Historia


La Doctrina Monroe


La Doctrina Monroe

Santo Domingo, República Dominicana, agosto 9 del 2010

Origen y precedentes

En el año 1821 el Zar Alejandro I publicó un Ukase en el que implícitamente establecía la reivindicación rusa sobre una porción de la costa noroeste de Norteamérica, desde el Estrecho de Bering hasta los 51 grados de latitud norte, en la medida en que prohibía a los barcos extranjeros acercarse a menos de cien (100) millas del litoral. La disposición indicada fue protestada por Estados Unidos y para el año 1823 prácticamente se había resuelto amigablemente. No obstante, varios hombres de Estado norteamericanos consideraban que era necesario producir algún pronunciamiento sobre el particular, como forma de anunciar cual sería la posición de Estados Unidos si se repetía en el futuro alguna aspiración extracontinental en el mismo sentido.

Cabe destacar, además, que en esa misma época se dejaba sentir en Europa la influencia de la llamada Santa Alianza, que era una coalición formada bajo la égida del Zar ruso en 1815, a raíz de que el Congreso de Viena acordara la reconstrucción del viejo continente según la teoría de la legitimidad monárquica, tras la derrota de Napoleón Bonaparte. Además de Rusia, formaban la Santa Alianza: Austria, Prusia y consecutivamente se sumó Francia.

El objetivo básico de esta unión de monarcas era defenderse mutuamente de la intrusión de las ideas liberales que circulaban por el continente Europeo y eliminar, si era preciso, cualquier gobierno representativo. En ese orden, a Francia se le confió la tarea de atravesar los Pirineos para derrocar el gobierno constitucional español y restaurar en el trono hispano al Rey Fernando VII. Ese éxito de las monarquías de la Santa Alianza sirvió de aliciente para que algunos círculos se plantearan la posibilidad de encaminar tentativas con fines de ayudar a España en la posible reconquista de los territorios coloniales que había perdido en América. No obstante, varios autores sostienen que no se han encontrado evidencias documentales -en los archivos europeos- que certifiquen lo fundado de semejante aprensión.

De las potencias aliadas, sólo Francia tenía recursos militares suficientes como para involucrarse en una labor tan ímproba como la reconquista de Latinoamérica. Para compensarla por la tarea asignada se llegó a hablar de la posibilidad de entregarle Cuba, la más importante colonia española en América.

En ese contexto, los británicos se sintieron un tanto preocupados ante la simple posibilidad de que lo que se rumoraba fuera cierto. Sobre todo, porque mantenían un activo comercio con las ex colonias españolas de América, el cual podía verse perjudicado si intervenía una recolonización.

Así las cosas, el Ministro inglés de asuntos exteriores, George Canning, mantuvo una serie de conversaciones con el Ministro de Estados Unidos en Londres, señor Richard Rush, a finales del verano de 1823.

En las conversaciones sostenidas entre Rush y Canning, este último afirmaba que la recuperación de sus ex colonias, por España -bajo los auspicios de la Santa Alianza- carecía de toda posibilidad real y que aunque Inglaterra no había reconocido las Repúblicas nacidas del proceso emancipador latinoamericano, el reconocimiento vendría a su debido tiempo.

En igual sentido, Canning garantizaba al Ministro Rush que Gran Bretaña no albergaba deseos de dominación en las ex colonias españolas de América y terminó sugiriendo la emisión de una Declaración Conjunta de Estados Unidos y su país, contra la intervención europea en el continente “como la manera más efectiva y menos ofensiva de hacer saber su desaprobación” frente a los proyectos intervensionistas de la Santa Alianza.

Por su parte, Rush propuso a Canning la conveniencia de que Gran Bretaña reconociera de inmediato las independencias latinoamericanas y procedió a transmitir a su gobierno el contenido de las conversaciones que había sostenido con el ministro inglés.

Mientras el gobierno de Estados Unidos evaluaba la propuesta británica, el Ministro Canning sostuvo conversaciones directas con el embajador francés en Londres -el Principe Polignac- para informarle de la determinación de su país en hacer todo cuanto fuese conducente a evitar que las repúblicas latinoamericanas fueran puestas de nuevo bajo dominación española.

Atendiendo a instrucciones del gobierno francés, el embajador Polignac respondió a la inquietud británica mediante un documento conocido en la historia como el “Memorandum Polignac”, en el cual Francia establecía que no tenía intención alguna de involucrarse en acciones que tendieran a hacer volver a Hispanoamérica a su antiguo estado colonial.

