Filosofía y Ciencia
Ética para Amador; Fernando Savater
ETICA PARA AMADOR
El libro empieza con la advertencia de no creerlo un manual de Ética para estudiantes de Bachillerato. Habrá que verlo como algo más didáctico, un escrito para su hijo.
Primero resalta: ten confianza en ti mismo, en la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo que ya eres y en el instinto de tu amor que te abrirá a merecer la buena compañía.
Es un adulto dando a conocer algo de él y también aprovecha para aprender de la juventud intacta.
Hay cosas que puedes aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos. Otras cosas hay que saberlas porque en ello nos va la vida. Se puede vivir de muchos modos pero hay modos que nos dejan vivir.
Entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: ciertas cosas nos convienen y otras no. Distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir por lo que nos beneficia.
A veces las cosas no son tan sencillas: ciertas drogas producen sensaciones agradables o brío, pero su abuso continuado puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas, pero en otros malas. En el terreno de las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún mayor frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra y enemista a las personas, parece que a veces es útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventajilla. Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones apariencia de malo.
Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué debemos hacer. En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos, lo que va a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo que quiera cada cual.
La palabra fundamental es libertad.
Nuestro pensamiento viene condicionado por el lenguaje que le da forma y somos educados en ciertas tradiciones, hábitos, formas de comportamiento, leyendas, etc. que se nos inculcan desde la cunita y no otras. Todo ello pesa mucho y hace que seamos bastante previsibles.
Con los hombres nunca puedes estar seguro del todo. Podemos decir “si” o “no”, quiero o no quiero.
La libertad nos diferencia de todo lo que se mueve. No podemos hacer cualquier cosa que queramos, pero aclaremos: no somos libres de elegir lo que nos pasa, sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo; ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo a fuerzas, es diferente la libertad a la omnipotencia, cuanta más capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad.
Hay cosas que dependen de m voluntad pero no todo, porque en el mundo hay muchas otras voluntades y otras muchas necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario, no por ello dejaré de ser libre.
En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza. La mayoría de la gente tiene mucha más conciencia de lo que limita su libertad que de la libertad misma.
Uno puede considerar que optar libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil y que es mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo más fácil.
Los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida, optar por lo que nos parece bueno, podemos equivocarnos. Parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A esa saber vivir, o arte de vivir es a lo que llaman ética.
A veces las circunstancias nos imponen elegir entre dos opciones que no hemos elegido, hay ocasiones en que elegimos aunque preferiríamos no tener que elegir.
No se pasa la vida dando vueltas a lo que nos conviene o no nos conviene hacer. Darle demasiadas vueltas a lo que uno va a hacer nos paraliza.
Un motivo es la razón que se tiene, o se cree tener, para hacer algo. Los tipos de motivación son: las órdenes, las costumbres y los caprichos. Cada uno inclina tu conducta en una dirección u otra, explica más o menos tu preferencia por hacer lo que haces. Las órdenes sacan su fuerza del miedo, el afecto y la confianza, son por tu bien. Las costumbres vienen de la comodidad, de la presión de los demás.
Las órdenes y las costumbres parecen que vienen de fuera. Los caprichos salen de dentro.
Cuando las cosas están de veras serias hay que inventar y no seguir sólo la moda o el hábito.
Libertad es decidir, pero también, no lo olvides, darte cuenta de que estás diciendo, pensar al menos dos veces lo que vas a hacer. La primera vez piensas el motivo de tu acción, pero si lo piensas por segunda vez, la cosa ya varía.
Puede haber órdenes, costumbres y caprichos que sean motivos adecuados para obrar, pero en otros casos no tiene por qué ser así. Pero nunca una acción es buena sólo por ser una orden, una costumbre o un capricho. Tendrás que examinar lo que haces más a fondo, razonando por ti mismo. Nadie puede ser libre en tu lugar. Luego hay que hacerse adulto, es decir, capaz de inventar en cierto modo la propia vida y no simplemente de vivir la que otros han inventado para uno. No habrá más remedio, para ser hombres y no borregos que pensar dos veces lo que hacemos, y hasta tres o cuatro en ocasiones especiales.
“Moral” es el conjunto de comportamientos y normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como validos, “ética” es la reflexión sobre por qué los consideramos validos y la comparación con otras “morales” que tienen personas diferentes.
Se usará una y otra palabra indistintamente como arte de vivir.
No resulta sencillo decir cuándo un ser humano es “bueno” y cuando no lo es, porque no sabemos para qué sirven los seres humanos. A los humanos se nos reclama a veces reasignación y a veces rebeldía, a veces iniciativa y a veces obediencia, a veces generosidad y otras previsión del futuro, etc. No hay un único reglamente para ser buen humano ni el hombre es instrumento para conseguir nada.
