La experiencia histórica confirma largamente este pronóstico, al menos hasta la Gran Depresión de la década de 1930. Las próximas décadas aportarán las necesarias evidencias -tras la creciente inestabilidad de los años '70 y '80 del siglo XX- sobre esta decisiva conclusión de la teoría marxiana.
En términos de la metodología de Lákatos, la predicción de Marx (muy precisa desde los Grundrisse) sobre las crisis periódicas ha de considerarse un “hecho nuevo” posteriormente corroborado por las evidencias. Y de acuerdo con tales criterios metodológicos, la aparición de “hechos nuevos” de esta índole es el primer indicador de un programa de investigación científica eficaz. Otro tanto cabe decir, al menos, del pronóstico respecto a la concentración creciente del capital.
No obstante, la crisis de 1857 no resultará a la postre tan severa como Marx esperaba, a juzgar por sus expectativas revolucionarias. En cuanto punto de inflexión de la tendencia se sitúa en el ciclo Juglar 1852-1861 y, por consiguiente, en la fase de alza de precios Kondratieff iniciada en 1848, vinculada a un considerable aumento de la producción de oro en el mundo. Las minas de California se descubrieron en 1849 y las de Australia en 1851, y la producción mundial pasó de 55 t en 1850 a 200 t en 1851-55, provocando graves trastornos en el mercado monetario. Marx había resaltado ya en el número de abril de 1850 de la Neue Rheinische Zeitung que el descubrimiento del oro en California era un “hecho más importante aún que la revolución de febrero (de 1848)”. Mas su certera percepción de la incidencia de este factor, así como de la función desempeñada por las innovaciones tecnológicas en la economía capitalista, no podía contar con el apoyo de los estudios empíricos más detallados que hacia 1920 permitirán a Spiethoff descubrir los movimientos a largo plazo de los precios, posteriormente analizados por Kondratieff. En 1857, el inicio de la fase de alza de precios a largo plazo propicia que la depresión no dure más que tres años, hasta 1860.
Aunque signifique entrar sucintamente en detalles, recordaremos cómo desde el comienzo del ciclo Juglar las inversiones británicas afluyen hacia los Estados Unidos y Australia, en tanto aumenta la oferta de dinero en el sistema monetario de la época, basado sobre el patrón oro. Resurgen con fuerza la construcción de ferrocarriles y la industria naval, impulsadas por las inversiones exteriores de capital.
Es la época de la expansión del telégrafo y las grandes obras de urbanismo, de la aparición de las grandes ciudades en los Estados Unidos y del rejuvenecimiento de París por el Segundo Imperio. El período de auge abarca desde 1852 hasta 1857, y el `sobrecalentamiento' que precede a la crisis es verdaderamente mundial. En este punto el diagnóstico de Marx en septiembre de 1856 es completamente correcto. Crecen notablemente los precios, los beneficios, los salarios nominales, el valor de las acciones de las sociedades mineras y las compañías de ferrocarriles, y la especulación acelera los movimientos al alza. Finalmente, los primeros signos de crisis aparecen con la disminución de los beneficios en la explotación de las minas de oro y algunas líneas de ferrocarril. El consiguiente incremento de los costes productivos repercute al debilitarse la demanda, y los yacimientos auríferos son paulatinamente más arduos de explotar. En Inglaterra, en Francia y los Estados Unidos los ferrocarriles son los primeros afectados, arrastrando a las industrias del carbón y de la siderurgia.
Como es característico, la depresión se propaga en forma de reacción en cadena, debido a la interdependencia de los diversos sectores económicos. Súbitamente los altos hornos se apagan, el paro se expande y las quiebras se multiplican. La crisis cobra un alcance mundial, y el 22 de agosto de 1857 es un día de pánico en Nueva York. Numerosos bancos suspenden sus operaciones, mientras similares dificultades afectan a Inglaterra y a Francia en un “magnífico crash”, según expresión de Engels.
Pero tras la espectacular erupción, las condiciones favorables del ciclo de alza de precios Kondratieff atenúan los efectos negativos y propician una recuperación relativamente rápida. El diluvio no llega, pues, a desencadenarse según Marx lo auguraba, y los acontecimientos posteriores contradicen las desmedidas expectativas que había depositado en las repercusiones políticas de la coyuntura.
3. Los `Grundrisse' como obra abierta y como obra sistemática.
Pese a todo, Marx elabora “la síntesis” de sus “estudios económicos” anunciada en la carta programática del 8 de diciembre. El “magnífico crash” no precipita el diluvio, pero le compele a escribir los Grundrisse. Y estos compendios resultarán a la postre tan exhaustivos que, al concluirlos, considera su teoría económica prácticamente ultimada. Al explicar a Lasalle las razones del retraso en la elaboración del posterior manuscrito de la Contribución a la crítica de la economía política -el 12 de noviembre de 1858- y refiriéndose a los Grundrisse (que constituyen el material de referencia), afirma:
“Pero la causa propiamente dicha es la siguiente: la materia la tenía ante mí; se trataba exclusivamente de la forma”.
Del análisis anterior se desprende lo acertado de la valoración, y no sólo respecto a la proyectada Contribución de 1859. Según veíamos, en los Grundrisse está casi concluido -no ya sólo en sus trazos fundamentales, sino en la escala del conjunto de sus aportaciones decisivas- el sistema teórico que Marx legó a la ciencia económica. La insistencia de muchos estudiosos en el carácter de “borrador” de los Grundrisse -desde los primeros editores, que añadieron la calificación como subtítulo- ha dificultado, sin duda, la percepción del hecho. Faltaba, evidentemente, un mayor desarrollo de las fecundas categorías del sistema, que mantuvo ocupado a su autor durante el resto de su vida, y más tarde a varias generaciones de investigadores hasta nuestros días. La habitual objeción consistente en mencionar los ulteriores descubrimientos marxianos en la teoría económica para negar esta tesis, sin valorar debidamente su pertenencia o no al núcleo conceptual de la teoría, no deja de incurrir en cierta ingenuidad gnoseológica, al plantear el pseudoproblema de si puede considerarse signo de inacabamiento que una teoría científica de verdadera importancia exija sobrepasar las contribuciones iniciales de su autor por muy valiosas que resultaran. Interpretar el hecho como prueba de la fecundidad misma de la teoría, o bien del carácter inconcluso de ésta, requiere plantearse -parafraseando a Marx- si se trata de “un superior perfeccionamiento de la forma, de una más amplia apropiación de la materia, de poner el acento en determinados puntos”, y por tanto de “síntesis” y de “elaboración de detalles”, o por el contrario “de fases de desarrollo esenciales y decisivas”.