Como puede advertirse, mientras el gobierno norteamericano deliberaba sobre la propuesta inglesa de declaración conjunta, las conversaciones entre el Ministro Canning y el embajador francés Polignac acabaron con cualquier asomo de plan de reconquista por parte de la Santa Alianza en Hispanoamérica. Por lo que tocaba a Brasil, Francisco I -Emperador de Austria- era cuñado de Pedro I, Emperador brasileño, circunstancia que fue determinante para que aquel se manifestara en contra de la intervención europea en América.

De todas formas, cuando la propuesta británica llegó a Washington, el Presidente Monroe, conocido por ser una persona mediocre y cordial, se manifestó a favor de ella. Al extremo de que convenció a Jefferson y a Madison de que la aprobaran antes de someterla a su Gabinete. Posteriormente, todos los Ministros dieron su anuencia, excepto el Secretario de Estado, John Quincy Adams.

Para historiadores como Federico Gil, lo que hacía que John Quincy Adams rechazara la propuesta británica era su parecer de que el ministro Canning buscaba que Estados Unidos produjera una declaración contra sus propias adquisiciones territoriales en Latinoamericana, lo cual chocaba con sus aspiraciones sobre Texas y Cuba. De forma que el Secretario Quincy Adams se mostró totalmente opuesto a cualquier declaración conjunta, pues en su opinión, el principio “América para los americanos” impedía a Estados Unidos coaligarse con una potencia europea en una política aplicable al nuevo mundo.

En síntesis, el Secretario de Estado Quincy Adams advirtió al Presidente acerca de las posibles desventajas de una alianza tan comprometedora e indicó que mientras Gran Bretaña no había reconocido las independencias hispanoamericanas, Estados Unidos lo había hecho, lo cual ponía a ambos países en diferentes condiciones.

En una frase que se ha convertido en célebre -en tanto la reseñan casi todos los historiadores de los Estados Unidos- John Quincy Adams protestó de que la nación del norte siguiera a Gran Bretaña “como una barca a la estela de un buque de guerra

Proclamación de la Doctrina y reacción ante la misma

En la discusión de Gabinete que tuvo lugar en noviembre del 1823 se debatió ampliamente sobre cómo actuar. ¿Se unirían los Estados Unidos a Gran Bretaña, como sugería el Ministro Canning, en una Declaración Común de Intereses respecto de la independencia de las colonias españolas de América? ¿O se actuaría unilateralmente? El punto de vista de John Quincy Adams -que planteaba la necesidad de “crear una causa norteamericana y adherirse inflexiblemente a ella”- prevaleció.

Por tanto, la conocida luego como Doctrina Monroe se produjo en el mensaje del Presidente Monroe al Congreso el 2 de diciembre del 1823 y se encuentra expresada en dos pasajes de dicha alocución: Uno -probablemente escrito por el Secretario de Estado- establece el principio de no colonización de la siguiente manera: “los continentes americanos, dada la condición independiente que ha asumido y mantienen, no pueden lógicamente, considerarse sujetos a colonizaciones por ninguna potencia europea”.

El otro pasaje se refería a las ya comentadas maquinaciones de la Santa Alianza. Así, luego de hacer hincapié en que el sistema político de los europeos era esencialmente diferente al de América, se sostenía que: 1- Cualquier intento por su parte de extender su sistema político al hemisferio occidental se consideraba peligrosa para la paz y seguridad de Estados Unidos; 2- Que cualquier intento de una potencia europea por oprimir o controlar los destinos de las nuevas repúblicas hispanoamericanas se vería “como manifestación de una actitud no amistosa para con los Estados Unidos

Por otro lado, el Presidente Monroe declaraba que la Unión Americana no intervendría en ninguna colonia existente en ese momento en América y de forma incidental manifestaba su deseo de nunca intervenir en las guerras entre potencias europeas.

En esencia, la Doctrina Monroe planteaba una separación política entre América y Europa, el respeto del estatus quo y como corolario, la imposibilidad de que Europa interviniera en América, muy especialmente para reconquistar o traspasar territorios coloniales a otra potencia extracontinental.

Es claro que dado que la Doctrina fue proclamada por el poder ejecutivo, ella debe ser interpretada como una declaración de la forma en que la administración Monroe afrontaría la eventualidad de una intervención de la Santa Alianza en nuestro continente. Pero de ningún modo lo proclamado en el discurso del 2 de diciembre del 1823 puede verse como la expresión de una norma del derecho internacional. De hecho, en ese período se consideraba válida la conquista y ocupación de territorios no reclamados y -por otro lado- los Estados latinoamericanos a los que se pretendía proteger de la intervención europea no habían sido consultados previamente.