Se puede ser buen hombre de muchas maneras. El secreto: haz lo que quieras.
Tienes que plantearte todo este asunto desde ti mismo, desde el fuero interno de tu voluntad. No le preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti mismo, interroga sobre el uso de tu libertad a la libertad misma.
No se trata de pasar el tiempo, sino de vivirlo bien. La aparente contradicción que encierra ese “haz lo que quieras” no es sino un reflejo del problema esencial de la libertad misma, no somos libres de no ser libres, no tenemos más remedio que serlo. En uso de libertad y aunque obedezcas a otro o te dejes llevar por la masa seguirás actuando tal como prefieres: no renunciarás a elegir, sino que habrás elegido no elegir por ti mismo.
“Haz lo que quieras” es decirte: toma en serio el problema de tu libertad, nadie puede dispensarte de la responsabilidad creadora de escoger tu camino, porque quieras o no eres libre, quieras o no tienes que querer. Una cosa es que “hagas lo que quieras” y otra bien distinta que hagas “lo primero que te venga en gana”.
Es importante ser capaz de establecer prioridades y de imponer una cierta jerarquía entre lo que de pronto me apetece y lo que en el fondo, a la larga, quiero.
La vida está hecha de tiempo, nuestro presente está lleno de recuerdos y esperanzas, nuestra vida está hecha de relaciones con los demás.
Quieres darte una buena vida humana. Ser humano consiste en tener relaciones con los otros seres humanos. ¿No es la mayor de las locuras querer las cosas a costa de la relación con las personas? La buena vida humana es buena vida entre seres humanos.
Los hombres lo que queremos ser es humanos y ser tratados como humanos. El hombre no es sólo una realidad biológica, natural sino también una realidad cultural. No hay humanidad sin aprendizaje cultural y para empezar sin la base de toda cultura: el lenguaje. El lenguaje es una creación cultural que heredamos y aprendemos de otros hombres. La humanización es un proceso recíproco. Darse la buena vida no puede ser algo muy distinto de dar la buena vida.
En los ejemplos de Esaú (vendiendo su primogenitura y por tanto su derecho a heredar) y de Kane (el empresario que sólo se ocupó de acumular dinero y cosas, olvidando a las personas), estaban convencidos de hacer lo que querían, pero ninguno de ellos parece que consiguió darse una buena vida. Está claro lo que queremos pero no lo está tanto en qué consiste eso de “la buena vida”.
La vida es siempre complejidad y casi siempre complicaciones. Si rehúyes toda complicación y buscas la gran simpleza no creas que quieres vivir mejor y mejor sino morirte de una vez.
Lo que tenemos muy agarrado nos agarra también a su modo, más vale tener cuidado de no pasarse. La mayor complejidad de la vida es precisamente esa, que las personas no son cosas. Nadie es capaz de dar lo que no tiene, ni mucho menos nada puede dar más de lo que es. Lo del trato es importante, los humanos nos humanizamos unos a otros. Al tratar a las personas como a personas y no como a cosas, estoy haciendo posible que me devuelvan lo que sólo una persona puede darle a otra.
A veces uno puede tratar a los demás como a personas y no recibir más que traiciones o abusos. Pero al menos contamos con el respeto de una persona, aunque no sea más que una: nosotros mismos. Al no convertir a los otros en cosas defendemos por lo menos nuestro derecho a no ser cosas para los otros. Intentamos que el mundo de las personas sea posible.
La ética lo que intenta es averiguar en qué consiste en el fondo, más allá de lo que nos cuentan o de lo que vemos en los anuncios de la tele, esa dichosa buena ida que nos gustaría. A las cosas hay que manejarlas como cosas y a las personas hay que tratarlas como personas.
Palabra crucial: atención, disposición a reflexionar sobre lo que se hace y a intentar precisar lo mejor posible el sentido de esa “buena vida” que queremos vivir.
La primera e indispensable condición ética es la de estar decidido a no vivir de cualquier modo: el verdadero meollo no está en someterse a un código o en llevar la contraria a lo establecido sino en intentar comprender por qué ciertos comportamientos nos convienen, de qué va la vida y qué es lo que puede hacerla “buena” para nosotros los humanos. Nada de contentarse con ser tenido por bueno, con quedar bien ante los demás, con que nos den aprobado. Para ello será preciso hablar con los demás, dar razones y escucharlas. El esfuerzo de tomar la decisión tiene que hacerlo cada cual en solitario: nadie puede ser libre por ti.