El problema se plantea en este punto, atendiendo a nuestro propósito, no respecto a las contribuciones de los investigadores posteriores, sino a las elaboradas por el propio Marx. Y la respuesta ha de proporcionarla el citado diagnóstico de Mandel y Rosdolsky: falta únicamente en los Grundrisse “una más amplia apropiación de la materia” en el caso de la caída tendencial de la tasa de ganancia, y en el de la teoría de la reproducción del capital. Y parece oportuno recordar la advertencia del Dr. Huarte de San Juan en el Examen de ingenios para las ciencias:
“Bien sabes, discreto lector, que es imposible inventar un arte y poderla perficionar; porque son tan largas y espaciosas las ciencias humanas, que no basta la vida de un hombre a hallarlas y darles la perfección que han de tener. Harto hace el primer inventor en apuntar algunos principios notables, para que los que después sucedieren, con esta simiente, tengan ocasión de ensanchar el arte y ponerla en la cuenta y razón que es necesaria.”
De ahí que los Grundrisse sólo puedan calificarse como borrador por su forma expositiva; y no debido a que ésta fuera inadecuada por su imprecisión para presentar el contenido del escrito, sino a las dificultades que entraña para el lector apreciar su coherencia interna, al tratarse de cuadernos destinados al “autoesclarecimiento” de su autor y no a la publicación, según la famosa fórmula del Prefacio a la Contribución de 1859. El mismo Marx afirmaría posteriormente que en los compendios estaba todo el material “en revoltijo”, viéndose precisado a elaborar el Index zu den 7 Heften de junio de 1858, y las “Reseñas (Referate) de mis propios cuadernos” de febrero de 1859, que sirvieron a los editores del IMEL para confeccionar un índice analítico.
Estas dificultades formales han conducido a destacados estudiosos a subrayar la oscuridad de la obra marxiana. Así, Eric Hobsbawm llega a asimilar los Grundrisse a una “especie de escenografía intelectual privada, que es a veces impenetrable”, juicio que estima pertinente Enzo Grillo al presentar su traducción italiana. Se trata, desde esta perspectiva, de una obra difícil. Sin embargo -como sostiene Antonio Negri- “no es necesario exagerar”, insistiendo a cada paso en un pretendido carácter críptico: las dificultades afectan a la forma del manuscrito, a “su tumultuoso formarse mucho más que a la sustancia del razonamiento”.
De hecho, más allá de la “furiosa impaciencia” del estilo en determinados pasajes, y del “carácter experimental de algunos procedimientos”, es perfectamente reconocible en la secuencia expositiva la ordenación de la materia que reproducirán los tres libros de El Capital, ya trazada en el `Planentwurf' de 1859 incluido entre los “Apéndices” de la primera edición. El plan del 59 no es sino la cartografía de la estructura fundamental de los Grundrisse o, para ser más exactos, de la extensísima sección sobre el capital que abarca la mayor parte de la obra. El esqueleto de la construcción teórica se mantendrá invariable en lo sucesivo, salvo por lo que afecta a la sección sobre el dinero de los compendios. En las obras posteriores, y significativamente en la primera sección del Libro I de El Capital, se otorga una mayor extensión al análisis del fenómeno de la mercancía y la categoría abstracta de valor, y más reducida al de los fenómenos vinculados al dinero.
Antonio Negri defiende plausiblemente, sin embargo, la superioridad de la relación articulada en los Grundrisse entre la forma del dinero y la forma del valor. El análisis del dinero es, en efecto, el terreno específico que permite la aproximación a la forma del valor en los compendios, de manera que la mistificación del valor bajo el capitalismo queda mejor descrita aquí que en los otros pasajes marxianos, donde la forma mercancía se erige en protagonista. Frente al enfoque ulterior, en el cual la forma abstracta del valor es resaltada sobre los fenómenos del dinero, el valor de uso adquiere en los cuadernos una mayor importancia y un desarrollo más amplio. Partiendo de esta necesaria constatación es posible apreciar la articulación sistemática de los Grundrisse, parcialmente oscurecida por los frecuentes excursus intercalados en el texto.
Ahora bien, como tantas veces se ha resaltado, estas páginas permiten al lector entrar en el laboratorio de Marx y seguir minuciosamente el curso de su investigación, cuyo despliegue en modo alguno coincide con el curso de la exposición para el público. Según explica el mismo Marx en el Epílogo a la segunda edición del Libro I de El Capital, “el modo de exposición (Darstellung) debe distinguirse, en lo formal, del modo de investigación (Forschung). La investigación debe apropiarse pormenorizadamente de su objeto, analizar sus distintas formas de desarrollo y rastrear su nexo interno. Tan sólo después de consumada esa labor, puede exponerse adecuadamente el movimiento real”.
Los excursus no son, pues, digresiones más o menos superfluas y prescindibles, sino protocolos en los cuales quedan registrados los itinerarios de la investigación, esto es, las vías en que se opera la apropiación pormenorizada del campo, el análisis de sus diversas formas de desarrollo y de sus nexos internos. La oscilación o fluctuación libre, recurrente, entre los planos lógicos diferenciados de la Forschung y la Darstellung es, notoriamente -como no ha dejado de señalarse- una de las más descollantes y definitorias peculiaridades de los Grundrisse. Y más aún: puede afirmarse que ahí radica su mayor importancia y hasta su privilegio frente a otros textos marxianos. En el espacio delimitado por su entrecruzamiento reticular, un Marx completamente ajeno a la obsesión por no ser confundido con “un charlatán hegeliano” retoma aquí y allá las categorías y sus nexos con ligereza y naturalidad, apropiándose de forma gradualmente más pormenorizada de su objeto, y -lo que es fundamental en nuestro estudio- penetrando en regiones analíticas que exigen rebasar el campo categorial, cerrado, de la ciencia económica, y adentrarse en la trama de las ideas filosóficas.
Subrayar la presencia de una estructura sistemática subyacente no implica, por ende, negar aquello que Antonio Negri se complace en denominar “el universo plural del método marxiano” en los Grundrisse, la originalidad, la frescura y la multiplicidad de sus enfoques, el carácter abierto, “poliédrico”, de los procesos dialécticos, ni la constitutiva inconclusividad de algunas líneas en el plano de la Forschung, que inducen a Negri a calificar los compendios de “obra abierta”. Pero es más bien la conjugación de ambos rasgos, la apertura y la sistematicidad, lo que otorga sus señas de identidad a este escrito marxiano. Ni incurre en la “fascinación del método” denostada por Negri en El Capital, es decir, en su deliberada rigidez cientificista, ni en la caótica impenetrabilidad enfatizada por algunos estudiosos.
4. La dimensión filosófica.
En la Introducción del presente trabajo ciframos su principal objetivo en el intento de reconstruir la filosofía de Marx desde sus fundamentos conceptuales. En concordancia con ello, definimos la crítica de la economía política como un sistema teórico unitario, científico y filosófico, que dispone en un mismo encadenamiento o engarce de continuidad lógica las dos dimensiones cognoscitivas: el campo categorial, científico, de la economía política, y el campo filosófico de la ideas. Ya entonces defendí que la excelencia filosófica de Marx es inseparable de su aspiración sistemática, reflejada en el modo de describir la estructura de las conexiones intrínsecas de las categorías económicas, y por tanto de las verdades categoriales de la economía política, remitiendo a sus vínculos con un reducido número de principios filosóficos. Sintetizaremos a continuación las implicaciones más relevantes de estas tesis.
