Religión y Creencias
Parábolas de Jesús
Las parábolas de Jesús
Índice
Índice
Introducción
El presente trabajo tiene por objeto, antes que presentar una serie de reflexiones personales, ser un compendio de información actual y sólida respecto a las parábolas de Jesús.
Partiendo del significado de la palabra misma, se presentará su objetivo y finalidad, las variantes literarias que este género presenta y su interrelación. Además de algunos temas que nos explicarán -a grandes rasgos- algunas parábolas y cómo y porqué las usaba Jesús. Los textos poseen referencia a las citas bíblicas y el nombre de la parábola esta resaltado en negrita para hacer de este texto un punto útil para futuras referencias.
«Las parábolas son quizá el elemento más característico de la doctrina de Jesucristo consignada en los Evangelios. En su conjunto, a pesar de los retoques que hubieron de experimentar en el curso de su transmisión, presentan el sello de una personalidad bien definida. Su impacto sobre la imaginación hizo que se fijaran en la memoria y les procuró un lugar seguro en la tradición. Ninguna otra parte del relato evangélico tiene para el lector un tono más claro de autenticidad"
¿Qué tan actuales son las parábolas hoy en día? ¿Cumple con el objeto con el cual fueron recopiladas? ¿Hasta que punto se puede entender cada uno de sus símbolos? Son algunos de los puntos que a lo largo del trabajo se desarrollarán. Respecto a la actualidad de las mismas, un apartado sobre «aplicación pastoral» nos permitirá concretarla y anunciarla a un grupo determinado de destinatarios.
Parábola
Concepto
El término
Responde al hebreo "mashal" y al griego "parabolé".
El "mashal" hebreo tiene una significación muy amplia. Etimológicamente implica la idea de semejanza, comparación, por lo que vino a designar cualquier escrito que implicase, expresa o tácitamente, comparación. Así se aplicó a los oráculos de Yahvé expresado por medio de imágenes, a los vaticinios de Balaam, incluso a poemas satíricos contra los falsos profetas. El "parabolé" griego, al traducir en los LXX el hebreo "mashal», recoge toda esa variedad de significaciones.
Lo mismo ocurre en los Evangelios. El término no sólo designa lo que nosotros comúnmente designamos "parábola», sino también «sentencias solemnes» (Mc 7, 17; en el fondo hay comparación), "proverbios" (Lc 4, 23), «normas prácticas de conducta" (Lc 14, 7: les dijo «una parábola»: siguen normas concretas).
Significado concreto
Podría definirse, por lo que a nuestra tarea se refiere: una comparación continuada, o desarrollo de una comparación, a través de una narración -real o ficticia con un fin didáctico.
En la comparación hay tres elementos: aquello que se compara, aquello con lo que se compara y el punto concreto en que se quiere establecer la comparación. En este punto radica el núcleo significativo. Lo demás puede ser puramente ornamental y no hay que buscar en ello una significación peculiar.
Evolución de las parábolas.
En su origen, las parábolas se dirigían a un público mixto, compuesto de discípulos, la «multitud», de inciertos sentimientos, y «escribas y fariseos» hostiles. Tras la muerte de Jesús, las parábolas se conservaron en la comunidad, utilizándose en la catequesis. Así, pues, prácticamente no se exponían más que a cristianos ya convertidos. Tal cambio de auditorio va a influir en la transmisión de las parábolas, que se adaptarán al nuevo uso mediante diversas modificaciones.
Moralización. En su origen, la «parábola del banquete» iba dirigida a los fariseos, a los cuales quería decirles: los que participan del reino no son necesariamente los que creen tener derecho a ello (= los invitados). Debía de acabar con la invitación de Jesús dirigida a los que están «en los caminos», es decir a los que aparentemente nada los predispone para el reino. Es así, por otra parte, como termina la parábola en el Evangelio de Tomás. Pero esta conclusión debió de suscitar dificultades en la catequesis a causa de su aparente indiferencia en cuanto a la moral. Por eso se añadió a ella (comp. Mt 22,1-14 y Lc 14,16-24) otra parábola sobre el vestido nupcial, que rompe la lógica y el movimiento de la narración (¿cómo se puede echar en cara a un hombre «de los caminos» que no lleve el vestido de fiesta?), pero sin embargo aporta una precisión útil para la comunidad: la entrada en el reino requiere una verdadera preparación. La introducción de la otra parábola se percibe sobre todo en la transformación del vocabulario: «criados» (douloi), en Mt 22,3-10, se convierte en «sirvientes» (diakonoi) en el v b. Otro ejemplo: en la «parábola del administrador infiel» (Lc 16,1-13), los v. 9-13 son frases de Jesús pronunciadas en distintas circunstancias y unidas aquí para aclarar un posible malentendido sobre la alabanza de la falta de honradez por parte de Jesús (v. 8). Tales añadidos no se realizan sin contradicciones: en el v, 8, el administrador es un modelo; en el v. 10 se convierte en objeto de repulsa.
Alegorización cristiana. La meditación de las parábolas llevó a los cristianos a hacer resaltar ciertos detalles en los que veían una nueva significación. Así, la negativa de los invitados llegó a significar el rechazo por parte de los judíos no sólo de los profetas (Mt 22,3), sino incluso de los misioneros cristianos, a los que dan muerte granjeándose el castigo divino que los cristianos ven en la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70 d.C. También en Lc, hay alegorización en el sentido de que la invitación se dirige primero a los judíos (Lc 14,16-17), que la rechazan, después a los «pobres» entre los judíos («de la ciudad»: v. 21) y luego a los gentiles («por los caminos y cercados»: v. 23).
Adaptación al A T. La meditación de las parábolas conduce asimismo a los cristianos a añadir detalles sacados del AT. Así, la descripción de la viña en Mc 12,1-2 y Mt 21,33, ausente de Lc y Tomás, está hecha conforme a Is 5,1-7 (según los LXX). En esta parábola se encontrarán ejemplos de alegorización comparando Mc 12,2 y Lc 20,10 con Mt 21,34-36: los sirvientes son los profetas, que en la tradición judía se reparten en dos grupos.
Adaptación a cada Evangelio. Cuando las parábolas se incorporaron a cada uno de los Evangelios. Se adaptaron una vez más al nuevo contexto. Así, la lista de Lc 14,21 corresponde exactamente a la de Lc 14,13, de modo que la parábola sirve, para Lc, como ilustración de la enseñanza de Jesús sobre la humildad. Además, en razón del interés por los paganos que Lc manifiesta en otras partes de su obra, el evangelista mismo podría ser responsable de la alegorización señalada antes. En la «parábola de los obreros de la hora undécima», Mt añadió el v. 16, quebrando así la conclusión natural de la parábola al añadir una observación que hace de la parábola una ilustración de 19,30, es decir, de la inversión de papeles en el reino, mientras que la conclusión original se expresa perfectamente en 20,15: « ¿Vas a ser envidioso porque yo soy bueno?» La parábola, escribe Joachim Jeremías, debería llamarse del «amo generoso», atrayendo así la atención hacia el primer tema, la bondad de Dios.
Finalidad
La finalidad de la parábola es explicar, aclarar. Sin embargo, a la pregunta de los apóstoles a Cristo sobre la razón por la que hablaba en parábolas a los judíos, obtiene la respuesta siguiente: «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone» (Mc 4, 11)
¿Qué pretendía Cristo en las parábolas?
Ya desde el tiempo de los Padres se ha advertido la dificultad y se han propuesto diversas soluciones para resolverla:
Teoría de la justicia.
Muchos autores (Clemente de Alejandría, Agustín, Maldonado, Fonk, Buzy, Godet, etc.) piensan que Cristo al expresarse en parábolas trató de ocultar la verdad a los judíos en castigo a su respuesta negativa a su invitación a la conversión como castigo a su incredulidad.
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Se apoyan en: Mc 4, 12 Y Lc 8, 10: «para que». En Mt 13, 13ss en que se expresa además la mala voluntad de los judíos: «En ellos se cumple la profecía de Isaías: «Oír, oiréis, pero no entenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y sus ojos han cerrado... Pero dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen». Y también en Mt 13,12: «Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará,,; que puede interpretarse: a quienes escuchan la Palabra se les da, además de la Antigua Alianza, el perfeccionamiento de la Nueva (cf 5, 17.20), a quienes la rechazan se les quita lo que tienen, la ley judía, que abandonada a sí misma ha caducado. Tenemos en esta sentencia, en un sentido más general, una ley de progresión o regresión: la cooperación libre a la gracia de la luz cuando amanece lleva a una claridad; su desprecio voluntario induce el retorno a una oscuridad, que no será ya falta de luz sino privación de ella.
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Tiene en contra: el hecho de que hasta el momento en que Mc menciona esta frase en cuestión, las muchedumbres lejos de merecer la reprobación de Cristo le han seguido con entusiasmo y han acudido en masa a escucharle y con avidez (cf. Mc 4, 1). Un judío de nuestros días, que trata de defender a su pueblo frente a las frases de reprobación que aparecen en el evangelio, escribe: « ¿Se querría que Jesús respondiese a esta sed de su palabra con .enigmas que la turba no pudiera comprender y para cooperar a su reprobación positivamente, para castigarles de la dureza de su corazón? Si esto es lo que ha querido decir Marcos, se sentiría obligado a concluir con Loisy que él no ha comprendido las intenciones de Jesús. Preferiríamos admitir que Marcos ha redactado un poco torpemente, más bien que atribuir a Jesús un procedimiento que ningún predicador celoso ni ningún hombre legal querrían emplear en su enseñanza» Nos parece que esta explicación no tiene probabilidad alguna.
Teoría de la misericordia.
La mayor parte de los autores (Juan Crisóstomo, Lagrange, Vosté, Grandmaison, etc.) afirman que, al enseñar Jesús en parábolas, se propuso presentarles el Reino de una manera adaptada a su «posibilidad de captación» respecto del mensaje divino, y habida cuenta de los «designios de Dios» respecto del modo como debía llevar a cabo la redención.
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En cuanto a la posibilidad de captación, dada la concepción terrena que los judíos tenían del reino mesiánico, Cristo no pudo predicarles a las claras desde el primer momento la naturaleza auténtica en su plenitud del Reino. Ante ello Cristo les predicaba lo que en tales circunstancias podía enseñarles. No es que fueran «indignos» de una enseñanza más clara, sino que no eran «idóneos». Por lo demás, la exposición de la doctrina por medio de parábolas no era tan velada que no pudieran entender algo. Sería algo así como mostrar el sol a través de un cristal ahumado. Y una inteligencia inicial podía llevar a los bien dispuestos a la búsqueda, y correspondiente enseñanza, de la verdad más completa (cf. la actitud de Nicodemo respecto de los milagros).
