Sociología y Trabajo Social


La ética protestante y el espíritu del capitalismo; Max Weber


LA ETICA PROTESTANTE

Y EL ESPÍRITU

DEL CAPITALISMO

23-8-1995

INTRODUCCION

El hombre moderno, aún con su mejor voluntad, no es capaz de imaginar la magnitud del influjo que las ideas religiosas han tenido sobre la conducta en la vida, la civilización y el carácter nacional; y hasta que punto dichas influencias han participado en la expansión del espíritu capitalista.

Hay en Occidente una forma de capitalismo que no se conoce en ninguna otra parte de la tierra: la organización racional-capitalista del trabajo formalmente libre. En otros sitios no hay sino rudimentos de esto. Capitalismo ha habido en todos los países civilizados y desde los tiempos más remotos si consideramos como su característica principal la tendencia a enriquecerse, tendencia que se encuentra por igual en toda clase de hombres, pero en este capitalismo aventurero, que siempre ha existido, sus probabilidades eran generalmente irracionales y especulativas (adquisición por medios violentos, despojos de guerra, etc.). Frente a este tipo de capitalismo, en Europa surgió un capitalismo específico cuya especificidad radica en la organización racional del trabajo.

Fuera de Occidente no ha existido la ciencia en el sentido racional que le damos, ni la experimentación racional, ni la química racional, ni una ciencia jurídica racional; es en Occidente donde únicamente ha sido conocido la formación del especialista como elemento dominante de la cultura.

El capitalismo moderno occidental ha sido grandemente influenciado por los avances de la ciencia y de la técnica, y recíprocamente éstas han sido fuertemente impulsadas por el capitalismo. Sólo Occidente ha puesto al servicio del capitalismo un Derecho y una administración jurídica (todo esto se debe a las características del orden social que imperaban en Occidente), siendo ambas imprescindibles para la existencia de la industria racional privada con capital fijo y cálculo seguro. Es decir, se trata de un racionalismo específico y peculiar de la civilización occidental.

Por tanto, en una historia universal de la cultura desde el punto de vista económico, el problema central no es el desarrollo de la actividad capitalista desde el tipo de capitalista aventurero y comercial que especula con la guerra, la política, etc., a las formas actuales de capitalismo; si no que el problema es más bien el del origen del capitalismo industrial burgués o lo que es lo mismo, el origen de la burguesía occidental y sus características, conceptos éstos, tales como el de "burguesía" o "proletariado" que no han tenido sentido fuera de Occidente.

Un aspecto decisivo para profundizar en el porqué ha ocurrido esto es determinar la influencia de ciertos ideales religiosos en la formación de una mentalidad económica, de unos ethos económico, fijándonos en la conexión de la ética económica moderna con la ética racional del protestantismo ascético.

Hay algo evidente al estudiar las estadísticas profesionales, y es el carácter eminentemente protestante tanto de la propiedad y empresas capitalistas así como del alto personal de las empresas modernas. Esto se da allí donde el avance del capitalismo tuvo poder para organizar la población en capas sociales y profesionales.

¿Cuál es la causa de esta mayor participación de los protestantes tanto en la posesión del capital como en los altos puestos de trabajo en las grandes empresas industriales y comerciales?. El hecho obedece en parte a motivos históricos (herencia, causas económicas, etc.) que tienen sus raíces en un lejano pasado, pero estudiando esto con más detalle se comprueba (estadísticamente) que los católicos prefieren una formación de tipo humanista. Y esto, que ya no es explicable por una causa económica, explica en parte la menor participación de los católicos en la vida capitalista.

Los protestantes, ya sea en Alemania o en Inglaterra o en Holanda, ya sean mayoría o minoría, han mostrado siempre una singular tendencia hacia el racionalismo económico, tendencia que no se da entre los católicos. La razón de esta conducta ha de consistir en una determinada característica personal permanente y no en una determinada situación histórico política.

