Literatura
Memorias de Adriano; Marguerite Yourcenar
TRABAJO PARA DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO:
EL EMPERADOR ADRIANO
1.- ¿QUIEN FUE ADRIANO?
Publio Aelio Adriano (76-138), aun en mayor medida que Trajano, representa la consolidación de la dinastía Aelia y el poder del Partido Hispano en Roma, pero también el milagro de conjugar en su persona cuatro elementos capaces de arruinar cualquier imperio: un alma atormentada, un talento excepcional, una personalidad avasalladora y una idea fatalista y melancólica del mundo. Para algunos es el emperador más importante de Roma. Se le ha considerado el precursor del despotismo ilustrado, pero al lado de Adriano los reyes europeos del siglo XVIII no pasan de tiranos alfabetizados.
Era sobrino del emperador Trajano, quien lo adoptó al quedar huérfano, pero su personalidad era muy distinta y le resultaba detestable a Trajano. La elección de Adriano como sucesor se debe en buena medida a la emperatriz Plotina, que lo incorporó a la familia casándolo con una sobrina carnal, la gaditana Vibia Sabina. Era una belleza fría, discreta, adecuada para un hombre tan brillante como complicado. Según algunas fuentes turbias, como Dión de Casio, Adriano fue amante de la esposa de Trajano, captándose así su favor, pero en la Roma del siglo II la promiscuidad sexual era demasiado corriente para resultar decisiva.
La doctrina aún discute si realmente Adriano nació en Itálica o en Roma. En todo caso el enrizamiento familiar en Hispania era tan fuerte y la romanización de los hispnos tan acreditada que al cumplir los 15 años Adriano marchó de Roma a la Bética para estudiar en Córdoba, Itálica y Gades. No se trataba de recibir una formación localista. Más aún que en Roma, en Hispania se adoraba a Grecia, cuna del Saber y no del Poder. Las lecturas de Lucano, Marcial, Quintiliano y, sobre todo, Séneca, condujeron a Adriano a los estoicos, en especial a Epiteto. Pero su apego a las letras no fue mayor que a las ciencias, en esepcial las que servían a la ingeniería y a la arquitectura.
Su devoción por Atenas era tan grande que le pusieron el apodo de El Grieguito (Graeculus). Se dejó barba, pero no para imitar a Pericles sino para ocultar una piel picada y unas manchas azulencas.
Era grande, rubio y membrudo, como Trajano. Y fue uno de los grandes colaboradores en su ascenso al poder. Cuando el Partido Hispano colocó a Nerva para facilitar el ascenso de Trajano, que se aguardó con sus tropas en Garmania, el joven Adriano y su cuñado Severiano, casado con su única hermana Domitia Paulina, le escoltaban al frente de las tropas de Germania Superior y Panonia. El artífice de estos nombramientos fue Licinio Sura, que pese a algunas diferencias con Trajano volvió a integrarse en la maquinaria política y militar del Partido Hispano en la conquista de la Dacia. Adriano combatió allí a las órdenes de Trajano y con Licinio Sura como jefe de Estado Mayor.
Cuando en 117 llegó a emperador, cambió, sin embargo, la política militar de Adriano.
Adriano reinventa un nuevo concepto de guerra: una guerra cuya finalidad sería el aseguramiento y mantenimiento de la paz y la estabilización de las fronteras del imperio.
Los grandes conflictos bélicos e incursiones militares de aires expansionistas no tenían cabida en la nueva mentalidad política y militar de Adriano.
Salvo la Dacia, no conservó ninguna de sus conquistas_ hizo retroceder la frontera oriental al Tigris, volvió a la política de estados satélites o bajo control, como Armenia y Partia, impulsó un gran plan de fortificaciones en las fronteras exteriores e interiores del Imperio, amplió o restauró toda la red de comunicaciones terrestres y marítimas, reformó la burocracia incorporando a los caballeros (equites) a la Administración provincial y profesionalizó los rangos superiores del ejército. Pero la clave de su política de saneamiento fue una reforma fiscal con dos pilares:
-privatización de grandes extensiones agrarias del Imperio para crear muchos pequeños propietarios
-mejora de la explotación y administración del monopolio imperial de minas.