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En cuanto a los designios de Dios sobre el modo de llevar a cabo la redención, ésta debía llevarse a cabo mediante la pasión y muerte de Cristo, después de unos tres años de ministerio público. Esto exigía, en cierto modo, esa ignorancia de los judíos, quienes de haber captado la condición y mensaje total de Cristo no le hubieran dado muerte (cf. He 3, 17; 13, 27). Ignorancia que si bien no fue provocada expresamente por Dios, y que fue debida a las malas disposiciones de los judíos, entró en sus planes respecto de la redención.
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En favor de esta teoría está el concepto de parábola, que no tiene como fin ocultar, sino aclarar una cosa difícil de entender por medió de una comparación. Mc 4, 33 constata que Cristo «les anunciaba la palabra con muchas parábolas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas». Añadiendo, «pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado». Estos estaban preparados para una ulterior comprensión. Por lo demás, si bien los dirigentes religiosos del pueblo no se acercaban a Cristo con buenas disposiciones, Cristo que vino a salvar a todos se esforzó hasta el final por conseguir su conversión.
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El endurecimiento de los judíos es consecuencia de su actitud frente a la predicación de Cristo. La partícula griega traducida por «para que» (hina) en Mc 4, 12, puede tener en griego bíblico sentido consecutivo, y traducirse por «de modo que». El endurecimiento de los judíos no habría sido el fin que se propuso Jesús en su predicación en parábolas, sino la consecuencia o resultado, debido no al procedimiento seguido por Cristo, sino a las malas disposiciones con que los judíos escuchaban su predicación. Mateo omite la particular «hina»; se ve que no quiere atribuir a la predicación en parábolas el endurecimiento de los judíos y dice sólo que se cumplió en ellos la profecía de Isaías.
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El endurecimiento no fue intentado por Cristo sino permitido (por Dios). La partícula «hina» (que significa: “para que”) conservaría su sentido final, pero interpretada habida cuenta de la concepción judía: los judíos no distinguen entre decreto positivo de Dios y permisivo. Y dicen que Dios intenta lo que realmente sólo permite. Y este es el sentido del citado texto de Is 6, 8-10.
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Explicación de J. Jeremías.
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En primer lugar hay que advertir que Mc 4, 1012 constituyen una interrupción. El v. 13 es continuación lógica del v. 9. El v. 10 no refleja la pregunta que esperaríamos: ¿qué significa esta parábola del sembrador? Ello permitiría dar a Mc 4, 10-12 un alcance más amplio relacionado con todo el contexto evangélico que el restringido referido a las parábolas.
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En segundo lugar el texto de Mc no sigue el texto hebreo ni el de los LXX y concuerda con el del Targúm (exégesis rabínica del citado texto de Is 6, 9s). Ahora bien, la partícula griega del final de la frase «mépote», traducida por «no sea que» (se conviertan) responde al arameo «dilema». Esta partícula aramea puede tener también el sentido de «a no ser que», «sea pues que». Este es el sentido que la exégesis rabínica da al texto de Is 6, 9s, y entiende el final de Is 6, 10 como una promesa de que Dios perdonará al pueblo si se convierte. Dado que Mc sigue hasta en los detalles la exégesis o paráfrasis del texto del Targúm, podría traducirse Mc en el sentido de éste, en cuyo caso la traducción de Mc 4, 11 s podría ser: «A vosotros os ha dado Dios el misterio del Reino; pero para los que están fuera todo es enigmático, de modo que ven y no ven, oyen y no entienden, a no ser que se conviertan y Dios los perdone». Si se convierten, si escuchan la Palabra de Dios, estarán en las condiciones de los discípulos.
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Esta explicación respondería muy bien a todo el contexto evangélico: los discípulos han aceptado el mensaje de Cristo, se han convertido, y por ello se les revelan y entienden los misterios de Dios. Los judíos, en cambio, que no han secundado la llamada a la conversión, no reciben esa revelación y no entienden los misterios de Dios. Sólo la comunidad creyente está en condiciones de interpretar de modo adecuado la Escritura.
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«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…»: se trata de Adán. Jerusalén: la ciudad celeste de la paz. Jericó: la luna, y significa nuestra mortalidad. Los ladrones: el demonio y sus ángeles. Le despojaron: le privaron de su inmortalidad. Le golpearon: incitaron a pecar. Le dejaron medio muerto: el hombre vive en la medida en que conoce a Dios y está muerto en la medida en que es oprimido por el pecado. El sacerdote y levita: el sacerdocio del AT incapaz de salvar. El samaritano: el Señor. El vendar las heridas: la represión del pecado. El aceite: el consuelo de la esperanza. El vino: el trabajo con fervor. La cabalgadura: la carne en la que vino Cristo. El ser colocado sobre la cabalgadura: la fe en la encarnación de Cristo. La posada: la Iglesia. El otro día: el que sigue a la resurrección de Cristo. Los dos denarios: los dos preceptos del amor, o la promesa de esta vida y de la futura. El posadero: el apóstol Pablo. El pago supererogatorio: el celibato o el trabajo del apóstol con sus propias manos».
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A. Julicher rompió con la interpretación alegórica, reduciendo la enseñanza de la parábola a la idea más general y ésta del orden moral. En cuanto a lo primero, expuso con claridad la desfiguración a que se había llegado de algunas parábolas, realizando con ello una meritoria labor de liberación de la misma. Pero fue demasiado lejos al afirmar que las parábolas de Jesús en su origen carecían de toda alegorización, y que todos los elementos alegóricos provienen de la Iglesia primitiva. La literatura apocalíptica y los escritos rabínicos que presentan parábolas semejantes a las de los evangelios -aunque de inferior calidad- contienen muchas veces elementos alegóricos. En cuanto a lo segundo, cometió un doble error. Redujo la enseñanza a una idea muy general; así en la parábola de los talentos de Mt 25, 14-30 la única enseñanza seria que sólo para el trabajo hay recompensa; en «la del rico Epulón y el mendigo Lázaro» se trataría sólo de inculcar la alegría en quien sufre y en Lc 16, 19-31 el temor en quien goza. Además redujo la enseñanza de las parábolas al orden moral, reduciendo a Cristo a un maestro de sabiduría ética, despojando a las parábolas de todo contenido escatológico, cuando el tema central de la predicación de Jesús fue precisamente el Reino de Dios.
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El punto de partida actualmente es la inserción de las parábolas en la vida de las comunidades cristianas «Sitz im leben». Se trata de detectar lo que en ellas se remonta a Jesús mismo, las adiciones y adaptaciones que la comunidad primitiva a sus circunstancias vitales y las perspectivas peculiares que añadieron los evangelistas en conformidad con su teología o en atención a sus distintos destinatarios. El camino fue iniciado por A. T. Cadoux, si bien se limitó a meras observaciones y detalles. Dio un paso más B. T. D. Smitch, aclarando el fondo histórico de las parábolas, pero sin hacer interpretación tea lógica. Perfeccionaron el procedimiento C. H. Dodd, que se limitó a las parábolas del Reino y J. Jeremías que incluyó en su obra las demás parábolas y comparaciones.
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Jesucristo predicó las parábolas en una situación vital concreta y con una intención determinada en respuesta a eSa situación, valiéndose de ellas para explicar puntos centrales de su mensaje y la razón de sus actuaciones. Radicadas en la vida ordinaria constituyeron un método ideal para la instrucción de Cristo de aquellas gentes sencillas que le seguían. Pero como advierten algunos autores, las parábolas de Cristo "no deben ser consideradas simples expresiones literarias de orden cognoscitivo, sino que deben ser puestas en estrecha relación con los milagros, con los signos; deben ser integradas con los otros actos de poder (dynámeis), que prueban precisamente que el Reino de Dios "ha llegado en poder" a través de la palabra, la obra y, sobre todo, la persona de Jesús".
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La comunidad primitiva, en cuyo seno adquirieron su forma actual evangélica las parábolas de Jesús, amplió, dio un marco nuevo, alegorizó el relato primitivo de Cristo, con el fin de adaptar las enseñanzas de Jesús a las nuevas situaciones vitales de las diversas comunidades cristianas, o incluir en ellas la ulterior clarificación que obtuvieron después de la Resurrección de Cristo bajo la acción del Espíritu Santo. Por lo que se refiere a la alegorización de las parábolas que tenemos en los evangelios es conveniente advertir que “no es ningún entretenimiento ocioso e inútil”. En ella se manifiesta lo que los heraldos de la palabra tienen que decir en el nombre del Señor. Más importante que registrar exactamente sus discursos les parece el conseguir que la palabra del Maestro sea fructuosa y eficaz para los hermanos. Ellos se atienen a la parábola transmitida; de ahí que todavía es posible distinguirla, y a nadie se le obliga a entenderla en sentido alegórico, pero la ven a la luz de muchas cosas que Jesús ha dicho, y la interpretan sobre la base de la situación que ha operado el Señor celestial por medio de su Espíritu.
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Los autores de los evangelios, no fueron meros compiladores del material presinóptico, como en un principio pensó la Historia de las formas, sino que añadieron sus perspectivas tanto literarias como teológicas, conforme ha detectado la Historia de la Redacción. Dice un proverbio galés; “busca la harina donde quieras, pero amasa tú la hogaza”; del modo o técnica que se utilice en la elaboración del pan depende la calidad de éste. Los evangelistas han tomado una harina común: la tradición presinóptica. Pero cada uno ha elaborado, redactado, estructurado los materiales comunes en conformidad con su estilo y en atención a sus perspectivas doctrinales propias. De modo que son autores literarios de sus respectivas obras.
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Hay en ella algo en lo que coinciden los relatos de Mt y Lc y también el del evangelio de Tomás: un hombre rico invita a un gran banquete. Los invitados rechazan la invitación, alegando diversas excusas. En su lugar el hombre rico hace llamar a los pobres para que se sienten a su mesa. Conviene observar que "el convite festivo dentro de la familia de estilo patriarcal y entre amigos”, simboliza, tanto en los escritos de la última época del judaísmo como en el lenguaje de Jesús, la unión bienaventurada que se producirá al final de los tiempos. De este modo se orienta la mirada de los oyentes hacia el futuro, y hace acto de presencia el tema céntrico de la predicación de Jesús... la llamada al evangelio.
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Lc, en su redacción, presenta una primera ampliación con el fin de extender la invitación a los “gentiles”. Además de la invitación a los convidados, presentan una sola invitación a los no convidados. Lc, por el contrario dos; después de haber llamado a los pobres y tullidos de la ciudad, quedando aún sitio, el siervo recibe orden de salir de la ciudad y llamar a quienes encuentre en los caminos (del campo) y los cercados (viñas). Se concluye que Lc ha ampliado la parábola presentando la invitación de Cristo a los gentiles (lo que está de acuerdo con el tema fundamental de Lc: universalismo del Reino mesiánico). Sin duda que en la invitación a los no convidados de la ciudad piensa en los publicanos y pecadores de Israel, y en la invitación a los que se encuentran fuera de ella, hace referencia a los gentiles. La Iglesia, en situación de misión, ha incluido en la parábola la orden de misionar a los gentiles. Adaptación que debió hacerse muy pronto a juzgar por Mt 21,43.