Según expusimos con anterioridad, la reconstrucción de la filosofía de Marx ha de partir de la preeminencia otorgada por su autor a los conceptos de alienación y de trabajo alienado. Insistiremos aquí en que el término alienación no designa una categoría de la economía política, sino -en la obra madura de Marx- una idea filosófica materialista, que, atravesando las categorías de la economía política, las sobrepasa en extensión, y con la cual se pretende concebir la relación de poder constitutiva de la sociedad capitalista. Tal relación de poder afecta primordialmente al trabajo -de lo que derivaría la centralidad de la idea de trabajo alienado-, pero no puede ser reducida a vínculos y procesos exclusivamente económicos. Examinemos muy sucintamente los fundamentos gnoseológicos de esta interpretación.
Suponemos, desde la teoría del cierre categorial, que cada campo científico es un conjunto de términos enclasados, y que toda construcción científica pretende alcanzar el control objetivo de regiones del mundo real, de radio más o menos amplio. Según esto, a efectos gnoseológicos una categoría (v. gr., el campo de la economía política) es una totalidad atributiva en la que ha sido posible concatenar, por cierres operatorios, unas partes con otras en círculos de mayor o menor amplitud, e intercomunicados entre sí. Las categorías son los círculos tejidos por los términos y proposiciones, vinculados conceptualmente. De ahí que también se designe a los conceptos científicos como categorías.
Las Ideas (en cuanto realidades gnoseológicas objetivas que constituyen el campo sustantivo de la filosofía) atraviesan varias categorías, o todas ellas, y en este sentido puede afirmarse que son trascendentales. Las ciencias, por el contrario, se mantienen en los diferentes recintos categoriales.
Las Ideas se forman principalmente sobre conceptos de categorías diferentes, de manera que son una determinación resultante de la confluencia de diversos conceptos que se conforman en el terreno de las categorías (matemáticas, biológicas, económicas, históricas, etc.) o de las tecnologías (políticas, industriales, etc.), como puedan serlo las Ideas de Causa, Libertad, Estructura, Materia, Categoría, Razón, Ciencia, Hombre, etc. El análisis de las Ideas, orientado a establecer un sistema entre las mismas, desborda los métodos de las ciencias particulares y constituye el objetivo de la filosofía. Las Ideas instauran un campo abierto -por contraposición a los campos cerrados de las ciencias-, configurado por las relaciones entre las ciencias y otros contenidos de la cultura (políticos, morales, tecnológicos, etc.). Estas interconexiones son fundamentalmente de dos clases: analogías, y contradicciones o incompatibilidades.
Desde los criterios imbricados en las Ideas de Alienación y Trabajo Alienado, Marx estudia en los Grundrisse las relaciones sociales características del capitalismo y, más exactamente, las relaciones de poder definitorias de la sociedad capitalista. Se trata de una investigación que desborda, en primer lugar, el método de la economía política, pero también el de la historia, es decir, los métodos de las ciencias sociales ya constituidas en un grado apreciable en su época, y sobre las que Marx funda su análisis, como también -huelga decir- sus aportaciones a las todavía embrionarias sociología y antropología cultural. Nos encontramos, en suma, en el terreno propio de la filosofía social y política de Marx, mucho más desarrollada aquí -ha de insistirse en ello- que en las obras posteriores. La premeditada presentación cientificista de las obras publicadas durante la vida del autor dificulta enormemente, si no imposibilita, el seguimiento de sus líneas argumentativas, siempre latentes y presupuestas, pero casi nunca justificadas. A diferencia, por tanto, de lo que sucede con su teoría económica, más elaborada en otros escritos más tardíos, la única exposición de la filosofía madura de Marx en términos lo bastante amplios para estimarlos representativos se encuentra en los Grundrisse. Y por este motivo adquieren, incluso, su mayor interés.
A partir de los presupuestos anteriores, es inevitable responder afirmativamente a la pregunta formulada por Antonio Negri:
“¿No podría de hecho darse que, como se deriva propiamente de los esquemas preparatorios, El Capital no fuese sino una parte, y no la fundamental, de la temática comprensiva marxiana? ¿Una parte sobrevalorada por el hecho de ser la única completa y, desde un punto de vista menos noble, por el hecho de poder ser, en su parcialidad, delimitable y por ello reconducible a los horizontes interpretativos sustancialmente incongruentes con el espíritu comprensivo de la obra de Marx?”.
Aunque otro problema muy distinto es si de ello puede deducirse la conclusión obtenida por Negri pocas líneas después:
“El hecho es que los Grundrisse no son sólo un texto utilizable filológicamente para estudiar la constitución de El Capital: son un texto político, la conjunción del apresamiento de la posibilidad revolucionaria presentada en la “crisis inminente” y de la voluntad teórica de una síntesis adecuada a la acción comunista de clase obrera al frente de la cual, -está la teoría de esta relación dinámica”.
Sólo de un modo en extremo hiperbólico puede afirmarse con tanto énfasis que los Grundrisse son un texto político. Sin olvidar un ápice de las acuciantes razones económicas y políticas que marcaron su origen, ateniéndonos a la diferenciación trazada por Blanchot entre los componentes filosóficos, científicos y políticos presentes en la obra de Marx, los Grundrisse son un texto eminentemente teórico, y cuando Marx explica su contenido alude escuetamente a la síntesis de sus “estudios económicos”.
No deja de ser notable que de los tres componentes deslindados por Blanchot y por muchos otros estudiosos, Negri omita precisamente el plano filosófico, reduciendo en su interpretación el texto a una ciencia de la lucha de clases:
“El dinamismo abierto del “sistema” marxiano está todo dirigido a la identificación de la relación crisis-emergencia de la subjetividad revolucionaria. Esta relación es tan fundamental que el marxismo bien podría ser llamado una ciencia de la crisis y de la subversión”.
Así, en su insistencia sobre el elemento clave en tal lectura de los Grundrisse, en la implantación de la “síntesis del proyecto marxiano sobre el plano teórico-práctico”, por el que “la crisis inminente no funda solamente la previsión histórica, sino que se traduce en una síntesis práctico-política”, Negri prescinde de toda referencia al otro gran componente teórico de la obra de Marx, a la investigación específicamente filosófica, de suerte que la teoría de la plusvalía, “la síntesis dinámica del pensamiento de Marx”, se convierte en el punto en torno al cual la lucha de clases es incorporada a la ciencia.