Fue la época de oro de las liberalidades, donaciones de grandes familias en forma de templos, calzadas, acueductos, teatros, circos, hospitales, orfanatos, escuelas y subsidios económicos. Adriano continuó la política de liberación de esclavos, reformó el régimen laboral de los gremios, aumentó el número de escuelas gratuitas para los pobres y eliminó los impuestos de los maestros. Trazó él mismo grandes obras públicas, entre las que destacan el Panteón -la mayor bóveda del mundo, con cuyo bronce se fundió siglos más tarde el baldaquino de San Pedro y más de 100 cañones- y su tumba del castillo de Sant Angelo, a la que se llegaba por el puente Aelio.
Adriano resultó ser a Trajano lo que Augusto a César. Les diferenciaba la pasión viajera, que llevó a Adriano a estar continuamente de visita por todo el Imperio. Apenas se detuvo en Roma, cosa que nunca le perdonaron en la Urbe: llegando al punto que al morir, el Senado le negó los sacrificios que le correspondían como divinidad y sólo la insistencia de su sucesor Antonio, desde entonces llamado Pío, convenció a los humillados romanos.
Se demoró especialmente en Grecia pero de ninguna manera descuidó su solar nativo. La época de Adriano es la auténtica Edad de Oro de Hispania. Se renuevan las calzadas; el comercio bético vive, gracias al garum (base de la salazón), el aceite, el vino y los productos frescos (una lechuga llegaba de Cádiz a Roma en apenas una semana), en la opulencia; la urbanización avanza tanto en la Península que reclutar trabajo hasta en el valle del Duero. Pero Adriano logra convencerlos y las legiones hispanas, (de hispaniarum vasconum, de hispaniarum asturum et callacaeorum) frenan a los moros en Mauritania.
Abundan las monedas de homenaje al exercitum hispaniarum, a Hércules, divinidad hispana por excelencia, y al propio Adriano, denominado Restaurator Hispaniae. ¿Por defenderla del peligro africano? ¿Por reconocer políticamente su unidad? Lo cierto es que fue el primero en cambiar el término tradicional Hispanias por el de Hispania. Y aquí le erigieron más monumentos que a cualquier emperador.
Creó a orillas del Guadalquivir la nueva y magnífica Itálica.
En Egipto se enamoró del joven Antinoo, a quien seguramente proyectó adoptar y hacer emperador. El conflicto entre su pasión y su razón lo resolvió el joven ahogándose en el río y Adriano pasó sus últimos años como alma en pena. Un día, concluida ya su tumba, el filósofo Eufrates le pidió permiso para suicidarse. El decidió seguir su ejemplo, pero nadie quiso ayudarle.
Su médico alejandrino Iollas se suicidó para no obedecerle y subministrarle el veneno que le había ordenado preparar.
También su montero mayor Mastor su criado tiró el puñal y huyó. Fue entonces cuando Adriano se resignó a esperar su fin.
2.- COMENTARIO DE LA OBRA: LAS MEMORIAS DE ADRIANO (Marguerite Yourcenar)
INTRODUCCIÓN
Pocos emperadores y jefes de estado viajaron tanto como Adriano. Para este héroe moderno del pasado clásico el viaje era tanto, obligación de estado derivada de su condición de emperador, como afición, entendida ésta como una búsqueda infinita de la identidad personal y espiritual. Por eso el viaje de Adriano no es solamente un viaje físico-geográfico, un peregrinar por la Europa clásica sino a la vez, un viaje hacia el interior del alma humana en busca de las más profundas revelaciones sobre la vida y de la muerte, de lo humano y lo divino, de lo justo y lo injusto, de lo particular a lo universal...
La obra se enmarca en un viaje por la historia del Imperio Romano del Siglo II, una indagación sobre la intimidad y el destino del hombre en su transitar vital. Se trata de un recorrido expansivo a través del Imperio, y al mismo tiempo recorrido hacia el centro de su ser, un acto de profundización hacia la intimidad del ser humano que fue Adriano.
El punto de partida de la obra es un una narración de situación del Imperio al fin de su mandato, la cual a modo de reflexión personalísima, va dirigida a su hijo adoptivo Marco, que pronto se constituiría en su legítimo heredero al mando del mayor imperio de la época.
