Sociología y Trabajo Social


El Otro yo del mexicano


¿Somos rehenes del pasado?

Se dice que los pueblos que no conocen su historia corren el riesgo de repetirla — ¿Pero qué pasa en el caso del mexicano? — Habrá que discutir, comentar y reflexionar todos los aspectos derivados acerca del pueblo mexicano que poco afloran cuando se habla de ese “otro” mexicano.

Como se menciona en el texto, y creo yo que eso es muy cierto, el pueblo mexicano es de los que no conocen su historia, y aunque la historia no se repite en cuanto tal, el ciclo de ésta no es un ciclo cerrado. Esto es, hay situaciones que se repiten, que van creciendo en importancia (en sus posibilidades constructivas y destructivas). Por ello, es necesario ver y analizar todo esto, para poder orientarse mejor en un presente que, necesariamente conserva elementos de ese pasado pero en coexistencia con elementos nuevos, como pueden serlo las situaciones no previstas o las situaciones impredecibles. Esta actitud (más de conciencia que de ganas de conocimiento) nos orientaría para asumir con más serenidad ciertas de nuestras posiciones y decisiones.

En una situación como la actual, de graves problemas financieros en nuestro país, se advierte la presencia de una historia que ocurrió en el siglo pasado. Esto es: el México independiente nació con una deuda heredada; pues tuvo que asumir la del gobierno español; y además, contrajo también nuevas obligaciones y tuvo que contratar créditos. Es así, que cuando se recorre ese pasado, uno encuentra el mundo de los agiotistas, y tal parece, que no hemos podido salir de él. Un tanto como éste, podemos mencionar otros tantos más ejemplos a lo largo de nuestra historia. Y son precisamente éstos (problemas) los que deberíamos tener presentes en una relectura del pasado, pues existieron, y existen, épocas de las cuales se hace una visión de la historia, de manera muy pesimista. Es por esto, que si lo vemos desde nuestra perspectiva, lo que hay en realidad son historias; es decir, hablar de una historia ya no tiene sentido, y no por los particularismos, sino que hay siempre una perspectiva de época de la historia, una perspectiva que hace una revisión de la historia.

Nosotros, los mexicanos, hicimos nuestra historia; ahí estaban nuestros padres, tenemos que sumir esa inescapable responsabilidad; y aún más importante, aquí está el país. Si bien es cierto que nos ha ido mal, pero también son evidentes muchos elementos positivos. Y también es claro que, aún prevalecen hechos muy sobrecogedores como lo es ser un país conquistado. Y más por consecuencia que por otra cosa, en el momento en que Europa se expandió, pasamos a formar parte de la cultura europea occidental.

El pasado, lo vamos reconstruyendo desde un presente, y eso precisamente, va dando también sentido a nuestro presente en el momento en que lo construimos. Por ello, hemos de asumir situaciones dadas para entender mejor nuestro presente, porque evidentemente, la nuestra es una historia compleja. Viéndola desde el sentido cultural, y regionalmente hablando, según toda una serie de permanencias del mundo prehispánico y colonial que transcurre durante un largo periodo, impregna toda nuestra cultura, y en un sentido más amplio, nuestra política y nuestras formas de vida económica (en un sentido especifico), aportan todo un gran expediente. Y de ese gran expediente de siglos, surgen las grandes preguntas actuales sobre ¿qué ha sido nuestra historia?, y en este sentido, es que debe hacerse una lectura cuidadosa y equilibrada.

En el caso mexicano, subsisten visiones distintas sobre la Revolución mexicana o la guerra de Independencia, y existen además, ciertos elementos y nociones básicos, que cualquier nación necesita conocer, es decir, que tienen que ver con la identidad, más allá de cualquier cosa; y, sin duda, hay elementos básicos que cualquier ciudadano, ya sea mexicano o francés, tendría que conocer de su propio país. Esto es: ¿Qué capítulos del presente que se parecen al pasado estamos repitiendo? — Debemos observar también, las relaciones entre los grupos que forman nuestra sociedad, donde según integración o desintegración siempre existe una visión de posible conflicto.

Otro antecedente interesante es como a partir del siglo pasado, después de la Reforma para ser precisos (un parteaguas en la historia), se hace a un lado a la iglesia católica y a los católicos como parte expresa operante en la historia de México, y ésta, se escribe en una versión mutilada y limitada porque en un país mayoritariamente católico los católicos no aparecen oficialmente, valga la redundancia, en las historias “oficiales” y sin embargo, ahí están. El factor político más operante en la organización del territorio novohispano fueron las diócesis religiosas, o sea las parroquias, pues ellas eran las unidades politico-sociales operantes y las organizaciones de las primeras elecciones. Pero vino después una guerra, y con ella un enfrentamiento político en que la iglesia, que se definió como actor político, fue derrotada y se le desterró de todo ámbito político-educacional.