¿Qué elementos obraron y siguen obrando en dicha dirección?. De manera superficial hay quien afirma que el mayor alejamiento del mundo de los católicos, su ascetismo, les hace indiferentes a los bienes terrenales, en oposición a un supuesto amor materialista en los protestantes; pero esto además de ser muy superficial sólo ha sido válido en algunas partes y en otras no lo ha sido nunca. Es más, esa supuesta oposición entre alejamiento del mundo y participación en la vida capitalista no es en realidad más que un íntimo parentesco, como se puede ver en el gran número de representantes de las formas más puras de la piedad cristiana que han surgido de los sectores mercantiles, el pietismo por ejemplo, así como el que muchas casas parroquiales hayan sido el centro creador de empresas.

Esto que podría interpretarse como una reacción contra el ascetismo, no es así desde el momento en que se da al mismo tiempo y en muchas personas la virtud capitalista y una forma intensa de piedad que abarca todos los actos de la vida. Esto es algo característico de grupos enteros de las sectas más importantes del protestantismo, con especial incidencia en el calvinismo.

Es conocido el hecho de que entre los pietistas se daba la conjunción de la más intensa piedad con el desarrollo del sentido y éxito comercial. Esto no impide que tanto el pietismo como otras sectas se hayan opuesto a ciertos progresos capitalistas (como por ejemplo el paso de la industria doméstica al sistema de fábricas), por lo que para el tema que nos interesa, es preciso separar lo que una secta religiosa aspiraba como ideal y la influencia práctica que ejercía sobre la conducta de sus adeptos.

Así pues, el espíritu de "trabajo" o "progreso" no puede interpretarse en el sentido corriente de "amor al mundo". Por tanto si queremos buscar un parentesco íntimo entre aspectos del espíritu protestante y la cultura capitalista habrá que buscarlo en sus rasgos religiosos.

CONCEPCION LUTERANA DE LA PROFESION Y PROTESTANTISMO ASCETICO

La palabra profesión, tanto en alemán como en inglés, posee una reminiscencia religiosa: una misión impuesta por Dios. Es sintomático que solo tenga este sentido en los países de mayoría protestante y no en los católicos, y esto no se debe a una razón idiomática, sino que en su sentido actual la palabra nació de traducciones protestantes de la Biblia; es decir, no del espíritu del texto sino del espíritu del traductor.

No es sólo el sentido, la idea también es nueva: considerar que el más noble contenido de la conducta moral consistía en sentir como un deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo. Esto es lo que engendró el sentido ético-religioso de profesión (a diferencia de la ética católica que considera como único modo de vida grato a Dios la superación de la moralidad terrena por medio de la ascesis monástica) cuyo objeto es el cumplimiento en el mundo de los deberes que a cada cual impone la posición que ocupa en la vida, y que por tanto se convierte en "profesión".

Para Lutero la vida monástica carece de valor para justificarse ante Dios, siendo además egoísta ya que trata de sustraerse a los deberes que es necesario cumplir en el mundo. Surge así la idea a la vez profana y religiosa del trabajo profesional.

Esta valoración ética de la vida profesional constituye una de las más importantes aportaciones de la Reforma, que significó la sustitución de un poder extremadamente suave por otro que había de intervenir de modo infinitamente mayor en todas las esferas de la vida pública y privada, regulando minuciosamente la conducta individual.

Sebastián Franck afirmó que lo propio de la Reforma estuvo en convertir a cada cristiano en monje por toda su vida. Con esto se pusieron barreras a la huída ascética del mundo, viéndose obligados a realizar sus ideales ascéticos en el mundo, en el trabajo profesional.

El concepto de profesión mantuvo todavía en Lutero un carácter tradicionalista: "cada cual debe permanecer en la profesión y estado en que le ha colocado Dios de una vez para siempre; es su destino". Para Lutero, profesión es aquello que el hombre ha de aceptar porque la providencia se lo envía, y esta idea determina la consideración de trabajo profesional como misión impuesta por Dios al hombre.

