Historia
Nazismo alemán
Tema 9. La caída del liberalismo: fascismo y nazismo
Lectura 22. El nazismo alemán
1. La instauración del régimen nazi.
A. Las causas del triunfo del nazismo.
a. El papel de Hitler.
En enero de 1919, el mecánico ferroviario Anton Drexler fundaba en Munich el Partido Obrero Alemán, uno de los varios movimientos de extrema derecha presentes en la Baviera de la revolución y contrarrevolución de posguerra. En 1920 pasaba a denominarse Partido Obrero Nacional Socialista Alemán y pretendía, mezclando anticapitalismo, pangermanismo y antisemitismo, ganarse al proletariado para la causa nacionalista. Adolf Hitler se adhirió al partido y pronto destacó como orador. En agosto de 1921 era ya su máximo dirigente, y su oratoria se consideraba el principal motivo del crecimiento del partido, que en 1923 tenía 50.000 afiliados.
Son muchos los testimonios de su fuerza como orador y no dejan duda de la intensidad del magnetismo personal que ejercía. Tenía un gran talento para la demagogia y electrizaba a las masas. Dirigiéndose a la parte emocional e irracional del oyente, trabajando con sentimientos y no con razones, provocaba una exaltación en la audiencia, comparable a la conversión religiosa. Así, no era difícil manipular a quienes, sufriendo las dificultades de la posguerra, nunca habían comprendido ni la política ni la economía. Hitler les proporcionaba explicaciones sencillas del porqué de los males que sufrían, culpando a los judíos, a los extranjeros y a los comunistas.
Cuando, en 1923, Francia ocupó los centros industriales del Ruhr (para forzar a Alemania a pagar las reparaciones de guerra), los alemanes respondieron con huelgas generales y resistencia pasiva. Los nazis denunciaron al gobierno de Weimar por su sumisión a Francia y creyeron que era el momento oportuno para tomar el poder. En noviembre, imitando la “marcha sobre Roma”, los camisas pardas llevaron a cabo el putsch de la cervecería en Munich. El golpe, que pretendía hacerse con Baviera como trampolín para organizar otro nacional, fracasó porque la policía y el ejército no lo apoyaron. Hitler fue a la cárcel unos meses y se prohibió el partido nazi, lo que frenó su auge. Hitler abandonó la idea de un golpe de Estado, aceptando usar la vía constitucional. La adulación de que fue objeto en el juicio, la redacción en prisión del libro Mein Kampf (“Mi lucha”) y las expectativas creadas entre sus seguidores, le dieron más seguridad en sí mismo. En adelante insistirá en la obediencia debida a él como líder (“principio del liderazgo”).
Entre 1926 y 1928 Hitler se dedicó a unir bajo su mando los varios grupos nacionalistas de extrema derecha. En 1928 los nazis tenían ya 100.000 afiliados, pero sólo lograron 12 escaños (3% de votos). En 1930 obtuvieron 6,5 millones de votos y 107 escaños, el segundo partido de Alemania. En 1932 eran el primero, con 230 escaños y 13 millones de votos (37%). Hitler jugó un papel clave en tan arrollador auge por la amplia y moderna propaganda del partido e insistió en no entrar en un gobierno de coalición si no era para presidirlo. En enero de 1933 se salió con la suya: fue nombrado Canciller de un gobierno con mayoría de nacionalistas conservadores.
El auge del movimiento nazi no fue sólo fruto del carisma y las cualidades retóricas de Hitler, de su voluntad y gran astucia política. El carisma no es nada sin una audiencia dispuesta a dejarse atraer. Su mensaje (incluida su exigencia de una jefatura política fuerte e individual) no hubiera triunfado si no hubiera respondido a las aspiraciones de una parte importante del electorado alemán. Los votos no se consiguen sólo con propaganda como demostró el fracaso electoral nazi en 1928, antes de que estallase la crisis económica. Parece claro que, entonces, ni el antisemitismo ni el anticapitalismo del partido nazi eran elementos atractivos para las masas.
b. La debilidad de la República de Weimar.
La Constitución de Weimar (1919) instauró el sufragio universal para ambos sexos y estableció un parlamento bicameral, con predominio de la Cámara Baja (el Reichstag). Era una de las más democráticas del mundo, pero muchos la han considerado minada por defectos fatales. Se ha criticado a menudo el sistema de representación proporcional, que hizo inevitable que todos los gobiernos fuesen de coalición. Y las coaliciones pluripartidistas de gobierno fueron sumamente inestables: en los 14 años de existencia, la República tuvo 20 gobiernos distintos, que resultaron ineficaces porque no podían hacer nada que desagradase a alguno de los socios.
Una disposición constitucional tendría, además, graves consecuencias futuras. El art. 48 facultaba al Presidente de la República (elegido por votación popular cada 7 años) a gobernar por decreto en situaciones de emergencia. El primer Presidente (hasta 1925), el socialdemócrata Ebert, hizo frecuente uso de ese poder. Su sucesor, el mariscal Hindenburg (ultraconservador), iría más lejos al imponer gobiernos sin apoyo del Parlamento. A partir de 1930, basándose en el citado art. 48, la mayoría de las decisiones legislativas revisten la forma de decretos (en 1932 se publican 59 decretos y se promulgan 5 leyes). Al permitir Hindenburg el uso de poderes especiales para gobernar por decreto como principal instrumento legislador, a Hitler le resultaría después relativamente fácil alcanzar varios de sus objetivos sin aprobación parlamentaria.
Para muchos, la República de Weimar carecía de legitimidad desde su origen, ya que tanto el gobierno como el Parlamento aprobaron el humillante tratado de Versalles. La propaganda nazi aprovecharía ese descontento para desprestigiar la democracia de Weimar. La falta de respaldo a la República se refleja en que, a partir de 1920, casi todos los partidos que la apoyaban (socialistas, Centro Católico y Partido Demócrata) estuvieron en minoría. Frente a ella estaba la derecha monárquica y nacionalista, cuyo máximo exponente era el Partido Nacional Popular (también cabe adscribir a esa derecha al Partido Popular, aunque éste participó a veces en el gobierno). Los comunistas también se oponían a la República por tratarse de un régimen burgués y capitalista. Pero, a pesar de ello, la República logró superar las tormentas de la revolución y la insurrección armada de 1919 a 1923, y, a partir de 1928, empezaba a parecer consolidada.
