Religión y Creencias


Cardenal Raúl Silva


Raúl Silva Henriquez

Cardenal Raúl Silva

Contenido:

- Raúl Silva Henriquez pag. 1

- Cardenal de Chile pag. 3

- Chile Pre Golpe pag. 4

- Dictadura militar pag. 4

- Muerte del Cardenal pag. 6

Raúl Silva Henriquez

Un Frente Popular semejante al de España, con banderas de izquierda, exigía cambios fundamentales en el país lograba la amplia adhesión de las masas. Se hablaba de reforma agraria, de intervención del Estado para industrializar y modernizar a la nación. Por las calles desfilaban milicias republicanas, milicias socialistas, milicias... El partido nacista, inspirado en el de Hitler, llevaba el matonaje a la política e intentaba su propio putsch, ahogado en sangre.

Se temía otra guerra civil española aquí. Se temía otra guerra mundial en Europa. Se temía que hubiera violencia, trastornos.

En un clima cargado de éstos y otros temores inició su carrera sacerdotal el padre Raúl Silva Henriquez.

Llegó como maestro catequista al viejo Patrocinio de San José. Después fue profesor de moral en el seminario mayor de La Cisterna. El barrio iba a quedar lleno de huellas de su acción y su presencia: allí participó en el establecimiento del Liceo Manuel Arriarán Barros, del cual seria director desde marzo de 1944; allí emprendió la construcción del inmenso Templo Nacional dedicado a San Juan Bosco, que se terminó en 1952.

Por esa época su actividad comenzó a adquirir ritmo creciente, sin dejar el contacto tranquilo con niños y jóvenes del colegio o del vecindario. El impulsó la fundación de la FIDE (Federación de Institutos de Educación), que reunía a los colegios particulares del país, en su gran mayoría católicos.

Como órgano de comunicación de la FIDE, cuya presidencia ocupaba, el padre Raúl creó la revista Rumbos, de la que fue el primer director.

Director tambión del Patrocinio de San José y del Instituto Teológico Internacional Don Bosco, una de sus obras de mayores dimensiones y permanencia fue Caritas Chile, nacida de su impulso en 1956 y que el Episcopado chileno le encargó presidir.

En menos de veinte años de sacerdocio, el padre Raúl Silva Henriquez había recorrido una larga trayectoria en los campos que le atraían con mayor fuerza: el de su ministerio, el de la enseñanza y el de la ayuda a los pobres. Centenares de ex alumnos suyos recuerdan con cariño sus consejos, su compañía afectuosa y su modernidad. Miles de hombres, mujeres y niños de escasos recursos deben a Caritas haber superado momentos de estrechez sino de hambre. Y un número cada vez más vasto de fieles principiaba a recordar sus orientaciones en el campo religioso.

El circulo de los que conocían al desconocido sacerdote salesiano se ampliaba sin prisa pero a paso firme.

Cardenal de Chile

En el Consistorio del 19 de marzo de 1962, el padre Raúl era ungido Cardenal por el afable Papa Juan XXIII, el mismo que le impusiera el palio como Arzobispo de Santiago. La ceremonia, imponente; el momento, inolvidable. Ni la innegable bonhomia del Pontífice podía restarle solemnidad a aquel acto.

Sin embargo, lo que había de conmover hasta la módula al nuevo príncipe de la Iglesia fue la recepción de sus fieles, sus compatriotas en Santiago. Una muchedumbre se había reunido en el aeropuerto de Los Cerrillos; y jalonaba la ruta hasta la catedral misma. Un día de sol lo saludó cuando, luego de aterrizar el avión Panagra que lo traía, el Cardenal asomó en lo alto de la escalerilla, sonriente bajo su capelo rojo.

Aplauso, vivas. En la losa, el presidente de la República, Jorge Alessandri, lo recibió con un abrazo. Luego fueron dándole la bienvenida el presidente del Senado, el de la Cámara de Diputados, el nuncio, los miembros del Cabildo Metropolitano. La vieja y amada Canción Nacional resonó con alegría.