Pero el concepto moderno de profesión arranca de una ética religiosa que se encuentra en las sectas protestantes sobre todo, porque han sido contenidos vitales religiosos mucho más concretos los que han ejercido y siguen ejerciendo una influencia considerable en el desarrollo del capitalismo. Por eso debemos estudiar otras formas de protestantismo en los que de modo más claro se percibe la conexión de la conducta práctica en la vida con un punto de vista religioso.

Históricamente los representantes del protestantismo ascético o puritanismo son cuatro: calvinismo, pietismo, metodismo y sectas baptistas, todas con profundos lazos espirituales entre sí. A pesar de sus diferencias dogmáticas las manifestaciones más importantes de la conducta moral se encuentran al mismo tiempo en todas las sectas ya que se influenciaron mutuamente. Lo importante no es lo que de un modo oficial enseñaban las sectas, sino ver cuales fueron los impulsos sicológicos creados por la fe y la práctica de la religiosidad que marcaron orientaciones específicas en la conducta del individuo.

De entre todas ellas el calvinismo es la idea religiosa determinante de cuantas luchas se llevaron a cabo en torno a la religión en los países más avanzados desde el punto de vista capitalista (Inglaterra, Países Bajos, Francia). El dogma básico del ascetismo calvinista es el de la predestinación.

Para Calvino somos un instrumento de Dios y lo único que sabemos es que una parte de los hombres se salvará y la otra se condenará. Suponer que el mérito o la culpa humana colaboran en este destino es tanto como pensar que los decretos eternos y absolutamente libres de Dios pueden ser modificados por obra del hombre, lo cual es absurdo. El Dios calvinista es trascendente e inaccesible a toda comprensión, que asigna a cada cual su destino según designios absolutamente inescrutables.

El calvinista no tenía el consuelo de la confesión, ni realizar penitencias con la seguridad del perdón, ni el refugio de la iglesia; su destino era inexorable. El sentimiento luterano del arrepentimiento en la penitencia es completamente ajeno al calvinismo ascético más avanzado; éste lo considera moralmente malo, inútil para el condenado. "Ya no se habla de la católica (y humana) oscilación entre el pecado, el arrepentimiento, la penitencia, el descargo y vuelta a pecar; ya no hay para la vida un saldo expiable por penas temporales y cancelables por medios eclesiásticos de la gracia, sino que es o estado de gracia o de condenación. De este modo perdió la conducta moral del hombre su carácter anárquico e insistemático, sustituído ahora por una planificación y metodización de la misma" afirma Weber.

El Dios del calvinista no exigía realizar "buenas obras" sean las que fueren, sino una santidad en el obrar sistemático, es decir, cultivar el dominio de sí mismo como principio ascético; y todo ello el calvinista lo aceptaba debido a las recompensas sicológicas, no económicas, que le concedía una ética basada en una religión a favor de una conducta que ella misma provoca. Recompensas estas que faltan necesariamente en el catolicismo, que poseía otros medios de salvación.

La consecuencia de esta metodización de la conducta ética impuesta por el calvinista (no por el luteranismo) era una penetrante cristianización de toda la existencia, y ésta es la característica más decisiva de la reforma calvinista (la razón de que tanto el catolicismo como el luteranismo aborrezcan al calvinismo se debe al singular matiz ético de éste). Además el calvinista añadió una nota adicional: la idea de la necesidad de comprobar la fe en la vida profesional.

Parece natural pensar que la consecuencia lógica de la predestinación fuese el fatalismo. Sin embargo, la consecuencia sicológica fue la opuesta en virtud de que lo esencial es la doctrina (común a todos los grupos protestantes) del estado de gracia como un status, y cuya posesión no podía alcanzarse por medios mágico-sacramentales, ni por el descargo de la confesión ni por cualquier otro acto de piedad, sino tan sólo por la comprobación en un cambio de vida claramente diferenciada de la conducta del hombre natural. De ahí surgía en el individuo el controlar metódicamente su conducta y por tanto ascetizar su comportamiento. Pero lo más importante es que la vida religiosamente exigida al "santo" no se proyectaba fuera del mundo (en comunidades monacales) sino que precisamente había de realizarse dentro del mundo.