Tras la catastrófica inflación que sufrió Alemania en 1923, el Plan Dawes de 1924 logró asegurar el pago de las reparaciones y la recuperación económica. En los años siguientes, se invirtió en Alemania mucho capital norteamericano y las cosas mejoraron. La República gozó de una relativa prosperidad y se construyeron nuevas carreteras, viviendas, fábricas. Fueron años también de calma internacional. Un grupo de moderados marcaban la política exterior (Gustav Stresemann en Alemania, Eduard Herriot y Aristide Briand en Francia, Ramsay MacDonald en Gran Bretaña). En 1925 se firmó el tratado de Locarno, por el que Alemania, Francia y Bélgica garantizaban sus fronteras mutuas. Con Checoslovaquia y Polonia, Alemania se comprometió a no cambiar las fronteras a no ser mediante negociación o arbitraje internacional. Admitida en la SdN en 1926 y eliminados los restos de presencia militar extranjera en su territorio, Alemania mejoró su posición internacional y era una prometedora realidad como república democrática.
En 1928 la armonía internacional se vio fortalecida cuando, por iniciativa de Francia y EEUU, 65 naciones firmaron en París el Pacto Briand-Kellog. El pacto rechazaba el recurso a la guerra y, aunque no establecía medidas coercitivas, afirmaba solemnemente la voluntad de los países de renunciar a la guerra como instrumento de política internacional. Parecía que, al fin, Europa (salvo excepciones) era decididamente democrática. Pero la depresión, que comenzó en 1929 fue una dura prueba a la que no pudo sobrevivir la democracia, e hizo que el partido nazi dejase de ser un grupo extremista marginal y se convirtiera en el partido más votado.
c. La crisis económica y la gran depresión.
La recuperación económica de 1924-28 fue precaria. Hubo desempleo al tiempo que se reforzaban gigantes industriales como el trust químico I. G. Farben. La inversión procedía sobre todo del extranjero y era a corto plazo, por lo que podía retirarse con facilidad. Los empresarios pensaban que los costes laborales eran demasiado elevados y anularon los compromisos entre sindicatos y patronal, en vigor en los primeros años de la República. El sistema de seguridad social introducido en 1927 se encontró con la hostilidad del empresariado debido a sus costes.
El acontecimiento decisivo fue la gran depresión. Los préstamos de EEUU cesaron de golpe, las fábricas cerraron o funcionaron a medio gas y el paro se disparó. Al acabar 1932 había 7 millones de parados (35% de la población activa). Muchos estaban sin empleo desde hacía 2 ó 3 años y habían agotado su derecho a prestación. La renta nacional cayó un 39%. La intensificación de la crisis en 1932 constituyó la base del triunfo del nazismo, por dos razones.
Primero, impulsó a la gran empresa a buscar una solución autoritaria que mitigase la presión a la que estaba sometida, desmantelando el Estado del bienestar, frenando o suprimiendo los sindicatos, proscribiendo a comunistas y socialistas y creando una fuerza de trabajo dócil y barata que le permitiese iniciar su recuperación. Pero en la gran empresa no había acuerdo sobre si apoyar a Hitler o escoger otro tipo de régimen autoritario, división que seguía en 1933. Gran parte de su financiación la obtenían los nazis de pequeños empresarios, donantes extranjeros, suscriptores de su prensa, afiliados, etc. No obstante, la gran empresa contribuyó a socavar la República de Weimar apoyando económicamente a grupos radicales de derecha, como el Partido Popular y los nacionalistas, nazis o no. Algunos representantes empresariales desempeñaron un papel en las intrigas políticas que llevaron a Hindenburg a nombrar canciller a Hitler en 1933. La mayoría del empresariado aceptó la decisión y algunos dieron importantes subvenciones a los nazis en los meses anteriores y posteriores a las elecciones de marzo de 1933.
Segundo, la gran depresión propició el desplazamiento masivo del voto hacia el partido nazi. Hasta 1928, la mayoría del voto nazi procedía de la pequeña burguesía protestante: empresarios, campesinos y artesanos. Su gran crecimiento a partir de 1930 se debió a votos antes dirigidos a partidos como el Nacionalista, el Popular o el Demócrata, que ahora caían en picado. Eran votos que procedían de casi todos los grupos sociales, en especial mujeres, trabajadores no manuales y obreros de pequeñas empresas, sobre todo de ciudades pequeñas. Los nazis ejercieron un especial atractivo entre los jóvenes de esos medios que votaban por primera vez. Los votantes nazis responsabilizaban del caos social, económico y político a los partidos políticos y se sentían atraídos por lo que los nazis ofrecían: una alternativa dinámica, carismática y bien organizada; que pretendía acabar con los “marxistas” y devolver a Alemania su orgullo.
Hubo sectores reacios al voto nazi, como el de los obreros industriales que no habían perdido su empleo. En los núcleos industriales con una larga tradición de compromiso con el movimiento obrero, el partido socialdemócrata siguió siendo fuerte y el voto comunista aumentó. Por su parte, los católicos siguieron votando al Centro. Pero puede decirse que entre 1930 y 1933 los nazis lograron crear un partido de masas que obtenía votos en casi todos los grupos sociales. En los últimos años de la República de Weimar, pues, el nazismo aglutinó el descontento y ejerció un gran atractivo para los jóvenes y las clases medias protestantes.
d. Evolución de la sociedad y la política alemanas a largo plazo.