La interpretación de Antonio Negri se mantiene, por consiguiente, firmemente anclada en las posiciones defendidas por Louis Althusser a propósito de la “paradoja de la filosofía marxista”: “la filosofía marxista existe y, sin embargo, nunca ha sido producida como tal filosofía”, dado que Marx casi nunca habló de filosofía, y, “dejando aparte las breves frases, fulgurantes y enigmáticas, de las Tesis sobre Feuerbach ... La Ideología Alemana, las alusiones a Hegel de El Capital (epílogo), Marx no nos ha dejado ningún tratado, ningún discurso de filosofía”. Pues a la postre -sostiene Althusser-, “la gran filosofía clásica se transforma por el impacto de ese algo inconcreto, casi indefinido que le llegó de pronto con la presencia de Marx. Algo que no se presentaba nunca bajo la forma directa de un discurso filosófico, sino en El Capital, no un texto filosófico, sino un texto donde se trata sólo de un conocimiento científico ligado a la lucha de clases”.
La raíz de toda la discusión gnoseológica estriba, sin duda, en la manera en que Marx propende a presentar los resultados de su investigación, esto es, como conclusiones científicas con carácter apodíctico, así como en sus bien conocidas manifestaciones ambivalentes sobre la filosofía, dirigidas -casi siempre con intención polémica- hacia las corrientes filosóficas de su tiempo. En qué medida hayan podido contribuir también las posteriores explicaciones de Engels a oscurecer aún más los términos de las tesis marxianas, es ya una cuestión que excede los límites del presente trabajo.
El problema de fondo se plasma, en definitiva, en la pregunta sobre la coincidencia o la divergencia entre la lectura gnoseológica que Marx realiza de su propia obra, según la presenta, y el carácter que fundadamente quepa atribuir a ésta. Dejaremos por ahora la pregunta meramente apuntada, a la espera de su ulterior examen en los textos.
La tesis que defenderé sobre la filosofía social de Marx se cifra en que la idea materialista de alienación es el fundamento de una teoría del poder circunscrita a la sociedad capitalista, a la que denominaré teoría de la dominación abstracta.
Con objeto de ganar en claridad, tomaré como referencia inicial la definición de poder propuesta por Bertrand Russell en Power (1938): “El poder puede ser definido como la producción de efectos intencionados”. El aparente subjetivismo de este enfoque se neutraliza -al menos parcialmente- con la especificación de que las acciones prolépticas en que el poder puede ejercerse se rigen por pautas, normas, planes y programas objetivamente constatables. Dejando al margen por ahora la dimensión cuantitativa del concepto, la definición anterior permite clasificar de varios modos las formas de poder: “En primer lugar, hay poder sobre seres humanos y poder sobre materia inanimada o formas de vida no-humanas”.
En el citado trabajo, Russell defendía que el concepto de poder ha de ser el más fundamental en las ciencias sociales, en el mismo sentido en que el concepto de energía es la noción fundamental en la física:
“Como la energía, el poder adquiere muchas formas, tales como riqueza, armamentos, autoridad civil, influencia sobre la opinión. Ninguna de ellas puede considerarse como subordinada a otra cualquiera, y no hay ninguna forma de la que las otras sean derivadas. El intento de tratar una forma de poder, pongamos la riqueza, aisladamente, puede ser sólo parcialmente exitoso, igual que el estudio de una forma de energía será deficiente en ciertos aspectos, a menos que sean tenidas en cuenta otras formas. La riqueza puede resultar del poder militar o de influencia sobre la opinión, como cada uno de éstos puede resultar de la riqueza. Las leyes de las dinámicas sociales son leyes que sólo pueden ser establecidas en términos de poder, no en términos de ésta o aquélla forma de poder”.
Y en consecuencia:
“El poder, como la energía, ha de considerarse en el continuo tránsito desde cualquiera de sus formas a cualesquiera otras, y debería ser la tarea de la ciencia social indagar las leyes de tales transformaciones”.
La concepción de Russell se funda en similares criterios a los aplicados por Aristóteles cuando afirma que “por naturaleza la mayoría de las cosas se componen de gobernantes y gobernados”, y por ello el gobierno o el mando ha de ejercerse de diversos modos, puesto que el procedimiento conveniente en unos casos se torna pernicioso en otros. De manera análoga al ser, el poder “se dice en varios sentidos”. No en vano Aristóteles, en el terreno del concepto genérico de poder, acude reiteradamente en la Política a las comparaciones ilustrativas entre el comportamiento humano y el de los animales.
Un enfoque equiparable en lo esencial es aplicado por Gustavo Bueno en el Primer Ensayo sobre las Categorías de las “Ciencia Políticas”, cuando se trata de definir el núcleo de la sociedad política a partir del concepto de eutaxia:
“El concepto de poder que hemos utilizado en la definición de eutaxia es una especificación anamórfica del concepto genérico de poder, que se construye (suponemos) en el terreno de la Zoología (de la Etología). Este punto es de la mayor importancia en la dialéctica del poder político, dado que las características específicas del poder político no implican la interrupción de características genéricas sino, a lo sumo, su anamórfosis, y pueden coexistir de algún modo con especificaciones cogenéricas. La dificultad principal que encierra esta cuestión es la encontrar criterios de diferenciación no metafísica entre el concepto de poder político y los conceptos de poder etológico, fuerza, etc. (...) Al afirmar que el concepto genérico de poder se incluye entre los conceptos propios de la zoología estamos afirmando, por tanto, que el poder no es reducible al concepto de potencia física (fuerza multiplicada por tiempo), sin que por ello digamos que pueda prescindirse o abstraerse de la fuerza física (...) En todo caso, ese mandar que tiene que ver con el poder -y esto es lo principal- no es exclusivo del hombre político; es también zoológico (...) En efecto, el poder, en sentido etológico puede definirse apelando a la idea de causalidad, como capacidad que un sujeto o un grupo de sujetos tienen para influir (desviando, impulsando, frenando) en la conducta de otros sujetos de su misma especie o de otra especie distinta. Según esto, el poder actúa en contextos apotéticos (el alarde de enseñar los dientes “a distancia”), lo que no excluye la acción paratética (el “empujar”), sino sólo que ésta será incluida en su marco apotético”.
Ciñéndonos a la recomendación aristotélica de que es mucho mejor enumerar las virtudes, como Gorgias, que definirlas en general, abundaremos en la clasificación de las formas del poder. También en este punto son una guía útil los criterios propuestos por Russell. En la obra citada, tras haber delimitado el alcance de su investigación en lo principal al poder sobre seres humanos, añadiendo el necesario recordatorio de que la causa predominante de las transformaciones en el mundo moderno es el acrecentado poder sobre la materia que debemos a la ciencia, especifica:
“El poder sobre los seres humanos puede ser clasificado por la manera de influir en los individuos, o por el tipo de organización implicado.