La historia aquí y en cualquier parte del mundo es asunto de conocimiento indispensable, tanto por las experiencias importantes de un país, como por los escenarios; y por lo que respecta a México, podría decirse que hay un conflicto de duda. Pues en un momento dado siempre hay, en un continuo histórico, una serie de elementos de identidad de un país, y precisamente este tipo de problemas, de conocimiento de la historia, nos haría pensar que en las situaciones actuales por las que atraviesa el país, sin duda, el problema de la cultura política es importantísimo. La historia es una materia que urge enseñar a la población, sobre todo en estos tiempos, y que no se quede solo en las aulas, encerrada, o entre los que son historiadores por profesión, que son pensadores. Sé debería difundir con mayor rapidez para entender nuestro presente. México es un país cuya historia, se inicia con la Conquista. Hay que tomar en cuenta esto: vienen los españoles y se expanden por el territorio. El propósito de ellos es incorporar a las sociedades que encuentran a una concepción de la historia que rigen la providencia y los valores religiosos. Ese es el primer gran momento, es el arranque, pero ¿superamos la Conquista? — Tal vez no, porque eso no se supera, se tiene que asimilar, porque la historia solo se supera asimilándola. ¿Y la estamos asimilando? — Hay muchos elementos contradictorios como para hablar de una asimilación. Primero debe procurarse aceptar el pasado; estudiarlo, entenderlo, comprenderlo y aceptarlo como parte de uno, no negarlo. Si no hemos superado la conquista, seguimos practicándola con otras formas todos los días y en todos los ámbitos. Pertenecemos a una cultura europea en expansión. Reconozcamos que estamos ahí, y a partir de eso definamos nuestra identidad. Querer imponer una pureza histórica no es superar la Conquista, ésta, sé ira superando cuando asumamos esa complejidad y su peculiar situación. Otras marcas importantes que sufrió México, es la formación de un país en una época novohispana, cuando México se define como un ámbito distinto, propio, con identidad, y se asimila al dominio político español y, por supuesto la llamada revolución de Independencia, que forma parte de un proceso mayor de revoluciones nacionales en el mundo, donde se definen unidades políticas que reclaman sus propios derechos y soberanía, lo que provoca un reacomodo muy intenso de los grupos sociales de esos países.

Personas en el mundo de la política, e incluso historiadores, dicen que México no repetirá ciertos episodios de su historia, por ejemplo en el caso de la Revolución mexicana dicen México ya pago su cuota de sangre, pero no podemos afirmar con tanta seguridad, que un país no repite este tipo de circunstancias. Lo que cabría hacer ahora, más que decir que no repetiremos la historia, es precisamente ver cada vez más claro, en donde estamos parados, en donde está éste país en términos económicos y sociales, y saber cual ha sido esa historia. Lo más importante es atacar estos problemas que tenemos enfrente en donde la historia es sin duda, un apoyo definitivo en términos analíticos, algo que sigue siendo importante y que tiene trascendencia histórica como uno de los problemas fundamentales del país, el asunto de los desequilibrios regionales.

La historia es compleja, como lo es la vida, pues la situación involucró la perdida de territorio, una guerra civil; y en ese sentido, personajes como Juárez tienen un papel importantísimo. O por ejemplo el siglo XIX que sé inicia con un fenómeno violento, muy revolucionario, como son las guerras de Independencia y que culmina con la revolución mexicana. Por ello, es fundamental leer estos momentos tan delicados, tan difíciles, de grandes crisis en los que el país ha seguido subsistiendo; esto se puede entender como un ejercicio didáctico, para ver hasta donde pueden llegar las cosas cuando uno esta estirando la cuerda mas de la cuenta pensando que se puede llegar a consecuencias muy delicadas pero, el siglo XIX tiene grandes enseñanzas y al mismo tiempo reconforta, porque de esas épocas tan difíciles el país salió adelante.

¿Somos lo que parecemos?

Se llevó a cabo una encuesta en la ciudad de México entre una muestra de trescientas personas adultas pertenecientes a los niveles socioeconómicos alto, medio y popular; se buscó establecer sus opiniones respecto a la identidad nacional o al orgullo de ser mexicano. De esto se observa, que los mexicanos nos sentimos sumamente orgullosos de serlo, según lo manifestaron tres cuartas partes de los encuestados. Pues nueve de cada diez personas indicaron la existencia de algún elemento que nos hace sentir orgullosos; de nuestra historia, y de disfrutar de sus libertades. Y en sentido opuesto tres cuartas partes manifestaron la existencia de aspectos que deben avergonzarnos; particularmente nuestro sistema político, y la corrupción o deshonestidad de algunos mexicanos. Los mexicanos nos sentimos orgullosos de nuestras raíces, y en contra parte criticamos nuestro conformismo y nuestra flojera. El 48% de las personas indican que su orgullo por ser mexicano se ha deteriorado a raíz de la crisis que afrontamos. Y como evidencia por demás interesante, el 40% declaró que en caso de disponer de recursos y de la oportunidad, iría a radicar a otro país; postura que resultó más intensa entre los hombres, entre los estratos socioeconómicos medio y superior, y en la medida en que se es más joven.

Es el perfil de un pueblo que se dice muy orgulloso de sí mismo, de vivir aquí, de estar aquí y que al mismo tiempo empieza a manifestar un sentimiento muy claro de insatisfacción y a percibir la presencia del mundo exterior en sus perspectivas vitales: la posibilidad de salir de México, de estar más al tanto de la existencia de otros países, de otras posibilidades de vida, la idea hasta incluso de cambiar de nacionalidad, la decisión de haber nacido en otro país de las cuales un gran porcentaje deseó haber nacido en Estados Unidos, que coincidían curiosamente con personas de altos ingresos y jóvenes. Lo que ahí sé esta planteando es que quizá estamos en un tránsito; que está empezándose a manifestar muy claramente en la conciencia de los mexicanos, el muy impresionante cambio social de las ultimas décadas, que ha dado lugar a la aparición de un nuevo pueblo, con características muy distintas a las del pueblo que hizo la revolución de 1910. Hay una crisis de identidad cuando el mexicano habla de sentirse avergonzado de algunas de sus características, como la forma de trabajar, la deshonestidad en muchos sentidos, y hasta muchos de ellos dicen: si tengo la oportunidad, me voy. La identidad de un país está siempre en crisis, y además, las crisis económicas, sobre todo tan prolongadas como las que hemos padecido, generan una crisis adicional. Un factor que puede resultar fundamental es quizá el cambio tan acelerado de las condiciones y de las características de la población mexicana, que en unas cuantas décadas se ha triplicado, pues de 1950 para acá; se ha vuelto una población mayoritariamente urbana; se ha vuelto una población expuesta a los medios de comunicación que le han traído el mundo a su casa; se ha vuelto una población mayoritariamente joven, una población tremendamente móvil, con una extraordinaria fuerza migratoria, tanto dentro del país como hacia el extranjero. En breve, ¿hay una crisis de identidad entre el mexicano que decidimos ser y el que quizá seamos en el fondo?, ¿ha habido alguna vez identidad? — Porque para que haya crisis de identidad, previamente tiene que haberse establecido una identidad que vaya más allá del hecho más o menos casual de haber nacido dentro de determinadas demarcaciones políticas. Existe un signo de inseguridad, sí, inseguridad que nos lleva a decir que estamos muy orgullosos de una historia que en realidad no conocemos. ¿Existe una esencia de lo mexicano?, ¿Quién posee esa esencia? — El tzotzil, el mestizo, el criollo. O hay varias esencias, o está en nuestra esencia la mezcla. Una de nuestras esencias podría ser la vocación y la capacidad de asimilación de lo mestizo. Si hay identidades en las naciones; una de las misiones del Estado, es crear justamente una idea de nación, pese a que la nación misma sea más o menos irreal, hay que crear una idea de nación. Y hay rasgos, en efecto, que identifican a los mexicanos que no se llamarían esencias, más bien son rasgos descriptivos. Lo más evidente: es que somos un país mestizo, de habla hispana, europeo por origen. Llevamos tres siglos de mestizaje; la mayor parte de la población habla español y la parte de los rasgos de nuestra cultura son de origen europeo.