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Mt, en su redacción, alegoriza la parábola presentando en ella un esquema de la Historia de la Salvación desde los profetas, pasando por la destrucción de Jerusalén, hasta el juicio final. En los dos grupos podría verse la repetida invitación de Dios al pueblo israelita llamándole a la conversión. Tal vez Mateo, en el primer grupo ha pensado en los Profetas del Antiguo Testamento, cuyo mensaje era rechazado por los dirigentes del pueblo judío; y en el segundo en los Apóstoles y discípulos de Jesús enviados por Jesús y que hubieron de sufrir malos tratos e incluso el martirio.
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Actualidad de la salvación, que se obtiene por la entrada en el Reino por él predicado. Ilustran esta doctrina las comparaciones del “vino nuevo” y del “paño nuevo” (Mc 2, 18-22). Cristo inaugura una realidad nueva, frente al judaísmo. No se trata de un remiendo- a la ley antigua, sino de la proclamación del Reino definitivo de Dios que trae la verdadera salvación espiritual. También la parábola «del banquete» (Mt 22,1-14), que concluye precisamente con la necesidad del bautismo a que tiene que llevar la conversión, para poder entrar en el banquete del Reino. La parábola de «la higuera» (Mc 13, 28-29; 1c 13, 6-9) indica que hay que aprovechar el momento presente para traer la salvación.
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El Reino, no obstante sus humildes orígenes y las dificultades que encuentra, contiene una fuerza expansiva, capaz de transformar el hombre y la sociedad. Vienen a este propósito, entre otras, las parábolas «del sembrador» (Mc 4, 1-9), la de «la mostaza» (Mt 13, 31s) y la de «la levadura» (Mt 13, 31s). En ellas Cristo hace una contraposición entre los principios humildes del Reino con la maravillosa expansión que conseguirá con el tiempo. En la parábola del sembrador, a pesar de los obstáculos Y defecciones, se anuncia que la cosecha superará todas las previsiones. Fue después la primitiva comunidad cristiana la que desplazó el acento escatológico de la parábola de Cristo al psicológico-parenético, poniendo en guardia a los cristianos frente al espíritu del mundo y las persecuciones, indicando la relación del fruto con las disposiciones con las que cada uno recibe la Palabra (Mc 4, 13-20). Por tanto será preciso: tener paciencia, mientras llega el final; será entonces cuando se recojan los frutos. Así lo advierte la parábola del «labrador paciente» (Mc 4, 26-29). Y tener confianza en Dios, que ciertamente atenderá la súplica del discípulo que acude a él. Así lo inculcan las parábolas del «amigo importuno» (Le 11, S-8) y la del «juez injusto» (Le 18, 1-8). En la del amigo importuno, la redacción lucana ha pasado el acento a la perseverancia en la oración; pero esa perspectiva es secundaria y propia del tercer evangelista; en la enseñanza de Cristo el acento se coloca en la certeza de que la oración será escuchada.
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Cristo hace una llamada urgente a la «conversión», indispensable para la entrada en el Reino y no ser objeto de un juicio de condenación. Esta enseñanza implica la parábola de los niños en la calle (Mt 11, 16-19): el término “generación” tiene sentido peyorativo; designa al pueblo judío que rechaza la palabra, tanto la de Juan Bautista como la de Jesús. Es una intimación a la conversión la parábola de «la higuera estéril» (Lc 13, 6-9), que será arrancada si no da fruto. La parábola de «los viñadores homicidas» (Mc 12, 1-12) entraña una dura advertencia a los dirigentes del pueblo judío y les ofrece la última oportunidad de conversión cuando están a punto de culminar sus iniquidades.
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La invitación, la intimación de Cristo es rechazada por los dirigentes del pueblo judío. Es, en cambio aceptada por los pecadores y publicanos. Por ello Cristo predica a publicanos y pecadores, a pesar de las críticas de escribas y fariseos. Tanto que le llaman “amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 19). Cristo justificó esta su actitud con varias parábolas, como la de «los dos hijos» (Mt 21,28-31), dirigida a los dirigentes religiosos del pueblo, quienes, aceptando la ley de Moisés, dijeron si; pero ahora se niegan a aceptar la conversión y la nueva ley que trae Cristo. En cambio, los pecadores Y publicanos que con su vida dijeron que no, ahora reciben el mensaje de Jesús y se convierten, con lo que cumplen la voluntad de Dios. En esta línea están las parábolas de «la oveja perdida» y la de «la dracma extraviada» (Lc 15, 1-10), que son respuesta a la acusación de los escribas y fariseos de que acoge a los pecadores y come con ellos (Lc 15, 1-3), en las que, además, se pone de relieve la alegría que se siente en el cielo por la conversión aunque sea de un solo pecador. Cristo trata de justificar también su actitud en la parábola de los «viñadores homicidas», en la que explica los dirigentes religiosos por qué se les quita el Reino por no haber dado los frutos que debían dar, injusticia que colman con el rechazo de la invitación de Jesús a la conversión. Especial mención merecen a este propósito las parábolas del «hijo pródigo» y «la del fariseo y el publicano».
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La primera es denominada, con razón, la perla de las parábolas. Y viene a ser un resumen de todo el Evangelio. Describe con todo realismo el proceso interno psicológico que implica la decisión del pecador de volver a Dios (el hijo pródigo representa a los pecadores) que lo recibe con una acogida inimaginable. En la actitud del hijo mayor (segunda momento de la parábola) están representados los escribas y fariseos que se indignan ante la predicación de Jesús a los pecadores y la acogida que por su parte reciben.
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La parábola del fariseo y publicano (Le 18, 9-14) es también muy instructiva a este propósito. La actitud del fariseo es en si buena; una acción de gracias, sin petición interesada, (del estilo se encuentran a veces en la literatura rabínica), pero confía en sus obras y cree justificarse por ellas, sin necesidad de la conversión predicada por Jesús. La oración del publicano proviene de una actitud desesperada: su profesión llevaba al enriquecimiento por caminos ilegales; su justificación suponía abandono de la misma y devolución de lo defraudado más una quinta parte. No le quedaba más actitud posible que una total confianza y abandono en la misericordia del Señor. Cristo declara que el fariseo no salió justificado (concibe la justificación como un salario debido a sus obras). Si, en cambio, el publicano, que espera la justificación como un don gratuito, lo que responde a la doctrina de Jesús.
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Ante la llamada de Cristo hay que tomar una decisión antes de que resulte tarde. Así lo señalan la parábola «del deudor cuando va por el camino» (Lc 12, 57-59: la parábola en Lc tiene alcance escatológico, ha llegado el Reino de Dios, el juicio está cerca, urge la conversión; Mt 5, 25s pasa a un sentido moral-social). La de «los talentos» (Mt 25, 14-30) Y la de «las minas» (Lc 19, 11-27); hay que hacer fructificar los dones recibidos de Dios, sin esperar a un final que no se sabe cuándo llegará. También la del "mayordomo sagaz" ante el despido que le espera (Lc 16, 1-8; Cristo no alaba su conducta moral, sino su sagacidad en asegurarse inmediatamente su futuro, frente a la no rara apatía de los hijos de la luz). Pueden añadirse la ya citada de «la higuera estéril». (Lc 13, 6-9), la de «las diez vírgenes» (Mt 25, 1-13: las negligentes fueron sorprendidas por la venida del esposo que se adelanta a sus previsiones). También la del «rico epulón y el mendigo Lázaro». Le 16, 19-31: aquél es el que pone su corazón en las riquezas y se desentiende de las exigencias del Reino (amor al prójimo, peculiarmente al necesitado); éste el pobre con sentido religioso que lo recibe con un corazón desprendido.
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Una vez secundada la invitación de Cristo, hay que adoptar las siguientes actitudes radicales:
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Vigilancia permanente ante la incertidumbre del momento del juicio. -Ceñidos los vestidos y encendidas las lámparas", como dice la exhortación a estar preparados cuando vuelva el Señor (Le 12, 35-40, v. 35). "Como el portero que ha de esperar vigilante la llegada de su amo.., conforme a la conclusión del discurso escatológico (Me 13, 34-37). Como "el padre de familia pendiente de la llegada del ladrón" (Mt 24, 42-44). Como "las cinco doncellas que se hallaban provistas del aceite.. cuando llegó el esposo (Mt 25,1-13).
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Obediencia y renuncia total por el Reino, ya que no es posible "servir a dos señores.. (Mt 6, 24). No era posible en la situación en la cual se encontraba entonces el siervo, que dependía totalmente de ese señor y podía en cada momento disponer de él. Así de incompatibles son el servicio a Dios y el "servicio" a las riquezas. La puerta que conduce a la salvación es "estrecha" (Mt 7, 13s); supone gran espíritu de renuncia y muchos no están dispuestos a aceptarlo. El discípulo de Cristo no puede dar marcha atrás; tienen que vivir con la mirada puesta solamente en el Reino; como el que, habiendo puesto la mano sobre el arado no puede volver la vista atrás, pues no haría derecho el surco (Lc 9, 62).
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Pero sin dejarse llevar por un entusiasmo momentáneo, o de una decisión impulsiva, cuando se trata de un seguimiento especial. Ha de proceder después de una seria reflexión, como el que intenta construir una torre, o como el que intenta emprender una guerra; tienen que considerar primero si cuentan con los medios necesarios para llevar a cabo sus planes (Le 14, 28-32), que concluye: "pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío" (v. 33). Hay que tener en cuenta que "el que ama a su padre o a su madre más que a mí -dice Cristo- no es digno de mí... El que no toma su cruz Y me sigue no es digno de mi. (Mt 1°, 37s). Cristo mismo advierte: "las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza" (Mt 8, 20); alusión a su vida itinerante.
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La vida del discípulo ha de caracterizarse por la alegría del Reino, por el amor al prójimo, por su disposición a trabajar esforzadamente por el Reino.
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La alegría del Reino. Así lo reflejan las parábolas de «la perla» Y la del «tesoro escondida» en el campo: "el que lo halla vuelve a esconderlo Y por la alegría que siente vende todo lo que tiene y compra el campo aquél. (Mt 13, 44-46). Semejante es la parábola del "gran pez”. que refiere el evangelio de Tomás: "y Él (Jesús) dijo: El hombre se parece a un pescador prudente que arrojó su red en el mar y la sacó (de nuevo) del mar; (entonces estaba) llena de peces pequeños. Entre ellos encontró el pescador prudente un pez muy grande. (Entonces) arrojó todos los peces pequeños (de nuevo) en el mar y eligió el gran pez sin dudar... El Reino vale mucho más que todos los tesoros de la tierra y causa una alegría y satisfacción inmensamente mayor que todos los bienes terrenos juntos.