Adriano es una leyenda, se constituye en héroe que se enfrenta a fuerzas fabulosas aunque humanas; gana victorias decisivas en su vida y regresa con gloria y fuerza para bendecir a los habitantes del imperio. Se cree y es creído dios, y transformado en mito, vuelve una y otra vez como un hito de la cultura de los pueblos. Por eso el héroe muere siempre para renacer, en un ciclo infinito, y esto es reflejado magistralmente por M. Yourcenar en la personalidad de Adriano, como un héroe símbolo de lo divino o mítico y restituido a la vida.
LOS VIAJES DE ADRIANO
La larga carta que Adriano dirige a su heredero Marco es en esencia una reflexión, unos recuerdos, que conforman una simbiosois entre dos espacios de la existencia del emperador: uno interior, con sus reflexiones sobre la vida y la muerte y la esfera de relación con los demás, que cobra una dimensión exterior que se va a ver reflejada en dos viajes paralelos por su vida: uno externo, hacia fuera, abierto a la colectividad; y otro interior e íntimo.
El viaje de Hispania a Roma, su educación, su carrera política y militar, el asesinato de sus enemigos, sus viajes por el Imperio, el regreso a Roma y a su villa de Tíbur, el escoger a su heredero, constituyen el largo camino de pruebas que atraviesa el héroe en su viaje por la vida. La muerte de Antínoo, la vejez, la enfermedad, sus enemigos, la soledad tras el fallecimiento de su amante, el intento de suicidio, la muerte, conforman un camino de desafíos que precipitan un tránsito emocional.
Los viajes de Adriano comienzan cuando su tutor Atiano, a los dieciseis años, decide enviarlo a Atenas para “(…) equilibrar mediante el estudio aquellos meses de vida ruda y cacerías salvajes (…)” en la región de la España Citerior.
Sin embargo, la vida de Atenas, muy alejada de Roma cuando se trataba de alcanzar el poder, el dinero y la gloria, hacen que Adriano regrese a Roma, con objeto de ocupar ya un cargo de responsabilidad estatal.
La ambición del héroe, su deseo innegable de poder, dinero y gloria, tal el llamado a la aventura que siente estando solamente en Atenas permiten su regreso a Roma.
Sin embargo, ese deseo de poder y la gloria, no lo desea Adriano para satisfacer su ambición personal, sino que es sentida como una posibilidad para mejorar la vida de sus habitantes contribuyendo de esta manera a la felicidad de su pueblo.
EL ACCESO AL PODER
Era muy común en aquellos tiempos que el emperador, antes de su muerte, designara un heredero mediante la institución de la adopción. Trajano sería quien en definitiva, escogería a Adriano mediante la adopción como el emperador llamado a sucederlo.
Trajano, el emperador-soldado tal como lo llamaba Adriano, no confiaba demasiado en él. Veinticuatro años mayor, era su primo y su co-tutor a la muerte de su padre.
Todas las circunstancias estaban dadas para que Trajano no nombrara su sucesor; tampoco el propio sucesor parecía desearlo, por esa natural desconfianza que sentía hacia Adriano. Pero era evidente que el héroe reunía un importante instrumento a su favor: el profundo cariño de Plotina, esposa de Trajano y emperatriz, que cumplió un papel determinante en aquella misteriosa adopción.
Cuenta Adriano que en trance de muerte de Trajano, el hombre de confianza de Plotina, habiendo partido para Selinunte en Sicilia, lugar donde había sido desembarcado enfermo Trajano, recibió un correo que le anunció oficialmente el deseo del emperador
La adopción, acto definitivo que contó desde el principio con la inestimable colaboración de Plotina, la emperatriz esposa de Trajano, una amiga única y fiel hasta su muerte.
LA EDUCACIÓN DE ADRIANO
Adriano nació en Itálica (sur de España), fue educado en la escuela de Terencio Scauro, en Roma, apenas muerto su padre y arrancado del lado de su madre, a quien no volverá a ver nunca más.
Recuerda deficiente y nada satisfactoria preparación recibida allí, aunque quedó gravada en su memoria la intolerancia y el despotismo de los maestros hacia los alumnos.
La única experiencia satisfactoria de aquella época fue que el mismo Scauro quien lo inicia en el aprendizaje del griego a temprana edad
Su interés y admiración por la helenidad no lo abandonará más; y si bien reconoce la belleza de la lengua del imperio, el latín, admite que pensó y vivió en griego.
