Religión y Creencias


Jesús de Nazareth


I. LAS FUENTES

En este primer libro se analizan las fuentes para el estudio de la vida y obra de Jesús. El autor hace referencia a su amplia variedad y origen, pero ¿cuál es la importancia que se debe conceder a cada una de las fuentes que nos hablan sobre Jesús?, ¿son todas estas fuentes lo objetivas que deberían ser?, ¿cuáles son las obras más importantes?. El autor nos responde a cada una de estas preguntas de manera clara, para él son fundamentales los Evangelios Canónicos pero claro esta, fueron escritos por hombres que veían a su maestro como un ser sobrenatural y que, por lo tanto, carecen de la objetividad necesaria para el estudio de Jesús y su obra, habría pues que acudir a fuentes de personas no creyentes judíos o paganos. Las epístolas de el apóstol Pablo son un documento de gran utilidad para dicho estudio dada su antigüedad y los contenidos de las mismas en lo que a la enseñanza de Jesús se refiere.

La importancia de las fuentes utilizadas que organizada jerárquicamente como sigue: el autor considera que las fuentes hebreas ocuparan el primer lugar en importancia, a continuación las fuentes latinas o griegas ya que prácticamente todos los estudios sobre la vida de Jesús, antiguos o modernos consideran estas fuentes dada su importancia y contenidos. A continuación, el autor sitúa a las epístolas de Pablo, los primeros padres de la iglesia: Papías y Justino Mártir, los evangelios Apócrifos y Seudoepigráficos y los Evangelios canónicos por último, ocupando este último lugar por su escasa objetividad y que resumen los conocimientos sobre la vida de Jesús.

A. Las fuentes hebreas

Entre las fuentes que el autor trata dentro de este apartado aparecen: el Talmud, el Midrash, y el Toldot Ieshu, pero ¿qué es el Talmud y el Midrash?,¿Cuándo fue escrito?

Tras la destrucción del templo y sus ceremonias en el año 70 d. C, la identidad judía se basó en la transmisión del saber judío y la transferencia de los símbolos de la religión del templo a otros aspectos de la vida judía.

Los rabinos desarrollaron un sistema de leyes y costumbres a través de una intensa discusión sobre la tradición judía y su adaptación a las circunstancias cambiantes. Estas decisiones rabínicas o "leyes orales", que abarcaban todos los aspectos de la vida religiosa y secular, fueron codificadas hacia el año 200 d. C. en la Mishná ("La enseñanza"), que está dividido en seis "ordenaciones" y subdividido en 63 "tratados".

La Mishná se convirtió en objeto de posteriores discusiones en las distintas comunidades judías. Los amplios debates rabínicos sobre la Mishná, con opiniones tanto mayoritarias como minoritarias, fueron compiladas en el Talmud ("estudio"). Existen dos recopilaciones diferentes: el Talmud de Jerusalén (hacia 400 d. C.) y el Talmud de Babilonia (hacia 500 d. C.). El Talmud babilónico se convirtió en la colección de tradiciones judías aceptada por la mayoría. Ambos Talmudes emplean el mismo texto de la Mishná, pero difieren en el relato de los debates.

El Talmud es muy apreciado en círculos rabínicos y se le valora como un texto sagrado con una importancia similar a la de la Biblia. Todo el conjunto de adiciones (Tosafot), los comentarios y los comentarios de los comentarios han continuado hasta la época moderna.

Siguiendo la tradición rabínica de "construir una tapia en torno a la Torá", los rabinos trataron de salvaguardarla con regulaciones y costumbres adicionales. En teoría, se consideraba menos grave violar una de las "tapias" que uno de los 613 mandamientos fundamentales de la Torá propiamente dicha.

De estas obras hebreas, el autor destaca que parecen haber sido pensadas deliberadamente para contradecir los hechos que los Evangelios recuerdan y pone ejemplos que lo ilustran como: al hecho de que los Evangelios afirmen que Jesús fue engendrado por el Espíritu Santo y que no tenía padre humano; el Talmud responde que carecía efectivamente de padre porque era el resultado de una unión irregular no por obra del Espíritu Santo. Otro ejemplo lo encontramos en la respuesta que el Talmud da a los milagros realizados por Jesús: los admite, pero afirma que son fruto de la magia y la hechicería y, en cuanto a la oposición de Jesús a los fariseos y escribas sobre sus preceptos y las enseñanzas de Jesús que los evangelios presentan como el contenido de la verdadera religión, el Talmud declara que Jesús fue un “pecador de Israel” y que se burlaba de las palabras de los sabios.

¿Cuál es la importancia histórica que poseen pues estas fuentes?, de ellas se extrae la conclusión de que la figura histórica de Jesús existió realmente y que no es razonable discutir su existencia a la luz de lo que se extrae de ellas. También nos permiten saber que pensaron los sabios de Israel sobre el origen y las enseñanzas de Jesús unos setenta años después de que este fuera crucificado. A continuación el autor se plantea una pregunta ¿Podemos también buscar la verdad histórica en estas referencias talmúdicas o encontrar en ellas hechos que los Evangelios por motivos religiosos hayan deliberadamente ignorado o modificado?, para responder a este planteamiento, el autor se enfrasca en referencias a Jesús dentro de la enseñanzas del Talmud desmintiendo sus criticas con la demostración de hechos o comparación de individuos que aparecen en las mismas y que no resultan ser Jesús como parece que se quiera demostrar.

Por último, aparece como fuente hebrea el Todot Ieshu, una obra que no es ahora común pero que tuvo una amplia circulación. Por su contenido, no podemos confiar en un elemento de prueba tan dudoso y aislado pero tiene, sin embargo, otro valor, nos permite ver lo que opinaban los judíos sobre la vida de Jesús y sus enseñanzas desde el siglo quinto al décimo así como en el Talmud aparecen las opiniones de los judíos de los siglos primero al quinto.

B. Las fuente latinas

Las fuentes latinas que el autor destaca son: Josefo, Tácito, Suetonio y Plinio el Joven. La importancia de Josefo como fuente es muy grande ya que estudio con minuciosidad el periodo que comprende desde Herodes Primero hasta la Destrucción del templo. En sus libros Antigüedades de los judíos y Guerras de los judíos trata exhaustivamente todas las revueltas y convulsiones sociales, de manera que si hay alguna mención al movimiento de Jesús y su muerte aquí la encontraremos. Sin embargo, su libro Antigüedades de los judíos menciona únicamente dos veces a Jesús y lo hace de manera muy somera e incluso se sospecha que tales menciones no son suyas sino que fueron añadidas posteriormente por copistas cristianos que encontraban difícil aceptar el hecho de que un historiador de la época no mencionara en absoluto a Jesús. Estos mismos eruditos aducen que es increíble que un hombre como Josefo, que describía profusamente todo incidente insignificante, únicamente dedicase a la vida y a los hechos de Jesús las pocas palabras que quedan si se suprimen los añadidos posteriores.

¿Porqué Josefo se conformó con escribir someramente sobre Jesús y su movimiento con la importancia que tuvo para el momento? La mayor parte de los autores sostenían la falsedad de todo el pasaje, y defienden que Josefo omitió el tema completamente pues no podía describir el hecho sin tener que tratar las ideas mesiánicas de Jesús, cosa que tuvo cuidado en no hacer por miedo al castigo romano. Las palabras que aparecen sobre Jesús en su obra son las siguientes:

“ En Jerusalén vivió Jesús, un hombre sabio, si es lícito llamarle hombre. Pues fue hacedor de prodigios, iun maestro de los hombres que recibían la verdad con placer. Atrajo a muchos judíos y muchos gentiles; y cuando Pilato, a sugestión de nuestros principales hombres lo condenó a la cruz, los que lo habían amado al principio no dejaron de hacerlo, pues se apareció a ellos nuevamente vivo al tercer día, según los profetas divinos habían predicho esta y otras diez mil cosas maravillosas concernientes a él; y la casta de los cristianos, que toman el nombre de Jesús, no se ha extinguido hasta el momento”.

Debemos confesar que ninguna de las menciones sobre Jesús nos ha enseñado mucho sobre Jesús pero incluso estas afirmaciones fragmentarias pueden por lo menos confirmarnos su existencia y su terrible muerte: la crucifixión ordenada por Pilatos con el consentimiento de los judíos principales.

Tácito, Suetonio y Plinio el Joven corresponden las fuentes latinas no judías. En las obras de Tácito: Annales las menciones a Jesús son claras. Habla de los christiani como seguidores de “Christus que fue condenado a muerte durante el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilatos”.

Suetonio, contemporáneo de Tácito, es más importante. Él habla de un movimiento mesiánico durante el reinado de Claudio, que precedió a Nerón. En su libro Los doce Césares aparecen menciones que son una prueba fiable de que, dentro de los quince o veinte años después de la muerte de Jesús, muchos judíos, incluso en lugares tan alejados como Roma, creían que éste había existido y que era el Mesías.

Una importancia similar tiene la Epístola de Plinio el joven. Plinio describe el cristianismo como un movimiento popular, sin embargo, a pesar de que su obra es muy valiosa desde el punto de vista del cristianismo como movimiento y religión, lo es menos como prueba de la existencia y enseñanzas de Jesús.

Las fuentes griegas y latinas, judías o paganas, nos enseñan poco sobre la vida de Jesús, nos sirven únicamente para saber que en Judea existió un hombre llamado Jesús, llamado Cristo, que realizó milagros y que fue muerto por Poncio Pilatos y que Jesús dio origen a una secta llamada cristianismo y que en Roma existió una comunidad extensa que fue perseguida en tiempos de Nerón.

C. El apóstol Pablo

Las epístolas de Pablo contenidas en el Nuevo Testamento son las más antiguas fuentes cristianas de la historia de Jesús. A pesar de que se duda de la autenticidad de algunas de ellas, son muy antiguas y son los documentos más próximos a la época de Jesús que ningún otro.

Pablo no sólo conoció la vida de Jesús y su muerte en la cruz, sino que también creyó en su resurrección atestiguando haber tenido una visión de él en e camino a Damasco en la que entró en contacto con él. Pablo es un buen testigo en cuanto a la existencia de Jesús y a la influencia que ejerció sobre sus discípulos, sin embargo, este testimonio no va más allá de asegurar la existencia y la influencia del maestro ya que en ningún escrito de Pablo encontramos hechos históricos confiables sobre la vida y obra de Jesús.

D. Los primeros Padres de la Iglesia

Después de Pablo, debemos tomar en consideración sólo a los primeros Padres de la Iglesia cristiana que escribieron antes de que los Evangelios Canónicos pasaran a ser las normas prevalecientes. Destacan dos Justino Mártir y Papías..

Los escritos de los primeros padres Cristianos contienen algunas sentencias desperdigadas de Jesús, que se añaden al contenido de los Evangelios canónicos y no canónicos. Éstas reciben el nombre de “agrafas” y aunque la mayoría de ellas no son auténticas como certifican muchos autores y añaden poco al conocimiento de la figura de Jesús pero lo aproximan al judaísmo de su época y demuestran la existencia de elementos materiales en sus ideas mesiánicas.

E. Los Evangelios apócrifos y no canónicos

Los evangelios apócrifos son un conjunto de escritos que llaman la atención debido a que su contenido trata situaciones y hechos que giran alrededor del personaje de Jesús. Sin embargo surge una interrogante: ¿cuán fidedignas son estas fuentes como para un estudio de la historia de la Iglesia y de Jesús mismo?. Es posible pensar que pueden ser útiles para el estudio de la historia de la Iglesia, pero no tendrían la suficiente fidelidad como para que puedan influir de un modo significativo en dogmas y doctrina cristianas.

Para poder responder a esta pregunta es necesario definir lo que significa apócrifo y el contexto que rodea la aparición de este tipo de textos. Luego se expondrá el porqué de ser clasificados como tales y exponer los puntos a favor de la hipótesis de una validez histórica, basados en estudios previos y deducciones que se puedan realizar con esta información.

Antes de explicar lo que el término apócrifo significa es necesario definir lo que son los textos canónicos.

