Filosofía y Ciencia


El hombre ha de descargarse; Arnold Gehlen


TRABAJO DE

ANTROPOLOGÍA

FILOSÓFICA

“El hombre ha de descargarse

. GRUPO I.

ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA.

El Hombre

El libro de El Hombre de Arnold Gehlen ha sido el que he escogido para tratar de realizar un comentario satisfactorio sobre el tema de dicho libro. Me parece interesante el punto de vista desde el cual Gehlen desea hacer su trabajo aunque, como es normal, disienta en algunas de sus ideas, pero a esto ya me referiré en el apartado final de este trabajo dedicado al comentario crítico. Pero en conjunto me parece digno de lectura al menos el intento de este autor de realizar un estudio tan amplio, que desea abarcar todos los ámbitos donde aparezca el más mínimo asomo de cualidades humanas. El concepto sobre el cual me he centrado para mi trabajo ha sido el concepto de descarga.

Trataré de ser lo más coherente posible tanto en el vocabulario que utilice como en la exposición de este trabajo. De tal modo que comenzaré dando una idea general de lo que el autor expone en esta obra para seguir su argumentación hasta llegar al concepto clave a tratar, la noción de descarga.

Arnold Gehlen nos propone en esta obra algo que no resulta nada sencillo de llevar a cabo, un nuevo estudio del Hombre total. Es decir, pretende realizar un estudio tan amplio, que no se quede en una visión restringida, que se explore al Hombre desde todos los puntos de vista posibles. No quiere quedarse en un solo aspecto de lo humano, es decir, no se quiere quedar en ofrecernos un punto de vista filosófico o psicológico o biológico del Hombre, sino que quiere llegar hasta un estudio del Hombre que sea un compendio de todos los puntos de vista posibles.

La idea esencial de la que parte el autor es la diferencia del Hombre con respecto al resto de los animales. Gehlen parece “echar en cara” al Hombre su mala disposición natural para la vida en el mundo. De este modo, hace notar la increíble diferencia que poseemos con respecto a la adecuación al medio de los animales. A ellos les viene todo dado, es decir, están situados en el mundo justo donde deben. Se les ha colocado dentro de un marco en el que lo tienen todo. Esto es, se hallan limitados a esa posición que ocupan dentro de la vida. Deben adecuarse al medio en el que les ha tocado vivir. Esto condiciona en gran medida su adaptación y su consiguiente especialización. Como hace notar Gehlen, los animales poseen unas características sumamente especiales y unas capacidades muy desarrolladas para imbricarse en el medio en el que les ha tocado vivir. De tal manera que encontramos animales con una gran capacidad para sobrevivir en zonas heladas y otros que lo hacen en las profundidades del mar. Pero todo esto cambia con respecto al Hombre. Él no ha sido colocado en ningún medio natural específico. La prueba está en que es el único ser capaz de adaptarse a todo medio, aunque claro está, sirviéndose de artificios técnicos. Por ello, el Hombre ya no lo tiene todo dado. Es, como dice el autor, un ser incompleto, el único ser incompleto. Esto hará que deba buscar por todos los medios la mejor manera para adaptarse al medio en el que viva. Este estar inacabado conlleva el que el Hombre no sea un animal especializado y tenga que ir adquiriendo conocimientos a medida que avanza en la vida. Esta falta de especialización hace que su acción no se limite a lo que a otros animales les viene designado por naturaleza, sino que en él confluyen toda una seria enorme de impresiones a las cuales debe hacer frente y que no puede evitar que le aborden.

Esta falta de especialización también se refleja en sus dones naturales. Es un animal sin pelo, no puede hacer frente a las inclemencias mientras que esa falta provoca que todo su cuerpo esté sujeto a posibles “choques” de sensaciones. Es toda una superficie sensitiva y no puede hacer nada por evitarlo. La cuestión entonces será el tratar de encauzar todo ese chorro de impresiones para poder controlarlo y hacer así más fácil las respuestas a su medio. Es por tanto un animal que no se queda en la mera visión de los hechos, en tanto espectador, sino que él es actor. Debe actuar en el medio, en cualquier medio y debe dar respuestas que no le habían sido otorgadas en su principio natural.

Desde este punto de vista sería sencillo caer en la asimilación del Hombre como la serie suprema, el último escalón de la jerarquía de los seres vivos. Pero esto es algo a lo que Gehlen se encargará bien de refutar. Él no admite este punto de vista “evolucionista” del problema. No cree que el Hombre sea ese último escalón. En un principio porque las razones que ofrecen los que así lo creen no son nada convincentes. Los evolucionistas opinan que esa superioridad de debe sobre todo a su inteligencia específica. Estos concebirían cuatro grados, que son los que Gehlen no está dispuesto a asumir y que en orden creciente serían: instinto, costumbre o hábito, inteligencia práctica e inteligencia humana. El resto de los animales llegarían tan solo hasta el tercer grado, que sería el necesario para llevar a cabo sus funciones vitales por ejemplo como lo es el comer.

