Filosofía y Ciencia
Ética para Amador; Fernando Savater
Resúmenes
de
“Ética para Amador”
Mariano Juliá Quevedo
Ética. 2º B.U.P. N
Breve descripción del libro.
Fernando Savater escribe un libro a su hijo Amador, el cual entra en la adolescencia, hablándole sobre las cuestiones éticas de la vida, que él debe empezar a plantearse en el camino hacia su madurez.
Resumen por capítulos.
Capítulo I. De que va la ética.
En este capítulo explica brevemente en que consiste la ética; se puede vivir sin aprender muchas cosas o ignorándolas, pero otras cosas no pueden ser obviadas, lo que nos conviene y lo que no, lo que debemos saber para seguir viviendo, lo bueno y lo malo. Justo aquí es donde comienzan las ambigüedades, puesto que unas cosas pueden ser buenas en principio y a su vez malas después. Lo que aquí cuenta es, según el autor, vivir bien o saber vivir, aunque siempre hay disparidad de opiniones sobre como ha de ser la buena vida o como se vive bien.
Nuestra vida no está predeterminada como, en cierto sentido, lo está la de los animales que, actúan por instinto. Estos no tienen capacidad de decisión ante las adversidades, hacen lo que tienen que hacer, algo que no ocurre en los hombres quienes pueden decidir muchas cosas y modificar así su futuro. Para ilustrar esto toma como ejemplo la Ilíada y hace un breve resumen sobre la historia de Hector, dando a entender que él pudo elegir a la hora de enfrentarse a Aquiles pues podía haber salido huyendo, no estaba programado para hacer lo que hizo. Se dice entonces que es libre para elegir. A partir de aquí damos con la palabra libertad, y se explica que los animales, no tienen libertad, son como son sin más. Nosotros también estamos programados culturalmente y tenemos un lenguaje, y una tradición y educación impuestos.
Volviendo con Hector, a pesar de todo lo anterior, él podría haber huido, haber hecho cualquier otra cosa. Al hablar de libertad nos referimos a que podemos hacer lo que queramos, y cierto es también que no estamos obligados a hacer una sola cosa. Debemos señalar aquí dos aclaraciones sobre la libertad.
No somos libres para decidir lo que nos pasa, pero si somos libres para responder de una u otra forma, comportándonos de tal o cual modo.
Ser libres para intentar algo no significa lograrlo infaliblemente. Ser libre no es ser omnipotente. La libertad depende en cierto modo de la voluntad, pero no es nuestra voluntad la única de este mundo.
A veces ser libres nos obliga a tomar el camino más difícil. Es más fácil obviar nuestra libertad.
Capítulo II. Ordenes, costumbres y caprichos.
A veces las circunstancias nos imponen elegir aunque no prefiramos no hacerlo Aristóteles fue uno de los primeros filósofos en tratar de esta cuestión, imaginando situaciones en las que una persona tendría que decidir a partir de una circunstancia impuesta y en la cual lo más beneficioso para esta habría sido no tener que elegir. Ninguna de las opciones gusta y, sin embargo, ha de escoger un camino. Si bien la mayoría de los actos los realizamos de forma rutinaria, no sopesamos los actos más comunes, si meditáramos todo, a veces eso haría que no fuéramos efectivos.
La mayoría de nuestros gestos y acciones son cosas que todo el mundo hace. Los distintos motivos para hacer tales cosas son:
Ordenes. Cuando se nos es mandado por cualquier motivo.
Costumbres. Cuando todo el mundo repite esos mismos gestos, lo hacemos sin pensar.
Caprichos. Lo que hacemos porque nos da la gana. Porque queremos.
Las ordenes y las costumbres son cosas obligatorias, que están basadas en el miedo a las represalias o el afecto, la presión social (modas), la comodidad, etc. Se imponen desde fuera. Los caprichos parten de dentro. Bien en circunstancias extremas las ordenes y las costumbres de poco valen pero los caprichos menos. En estos casos debemos improvisar nuestras acciones de la manera más propicia y racional.
Capítulo III. Haz lo que quieras.
En determinadas circunstancias las decisiones que se toman han de serlo mediante nuestra libertad, asunto del que se ocupa la ética, y que nos permite actuar independientemente de ordenes, costumbres o caprichos que pueden ser malos o “inmorales”.
Esa libertad, que nos permite cuestionar les ordenes que recibimos, las costumbres que nos rodean, o los caprichos que nos atenazan, nos permitirá escoger la solución "correcta” a los problemas que la vida nos plantee, es decir, lo “bueno”. Sin embargo, dado que lo bueno y lo malo no suele estar definido, esto es complicado. Se puede ser bueno o hacer lo bueno de muchas maneras. Hay que estudiar cada circunstancia y la intención de cada uno al realizar sus actos. Esto complica las cosas, al no haber ningún reglamento para hacer lo bueno. Sin embargo, hay una noción que nos puede ayudar a ello, el “haz lo que quieras”.