Aquellos libros denominados canónicos son aquellos que pertenecen al canon. Canon es un término griego que significa tipo, modelo o principio. En el caso del término canon que se utiliza dentro de la Iglesia se refiere a un canon de verdad, todo lo canónico es lo que era verdadero al mensaje de Cristo. La determinación del canon es un acto emanado de la autoridad de la Iglesia de reconocer aquellos libros reconocidos como inspirados por Dios. La inspiración es algo objetivo, es decir la canonicidad no hace inspirado un libro sino que lo hace reconocer como tal por los fieles en virtud de la autoridad apostólica. Este canon surge ante la necesidad de diferenciar el mensaje cristiano de herejías. Los escritos apócrifos son aquellos materiales que la Iglesia no quiso incluir en su canon escriturítico.

Apócrifo, en el sentido etimológico de la palabra significa "cosa escondida, oculta". Este término servía en la antigüedad para designar los libros que se destinaban exclusivamente al uso privado de los adeptos a una secta o iniciados en algún misterio. Después esta palabra vino a significar libro de origen dudoso, cuya autenticidad se impugnaba. Entre los cristianos se designó con este nombre a ciertos escritos cuyo autor era desconocido y que desarrollaban temas ambiguos, si bien se presentaban con el carácter de sagrados. Por esta razón, el término apócrifo vino con el tiempo a significar escrito sospechoso de herejía o, en general, poco recomendable

En realidad existen escritos apócrifos del Antiguo y Nuevo Testamento, éstos últimos son -mal- denominados genéricamente como evangelios apócrifos, sin embargo hay que tomar en cuenta que el término evangelio se refiere a la "buena nueva", al mensaje y doctrina de Cristo en la tierra. Es mal usado debido a que no todos los escritos son evangelios.

Con respecto a los evangelios apócrifos podemos clasificarlos desde un punto de vista temático en:

·        Evangelios de corte sinóptico, similares a sus correspondientes canónicos (Marcos, Mateo y Lucas), los cuales ofrecen dichos y hechos de Jesús.

·        Evangelios de la infancia y resurrección, junto al ciclo de María, son los que más llaman la atención de la fantasía popular en torno a la figura de Jesús. De hecho, mostraron ya esta tendencia a ampliar datos sobre el Maestro en los evangelios canónicos. El motivo determinante de estos evangelios apócrifos fue la complementación de las lagunas existentes en los evangelios canónicos.

·        Evangelios del tipo gnóstico, acuñado por la gnosis; es decir: esta clase de escritos ven la presentación de un asunto evangélico como simple medio para propagar la doctrina gnóstica.

El origen de muchos de estos escritos apócrifos está en el pueblo sencillo de las primitivas comunidades cristianas. Éstos en muchos casos dejándose encandilar por relatos y leyendas refrendadas por el testimonio de los que decían ser testigos de la vida de Cristo y por tradiciones ajenas a lugares donde éste habitó, enriquecieron este conjunto de tradiciones, diversificándola y que finalmente se cristalizaban en la prolífica literatura apócrifa amparada con los nombres de quienes fueron testigos de Cristo: Pedro, Felipe, Santiago, Juan, etc. Pero a esta ingenuidad del pueblo crédulo, se añadió la astucia de los herejes, los cuales introducían tendenciosas doctrinas gnósticas, docéticas o maniqueas.

Pero la Iglesia siempre se ha preocupado por señalar y reprobar los escritos heréticos que se presentaban en forma de narraciones evangélicas. Se ha tenido cuidado de deslindar siempre el campo de lo inspirado, perteneciente a la revelación, y de lo espúreo o simplemente apócrifo, así no sea de tendencias heréticas. Con respecto a las narraciones pseudo evangélicas que pretenden satisfacer la curiosidad de los lectores, se observan entre los Santos Padres dos tendencias: una capitaneada por San Jerónimo la cual opta por la abolición de éstos debido a lo vulgar, contradictorio y extravagantes que pueden llegar a ser; y otra, mas suave y tolerante que procura buscar ese "aurum in luto" a que alude San Jerónimo.

San Agustín, a pesar de afirmar categóricamente su acanonicidad, no dejaba de reconocer que podía encontrase en ella "algo de verdad". 

Es posible notar que entre los principales problemas de estos escritos son que están muchas veces incompletos, debido a que están escritas sobre material muy perecible: papiro; no poseen un autor conocido, más bien se amparan en nombres de personajes que fueron testigos de la vida de Jesús; poseen connotaciones muchas veces heréticas como en el caso de los evangelios gnósticos; muchos de estos son de carácter apologético, como los que tratan acerca de la vida de la Virgen María, los cuales tratan de enaltecer su vida; otros en cambio poseen tradiciones que han sido probablemente transformadas a través del paso del tiempo.

A pesar de este panorama, existen razones para poder afirmar cierto valor histórico de este tipo de fuentes.

Durante largo tiempo, aproximadamente treinta y cinco años, sólo existió una tradición oral acerca de Jesús, de sus palabras y hechos, de su vida, de su muerte y resurrección. La nueva fe durante estos años se abría paso en Siria, Asia Menor, Grecia e Italia. El evangelio se extendía por un gran territorio de forma oral. En el momento de la persecución de Nerón, y ante la falta del apóstol Pedro, la comunidad cristiana se vio ante la necesidad de conservar las enseñanzas y relatos que éste contaba antes de su crucifixión. Entonces encomendaron al colaborador de Pedro, Juan de Jerusalén, por sobrenombre Marcos, que pusiera por escrito todo lo que se acordara de las enseñanzas del apóstol, apareciendo el primer texto del evangelio. Esto debió causar una enorme sensación, pues su ejemplo fue seguido con entusiasmo. Era evidente que el evangelio de Marcos no abarcaba todo lo que entonces se poseía en tradiciones relativas de Jesús. Por ello empezaron a recogerse en otros sitios estas tradiciones, dando lugar en las décadas siguientes a la aparición de una gran cantidad de escritos semejantes, unas veces utilizando el propio escrito de Marcos, como en el caso de Mateo y Lucas, y otras veces siguiendo dicho modelo. Pronto cada sector de la Iglesia poseyó su propia versión del evangelio, creándose una imagen abigarrada y confusa del mismo.

Tal era la situación de la transmisión del evangelio que incluso ideas como el gnosticismo y otras herejías llegaban a filtrarse, algunas veces de forma intencionada.  

Sin embargo esto significó el paso de la tradición oral a un modo escrito. La tradición oral, origen de casi todos los textos apócrifos, es una fuente histórica:

La tradición tiene siempre un origen. El historiador trata de deducir este origen estudiando la tradición tal y como aparece cuando es recopilada, dando lugar a una interpretación. Toda síntesis histórica significa una interpretación de los datos y se funda de hecho sobre posibilidades. Todo historiador que trate con fuentes debe interpretarlas, pero interpretar es escoger entre posibles hipótesis (lo más verosímil, pues hasta este punto puede llegar la hipótesis, pues lo pasado se cumplió definitivamente y no hay posibilidad de observar los acontecimientos que han sucedido). Entonces resulta que no existe "verdad histórica absoluta", y que nadie se puede apoyar en lo pasado para sostener una "ley inmutable de la historia". La verdad está fuera de nuestro alcance y sólo nos podemos acercar a ella. No podemos llegar a comprender totalmente lo pasado porque está fuera de nosotros, es otra cosa. Pero igualmente, en el pasado eran otros hombres que fueron los actores, y que a pesar de nuestros esfuerzos no podemos penetrar completamente en la mentalidad del otro. No podremos jamás comprender sus móviles y, por consiguiente, no los podemos juzgar jamás. Lo que hace el historiador es acercarse al límite de la verdad histórica por medio de técnicas de probabilidad, interpretando evaluando e intentando volver a crear en él las condiciones que existían en ciertos momentos del pasado. El historiador de las tradiciones orales se halla exactamente al mismo nivel que los historiadores de las demás fuentes de la historia. Desde luego, obtendrá probabilidades menos elevadas que las que pueden alcanzarse en otras materias, pero todo ello no impide que lo que hace sea igualmente válido y sea historia.

Como síntesis es posible observar que:

  • Los escritos apócrifos están basados principalmente de tradiciones que se poseían acerca del personaje de Jesús, los cuales pueden poseer un fondo de verdad y allí radica su valor histórico reconocido por la Iglesia.

  • Estos escritos reflejan a la sociedad en que fue formada, lo cual los hace una fuente útil para el estudio de la Iglesia primitiva, y de las herejías que van surgiendo en los primeros cuatro siglos de nuestra era.

  • Los escritos apócrifos sirvieron luego como fuente para la Tradición Cristiana, y para muchas de las tradiciones y costumbres que se posee hoy en el mundo cristiano.

Debido a su origen, evolución e influencia posterior, podemos afirmar que los textos apócrifos poseen un valor histórico nada despreciable. Son valiosas, sino esenciales para el estudio de la Iglesia primitiva, del origen y evolución de mucho de la Tradición y la liturgia actual, de las tradiciones y costumbres cristianas, nos dan hechos y palabras que podrían haber salido de la vida de Jesús sin por ello estar incluidos necesariamente en los libros canónicos.

Sin embargo a la falta de certeza, no se puede reunir argumentos suficientes como considerarlos fuentes para influir en dogmas y fe de la Iglesia, los verdaderamente no-heréticos solamente pueden añadir detalles en la vida de Jesús y su evangelio sin llegar en afectar en alguna medida su mensaje.

II. EL PERIODO

A. Condiciones Políticas

Para poder entender la diversidad de corrientes políticas que existían en la época de Jesús, necesariamente debemos adentrarnos un poco en la historia del pueblo judío y sus expectativas de liberación.

  

Era un país ocupado, con todas las consecuencias que esto supone, sobre todo si se tiene en cuenta el carácter arisco e independentista de aquel pueblo que se sentía llamado a dirigir la historia. La resistencia frente a la ocupación romana era el problema de fondo de la nación judía. Cristo llegaba a Israel cuando todo el país vivía un clima de guerra santa, una guerra que había durado ya 200 años y que se prolongaría aún casi otro siglo.

 

El año 200 antes de Cristo Palestina había caído en manos del seléucida Antíoco III. Inicialmente, la llegada de la civilización helenística recibió un eco favorable entre grandes sectores judíos. Pero pronto reaparecerán las antiguas tradiciones y la predicación religioso-social de los profetas incitando a la guerra santa. El año 167 antes de Cristo estallaría la sublevación de los macabeos que concluiría 26 años después con la obtención de la independencia judía.

 

La guerra santa será así el camino hacia el dominio universal del verdadero Israel que se identifica con el reino de Dios.

 

Esta teología de la revolución llenará las almas de los judíos en todo el siglo que precede la venida de Cristo. Ser un buen judío es ser un buen guerrillero; Dios y la libertad son la misma cosa; velar por la ley es prepararse para la batalla; el odio al enemigo es una virtud necesaria; esperar “el último combate”, el “día de la venganza” es obligación de todo buen creyente.

 

Con toda esta carga ideológica recibirán los judíos la ocupación romana que sólo era suave en apariencia. Roma respetaba, sí, la libertad religiosa de los pueblos conquistados, pero, en cambio, apretaba fuertemente los grilletes de la libertad a base de impuestos y de aplastar sin contemplaciones los más pequeños brotes de rebeldía. La historia nos cuenta los abundantes casos en que poblaciones enteras fueron vendidas como esclavos por el menor levantamiento, o simplemente, porque sus habitantes no podían pagar los impuestos. No es difícil imaginar las heridas que habrían los invasores romanos entre el pueblo judío, y cómo el odio se transmitía de generación en generación.

 

A pesar que el Cesar concedió a los judíos una cierta autonomía y otorgó al sumo sacerdote, Hircano, el título de “etnarca”, en realidad el poder seguía estando en manos de Antípatro, Fasael y Herodes, siervos fieles de Roma.

 

La violencia fue la ley de vida durante el mandato de Herodes y aún de Pilatos, quienes, además de dominar, despreciaban al pueblo judío. Basta leer el relato de la pasión para comprender que Pilatos consideraba a sus administrados como unas especie de niños malcriados a quienes hay que castigar de vez en cuando para que no se sobrepasen, pero a quienes sería excesivo tomar demasiado en serio.

 

Como Pilatos obraban todos los romanos. El que hubiera un centurión que se interesara por la gente de su distrito y les hubiera construido una sinagoga es algo tan excepcional que los evangelios lo cuentan como una novedad. Los más obraban como los blancos en Sudáfrica, con un perfecto planteamiento racista.