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El amor al prójimo, como expresión del amor a Dios. Así lo manifiesta la invitación a los pobres en «la elección de invitados» (Le 14, 12-14); la parábola del “rico epulón y el mendigo Lázaro”. (Lc 16, 19-31), en la que se ponen de relieve las fatales consecuencias de la misericordia con el pobre necesitado; la parábola del "siervo sin entrañas. (Mt 18, 23-35), en que aparece el contraste entre la misericordia del rey Y la del siervo perdonada y la suerte que espera al que no perdona de corazón a su hermano. Aparece sobre todo, Y con su relieve universal, en la parábola del «buen samaritano. (Lc 10, 29-37). ¿Quién es mi prójimo? era una cuestión discutida entre los judíos: había fariseos que se sentían inclinados a excluir a los no fariseos; según los esenios, se podía odiar a los “hijos de las tinieblas”; los rabinos excluían a los herejes, a los delatores; la creencia popular excluía a los enemigos. La no colaboración del sacerdote y del levita puede ser debida a la ley que prohibía tocar un muerto en el camino, lo que hacía incurrir en impureza legal, o a un intento de ridiculizar tal norma, o simplemente para poner de relieve el contraste con el samaritano. Esperaríamos como tercer actor un "laico”, pero en su lugar la parábola presenta un ciudadano de Samaria, pueblo aborrecido por los judíos (cf. Si 49, 26; Jn 4, 9). Este fue el que prestó auxilio al herido, comportándose como verdadero prójimo. Prójimo -se concluye- es todo hombre y a todo hombre hay que amar Y hacer el bien. La intimación al amor al prójimo que se encuentra en cualquier necesidad aparece, con matices sorprendentes en la presentación de Mt del «juicio final» (Mt 25, 31-46): Cristo se coloca en el lugar del pobre, del enfermo, del encarcelado... Y considera como realizado con él mismo la obra de caridad con esas personas.
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Ha de estar dispuesto a trabajar con todo esfuerzo por el Reino, como el pescador que se afana en la búsqueda de peces (Me 7,19; Le 5, 5), como el obrero ante la mies copiosa que no cuenta con el número suficiente de operarios (Mt 9, 37; Lc 12, 10). Siempre con la confianza puesta en Dios (Mt 6, 25-34).
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Al final, en la consumación del Reino, tendrá Jugar la selección, la recompensa y un cambio de situaciones:
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Entonces tendrá lugar la separación entre buenos y malos, como lo muestran las parábolas de «la cizaña y el trigo» (Mt 13, 24-30) Y la de «Ia red» (Mt 13, 47, 49). Hasta entonces deberán convivir justos y pecadores.
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En aquel día Dios recompensará a cada uno conforme a su actitud ante la invitación de Cristo a seguir su mensaje. Así aparece la parábola del «rico epulón y el mendigo Lázaro» (Lc 16, 19-31), Y en la exhortación a Invitar a los pobres en la selección de los invitados (Lc 14, 12-14); como éstos no tienen con qué pagar el beneficio prestado, los invitantes recibirán la recompensa en la «resurrección de los justos». Más espléndidamente aparece en la sentencia de Cristo en el juicio final sobre quienes practicaron las obras de misericordia y quienes no tuvieron compasión de los necesitados (Mt 25, 3146).
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Se producirá entonces un cambio de situaciones. Así lo pone de manifiesto la citada parábola del «rico epulón y el mendigo Lázaro». Queda patente en la mencionada presentación del juicio final de Mt 25, 31-46. Y lo constatan muy gráficamente las Bienaventuranza y Lamentaciones de Lc 6, 20-26. Si intentamos recuperar el sonido primitivo de las parábolas, hay ante todo una cosa que se nos presenta clara: todas las parábolas de Jesús obligan a los creyentes a tomar posición sobre su persona y sobre su misión. Pues todas ellas están llenas del «misterio de Dios» (Mc 4, 11), a saber, de la certeza de «la escatología que se realiza». La hora del cumplimiento ha llegado; ésta es su nota fundamental... Ha comenzado el año de gracia de Dios. Pues ha aparecido aquel cuya oculta majestad centellea tras cada palabra y tras cada parábola: el Salvador» (J. Jeremías, 277).
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Muchos temas tratados por Cristo en las parábolas se encuentran en el AT y en la literatura rabínica. Hay en uno y otra una serie de términos que tenían ya un significado concreto: así, los términos rey, padre, señor, juez designan a Dios; hijos, siervos, viña, rebaño de Dios, aparecen referidos a Israel; la siega, la rendición de cuentas, expresan el último juicio; el banquete, festín, cena, significan el Reino de Dios. Las parábolas rabínicas fueron puestas por escrito dos siglos después de Cristo. Pero los elementos de que constan arrancan de mucho tiempo antes. La semejanza extraordinaria con las parábolas de Jesús, de las que pueden depender en algún caso -dependencia debida más bien al fondo cultural común- llevan a la conclusión de la existencia de este género literario ya claramente fijado al comienzo del siglo. Los temas, como los de las parábolas de Jesús, están tomados de la vida ordinaria de Palestina. Pero las parábolas de Jesús ocupan en este género Inerario «un puesto distinto, porque en sus parábolas Jesús se ha manifestado como un maestro inesperado e incomparable: sobre sus labios la parábola nace espontáneamente, se desarrolla con vivacidad, refleja una transparente inmediatez y correspondencia sin cavilaciones; al compararse con ellas, las parábolas rabínicas, que en parte pueden remontarse casi a la misma época, aparecen netamente inferiores». Se puede, por todo ello afirmar que -las parábolas de Jesús no tuvieron precursoras, ni tuvieron tampoco seguidoras. Pues incluso en la comunidad cristiana primitiva no se pudo alcanzar el nivel singularísimo de esta manera de hablar en imágenes». Por lo demás, el tema de las parábolas rabínicas es la Ley, explicación y obligatoriedad de la misma. Las de Jesús tienen su centro de gravedad en el Reino (sobre todo en Mt) y la misericordia de Dios con los pecadores (sobre todo en Lc). Se podría, además, advertir que las parábolas de Jesús manifiestan virtudes eminentemente humanas: optimismo, profundo espíritu de observación, afecto y encanto ante la naturaleza y las criaturas: todas ellas, plantas, animales, personas le dan pie para sus comparaciones ilustrativas del Reino.
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El contenido de las parábolas es originaria y fundamental escatológico. La aplicación moral es muchas veces obra de la comunidad cristiana. Lo primero ha quedado de manifiesto. Respecto de lo segundo, si bien interesa descubrir en las parábolas el sentido teológico, hay que escuchar también la lección moral. Procede de la acción del Espíritu Santo, en la Iglesia Primitiva; ha sido consignada, bajo su inspiración, por los evangelistas. Y deberá, por tanto, ser norma y canon para todos los tiempos. Lo que no se puede hacer es quedarse en ella y reducir el cristianismo a una «escuela de moralidad». La adaptación que hace la comunidad primitiva de las parábolas de Cristo no introduce una verdad nueva, sino que es aplicación o derivación de la enseñanza de Cristo en la parábola original. Y si es más bien nueva en relación con ella se trata de una doctrina enseñada por Cristo en otras ocasiones. Conocemos el interés y la preocupación de los apóstoles por transmitir con toda fidelidad el mensaje de Jesús. «La catequesis primitiva no ha cambiado la realidad histórica, sino que la ha iluminado, la ha explicitado, la ha orientado hacia horizontes que Cristo vio y pretendió aunque dejó entre nubes» (J. Alonso Dial).
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El mensaje hay que buscarlo en el núcleo de la parábola, como ya indicamos al principio, no en los detalles, a veces pintorescos e irreales. Estos hay que tenerías en cuenta en cuanto contribuyen y forman unidad con el pensamiento central. Hay que evitar una presentación «simplista» de las parábolas quedándose en lo exterior. Hay que quitar la corteza y descubrir el mensaje profundo que contienen. Alguien compara la parábola con la nuez: «¿Qué hay más cerrado y apretado que una nuez? Por dentro se agarra con todas sus fuerzas a su propio caparazón. Para abrirla hay que romperla» (P. Clauoel).
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No hay que aferrarse a la parábola como procedimiento literario para expresar el mensaje evangélico. Cristo habló a un pueblo oriental, de una época determinada, y tuvo que acomodarse a sus módulos de expresión. Los orientales son amigos de las comparaciones, de los enigmas, de las paradojas. Nosotros preferimos muchas veces el lenguaje claro y tajante. Lo mejor será captar su mensaje y exponerlo con nuestras maneras de expresión, frecuentemente muy diversas de las de los orientales, y habida cuenta del auditorio. Es lo que en el ámbito más amplio se pretende, incluso en las últimas versiones de la Biblia con el procedimiento de la «equivalencia dinámica».
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En hebreo, la tienda es tipo del tiempo de salvación, la devolución de Isaac es figura de la resurrección de los muertos. En Mc 7, 17 par, significa sentencia y en Lc 4, 23, proverbio. En todos los demás casos del NT tiene el significado de parábola en sus distintas acepciones:
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La imagen. En la imagen el elemento simbólico y la cosa simbolizada se yuxtaponen sin partícula comparativa (como) con el fin de que el símbolo (lo conocido) aclare la cosa (lo desconocido), p. ej., «vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14; cf. además, Mc 2, 17.19 y también Am 3, 8; 6,12; Is 40, 7; Jer 12, 5; Prov 6, 27-29; Mc 25,14). Con frecuencia ocurrió en estas imágenes que lo simbólico, o sea, la palabra utilizada como término conocido se separó de la cosa simbolizada o por conocer dado que esto se encontraba a menudo expresado en el contexto y la imagen se transmitió aislada de él. Entonces resulta que, aislada del contexto, a veces se sustrae a toda posible interpretación. Así sucede p. ej. con la imagen de Mc 9, 49, que no resulta más comprensible por la añadidura secundaria (cf. Mt 7, 6; 24, 28 par). En este estadio adopta, con frecuencia, un carácter metafórico, puesto que la imagen está próxima a la metáfora.
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La metáfora es una expresión figurada que resulta de una comparación, pasando, la mayoría de las veces, de lo concreto a lo abstracto, p. ej. «cabeza de grupo» o «primavera de la vida». La metáfora no yuxtapone el símbolo y lo simbolizado, como acontece con la imagen, sino que sustituye a la cosa. Hay que saber de antemano qué está detrás de la metáfora, si no, nos quedamos sin comprender. Por eso todo lenguaje metafórico es convencional.