Esto se ve matizado y explicado en las lecturas que Savater propone, de lo cual se concluye lo siguiente:
Cuando a la gente se le da libertad y no se le constriñe, tiende a lo bueno, a “huir del vicio y acogerse a la virtud”. (François Rebelais, Gargantúa y Pantagruel).
“Solo el hombre por si mismo puede determinar el criterio sobre virtud y pecado, y no una autoridad que lo trascienda”. (Erich Fromm, Ética y psicoanálisis).
Para hacernos preferir lo bueno a lo malo hace falta que se presente un sentimiento en nosotros, “una simpatía por la felicidad de los hombres o un eco de su desdicha”. (David Hume, Investigación sobre los principios de la moral).
Capítulo IV. Date la buena vida.
Lo que cada uno debe hacer debe de preguntárselo a si mismo, dado que la libertad es algo innato y de lo que no podemos prescindir. Cualquier decisión que tomemos, ya sea entregar nuestra vida como esclavos, o no depender de nadie, lo haremos mediante nuestra libertad.
Sin embargo, ese “haz lo que quieras”, esa libertad, no es dejarse guiar por los caprichos de cada uno. A veces queremos cosas contradictorias y hay que establecer prioridades, hay que esclarecer lo que realmente uno quiere, lo que no es otra cosa que “darse la buena vida”, una buena vida humana, lo que implica relaciones con el prójimo. Sin relacionarnos con los demás es imposible esa buena vida, no tendríamos ningún aprendizaje cultural, ni llegaríamos a desarrollar el lenguaje. Debemos desarrollar la relación con los demás para desarrollarnos nosotros mismos, por eso darse la buena vida es también dar la buena vida. Porque en definitiva, cualquier riqueza, cualquier don, cualquier cualidad, en la más extrema soledad, sin nadie más que la envidie, reconozca o alabe, no nos sirve.
Capítulo V. ¡Despierta, baby!
No basta con querer la buena vida, hay que saber lo que es esta. No es algo simple, pues la vida está llena de complicaciones: no parece bueno desechar el dinero, no parece bueno tampoco buscarlo por encima de todo. Esto último puede llevar a ver a las personas como cosas, eso sería una simplificación, huir de la complejidad de la vida, y ni siquiera sería darse la buena vida, sino que al fastidiar a los demás, al intentar dominarlos, no disfrutaremos de la relación con ellos, y nos fastidiaremos a nosotros mismos. Eso es precisamente porque los hombres no somos cosas, necesitamos “cosas” que las cosas no tienen, “cosas” que sólo las personas pueden aportarnos (amistad, respeto, amor) cuando las tratamos como iguales. Sólo el tratar a los demás como personas nos aportara esto, o cuando menos, nos respetaremos a nosotros mismos al defender el derecho a no ser cosas para los otros.
El obtener bienes materiales, aquello que los demás envidian, no sirve, hay que descubrir lo que nosotros queremos, en que consiste el fondo de la buena vida. Para descubrir ese fondo hace falta atención, reflexionar sobre lo que se hace y precisar el sentido que nos mueve, hasta llegar a comprender porque algo nos conviene y otra cosa no.
No se puede contentar uno con ser tenido por bueno, hay que hablar con los demás, dar razones escucharlas, aunque irremediablemente el esfuerzo de tomar las decisiones es propio.
Sin embargo, quedan cuestiones por concretar:
¿Por qué está mal lo que está mal?
¿En qué consiste tratar a las personas como personas?
Capítulo VI. Aparece Pepito Grillo.
La principal obligación que tenemos es no ser imbéciles, es decir, evitar:
Creer que no queremos nada, que todo da igual.
Creer que lo queremos todo, lo uno y lo contrario.
No saber lo que queremos, ni molestarnos en averiguarlo.
Saber lo que queremos pero buscarlo sin fuerzas.
Querer con fuerza, peor desconocer lo que es la realidad.
Es necesario estar alerta, porque estos síntomas suelen darse en todos y pueden llevar a uno a acabar mal. Lo contrario de ser moralmente imbécil es la conciencia, para la cual hacen falta unas cualidades innatas, así como ciertos requisitos sociales y económicos, pero partiendo de estos, nuestra conciencia depende de la atención y esfuerzo de cada cual. Esta conciencia tiene ciertos rasgos:
Saber que no todo da igual.
Fijarnos en si lo que hacemos corresponde a lo que queremos.
Desarrollar el buen gusto moral.
Renunciar a coartadas que disimulen que somos culpables de nuestros actos.
