Literatura


San Manuel Bueno, mártir; Miguel de Unamuno


SAN MANUEL BUENO, MARTIR

A través de la narración, Unamuno hace una investigación de los problemas particulares de la época y cultura del lector. Una narración que a modo de evangelio, nos muestra la vida de un mártir del amor al otro.

Lo consigue mediante las confesiones de Ángela Carballino, la cual, narra lo que ha visto o se le ha dicho de don Manuel, el párroco de su pueblo, Valverde de Lucerna. Al mismo tiempo, se presenta como participante en la historia, autorrepresentandose al representar a don Manuel. Éste, es querido y admirado por todos, hasta el punto de ser considerado santo, gracias a sus obras. A medida que avanza la narración, Ángela descubre aspectos de don Manuel que no comprende, lo que le lleva a descubrir, gracias a su hermano Lázaro, la mentira de don Manuel.

San Manuel, cree en la vida y no cree en Dios, por lo que tiene que defender la vida, aunque sea en nombre de una invención humilde llamada Dios. Pero, lo primordial esta en las acciones de las dos voces enunciantes, Ángela y Unamuno. Cada uno de ellos nos cuenta una historia, las cuales, están entrelazadas, ya que, como he dicho antes, Unamuno cambia el contexto de un mundo textual, al mundo actual del lector, en cambio Ángela, se limita a narrarnos la biografía de don Manuel.

A partir de los personajes, subrayamos tres maneras de sentir. Ángela es el amor al prójimo y, aunque ella misma llega a dudarlo, se da a conocer como creyente. El descubrir la mentira de don Manuel le impresiona y se observa como sufre una contradicción, la de callarse y dejar que el proceso de beatificación prosiga, o decir la verdad, pero... hay que dejar al pueblo que viva con su verdad, pues con la de don Manuel no vivirían. Sorprende como al final del relato, la propia Ángela con su reflexión concluye que tanto su hermano como don Manuel, murieron creyendo no creer, pero creyéndolo en la desolación activa, en el último momento antes de su muerte. Pues don Manuel comprendió que no engañaría a Lázaro, y que solo con la verdad, con su verdad lo convertiría.

La evolución de Lázaro con respecto a don Manuel, o más bien su “conversión”, es fulminante, se observa un cambio radical de, cómo al llegar del Nuevo Mundo y analizar el imperio que sobre el pueblo ejercía don Manuel, le parece un ejemplo de la oscura teología en que estaba hundida España y llega incluso a irritarse contra el; hasta convertirse en su más asiduo colaborador y compañero, pues , tras las conversaciones de ambos, éste queda totalmente deslumbrado y admite como comprende sus móviles, y con esto, su santidad.

Nos encontramos ahora con la postura de don Manuel, probablemente la más importante. El lago y la montaña de su monasterio, Valverde de Lucerna, representan la incredulidad opuesta a la fe que se unen en su persona. Su alegría imperturbable es la forma temporal y terrena de una infinita tristeza que con heroica santidad recata a los ojos y a los oídos de los demás. Huye de la soledad y de pensamientos ociosos, para no ser perseguido por sus pensamientos y que estos, no le lleven al suicidio. Vive para hacer felices a sus feligreses, y no matarlos con su verdad. Dentro de don Manuel podemos encontrar, a lo largo del relato, distintas perspectivas sobre el ser humano, el yo que los otros creen que es, el yo que quiere que crean que es, y el yo que el mismo cree que es.

“Las verdades del corazón frente a las verdades de la cabeza”. Don Manuel sufre este conflicto entre la fe, el hecho de creer las cosas firmemente sin que sea necesario probarlo o demostrarlo, y la razón, encontrarle a todas esas cosas una explicación lógica o argumento que las demuestre. Ambos conceptos son, al parecer, incompatibles. Ya lo evidencia Lázaro al admitir que don Manuel “es demasiado inteligente para creer todo lo que tiene que enseñar”. Esto nos lleva a afirmar que para Unamuno, la idea de la inmortalidad (que daría sentido a la existencia humana) y de un dios (que debe ser el sostén del hombre), son un enfrentamiento entre su razón, que le lleva a dudar de lo que se acepta generalmente como verdad, y su corazón, que necesita desesperadamente de Dios.

En la narración se observan unos símbolos clave de la reflexión entre fe y duda, como son, el lago y la montaña (oposición entre incredulidad y fe), la nieve (la fe) que se muere en el lago mientras cubre a la montaña, la villa sumergida (cementerio de las almas) y sus campanadas (las voces de sus muertos que resucitan en la comunión de los santos) etc. Don Manuel asume esta lucha y se convierte en mártir aceptando y sufriendo la duda en nombre de todo el pueblo que, engañado, progresa enlazado por esa supuesta verdad no cuestionada.

A lo largo de la historia se hace referencia a Calderón de la Barca y a Santa Tersa de Jesús, unos de los pocos autores, cuyas obras, Unamuno consideraba como la expresión esencial del pueblo español.

