Filosofía y Ciencia


Metrópolis; Fritz Lang


METRÓPOLIS

Este clásico del cine de todos los tiempos nacido de la mano del fan-tástico y mítico Fritz Lang muestra una sociedad futurista e industrializa-da hasta cotas elevadísimas. Este maravilloso filme nos advierte acerca del peligro de la mecanización. Narra la historia de Metrópolis, una ciudad del futuro. Bajo ella, en las entrañas de la tierra, viven los obreros, que son los encargados de velar por el correcto funcionamiento de las máquinas que mantienen viva a la gran urbe. Los trabajadores se ven condenados a du-ras y pesadas jornadas laborales de diez horas, mientras arriba un jardín de placer deleita a los amos de Metrópolis. Entre los obreros se encuentra la bella María, que se encarga de predicar la paz y el conformismo entre los explotados laboradores que moran las profundidades de la tierra. Freder, hijo del dueño de Metrópolis, queda prendado de la joven, y es así como desciende a un mundo totalmente desconocido para él y toma conciencia de que se hace precisa su función de mediador entre “esclavos” y “amos” con el fin de mejorar las condiciones de los obreros. Mientras tanto John Fredersen, dueño de la ciudad, y Rotwang, científico y esotérico, han urdi-do un malévolo plan: Rotwang ha creado una máquina a imagen del hom-bre. El robot cobrará la apariencia de María y, suplantándola, destruirá todas sus enseñanzas creando así la discordia entre los trabajadores. Tales son las intenciones que mueven a los dos hombres a secuestrar a la chica y enviar al robot a las entrañas de la tierra. Y su proyecto da resultado: los obreros, siguiendo a la falsa María, que ya no habla de paz y sumisión sino de guerra y rebelión, se lanzan a las calles y comienzan a destruir las má-quinas, la ciudad. El joven Freder ha observado todo el proceso con pavo-roso asombro y no da crédito a lo que ven sus ojos. Debido a los desperfec-tos ocasionados en las máquinas por los trabajadores la ciudad se inun-da, corriendo así sus vidas un grave peligro. Cuando los obreros caen en la cuenta de ello, cuando son conscientes de que el destruir la maquinaria sólo les conduciría a la autodestrucción, corren a buscar a la falsa María, a “la bruja” (como la llaman en algún momento de la película), para pren-derla como castigo a sus despiadados actos. Por fin la atrapan y la pren-den. Una vez está ardiendo en la hoguera se descubre su verdadera natu-raleza: su apariencia humana da paso a mostrar al robot que realmente es. Rotwang teme que los trabajadores le maten tan pronto como se den cuen-ta de que había sido él el causante de todos sus males, de modo que secuestra a la verdadera María (que se está encargando de salvar a los hijos de los obreros de una muerte segura). Mas Freder corre a salvarla. Entre tanto, el señor Fredersen, informado de lo que está ocurriendo en las profundidades de la tierra y de que su hijo Freder se encuentra allí, acude alarmado a la ciudad de los obreros. Freder ha dado caza al malvado científico, y ambos luchan encarnizadamente. Al final el joven vence y rescata a su amada María para reunirse con su padre y el capataz de los trabajadores un poco más tarde. «No puede haber entendimiento entre las manos y el cerebro si el corazón no actúa como mediador», anuncia la muchacha. Es entonces cuando Freder tiende las manos entre su padre y el capataz para que éstos se las estrechen firmando así el pacto que con-ducirá hacia la ingenua conciliación de clases antagónicas.

Se aprecian en la película claros tintes fascistas (no debemos olvidar que la novela en la que se basa el filme es de Thea von Harbour, cuyos guiones están impregnados de evidentes influencias pronazis, y que el mis-mo fue producido con capital de la UFA), tal es el caso del corazón que ha de mediar entre las manos (los explotados) y el cerebro (los explotadores). No se cuestiona aquí ni la división de clases ni el status quo de los ciuda-danos, sino que se opta por continuar con el sistema de la estratificación social introduciendo únicamente un elemento nuevo: el mediador. Es más, presenta a la María “buena” como un modelo de sumisión y resignación ante la penosa situación de los esclavos, con la esperanza de que algún día llegue ese mediador que acabe con sus males, eso sí, pero resignación al fin y al cabo. Se muestra, por el contrario, a la “falsa” María como una revolucionaria que incita a los obreros al inconformismo, hacia la conquis-ta de áquello que, por derecho, le pertenece. No debemos olvidar tampoco que fascismo y nazismo son movimientos políticos muy preocupados por el desarrollo tecnológico debido a su afán de avanzar, de engrandecerse.

Mas no es mi intención entrar en divagaciones políticas acerca del mensaje de la película, ya que el tema que nos ocupa es otro muy distinto, tal es el fenómeno tecnológico. Pues bien, se anticipan en la cinta varios inventos posteriores, como son los circuitos cerrados de televisión y com-putadoras que se encuentran en el despacho del señor Fredersen. Pero eso quizá no sea lo más importante que Fritz Lang nos quiere mostrar aquí. Él pretende, como ya hizo Mary Shelley en su obra, advertir del peligro de la industrialización. Es aquí presentada la tecnología como un instrumento para deshumanizar y controlar a las masas, y la causa de la destrucción del individual. Prueba de ello dan la aparición de imágenes apocalípticas insertadas a lo largo del vídeo. Entre ellas podemos destacar la Torre de Babel (símbolo claro y explícito de aquel que se quiere elevar a la categoría de Dios para, desde allí, controlarlo y dirigirlo todo), la ficticia crucifixión de Freder al intentar ayudar a un obrero mientras clama su « ¡Padre, pa-dre, no sabía que diez horas pudieran ser una tortura así!», o la visión de los Siete Pecados Capitales (encabezados por la Muerte) en algún que otro momento de la reproducción, que miran a las cámaras denunciando con ello la destrucción hacia la cual se encaminan los habitantes de la futuris-ta ciudad. Todo ello hace que el balance que se pueda deducir de la pe-lícula con respecto al futuro de la sociedad industrializada no sea muy positivo.