Una doctrina tan inhumana hubo de tener el efecto, en el ánimo de las generaciones que la vivieron intensamente, de una enorme soledad interior. Nadie podía ayudarles o consolarles, ni el predicador, ni los sacramentos, ni la iglesia.

El radical abandono (no llevado a sus últimas consecuencias por el luteranismo) de la posibilidad de una salvación eclesiástica-sacramental era el factor decisivo frente al catolicismo. Con el calvinismo se produjo el fin del proceso del desencantamiento del mundo que había comenzado con las antiguas profecías judías y que reforzado por el pensamiento griego había rechazado como superstición la utilización de medios mágicos para la salvación. El desencantamiento del mundo no toleró otra vía que el ascetismo profano con una moralidad rígida y severa cuya finalidad era llevar una vida alerta, clara y consciente para acabar con el goce despreocupado de la espontaneidad vital poniendo un orden en la conducta. Incluso los afectos desmedidos e irracionales son pecaminosos porque suprimen la relación racional.

La relación del calvinista con su Dios se basaba en el más profundo aislamiento interior. Esto es fundamental para juzgar las bases sicológicas de las organizaciones sociales calvinistas: todas ellas se basan en motivaciones profundamente individualistas pero sin penetrar sentimentalmente en ellas. Sólo la "gloria de Dios" es la "motivación".

Ante esto, cabe preguntarse, ¿de dónde procede, por tanto, la indudable superioridad del calvinismo en la organización social?

El calvinista tiende a emancipar al individuo de los lazos que le unen al mundo, es decir, fomenta un individualismo extremo, pero su creencia de que la pertenencia a una comunidad ordenada de acuerdo con los preceptos divinos es necesaria para la salvación, junto al hecho de que el mundo está destinado exclusivamente para honrar a Dios le lleva a dirigir inconscientemente sus energías al cumplimiento de sus tareas profesionales de un modo impersonal; es decir, la ética profesional puesta al servicio de la vida terrenal de la colectividad. Todas sus energías desembocan en la aspiración de racionalizar el mundo; quizás esto explique en parte la relativa inmunidad de los países de pasado puritano contra las dictaduras personales, puesto que algo fundamental en las sectas protestantes es su repulsa radical de toda idolatría, son antiautoritarios. En el catolicismo se rompe con este rasgo al admitir el voto de obediencia, es decir, interpretándolo ascéticamente. Esta inversión que se da en la ascesis protestante constituye el fundamento histórico de la modalidad actual de las democracias en los pueblos influídos por el puritanismo y de su diferencia con los de "espíritu latino".

En mi opinión la inhumanidad en el calvinismo es notoria. El "amor al prójimo" es entendido como una manera de honrar a Dios, no la de ayudar al semejante; para ellos Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo. El calvinista se limita a cumplir los preceptos divinos, en los que está incluído el amor al prójimo, de una manera impersonal e indiferente, sin que en su actitud haya el menor afecto hacia los hombres. Lo suyo es un servicio para dar estructura racional al cosmos.

"En lugar del pecador humilde al que Lutero otorga la gracia si confía arrepentido en Dios, los calvinistas cultivan ahora esos santos seguros de sí mismos que vemos personificados en ciertos hombres de negocios de la era heroica del capitalismo y aún hoy, en ciertos ejemplares aislados" afirma Weber.

Como medio principal de conseguir la seguridad en sí mismo se inculcó la necesidad de recurrir al trabajo profesional incesante como único modo de ahuyentar la duda religiosa, es decir, "consideraban el trabajo profesional como un medio adecuado para reaccionar contra la angustia religiosa".