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La comparación es una frase en la que lo comparado (lo que se pretende hacer comprender con la comparación) y lo que se compara (el elemento simbólico que ilustra) van unidos por una partícula comparativa. Pero sólo existe un punto capital que sirve de base a la comparación: el tertium comparationis. P. ej. «sus cabellos (cosa) son tan rubios como la paja (elemento simbólico). La comparación es rara, la mayoría de las veces habrá pasado a ser una imagen, y a lo largo de la tradición se habrá cargado de matices metafóricos. En la comparación el elemento simbólico está sacado de la realidad accesible a todos.
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La semejanza o parábola pura es una narración desarrollada a partir de una comparación o de una imagen. Se comparan dos cosas, proceso o situaciones, que son semejantes, de forma que lo conocido aclare lo desconocido. El nivel imaginativo o figurado describe un acontecimiento o situación típica, es decir, «se toma de la realidad al alcance de todos, remite a cosas que ocurren a diario, a relaciones cuya existencia tiene que reconocer hasta la peor voluntad». Sólo hay un término de comparación. Ejemplo: «Al reino de los cielos le ocurre como a la levadura...», Mt 13, 33. «La parábola toma precauciones contra toda suerte de oposición, como quien dice, se sangra en salud, puesto que habla sólo de lo indiscutible...; echa mano de expresiones como "nadie", "ningún", "todo el mundo", "cuando quiera que", "siempre que", etc., intentando poner al oyente entre la espada y la pared; o acepta lo que se le dice o niega lo evidente»
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La parábola (ampliada) se diferencia de la parábola pura en la imagen, que consiste en una historia libremente inventada, la cual se fija en algo ocurrido una sola vez. «No se nos presenta lo que todos hacen, lo que no puede ser de otro modo, sino lo que alguien hizo una vez, sin preguntarse si otra gente lo haría también». Ejemplo: «En una ciudad había un juez...» (Lc 18,2 ss). «Con su plasticidad alcanza la parábola lo que la parábola pura consigue con la fuerza de lo conocido y reconocido por todos. Diríase que la parábola se sitúa en un plano más elevado, porque es más fina y deja traslucir menos la tendencia... La parábola... pide: oyente, déjame que te cuente un caso; si no te convence, me callaré.
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El ejemplo o relato ejemplar es una historia de libre invención, que narra un exemplum, un caso modélico, que el oyente debe universalizar. «Pues anda, haz tú lo mismo» (Lc 10, 37) o no hagas lo mismo (según el caso). Ejemplo: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, recaudador...» (Lc 18, 10-14). Es digno de notarse que los relatos ejemplares en el NT sólo aparecen en Lucas.
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La alegoría es una historia libremente inventada, que dice algo más de lo que uno se figura a base de poner una metáfora tras otra; se trata de una metaphora continua. Ejemplo: «El reinado de Dios se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo...» (Mt 22,2-10). «La alegoría quiere presentamos una... verdad de modo impactante, describiéndola en una serie de imágenes que aclaran y velan, al mismo tiempo, lo que con la verdad se quiere decir». Lo mismo que la metáfora, la alegoría se basa en el carácter convencional de las imágenes. Únicamente es comprensible, si con anterioridad se conoce la clave de interpretación de las imágenes, que a cada paso necesitan ser traducidas, y si el estado de cosas descrito es asimismo conocido. Se trata de una forma literaria comprensible sólo para el iniciado y cuya función no consiste en dar a conocer situaciones, sino en valorar las conocidas. Ez 17, 12-21 ofrece un modelo de interpretación. Es cierto que en el NT hay alegorías, pero se las califica de parabole y no de allegoría (Mt 22, 1).
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La interpretación alegórica del AT la tenemos en el NT sólo en 1 Cor 9, 1. Las explicaciones que se dan en 1 Cor 5, 6-8; 10, 4; Gál 3, 16; 4, 21-31 (ahí sale allegoréa) representan interpretaciones tipológicas con matices alegóricos. Tal interpretación del AT se inicia en gran escala con la Carta de Bernabé. El dicho enigmático (aínigma) no es forma literaria neotestamentaria. Así como en el AT Dios habla a los hombres mediante enigmas, así ahora vemos la plenitud (1 Cor 13, 10) confusa o borrosamente en un espejo y no de modo inmediato («cara a cara»: 13, 12). A pesar de toda la legítima diferenciación de las parábolas, no debería nunca olvidarse que proceden del lenguaje vivo y, en consecuencia, se presentan en formas mixtas.
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Hay que tener presentes todavía otras cinco leyes de la forma literaria parábola:
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La parábola como representación. En la parábola pura y en las formas afines se distingue entre la vertiente simbólica y la real y se busca el punto en que ambos se entrecruzan: el punto de comparación. En las formas ampliadas se ve que la vertiente simbólica no proporciona una imagen estática, sino que monta ante el oyente una representación, que se puede distribuir en escenas. Por esto en vez de imagen habría que hablar de escenificación.
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La ley de la concisión dice que la parte escénica es extremadamente breve, lacónica y sencilla. Se omite cuanto se puede de afectos y motivos, jamás aparecen más de tres personas o grupos de personas (ley de la terna) y en una escena no actúan al mismo tiempo, más de dos (ley de la bina escénica). Y si el final no es esencial o se sobreentiende, hasta puede omitirse.
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La ley de la unicidad pide que en la pieza no se desarrolle sino una acción y jamás paralelamente dos o más. Para ello se cuenta todo desde un único punto de vista.
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Para el intérprete la llamada ley del clímax es de importancia, pues según ella lo interesante viene siempre al final.
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La ley de referencia al oyente afirma que la materia de la parte escénica está sacada del mundo del oyente, y refleja su vivencia y pensamiento. Las parábolas se expresan también directamente con vistas al oyente. Así que las parábolas que cuestionan comprenden una única gran pregunta que fuerza al oyente a la respuesta. Además, se le mete dentro mismo de la parábola, en cuanto que él se ve retratado en el protagonista y se siente afectado y no meramente aludido.
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Junto a las leyes de la forma están las leyes de la tradición, puesto que las parábolas han experimentado en parte considerables cambios en la tradición. Gran número de parábolas ha recibido en la tradición un nuevo destinatario (cambio de destinatario), con lo que parábolas que se dirigían a meros circunstantes acabaron por dirigirse a los discípulos. Ello conlleva, en muchos casos, un corrimiento del acento (cambio de acento). Con frecuencia la tradición añade una segunda parábola, para repetir y, consecuentemente, subrayar la intención de la primera (parábola doble). Al servicio del cambio de destinatario y acento se encuentra también la alegorización de las parábolas, debida siempre a la tradición (Mc 4, 13-20; Mt 13, 36-43). Porque los evangelistas no eran lo que se dice unos archiveros, sino transmisores responsables y libres. Su libertad «hay que entenderla paradójicamente como intento de obediencia; brota precisamente de su vinculación a la palabra transmitida».
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No se puede señalar un mensaje unánime de las parábolas, sino que hay que constatado en cada caso. En general puede decirse que todas las parábolas están «indisolublemente unidas a la cristología» (que son primariamente escatológicas y que tienen dos grupos de temas: el ~ reino de Dios y la ~ conversión. Al primer grupo pertenecen las parábolas de crecimiento (Mc 4; Mt 13) e igualmente las que hablan de Dios y de su modo de olvidar (Lc 15, 11-32; Mt 20,1-16; 25, 14-30). El segundo bloque insiste en lo urgente de la conversión (Lc 12, 16-20; 13,6-9), que exige una actuación decidida (Lc 16,1-8), radical (Mt 13,44-46), alerta (Mt 24, 42-25,13), porque el reinado está cerca. A este grupo pertenecen también las parábolas que hablan del prójimo (Mt 18, 25-35; Lc 10, 30-37).
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La amplia tradición de parábolas de Jesús, que tendía a hacer las cosas claras y comprensibles, se oponía a la concepción de Mc, cuyo motivo dominante lo constituye el llamado «secreto mesiánico». Esta contradicción la superó Mc con la teoría de las «parábolas» (4, 10-12.33 s par), según la cual éstas han de deslumbrar y cegar a los meros espectadores. De ese modo las parábolas quedaron resituadas dentro de la concepción marcada y se pusieron a su servicio. Ellógion empleado, originariamente independiente (v. 11 s), posee un colorido palestinense y da la impresión de ser muy antiguo. ¿Habrá sido su sentido originario que las parábolas de Jesús apuntaban a una obcecación? ¡Esto estaría en contradicción con la naturaleza de las parábolas y con el ser mismo de Jesús! Jeremías intenta solucionar la primera contradicción dando a parabole el sentido de algo «enigmático» (11, 2): «y a los que están fuera todo les resulta enigmático». En tal caso el lógion quiere decir: la actuación de Jesús es revelación para los creyentes, mientras que a los otros les habla en parábolas; pero éstos no las entienden, por lo que no pueden convertirse ni conseguir el perdón. La obcecación constituye el resultado de las parábolas y no su intención. Gracias a esta traducción el lógion con ninguna otra enseñanza de Jesús cuadra como con las parábolas.
Explicaciones actuales
Orientación actual en la interpretación de las parábolas
«Las parábolas de Jesús son, en general, muy conocidas. Demasiado. Y al señalar esta “demasía” nos referimos no al conocimiento mismo, sino a la desviación casi necesariamente producida por la falta de reflexión ante una cosa cuya familiaridad nos cierra una perspectiva de mayor alcance. Exceso, en definitiva, debido a la rutina de nuestro conocimiento»
Excesiva alegorización de las parábolas
Ya la primitiva comunidad cristiana alegorizó parábolas de Jesús. Los Padres y autores hasta el pasada siglo, cultivaron la alegorización de parábolas a veces de modo exagerado. Sirva de ejemplo la alegorización que hace San Agustín de la parábola del buen samaritano, que resumo a continuación:
A la luz de la historia de la tradición evangélica hoy se distinguen tres momentos en la elaboración de los evangelios, y peculiarmente en la de las parábolas.
Los estudios actuales tratan de detectar esas perspectivas peculiares de los evangelistas, la extensión y naturaleza de su labor personal. Después las adiciones o reelaboraciones de la comunidad cristiana, y finalmente llegar al núcleo primigenio de la predicación de Jesús, el sentido original de las parábolas pronunciadas por Jesús mismo: "levantar (aquí y allá) un poco el velo -a menudo tan fino, a veces impenetrable- que se ha extendido sobre las parábolas de Jesús. Para llevar a cabo esta tarea contemos con un elemento importante: "el evangelio de Tomás», escrito apócrifo del s. XI, que contiene relatos parabólicos exentos de alegorización y que por tanto se acerca al texto original de Jesús. Apareció el año 1946 una copia del s. IV en el Alto Egipto y tiene influencias de los evangelios sinópticos, de libros apócrifos y de los escritos gnósticos.