Después, la oleada de los reporteros. Fotógrafos con sus cámaras, gente de radio con sus grabadoras... Cada cual quería un mensaje, pero un mensaje exclusivo, para su medio de comunicación.

- Bendigo a todos, a todo Chile, por todos los micrófonos! -zanjó el Cardenal, deleitosamente abrumado.


Un Packard convertible, del año 52, conducido por su dueño, lo trasladó por el largo recorrido a través de las avenidas Pedro Aguirre Cerda, Rondizzoni, Beaucheff, Tupper, hasta la plaza Alonso de Ercilla. Allí, la comitiva hizo alto y un grupo de huasos colocó sus chamantos sobre el adoquinado, para que le sirvieran de alfombra.

- Adelante , Eminencia, por favor. Baje, no más.

En un estrado lo aguardaban el alcalde de Santiago y otras autoridades. Más allá, gente, miles quizá. Al discurso de bienvenida respondió el Cardenal:

-Después de un largo camino, he llegado con alborozo a esta tierra nuestra, tan querida y tan bella. Bendigo al Señor, que me ha hecho nacer en este suelo y me ha dado como hermano a este pueblo noble y sincero. Mi cardenalato pertenece a todos los chilenos; a todos los obreros, a todos los ciudadanos de este bello país...

Vuelta a partir hacia el centro de la ciudad, en medio de una creciente muchedumbre. Aplausos de nuevo, vivas. Y flores, y banderas, y arcos de triunfo. En la Alameda, a la altura de Dieciocho, la banda y el coro polifónico de la Penitenciaria se sumaron a los saludos para el Cardenal de Chile.

Chile Pre Golpe

Mientras Chile libra una intensa batalla política al aproximarse las elecciones presidenciales de 1970, el Cardenal lucha incansablemente por contribuir al restablecimiento de la concordia y la cordura. Sus palabras adquieren acentos de creciente inquietud y de un compromiso cada vez más personal e intenso con la paz de su patria.

Advierte en 1969: "Demasiadas fuerzas vivas se utilizan para construir sociedades ideales en lo abstracto. Al fin del camino hay muchas ideas, pero nada concreto se edifica para los hombres. La misma protesta se convierte, a su vez, en una ideología y no en una critica creadora, porque cuando contiene un fin en si misma crea una corriente sectaria que impide hacerla apta para la creatividad por los hombres".

En vísperas del 4 de septiembre, día en que la ciudadanía debía votar para elegir a su presidente de la República, el Cardenal consideró su deber "decir una palabra a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en nuestra patria". Añadió:

"Estamos terminando un proceso cívico. Como tantos otros de nuestra historia, ha movilizado a todos los chilenos en torno a opciones políticas diversas, ardorosamente sustentadas. Una camparía, tal vez excesivamente larga y costosa, nos ha hecho conocer la personalidad y los programas de cada candidato, fundamentando nuestra responsable decisión de conciencia. Reconozcamos que es un lujo, un privilegio, no muy común en nuestra América, poder elegir así, con esa seriedad, con esa libertad, a los representantes y servidores del pueblo soberano.


Dictadura militar

El 11 de septiembre de 1973, un golpe militar derrocaba al presidente Salvador Allende y ponía término a una larga etapa de continuidad democrática en Chile. Días más tarde, el Comité Permanente del Episcopado expresaba su confianza en que la tradición republicana del país y la voluntad manifiesta de las fuerzas armadas "permitirían que Chile pueda volver muy luego a la normalidad institucional, como lo han prometido los mismos integrantes de la Junta de Gobierno".