La única obligación que tenemos en esta vida es no ser imbéciles. Hay imbéciles de varios modelos:
El que cree que no quiere nada, que dice que todo le da igual.
El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario de lo que se le presenta.
El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo. Todo lo que hace está dictado por la opinión mayoritaria de los que le rodean: es conformista sin reflexión o rebelde sin causa.
El que sabe qué quiere y por qué lo quiere, pero lo quiere flojito, con miedo o con poca fuerza.
El que quiere con fuerza y ferocidad, pero se ha engañado a sí mismo sobre lo que es la realidad, termina confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo.
Todos suelen fastidiarse a sí mismos y nunca logran vivir la buena vida. Síntomas de imbecilidad tenemos casi todos, nos acecha y no perdona. No confundir imbecilidad con ser tonto.
Lo contrario de ser moralmente imbécil es tener conciencia. Si alguien carece en absoluto de semejante “oído” o “buen gusto” en cuestiones de vivir, no se le lograra convencer.
Para lograr tener conciencia hacen falta algunas cualidades innatas y también serán favorables ciertos requisitos sociales y económicos, a quien se ha visto desde pequeño privado de lo humanamente más necesario es difícil exigirle la misma facilidad para comprender lo de la buena vida que a los que tuvieron mejor suerte. ¿En qué consiste esa conciencia que nos curara de la imbecilidad moral?
Saber que no todo da igual porque queremos realmente vivir y además vivir bien, humanamente bien.
Estar dispuestos a fijarnos en si lo que hacemos corresponde a lo que de veras queremos o no.
A base de práctica, ir desarrollando el buen gusto moral.
Renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y por tanto razonablemente responsables de las consecuencias de nuestros actos.
Deberíamos llamar egoísta consecuente al que sabe de verdad lo que le conviene para vivir bien y se esfuerza por conseguirlo. El pobrecillo cree que se ama a sí mismo pero se fija tan poco en lo que de veras le conviene que termina portándose como si fuese su peor enemigo.
Gluocester, nació contrahecho, con joroba y su pierna renga, cree que el afecto puede imponerse por medio del poder, por eso elimina a todos los parientes que se interponen para que el sea rey. No logra afecto y termina convertido en enemigo de sí mismo.
Ha conseguido el trono pero al precio de estropear su verdadera posibilidad de ser amado y respetado. Gluocester se deforma también por dentro. De sus jorobas y cojeras morales es él mismo responsable.
Lo que amarga la existencia a Gluocester son los remordimientos de su conciencia. Uno puede lamentar haber obrado mal aunque esté razonablemente seguro de que nada ni nadie va a tomar represalias contra él. Comprendemos que nos hemos estropeado nosotros mismos.
¿De dónde vienen los remordimientos? De nuestra libertad. Ya mayores, queremos siempre ser libres para atribuirnos el mérito de lo que logramos pero preferimos confesarnos “esclavos de las circunstancias” cuando nuestros actos no son precisamente gloriosos.
De lo que trata es de tomarse en serio la libertad, o sea de ser responsable, tiene efectos indudables.
Remordimiento es el descontento que sentimos con nosotros mismos cuando hemos empleado mal la libertad. Y ser responsable es saberse auténticamente libre, para bien y para mal. El responsable siempre está dispuesto a responder de sus actos. Todos los que quieren dimitir de su responsabilidad creen en lo irresistible: propaganda, droga, apetito, soborno, amenaza, forma de ser. Lo irresistible es una superstición inventada por los que le tienen miedo a la libertad.
Nadie ha vivido nunca en tiempos completamente favorables. A nadie se le regala la buena vida humana ni nadie consigue lo conveniente para él si coraje y sin esfuerzo: por eso virtud deriva de vir, la fuerza viril del guerrero que se impone en el combate contra la mayoría.
El tipo responsable es conciente de lo real de su libertad, toma decisiones sin que nadie por encima suyo le dé órdenes. Responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando. Al elegir lo que quiero hacer voy transformándome poco a poco. Todas mis decisiones dejan huella en mí mismo. Si obro bien cada vez me será más difícil obrar mal, es ir cogiendo el vicio de vivir bien.
Robinson Crusoe se enfrenta, cuando encuentra la huella de Viernes en la arena con que tiene que empezar a vivir humanamente. Si uno no tiene ni idea de ética, lo que pierde o malgasta es lo humano de su vida. Ambos hablaban, eran capaces de valorar los comportamientos, coincidían en suponer que hay criterios destinados a justificar qué es aceptable y qué es horroroso, siendo tan distintos en cuanto a cultura.