El grave problema de México es que nunca ha sabido o nunca ha podido poner en paz y en acuerdo a sus dos mitades, digamos que sigue vigente ese conflicto. Hay un conflicto en creer que vivimos en la gran Tenochtitlán y a la vez querer ser del primer mundo; el gran conflicto de querer ser: ese mito de hace años y que ya ha desaparecido, la cabeza de América Latina, y al mismo tiempo la cola de Estados Unidos. ¿Entonces que somos? — Somos un país de fundación nacional muy reciente; no en el sentido, digamos del país que imaginaron las elites, sí en el sentido de la generalización de los rasgos básicos, de las creencias básicas de los mexicanos sobre lo que son. Lo que hoy llamamos México, empieza en el siglo XVI, no antes de eso; no hay un México Maya: es la civilización Maya. No hay un México Azteca, es la sociedad Azteca. No hay un México prehispánico. Esas son civilizaciones distintas entre sí. En resumidas cuentas, hasta que no llega la Revolución mexicana, no hay un reconocimiento en el país, tanto político como mental, de que esto es una enorme variedad de cosas; y hasta que no llega la escuela pública, que se generaliza en toda la población, cosa que no existía hasta ese momento, no se generalizan también las creencias fundamentales que nos hacen compartir hoy, a todos nosotros, la idea de que somos mexicanos. Son cosas muy sencillas: ese orgullo por el suelo patrio, esta veneración por nuestros héroes; si le preguntamos a un mexicano ¿qué sabe usted de historia? — Pues sabe muy poco pero si sabe que Cuauhtémoc fue bueno y Cortés fue malo. Son cápsulas históricas que se siembran muy temprano, junto con el himno nacional, junto con el orgullo local. La generalización de esas pocas cosas es un hecho que sucede fundamentalmente en el siglo XX mexicano, y en realidad de 1940 para acá. Entonces es verdad cuando se dice que esta cavilación por lo mexicano es porque nos falto cocción .

La idea de nación es algo que se crea colectiva pero también dirigídamente; ésa es la tarea del Estado nacional. Y esa idea de nación tiene como cohesión los mitos, básicamente los mitos fundadores. ¿Pero como vivimos nuestros mitos fundadores los mexicanos? — Es muy significativo para el pueblo que los héroes mexicanos, no sean héroes civilizadores, sino héroes liberadores. Digamos, el héroe fundador para el mexicano es un héroe que nos quita las cadenas, no quien crea la civilización.

¿De veras todos somos iguales?

¿Qué es discriminar? — Es la dificultad de aceptar la diferencia; sin traducirla en desigualdad en México si hay racismo y además es un racismo mucho más difícil de abordar o de tratar, porque en paralelo hay una idealización del indígena, existe un indigenismo que hemos venido alimentando y exaltando. Entonces se evidencia una contradicción de términos: en la práctica, se discrimina totalmente a las personas con rasgos indígenas de piel obscura, pero a la par circula un discurso en donde se habla de nuestras raíces y de lo más importante, la cultura prehispánica. Se trata de un racismo menos evidente o brutal que el de otros países.

Una característica de la conducta del mexicano es que exaltamos la posición del indígena pero criticamos severamente lo que los españoles hicieron a los pobres aztecas, cuando en realidad hoy existen cinco millones de indios en el país que brutalmente maltratamos nosotros. Si realmente quisiéramos la población amaría al indio y no los tendría en la penuria, de cierta forma somos igual de crueles que el español conquistador.

En el centro de México la discriminación por color existe, pero es menos importante que la discriminación por dinero y cultura; en el sur si existe un problema real por el color; en el norte casi no. Son estas formas distintas de discriminación; pero ninguna de ellas es agradable.

Aunque el tema es la discriminación y se ha tratado de centrar básicamente en la cuestión racial se debe señalar que hay otro tipo de discriminaciones muy sutiles, que están empezando a pesar en este final de siglo. Se cree que con el racismo, con el sexismo y con el clasismo existe ya una cierta conciencia de que son prácticas negativas, injustas que no se deberían llevarse a cabo; y es más, hay ciertos recursos legales para poder enfrentarlas; pero, por ejemplo la homofobia que es el miedo o temor para con las personas homosexuales es en este momento la práctica discriminatoria menos reconocida y que ya esta funcionando mucho en la política de selecciones de trabajo. Se sabe que hay un nivel de injusticia que no debería existir y nuestra propia Constitución garantiza esa no-discriminación; es decir, grandes grupos de la sociedad mexicana consideran que la homosexualidad es una enfermedad o una patología o una cosa mala, y lo que quieren es alejar a ese tipo de gente, por eso, un sector importante de la población esta viviendo una discriminación especifica, sin tener el recurso para poder argumentar que eso es una forma de discriminación.