Otra concepción jerárquica situaría al Hombre en la cúspide debido a su posesión de espíritu, pero esto tampoco le hace mucha gracia a Gehlen. Para él, el Hombre es algo más, aunque a la vez un poco de todos esos grados. El Hombre es un ser práxico, un ser que actúa. Y dicha actuación provoca cambios en su entorno. El Hombre no acepta, por decirlo de alguna manera, el entorno tal y como le viene dado, sino que lo modifica en función de su necesaria adaptación continua a él. El Hombre no posee esas capacidades naturales de algunos animales a la autodefensa ante cualquier situación que entrañe un peligro físico. El Hombre no tiene mecanismos de defensa desarrollados como pueda tener por ejemplo una gacela. El Hombre está desprovisto de todo ello, lo que nos hace pensar -coincidiendo con Gehlen- que este ser sería incapaz de vivir por sí solo en cualquier medio, es decir, del modo “natural” como hacen el resto de animales. El hombre necesita variar, modificar su entorno para poder sobrevivir. Él es el único que aprende por la simple razón de hacerlo, ¡porque no se puede oponer a ello!(ya que es un “imán” para las impresiones. El resto de animales en cambio aprenden de situaciones anteriores, de experiencias pasadas (lo cual ataca también los presupuestos evolucionistas en cierto modo). Ese aprendizaje concluirá con determinados reflejos condicionados. Es decir, poniendo a los animales ante una situación en la que un acto -pongamos el logro de comida- venga precedido de una determinada señal, al cabo del tiempo provocará que tras “enseñar” esa señal al animal, haga que este actúe de manera que pueda intuir el acto final. Esto está más claramente estudiado en el caso del experimento de Pavlov y sus perros (los pobres animales tras esa serie de experimentos, en lugar de responder como se espera, entran en una neurosis experimental provocada). Por otra parte, el Hombre sería su propio sujeto de investigación, se pregunta por sí mismo, es una tarea, como dice Gehlen, para sí mismo y de sí mismo (lo cual nos lleva de nuevo a su incompletitud). El Hombre ha de dominar lo que gira entorno a él. Debe incluirlo en él mismo, debe ordenar todas las sensaciones que desde el exterior le llegan y una vez ordenadas es cuando puede actuar sobre ellas. Esta actuación es la que le libera de algún modo. Esta es la acción y la tarea de la descarga. Esto podría hacernos pensar a modo de similitud, que es el modo en el que el Hombre se libera de sus pulsiones sensitivas, es decir, podríamos creer que se comporta en este caso como más cercano al resto de los animales, dejándose guiar, aunque no por sus instintos. “El Hombre ha de descargarse”(p.41), lo que no quiere decir ni más ni menos, que debe “transformar por sí mismo los condicionamientos carenciales de su existencia en oportunidades de prolongación de vida”(idem). El Hombre debe actuar frente a su carencia de medios, de su no especialización. Y todo ello porque si no su vida corre el peligro de acabarse. Debe luchar cada día por su supervivencia. Por lo tanto, los medios que el Hombre pone son medios de producción de nuevas situaciones para superar la carga producida por las carencias, esto es, para descargarse. Esto hace que establezca toda una jerarquía tras ese ordenamiento del que hablábamos antes, un orden para saber lo que puede hacer, cómo puede actuar. Se convierte así en la oposición del resto de los animales al actuar sobre el mundo.

Todo este proceso de ordenamiento, jerarquía y actuación hace que el Hombre se construya artificialmente una segunda naturaleza, que es en la que vive. Abandona la naturaleza original en la que residen los otros animales y en la cual no posee un lugar, para colocarse como sujeto de la segunda naturaleza. Esta naturaleza no es otra que la cultura. Por lo tanto, la cultura es algo creado por el Hombre para vivir. Igual que los pájaros se construyen sus nidos para vivir, el Hombre se edifica su naturaleza, la cultura. Y esto debe saber realizarlo ante todo tipo de circunstancias, ya sean estas anómalas o no.

El hombre ha roto entonces esa respuesta inmediata de carácter animal para perseguir una respuesta a largo plazo (algo similar a lo que en el ámbito de la ética encontramos entre los deseos de primer orden y los de segundo orden), es decir, rechaza la inmediatez. Aquí aparece de nuevo la descarga, como solución o liberación frente a los impulsos inmediatos. Esto lo ha conseguido a lo largo de su desarrollo, en el que ahora entra en juego un nuevo elemento, el lenguaje. Este es un comportamiento comunicativo y es la continuación de esa ley estructural del comportamiento humano, tanto sensible como motor. Este nuevo elemento nos va introduciendo en lo peculiar de la inteligencia humana.