Un individuo puede ser influído: A. Por un poder físico directo sobre su cuerpo, p. e., cuando es encarcelado o muerto; B. Por recompensas o castigos como inductores, p. e., dar o negar empleo; C. Por influencia sobre la opinión, p.e., la propaganda en su más amplio sentido. Bajo este último encabezamiento incluiría la oportunidad de crear hábitos deseados en otros, p. ej. mediante la disciplina militar, consistiendo la única diferencia en que en tales casos la acción se sigue sin intermediario mental alguno, como podría denominarse la opinión.
(...)
“Las organizaciones más importantes son aproximadamente distinguibles por la clase de poder que ejercen. El ejército y la policía ejercen poder coercitivo sobre el cuerpo; las organizaciones económicas, en lo principal, utilizan recompensas y castigos como incentivos y disuasorios; las escuelas, iglesias y partidos políticos aspiran a influenciar la opinión. Pero estas distinciones no están muy claramente delimitadas, puesto que cada organización emplea otras formas de poder en adición a la que es más característica.”
La anterior definición y división inicial de la materia nos permite describir con cierta claridad la posión de Marx, muy frecuentemente malinterpretada. El propio Russell dedica su libro Power a la tarea de refutar la tesis que identifica con la propugnada por Marx y por los economistas ortodoxos, presuntamente asimiliables en semejante reduccionismo:
“En nuestros días, es común tratar el poder económico como la fuente de la cual derivan todas las otras clases; éste, sostendré, es precisamente un error tan grande como el de los historiadores puramente militares, a quienes ha convertido en anacrónicos.”
Es innegable que cabe a Marx una gran responsabilidad en los equívocos que siempre ha suscitado su concepción del poder. Lo cierto -pese a todo- es que no es esa tesis, rotunda e inflexiblemente economicista, la colegible en los detalladísimos análisis concretos de las dinámicas del poder, ya contemporáneas o pretéritas, que proliferan en los artículos para el New York Daily Tribune y en algunos ensayos de carácter más amplio, v. gr., El 18 Brumario de Luis Bonaparte, o La guerra civil en Francia. Gustavo Bueno nos recuerda que
“Marx no formuló ninguna teoría general sobre la naturaleza de la conexión de los factores determinantes de la vida política e histórica. Ello explica hasta cierto punto las tendencias al eclecticismo, a veces vergonzante, de sus continuadores (“es preciso que se dé una conjunción entre las condiciones subjetivas y las condiciones objetivas”; o bien “la base determina en última instancia”; o bien “hay que tener en cuenta una sobredeterminación de la correlación de fuerzas”). Un eclecticismo en equilibrio inestable que encubría muchas veces una orientación voluntarista, envuelta en una ideología objetivista, materialista”.
Pero este materialismo histórico convencionalmente atribuido al marxismo clásico, que adquiere la forma de un materialismo económico, “resulta ser muy confuso”. Por una parte, al oponerse al idealismo, “establece un determinismo de las voluntades (planes o programas) subjetivas por parte del ser social del hombre”. Sin embargo, Marx siempre insistió en que
“el determinismo social es ante todo un determinismo del estado histórico en el que están dadas las corrientes políticas y económicas de una época; y este estado histórico es a su vez una resultante de la dialéctica del trabajo humano precedente y de la naturaleza, una resultante que tiene, como partes formales, unos componentes básicos (a los que ha contribuido decisivamente la naturaleza, las fuerzas naturales) y unos componentes superestructurales (a los que ha contribuido el hombre con su falsa conciencia)”.
En consecuencia, en la interpretación de Gustavo Bueno la importancia del materialismo político de Marx estribaría en su capacidad para combinar en cada análisis concreto los diversos factores implicados, aun cuando “esta capacidad hay que atribuirla sobre todo a Marx en cuanto poseedor de un “tacto” singular para medir el peso relativo que en cada caso habría que atribuir a cada factor”.
Tampoco en los Grundrisse se encuentra, claro es, una teoría general sobre la naturaleza de las conexiones entre los factores determinantes de la vida política e histórica. E incluso Marx previene, de manera muy explícita, contra el riesgo de entender su tesis sobre la determinación que ejerce la organización productiva de las sociedades en la historia de una manera abstracta o metahistórica, en pasajes breves y condensados pero altamente significativos. En cambio, defenderé que pueden encontrarse en los Grundrisse las líneas principales de una teoría general sobre el modo en que los factores económicos se convierten en atractores o dominantes, respecto a otras formas de poder -condicionando ampliamente su génesis, sus funciones y sus efectos- en la sociedad capitalista. Esta teoría general, si bien circunscrita estrictamente a la sociedad moderna -la teoría de la dominación abstracta-, no implica en sí misma considerar el poder económico como la fuente de la que derivarían todas las restantes modalidades. Mucho más que situarse en contra de las tesis de Russell, convergería con ellas al indagar los continuos tránsitos del poder desde unas a otras de sus formas, con objeto de establecer, en lo posible, las leyes de tales transformaciones. La diferencia residiría ante todo en sustentar -según es propio del enfoque de Marx- que, bajo determinadas condiciones históricas, unas formas de poder predominan sobre otras sin anular o aniquilar las particularidades de las subordinadas, lo cual el mismo Russell se ve forzado a admitir al adentrarse en análisis pormenorizados.
Aunque un examen detallado de las implicaciones de la teoría es ya materia de los capítulos posteriores del presente trabajo, remitiremos aquí a su núcleo conceptual. Marx lo expone a modo de ilustración -igual que tantas otras veces, casi de pasada- en la sección de la “Einleitung” donde aborda “El método de la economía política”:
“En todas las formas de sociedad hay una producción determinada que asigna a todas las demás su rango e influencia, y cuyas relaciones, por lo tanto, asignan también su rango e influencia a todas las demás. Es una iluminación general en la que se sumergen todos los demás colores y que los modifica en sus particularidades. Es un éter singular que determina el peso específico de todas las formas de existencia que allí adquieren relieve (...) En todas las formas en que la propiedad de la tierra domina, la relación con la naturaleza es la prevaleciente. En aquéllas en que domina el capital, el elemento social, producido históricamente, es el preponderante. La renta de la tierra no puede ser comprendida sin el capital. El capital, sin embargo, se puede sin la renta de la tierra. El capital es el poder económico (ökonomische Macht) que todo lo domina (alles beherrschende) en la sociedad burguesa. Debe ser punto de partida y construir el punto final, y ha de desarrollarse antes que la propiedad de la tierra. Tras considerar ambos en sus peculiaridades, debe tratarse su relación recíproca”.