De cualquier forma, un análisis realista del poder militar que tenía Estados Unidos en la época de proclamación de la Doctrina Monroe revela que la protección que ese país estaba en capacidad de dar a las nacientes repúblicas latinoamericanas era ilusoria.

No obstante, uno de los autores más respetables en el estudio de las relaciones Estados Unidos y Latinoamérica sostiene que “tal vez ninguna política americana haya tenido tan profundas repercusiones ni efectos tan duraderos en las relaciones entre Latinoamérica como la famosa doctrina promulgada por el presidente James Monroe en 1823

En Latinoamérica, el mensaje del presidente Monroe despertó esperanzas de colaboración entre Estados Unidos y las nacientes Repúblicas, pero pronto quedaron disipadas ante el poco interés prestado por el Coloso del Norte, que llegó a sostener que una activa colaboración con Latinoamérica sería incongruente con la política de neutralidad que mantenía en el conflicto de las metrópolis europeas con sus colonias sublevadas.

Debido a la frialdad mostrada por Estados Unidos, los latinoamericanos percibieron bastante pronto que los intereses comerciales de Gran Bretaña y su potencia naval eran los mejores aliados para ayudarles a sostener sus independencias. Sobre todo, porque Latinoamérica y Gran Bretaña se complementaban mutuamente. Mientras la potencia europea proveía de productos manufacturados, los nuevos Estados de Hispanoamérica suministraban materia prima de apreciable importancia. Así en Latinoamérica se dio bastante crédito a la diplomacia británica durante la época de proclamación de la Doctrina Monroe.

En Europa, la Doctrina fue desfavorablemente acogida. Los británicos se sintieron irritados, pues la censura colonial que expresaba Monroe sólo se dirigía a la potencial expansión territorial británica o de la Santa Alianza en América, pero no tocaba en nada las posibles aspiraciones expansionistas de Estados Unidos. Por ello, vislumbrando que se avecinaba una lucha por el favor de Hispanoamérica, procedieron a reconocer a México y Colombia, hasta que sucesivamente fueron estableciéndose relaciones diplomáticas formales con los otros Estados ex integrantes del antiguo imperio colonial español.

Por su parte, los Estados miembros de la Santa Alianza se manifestaron ofensivos ante la Doctrina Monroe. En ese orden, el Ministro francés de relaciones exteriores, René de Chateaubriand, comentó que “no había proporción entre la altisonancia de la declaración del presidente norteamericano y el poder naval de su Estado para sostenerla”. En igual sentido, el Príncipe de Metternich, canciller de Austria, calificó el pronunciamiento americano como “indecente declaración” que auguraba futuros dolores de cabeza para Europa. Rusia, por su parte, declaró, de forma cortante, que el mensaje sólo merecía el más “profundo desprecio

En Estados Unidos, la Doctrina Monroe fue acogida calurosamente y después de permanecer dormida por un tiempo, pasó a convertirse en elemento clave de la política exterior, junto con su complemento, la Doctrina del Destino Manifiesto. Sin embargo, debido a su fama de intervensionista y en interés de no herir susceptibilidades latinoamericanas, en ocasiones la Doctrina Monroe se ha aplicado sin llamarla por su nombre. Veamos en el próximo subtitulo algunos casos.

El Desarrollo y la aplicación de la Doctrina

En principio, el pronunciamiento del presidente Monroe no pasó de ser una simple declaración altisonante hecha por un Estado sin recursos militares suficientes para sostenerla. Esa circunstancia determinó que durante largo tiempo no fuera invocada ni calificada como doctrina.

El presidente norteamericano James Polk despertó por primera vez el discurso de Monroe en su alocución del 2 de diciembre del 1845 con la finalidad de apoyar las pretensiones norteamericanas sobre Texas y el territorio de Oregón, así como para oponerse a supuestas maquinaciones británicas con relación a California, que en aquel entonces era una provincia Mexicana.

En 1850 también se tomó el pronunciamiento del entonces ex presidente Monroe en ocasión de la rivalidad entre británicos y norteamericanos en Centroamérica.

El postulado de Monroe adquirió el título de doctrina en los años 1850 y siguientes. Sobre el particular, Don Pedro Mir nos observa -siguiendo al historiador Perkins- que para 1954 la Doctrina Monroe no era conocida oficialmente con ese nombre y añade que “para esa fecha los principios de Monroe...eran calificados de “doctrina” en artículos periodísticos y de manera retórica en debates de las Cámaras” y que “por su parte, las potencias coloniales la denominaban así en despachos secretos...pero jamás admitían públicamente, no sólo el nombre sino su misma existencia.”