Hay que ser egoístas, querer lo mejor para uno mismo: esa “buena vida” basada en conseguir de los demás lo que no se puede comprar, lo que no se puede robar, porque cuando se roba pierde su sentido y se convierte en veneno. El egoísta es aquel que sabe de verdad lo que quiere y se esfuerza por conseguirlo, el que no lo sabe, sólo se hace daño a si mismo y no puede considerársele realmente egoísta. Es en este caso donde afloran los remordimientos al haberse estropeado uno mismo voluntariamente. Este remordimiento viene de nuestra libertad, de haber elegido y hacerlo mal, al igual que de ella viene ser realmente libre.
Ser responsable implica no defenderse en lo irresistible, en lo que no podemos evitar, en una condición ineludible que aprisiona nuestra libertad. Esto no es más que una superstición, algo creado por los que tienen miedo a la libertad. Las condiciones nunca son favorables para la buena vida, por eso hay que luchar por ella. El responsable es aquel que toma decisiones sin que nadie ni nada por encima de él le dé ordenes, así se va haciendo la persona, se va transformando y cada vez le será más difícil obrar mal.
Capítulo VII. Ponte en su lugar.
La ética se interesa en como vivir bien la vida que transcurre entre humanos, pero por muy semejantes que sean los hombres no esta claro de antemano cual es la mejor manera, de comportarse respecto a ellos aunque esta claro que nos convienen. Sin embargo, lo que si esta claro es que son relaciones frágiles que hay cuidar y hasta mimar. Se nos tratará como tratamos, esto hace importante el ejemplo que damos. Una persona que se sienta desgraciada por el trato que recibe, probablemente llegue a ser una persona “mala”.
Así que, ¿cómo tratar a las personas? Intentando ponerse en su lugar, comprendiéndolo desde dentro, llegando a ver que en cierto modo estamos dentro de nuestros semejantes. Esto debería servir para tomar en cuenta sus derechos, y cuando estos faltan, sus razones. Se trata de tomarlos en serio, tal como se toma uno a si mismo.
No se trata de sacrificar siempre nuestros intereses por los del prójimo, pero si de “relativizarlos”, es decir, de tener en cuenta que nuestros intereses son relativos, salvo uno, el interés de ser humano entre los humanos, el interés en sentir simpatía pro el otro, el de ser justos con ellos, amarles aunque sólo sea porque también son humanos.
Capítulo VIII. Tanto gusto.
La inmoralidad suele ir unida al sexo, cuando esto no es más que una enorme muestra de ignorancia, todo lo que no dañe a ninguno y nos produzca gozo no puede ser malo. El hombre ha sabido llevar el sexo desde la simple procreación hasta el disfrute, alejándose de los animales. Se agazapa tras esa ignorancia el miedo al placer, miedo porque nos gusta demasiado. Los hay que tienen tanto miedo a que el placer les sea irresistible que se convierten en calumniadores profesionales del placer, olvidando que nada es malo por el simple hecho de que te guste hacerlo. De hecho se deben de buscar todos los placeres de hoy, encontrar el guiño placentero a todo lo que hay, teniendo siempre bajo control, sabiendo lo que buscamos el mayor tesoro que redunda del dinero, prestigio, amor... la alegría.
Hay que poner el placer al servicio de la alegría, lo que suele llamarse templanza o una amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar.
Capítulo IX. Elecciones generales.
El adjetivo de inmoral suele mencionarse en numerosas ocasiones al lado de “políticos” lo cual demuestra que estamos en una democracia, y que nuestros representantes se parecen demasiado a los que los votan. En realidad habrá de todo entre ellos igual que en cualquier otro gremio, pero son cabezas visibles en la sociedad, sus defectos son más públicos. Además, también nosotros solemos exigir más promesas de las que pueden cumplir.
Ética y política se parecen en el sentido de que las dos tratan de conducir a vivir bien, peor la ética se ocupa de lo que uno mismo hace con su libertad, mientras que la política intenta coordinar provechosamente el conjunto de lo que muchos hacen con sus libertades. Para una cuenta querer bien y para los resultados de las acciones (hacer bien).
¿Cómo sería la organización política preferible desde el punto de vista de la ética?
Debería respetar al máximo las facetas públicas de la libertad humana.
Debería tratar a todas las personas como a personas, es decir, de ponerse en lugar de los demás.
Simpatizar con sus dolores, con las desdichas que pueden afligirnos a cualquiera.
De hecho, cuanto favorezca la organización de los hombres de acuerdo con su permanencia a la humanidad y no por su permanencia a tribus, parece en principio políticamente interesante. La diversidad de formas de vida es algo esencial pero siempre que haya pautas de tolerancia entre ellas.
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Enviado por: | Mariano Julia |
Idioma: | castellano |
País: | España |