Un ejemplo concreto: la parábola del «Gran Banquete» (referida en Mt 22,1-14 Y Lc 14, 16-24), en la que Cristo trata de justificar su actitud con los pecadores.
Sobre ese fondo común, núcleo de la parábola de Jesús:
El mensaje de Jesús en las parábolas
En ocho puntos presentamos el mensaje de Jesús en las parábolas tal como fueron pronunciadas por él.
Otras observaciones
La literatura rabínica puede prestar una valiosa ayuda para la inteligencia de las parábolas evangélicas.
Las parábolas en el Nuevo Testamento
En el NT parabolé aparece únicamente en los sinópticos (48 veces) y en hebreo (2 veces), aínigma sólo se emplea en 1 Cor 13, 12 (imagen borrosa, enigmática), allegoréo no se usa más que en Gá14, 24 (hablar alegóricamente, significar algo más) y el sustantivo allegoria no aparece ni una sola vez en todo el NT.
Su significado
Parabolé tiene las siguientes acepciones en el NT:
El mensaje de las parábolas.
Las parábolas contienen, pues, al menos en su origen, un mensaje sencillo: expresan la alegría y la certeza, a pesar de las dificultades, de la venida del reino, en que se manifiesta sobre todo la generosidad de Dios, e incitan al hombre a responder a esa generosidad, a arriesgarse por el reino, a percatarse de la inminencia de su venida (Lc 18,3-7). Aunque esta atmósfera escatológica quizás hoy ya no nos impresione, podemos quedamos con la provocación y el desafío que las parábolas introducen en la vida del creyente, no tanto en el orden del tiempo, sino en el nivel de lo importante y de las prioridades. Muchos autores, sobre todo americanos, han trabajado recientemente sobre este mensaje de desafío, con frecuencia mediante el análisis estructural y bajo una perspectiva existencialista (Bultmann). Para ellos, la finalidad de las parábolas es llevar a una comprensión existencial de uno mismo y provocar así una decisión pro o contra lo trascendente. Por ejemplo, la parábola del hijo pródigo invierte la perspectiva legalista con la que el hombre se acerca a Dios y enseña que en el perdón es cuando Dios está cerca. Estos autores se ahorran generalmente la crítica histórica, sin interesarse por encontrar el estadio original de la parábola, ni los distintos desarrollos de ésta por parte de la comunidad primitiva.
¿Jesús en el origen de la alegorización?
El fenómeno de alegorización de la parábola parece que, a primera vista, lo favoreció Jesús mismo, quien, al menos si se lee Mc 4, dirige la parábola del sembrador a la multitud y después declara «a solas» que «para los de fuera» todo se les dice en «parábolas» y continúa ofreciendo a sus discípulos una interpretación alegórica de la parábola. Sin embargo, una lectura más atenta pone en tela de juicio semejante conclusión. En efecto, como ya se ha visto, los v. 13-20 parecen representar una versión alegorizada por la comunidad primitiva de la parábola del sembrador expuesta por Jesús. J. Jeremías ha sugerido, además, que los v. 11-12 tampoco continuaban la parábola del sembrador en la predicación de Jesús y, por tanto, no consideraban la enseñanza en parábolas. Jesús habría expresado en los v. 11-12, por cierto muy semitizantes, el carácter oscuro del reino en general: éste representa para los hombres «de fuera» un «enigma». La aproximación a «misterio», así como la cita de Isaías invitan a comprender este «enigma» en el sentido apocalíptico de plan de salvación revelado a los creyentes, pero oculto a propósito a los «de fuera».
Con ellos Jesús explicaría los fracasos de su predicación como parte del propio plan divino, lo cual es una forma de afirmar, a pesar de las apariencias, la omnipotencia de la providencia divina. Mc o la comunidad primitiva habrían luego conectado con las parábolas, haciendo de ello la introducción a la alegoría del sembrador, puesto que la tradición apocalíptica rebosa de alegorías, cuyo efecto consiste en poder dirigir un mensaje religioso únicamente a los creyentes, ocultándolo a sus perseguidores. Se comprende mejor así la alegorización de las parábolas, la cual no es efecto sólo de la cultura griega, sino también de la tradición apocalíptica tan viva en los inicios del cristianismo.
La parábola del Hijo Pródigo
Esta parábola es sumamente rica de significado. Constituye la médula de la espiritualidad cristiana y de nuestra vida en Cristo; considera al hombre en el momento mismo en que se aleja de Dios, olvidándole para seguir su propio camino hacia la tierra del desamparo, donde espera encontrar la plenitud y vida en abundancia.
La parábola describe, pues, el progreso -lento al principio, pero triunfante al final- que le hace regresar, con el corazón quebrantado y libremente abandonado, a la casa de su padre.
Un primer punto es que esta parábola no es simplemente la historia de un pecado particular. Es el pecado en su naturaleza más esencial lo que se nos revela, juntamente con su poder destructivo.
Un hombre tenía dos hijos; el más joven reclama a su padre al punto su parte en la herencia. Estamos tan acostumbrados a los límites en que el Evangelio describe la escena, que la leemos impasiblemente; para nosotros es justamente el comienzo de la historia. Y, sin embargo, si nos detenemos un momento a ver lo que las palabras realmente implican, quedaremos sobrecogidos de horror. Esta sencilla frase: «Padre, dame...», significa: «Padre, dame, ya ahora, lo que de cualquier modo ha de ser mío cuando mueras. Deseo vivir mi vida; tú sigue tu camino; no puedo esperar a que tú mueras; seré demasiado viejo entonces para disfrutar de lo que la riqueza y la libertad pueden brindarme; por tanto, ¡muérete!; para mí ya no existes; soy mayor, no necesito un padre; lo que necesito es libertad y todo el fruto de tu vida y tu trabajo; muérete y déjame ir.» ¿No es esto la verdadera esencia del pecado? ¿No le hablamos también nosotros a Dios tan claramente como el hijo menor del Evangelio, pero con la misma ingenua crueldad, reclamando de Dios todo lo que puede darnos: salud, fuerza corporal, inspiración, brillantez intelectual, todo lo que podemos ser y todo lo que podemos tener, para irnos lejos de él y disiparlo, dejándole completamente olvidado y desamparado? ¿No cometemos también nosotros repetidamente este asesinato espiritual contra Dios y contra nuestros semejantes: hijos y padres, esposos y esposas, amigos y parientes, compañeros de clase y de trabajo? ¿No nos conducimos como si Dios y el hombre estuvieran ahí únicamente para sudar y regalarnos el fruto de sus vidas, hasta sus mismas vidas, mientras que en sí mismo no tienen ningún significado para nosotros? La gente, Dios mismo, no son ya personas, sino circunstancias y cosas. Y, cuando hemos tomado todo lo que pueden darnos, les volvemos la espalda y nos encontramos infinitamente lejos de aquellos que no tienen ya rostro para nosotros, ni ojos con que poder encontrarnos. Después de borrar de la existencia al dador, nos convertimos en posesores de derecho propio y nos excluimos del misterio del amor, porque ya no podemos recibir y somos incapaces de dar. Tal es la esencia misma del pecado: descartar el amor, reclamando del que ama y da que salga de nuestra vida, que acepte el aniquilamiento y la muerte; este asesinato metafísico de amor es el acto del pecado, el pecado de Satán, de Adán y de Caín.
Una vez en posesión de todas las riquezas que la «muerte» de su padre le había procurado, sin volver siquiera la vista atrás como lo hacen los jóvenes atolondrados, el joven deja la insípida seguridad del hogar y, apresurando el paso, corre hacia la tierra donde nada le impedirá ser libre; libre de coacciones, de todos los lazos morales, puede entregarse ahora sin reservas a todos los impulsos de su corazón descarriado. El pasado ya no está; sólo existe el presente, fascinante de promesas, resplandeciente como un nuevo amanecer, y el futuro se extiende ante él ilimitado. Está rodeado de amigos, es el centro de todo, la vida es seductora y no sospecha aún que no mantendrá sus promesas. Imagina que es a él a quien se adhieren sus nuevos amigos; la verdad es que es tratado como él ha tratado a su padre; existe para sus amigos solamente en la medida en que es rico, solamente en cuanto participan del hechizo de su vida despilfarradora. Comen, beben, se alegran; él se siente pletórico de alegría; pero, ¡cuán diferente es esta alegría de la serena y profunda felicidad del reino de Dios revelada en las bodas de Caná de Galilea!
Pero llega entonces el momento en que las riquezas le traicionan, en que todo se ha acabado y a sus amigos no les queda otra cosa que él mismo. De acuerdo con la ley inexorable del mundo secular y espiritual (Mateo 7,2: «con la medida con que midáis seréis medidos»), le abandonan, porque nunca habían tenido necesidad de su persona, reflejando su destino el de su padre: ya no existe para ellos, está solo y abandonado. Tiene hambre, sed, frío, se siente desolado y rechazado. Le dejan solo como él dejó solo a su padre, pero frente a una miseria infinitamente mayor: su nada interior; mientras que su padre, aunque abandonado, era rico con una caridad invencible, aquella caridad que le llevó a entregar la vida por su hijo y aceptar el repudio para que su hijo pudiera seguir su camino libremente. Encuentra trabajo, pero eso es para él una miseria y una degradación mayores; nadie le da de comer y no sabe cómo encontrarlo. ¡Qué humillación cuidar de los cerdos, símbolo de impureza para los judíos, tan impuros como los demonios que Cristo expulsa! Su trabajo es una parábola de su condición; su impureza interior iguala a la impureza ritual de su piara de cerdos. Ha tocado fondo, y desde lo más hondo lamenta ahora su miseria.
También nosotros lloramos nuestra propia miseria con mucha más frecuencia que damos gracias por las alegrías de nuestra vida; no porque nuestras pruebas sean tan pesadas, sino porque nos enfrentamos con ellas con tanta cobardía y tan impacientemente.