Esta racionalización de la conducta en el mundo con fines ultraterrenos fue el efecto de la concepción que el protestantismo ascético tenía de la profesión, es decir, es una vida racional en el mundo, pero no para este mundo.

RELACION ENTRE ASCETISMO Y CAPITALISMO

El sentido en que se usa el concepto “espíritu del capitalismo” es el de una máxima de conducta de matiz ético, que aspira a obtener una ganancia legítima ejerciendo sistemáticamente una profesión. Siempre refiriéndonos al capitalismo occidental y americano.

Lo característico de esta ”filosofía de la avaricia” es el ideal del hombre honrado y digno de crédito, que aborrece la ostentación y el lujo inútil. Su comportamiento presenta rasgos ascéticos con un alto grado de sincera modestia: “sólo posee el sentimiento irracional de cumplir bien en su profesión”, y por tanto la idea de una obligación del individuo frente al interés de aumentar su capital. La ganancia no es un medio para la satisfacción de necesidades materiales del hombre, sino que más bien éste debe adquirir porque tal es el fin de su vida y porque la ganancia representa la virtud en el trabajo.

“El tiempo es dinero” dice B. Franklin, “dinero es tiempo” es lo que pensaría la gente no tocada por este espíritu, considerando que la no necesidad de dinero proporciona tiempo libre. Pero en el capitalismo se da esta inversión antinatural justificándolo además con ideas religiosas. “Si ves a un hombre solícito en su trabajo, debe estar antes que los reyes” afirma un rígido calvinista cuya doctrina parece muy próxima al frío espíritu jurídico y activo del empresario burgués capitalista.

Este espíritu capitalista encarnaba una mentalidad diferente que chocaba frontalmente con las normas tradicionalistas de la época. En la antigüedad una mentalidad capitalista hubiera sido considerada indigna. Ya los españoles sabían que “la herejía” (es decir, el calvinismo) “favorecía el espíritu comercial” y Gothein calificó a la Diáspora calvinista como “el vivero de la economía capitalista”. Aunque esto no quiere decir que en los primeros calvinistas se encuentre un despertar del “espíritu” del capitalismo. La aspiración de ellos era la salvación del alma, y sus valores éticos y los efectos de su doctrina son simples consecuencias de principios religiosos, y así ocurrió que dichos efectos fueron consecuencias espontáneas e incluso contrarias a lo que los reformadores pretendían.

Lo realmente reprobable para la moral puritana es el descanso en la riqueza, el gozar de los bienes, pues el reposo para el asceta está en la otra vida: “según la voluntad divina lo que sirve para aumentar su gloria no es el ocio ni el goce, sino el obrar”; por tanto el primer y principal pecado es perder el tiempo. Aunque en el capitalismo, como dice Marx, es más fácil producir lo superfluo que lo necesario.

“Perder el tiempo en cotilleos, en lujos, en conversaciones vacías, incluso en dormir más tiempo de lo indispensable para la salud es condenable moralmente” dice la doctrina puritana.

Para el puritano había dos motivos a favor del trabajo “duro y continuado”: es el más antiguo medio ascético y es el preventivo o remedio más eficaz tanto contra las tentaciones sexuales como contra angustia religiosa.

La idea, incomprensible en sí misma, del deber profesional, de la obligación que debe sentir el individuo (y siente) hacia su actividad profesional, una idea que en mi opinión se va a ir imponiendo hoy en día en países no protestantes como España en particular, es la más característica de la “ética social” de la civilización capitalista; la constituye en cierto modo.

El trabajo para un puritano es un fin absoluto de la vida prescrito por Dios, sentir disgusto es prueba de que falta el estado de gracia. Esto se desvía claramente de las concepciones medievales; para Santo Tomás por ejemplo, el trabajo es necesario para la conservación de la vida, pero cuando este fin no existe cesa también la obligación del trabajo, el rico por tanto no estaría obligado a trabajar. En cambio para el puritanismo la riqueza no desliga de la obligación de trabajar, es un deber ético. Aunque el rico no necesite hacerlo está sometido al precepto divino lo mismo que el pobre.