 

Pilatos, como la casi totalidad de los funcionarios romanos, desconocía todo lo referente a la religiosidad judía; ignoraba la grandeza del pueblo judío y en toda idea mesiánica no veía otra cosa que amenazas políticas.

 

Los judíos, por su orgullo interior, no reconocían ni el hecho de estar dominados. Ignoraban a los romanos y, en cuanto les era posible, vivían como si los invasores no existieran. El desprecio era mutuo. Pero los choques eran inevitables. Y entonces surgía la gran palabra: libertad. Una palabra querida como nunca por los judíos y que englobaba para ellos tanto la liberación religiosa como la política

 

Pero nos equivocaríamos si pensáramos que el pueblo de Israel era entonces un bloque compacto en su postura frente al invasor. La ocupación extranjera trae siempre, aparte de la pérdida de libertad, la pulverización de la unidad. Bajo todo país sin libertad, hay siempre una guerra civil camuflada.

 

Lo único que unió circunstancialmente a fariseos, saduceos, herodianos, escribas, sacerdotes, etc., fue su oposición a Jesús, pero en todo lo demás - ideología, posición social, ideas políticas, prácticas religiosas - nada tenían que ver los unos con los otros.

 

En un esquema muy elemental podríamos decir que los saduceos ocupaban la derecha y los herodianos la extrema derecha; los fariseos podrían colocarse en un centro neutralista; los celotes serían la izquierda y los sicarios la extrema izquierda; los esenios serían algo así como un grupo no violento con ideas de izquierda.

 

Fariseos y saduceos tenían ya una larga historia cuando Cristo vino al mundo. Ambas corrientes habían nacido de las distintas posiciones que los judíos adoptaron ante la llegada de la cultura helenista en la época de los macabeos. Mientras los sectores aristocráticos y sacerdotales quedaron deslumbrados por el mundo griego y se dispusieron a pactar con él, los grupos populares resistieron a los invasores y de ellos surgieron los “perushim” (de ahí “fariseo”) que quiere decir en hebreo “los separados”. Frente a ellos, sus adversarios se denominaron “saduceos” probablemente porque ponían su origen en la familia del sacerdote Sadoc.

 

En lo social, mientras los fariseos venían de las clases bajas y de los grupos intelectuales (escribas), los saduceos eran en su mayoría ricos; los fariseos eran un movimiento de seglares, y el saduceísmo, en cambio, estaba formado en gran parte por sacerdotes. En lo político los saduceos eran colaboracionistas con los romanos; los fariseos eran, si no hostiles, por lo menos neutralistas.

Pero la gran zanja divisoria era la religiosa. Para los saduceos toda la ley se resumía en la Torá (la ley escrita). Los fariseos pensaban que esa era una parte de la ley, ya que también existía la tradición, la ley oral y todo un sistema de preceptos prácticos que regulaban hasta la más diminuta de las acciones de la vida civil y religiosa (en el Talmud).

 

El interés que tenían los fariseos por lo religioso fue lo que les hizo colocarse en el mayor contraste con Jesús.

 

Había entre los fariseos, en todo caso, almas nobles y aún muy nobles: maestros como Hillel y Gamaliel el viejo (a la sombra de este último se educó Saulo de Tarso), y discípulos como Nicodemo y José de Arimatea.

 

Un tercer movimiento es el de los celotes, cuyo amor radical a la ley les hace llevar hasta las últimas consecuencias su nacionalismo teocrático. (Celote = celoso)

 

Los celotes son celosos de la ley, decididos, comprometidos, con un matiz de fanatismo, esperan ardientemente el advenimiento del reino de Dios para un futuro muy próximo. Aborrecen a los saduceos y a todos cuantos han “pactado” con el invasor. Se consideran obligados a matar a todo el que colabore con los romanos. La guerra santa es su dogma y, mientras llegue, viven en guerrilla. El odio es parte de su filosofía. Se sentían orgullosos de ser llamados “pobres” y aspiraban a una radical redistribución de la riqueza.

 

Dentro del grupo de apóstoles de Jesús había algunos que eran, o habían sido, celotes. Es claro el caso de Simón el “celote” o “cananeo”.

 

Un cuarto e importante grupo religioso fue el de los esenios. Estos eran unos 4.000 monjes que vivían en un régimen de celibato y de absoluta comunidad de bienes, dedicados en exclusiva al culto religioso y al estudio de la palabra de Dios.

 

El pueblo les miraba con respeto, pero les consideraba herejes, sobre todo por su apartamiento del culto al templo de Jerusalén y por algunas formas de culto al sol que los más consideraban idolátricas. La misma vida en estado de celibato era un enigma para sus contemporáneos.

 

Los sicarios, que eran el grupo de la extrema izquierda en este espectro político, eran el grupo más radical de los celotes; eran “los comandos de acción”, y se les llamaba así por la costumbre de atacar con un pequeño puñal curvo, de nombre “sica”.

 

Los herodianos eran la contrapartida de los sicarios. Pertenecían a la extrema derecha. Eran incondicionales de los invasores y, obviamente, enemigos acérrimos de Jesús.

 

Aparte de los cuatro grandes e influyentes sectores políticos - fariseos, saduceos, celotes y esenios - estaba el pueblo, el pueblo despreciado. Fariseos y saduceos coincidían en el desprecio a los incultos. “Esta turba que no conoce la ley son malditos” oímos gritar a los fariseos en el evangelio de Juan (7, 49).

Eran los despreciados, los humildes, los que vagaban como ovejas sin pastor, los que esperaban sin saber muy claramente lo que esperaban, dispuestos a correr detrás de cualquiera que levantara una hermosa bandera.

 

Este era el mundo al que Jesús salía con la buena nueva en los labios. Era la hora. Estábamos en “la plenitud de los tiempos”. El cordero iba a subir al altar. El sembrador tenía ya la palma de la mano hundida en la semilla para comenzar la siembra. El mundo no era un campo aburrido ni glorioso: era un nido en el que se entremezclaban esperanzas y pasiones, hambre y cólera, sed de Dios y violencia. Le esperaban, al mismo tiempo, el amor, la indiferencia, la hipocresía y los cuchillos. Era la hora.

 

Estimado lector, este tema viene a completar la trilogía que comencé con “El mundo al que llegó Jesús” y “La verdad del pueblo elegido”. Estos tres temas nos pueden dar una visión bastante ajustada a la realidad que encontró Jesús en su paso por la Tierra.

 

B. La situación socio-económica

La Palestina del tiempo de Jesús constituía una sociedad teocrática, que giraba en torno a la Ley mosaica y al Templo de Jerusalén, fuertemente jerarquizada y de tipo patriarcal, en donde el padre de familia estaba investido de la autoridad suprema en el ámbito familiar. Dicha sociedad vivía de la agricultura, la artesanía y el comercio, y estaba compuesta por tres estratos sociales: superior, medio y bajo.

Al estrato superior pertenecían los príncipes y miembros de la familia real de Herodes, los altos dignatarios de la corte, la aristo­cracia sacerdotal o sumos sacerdotes, y las familias de abolengo, junto con los grandes terratenientes, comerciantes o negociantes.

El estrato medio, bastante reducido y apreciable sobre todo en Jerusalén, en los círculos cuyas fuentes de ingresos procedían del Templo y los peregrinos, estaba integrado, fundamentalmente, por los pequeños comerciantes, los artesanos propietarios de sus talleres, los dueños de las hospederías y los sacerdotes y levitas que no eran miembros de las grandes familias sacerdotales.

Al estrato bajo, formado por la inmensa mayoría de la población, pertenecían los jornaleros, tanto obreros como campesinos, los pescadores, los innumerables mendigos y, finalmente, los esclavos, Estos últimos, a diferencia de lo que ocurría en el resto del Imperio, no desempeñaban ningún papel relevante en la economía rural, ya que, fuera de la corte de Herodes, su número era muy reducido y se encontraban sobre todo en las ciudades, al servicio de las familias adineradas.

Dada la naturaleza de su suelo y la densidad de su población, Palestina estuvo lejos de proporcionar a todos sus habitantes trabajo, alimento y medios de vida suficiente. En tiempos de Jesús el paro era considerable y afectaba, principalmente, a los campesinos y jornaleros. Lo que ocasionó la emigración de muchos judíos residentes en Palestina a otras partes del Imperio, en busca de una existencia mejor.

A pesar del aparente esplendor del largo reinado de Herodes el Grande (37 aC-4 d.C), durante el cual se crearon nuevas ciudades y fortalezas, se edificaron suntuosos edificios, se inició la reconstrucción del Templo y se hicieron importantes obras públicas, lo cierto es que la pobreza aumentó considerablemente en Palestina y esta situación se mantuvo a lo largo de todo el siglo primero. A ello contribuyó en gran medida la explotación abusiva del país por parte de Herodes y de sus sucesores, y más tarde, cuando Roma fue poco a poco asumiendo el control y la administración de Palestina, los impuestos que pesaban sobre el pueblo y la mala gestión de los prefectos y procuradores romanos. El hambre y la carestía que reinaban por doquier fueron el resultado de tal explotación.

Esto hizo que tanto en la época de Herodes, como después durante el breve reinado de Agripa I (41-44 d.C), tuvieran que arbitrarse medidas extraordinarias para paliar el hambre de la población. No sólo se estimuló la beneficencia privada, sino que se sancionaban jurídicamente las aspiraciones de los pobres a compartir la cosecha, reservándoseles una parte de las fincas, cuyos productos podían recoger después de la recolección, y dejando para ellos las uvas caídas durante la vendimia. La preocupación por los pobres era patente en grupos como los fariseos, los esenios o los zelotas.

A diferencia de la insensibilidad que, como se ha visto, reinaba el Imperio respecto al pobre y la pobreza, el judaísmo del siglo I, como lo atestiguan los escritos de Qumrán, la literatura rabínica y los llamados escritos pseudo-epígrafos, mantenía vigente la pre­ocupación de ayudar al pobre, a la viuda, al huérfano y al extranjero.

Al menos la teoría estaba clara y era repetida y conocida por todos: el rico no debe explotar al pobre: el judío fiel a Dios ha de ser, como él, misericordioso y justo; todos han de amar al prójimo. Otra cosa era la realidad: de hecho, muchísimos judíos palestinos del tiempo de Jesús no tenían otro medio de vida que la mendicidad, eran explotados por los poderosos y los ricos, y discriminados por los observantes religiosos. Por otra parte, los maestros de la Ley discutían entre sí sobre el alcance del precepto del amor al prójimo, sin llegar a un acuerdo acerca de si tal obligación debía o no de hacerse extensiva a los paganos.

III. LOS PRIMEROS AÑOS DE JESÚS: JUAN EL BAUTISTA

De su infancia solo sabemos que viajó en compañía de sus padres a Egipto, y que regresó a Nazaret, antes de cumplir los 12 años.

La presentación en el templo, nos muestra otra de las muy escasas estampas de su juventud.

De ahí en adelante no se sabe nada, hasta su aparición como predicador ambulante. 

Lo que sabemos nos viene dado en los siguientes evangelios:

1. Donde creció Jesús. Luc. 2:39; 4:16; Mat. 13:54; Mar. 6:1; Juan 1:45-46.

2. Cómo creció Jesús. Luc. 2:41-52; 4:16; Sal. 1:2; Mat. 13:54; Mar. 6:2;
     Juan 7:15.

3. Jesús trabajó con sus manos y fue conocido como un carpintero.
    Mar. 6:3; Mat. 13:55.

4. Jesús tenía 4 hermanos y algunas hermanas. Mat. 12:46-47; 13:55-56;
    Mar. 6:3; Hech. 1:14; Juan 2:12; Gal. 1:19.

5. Jesús se dio cuenta de su misión a una edad muy temprana.
     Luc. 2:40, 47, 49, 52.

6. Jesús no hizo milagros hasta que empezó su ministerio público.
    Juan 2:11.

7. Los primeros días de Jesús fueron normales con la excepción del evento
    relatado en Luc. 2.

8. Sus hermanos no se dieron cuenta de su verdadera naturaleza y misión.
     Juan 7:3-9.

9. Su madre tampoco entendió sus acciones. Luc. 2:48-50; Juan 2:3-4.

10. Como no se menciona a José después de la visita al templo--cuando
       Jesús tenía 12 años--suponemos que él murió antes que Jesús fue
       adulto.