Aunque el éxito electoral fue una condición sine qua non del triunfo nazi en 1933, no es del todo correcto afirmar que llegaron al poder por medios legales. En efecto, la dictadura sólo fue posible cuando las instituciones democráticas dejaron de funcionar en 1930, con el gobierno del nacionalista conservador Brüning. Éste, ante la oposición del Reichstag a varias medidas reaccionarias, hizo aprobar las leyes mediante el art. 48 y, más tarde, disolvió el Reichstag para que no pudiera protestar. La dictadura sólo fue posible cuando el canciller Von Papen destituyó inconstitucionalmente el gobierno de Prusia en 1932. Y sólo fue inevitable cuando los nazis, en los primeros meses del gobierno de Hitler, desataron una campaña de violencia, terror, asesinato e intimidación contra sus oponentes. La República fue derrotada por sus oponentes, no por sí misma; la muerte de la democracia alemana no fue un suicidio, sino un asesinato político.
Para algunos historiadores, es limitado centrarse en 1930-1933 para explicar la caída de Weimar y la llegada del Tercer Reich: los valores antidemocráticos tenían en Alemania raíces más profundas que en otros países. Mientras que en Inglaterra y Francia progresaron los valores liberales y democráticos, la aristocracia terrateniente (los junkers) controló la situación en Prusia e incluso en toda Alemania tras la unificación. La burguesía asumió los valores preindustriales y antidemocráticos de la aristocracia y adoptó formas nacionalistas y autoritarias para contrapesar el desafío de la clase obrera. Tras la derrota de 1918, la aristocracia junker, los oficiales del ejército, los altos funcionarios, la judicatura, etc., fomentaron el nacionalismo y no dejaron de socavar las instituciones republicanas. Por último, diversas intrigas centradas en el presidente Hindenburg, símbolo del viejo orden, instalaron en el poder a los nazis.
Pero esta interpretación plantea problemas. Ni la revolución inglesa ni la francesa fueron completas ni trajeron de inmediato la democracia, que se instauró a través de un largo camino con avances y retrocesos. Además, los junkers se vieron, de hecho, obligados a llegar a compromisos con las fuerzas “modernas”. El argumento de que fueron las “viejas” élites las que instalaron en el poder a los nazis, olvida que los terratenientes se habían distanciado de los industriales, bastante divididos a su vez con respecto al nazismo en 1933. Hay que tener en cuenta, por último, que las fuerzas “preindustriales” de la sociedad y la cultura alemanas no eran dominantes. Es cierto que fuerzas importantes se inclinaban por destruir la democracia, pero los partidarios de los nazis en 1932 procedían de todos los grupos sociales, desde la burguesía económica y profesional a trabajadores no manuales y obreros no sindicados de la pequeña industria que no eran fuerzas conservadoras al viejo estilo, sino modernas en muchos aspectos, valores y comportamientos.
El nazismo surgió como la mayor fuerza de la extrema derecha a finales de los años veinte, porque estaba bien organizado, era dinámico y tenía un líder carismático que supo aprovechar los temores y ansiedades de las clases medias. Se convirtió en un movimiento de masas a comienzos de los años treinta porque esas cualidades eran precisamente las que atraían a millones de personas cuyas vidas habían sido convulsionadas por la crisis, y que por sus valores y convicciones eran receptivas a la retórica demagógica del nacionalismo extremo. También es cierto que el ascenso de Hitler es inseparable de la debilidad de la República de Weimar. Sin duda, la primera experiencia de democracia parlamentaria en Alemania se realizó en una época de enormes dificultades y de grandes cambios en las estructuras sociales, económicas y políticas.
Lo que el nazismo ofrecía, y lo ofrecía cuando había millones de alemanes receptivos, era una versión modernizada y actualizada de los resentimientos nacionalistas radicales, en la que el deseo de los jóvenes de dinamismo y transformación pudo combinarse con el anhelo de orden, autoridad y estabilidad de los ancianos y personas de mediana edad.
B. Los primeros tiempos del poder nazi (1933-1934).
Cuando se nombró a Hitler canciller (30 enero 1933) la opinión pública internacional no manifestó, en general, una gran alarma, resaltándose que sólo había dos ministros nazis (Interior y Aire), mientras las carteras importantes las tenían partidos conservadores. Algunos creían que éstos, tras propiciar el ascenso de Hitler, podrían moderar sus excesos. Los conservadores creían poder felicitarse por utilizar hábilmente a los nazis para superar la crisis política mientras seguían controlando la situación. Sin embargo, los nazis emprendieron una rápida y concienzuda destrucción de las instituciones democráticas, maltratadas desde 1930, pero aún vivas.
El 27 de febrero era incendiado el edificio del Reichstag (un acto, quizá, de provocación nazi), lo que sirvió de pretexto para desatar la persecución de los comunistas. Al día siguiente, Hindenburg firmó un decreto de emergencia “Para la protección del pueblo y del Estado” que abolía los derechos democráticos básicos. Fueron prohibidas la prensa, las reuniones y las organizaciones comunistas y arrestados miles de funcionarios del partido. Hitler aseguraba a la prensa extranjera que eran medidas temporales para hacer frente a un levantamiento comunista. El decreto iba a ser uno de los pasos clave para la creación de la dictadura nazi, permitiendo obviar el proceso legal normal y destruyendo los derechos y libertades fundamentales.
Mientras tanto, las SA (las camisas pardas, creadas en 1921, secciones de asalto) y las SS (guardia personal de Hitler, creada en 1925) usaban el terror contra los oponentes políticos: daban palizas, humillaban y arrestaban. Funcionarios, jueces y fiscales judíos fueron cesados de forma inmediata. Los negocios judíos eran boicoteados y se adoptaron las primeras medidas para su marginación legal. Sólo en Prusia se efectuaron unos 25.000 arrestos en marzo y abril.
El 23 de marzo Hitler logró, con el apoyo de la derecha y del Centro católico y sin la presencia comunista, que el Reichstag renunciara a su poder legislativo al aprobar una ley de emergencia que le daba plenos poderes al margen de la Constitución. Era el inicio de la dictadura nazi. Los partidos burgueses consideraban esta ley necesaria y que los violentos excesos de las últimas semanas se debían a la amenaza de una conspiración comunista. La incesante campaña de propaganda y la mordaza impuesta a la prensa habían contribuido a que muchos ciudadanos no vieran el auténtico propósito de la ley, su origen anticonstitucional y su imposición ilegal.