Para robustecer lo que acabamos de expresar -citando a Don Pedro Mir- resulta oportuno transcribir parte de una comunicación emanada de un ministro español a propósito de una propuesta de anexión a España cursada en aquellos días de nuestra aun temprana independencia por un grupo de dominicanos. El documento dice “....Al dar conocimiento a V. E. de este negocio, creo de mi deber manifestarle que tengo por seguro al protectorado de la España en Santo Domingo se opondrían los Estados Unidos y muy especialmente el partido democrático que hoy se haya al frente del Gobierno de la Federación, el cual es sostenedor de la máxima política conocida en aquel país con el nombre de The Monroe Doctrine a saber, que no se debe consentir la Confederación americana que ninguna nación de Europa o cualquiera de América tenga más dominio que el que ejerza en la actualidad

Digamos, incidentalmente, que si bien ese era el parecer español en 1854, más tarde hubo un cambio de opinión debido principalmente a la insistencia de algunos agentes de la Madre Patria en Santo Domingo y de los gobernadores de Puerto Rico y Cuba, lo cual degeneró en la odiosa anexión de nuestra joven república a su antigua metrópolis.

Pero antes de la anexión el Gobierno norteamericano, a través de un aventurero de nombre William Leslie Cazneau, había dado manifestaciones de tener pretensiones sobre una parte de la Bahía de Samaná. En tal sentido, el Secretario de Estado Mercy le hacía llegar a su enviado las siguientes instrucciones “el más poderoso incentivo para reconocer a la República Dominicana e instrumentar un Tratado con ella es la adquisición de las ventajas que los Estados Unidos esperan derivar de la posesión y control de una porción del territorio de la Bahía de Samaná... Nuestro propósito no es otro que ese territorio sea cedido completamente: para las conveniencias que los Estados Unidos aspiran a obtener bastaría con una sola milla cuadrada

El proyecto norteamericano, contó, naturalmente, con la oposición de las potencias europeas que se emplearon a fondo en intrigas diplomáticas y hasta en amenazas navales, para hacerlo fracasar. En hecho, una enmienda propuesta por el Congreso Dominicano fue clave en la frustración del plan. En efecto, nuestra rama legislativa observaba “Que en los términos del Artículo III del Tratado los dominicanos deben someterse a las Leyes vigentes en varios Estados de la Unión y que, siendo estas leyes tantas y tan variadas en diferentes Estados, es necesario para que haya perfecta reciprocidad, que dicho Artículo sea concebido en estos términos: -que todos los dominicanos, sin distinción de raza o color, gozarán en todos los Estados de la Unión americana, los mismos derechos e iguales prerrogativas (de las) que los ciudadanos de esos Estados gozan en la República Dominicana... Entre otras razones que el Congreso tiene para esta enmienda, es una, que hay Estados en la Unión americana donde todos los ciudadanos son iguales ante la Ley y gozan de los mismos derechos, pero que también hay otros Estados donde no solamente no son iguales, sino que hay en ellos una raza y ramales de la misma, que son eternamente exceptuados

Notamos, por lo que se expresa en los dos párrafos anteriores, que en nuestro país fueron puestas en escena dos manifestaciones típicas de la política exterior norteamericana: El Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe. Esa, y no otra, es la razón que hace que Don Pedro Mir sostenga que “El papel de Santo Domingo en la formación de ese formidable instrumento de la diplomacia norteamericana que se conoce como DOCTRINA MONROE es muchísimo más importante de lo que hace suponer el peso de este pequeño país en los asuntos continentales, aun en los antillanos

Curiosamente, cuando se concretó nuestra anexión a España, los Estados Unidos no hicieron nada para impedirla, aunque cursaron la natural protesta diplomática; tampoco reaccionaron cuando los ingleses extendieron las fronteras de Honduras Británicas ni cuando establecieron un protectorado sobre los indios mosquitos, de Nicaragua.

Para algunos, la prueba de fuego de la Doctrina Monroe se dio en la década iniciada en 1860, en ocasión de la intervención francesa en México. Se dice que al principio la reacción norteamericana fue tenue, pues esa nación estaba ocupada en los quehaceres bélicos propios de la guerra de secesión. No obstante, cuando ese trance interno terminó, la Unión americana hizo saber a Francia que de no poner término a su aventura expansionista, sus relaciones diplomáticas se verían seriamente comprometidas. Pero por suerte, al momento de tan enérgica protesta, la nación gala estaba a punto de poner término a su ocupación.