11. La ciudad de Nazaret donde creció Jesús tenía una sinagoga, pero la
       gente fue difícil de convencer y eran muy crueles.

A. Negaron creer que Jesús era más que el hijo de un carpintero.
     Mar. 6:3-6.

B. Hubieran destruido a Jesús si no fuera por un poder no visto
     que le protegía. Luc. 4:28-30.

A continuación se narra el bautismo de Jesús por Juan, el cual tuvo un papel importante en el ministerio de ambos...

a. Vino en el punto más alto del ministerio de Juan, después de lo cual empezó a declinar

b. Sirvió como el inicio del ministerio de Jesús, el cual rápidamente adelantó al ministerio de Juan 

Pero el bautismo de Juan naturalmente levanta una pregunta:

¿Por qué era Él bautizado?

Podemos decir que su bautismo tiene, sin embargo, un sentido diferente del de la gente que acudía a Juan. Él no confiesa haber sido cómplice de la injusticia; esto quiere decir que no tiene un pasado pecador que cancelar ni necesita un cambio de vida.

En el caso de Jesús, la muerte simbolizada por el bautismo no se refiere al pasado, sino al futuro: está dispuesto a una entrega total por el bien de la humanidad, a sacar a los hombres de la situación de injusticia y opresión en que se encuentran, dando para ello hasta la propia vida, si fuera preciso. El bautismo de Jesús representa, pues, su compromiso total por el bien de los hombres. Quiere instaurar una nueva relación humana, basada en la justicia, que permita una sociedad diferente. El hecho de que acepte una posible muerte en el desempeño de su misión implica que es consciente de la oposición que su obra va a provocar en los círculos de poder, que no estarán dispuestos a tolerar la emancipación del pueblo.

De este modo, Jesús muestra su inconformismo con la situación; no puede soportar la injusticia. El motivo que lo impulsa es, por tanto, el amor a la humanidad.

Ante ese amor y ese compromiso, que no escatima ni la propia vida, se produce la comunicación divina, que revela la sintonía total entre la actitud de Jesús y la de Dios mismo. De hecho, el compromiso de Jesús refleja precisamente lo que es Dios para el hombre: Dios es quien, para darle vida, se entrega al hombre sin reservas ni condiciones. Para expresar esta sintonía, el evangelista utiliza diversas imágenes:

Inmediatamente, mientras salía del agua, Jesús vio rasgarse el cielo y el Espíritu bajar como paloma hasta él. Hubo una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, en ti he puesto mi favor» (Mc 1,10-11).

Con la imagen «rasgarse el cielo» el evangelista expresa que queda abierta la frontera entre el mundo divino y el humano, es decir, que en la persona de Jesús se establece la comunicación definitiva entre Dios y el hombre (lo rasgado no se puede cerrar). El abismo entre el hombre y Dios, abierto por la infidelidad humana, queda así suprimido.

El verbo «rasgarse» expresa una violencia, es decir, la urgencia o, por decirlo así, la impaciencia de Dios («inmediatamente») por comunicarse al que, como Jesús, se compromete hasta el fin por el bien del hombre.

Con la metáfora «el Espíritu», que originariamente significaba «viento» (fuerza) o «aliento» (vida), se designa la vida y la fuerza de Dios. La frase «bajar como paloma» alude al modo de hablar propio de aquella cultura, donde era proverbial la querencia de la paloma por su nido. Al utilizarla, se está indicando que el lugar natural del Espíritu de Dios, o de Dios mismo, es el hombre que muestra tal amor a la humanidad. Pero, además, en la tradición judía se hablaba de que el Espíritu de Dios «se cernía sobre las aguas» de la primera creación como una paloma sobre su nidada. La bajada del Espíritu sobre Jesús significa que en él culmina la creación, que el compromiso que ha hecho, por el cual participa de la vida y fuerza de Dios, lo levanta hasta la plena condición humana, la del Hombre-Dios.

El evangelista utiliza también la imagen de la voz de Dios («hubo una voz del cielo»), que se revela como Padre y declara a Jesús Hijo, Rey y Servidor, aludiendo a textos del Antiguo Testamento.

En el ambiente judío de aquel tiempo, «ser hijo de alguien» no significaba solamente haber nacido de esa persona, sino sobre todo comportarse como ella. «El Hijo de Dios» (alusión a Sal 2,7) es, por tanto, el que, por su amor total al hombre, tiene el Espíritu de Dios y se comporta exactamente como Dios mismo, siendo su presencia en la tierra. Viendo a Jesús, conociendo sus actitudes y su actividad, conocemos a Dios (Jn 12,45; 14,8-10). Es más, el único modo de conocer al Dios verdadero es mirar a Jesús. Cualquier idea sobre Dios es falsa si no corresponde a lo que hace y dice Jesús (Jn 1,18).

La figura del Rey-Mesías (Sal 2,2.7) encarnaba la salvación para Israel; la del Servidor, la salvación para todas las naciones (Is 42,1-4.6; cf. Mt 12,17-21). Rey indicaba triunfo; Servidor, entrega y sufrimiento (Is 53,3-12). Al unirse en la persona de Jesús estos rasgos dispersos en el Antiguo Testamento, se ve que en el plan de Dios la idea del Mesías no coincidía con la que tenían los judíos; el Mesías no va a dominar al hombre, sino a servirle (Mc 10,45). La misión de Jesús, lo mismo como Rey que como Servidor, va a ser implantar la justicia y defender al pobre y al explotado (Sal 72, 1-4.12-14; Is 42,1-4.6; 49,9-13).

Por tanto, la escena del bautismo de Jesús describe su investidura para realizar su labor en favor de la humanidad. Queda constituido Mesías, el liberador esperado.

IV.LOS COMIENZOS DEL MINISTERIO DE JESÚS: LAS PARÁBOLAS

La comprensión moderna de las parábolas está muy marcada  por los estudios sobre la metáfora. Tres elementos fundamentales  encontramos en ellas: la narratividad, su brevedad y su carácter metafórico. La parábola es un breve relato con un doble significado. 
A nivel superficial, la parábola habla de siembra o de ganados, por ejemplo; pero en un nivel más profundo apunta a algo diferente y exige, por tanto, una interpretación. ¿A qué realidad, diferente de la superficial, se refieren las parábolas de Jesús? En algunos casos es perfectamente claro por el contexto. Aunque a veces éste haya sido creado por el evangelista, y por eso varía de un evangelio a otro. Lucas, por ejemplo, inserta la parábola de la oveja perdida después de una polémica entre Jesús y los fariseos sobre la cercanía de Jesús a las personas de mala reputación (Lc 15,1-3). Mateo, por el contrario, la introduce en un discurso eclesial, transformándola así en una exhortación a los creyentes para que se preocupen de aquellos que, habiendo formado parte de la comunidad cristiana, están ahora fuera de ella (Mt 18,12-14). Los contextos son, pues, diferentes, y la interpretación cambia necesariamente. 


Pero podríamos ir más allá e intentar descubrir la referencia original de las parábolas en la predicación de Jesús. En este caso, la respuesta es bastante más difícil. Una hipótesis de trabajo plausible es la de conectar las parábolas con el tema dominante de esta predicación, el reino de Dios: su venida como gratuidad, su presencia, que exige una decisión, y sus implicaciones existenciales. Esta conjunción de reino y parábolas es destacada, por ejemplo, en la parábola de la semilla de mostaza (Mc 4,30-32 par). Al aceptar el reino como el probable referente original de las parábolas de Jesús, todavía podríamos preguntarnos si el reino, tal como es anunciado en las parábolas, es para Jesús un acontecimiento futuro y apocalíptico o una realidad presente y misteriosa. La respuesta debería tener en cuenta la serena normalidad cotidiana de las imágenes parabólicas de Jesús frente a la parafernalia extraordinaria de los discursos apocalípticos. La verdad es que «en ninguna parte dice Jesús lo que es el reino. Se limita a decir a qué se parece. Incluso eso es muy instructivo. Jesús no habla como un teólogo, no enseña por medio de conceptos (ideas generales concebidas por la inteligencia), sino por medio de imágenes. Todo lo que quiere decir es significado indirectamente, por comparación. Así se hace comprender de todos, ignorantes y sabios. El símbolo hace pensar, podemos decir que obliga a reflexionar. La parábola sorprende, extraña, choca, provoca: revelando tal o tal prejuicio (opinión o creencia impuesta por el medio, la educación o la época), obliga a reconsiderar las cosas, a 
tomar una nueva decisión».

 
Las parábolas pueden también ser interpretadas no sólo por su contexto, sino por comentarios específicos del mismo Jesús. Así, Mc 4,13-20, Mt 13,18-23 y Lc 8,11-15 interpretan la parábola del sembrador, pero no el Evangelio de Tomás Mt 13,37-43 interpreta la parábola del trigo y la cizaña, y de nuevo el Evangelio de Tomás, que también tiene esta parábola, no la interpreta. Por último, este evangelio apócrifo (cf. Evangelio de Tomás 64b) sí interpreta la parábola del gran banquete, cosa que no hacen Mt y Lc. Estas interpretaciones son, muy probablemente, obra de la creatividad de la Iglesia primitiva, aunque ésta las ponga después en boca de Jesús. Su frecuencia y, sobre todo, su diversidad son una advertencia importante para nosotros. Las parábolas exigen la 
interpretación, y su destino a lo largo de los siglos es el comentario múltiple, diverso y sucesivo. El riesgo de la falsa interpretación es siempre posible; pero incluso una interpretación fiel a la dinámica del reino, lo que parece impedir una interpretación errónea, será siempre plural y no unívoca. La variedad interpretativa encuentra su fundamento en los diferentes horizontes de la precomprensión del lector.

PARA/FINALIDAD: En cualquier caso, debemos tener en cuenta que la parábola busca siempre la participación del lector en el reino. 
Y la parábola es un relato muy apropiado para desencadenar tal proceso. Por eso podemos decir que «Jesús ha contado parábolas no tanto para enseñar algo a sus oyentes cuanto para cambiar algo en sus vidas. Su arte consiste en arrastrar a sus interlocutores al juego del relato, en llevarlos a reaccionar personalmente y ponerlos así en un movimiento que inicia ya el comportamiento que quiere inculcarles. Las parábolas no son sólo un medio de información: 
Jesús hace de ellas un medio de acción». Esta llamada a la decisión aparece frecuentemente en la forma interrogativa que encontramos al principio de muchas de las parábolas evangélicas (Mc 4,30; Lc 10,39; 13,18.20; 15,4.8). La parábola se presenta así 
como una pregunta a la que se invita a responder, sin imponerse autoritativamente. Esperando que la respuesta positiva culmine la dinámica iniciada por el relato de Jesús. «La respuesta del lector completa el significado de la parábola. La parábola es una forma de 
discurso religioso que llama no sólo a la imaginación o a la alegre percepción de la paradoja o a la sorpresa, sino también a la cualidad más básicamente humana, la libertad». 
Es verdad que la fórmula interrogativa, muy apropiada a la predicación, tiende a desaparecer en los niveles redaccionales evangélicos o a ser sustituida por fórmulas declarativas más apropiadas al tono catequético que adquieren las parábolas de 
Jesús en los evangelios. Pero no debemos olvidar, cuando las escuchamos hoy en la proclamación o en la lectura personal, que en el contexto de la predicación de Jesús las parábolas buscaban hacer reaccionar a los oyentes a los que se destinaban. La parábola busca, pues, desencadenar un proceso de transformación de la persona debido a la irrupción del reino de Dios en la historia humana. Este proceso transformativo se va a manifestar en las tres dimensiones temporales en las que vive la persona en este mundo: 


1) Se trata de romper con un pasado que no se ajusta al reino que viene. Tendremos muchas veces que abandonar el «país familiar», como Abrahán, perder nuestras antiguas certezas, que son puestas en cuestión por Dios que se acerca a nuestras vidas. 
Lo que hasta entonces tenía un valor absoluto se va a convertir en relativo y secundario. 