Marx establece así, con un cierto grado de claridad y distinción, la amplitud y los límites que han de asignarse a la preponderancia del poder económico sobre las otras modalidades en la sociedad capitalista. Apenas es necesario destacar que cuando alude a “una determinada producción” está designando bajo esa fórmula, desde las claves de su terminología, una compleja trama de relaciones de poder cuya extensión se dilata mucho más allá de los procesos estrictamente económicos, del mismo modo que “la propiedad de la tierra” no es, en el texto anterior, simplemente una realidad económica, sino una compleja institución social, completamente incomprensible prescindiendo de otras clases de poder características de las formas de sociedad en las que prevalece, es decir, de la estructura singular de cada totalidad social, como el poder de la aristocracia erigido sobre relaciones feudales de servidumbre, la monarquía medieval, o la Iglesia Católica en la Europa occidental de los siglos previos a la Reforma. Los análisis de Marx sobre acontecimientos y procesos históricos concretos, según se plasman por ejemplo en los artículos para el Tribune, pueden ser aducidos como pruebas de la pertinencia de este modelo interpretativo.
Para concluir este capítulo trataré de esclarecer, de manera sumaria, en qué sentido considero la teoría de la alienación en los Grundrisse una teoría del poder que es, en definitiva, una teoría de la dominación abstracta. Con objeto de acotar el campo en que se plantea el problema, apelaré en primer lugar a la breve definición aportada por Bertell Ollman, sumamente certera con independencia de atenerse, en lo esencial, a la exposición de los Manuscritos. La teoría de la alienación es:
“la construcción intelectual en la que Marx muestra los devastadores efectos de la producción capitalista en los seres humanos, en sus estados físicos y mentales y en los procesos sociales de los que forman parte (...) Bajo la misma rúbrica están los vínculos entre un hombre, su actividad y productos, sus iguales, la naturaleza inanimada y la especie”.
El signo definitorio que Marx atribuye a los individuos y a la sociedad de su tiempo se despliega, en suma, en la teoría de la alienación. Ahora bien, ¿cuál es entonces, con un grado mayor de exactitud, el rasgo definitorio de la alienación? O lo que es lo mismo -según la metodología de Marx-, ¿en qué dirección apunta su tendencia inmanente, su fuerza productora de homogeneidades?
Recurriré aquí, para sintetizar el sentido de los textos de Marx -que habrá de contrastarse posteriormente-, no a un reconocido especialista en la teoría de la alienación, sino al historiador de la técnica Lewis Mumford, quien ha resumido magistralmente el sentido último que aflora en las obras maduras de nuestro autor en un hermoso pasaje de su libro Técnica y civilización, al dar cuenta de lo que representa “el nacimiento del capitalismo y el cambio de una economía de trueque, facilitada por pequeñas reservas de variadas monedas locales, a una economía de dinero con una estructura de crédito internacional y una referencia constante a los símbolos abstractos de la riqueza: oro, cheques, letras de cambio, y eventualmente sólo números”:
“El desarrollo del capitalismo trajo los nuevos hábitos de abstracción y cálculo a las vidas de los hombres de las ciudades. Sólo la gente del campo, que aún vivía sobre una base local más primitiva, se hallaba en parte inmune. El capitalismo llevó a la gente de lo tangible a lo intangible: su símbolo, según observa Sombart, es el libro de contabilidad: “su valor vital reside en su cuenta de pérdidas y ganancias”. La “economía de adquisición” que hasta entonces había sido practicada por extrañas y fabulosas criaturas como Midas y Creso, llegó a ser nuevamente el estilo diario. Tendió a sustituir la “economía de las necesidades” directas y a reemplazar los valores vitales por valores dinerarios. El sistema entero del negocio tomó cada vez más una forma abstracta; se ocupaba de “no-productos”, de futuros imaginarios, de ganancias hipotéticas.
(...)
“Este último hecho era especialmente importante en lo que se refiere a la vida y al pensamiento: la busca del poder por medio de abstracciones. Una abstracción reforzaba la otra. El tiempo era dinero: el dinero era poder: el poder exigía el fomento del comercio y de la producción: la producción iba desviada de los canales de uso directo a aquellos de comercio lejano, hacia la adquisición de mayores beneficios, con un margen más amplio para nuevas inversiones de capital para guerras, conquistas en el extranjero, minas, empresas productivas... más dinero y más poder. Entre todas las formas de riqueza sólo el dinero no tiene límites que se le puedan fijar”.
El rasgo más definitorio de la alienación en cuanto proceso material objetivo y tendencia inmanente, necesaria, de la sociedad capitalista es -sostendré-, la búsqueda del poder por medio de abstracciones, el tránsito acelerado del interés social desde lo tangible a lo intangible y, en suma, el sometimiento universal de la vida a formas abstractas de poder. Se trata, por consiguiente, de una tendencia indisolublemente vinculada a la persecución del valor de cambio, a la existencia misma del capital en cuanto valor que se reproduce a sí mismo y que, de modo inexorable, apunta a transformar las acciones humanas en trabajo abstracto. Precisamente por ello, la conexión crucial entre las categorías económicas elaboradas por Marx y la idea filosófica de alienación -sin perjuicio de que tales interconexiones describan una topografía extensa y variada- se da con el concepto de plusvalía.
Desde esta perspectiva es algo más fácil apreciar, a mi entender, cómo la alienación afecta destructivamente, provocando una dinámica paulatina de distaxia -si bien con obvias diferencias respecto a la índole de sus impactos- tanto a los poseedores de capital como a los trabajadores asalariados. La razón principal de mi preferencia por la expresión dominación abstracta, en lugar de poder abstracto, radicaría justamente ahí, ateniéndonos a la definición de poder de Russell. La alienación es el proceso por el que el poder social tiende a convertirse en autónomo respecto a los miembros de la sociedad y, por lo tanto, por el que deja gradualmente de ser un poder, es decir, un control ejercido por un sujeto individual o colectivo, una parte de la sociedad interesada en la supervivencia y la reproducción de ésta, al adquirir un movimiento inercial, automático, y contrapuesto a la fuente de la que capta su energía: la cooperación social humana.
El análisis de la alienación en Marx presenta, además, analogías con el concepto de diagrama acuñado por Michel Foucault, y desarrollado posteriormente por Gilles Deleuze, con la diferencia de situarse en una escala más amplia. Siguiendo las transformaciones de la alienación Marx traza, en efecto, un diagrama, esto es, el mapa, la cartografía coextensiva a todo el campo social, de los modos en que se imponen ordinariamente las conductas a las multiplicidades humanas en el capitalismo. Sin embargo, mientras el diagrama de la alienación abarca el sistema global de la sociedad capitalista, o el género definido por la estructura del modo de producción, el diagrama foucoultiano se restringe a formaciones sociales específicas, agrupables en géneros del rango de los modos de producción. Cobra así un especial relieve la concomitancia de la distinción de Marx entre las fases de la subsunción formal y la subsunción real del trabajo en el capital, y la de Foucault entre sociedades disciplinarias y sociedades del control, que examinaremos más adelante.
El cuaderno denominado M y los numerados con caracteres romanos del I al VII, que constituyen los Grundrisse en sentido estricto. A éstos añadieron los editores del Instituto Marx-Engels-Lenin un “Apéndice” (Anhang), que recogía textos elaborados entre 1850 y 1859. Propiamente, los Grundrisse comprenden la Introducción de 1857 (cuaderno M), el Capítulo del Dinero (cuaderno I, y las 7 primeras páginas del cuaderno II) y el Capítulo del Capital (cuadernos II-VII).