A finales del siglo XIX los Estados Unidos se expandieron y tuvieron la oportunidad de apoderarse de Cuba y Puerto Rico, estableciendo en ambas naciones una especie de protectorado. Desde entonces, Gran Bretaña -que era para entonces el único Estado capaz de desafiar al Coloso del Norte- comenzó a aceptar la doctrina.

En 1901, en ocasión de que buques de las armadas de Gran Bretaña, Italia y Alemania bloquearan los puertos venezolanos para forzar el pago de una deuda soberana, Estados Unidos restringió el alcance de la Doctrina Monroe, declarando que la coacción contra un Estado de Hispanoamérica no contrariaba sus principios, a menos que implicara ocupación territorial por una potencia extracontinental.

La situación de la que acabamos de hablar en el párrafo antecedente y la reacción americana dio lugar a la llamada Doctrina Calvo, elaborada por el jurista argentino Carlos Calvo y luego invocada por el Ministro argentino Luis Drago. En suma, ambas teorías sostenían la imposibilidad de cobrar por la fuerza las deudas estatales más o menos en los siguientes términos “el capitalista que presta dinero a un gobierno extranjero tiene que asumir el riesgo de pérdida sin esperar que su propio gobierno recupere la inversión por la fuerza...un Estado está obligado a cumplir sus obligaciones, pero tiene el derecho a elegir el modo y el momento del pago” Vale decir que posteriormente varias convenciones internacionales establecieron ese principio dado a la luz en 1902.

El 6 de diciembre del 1904, en ocasión de una alocución al congreso norteamericano, el Presidente Teodoro Roosevelt estableció lo que sería conocido como el “Corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe”, el cual se resumía en que Estados Unidos se arrogaba el derecho a intervenir en Latinoamérica, siempre que un país fuera incapaz de mantener la paz interna y el pago de sus compromisos financieros internacionales.

De hecho, los arreglos que implicaron el traspaso de nuestras aduanas a los Estados Unidos a principio del siglo XX constituyeron una aplicación clara del “Corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe”

También merecen ser considerados hitos importantes en la aplicación de la Doctrina Monroe, la construcción del Canal de Panamá, efectuada luego de intrigas puestas en obra con la finalidad de hacer independizar esa parte de Colombia y la llamada Diplomacia del Dólar, puesta en ejecución por la administración norteamericana del Presidente Taft y que consistió en dar posibilidades de expansión al capital privado de la nación a través de toda Latinoamérica al tiempo que se impedía que las potencias europeas cobraran deudas en América Latina a través de la fuerza. También constituyen ejemplos gráficos la serie de intervenciones armadas que tuvieron lugar el siglo pasado en nuestro país, Haití, Nicaragua y otros Estados de Iberoamérica.

En opinión de quien escribe estas modestas líneas, la Doctrina Monroe ha sido para los Estados Unidos un instrumento de dominación que se ha potenciado en los momentos en que aquel país ha percibido posibilidades de expansión por parte de otras potencias extracontinentales. En principio se usó para ponerle freno a la Santa Alianza o Inglaterra y para favorecer las aspiraciones territoriales norteamericanas en nuestro hemisferio. Finalmente, durante la Guerra Fría, fue instrumento idóneo para frenar la posible influencia soviética en el ámbito latinoamericano.

Ojalá este ensayo conciso logre que quien lo lea se haga una idea más o menos precisa del instrumento de política exterior norteamericana llamado Doctrina Monroe, el cual debe evaluarse como el producto de la lucha de los Estados Unidos por prevalecer frente a aspiraciones extracontinentales a través del tiempo.

Bibliografía consultada

  • Jenkins, Philip: Breve Historia de Estados Unidos, 2da. Edición, Alianza Editorial, Madrid, 2005.

  • Boorstin, Daniel: Compendio Histórico de los Estados Unidos, Fondo de Cultura Económica, México, 1997.

  • Vázquez Soraida y otros: México frente a Estados Unidos, Un Ensayo Histórico -1776 - 2000, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.

  • Gil, Federico: Latinoamérica y Estados Unidos, Dominio, Cooperación y Conflicto, Tecnos, Madrid, 1975.

  • Brinkley, Alan: Historia de Estados Unidos Un País en Formación, MaGrawHill, México, 2003.