2) Se nos va a pedir una decisión en el momento presente. Nos sometemos a la soberanía de Dios (que, paradójicamente, es el reino de la libertad), nos transformamos en «criaturas nuevas», algo que no está al alcance de nuestras posibilidades, sino que es obra 
del Espíritu. Él será el nuevo indicativo que impulse nuestra acción, nuestro imperativo.


3) Por último, se abre ante nosotros un mundo nuevo, un futuro insospechado, aunque quizá presentido en el deseo, una nueva posibilidad de existencia que se anunciaba en la predicación del reino de Jesús y pretende llevar a la persona a su plenitud. Es lo que expresa, de una manera más formal pero no por ello menos real, la afirmación de que el hombre «recibe de la gracia su plenitud como persona». Una buena ilustración de este carácter transformador de la existencia lo tenemos en las dos breves parábolas de /Mt/13/44-46. Las dos tienen una serie de elementos comunes: un descubrimiento 
extraordinario, una venta de todo lo que se tiene y, por último, la adquisición de algo de gran valor. El interés narrativo está puesto en el comportamiento del protagonista frente al descubrimiento, es decir, su decisión de vender todo para acceder al tesoro o a la perla. Poco importa que haya precedido una búsqueda (13,45) o no (13,44). Lo importante es la revelación de lo que estaba oculto, que tiene un valor incomparable. Ambas parábolas deben ser entendidas desde la expresión «lleno de alegría» (13,44). «Cuando 
una gran alegría que supera toda medida embarga a un hombre, lo arrastra, abarca lo más íntimo, subyuga el sentido. Todo palidece ante el brillo de lo encontrado. Ningún precio parece demasiado elevado. La insensible entrega de lo más precioso se convierte en 
algo puramente obvio. Lo decisivo no es la entrega de los dos hombres de la parábola, sino el motivo de la decisión: el ser subyugados por la grandeza de su hallazgo. Así ocurre con el reino de Dios. La Buena Nueva de su llegada proporciona una gran alegría, dirige toda la vida a la plenitud de la comunidad con Dios, efectúa la entrega más apasionada». 

Porque Dios se acerca en Jesús Las parábolas evangélicas se han leído y predicado muchas 
separadas de su fuerza incontenible, con una lectura moral o parenética. Sin embargo, es la proximidad y la presencia del reino en la predicación de Jesús el contexto que nos permite entender el «acontecimiento lingüístico» de las parábolas, que buscan así una decisión transformadora, debido a la nueva comprensión de la realidad que se despliega por el hecho de la presencia de Dios. 

Pero eso nos obliga a tomar conciencia del Dios de la misericordia que llega con Jesús. Éste es el gran adviento que anuncian las parábolas y la clave de su interpretación. Esa revelación del Dios de la misericordia y del perdón (emblemáticamente reflejado en la 
parábola del hijo pródigo: Lc 15,11-32) supone desechar otra imagen de Dios. Se trata de una imagen en la que predominaba (también podríamos decir «predomina», porque está todavía muy presente en el imaginario religioso de nuestro tiempo) la «lógica de la justicia». Esta imagen está muy ligada a una comprensión masculina y patriarcal de Dios, lo que contribuye además a la rivalidad y la división de los seres humanos y a la explotación del medio ambiente infrahumano.

 
A pesar de que Jesús se dirige a Dios con el nombre de «Padre» (Abba), su relación con él y la revelación que de él nos hace en las parábolas, y no sólo en ellas, se desmarca de los esquemas de comportamiento de la sociedad patriarcal en la que él mismo se 
encuentra. No pudiendo, por razones culturales, dirigirse a Dios directamente como Padre y Madre, Jesús elige dirigirse a él únicamente como Padre. Pero, tal y como aparece en la parábola del hijo pródigo, Dios no trata a los seres humanos usando una exacta y precisa «lógica de justicia», lo que habría obligado al Padre a acoger de otra manera al hijo arruinado, sino más bien ejerciendo un comportamiento que pertenecía, en los esquemas de 
comportamiento de la época, al cuidado y los sentimientos de la madre de familia. No olvidemos que una de las dimensiones de la nueva oferta de existencia que nos proponen las parábolas es precisamente una nueva imagen de Dios que nos permita un 
comportamiento distinto, regido por la libertad del seguimiento y no por el temor al castigo. 

Realismo y desconcierto: Los relatos parabólicos ponen en juego, para transmitir la realidad de Dios y del reino, dos procedimientos literarios complementarios. Por una parte, las parábolas hunden sus raíces en la vida cotidiana de las sociedades palestinas. «Jesús estaba 
familiarizado con un medio rural galileo: escenas exteriores de cultivo y pastoreo y escenas domésticas de una casa con una habitación (Lc 11,5-8). Las casas de los ricos se ven sólo a través de la cocina, la perspectiva de los siervos o esclavos. Los cultivos son los propios del país de colinas, dividido en pequeñas parcelas a base de cercas de piedra y zarzas (Mc 4,4-7), no los de las amplias llanuras. Hay burros, ovejas, zorros y pájaros; semillas, trigo y 
cosechas; lirios del campo y árboles frutales; odres parcheados y lámparas del hogar; niños peleándose en la plaza del mercado y mercaderes sospechosos. La gente se siente amenazada por la sequía y las trombas de agua (...). Jesús ve la vida a través de los 
pobres y humildes de la tierra». Lo cual justifica, en un primer momento, que hablemos del realismo e incluso del carácter secular de las parábolas. Pero estas raíces en la vida cotidiana de Galilea no tienen sólo motivos pedagógicos, para que las parábolas fueran mejor comprendidas por el pueblo. 
Lo que está detrás de este realismo de lo cotidiano es «la convicción de que no hay una mera analogía, sino una afinidad interna entre el orden natural y el espiritual; o, dicho en términos de las mismas parábolas: el reino de Dios es intrínsecamente semejante a los procesos de la naturaleza, de la vida diaria de los hombres». El reino de Dios se va a hacer presente en la vida humana personal y social, no a través de acontecimientos «sobrenaturales», sino íntimamente encarnado en el tejido de los 
acontecimientos humanos. Esto es lo que nos recuerdan las parábolas con su realismo «galileo». 


Pero, junto a ese realismo de lo cotidiano, nos encontramos con otro procedimiento literario que las parábolas ponen en juego. Y es que en el desarrollo de la intriga narrativa la visión de la realidad se transforma. Un relato que parecía desplegar una lógica de lo cotidiano adquiere, de una manera imprevisible, un rasgo sorprendente, incluso extravagante. Esta irrupción de lo extraordinario responde a necesidades más profundas de lo meramente dramático. Se trata de desconcertar al lector, de hacer tambalear su imagen del mundo y llevarle así a descubrir nuevas posibilidades existenciales. Vemos, pues, que la parábola como metáfora busca desencadenar un proceso dinámico. Y lo inesperado en la dinámica narrativa pretende hacernos conscientes de la nueva posibilidad existencial que llega al mundo con la predicación de Jesús e invitarnos a dar un paso adelante aceptando esa nueva posibilidad como el nuevo horizonte que puede configurar nuestra vida a partir de ese momento. Con lo que nos damos cuenta de que la metáfora parabólica no es algo estático; es algo más que un adorno o una simple figura de estilo. Este elemento extravagante y creador de sorpresa aparece en muchas de las parábolas de Jesús. ¿Qué pastor abandonaría 
noventa y nueve ovejas para buscar la perdida, con el riesgo de perder algunas de las que dejó atrás (Mt 18,10-14)? ¿Qué padre recibiría con tanta alegría a un hijo que le abandonó llevándose la parte de su herencia y que vuelve derrotado por la vida (Lc 15,1 
1-32)? ¿Quién expulsaría de un banquete a alguien por el mero hecho de no estar convenientemente vestido (Mt 22,11)? ¿Qué grano de trigo produciría cien veces más (Mt 13,8-23)? «Llegamos así a la paradoja de la parábola: empieza de manera ordinaria, para 
cambiar hacia lo fantástico. Pero a un fantástico de lo cotidiano, sin sobrenatural, como en los cuentos de hadas y en los mitos. Lo extraordinario en lo ordinario es lo que nos desconcierta y nos obliga a interrogarnos: ¿por qué se cuenta esta historia? ¡No es 
para enseñarnos jardinería, cría de ganado o economía doméstica! Pero si no es por el placer del relato, es que éste, bajo su aire de banalidad, habla de otra cosa. Ese «patinazo» de la historia es el secreto del género «parábola». La parábola se refiere al reino, precisamente por ese rasgo de extravagancia que le hace salir fuera de su marco». 
Si nos atenemos a ese elemento de extravagancia, debemos reconocer que lo encontramos en la predicación de Jesús en otros géneros distintos de la parábola, pero siempre con la misma intención. Lo podemos ver en los proverbios que a veces están unidos a las parábolas como su contexto significativo: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lc 14,11). Se encuentra también el mismo elemento en los mandamientos de Jesús: «Si alguien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda» (/Mt/05/39). La lógica habitual del comportamiento, sea la del triunfador (Lc) o la de la venganza (Mt), queda anulada por la presencia de este rasgo 
extravagante que está al servicio de una nueva reorientación de la existencia. Al aparecer lo extraordinario, se pone en crisis la imagen del mundo de los destinatarios, ya sean los oyentes de Jesús o nosotros mismos. 

El proceso de un cambio existencial: Analicemos más de cerca la parábola como posibilidad para el cambio existencial. El efecto pragmático de la metáfora parabólica se inicia al descubrir el oyente o el lector un nuevo universo de sentido que transforma nuestra concepción de la existencia. Frente a un lenguaje que busca sólo explicar la realidad, el lenguaje de cambio intenta modificar la concepción que tenemos de la realidad e invita, a la vez, a cambiar de vida. Y esto lo puede hacer de una doble manera: 


1) Según un método no radical, el lenguaje de cambio sólo espera modificar ciertos factores al interior de un sistema que permanece, sin embargo, inmutable. Lo podemos ver en la polémica de Jesús con los fariseos sobre la ley. Éstos acusan a los 
discípulos de Jesús de transgredir la ley del sábado. Jesús interviene entonces para mostrar que la conducta de los discípulos está de acuerdo con las exigencias de la Torah (Mt 12,15). Lo cual puede significar que algún elemento puntual del sistema cambie (el sábado, por ejemplo, es ocasionalmente transgredido), pero no que se ponga en cuestión el propio sistema. 


2) En otros casos, es el mismo sistema el que cambia al modificarse las premisas que lo mantienen en pie. El ejemplo ideal es la concepción paulina de la ley, muy distinta de la de Mateo. 


Pablo reinterpretó su pasado de hombre irreprochable en cuanto a la ley (Flp 3,6) a la luz de la cruz y la resurrección de Cristo. Por eso reconoce que Dios sólo salva por Cristo, y la ley deja de tener el valor salvífico que en un tiempo tuvo para él. Para Pablo, la ley ha dejado de ser el camino de salvación, lo cual no impide que algunos de sus preceptos concretos sigan siendo válidos. Pero la aceptación de esos preceptos no impide la descalificación del sistema a este último tipo de cambio al que invitan las parábolas. Hay que romper la imagen que el destinatario tiene de la realidad, para descubrir las posibilidades o nuevas alternativas que se hacen presentes en el relato parabólico. Y será el rasgo extravagante lo 
que pondrá la realidad cotidiana en crisis. Cuando, por ejemplo, en la parábola del hijo pródigo, el padre no actúe según la «lógica de la justicia», restaurando así la posibilidad de la esperanza, algo radicalmente nuevo ha surgido en el horizonte de la vida del hijo 
pródigo y en el de sus lectores veinte siglos después. ¿Qué es lo que en el fondo provoca la crisis y las alternativas insospechadas? En la predicación de Jesús, ya lo hemos visto, es la 
proximidad del reino, es decir, la revelación del Dios Padre de Jesús. Eso es lo que genera esa posibilidad de cambio que las parábolas nos expresan en forma narrativa..

El ministerio público de Jesús puede resumirse así:

Jesús inició rápidamente su Magisterio ante el pueblo. No ante los reyes o sumos sacerdotes, sino ante aquellos de quien es el Reino primeramente: los más desposeídos. La gente sencilla a la que Dios quiso llegar antes. Jesús les habló de Amor. Del Amor de Dios por ellos y de la venida del Reino al que llegarían por sus buenas acciones y no por la hipocresía.