Así designa Marx los Grundrisse en su correspondencia de la época.
Op. cit. (Génesis y estructura de `El Capital' de Marx, Siglo XXI, México 1978, pág. 33). La periodización de Rosdolsky omite que la última parte del cuaderno VII se escribió entre finales de mayo y principios de junio de 1858, tras una pausa iniciada en marzo.
Ernest Mandel (1967): La formation de la pensée économique de Marx, Maspero, París (La formación del pensamiento económico de Marx, de 1843 a la redacción de `El Capital', México, Siglo XXI, 1972 (4ª ed.)).
Ibíd., p. 78 de la edición española.
Fred Moseley (1998): “An empirical assessment of Marx's economic theory”, en: R. Panasiuk & L. Nowak (eds.): Marx's theories today, Rodopi, Amsterdam.
E. Mandel: Ibíd.
K. Marx y F.Engels: “Revue”, en Neue Rheinische Zeitung - Politisch-ökonomische Revue, 5º a 6º núms., p. 312. Carta de Marx a Engels del 19 de agosto de 1852 (Briefwechsel zwischen Friedrich Engels und Karl Marx 1844-1883, vol. I, p. 334).
“Pauperismo y libre cambio. La amenaza de una nueva crisis comercial”, artículo enviado al New York Daily Tribune el 15 de octubre de 1852, en Gesammelte Schriften 1852-1862, editado por N. Rjasanov, Dietz Verlag, Stuttgart, 1920, vol. I, p. 33.
Serie de artículos publicada con el título “La crisis comercial en la Gran Bretaña”, en la Neue Oder-Zeitung del 11 al 22 de enero de 1855, y en el New York Daily Tribune el 20 de enero de 1855.
Clément Juglar (1860): Des crises commerciales et leur retour périodiques en France, en Anglaterre et aux États-Unis.* De entre las varias clases de movimientos cíclicos, me refiero a los ciclos largos o ciclos de Juglar.
Ibíd. Véase también: Maurice Niveau (1966): Histoire des faits économiques contemporaines, Presses Universitaires de France, París (Historia de los hechos económicos contemporáneos, Ariel, Barcelona, 1979 (6ª ed.), p.127).
K. Marx y F.Engels: “Revue - Mai bis Oktober”, en Neue Rheinische Zeitung - Politisch-ökonomische Revue, 5º núm., mayo a octubre de 1850, p. 304.
E.Mandel: op. cit., p. 84.
MEW, vol. XXIX, pág. 75.
Ibíd., págs. 85 y 86.
Carta de Marx a Engels del 13 de noviembre de 1857, en Loc. cit.
Ibíd.
Loc. cit.
MEW, vol. XXIX, pág. 225.
Maurice Blanchot (1971): “Les trois paroles de Marx”, en L'amitié, Gallimard, París (La risa de los dioses, Taurus, Madrid, 1976).
Cfr. E.Mandel: Op.cit., p. 86 de la edición española.
Ibíd., p. 87. Cfr. Carta de Marx del 22 de julio de 1859, en Briefwechsel zwischen Friedrich Engels und Karl Marx, vol. II, p. 341. De la referencia anterior, p.p. 265-269.
E.Mandel: Op.cit., p. 113.
Ibíd.
Ibíd. Ha de notarse que la obra de Mandel apareció con anterioridad al mucho más minucioso estudio de Roman Rosdolsky, donde se comprueba que la tendencia de la tasa de ganancia está analizada en sus fundamentos con gran precisión en los Grundrisse, y también cómo, con independencia de ciertos característicos errores en las cifras, se esbozan ya los esquemas de la reproducción posteriormente enunciados en el Libro II de El Capital.
F.Moseley: Loc. cit. La valoración de Moseley corresponde a 1998. Véase también, del mismo autor: (1982): The Rate of Surplus-Value in the United States Economy, 1947-1977, University of Massachussets Press; (1992): The Falling Rate of Profit in the Postwar US Economy, St. Martin Press, Nueva York. El problema de la caída de la tasa de ganancia ha sido tan controvertido incluso en la tradición de la economía marxista, que Paul M. Sweezy considera erróneo el análisis de Marx al respecto, en (1942): The Theory of capitalist development. Principles of marxian political economy, Nueva York. Véase el capítulo VI, p.p. 109-122. La misma conclusión se mantiene en el influyente libro escrito con Paul A. Baran, (1966): Monopoly Capital, Monthly Review Press, Nueva York y Londres. Moseley se sitúa en concordancia con las posiciones defendidas por Ernest Mandel, desde (1962): Traité d'economie marxiste, R. Julliard, París; así como por Immanuel Wallerstein en diversos trabajos.
F.Moseley: Ibíd.
Ibíd.
Ibíd.
M.Niveau: Op. cit., p. 149; E.Mandel: Op. cit., p. 79.
K. Marx, F. Engels (1850): “Revue”, en Neue Rheinische Zeitung - Politisch-ökonomische Revue, núm. 4 (abril), p.p. 213-15.
N. D. Kondratieff (1926): “The Long Waves in Economic Life”, traducido del alemán en The Review of Economic Statistics, nov. de 1935, y reproducido en Readings in Business Cycle Theory, Allen & Unwin, Londres, 1950.
M.Niveau: Op. cit., p.p. 149-50.
Engels a Marx, 29 de octubre de 1857, en Briefwechsel zwischen Friedrich Engels und Karl Marx 1844-1883, vol. II, p. 200.
MEW, vol. XXIX, p.p. 566-67.
Cfr. “Apéndice” (Anhang) a los Grundrisse: “Bastiat und Carey” (originariamente en el cuaderno III del manuscrito), p. 843.
Juan Huarte de San Juan (1575): Examen de ingenios para las ciencias, Editora Nacional, Madrid, 1976. Segundo Proemio (Al lector), p. 68.
“Anhang” a los Grundrisse, p.p. 855-867.
Ibíd., p.p. 951-967.
E.Hobsbawm (1964): Introduction to Karl Marx: Pre-capitalist Economic Formations, Lawrence & Wishart, Londres.
Presentación de la traducción italiana (1968): Lineamenti fondamentali della critica dell'economia politica 1857-1858, La Nuova Italia Editrice, Florencia.
A. Negri (1979): Marx oltre Marx, Feltrinelli Editore, Milán, pág. 25.
Ibíd.
“Apéndice” a los Grundrisse, p.p. 969-980.
A. Negri: Op. cit., p. 21, y con mayor amplitud en la Lección 2, “Il denaro ed il valore”.
Loc. cit.
A.Negri: Op. cit., p. 24.
Ibíd., p. 23.