El Cardenal se dirigió enseguida a los feligreses de su arquidiócesis para recordarles que "el ideal del amor, que quisióramos vivir en plenitud y hacerlo vivir a nuestro alrededor, exige sacrificios, luchas y superaciones no fáciles de aceptar y emprender. Pero sólo ese ideal realmente aceptado y realizado puede construir un mundo mejor, más humano y más justo ".

Con esa porfía tan suya, el Cardenal insistía, una vez mis, en que "deseamos ardientemente destruir el odio para evitar que el odio mate el alma de Chile". Enseguida su palabra alcanzaba tono casi desgarrado al agregar: "Vuestro pastor sólo quiere servir a todos, y muy especialmente a los pobres, a los humildes, a los que sufren. Si logra enjugar una lágrima, mitigar un dolor, aunque esto sea a costa de grandes incomprensiones, se sentirá feliz. Sólo quiere amar y servir; humildemente pide, para ósta su actitud, comprensión y respeto".

Enjugaría muchas lágrimas en los años que vinieron y mitigaría también muchos dolores. Y sí, fue a costa de grandes incomprensiones.


Quienes deseaban ver a la Iglesia al servicio de sus propios intereses políticos, la acusaban de hacer política porque se negaba a hacerla.

Al saber que había persecución contra numerosas personas no adictas al gobierno militar, el Cardenal promovió el establecimiento del Comité Pro Paz, que seria blanco de violentos ataques porque amparaba, explicablemente, a una mayoría de izquierdistas. Organización de carácter ecuménico, el Comité recibía denuncias sobre violaciones, trataba de averiguar datos sobre los detenidos, proporcionaba abogados que asumieran la defensa legal o, en muchos casos, que intentaran, a menudo sin fruto, llevar los asuntos a un juez.

Las presiones fueron tan fuertes, que en definitiva el comité debió disolverse, y el cardenal lo sustituyó con la Vicaria de la Solidaridad, dependiente directamente del Arzobispado de Santiago y que hasta hoy cumple las mismas funciones. El 10 de diciembre, la Vicaria recibió de las Naciones Unidas un reconocimiento que le negaban las autoridades militares en su propia patria, al otorgársele el premio derechos Humanos por la obra desarrollada desde su fundación.

Esa Vicaria, la de Pastoral Obrera y la de Pastoral Juvenil son parte de lo realizado por el Cardenal con miras a la evangelización de la vida humana en distintas de sus expresiones.


La ayuda a los pobres, a los perseguidos, a los cesantes, el apoyo a los débiles, sin mirar ni a sus creencias ni a su posición política, han ido granjeando a la Iglesia chilena un respeto creciente, profundo, cordial, en los sectores populares. En las poblaciones marginales y en los campos, en las industrias y en los puertos, el Cardenal no es figura desconocida sino familiar. La gente se le acerca con confianza y le habla con franqueza. El cariño es palpable en muchos lugares, en miles de rostros, en incontables actitudes.

Quizá allí esté su fuente de energía. Y la ha necesitado.

A poco de producirse el golpe militar, la junta decidió intervenir todas las universidades del país. En la Católica nombró rector a un almirante en retiro, nombramiento que el Cardenal ratificó en la esperanza de suavizar las cosas. Pero subterrámeamente se producía otra "toma", a cargo de elementos de derecha que fueron copando poco a poco los cargos directivos y "limpiando" de adversarios políticos las listas de profesores.

El conflicto se fue multiplicando y agudizando hasta tal extremo y tan poco se reconocían dentro de la Universidad las atribuciones del Gran Canciller, que el Cardenal resolvió suspender el ejercicio de este cargo luego de sus esfuerzos infructuosos por defender su propia concepción del que hacer universitario.

¿Fracasos? Podría llamárseles así, desde alguna perspectiva.