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Los Evangelios recuerdan a Jesús en medio de la gente, sanando enfermos y demostrando la piedad y el amor de Dios a su pueblo. Cristo es el Poder de Dios hecho carne. El poder sobre el mal, sobre la enfermedad e incluso, y por encima de todo, el poder sobre la muerte.

Los Evangelios nos muestran a Jesús sintiéndose grato en presencia de niños y mujeres. En aquellos tiempos, los niños y las mujeres eran considerados poco más que estorbos, pero Jesús se acercó a ellos demostrando que el reino es de todos por igual, sean hombres, mujeres, niños o ancianos. La igualdad de los hombres ante Dios es proclamada por Jesús no sólo con palabras, sino con gestos como éste.

Una vez se dio a conocer al pueblo de Dios, Jesús acudió a las sinagogas y al Templo para enseñar la Palabra de Dios a los sacerdotes. Las castas religiosas judías le recibieron con temor, ya que sus enseñanzas ponían a Dios por encima de todo ¡incluso por encima de ellos, tan bien situados y que tanto mandaban!

En el Templo de Jerusalén Jesús se enfureció al ver el negocio montado allí y derribó los puestos de los mercaderes. Dios y el negocio no casan bien, y eso es algo que Lucas no se cansa de repetir tanto en su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles.

En el Templo, los sacerdotes le presentaron a una mujer que había cometido adulterio, por lo que iba a morir lapidada. Jesús la protegió y les dijo que aquel que estuviera libre de pecado tirara la primera piedra. Uno de los pilares del Mensaje de Cristo es que el hombre no debe juzgar el corazón de sus semejantes, ya que es algo que está reservado única y exclusivamente a Dios.

Próxima la hora de su sacrificio, Jesús sintió flaquear sus fuerzas y un ángel llegó para confortarle. La humanidad de Cristo se manifiesta así de la manera más evidente, y la muerte en la Cruz será el punto culminante de la vida de un Dios hecho hombre que quiso serlo hasta el final.

V. LA TRAICIÓN Y EL ARRESTO DE JESÚS

 Después de abandonar tan precipitadamente la mesa durante la Última Cena, Judas fue directamente a la casa de su primo, y luego los dos se dirigieron directamente a ver al capitán de los guardias del templo. Judas le pidió al capitán que reuniera a los guardias y le informó que estaba listo para conducirlos hasta Jesús. Como Judas había aparecido en escena un poco antes de lo esperado, hubo cierta demora hasta que partieron hacia la casa de Marcos, donde Judas esperaba que Jesús se encontraría todavía charlando con los apóstoles. El Maestro y los once salieron de la casa de Elías Marcos unos quince minutos antes de que llegaran el traidor y los guardias. Cuando los captores llegaron a la casa de Marcos, Jesús y los once estaban muy lejos de los muros de la ciudad, camino del campamento.
A Judas le inquietó mucho el fracaso que supuso no encontrar a Jesús en el domicilio de Marcos y en compañía de once hombres, de los cuales sólo dos estaban armados para defenderse. Sabía por casualidad que, cuando salieron del campamento por la tarde, sólo Simón Pedro y Simón Celotes se habían ceñido sus espadas; Judas había esperado apresar a Jesús mientras la ciudad estaba tranquila y había pocas posibilidades de resistencia. El traidor temía tener que enfrentarse con más de sesenta discípulos fervientes si esperaba que regresaran a su campamento, y también sabía que Simón Celotes tenía en su poder una buena cantidad de armas. Judas se iba poniendo cada vez más nervioso a medida que pensaba en cómo lo detestarían los once apóstoles leales, y temía que todos intentaran aniquilarlo. No solamente era desleal, sino que en el fondo era un verdadero cobarde.
Como no lograron encontrar a Jesús en la sala de arriba, Judas le pidió al capitán de los guardias que regresaran al templo. Mientras tanto, los dirigentes habían empezado a congregarse en la casa del sumo sacerdote, preparándose para recibir a Jesús, puesto que su pacto con el traidor exigía que Jesús fuera arrestado aquel día a medianoche. Judas explicó a sus asociados que no habían encontrado a Jesús en la casa de Marcos, y que sería necesario ir a Getsemaní para detenerlo. Luego el traidor continuó diciendo que más de sesenta seguidores fervientes estaban acampados con él, y que todos ellos estaban bien armados. Los dirigentes de los judíos recordaron a Judas que Jesús siempre había predicado la no resistencia, pero Judas replicó que no podían contar con que todos los seguidores de Jesús obedecieran esta enseñanza. Judas temía realmente por su vida, y por ello se atrevió a pedir una compañía de cuarenta soldados armados. Puesto que las autoridades judías no disponían de una fuerza semejante de hombres armados bajo su jurisdicción, se dirigieron inmediatamente a la fortaleza de Antonia y le pidieron al comandante romano que les diera esta guardia; pero cuando éste se enteró de que tenían la intención de arrestar a Jesús, rehusó rápidamente acceder a su petición y los envió a su oficial superior. De esta manera perdieron más de una hora yendo de una autoridad a otra, hasta que finalmente se vieron obligados a presentarse ante el mismo Pilatos para obtener el permiso de emplear los guardias armados romanos. Ya era tarde cuando llegaron a la casa de Pilatos, y éste se había retirado con su mujer a sus aposentos privados. Dudó en inmiscuirse de alguna manera en esta empresa, y aún más porque su mujer le había pedido que no concediera esta petición. Pero puesto que el presidente oficial del sanedrín judío estaba presente y solicitaba personalmente esta ayuda, el gobernador consideró que era sabio conceder la petición, pensando que más adelante podría enmendar cualquier injusticia que estuvieran dispuestos a cometer.
En consecuencia, cuando Judas Iscariote salió del templo hacia las once y media de la noche, iba acompañado de más de sesenta personas —los guardias del templo, los soldados romanos y los criados curiosos de los sacerdotes y dirigentes principales.

A. El arresto del maestro

 Mientras esta compañía de soldados y guardias armados, provistos de antorchas y linternas, se acercaba al jardín, Judas se adelantó considerablemente al grupo a fin de estar preparado para identificar rápidamente a Jesús, de manera que los captores pudieran prenderlo fácilmente antes de que sus compañeros acudieran a defenderlo. Había también otra razón por la que Judas escogió adelantarse a los enemigos del Maestro: Pensó que así parecería que había llegado a la escena antes que los soldados, de tal manera que los apóstoles y las otras personas reunidas alrededor de Jesús quizás no lo relacionarían directamente con los guardias armados que le seguían tan de cerca. Judas había pensado incluso en alardear de que se había apresurado para prevenirlos de la llegada de los captores, pero este plan fue desbaratado por el saludo sombrío con que Jesús recibió al traidor. Aunque el Maestro le habló a Judas con amabilidad, lo recibió como a un traidor.
 Tan pronto como Pedro, Santiago, Juan y unos treinta de sus compañeros de campamento vieron al grupo armado y sus antorchas girar en la cima de la colina, supieron que aquellos soldados venían a arrestar a Jesús, y todos descendieron precipitadamente hacia el lagar, donde el Maestro estaba sentado en una soledad iluminada por la luna. Mientras la compañía de soldados se acercaba por un lado, los tres apóstoles y sus compañeros se acercaban por el otro. Cuando Judas avanzó a zancadas para acercarse al Maestro, los dos grupos se quedaron inmóviles con el Maestro entre ellos, mientras Judas se preparaba para estampar el beso traidor en la frente de Jesús.
El traidor había esperado que, después de conducir a los guardias hasta Getsemaní, podría simplemente indicar a los soldados quién era Jesús, o a lo más llevar a cabo la promesa de saludarlo con un beso, y luego alejarse rápidamente de la escena. Judas tenía mucho miedo de que todos los apóstoles estuvieran presentes y que concentraran su ataque sobre él como castigo por haberse atrevido a traicionar a su amado instructor. Pero cuando el Maestro lo saludó como a un traidor, se sintió tan confundido que no hizo ningún intento por huir.
Jesús hizo un último esfuerzo por evitarle a Judas que llevara a cabo el gesto efectivo de traicionarlo. Antes de que el traidor pudiera llegar hasta él, se apartó a un lado y se dirigió al soldado principal de la izquierda, el capitán de los romanos, diciendo: «¿A quién buscáis?» El capitán contestó: «A Jesús de Nazaret.» Entonces Jesús se presentó inmediatamente delante del oficial y, con la tranquila majestad del Dios de toda esta creación, dijo: «Soy yo.» Muchos miembros de este grupo armado habían escuchado a Jesús enseñar en el templo, otros se habían enterado de sus obras poderosas, y cuando le escucharon anunciar tan audazmente su identidad, los que se encontraban en las primeras filas retrocedieron repentinamente. Se quedaron aturdidos de sorpresa ante la tranquila y majestuosa declaración de su identidad. Judas no tenía pues ninguna necesidad de continuar con su plan de traición. El Maestro se había revelado audazmente a sus enemigos, y éstos podían haberlo arrestado sin la ayuda de Judas. Pero el traidor tenía que hacer algo para justificar su presencia con este grupo armado, y además quería hacer alarde de que estaba realizando su papel en el pacto de traición acordado con los jefes de los judíos, para hacerse digno de la gran recompensa y de los honores que creía que se acumularían sobre él como compensación por su promesa de entregarles a Jesús.
Mientras los guardias se recuperaban de su primera vacilación al ver a Jesús y escuchar el sonido de su voz excepcional, y mientras los apóstoles y los discípulos se acercaban cada vez más, Judas avanzó hacia Jesús, le dio un beso en la frente, y dijo: «Salve, Maestro e Instructor.» Mientras Judas abrazaba así a su Maestro, Jesús dijo: «Amigo, ¡no te basta con hacer esto! ¿Traicionarás también al Hijo del Hombre con un beso?»
Los apóstoles y los discípulos se quedaron literalmente anonadados por lo que estaban viendo. Durante un momento nadie se movió. Luego Jesús se desembarazó del abrazo traidor de Judas, se acercó a los guardias y soldados y preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» El capitán dijo otra vez: «A Jesús de Nazaret.» Y Jesús contestó de nuevo: «Os he dicho que soy yo. Así pues, si me buscáis a mí, dejad que estos otros se vayan. Estoy listo para ir con vosotros.»
Jesús estaba preparado para regresar a Jerusalén con los guardias, y el capitán de los soldados estaba enteramente dispuesto a permitir que los tres apóstoles y sus compañeros se fueran en paz. Pero antes de que pudieran partir, mientras Jesús estaba allí esperando las órdenes del capitán, un tal Malco, el guardaespaldas sirio del sumo sacerdote, se acercó a Jesús y se preparó para atarle las manos a la espalda, aunque el capitán romano no había ordenado que Jesús fuera atado así. Cuando Pedro y sus compañeros vieron que su Maestro era sometido a esta indignidad, ya no fueron capaces de contenerse más tiempo. Pedro sacó su espada y se abalanzó con los demás para golpear a Malco. Pero antes de que los soldados pudieran acudir en defensa del servidor del sumo sacerdote, Jesús levantó la mano delante de Pedro con gesto de prohibición y le habló severamente, diciendo: «Pedro, guarda tu espada. Los que sacan la espada, perecerán por la espada. ¿No comprendes que es voluntad del Padre que yo beba esta copa? ¿Y no sabes además que incluso ahora podría ordenar a más de doce legiones de ángeles y a sus asociados que me liberaran de las manos de estos pocos hombres?»
Aunque Jesús puso así fin eficazmente a esta demostración de resistencia física por parte de sus seguidores, lo sucedido bastó para despertar los temores del capitán de los guardias, el cual, con la ayuda de sus soldados, puso sus pesadas manos sobre Jesús y lo ató rápidamente. Mientras le ataban las manos con fuertes cuerdas, Jesús les dijo: «¿Por qué salís contra mí con espadas y palos como para capturar a un ladrón? He estado diariamente con vosotros en el templo, enseñando públicamente a la gente, y no habéis hecho ningún esfuerzo por apresarme.»
Cuando Jesús estuvo atado, el capitán, temiendo que los seguidores del Maestro intentaran rescatarlo, dio órdenes para que fueran capturados; pero los soldados no fueron lo suficientemente rápidos porque, como los seguidores de Jesús habían escuchado las órdenes del capitán de que fueran arrestados, huyeron precipitadamente por la hondonada. Durante todo este tiempo, Juan Marcos había permanecido recluído en el cobertizo cercano. Cuando los guardias emprendieron el regreso hacia Jerusalén con Jesús, Juan Marcos intentó salir a escondidas del cobertizo para unirse a los apóstoles y discípulos que habían huido; pero en el preciso momento en que salía, uno de los últimos soldados que regresaba de perseguir a los discípulos que huían pasó por allí y, al ver a este joven con su manto de lino, empezó a perseguirlo y casi llegó a atraparlo. De hecho, el soldado se acercó lo suficiente a Juan como para agarrar su manto, pero el joven se liberó de la ropa y se escapó desnudo mientras el soldado se quedaba con el manto vacío. Juan Marcos se dirigió a toda prisa hacia el sendero de arriba donde se encontraba David Zebedeo. Cuando le contó a David lo que había sucedido, los dos regresaron precipitadamente a las tiendas de los apóstoles dormidos e informaron a los ocho que el Maestro había sido traicionado y detenido.
 Casi en el mismo momento en que los ocho apóstoles eran despertados, los que habían huído por la hondonada arriba empezaron a regresar, y todos se reunieron cerca del lagar para discutir lo que había que hacer. Mientras tanto, Simón Pedro y Juan Zebedeo, que se habían ocultado entre los olivos, ya habían empezado a seguir al grupo de soldados, guardias y sirvientes, que ahora conducían a Jesús de regreso a Jerusalén como si llevaran a un criminal capaz de cualquier cosa. Juan seguía de cerca al grupo, pero Pedro iba detrás a más distancia. Después de escapar de las garras del soldado, Juan Marcos se procuró un manto que había encontrado en la tienda de Simón Pedro y Juan Zebedeo. Sospechaba que los guardias llevarían a Jesús a la casa de Anás, el sumo sacerdote jubilado; así pues, bordeó los huertos de olivos y llegó antes que el grupo al palacio del sumo sacerdote, donde se escondió cerca de la entrada principal.