Los socialdemócratas quisieron creer que la ley iba dirigida contra los comunistas y que su partido y sus sindicatos sobrevivirían. Cuando éstos fueron declarados ilegales, los sindicatos cristianos pensaron que se habían librado, pero también fueron prohibidos. De igual modo los partidos creían que Hitler sólo prohibiría al partido comunista y luego que el socialdemócrata sería el último en ser ilegalizado. Poco después sólo quedaba el partido nazi.
En abril se abolió la autonomía de los Estados (Ländler) federados en la República y se puso al frente de cada uno a un gobernador designado por el poder central. En mayo los sindicatos fueron disueltos y sus bienes transferidos a un Frente del Trabajo patrocinado por el gobierno. Ese mismo mes se celebró la primera quema pública de libros, un auto de fe presidido por Goebbels, ministro de Propaganda, que tenía el control de la prensa, la radio, el cine y todos los medios de comunicación. En julio, Hitler consagraba al NSDAP como partido único y en octubre Alemania abandonaba la Conferencia de Desarme y la SdN.
Seis meses después de la llegada de Hitler a la cancillería estaban ya establecidos los cimientos del Tercer Reich que sustituía a la República de Weimar. Hitler declaraba que, tras el Primer Reich (o Sacro Imperio Romano) y el Segundo (el imperio fundado por Bismarck), el Tercer Reich continuaba el proceso de la verdadera historia alemana y profetizaba que duraría mil años. Al igual que Mussolini, tomó el título de Guía (Führer). La nazificación de Alemania fue más rápida que la fascistización de Italia. Cualquier resto de separación de poderes desapareció con el sometimiento de los jueces al dictado del gobierno. Quienes no estaban convencidos de las ventajas del nuevo régimen, ni lo suficientemente desmoralizados para resignarse a la pasividad, eran perseguidos por la Gestapo (policía secreta estatal, creada en 1933 por Goering). También se crearon, desde el principio, campos de concentración para disidentes políticos, perseguidos raciales e inadaptados sociales. Antes de 1939 hubo varias decenas de campos en Alemania.
Ernst Röhm, jefe de las SA, deseaba formar un ejército nazi en el que los antiguos oficiales tendrían un papel subordinado, lo que suscitaba el rechazo de los militares, que socialmente tenían poco que ver con las bases de las SA. En 1933 las SA contaban con millones de miembros. Pero su apoyo ya no le era necesario a Hitler, una vez nombrado canciller, y las SA se convirtieron en un lastre, ya que la derecha y el ejército desaprobaban sus métodos brutales. Por otra parte, la retórica revolucionaria de los nazis, que en Hitler no era más que oportunismo para atraerse al proletariado, debía, a los ojos de las SA, traducirse en cambios reales.
La posición de Hitler no era segura: se le escapaba el control de las SA y corría el riesgo de ser desplazado si los conservadores se desencantaban de su gobierno. Algunos conservadores denunciaron el radicalismo de las SA con palabras que se dirigían también al propio régimen nazi y amenazaron con retirarse del gobierno si no se frenaba a los radicales. Hitler tuvo que tranquilizar a los industriales y al ejército dándoles garantías verbales y declarando que la revolución se había acabado. Pero esto no bastaba. Hitler era consciente de que a Hindenburg no le quedaba mucha vida y se hablaba de restaurar la monarquía a su muerte. Esto llevó a Hitler a acabar con las SA. Obtuvo el apoyo del ejército y utilizó a las SS para organizar el asesinato de los dirigentes de las SA. El 30 de junio de 1934, en la “noche de los cuchillos largos”, fueron asesinados varios cientos de jefes de las SA, así como adversarios al régimen en toda Alemania.
El resultado fue la estabilización del régimen. A partir de entonces el ejército y la derecha conservadora aceptaron el dominio de Hitler. La amenaza de revolución social representada por los nazis desapareció y el ejército gozó de cierto grado de independencia dentro de su campo. Los ganadores fueron las SS, que sustituirán la brutalidad desorganizada de las SA por métodos de represión más sistemáticos y eficaces, y mantendrán una rivalidad feroz con el ejército. Dirigidas por Himmler, se transformaron en una gigantesca organización que durante la guerra llegó a tener un millón de miembros. Sus funciones eran múltiples: tenían a su cargo el control de los campos de concentración y las Waffen-SS eran tropas de élite del ejército. Las SS llegaron a dominar todo el sistema policial, incluida la Gestapo, reorganizada y centralizada en 1934 para “investigar y contrarrestar todas las actividades que pongan en peligro al Estado”. Sus actividades no se podían cuestionar en los tribunales y, como las SS, estaba por encima del sistema judicial.
En agosto de 1934 muere el presidente Hindenburg y Hitler une a su condición de canciller la de presidente de Alemania, convirtiéndose en el Führer todopoderoso.
2. El Estado nazi y sus políticas.
A. La política económica y el rearme.
Para Hitler los objetivos económicos estaban subordinados a los políticos, lo cual se hizo obvio a partir de 1936, con la puesta en marcha de un “plan cuadrienal”. Hitler quería una Alemania autosuficiente (autarquía) que fuese invulnerable al bloqueo económico. Los químicos desarrollaron, con métodos costosos, caucho artificial, plásticos, tejidos sintéticos y muchos otros productos sustitutivos para poder prescindir de las materias primas importadas. Alemania se benefició de ser el principal mercado del que dependía Europa oriental. Mezclando las amenazas políticas con los negocios, mediante tratados bilaterales, los nazis intercambiaban trigo polaco, madera húngara o petróleo rumano por artículos de los que a Alemania le convenía desprenderse.