México es un país en transición y la consecuencia en el largo plazo es lo que nos está pasando; problema a largo plazo o crisis que hemos padecido y la vamos a volver a padecer, pero necesitamos a cada mexicano, grande, chiquito, prieto, güero, mujer, hombre, heterosexual, homosexual... Pero, ¿por qué discriminamos? — Vivimos un proceso en el que ahora discriminamos menos para entregar más y lo hacemos con mas inteligencia; Si no es así, estamos yendo al abismo en una forma mucho peor que la discriminación porque entonces sí vamos a regresar a un primitivismo general en el país; porque un país como él nuestro no puede funcionar dividido en noventa grupos que se odien unos a otros, pero, ¿Dónde se comienza? — Entendiendo, educando, apreciando... hablando mucho más de esto, mucho más de la actitud. Y sobre todo, comunicando esto a los niños. ¿Qué sectores o entidades deberían dedicarse con más interés a hablar de estos problemas? — Se proponen dos: los medios de comunicación y el sistema educativo mexicano. Para ello, la Secretaria de Educación Publica tiene un papel fundamental, pero habría que crear también una especie de instancia intersecretarial que pudiera vigilar la discriminación laboral porque además de que a todos nos molestaría la discriminación o el insulto o el maltrato en función simplemente de nuestro aspecto en la cuestión laboral cobra dimensiones realmente tremendas hay que alentar, desde instancias gubernamentales a las empresas para que realmente abra oportunidades a los diferentes grupos.

¿No ha existido eternamente la discriminación? — No eternamente; ha ido cambiando la definición. Lo que pasa es que en este momento la sociedad sé esta integrando, y si no la integramos eficientemente, entonces si se pone peligroso, y la cultura va a responder a esta integración.

¿Somos religiosos para lo que nos conviene?

Este es un tema difícil y no se pretende ofender a nadie pero se cree que más ofende a un pueblo el que nos digamos creyentes, practicantes y desgraciadamente “nademos” según algunos en actos de corrupción todos los días que nosotros mismos promovemos. ¿Los mexicanos manejamos algún nivel de hipocresía en cuanto a la religión que practicamos mayoritariamente y lo que hacemos en la vida cotidiana? — La religión por una parte es ante todo una manera de ligarse a algo trascendente; es decir, una manera de ver las cosas desde otro punto de vista, además del punto de vista ordinario. Entonces la moral siempre, a lo largo de toda la historia y sobre todo si hablamos de la moral en la tradición judeocristiana ha estado al alcance de todos pero siempre de acuerdo con la propia libertad. Las épocas en las que se ha tratado de armar una moral pública a base de represión o de poner un coto, el resultado más que lograr que se viva una gran moralidad ha provocado la hipocresía y más que hablar de hipocresía se debe hablar de una crisis que, necesariamente tiene su lado positivo y en la que tenemos que interiorizar los valores para responder ante los retos. ¿Somos un país como doble moral? — Si, la moral católica es muy antigua y el mundo moderno esta centrado entorno al valor utilidad y los valores cristianos y el valor utilidad no se llevan muy bien y las personas que practican la religión católica tienen que vivir en este mundo, que es un mundo de cosas. Del mismo modo, ¿La religión es algo deseable pero no practicable? — Si puede ser practicable pero es muy difícil, hay también un asunto muy importante: toda moral no se cumple; es decir, la moral nos mueve, es un deber ser y por eso mismo no se cumple. Y de paso, ¿Cuál es el papel de las iglesias ante una sociedad que abierta y cínicamente dice: sí, somos corruptos por esto, por esto y por esto? — Se cree que un papel de servicio no solamente de critica, y mucho menos de critica negativa, sino de servicio y de propuesta.

En concreto, una propuesta educativa en el sentido integral; no una propuesta bancaria de que vamos a llenar las calles con una instrucción catequética, sino que vamos a criticar a fondo el modelo educativo que tenemos en México, porque lo que sé esta proponiendo es la reproducción de un sistema que así ha estado echándonos a un lado. Quizá hay dos elementos muy profundos en la experiencia contemporánea que hay que superar; uno de ellos es el que llaman elegantemente la obsolescencia: se elabora un proyecto educativo muy bien hecho para formar economistas, por que hace falta en México economistas o tal tipo de personas, y luego ese modelo se hace viejo, obsolece. El otro asunto es el aburrimiento; se cree que a lo que lleva el consumo es al aburrimiento y a la frustración ante una proyección excesiva de lo que se pueda elaborar y la imposibilidad de alcanzarlo. Entonces es una tarea de todos; es decir, aquí las iglesias entrarían como un elemento de la sociedad; algo que también nosotros tenemos que aprender, aprender a ingresar a grupos rurales. Porque si la sociedad mexicana continua por este camino acabaríamos siendo una sociedad verdaderamente cínica, y lo que tenemos aquí, es un problema serio porque queremos estar en el mundo moderno y disfrutar de este modo de ser contando con todos los últimos adelantos de la tecnología, pero no tenemos con que hacerlo.

Flojera ¿una realidad mexicana?