Abandonado de todos sus amigos, rechazado en todas partes, se queda frente a frente consigo mismo, y por primera vez mira su interior. Libre de toda seducción y atracción, de todos los lazos y trampas que él tenía por liberación y plenitud, recuerda su infancia, el tiempo en que tenía un padre, en que no era huérfano, en que no se había convertido aún en un vagabundo sin corazón y sin hogar. Se da cuenta también de que el asesinato moral que perpetró no mató a su padre sino a él; que su padre dio su vida con un amor tan total, que puede permitirle esperar; y se levanta, dejando atrás su precaria existencia, y se pone en camino hacia la casa de su padre, resuelto a arrojarse a los pies de la clemencia de su padre. No es sólo el recuerdo de su casa, del fuego del hogar y de una mesa repleta de alimentos lo que le mueve a partir, la primera palabra de su confesión es no «perdón», sino «padre». Recuerda que el amor de su padre le hizo libre, y que todas las cosas buenas de la vida provenían de él. (Cristo dice: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura»). No regresa a un extraño que no le reconocerá, al cual habrá de decirle: «¿No te acuerdas de mí? Hubo un tiempo en que tenías un hijo que te traicionó y te abandonó; soy yo.» No, es el nombre de padre el que brota de lo profundo, el que acelera su paso, el que le permite esperar.
Arrepentimiento remordimiento
Y en esto descubre la verdadera naturaleza del arrepentimiento, porque el verdadero arrepentimiento combina a la vez la visión del propio mal personal y la certeza de que también para nosotros hay perdón, porque el verdadero amor no puede vacilar ni extinguirse. Cuando solamente existe una visión sin esperanza de nuestras propias culpas produce remordimientos y lleva a la desesperación. Judas comprendió lo que había dicho; vio que su traición era irremediable: Cristo fue condenado y murió. Pero no recordó lo que el Señor había revelado de sí mismo y de su Padre celestial; no comprendió que Dios no quería traicionarle como él había traicionado a su Dios. Pierde toda esperanza, va y se ahorca. Estaba preocupado por su pecado, por sí mismo, no pensaba en Dios, el Padre de Jesús y también su Padre.
El hijo pródigo va a casa porque el recuerdo de su padre le infunde valor para volver, y su confesión brota varonil y perfecta: «Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.» Queda condenado ante su propia conciencia, no puede obtener el perdón para sí mismo, pero en el perdón hay un misterio de humildad que hemos de aprender repetidamente; hemos de aprender a aceptar el perdón mediante un acto de fe en el amor del otro, en la victoria del amor y de la vida, humildemente para recibir el don gratuito del perdón cuando se nos brinda. Y porque el hijo pródigo tenía así abierto el corazón a su padre, está preparado para el perdón. Según se va acercando a casa, el padre lo ve, se apresura a ir a su encuentro, le echa los brazos al cuello y le besa. ¡Cuántas veces había permanecido en el umbral, mirando el camino por el que su hijo se había alejado de él!
Había esperado y aguardado. Y ahora había llegado el día en que su esperanza se veía cumplida. Ve al hijo que había partido ricamente vestido, adornado de joyas, sin volver ni siquiera la mirada a la casa de su infancia porque sus pensamientos y sentimientos estaban dominados solamente por lo desconocido que le fascinaba. Y ahora el padre le ve volver como un mendigo, harapiento, profundamente abatido, cargado con un pasado del que está avergonzado y sin futuro... ¿cómo le saldrá su padre al encuentro? «Padre, pequé...»
Pero el padre no le permite renegar de su filiación, como si fuera a decirle: «Al venir a casa me has devuelto la vida; cuando intentaste matarme, fue a ti mismo a quien mataste, y ahora que de nuevo estoy vivo por ti, has vuelto a vivir tú mismo.» Y. volviéndose a sus criados, el padre dice: «Inmediatamente, traed el primer vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en su mano y sandalias en sus pies.»
Muchas traducciones leen «el mejor vestido», pero el texto griego habla del «primer vestido». Por supuesto, «el primer vestido» podía ser el más precioso de la casa, pero, ¿no es más probable que el padre dijera a los sirvientes: «Id a buscar la ropa que mi hijo llevaba el día en que se fue, el traje que dejó cuando se puso la ropa de la traición»? Llevándole la ropa más preciosa de la casa, el muchacho habría de sentirse molesto y de etiqueta; tendría la impresión de no encontrarse en casa, sino de ser un huésped distinguido recibido con toda deferencia y hospitalidad posibles. No nos ponemos la mejor ropa de casa cuando estamos cómodos en el hogar. Parece más probable, según el contexto, pensar que el padre manda por la ropa que el hijo rechazó, pero que el padre recogió, dobló y guardó cuidadosamente, como Jacob conservó la túnica de José, que sus hermanos llevaron a su padre, la túnica policroma, rociada con la sangre del hijo que debía de haber perecido. Así ahora el joven se quita los harapos y vuelve a ponerse la ropa familiar, un poco gastada, a la debida medida, adaptada a su cuerpo. Se siente a gusto en ella y mira a su alrededor; los años lejos de su padre, pasados en la fornicación, la perfidia y la infidelidad, le parecen una pesadilla; algo que nunca ocurrió. Está aquí y aquí ha estado siempre, llevando la ropa que siempre usaba. Su padre está aquí; un poco más viejo, con arrugas más profundas. Aquí están los servidores, respetuosos, observando con ojos de felicidad: «Ha vuelto con nosotros, y nosotros pensábamos que se había ido para siempre; ha vuelto a la vida, y nosotros temíamos que al inferir un golpe mortal a su padre había dado muerte a su alma eterna y había destruido su propia vida.»
Es una vuelta que borraba el abismo que le mantenía lejos de la casa paterna. El padre va más allá; le da su anillo, que no era precisamente un anillo ordinario. Es sabido que en tiempos remotos, cuando la gente no sabía escribir, era el anillo con el sello el que garantizaba cualquier documento. Dar a alguien el propio sello significaba que uno ponía en sus manos la propia vida, las posesiones, la familia, el honor, todo. Recordemos a Daniel en Babilonia y a José en Egipto; por la entrega de un anillo les confió el rey la autoridad para gobernar en su nombre. Recordemos el intercambio de anillos entre dos desposados, intercambio que significa: «Tengo fe en ti, me pongo enteramente en tus manos. Cuanto tengo, cuanto soy, te pertenece sin reserva.» ¿Recordáis el pasaje de Kierkegaard: «Cuando decimos: "Mi patria, mi amada", significa no que yo las poseo, sino que yo pertenezco a ellas sin reserva»?
Esta parábola nos proporciona otro ejemplo de entrega propia. El hijo que había pedido la mitad de los bienes de su padre, que deseaba tomar posesión de lo que habría de tener después de la muerte del padre..., ahora el padre pone su confianza en él. ¿Por qué? Simplemente porque ha vuelto a casa. No le pide cuentas de lo que ha hecho cuando estaba fuera. No dice: «Cuando me lo cuentes todo, veré si puedo confiar en ti.» No dice, como hacemos nosotros continuamente, de una manera explícita o implícita, cuando alguien con quien hemos reñido vuelve a nosotros: «Bien, te aceptaré a prueba; haremos un esfuerzo para reanudar nuestra amistad, y si veo que eres infiel resurgirá todo tu pasado de nuevo y te rechazaré a causa del pasado que da testimonio en contra tuya, demostrando que siempre serás infiel.» El padre no pide nada. No dice: «Veremos.» Por deducción, dice: «Has vuelto. El terrible período de tu ausencia lo borraremos juntos. Mira, la ropa que llevas muestra que nada ha ocurrido. Eres el mismo hoy que el que eras antes de irte. Este anillo que te doy prueba que no tengo duda alguna respecto a ti. Todas las cosas te pertenecen porque eres mi hijo.» Y le calza las sandalias para que puedan estar calzados sus pies «en preparación del evangelio de la paz», como escribe san Pablo en la carta a los Efesios. Y matan el ternero cebado para la fiesta, que es la fiesta de la resurrección, la fiesta de la vida eterna, el banquete del Cordero, del reino. El hijo que había muerto está vivo; el que andaba perdido en tierra extraña, en un país yermo, sin forma y vacío, como leemos al principio del libro del Génesis, ha vuelto a casa. Ahora el hijo está en el reino, porque este reino es el reino del amor, del padre que le ama, del padre que rescata, reintegra y devuelve la vida.
Aparece ahora el otro hijo en escena; el hijo que había sido siempre un buen operario en casa de su padre y que lleva una vida irreprochable, pero que jamás ha caído en la cuenta de que el factor capital en las relaciones entre padre e hijo no es el trabajo sino el corazón, no el deber sino el amor. Ha sido fiel en todas las cosas, pero jamás ha tenido un padre ni ha sido un hijo sino externamente. Ni tampoco ha tenido un hermano. Oigamos lo que le dice a su padre. Al oír la música y el baile, llama a un servidor y le pregunta lo que aquello significa. El servidor le responde: «Es que ha vuelto tu hermano, y tu padre, como lo ha recobrado sano y salvo ha mandado matar el becerro cebado.» El hijo mayor se enfada y se niega a entrar. Su padre sale a su encuentro a rogarle que entre, pero él responde: «Hace ya tantos años que te vengo sirviendo (y la palabra sirviendo es una palabra fuerte, tanto en griego como en latín, que indica esclavitud, servidumbre, tener que hacer toda suerte de tareas desagradables) «sin haber quebrantado jamás ninguna orden tuya» (piensa sólo en términos de órdenes y transgresiones, jamás supo ver la intención de las palabras, el corazón en el tono de la voz, la participación en el calor de una vida común, en la cual le correspondía a él su parte y a su padre la suya; para él ha sido siempre cuestión de órdenes y deberes que nunca ha violado). «Y nunca», prosigue, «me diste un cabrito para que yo celebrara alegremente una fiesta con mis amigos; pero cuando llega ese hijo tuyo, que ha devorado tus bienes con prostitutas, has mandado matar para él el becerro cebado.» Observemos que dice «tu hijo», no «mi hermano»; no quiere tener nada que ver con este hermano. He conocido una familia como ésa; un padre y una madre, una hija que era la favorita de su padre y un hijo que era su dolor; él decía siempre a su mujer: «mi hija» o «tu hijo».
Tenemos la situación: «tu hijo». De ser «mi hermano» no hubiera sido así -no hubiera violado los preceptos de su padre- ni tampoco hubiera tenido un becerro cebado. ¿Qué responde el padre? «Hijo, tú siempre has estado conmigo.» El padre le considera su hijo. Para él, es su hijo; siempre han estado juntos. Para el hijo, no; están el uno junto al otro, lo cual no es lo mismo. No hay vida común para ellos; no hay separación -tienen la casa en común-, pero tampoco hay unidad o profundidad. «Todas mis cosas son tuyas»: las palabras que Cristo empleó en su oración al Padre antes de la traición. «Pero», prosigue, «habrá que hacer fiesta y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado».