A partir de 1936, el gobierno se hicieron con la dirección económica del país, fijando objetivos y mermando la autonomía de los agentes económicos. Esto no quiere decir que se implantara una economía estatalizada y planificada. A pesar de la sumisión de la industria a la voluntad del dictador, los fundamentos capitalistas de la economía se mantuvieron. En la producción de armamentos, la frontera entre el intervencionismo y la iniciativa privada fluctuaba a menudo. A partir de 1936, la industria se puso cada vez más al servicio de los preparativos bélicos. La industria tuvo que renunciar al principio capitalista de obtener los máximos beneficios con un mínimo de inversiones, en favor de los objetivos bélicos y políticos del Tercer Reich. A cambio, se le prometió compensación en años venideros, con el botín bélico.
La industria se organizó en torno a la producción de material de guerra, si bien, por expreso deseo de Hitler, no se redujo mucho la capacidad de atender el consumo privado y civil. Los gastos en armamento crecieron en detrimento, entre otros, del sector de la construcción. Durante la puesta en práctica del “plan”, se apeló a la población (y no sin éxito) para que aceptase las estrecheces del momento a cambio de la expectativa de futuras conquistas de “espacio vital” y venideros botines bélicos. Esta voluntad de “preparar la guerra en la paz” provocó numerosas tensiones en las relaciones entre política y economía, debido, en parte, a la escasez de materias primas, divisas y fuerza de trabajo. La economía del Tercer Reich, al verse obligada a satisfacer al mismo tiempo las necesidades de la guerra y de la paz, no estuvo en condiciones de prepararse para una guerra de desgaste. El rearme no logró suministrar los recursos necesarios para una guerra a gran escala. Se ha calculado que en 1939 el ejército alemán tenía reservas de municiones para sólo seis semanas y no para los seis meses recomendados por el alto mando.
Como consecuencia de la puesta en práctica de un rearme inmoderado, la situación económica se agravó, convirtiéndose en uno de los retos más serios del régimen. En último término, dicho reto no podía conducir más que a la guerra, es decir a una especie de huida hacia adelante con el fin de superarlo gracias a la utilización del armamento fabricado y al consecuente botín bélico. El desarrollo armamentista, al no respetar los principios de rentabilidad económica, conducía al país a la disyuntiva entre la bancarrota o la guerra.
La economía alemana entró pronto en un callejón sin salida debido, sobre todo, a que el paro inicial se vio sustituido por una falta de mano de obra para la industria de armamento. Esta carencia se agravó debido, entre otras cosas, al aumento del servicio militar a dos años, a la demanda de mano de obra para las construcciones militares en la frontera occidental y el rearme de la marina, proceso desarrollado sobre todo a partir de 1938 y 1939 y que vino a añadirse a otros que ya estaban en marcha en el Ejército de Tierra y en el del Aire. Alemania, ese “pueblo sin espacio”, según decía la propaganda, no tenía los hombres que requerían sus ambiciosos planes de rearme y conquista (después, como consecuencia de las conquistas territoriales, esta carencia pudo paliarse un tanto con la utilización de prisioneros extranjeros).
En las fábricas se instituyó al empresario como Führer a pequeña escala, con un control sometido a estrecha supervisión gubernamental. Las grandes empresas resultaron favorecidas por el sistema de concesiones de crédito y la ley de cartelización obligatoria. La pequeña empresa y el artesanado se ven, en cambio, perjudicados por la fijación de precios.
Se lanzó un gran programa de obras públicas, se organizaron proyectos de repoblación forestal y de saneamiento de zonas pantanosas, se construyeron viviendas y autopistas. Todo ello, junto con el programa de rearme, absorbió a los parados, y, en poco tiempo, el paro descendió notablemente. No obstante, incluso según las estadísticas nazis, la participación salarial en la renta nacional se redujo, pero los obreros tenían trabajo y una organización llamada A la fuerza por la alegría atendía a las personas de pocos ingresos, organizando diversiones, vacaciones y viajes. No se puede negar que a la mayoría de los trabajadores les fue mejor de lo que les había ido en 1929-1933. Pero el estancamiento de los salarios nominales impidió que mejorase la suerte de los obreros, sometidos a una fuerte explotación física. Aniquilados los sindicatos, los trabajadores fueron incorporados al Frente del Trabajo, organización única, obligatoria, formada por uniones y asociaciones de oficios, cada una de ellas al mando de un Führer. Los hombres de confianza de cada empresa eran militantes nazis designados por el personal basándose en una lista de candidatos presentada por el patrono, de acuerdo con el jefe de la célula nazi de la empresa.
B. Control, propaganda y cultura nazis.
Como en Italia, el nazismo consiguió la adhesión de un amplio sector de la población, movilizada a través de un poderoso aparato de propaganda. Aunque es evidente que la reabsorción del paro también contribuyó, la adhesión de las masas al nazismo no puede explicarse sin una propaganda moderna que incluía desde gigantescos y elaborados desfiles y concentraciones, hasta los medios de comunicación de masas y todas las artes visuales.
El nazismo trató en gran medida de definirse y legitimarse por su arte y su cultura de masas. Uno de los rasgos más impresionantes de su movilización cultural fue el uso de los medios de comunicación de masas, siendo Joseph Goebbels ministro de Propaganda. La propaganda directa, escrita o hablada, era sólo un aspecto de un asalto a fondo a la mente y los sentidos, para crear una nueva psicología un “hombre nuevo”. La propaganda, la cultura y el arte se utilizaban tanto para ocultar como para persuadir y su efecto fue impresionante.
A través de poderosos medios controlados por el Estado, la propaganda sustituyó al pensamiento independiente. El Estado “manufacturaba” pensamiento y también emociones: los grandes mítines se organizaban con una elaborada escenografía, creando un marco grandioso y una atmósfera adecuada para que las masas se identificaran con Hitler y la nueva Alemania. Goebbels utilizó hábilmente la radio para lograr grandes audiencias a los discursos de los líderes. En agosto de 1933 se inauguraron las “radios del pueblo”; ese año sólo el 25% de las casas tenían aparato de radio, pero en 1939 lo tenían ya un 70%. Como los libros y todo lo que se publicaba, también la prensa fue controlada. En 1933 la importante prensa comunista y socialdemócrata fue confiscada. En los años siguientes los nazis se hicieron cargo de casi todos los periódicos del país.