La semejanza en la inteligencia, en la capacidad de cálculo y proyecto, en las pasiones y los miedos, eso mismo que hace tan peligrosos a los hombres para mí cuando quieren serlo, los hace también supremamente útiles.
Hay dos cosas importantes:
Primera, quien roba, miente, traiciona, viola, mata o abusa de cualquier modo de uno no por ello deja de ser humano.
Segunda, una de las características principales de todos los humanos es nuestra capacidad de imitación, por eso es tan importante el ejemplo que damos a nuestros congéneres.
El mismo Frankestein confesaba: soy malo porque soy desgraciado.
La mayor ventaja que podemos obtener de nuestros semejantes no es la posesión de más cosas sino la complicidad y afecto de más seres libres, la ampliación y refuerzo de mi humanidad.
Es una cuestión de ratones-esclavos y leones-libres. Diferencia número uno: el ratón pregunta ¿qué me pasará? y el león ¿qué haré? Número dos: el ratón quiere obligar a los demás a que le quieran para así ser capaz de quererse a sí mismo y el león se quiere a sí mismo por lo que es capaz de querer a los demás. Número tres: el ratón está dispuesto a hacer lo que sea contra los demás para prevenir lo que los demás pueden hacer contra él, mientras que el león considera que hace a favor de sí mismo todo lo que hace a favor de los demás. Para el león está claro: el primer perjudicado cuando intento perjudicar a mi semejante soy precisamente yo mismo.
¿En qué consiste en tratar a las personas como a personas, humanamente? Intenta ponerte en su lugar, comprenderlas desde dentro. Soy humano y nada de lo que es humano puede parecerme ajeno. Tener conciencia de mi humanidad consiste en darme cuenta de que, pese a todas las muy reales diferencias entre los individuos, estoy también en cierto modo dentro de cada uno de mis semejantes. Para empezar, como palabra.
Ponerse en el lugar de otro se trata de tomar en cuenta sus derechos, cuando éstos faltan hay que comprender sus razones. Ponerte en el lugar de otro es tomarle en serio, considerarle tan plenamente real como a ti mismo.
Tu interés, ese interés no es algo tuyo exclusivamente, como si vivieras solo en un mundo de fantasmas, sino que te pone en contacto con otras realidades tan “de verdad” como tú mismo. Todos los intereses que puedas tener son relativos, salvo el único interés absoluto: el interés de ser humano entre los humanos, de dar y recibir el trato de humanidad sin el que no puede haber “buena vida”. Ponerte en su lugar es participar en su pasiones y sentimientos, sus dolores, anhelos y gozos, sentir simpatía por el otro, experimentar en cierta manera al unísono con el otro. No debes comportarte como si fuesen idénticos.
Derecho hace referencia a la virtud de la justicia, o sea a la habilidad y el esfuerzo que demos hacer cada uno por entender lo que nuestros semejantes pueden esperar de nosotros, nadie puede ser justo por ti.
En el sexo, de por sí, no hay nada más “inmoral” que en la comida o los paseos, te digo rotundamente que en lo que hace disfrutar a dos y no daña a ninguno no hay nada de malo.
Una de las funciones importantes del sexo es la procreación, pero los humanos hemos inventado el erotismo. El sexo en los hombres produce poesía lírica y la institución matrimonial. Cuanto más se separa el sexo de la simple procreación, menos animal y más humano resulta.
Lo que se esconde en toda esa obsesión sobre la “inmoralidad” es el miedo al placer, tal vez porque nos gusta demasiado. El placer nos distrae a veces más de la cuenta, cosa que puede resultar fatal.
Nada es malo sólo por el hecho de que te dé gusto hacerlo. A los calumniadores profesionales del placer se les llama “puritanos”, creen que cuando uno vive bien tiene que pasarlo mal y que cuando uno lo pasa mal es porque está viviendo bien.
Esta es la actitud más opuesto que puede darse a la ética. Hagamos caso a Montaigne. “Hay que retener con todas nuestras uñas y dientes el uso de los placeres de la vida, que los años nos quitan de entre las manos unos después de otros”.
Debes buscar todos los placeres, procura más bien encontrarle el guiño placentero a todo lo que hay. Lo placentero es saber disfrutar con lo que nos rodea.
Lo bueno es usar los placeres, tener siempre cierto control sobre ellos que no les permita revolverse contra el resto de lo que forma tu existencia personal.
Usar los placeres es no permitir que cualquiera de ellos te borre la posibilidad de todos los otros y que ninguno te esconda por completo el contexto de la vida. Cuando usas un placer, enriqueces tu vida, es señal de que estás abusando el notar que el placer te va empobreciendo la vida y que ya no te interesa la vida sino sólo ese particular placer, que se convierte en un refugio para escapar de la vida.