Acilio Atiano que era su tutor, fue quien persuadió a Scauro para que fuera enviado a Atenas como alumno del sofista Iiceo a los dieciséis años
Adriano aprendió allí dos pilares morales básicos que marcarían su vida: aprendió a ser libre y sumiso a la vez.
LA CARRERA MILITAR
Después de los años de aprendizaje en Atenas, Adriano reingresó al ejército; institución que consideró como su salvación ya que ello le supuso la posibilidad de viajar:
Adriano rechazó la guerra “por gusto y por política”; y sin embargo se ve inmerso en ella.
Llega a protagonizar situaciones heroicas para atraer la atención y adquirir fama de modo que pronto adquiriría un gran renombre en Roma.
Años más tarde fue designado al frente de la Legión Minervina, la más gloriosa de todas.
Protagoniza la batalla por la ciudadela de Sarmizegetusa, durante la cual muere el rey Decebalo. Al finalizar la batalla, Trajano le pone al héroe el anillo de diamantes que recibió de Nerva, como señal de distinción reconocimiento y respeto del mismísimo emperador.
Mientras tanto, Plotina, su queridísima amiga y confidente y a la sazón esposa de Trajano, arregla el casamiento del héroe con su sobrina-nieta, Sabina:
Adriano reinventa un nuevo concepto de guerra: una guerra cuya finalidad sería el aseguramiento y mantenimiento de la paz y la estabilización de las fronteras del imperio.
Los grandes conflictos bélicos e incursiones militares de aires expansionistas no tenían cabida en la mentalidad política de Adriano.
La campaña parta que culmina con la conquista de Arabia, acarreó al impero grandes problemas y declives económicos. Y Licinio Sura, el más liberal de los consejeros del emperador y que se oponía a proseguir con esa guerra, murió en esas circunstancias; para Adriano, eso fue como “una batalla perdida.”
De un lado cada vez más, aumentaba el grupo de sus partidarios, pero en la misma medida también se veía incrementado el número de sus enemigos: Lucio Quieto, un romano mestizado de árabe, fue uno de estos últimos.
LA CARRERA POLÍTICA
Durante toda su vida Adriano contaba con la ayuda de una gran protectora: ella era Plotina, la emperatriz esposa de Trajano.
En su ascenso al imperio, fue nombrado Arconte de Atenas; también gobernador de Siria. Fue huésped de Plutarco, en Atenas; y sublimando la cultura griega, quería helenizar a los bárbaros y atenizar a Roma.
Sin embargo, sus enemigos trataban de alejarlo del poder, de Trajano, entre ellos Celso. Pero Plotina lo desplaza como consejero y lo ubica allí a Atiano, el tutor de Adriano.
Variadas y múltiples eran las amistades de Adriano: desde filósofos e historiadores, pasando por médicos, artistas, secretarios, ayudantes de campo y hasta esclavos y sirvientes. A ellos amaba correspondiéndoles a su fidelidad y los protegía en todo momento. Hombres de letras eran Flegón, su secretario, Floro, Suetonio apodado Tranquilo, Favorino de Arlés, Eudemón. El filósofo estoico Eufrates, quien le solicitó autorización para suicidarse cuando se sintió enfermo, y Demonax. El actor cómico Aristómenes. Su médico Hermógenes. El filósofo Chabrias del que sólo la muerte lo separó de Adriano. Euforión, su valet, que además se encargaba de llevar las estatuas de Antínoo que acompañaban a Adriano en sus viajes. Su secretario Onésimo, joven que asume ser su amante a la muerte de Antínoo, aunque nunca será amado por Adriano. También eran sus amigos Celer, su ayudante de campo y Diótimo de Gadara, entre muchos otros.
Sobre todas esas amistades sobresalía sin duda la estrechísima relación mantenida durante toda su vida con Lucio, joven patricio romano, , que incluso lo lleva a adoptarlo y erigirlo en su sucesor. Sin embargo Lucio, consagrado luego como Elio César, muere de tisis antes de ser coronado emperador.