Hitler valoraba especialmente las artes visuales. El Tercer Reich fijó las normas de su propio estilo de arte, que tendía a crear versiones románticas y heroicas del realismo, junto a frecuentes motivos neoclásicos en arquitectura. El arte nazi insistía en el desnudo como revelador de la “raza”. En cambio, el de las vanguardias se consideraba “arte degenerado” y, como miles de escritores, muchos artistas plásticos se vieron obligados a exiliarse.
Tampoco el cine escapó al control del Estado. Goebbels, que estaba muy interesado en él, no trató de convertir toda la industria en un instrumento de propaganda. Entre 1933 y 1944, se produjeron en Alemania unas 1.100 películas, de las cuales la mitad eran musicales o comedias sentimentales. Sólo 96 se rodaron por orden directa de Goebbels, siendo producciones de gran coste. Hay coincidencia en señalar que las películas nazis de mayor calidad fueron los documentales de Leni Riefenstahl El triunfo de la voluntad y Olimpiada.
La formación de la juventud en los valores nazis fue un objetivo prioritario del régimen, al que contribuyó la drástica depuración política y racial del profesorado y al que se dedicó un esfuerzo impresionante. En 1933 se crearon la Juventudes Hitlerianas, obligatorias en 1936 para todos los jóvenes. Para las jóvenes se creó una organización equivalente, la Liga de Muchachas Alemanas. El Servicio del Trabajo Obligatorio, que más adelante también incluyó a las chicas, se convirtió cada vez más en una institución propagandística. Todas estas organizaciones estaban pensadas para acabar con las diferencias de clase y de educación y para crear una sensación de comunidad basada en la pureza ideológica y racial. También se crearon colegios especiales nazis, que hacían hincapié en la obediencia incondicional y en la fe ciega en la causa. Estas instituciones contribuyeron a disimular las eternas divisiones de clase dentro de la sociedad alemana.
Pocos años después de la llegada de Hitler al poder, aunque el régimen no carecía de un cierto grado de confusión y de rivalidades internas, el nazismo había convertido a Alemania en una gigantesca y disciplinada máquina de guerra, había liquidado o silenciado a sus adversarios internos, mientras sus hipnotizadas masas bramaban su aprobación en manifestaciones asombrosas, dispuestas a seguir al Führer a donde hiciera falta. “Hoy, Alemania. Mañana, el mundo entero”, decía una amenazadora frase usada por los nazis.
C. La política racial y la política de género.
La “purificación racial” comenzó con la segregación de los judíos y alcanzó también a los no judíos con deficiencias físicas o mentales. Tras la Ley de Poderes de Emergencia (marzo de 1933), Goebbels y Streicher formaron un comité para organizar el boicot de todos los negocios judíos en Alemania, pero la mayoría de la población no hizo mucho caso e incluso los antisemitas siguieron comprando en las tiendas judías cuando los precios eran atractivos. Al cabo de tres días el régimen tuvo que acabar con el boicot, ya que la reacción pública no había sido tan positiva como se preveía y había causado escándalo en el extranjero. La discriminación de los judíos en el funcionariado y las profesiones liberales y la “arianización” de importantes editoriales fueron los ejemplos más notorios de la política antisemita del gobierno hasta las leyes de Nuremberg de 1935. Hubo no poca oposición a estas leyes dentro del funcionariado, sobre todo por el absurdo sistema de clasificación racial en “arios”, “judíos totales” y “cruces” de grado 1 y 2.
Hasta la “noche de los cristales rotos” (noviembre de 1938) emigraron unos 170.000 judíos. Otros 375.000 prefirieron quedarse, al asegurar Hitler que no se adoptarían más medidas sobre la “cuestión judía”. Pero éstos se quedaron sin derechos, no podían ejercer su profesión, se les arrebató gran parte de sus bienes, quedaron sometidos a impuestos especiales y se les prohibió entrar en la mayoría de los sitios públicos. Inmediatamente después, unos 30.000 judíos fueron enviados a campos de concentración. Los que querían abandonar Alemania debían pagar un impuesto al alcance sólo de los ricos. Cuando comenzó la guerra, quedaban en Alemania unos 180.000 judíos. La gran mayoría de las víctimas de la “solución final” fueron judíos no alemanes.
Para el régimen nacionalsocialista, que se consideraba a sí mismo un régimen masculino, la emancipación de la mujer era una consecuencia funesta de la influencia judía, ya que las mujeres judías habían desempeñado un papel importante en el movimiento de las mujeres alemanas, al defender el reconocimiento social de éstas y su acceso a todas las profesiones.
Las leyes antisemitas fueron sólo parte de la política eugenésica destinada a preservar la pureza de la supuesta “raza aria”. Las primeras leyes de abril de 1933 expulsaron a los judíos del servicio civil, donde había muchas maestras, y de las universidades, donde la proporción de mujeres estudiantes era mucho mayor entre los judíos que entre los no judíos.
En junio de 1933, el ministro del Interior presentó su programa sobre la “raza y la política demográfica”: estimaba que una parte importante de la población eran indeseables como madres o padres y que la tasa de natalidad de los alemanes “sanos” debía subir al 30%. Concluía afirmando la necesidad de impedir la reproducción de los “hereditariamente ineptos”. Inmediatamente se introdujo la esterilización eugenésica que, si era necesario, debía ponerse en práctica por la fuerza, con la ayuda de la policía. En 1937 había sido esterilizadas 200.000 personas, cifra que llegó a las 400.000 en 1942 (hombres y mujeres al 50%), el 1% de la población en edad fértil. Una gigantesca campaña propagandística intentó (aunque sin demasiado éxito) convencer a los alemanes de los beneficios del antinatalismo selectivo. Nunca, ningún Estado había puesto en marcha una política antinatalista de tales dimensiones, precursora del asesinato en masa.