B. La discusión en el lagar

Santiago Zebedeo se encontró separado de Simón Pedro y de su hermano Juan, de manera que se unió a los otros apóstoles y sus compañeros de campamento en el lagar para deliberar sobre lo que debían hacer en vista del arresto del Maestro.
Andrés había sido liberado de toda responsabilidad como director del grupo de sus compañeros apóstoles; en consecuencia, en esta crisis, que era la más grave de sus vidas, permanecía en silencio. Después de una breve discusión informal, Simón Celotes se subió en el muro de piedra del lagar y, después de hacer una apasionada defensa a favor de la lealtad al Maestro y a la causa del reino, exhortó a sus compañeros apóstoles y a los otros discípulos a que corrieran detrás de la tropa y rescataran a Jesús. La mayoría del grupo habría estado dispuesta a seguir su conducta agresiva si no hubiera sido por la advertencia de Natanael, el cual se levantó en cuanto Simón terminó de hablar y llamó la atención de todos sobre las enseñanzas tantas veces repetidas de Jesús en relación con la no resistencia. Les recordó además que Jesús les había ordenado aquella misma noche que protegieran sus vidas hasta el momento en que salieran al mundo para proclamar la buena nueva del evangelio del reino celestial. Santiago Zebedeo apoyó esta actitud de Natanael, contando ahora cómo Pedro y otros habían sacado la espada para impedir el arresto del Maestro, y cómo Jesús había pedido a Simón Pedro y a sus compañeros armados que envainaran sus hojas. Mateo y Felipe también dieron sus discursos, pero nada concreto surgió de esta discusión hasta que Tomás llamó la atención de todos sobre el hecho de que Jesús había aconsejado a Lázaro que no se expusiera a la muerte; les indicó que no podían hacer nada para salvar a su Maestro puesto que éste se había negado a permitir que sus amigos lo defendieran, y persistía en abstenerse de utilizar sus poderes divinos para burlar a sus enemigos humanos. Tomás los persuadió para que se dispersaran cada uno por su lado, con el acuerdo de que David Zebedeo permanecería en el campamento para mantener un centro de intercambio de información y un cuartel general de mensajeros para el grupo. A las dos y media de aquella mañana, el campamento se quedaba desierto; sólo David permanecía allí con tres o cuatro mensajeros, después de haber enviado a los demás para que obtuvieran información sobre dónde habían llevado a Jesús y qué iban a hacer con él.
Cinco apóstoles —Natanael, Mateo, Felipe y los gemelos— fueron a esconderse en Betfagé y Betania. Tomás, Andrés, Santiago y Simón Celotes se escondieron en la ciudad. Simón Pedro y Juan Zebedeo siguieron adelante hasta la casa de Anás.
Poco después del amanecer, Simón Pedro, con una imagen abatida de profunda desesperación, regresó vagando al campamento de Getsemaní. David lo envió a cargo de un mensajero para que se reuniera con su hermano Andrés, que estaba en la casa de Nicodemo en Jerusalén. Hasta el final mismo de la crucifixión, Juan Zebedeo permaneció siempre cerca, tal como Jesús se lo había ordenado, y era él quien de hora en hora suministraba a los mensajeros la información que llevaban a David en el campamento del jardín, y que luego se transmitía a los apóstoles escondidos y a la familia de Jesús.
Ciertamente, ¡el pastor es golpeado y las ovejas se dispersan! Aunque todos se dan vagamente cuenta de que Jesús les había avisado de esta precisa situación, están muy severamente conmocionados por la repentina desaparición del Maestro como para poder utilizar su mente de manera normal.
 Poco después del amanecer, y justo después de que Pedro hubiera sido enviado a reunirse con su hermano, Judá, el hermano carnal de Jesús, llegó al campamento casi sin aliento y por delante del resto de la familia de Jesús, para enterarse simplemente de que el Maestro ya había sido arrestado, y descendió apresuradamente la carretera de Jericó para llevar esta información a su madre y a sus hermanos y hermanas. David Zebedeo avisó a la familia de Jesús, por medio de Judá, de que se reunieran en la casa de Marta y María en Betania, y esperaran allí las noticias que sus mensajeros les llevarían con regularidad.
Ésta era la situación durante la última mitad de la noche del jueves y las primeras horas de la mañana del viernes en lo que concierne a los apóstoles, los discípulos principales y la familia terrenal de Jesús. Todos estos grupos y personas se mantenían en contacto los unos con los otros gracias al servicio de mensajeros que David Zebedeo continuaba dirigiendo desde su cuartel general en el campamento de Getsemaní.

C. Camino del palacio del sumo sacerdote

Antes de partir del jardín con Jesús, se originó una discusión entre el capitán judío de los guardias del templo y el capitán romano de la compañía de soldados en cuanto al lugar donde debían llevar a Jesús. El capitán de los guardias del templo dio órdenes para que se le llevara ante Caifás, el sumo sacerdote en ejercicio. El capitán de los soldados romanos ordenó que Jesús fuera llevado al palacio de Anás, el antiguo sumo sacerdote y suegro de Caifás. Y lo hizo así porque los romanos tenían la costumbre de tratar directamente con Anás todas las cuestiones relacionadas con la aplicación de las leyes eclesiásticas judías. Y se obedecieron las órdenes del capitán romano; llevaron a Jesús a la casa de Anás para someterlo a un interrogatorio preliminar.
Judas caminaba al lado de los capitanes, escuchando todo lo que se decía, pero sin participar en la discusión, porque ni el capitán judío ni el oficial romano querían siquiera hablar con el traidor —de tal manera lo despreciaban.
Casi en aquel momento, Juan Zebedeo recordó las instrucciones de su Maestro de que permaneciera siempre cerca, y se aproximó apresuradamente a Jesús que caminaba entre los dos capitanes. Al ver que Juan se ponía a su lado, el comandante de los guardias del templo dijo a su asistente: «Coge a este hombre y átalo. Es uno de los seguidores de este tipo.» Pero cuando el capitán romano escuchó esto, volvió la cabeza, vio a Juan, y dio órdenes para que el apóstol se pusiera a su lado y que nadie lo molestara. Luego el capitán romano le dijo al capitán judío: «Este hombre no es ni un traidor ni un cobarde. Lo he visto en el jardín y no sacó la espada para oponer resistencia. Tiene el coraje de adelantarse para estar con su Maestro, y nadie le pondrá la mano encima. La ley romana permite que todo preso pueda tener al menos a un amigo que permanezca con él delante del tribunal, y no se impedirá que este hombre esté al lado de su Maestro, el detenido.» Cuando Judas escuchó esto, se sintió tan avergonzado y humillado que se fue quedando detrás de la comitiva y llegó solo al palacio de Anás.
Esto explica por qué se le permitió a Juan Zebedeo permanecer cerca de Jesús a lo largo de las duras experiencias de aquella noche y del día siguiente. Los judíos temían decirle algo a Juan o molestarlo de alguna manera, porque en cierto modo tenía la condición de un consejero romano designado para actuar como observador en las transacciones del tribunal eclesiástico judío. La posición privilegiada de Juan quedó aún más asegurada cuando, en el momento de entregar a Jesús al capitán de los guardias del templo en la puerta del palacio de Anás, el capitán romano se dirigió a su asistente y le dijo: «Acompaña a este preso y asegúrate de que estos judíos no lo maten sin el consentimiento de Pilatos. Cuida de que no lo asesinen, y asegúrate de que a su amigo, el Galileo, le permitan permanecer a su lado para observar todo lo que suceda.» Así es como Juan pudo estar cerca de Jesús hasta el momento de su muerte en la cruz, aunque los otros diez apóstoles estuvieron obligados a permanecer ocultos. Juan actuaba bajo la protección romana, y los judíos no se atrevieron a molestarlo hasta después de la muerte del Maestro.
Durante todo el trayecto hasta el palacio de Anás, Jesús no abrió la boca. Desde el momento de su arresto hasta su aparición delante de Anás, el Hijo del Hombre no dijo ni una palabra.

D. El juicio de Poncio Pilatos

Poncio Pilatos, prefecto (que no procurador, ojo) de Judea del año 26 al 36 de nuestra era, se encontraba en Jerusalén, instalado en el palacio de Herodes de la ciudad alta. Se acercaba la Pascua y la presencia del prefecto causaba un efecto intimidatorio a los judíos.

Pilatos no era un buen hombre. Eso queda bien claro al leer su curriculum. El relato de los Evangelios nos muestra a un perfecto y cuadriculado burócrata preocupado por hacer cumplir la ley de Roma, exactamente igual que cualquier funcionario celoso de su deber. A lo largo de la Historia se han cargado mucho las tintas contra él, pero lo cierto es que no fue culpable directo de la muerte de Jesús. Es más, si leemos los Evangelios, veremos cómo trató de evitar que Jesús fuera condenado porque jurídicamente no veía que hubiera cometido delito alguno. Pilatos era el perfecto funcionario romano: con un cerebro frío y un corazón de piedra.

El juicio de Jesús, se sitúa en el palacio de Herodes. Los juicios romanos seguían un trámite estricto: los acusadores (cualquier ciudadano libre) presentaban los cargos y los testigos que los apoyaban. El acusado tenía tres oportunidades de defenderse.

Los miembros del Sanedrín, temerosos de Cristo, decidieron su muerte espoleados por Caifás, sumo sacerdote. Pero el sanedrín no tenía competencias jurídicas civiles y no podía aplicar la pena de muerte. Y a la vez no querían linchar a Jesús por temor a la reacción del pueblo, por lo que la solución de Caifás fue tratar de que fuera Roma la que ejecutara la pena y se llevara las culpas. Así que llevaron a Jesús ante Poncio Pilatos y le acusaron no sólo de ser un blasfemo contra la Ley de Moisés (cosa que a Pilatos le traía sin cuidado), sino también de "rebelión contra Roma", lo que llamó la atención del prefecto de Judea, aunque según narran los Evangelios se dio cuenta en seguida de que Jesús no era un peligro para Roma y que los judíos sólo pretendían involucrar a Roma en un asunto meramente religioso. Los acusadores deseaban la muerte de Jesús, pero como eran cobardes y viles que eran, a la vez temían la reacción de los seguidores del Nazareno y por ello trataron que Pilatos creyera que Jesús era un revolucionario anti-romano, pero Pilatos no picó.