Llama sucintamente la atención que los más acérrimos enemigos de Adriano fuesen personas ajenos al imperio, al esplendor y cultura de Roma y sometidos a su imperio. Al contrario, los enemigos de Adriano pertenecían a su mismo entorno, muy cercanos a la actividad política del futuro emperador de modo que siempre trataban de desplazarlo del favor de Trajano o del poder.
Contaba entre éstos a Celso, Palma y Nigrino, antiguos enemigos que formaban parte del Consejo y dominaban el estado mayor:
Otro de sus importantes enemigos era Lucio Quieto, a quien el emperador Trajano había encomendado el castigo de los pueblos sublevados; estaba incluso dispuesto a suicidarse antes de caer bajo la autoridad y yugo de su enemigo.
Pero también los más cruentos enemigos del héroe se sitúan en su entorno familiar; así uno de los peores era su cuñado Serviano, esposo de su hermana Paulina.
Siempre había intentado llegar al poder con mucha paciencia y prudencia, ayudado por su hermana Paulina, a quien consideraba también su enemiga.
Serviano era mucho mayor que el héroe, pero su avanzada edad le hacía valorar la posibilidad de alcanzar sus objetivos, aún después de conseguirla muerte de Adriano.
Prueba de este profundo odio, Serviano en una oportunidad, había mandado a matar a Adriano. Pero no sería esta la última vez que intentase una nueva acción homicida.
Serviano tratará de matarlo nuevamente en ocasión de una ceremonia religiosa, ésta vez Adriano, al enterarse, decide matarlo, y también a su nieto Fusco:
incluso su esposa Sabina lo terminó odiando, llegando a decir que se regocijaba de no haberle dado hijos ya que se parecerían a él y los acabaría odiando de la misma manera.
EL EMPERADOR VIAJERO
Adriano realizaría multitud de viajes a lo largo de su vida por todo el imperio.
Lo hace condicionado por las continuas guerras que mantenía el imperio en sus fronteras o para acabar con las insurrecciones de los pueblos sometidos, pero al mismo tiempo sentía un fuerte placer en realizarlos ya que se sentía atraído por la sensación de descubrimiento, del encuentro con lo extraño o lo ajeno.
Relata sus experiencias en el gran país sitiado entre las bocas del Danubio. Soñaba adentrarse en las estepas. Visita Odessos. Pasa en Asia Menor el verano que siguió al tratado con Osroes. Se detiene en Bitinia, en Nicomedia. Se instala en la casa de Cneio Pompeyo Próculo Viaja con Erasto de Efeso hacia Oriente: Rodas, Delos, Dodona, Sicilia (Siracusa, ascendiendo al Etna), a Frigia. Con Antínoo viaja a África y en Atenas consagra el Olimpión. Pasa un año en Germania llegando a la desembocadura del Rin por las praderas belgas y bátavas. También transcurre un año en la isla de Bretaña. Visita la Galia, Mauritania y las montañas Atlas en África, lo propio hace con España.
Reconoce que “(…) Pocos hombres aman durante mucho tiempo los viajes, esa ruptura perpetua de los hábitos, esa contínua conmoción de todos los perjuicios (…) Conocía cada milla de nuestras rutas, quizá el más hermoso don que ha hecho Roma a la tierra. (…) Algunos hombres habían recorrido la tierra antes que yo: Pitágoras, Platón, una docena de sabios y no pocos aventureros. Por primera vez el viajero era al mismo tiempo el amo, capaz de ver, reformar y crear al mismo tiempo. Allí estaba mi oportunidad (…)”.
Adriano confiesa que “(…)jamás tuve la sensación de pertenecer por completo a algún lugar, ni siquiera a mi Atenas bienamada, ni siquiera a Roma. Extranjero en todas partes, en ninguna me sentía especialmente aislado (…).”
LA MUERTE DE ANTINOO
Adriano presenta al joven Antínoo como su favorito; la persona que le va a proporcionar paz y felicidad emocional por un tiempo bastante amplio, a la vez que marca definitivamente su vida. Conoce al joven durante un viaje a Bitinia (Asia Menor), oportunidad en que se instala en la casa del procurador de la provincia, Cneio Pompeyo Próculo, en Nicomedia. Allí se realizaban reuniones literarias en honor al emperador, a la que acudían numerosos sofistas, estudiantes y aficionados a la literatura.