Desde otra, cuando dejó las funciones de Arzobispo de Santiago al cumplir los 75 años, Raúl Silva Henriquez pudo mirar hacia atrás con mucho de satisfacción. Había impreso su huella en una obra amplia, variada. Colegios, escuelas, liceos, le deben su existencia en lugares muy distintos. La Academia de Humanismo Cristiano, que fundó para acoger a docentes e investigadores exonerados por el régimen militar en las universidades del país, ha sido centro de trabajo intelectual, además del alero para muchos profesionales cuyo destino habría sido por lo menos incierto.

Muerte del cardenal Raúl Silva Henríquez

SANTIAGO DE CHILE, 12 En medio de múltiples demostraciones de pesar y cariño fue sepultado el cardenal Raúl Silva Henríquez, el más prominente luchador por el respeto a los derechos humanos durante la pasada dictadura militar.

``Fue el mejor de los chilenos'', dijo el presidente Eduardo Frei al despedirlo, cuando el cortejo se detuvo algunos minutos frente al Palacio de Gobierno.

Monseñor Silva Henríquez, de 91 años, murió el viernes tras una largo agonía. Miles de personas peregrinaron desde ese día ante su féretro descubierto para rendir tributo al prelado.

``Raúl, amigo, el pueblo está contigo'', fue el grito más repetido en los últimos días, de personas que le agradecieron emocionados su labor en defensa de los perseguidos por la dictadura del general Augusto Pinochet.

Esa tarea, que lo llevó a proclamar la función de la Iglesia Católica como ``la voz de los sin voz'', le valió el apelativo de ``cura rojo'' o comunista por los seguidores del régimen militar.

El Dalai Lama, que estaba en Chile en esos días, concurrió también esa mañana a la Catedral para homenajear a monseñor Silva Henríquez y le dejó sobre su urna un gran pañuelo blanco que usan los budistas.

Frei y las más altas autoridades asistieron a una misa fúnebre con la participación de todos los obispos chilenos. El arzobispo de Santiago, monseñor Francisco Javier Errázuriz, leyó un testamento que dejó el fallecido cardenal. La ceremonia religiosa concluyó con la reproducción de una grabación de una homilía pronunciada años antes por monseñor Silva Henríquez, lo que aumentó la emoción de los miles de presentes a la catedral.

Posteriormente, la urna de madera café con sus restos hizo un recorrido por algunas calles céntricas. Miles de personas se agolparon al paso del cortejo.

Vendedores de flores lanzaron pétalos al paso de la carroza fúnebre descubierta, mientras desde los edificios se lanzaba papel picado y el público, tras las barreras policiales, gritaba ``Raúl, amigo, el pueblo está contigo''. Los aplausos acompañaron el cortejo, que lentamente recorrió varias cuadras del centro.

Los manifestantes, que previamente habían abucheado a los jefes militares a su llegada a la catedral, reprobaron también ruidosamente a tres legisladores derechistas, que salieron acompañado de un diputado socialista. No hubo incidentes.

``Cómo no voy a estar triste si don Raúl hizo tanto por nosotros'', exclamó, llorosa, una mujer al tiempo que agitaba un pañuelo blanco.

El recorrido por el centro capitalino hasta el palacio de gobierno demoró más de una hora. En ese lugar, se concentraron algunos miles de personas para escuchar el homenaje que Frei le tributó al prelado, que durante 40 años ejerció un influencia importante en la vida de este país.

``El mejor de los chilenos ha muerto'', dijo Frei.

``En tiempos difíciles, alzó su voz para reclamar respeto por los derechos humanos'', agregó.

Señaló que dejó una impronta en la Iglesia Católica que encabezó por 20 años, pero que su obra se extendió al país por la gran obra social que desarrolló.

``Queremos justicia'', interrumpieron gritos de algunos asistentes cuando Frei resaltó su importante rol en defensa de los derechos humanos.

Tras el homenaje oficial, el lento cortejo despedido por pañuelos blancos, volvió a la catedral, donde fue sepultado en una cripta que guarda los restos de otros arzobispos capitalinos.




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Enviado por:Álvaro López
Idioma: castellano
País: Chile

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