Pero de todo esto no podemos concluir que el Hombre no tenga impulsos o acciones pulsionales como las llama Gehlen. Si que las tiene, y ellas son precisamente las que el Hombre debe controlar a través de la frenabilidad y la transferibilidad. Es decir, debe saber cómo y cuándo frenar esas acciones. No podemos pensar que el Hombre no está sujeto a necesidades -indigencias dirá Gehlen. El Hombre, gracias a esa interiorización de los sucesos externos y ese ordenamiento, luego puede saber en que momento ha de producirse la descarga. Ese frenar las pulsiones es algo así como el autocontrol, el no dejarse guiar por esos instintos animales que nosotros también tenemos. Por lo tanto podemos concluir que las pulsiones son susceptibles de ser frenadas, alejando así la acción inmediata. Pueden también ser imbuidas por imágenes, fantasmas o recuerdos, dado que son flexibles y variables, lo cual hace que no hay limites claros entre las necesidades elementales y los intereses condicionados (que no son más que una necesidad interiorizada y que pasa a covertirse o no en una acción interesada).

Todo lo anterior no hace más que señalar lo que A. Seydel señala en este libro (por referencia de Gehlen claro), que existe un superávit pulsivo, dentro del cual, en el que más se detiene Gehlen es en el impulso sexual. En este caso en particular, esa descarga sería el librarnos de un excess of energy.

Y todo esto gira entorno de un mismo principio ya mencionado rápidamente, el de descarga, para el que Gehlen tiene lo que podría ser una definición, es la capacidad por la cual el Hombre, a través de su propia industria, es capaz de sacar sus cargas elementales para el prolongamiento de su vida. El Hombre saca de su condición anormal, desde el punto de vista de su relación con el resto de los animales, los medios adecuados sobre los que basará su acción para la conducción de su vida. Esto señala claramente como piensa Gehlen, el carácter indirecto del comportamiento humano. Indirecto en tanto en cuanto posterga la acción inmediata a una acción a largo plazo, ordenada y controlada. Esta descarga se sitúa entonces en las funciones que podemos considerar superiores, las conscientes o espirituales. Se trata entonces de relacionar esas facultades con la naturaleza física del Hombre. Un claro ejemplo de lo que es una descarga es la costumbre, a través de la cual liberamos nuestras pulsiones. Esta noción de descarga se desvanece cuando abandonamos el ámbito de lo espiritual y pasamos al de lo vegetativo, es decir, a lo que nos une con el resto de los animales.

Por todo ello es claro el interés y la importancia que el término tiene para un estudio antropológico.

Llega ahora el momento del comentario crítico a esta obra. Como ya dije al principio, admiro a quien se plantee tan ardua tarea de intentar conseguir un sistema totalitario y tan completo del Hombre. Pero no por ello he de admitir todo lo que quien lo lleve a cabo diga. Desde mi punto de vista, Gehlen separa demasiado al Hombre del resto de los animales. No veo clara yo que esa diferencia, en un estudio tan amplio como él pretende, sea tan notable. Si nos centrásemos en el campo de la lingüística ya casi lo vería más lógico, pero está claro que desde el punto de vista biológico, la cosa no está tan clara.

Además, no comparto ese sentimiento de compasión del Hombre que parece aflorar en Gehlen. Parece que somos seres desafortunados por ese no estar completos, no estar acabados. Parece que habla de ese afrontar y actuar en la vida sea una carga muy pesada para él y que no se debe más que a un fallo (casi diría yo) en nuestra naturaleza (que por lo menos, demos gracias, no atribuye a nuestra falta cometida con un ser trascendental y superior).

Aún así, creo que expone de manera un poco complicada a veces (e incluso tediosa en otras ocasiones) un concepto muy importante e interesante, que se refiere a la capacidad humana de afrontar nuestro medio para lograr nuestra supervivencia, lo cual estoy seguro de que alguien asociaría rápidamente a una característica que compartimos con todos los animales y que por ello no es tan humana como pensamos.

Espero con todo esto, que no me haya metido en unas arenas movedizas de las que no he acertado a salir con mucho éxito.

Para realizar este trabajo tan solo me he servido de la siguiente bibliografía:

  • GEHLEN, A.: El Hombre. Editorial Sígueme. Salamanca 1987.

  • FERRATER MORA, J.: Diccionario de Filosofía. Editorial Círculo de Lectores. Madrid 1991.

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Enviado por:Jose Manuel Casillas
Idioma: castellano
País: España

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