Mientras las mujeres constituían sólo la mitad de las víctimas de la esterilización, llegaban al 90% de los varios miles que morían a causa de la operación. La ley de esterilización fue proclamada como “la primacía del Estado sobre la esfera de la vida, el patrimonio y la familia” y como uno de esos campos en los que “lo privado es político”, como un campo, obviamente, de particular interés para las mujeres, al igual que todas las cuestiones relativas a la procreación y la crianza de los hijos. Como modo de resistencia a la esterilización, muchas mujeres, particularmente las jóvenes, intentaron quedar embarazadas antes de la operación pero, en 1935, los “embarazos de protesta” (como fueron llamados por las autoridades) dejaron de tener eficacia al aprobarse una ley de aborto: entonces se impusieron abortos por razones eugenésicas hasta el sexto mes de embarazo que iban unidos a la esterilización forzosa. Durante el período nazi se realizaron alrededor de 30.000 abortos eugenésicos, todos acompañados de esterilización.
La propaganda nazi a favor de la esterilización y el racismo se extendió a veces de forma específica a las mujeres, pues se suponía que eran especialmente reacias a esta política. La propaganda nazi decía a las mujeres que el “objetivo” del Estado no era la “procreación”, sino la “regeneración”. El “maternalismo” fue tildado de humanitarismo sentimental y se aseguraba que “del instinto femenino de cuidar de todo el que requería ayuda” se derivaba un peligro para la raza. Los libros escolares para niñas enseñaban en tres páginas la gloria de la maternidad, pero dedicaban doce a la posible necesidad de esterilizar “al propio hijo amado” y de prohibir casarse con judíos, gitanos y otros individuos de “inferior” calidad hereditaria.
La política nazi de esterilización, llamada también “prevención de la vida sin valor”, tuvo su continuación en la campaña de eutanasia para liquidar a deficientes y enfermos incurables, la llamada “acción T4”. Ésta comenzó en 1939: en la primavera se eliminaron a unos 5.000 niños con defectos mentales o físicos, y en el otoño, una segunda fase liquidó a unos 100.000 “enfermos incurables”, llegándose a matar a 200.000 enfermos, ancianos y minusválidos, en su mayoría internados en clínicas psiquiátricas. Todos los internos judíos fueron eliminados: el programa de eutanasia fue la primera fase de la masacre sistemática de judíos. En una especie de ensayo para la “solución final”, se construyeron varias instalaciones especiales con gas venenoso. Esta experiencia y parte del personal se aprovecharían más tarde para aplicarla a los judíos.
A finales de 1941, las cámaras de gas y su personal masculino fueron trasladados a las zonas ocupadas del Este, donde sirvieron para matar a millones de judíos y gitanos. Antes de usarse gas, ya se había matado a miles de judíos mediante fusilamientos masivos. Al parecer, los hombres de las SS tuvieron “dificultades psicológicas”, especialmente en relación con el fusilamiento de mujeres y de niños. El gas se introdujo a finales de 1941 no sólo para acelerar las matanzas masivas, sino también para evitar a los verdugos esos escrúpulos. Los primeros furgones de gas se utilizaron principalmente para matar mujeres y niños. En la primera fase de la masacre del gueto judío, la mayoría de las víctimas fueron mujeres. Cuando, desde finales de 1941, entraron en funcionamiento las cámaras de gas fijas de Auschwitz, las víctimas selecciona-das para morir apenas llegadas eran sobre todo mujeres judías, y sobre todo las que tenían hijos, mientras que a muchos de los varones judíos se los enviaba a campos de trabajos forzados. Casi dos tercios de los judíos alemanes deportados a los campos de exterminio y muertos allí fueron mujeres; y de los gitanos gaseados en Auschwitz, la proporción de mujeres fue del 56%.
Las mujeres activistas nazis eran minoría entre los ejecutores y entre las mujeres en general, pero muy decididas y eficientes. Aunque la política de esterilización estaba dirigida por hombres, había trabajadoras sociales y médicas que ayudaban a seleccionar a los candidatos. Había enfermeras que asistían a los médicos en la selección y el asesinato. Había académicas que cooperaban con sus superiores en los estudios sobre gitanos y sentaban las bases para su selección y exterminio. Las guardianas de los campos de concentración provenían en su mayoría de los estratos más bajos o de clase obrera y se habían ofrecido voluntarias para el trabajo con miras a un cierto ascenso social. Muchas otras mujeres, conscientes o no, trabajaron junto con los hombres en la compleja burocracia genocida, como las secretarias en las oficinas del Estado y del partido.
La imagen de las mujeres como madres y esposas no ocupó el centro de la visión nazi de la mujer ni fue específica del nazismo. El régimen nazi no excluyó del empleo a las mujeres. El número de empleadas se elevó más de un millón entre 1933 y 1939. No sólo el número de empleadas solteras, sino también, y mucho, el de mujeres casadas y madres. En 1939, más del 24 % de las mujeres que trabajaban tenían hijos. Durante la 2ª G.M. se incorporaron casi 2,5 millones de mujeres extranjeras al trabajo en la industria y la agricultura alemanas junto con un número mucho mayor de hombres. La mayoría de ellos procedía de la Europa del este ocupada y se les hacía trabajar por la fuerza. Cuanto más bajo era su “valor racial” (el más bajo era el de los rusos seguido de los polacos), mayor era la proporción de mujeres trabajadoras.
El constante crecimiento del empleo femenino desde finales del siglo XIX no se interrumpió durante el período nazi. Una parte notable del mismo se localizó en sectores “no modernos” (agricultura, servicio doméstico...), pero las cifras globales muestran una elevada proporción de empleo femenino en relación con otros países. Incluso se invirtió la política de excluir a las mujeres de las universidades y de muchas profesiones, predominante entre 1933 y 1936. El culto a la maternidad distaba, pues, de ser en general un objetivo primario de la política nazi. Durante las campañas electorales de principios de los años treinta, los nazis pusieron mucho énfasis en desmentir la afirmación de que el régimen nazi expulsaría a las mujeres de sus trabajos y prometían elevar el nivel del empleo femenino. En las tres últimas elecciones el apoyo femenino al partido nazi parece haber subido considerablemente.