Así pues, el viaje es la vuelta desde lo profundo del pecado a la casa del padre. Esto es lo que tenemos delante de nosotros cuando nos resolvemos a vivir no ya según la pública opinión, sino que dejamos que el juicio de Dios nos sirva de criterio, escuchando en la voz de la conciencia, revelado en las Escrituras, manifestado en la persona de aquel que es la verdad, el camino y la vida. Tan pronto como estamos conformes en que Dios y nuestra conciencia sean los únicos jueces, caen las escamas de nuestros ojos; somos capaces de ver y sabemos lo que es el pecado: un acto que niega, tanto a Dios como a aquellos que nos rodean, su realidad como personas, degradándolos a la condición de objetos, que existen únicamente en la medida en que podemos usarlos y abusar de ellos. Cuando nos hemos dado cuenta de esto, podemos entrar dentro de nosotros mismos, librarnos de las garras de todo lo que nos tiene prisioneros; entrar dentro de nosotros mismos y encontrarnos cara a cara con todas las bendiciones que, para aquel joven, eran su infancia y el tiempo en que vivió en casa de su padre.
¿Recordáis el final del pasaje del Evangelio de san Mateo, donde Cristo dice a sus discípulos que regresen a Galilea? Acababan de vivir los días más terribles y desoladores de su vida. Habían visto a su Señor rodeado de odio, le habían visto traicionado y ellos mismos le habían traicionado con su debilidad. Habían sucumbido al sueño en el jardín de los Olivos y habían huido al aparecer Judas. Dos de ellos habían seguido desde lejos a su Señor y a su Dios desde la casa de Caifás, donde permanecieron sentados con los servidores, no con él como sus discípulos. Uno de ellos, Pedro, que había dicho durante la última cena que aunque los demás le traicionaran él permanecería fiel, le negó tres veces. Habían visto la pasión de Cristo. Y ahora le habían visto vivo y con ellos. Judea significa para ellos el desierto, la devastación, el final de toda vida y esperanza. Cristo los envía a Galilea: «Volved a donde me conocisteis primero, donde nos descubrimos en la intimidad de cada día, donde no había daños, ni sufrimientos ni traición. Volved al tiempo en que todo era inocente con posibilidades infinitas. Volved al pasado, al fondo del pasado. Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolas todo lo que os he enseñado.»
Esta vuelta dentro de uno mismo conduce a lo profundo, donde descubrimos la vida, una vida nueva, donde vivíamos en Dios con otros hombres. Desde el fondo de este oasis del pasado, distante o cercano, podemos iniciar nuestro viaje, el viaje de vuelta, con la palabra «Padre» -no «Juez»- en nuestros labios, con una confesión del pecado y de esperanza que nada ha sido capaz de destruir, y con la certeza de que Dios no habrá de aceptar nunca ninguna degradación nuestra, de que será siempre garante de nuestra dignidad humana. Nunca permitirá que nos convirtamos en esclavos, puesto que hemos sido llamados por la palabra creadora y nuestra vocación última es ser hijos e hijas de su adopción. Podemos ir a él confiadamente, sabiendo que nos ha estado esperando todo el tiempo que hemos permanecido olvidados de él.
Él es quien desea salir a nuestro encuentro, cuando vacilantes nos acercamos a casa. El quien nos echa los brazos al cuello y llora nuestra miseria; una miseria que no podemos nosotros medir porque no sabemos de dónde hemos caído ni cuán alta es la vocación que desdeñamos. Podemos ir a él sabiendo que nos vestirá de nuevo con nuestra ropa primera, con la gloria que Adán perdió en el paraíso. Él nos vestirá de Cristo, que es más «prístino» que el frescor primaveral en que nacimos. Él es hombre como le quiso Dios. Él es aquel de quien hemos de revestirnos, es la gloria del Espíritu que ha de protegernos cuando el pecado quiera dejarnos desnudos. Sabemos ahora que Dios, apenas nos hemos vuelto a él, quiere devolvernos la confianza en nosotros, darnos el anillo que concedió a Adán la facultad de destruir la armonía que Dios había creado y querido, el anillo del hijo unigénito que murió en la cruz por la traición del hombre, y cuya muerte fue la victoria sobre la muerte, cuya resurrección y ascensión -nuestra vuelta- están ya escatológicamente realizadas en la plenitud de la unión con el Padre.
Cuando volvamos a esta casa del Padre, cuando nos encontremos frente a frente con el juicio de nuestra conciencia y de Dios, el juicio no se basará en la profundidad de nuestra visión teológica. No se funda en lo que solamente Dios puede darnos en forma de comunión con su vida. El juicio de Dios se funda en una sola cosa: « ¿Eres un ser humano o careces de dignidad humana?» En este contexto, quizás recordéis la parábola de los corderos y los cabritos, en Mateo 25,3146: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento... o sediento... o forastero... o desnudo... o enfermo... o en la cárcel...?» Si no sabemos conducirnos como seres humanos, no tendremos idea de cómo hemos de conducirnos a escala divina. Cuando hemos vuelto a la casa del Padre, cuando nos hemos revestido de Cristo, cuando el esplendor del Espíritu tome posesión de nosotros, cuando deseemos realizar nuestra vocación y convertirnos en verdaderos hijos del Padre, en hijos e hijas suyos, primero y ante todo hemos de hacer cuanto esté en nuestras manos para ejecutar lo que está en nuestro poder: ser humanos; pues el compañerismo, la compasión, la misericordia están a nuestro alcance, seamos buenos o malos.
Podemos volver al Padre. Podemos volver con confianza, puesto que él es el sello de nuestra dignidad. Él es quien desea salvarnos. Él no nos pide más que una sola cosa: «Dame, hijo mío tu corazón, y todo lo demás te lo concederé», como dice el Eclesiástico. Este es el camino que nos conduce a todos desde donde estamos, ciegos y fuera del reino que anhelamos ver realizado dentro de nosotros y abarcando todas las cosas, paso a paso, hasta encontrarnos a nosotros mismos ante el juicio de Dios. Vemos cuán simple es este juicio, cuán grande debe ser la esperanza en nosotros, y cómo, con esta esperanza, podemos realizar nuestro viaje hacia Dios confiadamente, sabiendo que él es el juez, pero, sobre todo, la propiciación por nuestros pecados, el único para quien el hombre es tan querido, tan precioso, que toda la vida, toda la muerte, toda la agonía y la pérdida de Dios, todo el infierno sufrido por el Hijo unigénito, es la medida del valor que concede a nuestra salvación.
Aplicación Pastoral
Tema: Parábola del Padre Misericordioso
Objetivos:
Cognitivos: enseñar qué es perdonar y porqué debemos hacerlo
Afectivo: perdonar a las perdonas del grupo que nos halla hecho algún mal
Psicomotriz: escribir una carta de perdón a alguien que le hayamos hecho algún mal.
Destinatarios: Grupo mixto de adolescente entre 14 a 16 años
Esquema de trabajo:
Oración inicial
Explicación de los objetivos
Desarrollo del contenido
Lectura del evangelio
Retroalimentación
Espacio para preguntas
Actividad: «Perdonando es como se nos perdona»
Momento de compartir
Actividad: «Carta de perdón»
Queda en libertad entregarla a la persona a quien se la escribí.
Canto
Texto:
Un padre tenía dos hijos
y un día el menor
decidió irse de casa
y su herencia el pidió
Su padre accedió,
sin pedir mayor razón
y en país extranjero
su dinero derrochó
Un día, sin amigos
solo se encontró
el cuidar cerdos
por trabajo el tomó
Más un día reflexionó,
para sí el pensó:
A mi padre volveré
perdón le pediré
Cuando aún estaba lejos
su Padre lo vio
y profundamente conmovido
a su encuentro salió
lo abrazó y lo cubrió de besos
Su perdón le dio
Así es la historia
de todo pecador
si arrepentido busca al Padre
encuentra su perdón,
su perdón,
encuentra su amor,
su amor
Oración Final
Conclusiones
Las parábolas se encuentran a lo largo de todo el evangelio, con variantes y géneros diversos, pero se presentan entonces, como un medio muy utilizado por Jesús para anunciar el Reino de Dios.
La inclinación de Jesús por este género literario, que ya esclarecida, aunque no todos los exegetas converjan, si hay un denominador común: la misión de Jesús se realizó y realiza de forma cercana y eficaz por este medio.
Los tiempos y los medios nos interpelan a hacer de estos mensajes verdaderas «buenas nuevas», hacer presente el mensaje de Jesús antes que una opción, es un deber y un imperativo para todo cristiano.
Bibliografía
BLOOM Anthony, Meditaciones sobre un tema: peregrinación espiritual a través del Evangelio, Editorial Herder, Barcelona, 1977.
De MERODE, Marie, Parábola en AA.VV, Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Editorial Herder, Barcelona 1993.
DOOD C. H., Las parábolas de Reino, Editorial Cristiandad, Madrid 1974.
GNILKA J, Jesús de Nazaret, Editorial Herder, Barcelona 1993.
PEISKER C.H. Parábola en AA. VV, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, Ediciones Salamanca, 1994.
PEREZ Gabriel, Parábola en FERNANDEZ RAMOS Felipe (Director), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Madrid 2001.
A lo largo del trabajo se usarán las siglas “NE”, las cuales significan: Notas del Escritor.
Cf. DOOD C. H., Las parábolas de Reino, Editorial Cristiandad, Madrid 1974, página 21.
Cf. PEREZ Gabriel, Parábola en FERNANDEZ RAMOS Felipe (Director), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Madrid 2001, páginas de la 924 a la 934.
Cf. De MERODE, Marie, Parábola en AA.VV, Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Editorial Herder, Barcelona 1993, páginas 1172 y 1173
NE. Teólogo protestante que propuso un retorno al Jesús histórico. Será citado a posteridad solo como J. Jeremías.
NE. Según M. García Cordero, además, que los orientales gustan de presentar las cosas de modo paradójico, con vivos contrastes, con el fin de dar más vigor a sus palabras e impresionar más profundamente a sus lectores.
NE. Fernández Ramos, director de la obra Diccionario de Jesús de Nazaret… cf. Nota 2.
NE. Exegeta.
Únicamente habría que advertir, respecto de estos dos últimos autores que llevados de sus respectivas teorías -escatología realizada (Dodd), escatología que se realiza (Jeremías) llegan a veces a conclusiones un tanto extremas en la interpretación de las parábolas.
Cf. GNILKA J, Jesús de Nazaret, Editorial Herder, Barcelona 1993, página 40.
Cf. PEISKER C.H. Parábola en AA. VV, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, Ediciones Salamanca, 19944, páginas de la 288 a la 291.
De MERODE, Marie, Parábola en AA. VV, Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Editorial Herder, 1993, página 1172
Cf. BLOOM Anthony, Meditaciones sobre un tema: peregrinación espiritual a través del Evangelio, Editorial Herder, Barcelona, 1977, Págs. 94-110
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Las Parábolas de Jesús
Universidad Mesoamericana
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Enviado por: | Walberto Alexis Flores Fuentes |
Idioma: | castellano |
País: | Guatemala |