Si el comportamiento de Herodes el tetrarca (hijo de Herodes el Grande) es ridículo, el de Pilatos es primero ajustado a la ley, pero cuando se convoca juicio público y Jesús comparece ante un auditorio evidentemente "seleccionado" por sus acusadores, la mente obtusa y envilecida de Pilatos sólo ve a un acusado y a muchos acusadores pidiendo su muerte. Probablemente pensó que mejor dejar que mataran a Jesús para calmar el ansia de sangre de aquellos judíos y así, con cobardía, dejó a Jesús en manos de los verdugos no sin antes dejar constancia de que él no tenía nada contra aquel hombre al que iban a crucificar. En este caso llama la atención que los que le acusaban prefirieran que se dejase libre a un asesino convicto como Barrabás antes que a un inocente como Jesús, lo que demuestra el tremendo grado de fanatismo, intransigencia e intolerancia de ciertos sectores judíos...

Pilatos era un hombre de Sejano, el prefecto del pretorio de Roma. Cuando cayó Sejano Pilatos fue cesado y llamado a Roma donde tuvo que dar cuenta de muchas de sus "hazañas", como la famosa masacre de samaritanos y demás asesinatos en masa. Se le condenó por sus excesos y murió poco después.

VI. LA CRUFIXION

Cristo fue ejecutado por el método al que Cicerón describe como el más cruel y terrible de todos: la crucifixión.

La crucifixión ha sido una de las maneras más terribles en las que los hombres han sido asesinados por sus semejantes. La crucifixión no es sólo muerte, sino también tortura prolongada, dolor, agonía... La crucifixión, tan utilizada por los romanos, era el método de asesinato legal más terrorífico, y de esta forma actuaba no sólo como método de ejecución, sino como advertencia a todo el que pensara vulnerar las leyes. Por eso la crucifixión era pública y en lugares abiertos, para que los cuerpos quedaran expuestos y todos pudieran ver el castigo.

En primer lugar, tal y como describen los Evangelios, los reos de muerte eran flagelados. Los romanos utilizaban tres grados de dureza en la flagelación con látigo, así, la más dura era para los reos de muerte. Luego le cargaban el travesaño a la espalda y le hacían llevarlo hasta el lugar de la ejecución, donde el madero vertical estaba clavado de manera fija, esperando a su víctima. El hombre era tendido en el suelo boca arriba y sus brazos clavados al travesaño (no podían clavarles las palmas de las manos porque el peso desgarraría la carne fácilmente, por eso se clavaban los brazos del reo por debajo de las muñecas, entre los dos huesos del antebrazo: el cúbito y el radio). Entonces se subía el travesaño y se fijaba al madero vertical. El reo estaba de pie y podía apoyarse en un listón de madera que servía de asiento. Le subían las piernas y le clavaban los talones al madero. El examen de los clavos ha demostrado que el clavo atravesaba antes un trozo de madera de acacia o almendro para fijarse mejor. En este caso concreto, el clavo se había fijado a los huesos de los talones de tal modo que para descolgar al reo tuvieron que cortarle uno de los pies. Todo el peso del cuerpo quedaba colgado de los brazos, por lo que el cuerpo tiraba hacia abajo y los clavos iban desgarrando la carne de los antebrazos hasta que los huesos de las muñecas frenaban el descenso y el hombre comenzaba una agonía que podía durar horas y horas hasta que fallecía por asfixia entre horribles sufrimientos. Por encima de su cabeza se clavaba un cartel donde se daba cuenta de los crímenes cometidos por el reo. En el caso de Jesús el cartel decía en latín: Iesus Nazarenus Rex Iodorum: Jesús de Nazaret Rey de los Judíos, cuya conocida abreviatura es INRI.

El relato de los Evangelios nos hace pensar que Jesús llegó en muy mal estado a la Cruz debido a los sufrimientos y torturas padecidos a manos de los auxiliares romanos y guardias judíos y, sobre todo, de la flagelación a que fue sometido. Puesto que Poncio Pilatos no creía que fuera culpable de muerte lo más posible es que ordenara que le azotaran muy violentamente para evitarle el mayor sufrimiento posible en la Cruz. El evangelista Juan fue testigo de la crucifixión de Cristo y su relato es el que más pormenores señala sobre este episodio. Junto a Jesús fueron asesinados legalmente dos ladrones, uno de los cuales se burló de Cristo, pero el otro se apiadó de él y Jesús le prometió la salvación.

VII. APÉNDICE: EL MITO DE CRISTO

El libro de Gonzalo Puente Ojeda hace plantearse una serie de preguntas como: ¿realmente se reveló Jesús a sus discípulos como el Mesías, es decir, sabían los discípulos que Jesús sería juzgado, sentenciado a muerte y que resucitaría finalmente? De esta manera inicia el autor el libro: contradiciendo la tesis principal del evangelista Marcos. Posteriormente el desarrollo de la lectura te hace plantearte más hipótesis como: ¿fue Jesús un profeta más de la época?,¿qué diferencias existen entre Juan el bautista y Jesús como profeta?, ¿qué diferencias existen entre Juan y Jesús?. El evangelio marca la importancia de cada uno cuando Juan dice: “vendrá uno más que yo, ante quien no soy digno de postrarme para desatar la correa de sus sandalias”. ¿Era Jesús el Mesías que esperaba el pueblo de Israel?, el pueblo de Israel esperaba un Mesías poderoso, un “líder victorioso que inauguraría personalmente el Reino de Dios en la tierra de Israel”(pp22).

Otro interrogante que te planteas a continuación es ¿era Jesús un zelota?, ¿tuvo relación con este movimiento?, las ideas de Jesús de poner en marcha un movimiento ideológico revolucionario que intentaba transformar la sociedad judía hace que se piense que Jesús fue un guerrillero, sin embargo, no fue así Jesús no fue un sicario, un zelote o un terrorista, aunque parece evidente que compartió aspectos decisivos del zelotismo teológico-político en su reivindicación de la soberanía absoluta de Yahvé en todos los planos de la vida individual y colectiva además entre sus hombres algunos estuvieron asociados a alguno de estos movimientos como Simón el zelota y Judas Iscariote que biblistas muy serios consideran un zelota

El tema central del libro trataría sobre la utopía de Jesús: el reino de Dios 

«La buena noticia» que Jesús proclama la resumen los evangelios sinópticos en el anuncio de la cercanía del «reinado» o «reino de Dios» (Mc l, l4s. par.). Ambas expresiones designan una realidad nueva, la sociedad humana alternativa; la primera, «el reinado de Dios», la considera desde el punto de vista de la acción de Dios sobre el hombre, individuo y colectividad; la segunda, «el reino de Dios», denota a los individuos y a la colectividad que viven y experimentan la acción divina.

 

No hace muchos años, «el reino de Dios» se identificaba con la beatitud después de la muerte. Sin embargo, nada más lejos de lo que propone el evangelio. El reinado de Dios debe ejercerse en la historia y el reino de Dios debe ser una realidad dentro de ella. La expresión es judía, usada sobre todo en la época intertestamentaria, y significaba para el judaísmo una realidad social, que prácticamente habría de verificarse en la época mesiánica; en ella Israel formaría una sociedad justa, viviría en la fidelidad a Dios y dominaría a sus enemigos.

 

En los evangelios, aparecen los dos aspectos de la nueva realidad: el cambio personal (aspecto individual, «el hombre nuevo») y el cambio de las relaciones humanas (aspecto social, «la sociedad nueva»). No habrá nueva sociedad si no existe un hombre nuevo (Jn 3,3-6). La realización individual del Reino, la constitución del hombre nuevo, tiene lugar cuando el individuo, por la asimilación del mensaje de Jesús, decide entregarse a los demás, como lo describe Marcos en la primera parábola del Reino (Mc 4,26-29). Como respuesta a esta entrega, Dios potencia al hombre comunicándole su propia fuerza de vida (el Espíritu) ; dotado de ella, es tarea y responsabilidad del hombre crear una sociedad verdaderamente humana. La índole social del Reino se expone claramente en la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32), en la que Jesús desmiente el ideal de grandeza de la concepción judía del Reino, para afirmar su existencia como realidad modesta, aunque visible, en la sociedad humana.

 

Una presentación parecida de ambos aspectos se hace en las parábolas del tesoro y de la perla (aspecto individual) y en la de la levadura (aspecto social) (Mt 13,44-46; 13,33). En todo caso, no se forma parte del Reino por pertenecer a una raza o a una nación, como en la concepción judía, sino por opción personal, abierta a todo hombre.

 

Ha sido quizá la mala interpretación de un pasaje del evangelio de Juan (Jn 18,36), traducido como «mi Reino no es de este mundo», la que ha invitado a considerar que la vida presente no tiene importancia para el cristiano, estando meramente subordinada a la consecución de la vida futura. La recta traducción de este pasaje se deduce del contexto. Pilato pregunta a Jesús si es rey; Jesús lo afirma, pero distingue la calidad de su realeza, que no se apoya en la violencia, de la de los reyes de su época. La frase discutida debe traducirse, pues, «la realeza mía no pertenece al mundo/orden este». Jesús es rey porque comunica libertad y vida, y esta acción se verifica en la historia.

 

Por lo demás, es obvio que, en las parábolas, Jesús presenta el Reino como una realidad que crece, se desarrolla y encuentra dificultades (Mt 13,24-30.36-43). Eso tiene lugar necesariamente en la historia.

 

El reino de Dios representa, pues, la alternativa a la sociedad injusta, proclama la esperanza de una vida nueva, afirma la posibilidad de cambio, formula la utopía. Por eso constituye la mejor noticia que se puede anunciar a la humanidad y, a partir de Jesús, la oferta permanente de Dios a los hombres, que espera de ellos respuesta. Su realización es siempre posible.

 

Es lógico, pues, que el primer paso para la creación de esa nueva sociedad sea el cambio de vida («enmendaos») que pide Jesús en conexión con el anuncio del reino; sin un cambio profundo de actitud por parte del hombre, que lo lleve a romper con el pasado de injusticia, no hay posibilidad alguna de empezar algo nuevo.

 

La exhortación a la enmienda muestra, además, que, para ser realidad, el reino de Dios exige la colaboración del hombre. La enmienda es el paso preliminar, que implica el descontento con la situación existente, tanto individual como social, y el deseo de cambio. Sólo los que sientan esa inquietud responderán positivamente a la invitación de Jesús.

 

Pero la opción del hombre por el reino de Dios no se queda en la ruptura con la injusticia, supone además un compromiso personal, como el que hizo Jesús en su bautismo, de entregarse por amor a la humanidad a la tarea de crear una sociedad diferente. Como en el caso de Jesús, el compromiso de entrega a los demás pone al hombre en sintonía con Dios, y la respuesta de Dios es la comunicación de su Espíritu, es decir, la infusión al hombre de su fuerza de vida y amor, que lo capacita para esa tarea.

VIII. BIBLIOGRAFÍA

Cf J. LEIPOLDT-W. GRUNDMANN, El mundo del Nuevo Testamento

C.H. DODD, Las parábolas del reino, Cristiandad, Madrid 1974.

PUENTE OJEA GONZALO, El mito de cristo, Ed. Siglo XXI, Madrid 2000.

KLAUSNER, JOSEPH, Jesús de Nazaret: Su vida, Su época, Sus enseñanzas, Ediciones Paidos, Barcelona 1989.

JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO, vida y misterio de Jesús de Nazaret Tomo I. 13ª Edición. Ediciones Sígueme. Salamanca. 1993.

La Mishná sería el primer estrato del Talmud. Es una codificación de la “Ley Oral”,ordenada por materias y subdividida en setenta y tres “tratados”. Su forma actual fue completada por el R. Iehudá ha-Nasi a comienzos del siglo tercero (referencia sacada del glosario de terminos técnicos hebreos del propio libro pp13).

En torno de la Mishná surgió una masa de comentarios, exposiciones, ilustraciones y debates, conocida como la Guemará. Dos centros judíos, en Palestina y Babilonia, produjeron independientemente sus respectivas Guemará: Palestina donde se constituyó el Talmud Ierushalmi y Babilonia donde se constituyó el Talmud Bavli.

Annales, XV, 44.




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Enviado por:Lailla
Idioma: castellano
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