Las condiciones de los obreros producto de la mecanización que nos presenta Lang en este filme, traen a la memoria áquellas otras de las que fueron víctimas los trabajadores de la época de la Revolución Industrial. Las duras jornadas de diez horas, la explotación, el hacinamiento, las pobres y peligrosas condiciones laborales..., no son sino un reflejo de aquello que ya experimentaron los trabajadores del siglo XIX. Incluso hay un algo en la película que puede corroborar esta comparación: la destruc-ción de las máquinas nos trae a la memoria el luddismo, el movimiento mecanoclasta. Sólo existe una diferencia entre el vídeo y lo que realmente ocurrió en la historia en lo que a las causas del “mecanoclastismo” se refiere: en la Revolución Industrial los obreros se reunían y actuaban conforme a movimientos organizados y clandestinos destruyendo las máquinas con el fin de conservar sus precarios y miserables (aunque para ellos infinitamente valiosos) puestos de trabajo; Fritz Lang, por el contrario hace ver en esta actuación de los trabajadores una manifestación de su cólera contra los señores de Metrópolis. De labios de la falsa María los obreros comienzan a descubrir que también son personas, que sus males no están justificados, que no es justo servir a áquellos que los explotan y esclavizan a cambio de un mísero sustento. Y ésto es lo que les lleva a la destrucción de las máquinas que mantienen viva a la ciudad, aunque ello implique la autodestrucción.

Otro punto muy importante a tener en cuenta es el de la construc-ción del robot. Ello, además de anticipar creaciones posteriores, supone un punto sobre el cual bien podríamos reflexionar algo más detenidamente. «Ya he terminado mi obra. He creado una máquina a imagen del hombre que nunca se cansa ni comete errores. A partir de ahora ya no necesitare-mos obreros humanos. ¿No ha valido la pena perder una mano para poder crear a los trabajadores del futuro? ¡La máquina humana! Déme otras veinticuatro horas y le traeré una máquina que nadie será capaz de dife-renciar de un ser humano.», estas son las palabras que Rotwang pronun-cia eufórico ante el señor Fredersen una vez ha llevado a cabo éxitosamen-te su proyecto de crear un robot con apariencia humana. En caso de que el resultado de su obra fuera el esperado ya no serían precisos los obreros, puesto que la máquina sería capaz de realizar un trabajo similar al de éstos (o incluso con un resultado muy superior), lo cual, claro está, repor-taría un considerable beneficio, por un lado, y un ahorro, por otra, a los señores de Metrópolis (más trabajo en menos tiempo y a menor coste). La creación de Rotwang da que pensar, pues ello bien podría conducir a la destrucción de la clase obrera de la ciudad una vez constatada la superio-ridad de la máquina sobre los trabajadores.

Una situación muy parecida a esta que se presenta aquí tuvo lugar en el siglo XIX con la Revolución Industrial. Con la aparición de nuevos inventos tales como las máquina de vapor o los telares las clases humildes, los obreros, fueron relegados a un segundo plano. Ya no se precisaba tal cantidad de mano de obra puesto que, gracias a uno de aquellos recién inventados artefactos, se podía realizar un trabajo equipa-rable al que harían cinco o seis trabajadores. Es por ello que uno de los miedos que llevaron a los luddistas a adoptar su postura fue el temor al paro. Pero no se trata en la película de un invento, de una simple máquina. Porque lo que ha creado el científico no es sólo aparato, sino que es un hombre. Un hombre sin sentimientos ni alma, eso sí, pero a la hora de emplear la fuerza bruta puede que los sentimientos estén de más. El androide comenzaría por sustituir a las clases bajas, y quién sabe si pronto se podría comparar con el hombre de carne y hueso. Si puede sustituir a los obreros... ¿quién dice que no pueda sustituirnos también a nosotros? Un robot debidamente programado sería capaz de hacer cual-quier cosa, por muy humana que la función en cuestión pueda parecer. Y este es un riesgo que debemos correr.

También se plantea en el filme el tema de la máquina que destruye al hombre. Es el androide creado por Rotwang el que lleva a los obreros a la destrucción. Cuando el invento se nos va de las manos, cuando la creación escapa a las intenciones de su creador, a sus órdenes, es cuando comienza a surgir el verdadero problema. Porque nosotros jugamos con la ventaja de que las máquinas no piensan, pero... ¿y si comenzaran a hacerlo? ¿Podríamos nosotros impedir que nos condujeran a la autodes-trucción (como, de hecho, ocurre en Metrópolis)? Esto es algo a lo que sólo el correr del tiempo podrá contestar. Quizá todo lo que aquí acabo de exponer parezca una ficción, o tal vez no. Pero la ficción puede ser muchas veces superada con creces por la realidad. Eso es algo que nunca debemos olvidar. Y Metrópolis, creación cumbre del séptimo arte, modelo a seguir por muchos directores posteriores, inigualable obra maestra, nos advierte de ello.

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Enviado por:Cloud
Idioma: castellano
País: España

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