Ambos están puestos en boca de San Manuel cuando éste se dirige a Ángela. “No te des demasiado a la literatura, ni siquiera a Santa Teresa”, es una de ellas. Don Manuel intenta evitar que Ángela aprenda a razonar, pues razón y fe son incompatibles, intenta engañarla, a ella también, para que no conozca la cara de Dios, pues una vez que se conoce, se muere sin remedio. En sus obras, Santa Teresa desarrolla una practica interior de lo religioso que supera y no puede explicarse sólo desde el punto de vista racional. Además, adopta un estilo sencillo y expone directamente sus incomprensiones o sus dificultades para expresar la experiencia de Dios. Al decir “...ni siquiera a Santa Teresa” nos muestra como Unamuno la consideraba una buena escritora.

La otra referencia es a Calderón de la Barca, y aparece cuando Ángela le pregunta a don Manuel que cuál es nuestro pecado, a lo que le responde “...ya lo dijo el gran doctor de La vida es sueño, ya dijo que el delito mayor del hombre es haber nacido”, y tras esto Ángela le pregunta si dicho delito se cura, siendo su respuesta “Sí, al fin se cura el sueño..., y al fin se cura la vida..., al fin se acaba la cruz del nacimiento... Y como dijo Calderón, el hacer bien, y el engañar bien, ni aun en sueños se pierde...”. Don Manuel quiere hacer ver a Ángela que el pecado de haber nacido (debido a la desesperanza del personaje sobre la existencia), se cura y acaba cuando uno muere, pero el hacer bien y el engañar bien, ni la muerte lo cura. Antes de dicha citación, Lázaro apoya esto ultimo al decir que el oficio del que tiene que vivir es ser algo hipócrita; al igual que la afirmación de don Manuel al decir que “creer es soñar”, por lo que cuando uno muere deja de soñar, y por tanto, de creer.

Unamuno admiraba igualmente a Calderón puesto que dramatizaba conceptos abstractos de la teología católica convirtiéndolos en personajes.

Don Manuel admite que la verdad es algo terrible, intolerable y mortal, con la que la gente sencilla no podría vivir. Él quiere hacer feliz a su pueblo haciéndoles soñar inmortales, pues no soportarían morir sin más, y que todo se acabara, está es la verdad que no soportaríamos. Por eso dice que todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho.

La tentación mayor de don Manuel es el suicidio, cuya defensa es la vida, ya que el único remedio que encuentra para no sucumbir a dicha tentación, es extremar los cuidados por conservar la vida. Esto explica por que don Manuel huye de la soledad, pues necesita estar todo el tiempo ocupado para que estos pensamientos no invadan su espíritu. Pero esta cansado de esa rutina, y considera su vida un combate continuo contra el suicidio. Don Manuel ha conocido de cerca, en pobres personas ajenas a él a las que ha visto morir, la negrura del aburrimiento de vivir, por lo que ha de seguir suicidándose en su obra y su pueblo, para que éste siga soñando la vida.

“Como Moisés, he conocido al Señor, nuestro supremo ensueño, cara a cara, y ya sabes que dice la Escritura que el que le ve la cara a Dios, que el que le ve al sueño los ojos de la cara con que nos mira, se muere sin remedio y para siempre”. Dicho fragmento esta relacionado con una cita bíblica en la que Moisés le pide al señor contemplar su gloria, su naturaleza íntima, a lo que el señor responde mostrándole los efectos de la misma: su bondad y compasión. En la tierra es imposible ver la gloria misma de Dios; a lo sumo, se puede percibir su reflejo. Unamuno, al igual que la Biblia, nos muestra la cara de Dios como la perfección misma, la cual no pueden conocer ni comprender los hombres. Lo deja entrever Unamuno al final del libro cuando a los comentarios de Ángela sobre que el pueblo no habría entendido la postura de Lázaro y de San Manuel, añade que ni lo habría creído, pues habrían creído a sus obras y no a sus palabras, porque las palabras no sirven para apoyar las obras, sino que las obras se bastan. Es por esta razón por la que los hombres no podemos verle la cara a Dios, porque somos débiles ante sus ojos; al igual que cuando uno esta durmiendo, no puede verle los ojos con que nos mira el sueño, pues nos resulta imposible, incluso incomprensible.

Igualmente en la reflexión final, Unamuno nos explica como él, en sus obras, ha creado seres reales y efectivos, de alma inmortal, y admite que cree en la realidad que Ángela le ha mostrado, más que en su propia realidad. Considera a Ángela más real que él mismo, pues al crearla, la ha creado inmortal, por lo que pertenecerá siempre, en cada momento que alguien se disponga a leer su obra, y seguirá penetrando al lector de su personalidad y modo de sentir, sin embargo, Unamuno es igualmente real, y aunque, a través de sus obras y acciones, trata de permanecer en la realidad, no es inmortal como Ángela, sino que ha de morir para permanecer únicamente en los recuerdos de las personas.




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Enviado por:Lidia San
Idioma: castellano
País: España

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