Pero la opinión nazi sobre el empleo femenino no era homogénea. Muchos se oponían al “doble salario”, si bien esa oposición no fue específica del nazismo, ya que la apoyaban hombres y mujeres en todos los países afectados por la crisis. La propia imagen nazi de la mujer tampoco era coherente, pues incluía una mezcla de rasgos diferentes. Pero, desde luego, distaba mucho de la imagen tradicional que limitaba a la mujer al mundo doméstico, ya que, aunque incluía este rasgo, se reconocía que era un sueño imposible. La mujer nazi ideal debía servir al Estado por encima de todo, en la familia o en el trabajo, en la paz o en la guerra. De hecho, la imagen pública de la mujer en EEUU en los años treinta se limitaba mucho más a las “tareas del ama de casa” que la imagen nazi. Por ello, durante la 2ª G.M., la propaganda lo tuvo más difícil en EEUU que en Alemania para persuadir a las mujeres de que se incorporaran al trabajo. En Alemana, a diferencia de EEUU, se crearon muchas guarderías infantiles antes y durante la guerra para posibilitar a la mujer trabajar fuera del hogar. En 1942 la ley protegía a la mujer embarazada y a las madres jóvenes empleadas con el fin de alentar o conciliar trabajo y maternidad.
En cuanto a la política natalista, se adoptaron algunas medidas de protección social para aumentar los nacimientos: préstamos a bajo interés para maridos cuyas esposas hubieran dejado su empleo para casarse; descuentos sobre el impuesto sobre la renta y sobre la herencia para quienes tuvieran hijos y aumento de los impuestos para quienes no los tenían; y algunas ayudas estatales mensuales para familias con muchos hijos. En otros países europeos existieron medidas análogas, pero lo que sí era específico de Alemania fue el hecho de que los subsidios familiares no se pagaban a esposas y madres sino a maridos y padres. No se trataba de mejorar el estatus de la madre, sino el del padre en relación con el de los solteros.
El partido nazi sí ofrecía ciertos beneficios directamente a las madres y los hijos, socorriendo a las madres pobres pero “puras” y con muchos hijos, a las mujeres embarazadas, viudas o divorciadas y a las madres solteras, si bien la abrumadora mayoría de las madres no recibió beneficios económicos, sino tan sólo honores y propaganda. El efecto de la propaganda pronatalista y de las ayudas a la natalidad fue limitado. Las tasa de natalidad se incrementó entre 1933 y 1936; entonces se quedó casi estancada y volvió a caer durante la 2ª G.M.
D. Nazismo y cristianismo.
Teológicamente, puede calificarse al nazismo de movimiento pagano; a veces se le ha considerado también como una “religión política”. Hitler pretendía que la ideología racial aria cumpliera una especie de función religiosa (no olvidemos el carácter tan marcadamente litúrgico de los rituales públicos nazis). Al convertirse el nazismo en un movimiento de masas, los nazis cuidaron (aunque no siempre) de hablar con respeto del cristianismo y de la Iglesia, así como de condenar el carácter “antirreligioso” del marxismo. Pero esto no era más que oportunismo dirigido a la conquista y al afianzamiento del poder, ya que los nazis eran conscientes de la incompatibilidad entre las concepciones del cristianismo y del nacionalsocialismo.
Ya en julio de 1933 la Iglesia católica decidió apoyar al régimen nazi (abandonando al partido del Centro Católico, entonces disuelto), firmando un Concordato que garantizaba a la Iglesia sus propiedades y pleno derecho a administrar los sacramentos. Se podían publicar cartas pastorales y se seguían tolerando los colegios católicos. El cardenal Paccelli (el futuro Pío XII) aceptó que todas las organizaciones políticas y sociales de la Iglesia fueran disueltas, y Pío XI manifestó su “alegría de ver en Hitler, al frente del gobierno alemán, a una personalidad decidida en la lucha sin compromiso contra el comunismo y el nihilismo”.
La situación era algo distinta entre los protestantes. Un grupo, los “cristianos alemanes”, apoyaba plenamente a los nazis e incluso se autodenominaban “nacionalsocialistas evangélicos”. Los que creían que el mensaje evangélico y el nazismo eran irreconciliables se unieron a la “Liga de Emergencia de los Pastores”, que sería la base de la Iglesia confesional, centro de oposición al régimen. El que sus miembros fueran en su mayoría sólidos burgueses conservadores, planteaba algún problema al régimen, pero no impidió que algunos fueran víctimas de la represión nazi.
Con el tiempo la Iglesia católica modificó su posición, quejándose de las constantes violaciones del Concordato, en especial de los ataques a colegios católicos después de 1935. La política nazi sobre esterilización obligatoria, aborto y trato a los minusválidos se topó con una fuerte oposición por parte de la Iglesia. En marzo de 1937 el Papa publicó la encíclica Mit brennender Sorge (“Con ardiente celo”), en la que hablaba de los sufrimientos de la Iglesia en Alemania y de la “batalla de aniquilamiento que se estaba librando contra ella”.
En la Iglesia evangélica los “cristianos alemanes” seguían siendo leales al régimen en tanto que la Iglesia confesional lo criticaba abiertamente. En 1935 los confesionales condenaron la filosofía nazi por anticristiana y falsa y propusieron que la obligación de un cristiano de obedecer al Estado tuviera límites. En 1937 unos 8.000 sacerdotes de la Iglesia confesional fueron arrestados. Si el régimen nazi hubiera sobrevivido no cabe duda que habría incrementado sus ataques a las iglesias, pero con el estallido de la guerra se vio obligado a ser un poco más tolerante para evitar poner en peligro la cohesión nacional.
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Hª Contemporánea Universal (hasta 1945) - Lectura 22
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