Ciertos placeres nos hacen daño y suponen un peligro. Una cosa es que te “mueras de gusto” y otra bastante distinta que el gusto consista en morirse o ponerse “a morir”.
La ética consiste en apostar a favor de que la vida vale la pena, ya que hasta las penas de la vida valen la pena. No quiero placeres que me permitan huir de la vida, sino que me la hagan más intensamente grata.
Lo máximo que podemos obtener sea de lo que sea es alegría. ¿Qué es la alegría? Un “sí” espontáneo a la vida que nos brota de dentro. Un “sí” a lo que somos, a lo que sentimos ser. Quien tiene alegría ya ha recibido el premio máximo y no echa de menos nada. El placer es estupendo y deseable cuando sabemos ponerlo al servicio de la alegría. La alegría es una experiencia que abarca placer y dolor, muerte y vida; es la experiencia que definitivamente acepta el placer y el dolor, la muerte y la vida.
Al arte de poner el placer al servicio de la alegría, a la virtud que sabe no ir a caer del gusto en el disgusto, se le llama templanza. Cuando a uno le gusta sentirse “culpable” está pidiendo a gritos un castigo.
La templanza es amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar. Comprender el sufrimiento de quien padece e intentar remediarlo no supone más que interés porque el otro pueda gozar también, no vergüenza porque tú estés gozando.
Para lo único que sirve la ética es para intentar mejorarse a uno mismo.
La ética es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible; el objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene.
La ética se ocupa de lo que uno mismo hace con su libertad, la política intenta coordinar de la manera más provechosa para el conjunto de lo que muchos hacen con sus libertades. En la ética, lo importante es querer bien, en política lo que cuenta con los resultados de las acciones. Para el político quien respeta una norma son igualmente buenos; a la ética, en cambio, le merecen aprecio verdadero los que entienden mejor el uso de la libertad.
La ética no puede esperar a la política.
Ningún orden político es tan malo que en él ya nadie pueda ser ni medio bueno, la responsabilidad final de sus propios actos la tiene cada uno y lo demás son justificaciones. Siempre habrá bien para quien quiera bien.
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Todo el proyecto ético parte de la vida, el sistema político deseable tendrá que respetar al máximo las facetas públicas de la libertad humana. Un régimen político que conceda la debida importancia a la libertad insistirá también en la responsabilidad social de las acciones y omisiones de cada uno.
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Principio básico de la vida buena: aprender a considerar los intereses del otro como si fuesen tuyos y los tuyos como si fuesen de otro. A esta virtud se le llama justicia. A la condición que puede exigir cada humano de ser tratado como semejante a los demás se le llama dignidad. Todo ser humano tiene dignidad y no precio. Es la dignidad humana lo que nos hace a todos semejantes justamente porque certifica que cada cual es único, no intercambiable y con los mismos derechos al reconocimiento social que cualquier otro.
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La experiencia de la vida nos revele la realidad del sufrimiento. Una comunidad política deseable tiene que garantizar dentro de lo posible la asistencia comunitaria a los que sufren y la ayuda a los que por cualquier razón menos pueden ayudarse a sí mismos, es muy importante esforzarse porque ese poder no se emplee más que para remediar carencia y debilidades, no para perpetuarlas.
Quien desee la vida buena para sí mismo, tiene también que desear la comunidad política de los hombres basada en la libertad, la justicia y la asistencia. Hoy existen los llamados derechos humanos pero no pasan de ser un catálogo de buenos propósitos más que de logros efectivos.
Los problemas actuales nos competen a todos: el cuidado de nuestro planeta, el evitar la guerra, la hambruna, etc. pero sólo de manera global, son tareas que deben ser asumidas por el hombre.
La vida tiene sentido y sentido único: va hacia delante, por eso hay que reflexionar sobre lo que uno quiere y fijarse en lo que se hace y guardar siempre el ánimo ante los fallos. El sentido de la vida: primero, procurar no fallar; luego procurar fallar sin desfallecer. Toda ética digna de ese nombre parte de la vida y se propone reforzarla, hacerla más rica. Sólo es bueno el que siente una antipatía activa por la muerte.
Intenté ayudarte a comprender cómo vivir mejor, pero la respuesta la deberás buscar personalmente, porque soy un improvisado maestro, porque vivir no es una ciencia exacta sino un arte y porque la buena vida sólo existe a la medida, debes ir inventándola.
Elige lo que te abre: a los otros, a nuevas experiencias, a diversas alegrías, no te encierres o entierres, ¡suerte y confianza! Saldrás adelante en esto de la buena vida.
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