No obstante, a pesar de todas las atenciones que Adriano proporcionaba al joven, éste decide acabar con su vida, ahogándose en las aguas del Nilo durante un viaje a Egipto. De esta manera relata Adriano la profunda tristeza y aflicción que aquella muerte le provocó: “(…) Aquel cuerpo tan dócil se negaba a dejarse calentar, a revivir. Lo transportamos a bordo. Todo se venía abajo; todo pareció apagarse. Derrumbarse el Olímpico, el Amo del Todo, el Salvador del Mundo, y sólo quedó un hombre de cabellos grises sollozando en el puente de una barca (…) la hora y el día de aquel final coincidían con el momento en que Osiris baja a la tumba.”
La muerte de Antínoo, su favorito, constituyó, el más duro golpe que Adriano tuvo que soportar sobre el cual reflexiona: “(…) Antínoo había muerto. Me acordaba de los lugares comunes tantas veces escuchados: se muere a cualquier edad, los que mueren jóvenes son los amados de los dioses. Yo mismo había participado de ese infame abuso de las palabras (…). Antínoo había muerto.”. “(…) el peor de los males era el perderlo (…). Las lágrimas cesaron (…). La muerte es horrorosa (…) Resistí. He luchado contra el dolor como contra una gangrena (…) mi memoria (…) recreaba aquel pecho alto y combado como un escudo. A veces la imagen brotaba por sí misma; volvía a ver un huerto de Tibur, el efebo juntando las frutas otoñales en su túnica recogida a modo de cesta.”
Adriano asiste a la apoteosis de su favorito y a su entierro cuyos preparativos él mismo supervisa, cuidando de que recibiera los más altos honores y cuidados dignos del más grande faraón.
El joven de Bitinia sería encumbrado a la divinidad por el propio Adriano, convertido en el mito y plasmada su efigie una y otra vez en estatuas, templo, monedas y hasta en el nombre de una nueva ciudad fundada por Adriano: Antinoe, donde se celebrarían toda clases de honras en su nombre.
Arriano de Nicomedia, el mejor amigo de Adriano, llegó a comparar la relación de éste y el joven Antínoo con la de Aquiles y Patroclo, describiendo la historia de Bitinia en un dialecto jonio.
Después de la muerte de Antínoo, Adriano jamás se recuperará sentimentalmente.
Se convierte así en una dura experiencia vital para el héroe, la vida sin su ser amado:
Adriano cae sumido un mundo de recuerdos en torno al ser querido y que había decidido abandonarlo en la vida, intentando desesperadamente hacerlo renacer en la piedra encargando a los artistas la realización de innumerables estatuas
LA DIVINIDAD
Adriano será llamado a ser divino, a convertirse en mito para volver a su pueblo deificado y purificado.
Adriano era consciente de que más se desarrollaba el Estado, el pueblo comenzaba a sentirlo como su protector a aquel que los conducía.
También su afición a la astronomía lo hacían incursionar por el mundo de lo divino
Pero el ser deificado, lejos de hacerlo prepotente, creaba en él más obligaciones frente a sus súbditos.
En Roma recibió el título de Padre de la Patria. En Atenas lo condecoraron con títulos y honores: Evergeta, Olímpico, Epifanio, Amo del Todo, “y el título más hermoso, el más difícil de merecer: Jonio, Filoheleno.”
Las gentes creían firmemente que Adriano era un dios e incluso muchos lo tocaban para lograr de ese contacto un milagro.
Se lo compara a Marte Gradivo, dios de las largas campañas y la austera disciplina, y al grave Numa, inspirado por los dioses.
EL FIN
La enfermedad se convierte en una durísima lucha para Adriano, que paulatinamente lo va apartando física y emocionalmente del deseo de vivir. Le viene así a la memoria el permiso que hacía unos años había concedido al filósofo Eufrates para quitarse la vida. Así, habría decidido lo mismo para sí: suicidarse.
Sin embargo, Adriano sabe que como noble emperador le está prohibido suicidarse, salvo por razones de Estado. Un emperador debe vivir hasta el último momento de su vida pese a todo. Y si había sobrevivido al dolor por la muerte de Antínoo, debía, pues, seguir haciéndolo bajo cualquier circunstancias, aún padeciendo una terrible enfermedad que irremediablemente lo llevaría a la muerte. Obviamente el hecho de ser emperador le hacía asimilar su calidad de enfermo a un prisionero; y si intentaba suicidio y fracasaba, pronto recibiría socorro de quienes lo rodeaban y acompañaban día y noche.