  • Mir, Pedro: Las Raíces Dominicanas de la Doctrina Monroe, Taller, Santo Domingo, 1984.

  • Cárdenas Nannetti, Jorge: Los Estados Unidos Ayer y Hoy, Grandezas y Miserias de una Potencia Mundial, Norma, Bogotá, 1998.

  • Tindall George y David Shi: Historia de Los Estados Unidos, TM Editoras, Bogotá, 1995.

  • Edicto emitido por el Zar ruso. Los antiguos gobernantes de Rusia se denominaban Zares.

    En muchos casos no se verificó el reconocimiento Británico formal hasta tanto los nuevos Estados no concedieron ventajas comerciales jugosas.

    Los británicos no creían en la posibilidad de que la Santa Alianza emprendiera la reconquista, pero proponían la declaración, por si las moscas, como diríamos los dominicanos..

    Esas cualidades se los atribuye Jorge Cárdenas en su obra citada en la bibliografía.

    Es importante tener en cuenta que Estados Unidos no reconoció a México Perú, Chile y Río de La Plata (hoy Argentina), hasta tanto no tuvo consumada y asegurada la adquisición de La Florida, mediante una estratagema que incluía resolver -a cambio de ese territorio- las reclamaciones de ciudadanos norteamericanos contra España por los daños causados durante la época napoleónica. El Tratado de traspaso de La Florida se firmó en 22 de febrero del 1819. Antes de haber adquirido ese deseado territorio la Unión americana se abstenía de reconocer las Repúblicas iberoamericanas para no disgustar a España.

    Gil, Federico: Latinoamérica y Estados Unidos, Dominio, Cooperación y Conflictos, Tecnos, Colección Ciencias Sociales, Serie Relaciones Internacionales, Madrid, 1975, Pág. 59.

    Meses después Brasil propuso a Estados Unidos formar una alianza invitando otros países, lo mismo hizo Santander, Vicepresidente de Colombia y México en 1825.

    De hecho, años después se verificó la anexión de Texas y la Guerra con México, que le despojó de gran parte de su territorio. Pero en honor a la verdad, hay que señalar que el país azteca fomentó la migración norteamericana a algunos de sus territorios, antes de que cayeran en manos del Coloso Norteño.

    El “Destino Manifiesto” es una especie de creencia o filosofía norteamericana con la que se trata de justificar la manera en que ese país ha entendido su papel en el mundo y sus relaciones con otros pueblos. Según ese pensamiento, Dios eligió a los Estados Unidos para ser una potencia mundial. La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez en 1845, en un artículo escrito por el periodista O'Sullivan explicando las razones que justificaban la expansión territorial de ese país. En una parte del escrito, el periodista insinuaba que anexando a Texas se cumplía parte del “Destino Manifiesto” de la nación. Algunos autores ven en la Doctrina un aspecto positivo, pues imprime entusiasmo a los norteamericanos. Quien escribe entiende, luego de haber completado algunas lecturas, que la doctrina del “Destino Manifiesto”, esa forma de ver el entorno, es anterior al artículo de O'Sullivan y a la propia Doctrina Monroe. Quizás su origen se pueda ubicar en el llamado “Pacto de Mayflower”, que para algunos es el primer Documento Fundamental de lo que posteriormente llegaría a ser Estados Unidos. (Puede proveer orientación sobre este último tema la compilación de Daniel J. Boorstin, publicada en 1997 por el Fondo de Cultura Económica de México, bajo el Título Compendio de Histórico de los Estados Unidos. Ese volumen contiene textos transcendentes comentados por figuras eminentes)

    El señor Perkins -según opiniones expresadas en algunos de los libros que consultamos- es autor de la obra monográfica más completa sobre la temática.

    Las Raíces Dominicanas de la Doctrina Monroe, Editora Taller, Santo Domingo, 1984, Pág. 54.

    Mir, Pedro: Op. Cit., Pág. 55.

    Mir, Pedro: Op. Cit., Págs. 37 y 28

    Paréntesis nuestro.

    Mir Pedro: Op. Cit., Pág. 45.

    Op. Cit., Pág. 13.

    Los economistas califican con este término las deudas de los Estados.

    William Spence Robertson, Hispanic American Relations with the United States, citado por Federico Gil, Op. Cit. Pág. 69.

    Este término designa a la larga rivalidad que tuvieron Estados Unidos y la Unión Soviética durante un período del Siglo XX.

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    Enviado por:José Alberto Vásquez
    Idioma: castellano
    País: República Dominicana

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