Si bien se tienen conceptos positivos del trabajo, al mexicano se le caracteriza como carente de habilidades para obtener buenos resultados. ¿Los mexicanos somos esencialmente una población no muy amante del trabajo, con tendencia a la flojera y a lo mal hecho? — No lo creo, considero, más bien, que hay una serie de insatisfacciones en el trabajo mismo, que a veces provocan lo que hoy llamamos tanto la falta de productividad, que es, desde luego, muchas veces, falta de preparación porque tenemos un sistema educativo que no se ha extendido lo suficiente, y entonces hace falta sensibilizar a la gente para muchas cosas. En segundo lugar, está la inestabilidad en el empleo, la incertidumbre acerca de lo que va a pasar mañana y, sobre todo, la insuficiencia del salario. El mexicano no es flojo por sí mismo: es capaz de ser un gran trabajador. ¿Esto quiere decir que habría dos Méxicos en cuanto al trabajo? — Puede ser que exista un México mestizo, que es el fundamental, el más importante; y un México criollo, en el cual la actividad laboral es casi una especie de compromiso fundamental. Pero entonces, siguiendo este razonamiento, creo que no habría nada más dos Méxicos; sino que habría nueve mil definitivamente; tanto por la situación geográfica como por el tipo de mezcla que hemos tenido, como por las facilidades. Creo que uno de los graves problemas es que parece que el mexicano vive el trabajo por necesidad más que por otra cosa. Otra situación que parece diferente en nuestro caso al de otras poblaciones es el hecho de que los compañeros del trabajo juegan un papel importante. Para el mexicano esto aparece en primer lugar.

Pero ¿de dónde surge la visión del conquistador de que el indio es flojo? — De su criterio de conquistador, que lo obliga a establecer los repartimientos de indios. Los españoles obligaron a los indios a trabajar para ellos. ¿Por qué? — Porque los indios no querían trabajar para nadie, no lo creo así, más bien nuestras culturas se pueden dividir en dos grandes tipos: las individualistas, como las protestantes; y las colectivistas, donde vemos más el bienestar del grupo. Y desde este punto de vista, coincido en que el mexicano definitivamente pertenece a una cultura colectivista, que le gusta más el bienestar común, pero que vive continuamente en una dialéctica. Esto es, lo que hacemos los mexicanos es automodificarnos; en lugar de modificar y solucionar el exterior, nos automodificamos. Creo que el mexicano no es flojo sino fundamentalmente improductivo; en el sentido de que no hace las cosas como tendría que hacerlas, y ahí probablemente le falte el incentivo personal: una dirección inadecuada, una formación insuficiente, un salario totalmente insuficiente y quizá un trato personal de quienes lo rodean. Es decir, si a la gente no la educamos desde que empieza a vivir, desde la primaria, secundaria, para un esfuerzo y una conducta moral, ya es muy difícil que cuando llegue al mercado de trabajo sean gentes óptimas. Todos son mexicanos de acuerdo con las regiones en que viven. Esto es un hecho: el desarrollo del medio en que se trabaja también es muy importante para lograr que una gente pueda hacer un esfuerzo mayor o menor. Si estamos en un entorno árido como el norte o estamos en un entorno competidísimo, ¿entonces los mexicanos cambiamos? — Si, si existe la motivación, pero si no lo hay, esos mexicanos, esos mixtecos que fueron a Nueva York, acabarán ebrios o drogados, y por desgracia hay algunos mexicanos que van a E.U. y acaban así; creo que se conoce bien que los braceros que triunfan en E.U. son un buen ejemplo, un ejemplo excelente de que el mexicano no es flojo.

Si el mexicano cuando se va a E.U., que tiene un modelo competitivo, trabaja mejor, ¿quiere decir que aquí hay que cambiar el entorno? — Creo que si; y por entorno habría que entender no solo la mentalidad en un sentido más inmediato, sino un sistema económico. Hay muchos mexicanos que no quieren trabajar más, porque no quieren (para decirlo en el sentido científico) dejar más plusvalía a su patrón. Entonces ¿Es el medio ambiente mexicano el que no hace sacar lo mejor del mexicano para trabajar? — Por lo menos hasta el momento así ha sido. La gran ventaja del mexicano es su flexibilidad. Eso es lo que le lleva a un mundo competitivo y sacar lo mejor allá. Aquí no vive ese mundo. Es más, aquí, muchas veces el grupo social castiga a aquél que sobresale y trabaja un poco más; el mismo grupo lo castiga, castiga su éxito. Una situación que creo ha sido muy importante en el desarrollo de nuestras habilidades laborales ha sido el paternalismo. La capacitación no debería ser ley, debería merecerse. No todo mundo debe ser capacitado. La potencialidad esta allí. Pero ¿cómo haríamos para darnos los elementos necesarios para enfrentar ese mundo que, guste o no, allí esta? — Creo que tenemos que volver hacia atrás y empezar de nuevo un camino largo, como si fuera un salto de longitud, para agarrar el impulso y entrar a ese mercado, entendiendo que dependerá de la formación profesional, pero, sobre todo, de una dirección inteligente, osada, valiente, definida, que quiera realmente aprovechar lo que tenemos al alcance de la mano y que los mexicanos no hemos querido aprovechar en la forma en que se debió hacer. Y ¿cómo enfrentar ese reto? — Insisto: primero que nada, me iría a la educación, definitivamente. Cuando hablo de educación, lo hago en el sentido más amplio; no me refiero al escolarizado necesariamente. Somos producto de una cultura, y la cultura se mama, se transmite sin que uno se dé cuenta. En ese ámbito es que hablo de un cambio actitudinal, de un cambio de valores. Somos nosotros los que debemos transmitirlo. La otra situación significa asumir que debemos dejar ya de importar modelos que sabemos que no han sido efectivos, por lo menos aquí; hay que buscar, crear los modelos para el material, la mano de obra que nosotros tenemos, y no seguir copiando, quitando, haciendo. Debe haber ese cambio, esa tendencia hacia el cambio, para hacernos una sociedad competitiva sin perder la capacidad de colaboración, de cooperación, porque allí es donde esta nuestra fuerza.

¿Cuál sería la última reflexión? — Creo que mientras los mexicanos no nos sentemos a reflexionar ¿qué queremos ser? Y empecemos a tomar acciones, va a ser muy difícil que solo con la autocomplacencia saquemos adelante a los millones de pobres que tenemos. Pero ¿cómo remediar este problema? — No es una sola solución; son varias líneas de solución: la educación, la formación, y esto que hoy llamamos muy genéricamente, la justicia social, con todo lo que implica. Si educas, formas, pagas y tratas adecuadamente, el material humano, los mexicanos, no el mexicano, son susceptibles de llegar a las más altas esferas de productividad y de capacidad. Quizá habría también que educar el consumo. Es repensar México, finalmente. Repensar todo.