En ese intento, trata de convencer a Mástor, su montero mayor, a quien le solicitó lo matara con su espada, pero el joven que lo creía un dios, enloqueció. Luego intentó seducir a Iollas, joven médico alejandrino que conocía profundamente la preparación de venenos en la corte de Cleopatra. Si bien en principio se negó fundado en su juramente hipocrático, luego prometió al emperador que buscaría la mortal poción. Pero al día siguiente Adriano se enteró de que el médico se había suicidado, habiendo sido encontrado con una ampolla de vidrio en la mano.
Fue Antonino, quien lo amaba y cuidaba profundamente, quien lo hizo desistir de la idea del suicidio, solicitándole que lo aconsejara y lo instruyera de cuidados y recuperación.
La muerte de su favorito Antínoo lo lleva a sentir tan cerca y tan profundamente el dolor frente a la muerte, que reflexiona sobre ella intensamente. Sobre los argumentos que los hombres desarrollan frente a la muerte, considera dos líneas argumentativas: la primera la presenta como un mal inevitable “(…) recordándonos que ni la belleza, ni la juventud, ni el amor, escapan a la podredumbre, (…) por lo cual es preferible perecer que llegar a viejo(…)”. La segunda línea de argumentos contradice la primera: “(…) ahora ya no se trata de resignarse a la muerte sino de negarla. El tratado sostenía que sólo el alma contaba; arrogantemente daba por sentada la inmortalidad de esa vaga entidad que jamás hemos visto funcionar en ausencia del cuerpo(…).” Pero Adriano concluye en que la muerte termina con el ser amado, definitivamente: “(…) Aquella muerte sería vana si yo no tenía el coraje de mirarla cara a cara, de abrazar esas realidades del frío, del silencio, de la sangre coagulada, de los miembros inertes, que el hombre cubre tan pronto de tierra y de hipocresía(…).”
Adriano, que reflexionó más que ningún otro emperador romano sobre la vida y la muerte, se entrega a la muerte con estos bellos versos:
“Animula vagula, blandula,
Hospes comesque corporis
Quae nunc abibis in loca
Pallidula, rigida, nudula
Nec, ut solis, dabis iocos…”
P. Aelius Hadrianus, Imp.
“Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…”.
3.- LA AUTORA
Marguerite Yourcenar (su nombre real fue Marguerite de Crayencour) tuvo una infancia acomodada y feliz y una esmerada educación: nunca le faltó nada, hizo innumerables viajes por Europa y Oriente Medio y se crió rodeada de institutrices. Su madre murió cuando Marguerite era todavía una niña, así que el padre, un personaje inquieto y culto, se convertirá en una pieza fundamental de la formación de su hija. Además de padre, fue pedagogo, confidente y amigo. Le inculcó la afición por las lenguas clásicas y leyó ampliamente con Marguerite la literatura francesa y rusa. También le inculcó la pasión por los viajes y los libros.
Nacida en Bruselas (Bélgica) en 1903 (de padre francés y madre belga), es una de las más importantes herencias literarias del siglo XX en lengua francesa. Yourcenar escribió novela, poesía y teatro a la vez que fue una traductora de gran talento. Aunque obtuvo la ciudadanía norteamericana en 1947, siempre escribió en francés. Su prolífica obra consta también de ensayos, cuentos, memorias, etc. formando una amplia obra literaria que le supusieron el honor de ser la primera mujer que entró en la Academie Francaise en vida (1980). En 1986 se le concedió la medalla de la Legión de Honor de Francia así como la medalla de Honor Literaria del American Arts Club.