El ascetismo laico del protestantismo actuaba con la máxima pujanza contra el goce despreocupado de la riqueza y el consumo de artículos de lujo; pero en cambio destruía todos lo frenos que la ética tradicional ponía a la aspiración de la riqueza y el afán de lucro, que como ejercicio del deber profesional no sólo era éticamente lícito sino que era un precepto obligatorio, con lo que se ve de modo claro su alcance para el desenvolvimiento del capitalismo.

El poder ejercido por la concepción puritana de la vida no sólo favoreció la formación de capitales sino que fue favorable para la formación de la conducta burguesa y racional. La prepotencia lograda por el capital heredado rompió el espíritu ascético y dio lugar al nacimiento del moderno “hombre económico” y a la formación de las teorías liberales que desplazaron la voluntad de Dios por puntos de vista rigurosamente utilitaristas (lo que es útil es bueno) que se fueron imponiendo a medida que se iba secando la raíz religiosa. La religión produce laboriosidad y sobriedad, las cuales a su vez son causa de riqueza y con ella aumenta la soberbia, la pasión, etc.; subsiste la forma de religión pero su espíritu se va perdiendo y siendo sustituído por fines utilitaristas. De ahí nació el ethos profesional burgués después de un proceso adaptativo.

Los ideales ascéticos fracasaron al no poder resistir la dura prueba de las tentaciones de la riqueza. Hay un lema de John Wesley, destacado metodista que afirma: “donde la riqueza aumenta, la religión disminuye en forma idéntica”.

El puritano quiso ser un hombre profesional, nosotros estamos obligados a serlo, afirma Weber; pues desde el momento en que el ascetismo abandonó las celdas monásticas y dominara la moralidad mundana, contribuyó decisivamente a crear el grandioso orden económico moderno que, vinculado a los desarrollos tecnológicos, determina hoy con fuerza irresistible el estilo de vida de cuantos individuos nacen en él. El gran poder del ascetismo religioso puso a disposición del empresario trabajadores sobrios, honrados y con gran lealtad por el trabajo.

En todo caso, el capitalismo ya no necesita de este apoyo religioso puesto que descansa en fundamentos mecánicos. En su primera época sí que necesitaba trabajadores que se entregasen convencidos en conciencia a su explotación económica, pero para el trabajador moderno el concepto de “profesión” es algo tan característico como la correspondiente concepción del enriquecimiento para el empresario, la cual también constituye una “profesión”. Sólo la gloria de Dios y el deber mueven al puritano; ahora sólo el deber hacia la profesión. El “deber enriquecerte” se ha convertido en una fórmula capitalista y ya no tiene sentido hablar de una conexión entre el deseo de enriquecimiento y su aprobación por los poderes religiosos. Hoy, firmemente asentado, puede obligarles al trabajo sin ofrecer primas ultraterrenales.

El orden económico capitalista actual es un todo en el que el individuo nace y al que este orden económico le es dado como un edificio irreformable y al que impone sus normas de comportamiento económico, siendo eliminado inevitablemente de la lucha económica quien actúa contra esas normas, ya sea empresario u obrero.

Es lo que Goethe mostró: que la limitación al trabajo profesional, con la consiguiente renuncia a la universalidad faústica de lo humano, es una condición del obrar valioso actual, es decir, el especialista adiestrado sustituye al hombre cultivado. Con esto expresaba Goethe su despedida a un período de humanidad integral y bello que ya no volverá a darse en la historia del mismo modo que no ha vuelto a darse otra época de florecimiento ateniense clásico.

Biblio. “ La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Max Weber.

10




Descargar
Enviado por:Luis M Barandiarán
Idioma: castellano
País: España

Te va a interesar