La corrupción en México

Lo que la gente suele tener en mente es que quienes más se benefician de la corrupción son unos cuantos, y eso, por supuesto, es cierto, porque evidentemente la corrupción se trata de un fenómeno masivo. Lo que ocurre es que hay hechos que no se perciben como corrupción: supone torcer la ley para obtener un beneficio particular, pero no lo reconocemos como tal. Este fenómeno persiste en la realidad mexicana porque creo que es un problema de estructura social; forma parte del orden de nuestra sociedad, no es algo que tenga que ver con algo que fuese “el ser del mexicano” o “la identidad del mexicano”; es la forma de la sociedad mexicana. Pero ¿cómo aceptar por un lado, que tenemos X principios o valores que cumplir con la sociedad y que transmitir a nuestros hijos y, por otro, aceptar vivir y promover la corrupción? — Curiosamente a eso le llamamos adaptación. Es decir, si predomina la corrupción, quien quiera sobrevivir tiene que colaborar. Tiene que serlo. Entonces en un sistema así no podemos diferenciar desde afuera quien lo hace por obligación para sobrevivir y quien lo hace por convicción. En cuanto a la corrupción existe una ecuación desbalanceada: esperamos ética y moralidad del gobernante, pero no del gobernado. Esperamos ética del padre, pero no de los hijos. Esperamos ética del maestro, pero no del alumno. Y así vamos. Esta postura es más que hipocresía, ésta es una postura, es una máscara que el que la usa siente sus bordes y sabe que la lleva; es un fenómeno consciente. Creo que el problema no es, al final, de voluntad o de deseo. Existe una estructura, un orden que reproduce estas prácticas, y me parece que mediante la corrupción se intenta o se consigue dominar, controlar, subordinar, utilizar, parasitar al gobierno y al conjunto del aparato del Estado. La sociedad trata de hacer un uso particular; trata de beneficiarse particularmente con los recursos del Estado. Y tanto el gobernado, el ciudadano, en su pasividad necesita el arma de la corrupción, porque es su defensa y su forma de establecer un vínculo para balancear el poder entre la omnipotencia del gobernante y la impotencia del gobernado; con ella logra un cierto equilibrio. Y ¿por qué no aceptamos la corrupción, guardamos ya los escándalos y los señalamientos y nos ocupamos de perfeccionarla? — Creo que los escándalos y las acusaciones de corrupción son tan necesarios para el funcionamiento de este orden como la corrupción misma. Políticamente es necesaria la corrupción, todo el mundo lo sabe.

¿A qué conclusión sé puede llegar? — Diría que tendríamos que empezar, como siempre, con la educación; creo que ahí la escuela juega un papel importante, pero difícil. Los medios pueden hacer más que la escuela. El gran ministerio de educación son los medios en la práctica. Y creo que la historia no es tan mala como la piensan los que se empeñan en mitificarla. Cambiarla sería un buen principio, y, desde luego, llamar la atención sobre todos los niveles de la corrupción. Los empresarios también son corruptos, y hay que decirlo; no solo los funcionarios. Es decir, darnos cuenta de la amplitud del problema, porque eso es lo más doloroso, el que se extienda a todos los niveles de México. Como dice Ernesto Lammoglia: hay que voltear nuestro dedo hacia nosotros y señalarnos.

¿Qué tipo de sociedad somos?

¿Cómo puede definirse a la sociedad mexicana? — Como una sociedad que vive un momento particularmente agudo y hasta traumático, en el que predominan de manera muy abrumadora las expectativas pesimistas, sin que tenga ninguna referencia clara, cercana, a la cual acudir para cambiar estas expectativas. Es decir que ¿los mexicanos nos estamos viendo como somos y lo que nos ha estado pasando? — Según una encuesta realizada a 300 personas, vemos que 97% esta contento con el entorno familiar y 86% con el marco laboral, y la gente se queja de la sociedad global; es decir, que el nido esta muy bien, pero la sociedad global no. Creo que más que un fenómeno exclusivamente mexicano, se trata de un fenómeno de fin de siglo o de milenio en la sociedad moderna, en la sociedad urbana. Creo que lo que esta pasando en nuestro tiempo en México, y quizá también en Francia y en otras partes del mundo, es que hay una crisis de lo que podríamos llamar la verdad y la falsedad. Creo que en el caso mexicano estamos descubriendo, a través de la crisis económica, social y política, la gran mentira que hemos vivido no en los tiempos recientes, sino prácticamente durante toda nuestra época de país independiente, es decir, casi dos siglos. Hemos vivido una gran mentira, pero lo hemos hecho sin darnos cuenta de haberla vivido. Somos un pueblo un poco mitómano, porque nos ayudan a vivir nuestros mitos; pero el gran mito es que, por ejemplo, se dice que somos demócratas. Queremos una democracia no de mentira sino de verdad; una justicia social no de mentira sino de verdad; una soberanía no de mentira sino de verdad. Ese descubrimiento de la verdad (porque es solo anhelo todavía) frente a la mentira, es lo que ha originado nuestra profunda crisis. Se puede estar buscando la verdad, pero lo real es que en estos momentos yo considero que hay un esfuerzo cada vez mayor en México por enfrentar la realidad tal y como es. Ya no hay este regocijo instantáneo en las grandes promesas y en las grandes posibilidades. Creo que en éstos años se ha ido sedimentando otro tipo de sentimiento y de reacción, que no es: esperar un momento; ni dar saltos, ni fugas hacia delante ya no; mejor no nos sentamos a esperar; porque sería absurdo, ya que nadie se puede sentar en la vida moderna. En las elites y en los sectores medios y en sectores trabajadores, cada vez hay más esta búsqueda de la realidad para vivir en ella.