Con sólo 16 años escribe su primer libro de poemas Le jardín des chimères (1921) y muestra su arte literario al reinterpretar los mitos de la Grecia antigua y adaptarlos a la vida moderna. Un año más tarde escribiría otro libro de poemas Les Dieux ne sont pas morts. Se puede decir que su vida dio un cambio en 1929 tras la muerte de su padre, cuando ella tenía 26 años. Ese mismo año escribió su primera novela que abordó, con gran atrevimiento para aquella época, el tema de la homosexualidad: Alexis o el tratado del inútil combate (Alfaguara), que narra los sentimientos que corroen al protagonista que acaba contándoselos a su fiel esposa y confesándole que no la ama. Su padre llegó a leer esta primera obra de Yourcenar y la animó a seguir… Tras su muerte, Marguerite se dedicó plenamente a la literatura, al amor y los viajes por Europa (que parece estar abocada a una nueva contienda bélica, sin que la autora sea totalmente consciente de ello). Sus siguientes obras serían Opus, El denario del sueño (escrit en 1929, después de una visita a Italia) y Memorias de Adriano (1951).
Marguerite Yourcenar nunca fue una lesbiana militante, en realidad, la homosexualidad la abordó poco y ligeramente en la mayoría de sus novelas pero siempre lo hizo con un toque de especial sensibilidad y honestidad. Curiosamente, además, sus referencias a la homosexualidad se centraron en personajes masculinos, nunca femeninos, excepto en Opus nigrum donde aparece el personaje histórico de Margarita de Austria.
Memorias de Adriano es quizá la obra más popular de esta autora, en la que reconstruye con gran detalle y sensibilidad uno de los períodos más representativos del Imperio Romano. El gran emperador Adriano, de gran influencia helénica y amante de las artes, constituye un ejemplo de la grandeza moral de la sociedad romana y de sus instituciones. En Egipto, el emperador Adriano conoció a Antinoo, joven efebo que se convirtió en su favorito. Su amor confesado atormentó al emperador hasta su muerte y este capítulo de su vida se convierte en el núcleo más significativo de esta magnífica obra. Yourcenar hace pues una acertada descripción psicológica de la figura del emperador y asimismo narra mejor que nadie este bello amor secreto y sacrificado. Desde su fecha de publicación la obra gozó de enorme popularidad, primero en Francia y luego en el mundo entero.
En 1934 conoció a la norteamericana Grace Frick a quien amó durante 4 decadas. Tras el estallido de la 2ª Guerra Mundial, Yourcenar se instaló en EE.UU. y compaginó la creación literaria con sus traducciones de autores como Henry James o Virginia Woolf y sus clases de literatura comparada en el Sarah Lawrence College. Con su eterna compañera, vivió en realidad bastante retirada y tranquila en el estado atlántico de Maine, llevando una vida reposada salvo por los muchos viajes que hicieron juntas. Cuando Grace se cercioró que el cáncer que padecía desde hacia tiempo estaba a punto de terminar con su vida ... buscó otra fiel compañía para su amada Marguerite. Y así fue como conoció a Jerry Wilson, un joven de 36 años que para desgracia de Marguerite, también falleció un año después víctima del sida. Marguerite Yourcenar fallecería un año después en 1987.
4.- CONCLUSIONES Y OPINIÓN PERSONAL
Este libro me ha parecido muy enriquecedor y la considero como una obra de muy agradable lectura.
Me ha llamado la atención la importante labor de documentación realizada por la autora, hecho que se plasma en la minuciosa descripción de ciertas escenas o detalles que aparecen en la obra.
La autora plasma con una gran sutileza, ideas y aspectos vitales que merecen la más profunda reflexión, como por ejemplo la idea de la fragilidad de la vida humana o la idea de la volatilidad de la belleza.
Estas reflexiones de naturaleza trascendental me han llamado mucho la atención porque observo que son cuestiones que se han mantenido perennes a lo largo de casi 2000 años de existencia y aún hoy mantienen su carácter esencial en la reflexión y experiencia humana actual.
Entiendo que son dignas de apreciación las descripciones de ambientes, las percepciones sensitivas, los sentimientos, y los sueños porque son realizadas de una manera sencilla y de fácil comprensión, pero a su vez son detalladas y rigurosas.
De este modo casi podemos estar en condiciones de poder admirar la grandeza de a ribera y el valle de Egipto, el esplendor de la gran Alejandría e incluso podemos llegar a sentir el rubor del sol de Bitinia, admirar la trasnparencia de los estanques de villa Adriana o asistir contemplativos ante la belleza frágil y melancólica de Antinoo...
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Enviado por: | Sarosky |
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