Me limito aquí a reproducir literalmente (o con nimias variaciones formales), e incluyendo la predilección ortográfica por la mayúscula en el término Idea, textos de Gustavo Bueno correspondientes a Teoría del Cierre Categorial (p.p. 1391-92 y 1394), ¿Qué es la filosofía? (pág. 45) y ¿Qué es la ciencia? (págs. 101 y 108-112). He omitido los correspondientes entrecomillados para no sobrecargar más las ya abundantes notas al pie. Con notable diferencia, la mejor exposición breve que conozco de los fundamentos de la teoría del cierre categorial es la de Alberto Hidalgo en su artículo “Cierre categorial”, incluido en Román Reyes (dir.) (1988): Terminología científico-social. Aproximación crítica, Anthropos, Barcelona. Remito a ella para una más detallada visión de de la génesis y el núcleo de la teoría, de la que por exigencias de concisión me restrinjo a proporcionar, por ahora, la clarificación de las ideas que aplico inmediatamente al análisis de la obra de Marx.
Para una mayor profundización, véase Teoría del Cierre Categorial, págs. 425-646, y en especial 608-646.
Cfr. ¿Qué es la filosofía?*
El filósofo venezolano Ludovico Silva ha mostrado con excepcional minuciosidad la presencia central del concepto de alienación a lo largo de la obra marxiana, incluidos los escritos más tardíos, en su meritorio trabajo: (1983): La alienación como sistema: la teoría de la alienación en la obra de Marx, Alfadil, Caracas. No obstante acentuar el carácter histórico del concepto, y proceder al análisis de sus implicaciones en buena medida, no llega a diferenciar la índole de la noción en las obras de madurez y en las juveniles. Tal vez por ello incurre en cierta confusión al asimilar el rango del fenómeno en el capitalismo y su prefiguración, en el origen del Estado, según se describe en los pasajes correspondientes de La ideología alemana. Respecto a la raigambre histórica del concepto, ya fue destacada (principalmente en los Manuscritos de 1844) por T.I. Oisermann (1965): Die Enfremdung als historische Kategorie, Dietz, Berlín. Se trata de un tema clásico muy bien estudiado, sobre todo en los Manuscritos, entre otros por István Meszáros (1970): Marx's Theory of Alienation*; y por Bertell Ollman (1971): Alienation: Marx's conception of man in capitalist society, Cambridge U. Press, Cam., Mass. El trabajo citado de David McLellan (1973) resalta, sin embargo, la variación más importante que afecta a la idea de alienación en los Grundrisse: una mucho más plena inmersión en la historia, que obligaría a revisar las versiones de la teoría marxiana presentadas por los “estudiosos de la generación mayor”, como Daniel Bell, Sidney Hook y Lewis Feuer, basadas, en sintonía con Althusser, en la tesis de una ruptura radical entre el Marx maduro y el joven.
A. Negri: Op. cit., p. 19.
Ibíd.
Ibíd., p. 22.
Op. cit., p. 14.
Ibíd., p. 20: “La teoria del plusvalore (...) diviene cosí (....) il punto attorno al quale si coniugano l'analisi oggetiva del capitale e quella soggetiva del comportamento della classe, attorno al quale l'odio di classe viene riportato nella scienza.”
L. Althusser (1976): “La transformación de la filosofía”, conferencia pronunciada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada el 26 de marzo de 1976; Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Granada, pág. 10.
Ibíd.
Ibíd.
Ibíd. El subrayado es mío.
B. Russell (1938): Power. A New Social Analysis, Unwin Paperbacks, Londres 1985, pág. 25: “Power may be defined as the production of intended efects”. Es muy habitual calificar a este eminente filósofo de destacado representante del liberalismo. Semejante calificación resulta bastante equívoca, teniendo en cuenta las posiciones por las que abogó a lo largo de su dilatadísima carrera en los terrenos de la filosofía social y política.
Ibíd.
Ibíd., p. 9.
Ibíd., p. 10.
Aristóteles: De Republica, Libro I, cap. XIII, 1260 a; en Loc. cit. No es necesario especificar que el término gobierno no debe entenderse en su acepción estrictamente política, dado que el pasaje se refiere al alma y a la casa. En qué medida pueda situarse en la misma tradición Michel Foucault, puede apreciarse en el ensayo de Deleuze “Las estrategias o lo no estratificado”, en (1986): Foucault, Editions de Minuit, París; y del propio Foucault, entre otros, en Surveiller et punir, Gallimard, París, 1975.
Ibíd.
Metaphysica, IV, 2, 1003 a 33; VI, 4, 1028 a 5; VII, 1, 1028 a 10. Loc. cit.
G. Bueno (1991): Primer Ensayo sobre las Categorías de la “Ciencias Políticas”, Cultural Rioja, Logroño, págs. 184-5 (Escolio 2). El concepto de eutaxia se define partiendo de la diferenciación entre el todo social y sus partes constituyentes, y en función del objetivo proléptico de la subsistencia de la totalidad social que dirigiría la convergencia de las operaciones de las diversas partes, como “la unidad global (con la connotación de “buena constitución”) que pueda resultar de esa calculada conformación de la convergencia (distaxia será pérdida, en distinto grado, de eutaxia)” (Op. cit., p.p. 178-181).
De República, I, 13, 1260 a.
B.Russell: Op. cit., p.p. 25-26.
Ibíd., p.p. 9-10. Una imagen similar de la posición de Marx la comparten, por ejemplo, Hannah Arendt en (1958): The Human Condition, Univ. of Chicago Press, Chicago; y Cornelius Castoriadis en (1975): L'institution imaginaire de la societé, Seuil, París. La interpretación es probablemente bastante correcta respecto a La Ideología Alemana, el Manifiesto Comunista o Miseria de la filosofía, pero desajustada en relación a las obras maduras.
G.Bueno: Primer Ensayo sobre las Categorías de las “Ciencias Políticas”, p. 282.
Ibíd., p. 281.
Ibíd.
Ibíd., p. 282.
Ibíd.
“Einleitung”, Heft M, p. 27, 9-43.
B.Ollman: Op. cit., p. 131.
Lewis Mumford (1934): Technics and Civilization, Harcourt, Brace & World, Nueva York (Técnica y civilización, Alianza Universidad, Madrid, 2000, p. 39).
Para no extender desmedidamente la cita, he omitido la reproducción por Mumford de un texto del Manifiesto Comunista en que se expone, a partir de las propiedades del dinero (cuyo estudio se profundiza enormemente en los Grundrisse) la concepción que estamos analizando.
Ibíd., p.p. 39-40.
Véase Sourveiller et punir, ed. cit., p. 207; y Gilles Deleuze: Op. cit., el capítulo “Un nuevo cartógrafo”.
Esta concomitancia está bien señalada, por ejemplo, en el libro de Antonio Negri y Michael Hardt (2000): Empire, Harvard Univ. Press, Harvard, Mass.
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