¿Qué es lo que nos ha mantenido con coraje, con fuerza, frente a esas crisis? ¿Cómo es que la hemos vencido? — El ser mexicanos. No es fácil definirnos, pero si ser mexicano significa algo en lo que todos coincidimos: tener una originalidad cultural. Ser mexicano es ser un valor cultural, no racial, desde luego. Se formó nuestro ser mexicano con los valores indígenas de la gran tradición, con los valores hispanos y muchas otras más que nos vinieron con la Conquista (eso es indudable), y ese ser mexicano, ese querer ser mexicano. Tenemos la voluntad de ser mexicanos, de ser distintos de lo indígena, sin negarlo; de ser distintos de lo hispano, sin negarlo. Soy mexicano. Esa es nuestra fuerza, y esa fuerza es, sí, una fuerza integradora, poderosamente integradora. Creo que ese ser mexicano es lo que debemos conservar a toda costa, con todos los esfuerzos que podamos usar. Para conservarlo debemos poner estos esfuerzos al servicio de nuestro ser mexicano. Nosotros hemos formado nuestra cultura, que en efecto es el punto de apoyo de la identidad y de la fortaleza nacional, en contacto con el mundo, con una sociedad realmente muy abierta en ese sentido, y creo que ahora, frente a una nueva realidad mundial, lo que tenemos que hacer es no rechazarla ni pensar en encerrarnos, sino establecer una vinculación creativa y productiva en el mundo. Hoy no existe esa vinculación creativa. Creo que no vamos a crear una vinculación productiva y creativa con el exterior si no nos instalamos pronto en lo que llamaría una sociedad educativa; es decir, una sociedad que eduque a sus miembros, y que este preparada para educarse permanentemente. Eso no lo tenemos. Tenemos que crear una sociedad relativamente segura, y eso solamente lo logramos, me parece, con un compromiso real con la equidad, que empiece en nuestro país con el combate a la pobreza extrema de millones, y por otro lado, con una sociedad que asuma que necesita crecer y desarrollarse nada más por el peso demográfico que tenemos. Es decir, no es una sociedad que pueda resignarse a no crecer. A esto yo le llamaría, más que una nueva sociedad, una sociedad habitable.

¿Cómo somos los mexicanos?

¿Qué posibilidades se tienen de remontar todas las circunstancias que se han analizado en los siete apartados anteriores para proponer una especie de plataforma desde la cual pueda despegar nuestro país? — Las posibilidades las desconozco. En todo caso, yo hablaría más de los requisitos para poder remontarlas. Uno de ellos, hilo conductor de la mayoría de los temas tratados, es el reconocimiento de las diferencias, que somos un país con gente muy diferente y que eso implica empezar a construir una cultura democrática de verdadero respeto a las diferencias, de reconocimiento del pluralismo; respeto a las diferencias de todo tipo, desde la básica sexual, como también las diferencias que estuvimos analizando: raciales, económicas, educativas, religiosas, ideológicas; el reconocimiento de las diferencias y el poder, para llevarlo a un nivel de debate público. Aprender a discutir entre nosotros, a tener confrontaciones de posiciones, con argumentos, me parecería uno de los requisitos para poder remontar circunstancias. Me parece que el debate público sí es un asunto que se da poco en nuestro país y que es importante requisito para esta construcción, que considero necesaria, del reconocimiento de las diferencias, que implica también construcción de una cultura democrática. Pero ¿cómo manejarlo hacia el futuro? — El gran desafío de México es conservar su capacidad como nación, pero en una modernidad democrática, y como participante en la economía mundial, pero con una modernización de sus procesos económicos y de sus capacidades tecnológicas. En esta dialéctica de lo que tenemos que conservar y de lo que tenemos que innovar, me parece que está trenzada toda la discusión tan viva que vive hoy nuestro país. De cara al futuro, lo que tenemos que hacer es recoger las fortalezas de nuestro pasado y, en base en ellas, tratar de ponernos a la altura de la modernidad mundial, porque no me parece que haya realmente ningún camino interesante para México en repetir sus atrasos y tradiciones. Particularmente, esto me parece una recomendación buena, pero para que se de una modernidad democrática, habría primero que establecer que concepto tienen los diferentes grupos al interior del país de lo que es democracia o lo democrático, la democracia, a mi punto de vista no es tan solo lo que esta en boca de todos los políticos, no es solo un padrón electoral completo y efectivo, no es libertad de prensa y de expresión, y si bien la democracia no es la solución a todos nuestros problemas, también es evidente, o por lo menos así lo expresó Roosevelt “si bien el sistema democrático no es el mejor de los sistemas pero si al menos el menos malo que se conoce”. Por ello, creo que es buena la idea que trata el libro más yo anexaría a ello que primero que nada entender o tratar de entender que conceptos diferentes se tienen de esta modernidad democrática y si es que se tienen.

El único futuro aceptable para este país es un futuro moderno. El problema es cómo conseguirlo, y creo que el punto fundamental de la modernidad que todavía no conseguimos asumir es el Estado de derecho. Esa es la asignatura pendiente, con todas sus ramificaciones, desde la corrupción hasta la arbitrariedad del poder político o la dificultad para reconocer la igualdad ante la ley. Este país ha sido gobernado en contra de la ley. Ha podido ser gobernado por que se han violado todas las leyes, una tras otra. Es decir, hay una tensión en este país entre gobierno y Estado de derecho. Una de las carencias que también aparece con fuerza es la ausencia de una cultura política real. Yo sí creo que con toda la estabilidad que pueda haber traído tener durante setenta años a un partido único en el gobierno, también ha provocado una serie de falacias, como el entender que se puede vivir y gobernar y participar políticamente de otra manera. Y el paternalismo si crea ciudadanos dependientes que quieren que de repente todo le caiga regalado. También hay un problema de cultura democrática y política muy fuerte. El Estado de derecho supone que la gente acepte reglas, y aceptar reglas quiere decir aceptar perder cuando uno pierde, en lo económico, en lo político, en los pleitos judiciales o en cualquier cosa. Los mexicanos estamos acostumbrados a despreciar a los que ganan un puesto de elección, a los que ganan dinero, a los que ganan lo que sea, porque sospechamos siempre que no se lo merecen, que se lo ganaron turbiamente. A este respecto, estoy de acuerdo en lo tocante al Estado de derecho, porque si bien es cierto que un Estado nace a raíz de las muy diversas exigencias del medio y de la sociedad, también es cierto que se le confieren ciertas actividades y responsabilidades, pero desgraciadamente, el Estado ahora se ha atribuido hasta el derecho de dotar de derechos a los ciudadanos, que por naturaleza le corresponden, habríamos de empezar por purgar todas esas actividades que poco o nada tienen que ver con la naturaleza del Estado, y proceder a mermar el poder que ha concentrado el ejecutivo a lo largo de tantos años, deshacer lo que el Partido Institucional nos lego; esa apatía política ya añeja, obsoleta. Por eso concuerdo con varios temas que han sido tocados líneas arriba, porque bien que mal eso es algo que sabemos pero de cierta manera nos gana más la apatía y el conformismo.

Creo que están planteados aquí los dos problemas centrales de la modernidad y de la modernización para un país como México. Es muy viejo el problema de la diferencia en México entre el país legal y el país real. Creo que uno de los retos de la modernidad es acercar ambas versiones. Si no podemos cumplir las leyes que tenemos, démonos las leyes que podamos cumplir. Eso representaría una revolución jurídica, porque quién sabe que clase de leyes son las que los mexicanos de verdad podemos cumplir. Habría que buscar ese consenso. El segundo problema es que una vez que exista efectivamente la igualdad de todos ante la ley y, por tanto, el Estado de derecho, esa igualdad de derechos para todos garantizara, entre otras cosas, la libertad de cada quien y, por lo tanto, la diferencia entre cada quien. El Estado de derecho no genera igualdad: genera, probablemente, desigualdad entre los individuos, entre las fortunas, entre los destinos de las personas, y a nadie, en esos derechos fundamentales que garantiza el Estado de derecho, se le garantiza su igualdad económica. El siguiente problema de la modernidad, es aparte del Estado de derecho y de la libertad para todos, cómo establecer también una sociedad que sin atentar contra las libertades ofrezca una cierta redistribución social de los bienes, para que sin atentar contra las libertades, que son el sustento mismo de la vida moderna, pueda darse un paso más equitativo, menos desigual. Me parecen muy buenas y muy acertadas las medidas que se proponen al final de la lectura, es de determinada manera una voz que expresa su preocupación y su sentir con respecto a los problemas del México de nuestros días, pero yo pienso que la cosa es más compleja de lo que parece, porque las contradicciones que enfrenta el mexicano y México mismo, no solo nacen de su dudosa identidad, sino que nacen también a raíz de la neocultura que se ha desarrollado en México, hemos construido una cultura torcida, sesgada, que si bien en un momento dado nos ayudó a salir del paso, hoy lo hace cada vez menos. Debemos acabar con todos los individualismos desde el orden público hasta el de la iniciativa privada, no quiero decir instaurar un socialismo, pero sí, restar el poder y el influyentismo del que gozan ciertos servidores públicos y miembros de las cúpulas empresariales. Si bien es cierto que la limpieza por la casa empieza, y analógicamente deberíamos empezar por sentar las bases de nuestra identidad nacional, yo me refiero principalmente a estos dos grandes centros de poder como lo es el sector público y el empresarial porque son los que la misma historia ha demostrado que son los más corruptos. Y como bien lo sabemos y lo hemos visto, las manzanas podridas terminaron por pudrir el árbol, los hechos y la historia nos han demostrado la ineficiencia del gobierno para administrar, que es un gobierno que no escucha voces, que para el no existe la democracia, que no ataca de frente a la pobreza, al contrario la aumenta con sus medidas antisociales, que no vela los intereses y soberanía nacionales. En suma, creo que el libro aborda temas muy importantes y esenciales, pero a mi criterio, hay asuntos que urge solucionar y otros que pueden esperar, para que la sociedad mexicana pueda adquirir su identidad nacional, primero tendría que aprender a forjarse una verdadera personalidad, y no estar portando como actualmente lo hace una máscara que le cubre el rostro y le protege de su inocente inexperiencia. El tema de la identidad nacional, de la flojera y apatía del mexicano en el trabajo, la discriminación, la religiosidad del pueblo mexicano, el malinchismo, los orgullos y vergüenzas nacionales, son temas que se han venido tocando desde hace décadas, y todo parece indicar que a nadie le importan ya, no se bien si ya son temas obsoletos o el mismo conformismo los ha anexado ya a nuestros rasgos característicos, pero si bien es cierto es que cada vez es menos la gente que habla de ellos. Con la globalización y la apertura de los mercados, entramos a competir, por lo que cada vez más y más son las gentes que se ven como rivales aunque en realidad no haya motivo por el cual competir. Surgen nuevos problemas, nuevas expectativas, nuevos intereses y nuevas luchas. En lo particular, se habla ahora de los nuevos conflictos, de los nuevos problemas aún cuando en el pasado nunca resolvimos los primeros problemas. Así que no es muy difícil vaticinar el futuro de México, somos un pueblo que caminó y lo sigue haciendo por el camino difícil, aprendiendo de sus errores, y espero que al final la recompensa sea tal que nos lleve a solucionar nuestros problemas de raíz.

EL OTRO YO DEL MEXICANO

1




Descargar
Enviado por:Julius
Idioma: castellano
País: México

Te va a interesar