Educación y Pedagogía


Cambios en el hecho educativo


CAMBIAR PARA PERMANECER : RETO DEL EDUCAR EN EL SIGLO XXI

Contenido

Introducción

Educación y cambio

Educación y absoluto

La educación puente entre el ser y el devenir humanos

La educación como permanencia

La educación como devenir

Bibliografìa

INTRODUCCIÓN

La ciencia y la tecnología parecen presagiar un mundo totalmente distinto al que nuestros ojos están acostumbrados a contemplar. La genética, la informática, las neurociencias, la biónica, la robótica, parecen empujar hacia una civilización de control absoluto del ser humano sobre su ambiente, y su propia vida.

Pero por otra parte la brutalidad de la violencia, la radicalidad del poder, la intolerancia ideológica, el fanatismo religioso, el acaparamiento de la riqueza, la globalización de la pobreza parecen indicar que el ser humano involuciona, es decir que tiende a volver a la época primitiva, en donde la violencia era el principio de la subsistencia.

La educación que como institución social, que, desde el presente, mantiene el pasado y genera el futuro, da la sensación de estar ajena a lo que ocurre más allá de la escuela en donde parece estar refugiada, empecinada en un pasado que no se purifica por el presente para generar el futuro. Casi se ha olvidado de su doble misión: mantener los logros que la humanidad ha conseguido en su peregrinar por el tiempo, pero a su vez ser provocadora del cambio que el ser humano necesita para permanecer existente.

No todo cambio es esperanza ni todo lo que ya tenemos es seguridad. Qué cambiar y qué no cambiar es un enigma que no se puede descifrar tan fácilmente. El cambio y el no cambio son dos paradigmas en los que se encuentra atrapada la historia contemporánea.

Los revolucionarios y los conservadores cada vez más se enfrascan en luchas violentas por mantener prevalente su visión del mundo y de la historia.

La educación institucional como fuerza conservadora y a la vez revolucionaria no puede quedarse al margen del conflicto o situarse radicalmente en una de las dos posiciones.

La educación como hecho antropológico, como fuerza oculta en la estructura del genoma humano y su devenir social no puede dejarse a las leyes caóticas del tiempo y el devenir. La educación institucional como un esfuerzo intencional del ser humano para estar por encima de las leyes de la termodinámica física o social y así poder trascender y hacerse dueño de su destino, tiene que tomar la direccionalidad del cambio, a fin de que éste no atente contra los ideales del espíritu humano.

Este pequeño ensayo trata de reflexionar sobre la paradoja del hecho educativo en su función de cambiar para permanecer. Devenir para ser.

Educación y cambio.

El ser humano no puede incluir el dejar de ser en los procesos de cambio, porque el cambio supone que algo permanece, de lo contrario no es cambio, sino retorno a la nada. El cambio es moverse de ser a ser, no de ser a no ser. Aun cuando la inteligencia humana puede aniquilar, nadie puede sostener que puede crear en sentido de hacer algo de la nada, cualidad que es exclusiva de Dios. Sería una locura pensar que algún humano pudiese constituirse en Dios absoluto.

Sólo la educación hace al ser humano capaz de moverse hacia la producción de algo distinto de lo que ha recibido. Sin educción la humanidad volvería a su estado primitivo. Por eso mismo la educación no puede desinteresarse por el futuro, porque sólo éste le garantiza de no volver al pasado.

El ser humano es un caminante para quien el futuro vale tanto como el presente y el pasado. El progreso es parte de su naturaleza. Progresar significa caminar hacia delante, saber que hay algo más del presente al que se está llamado.

El sedentarismo y la conformidad no forman parte del espíritu humano. El problema radica en hacia donde caminamos, si hacia atrás o hacia adelante. Hacía la plenitud de lo humano o hacia la degradación de lo humano. Las grandes metanarraciones que expresan la naturaleza del ser humano en occidente: la Iliada, la Eneida y la Biblia, proponen una humanidad caminante. Ulises es un héroe que camina sin cesar para llegar a su patria. Eneas huye de su patria para fundar una ciudad nueva y perfecta. Abraham sale de su tierra para buscar un lugar definitivo de prosperidad y paz.

El tiempo como cambio y el ser humano forman una unidad, no se pueden entender el uno sin el otro. Forman una simbiosis. El tiempo es el hombre y el hombre es el tiempo. Los griegos, de cuya cosmovisión somos herederos, tuvieron que crear distintos conceptos del tiempo para expresar su riqueza antropológica. “kronos” es la duración devoradora. “Aion” el tiempo del hombre avocado a la muerte. “Kairós”, el tiempo de la ocasión, de la oportunidad. “Moira”, la parte que le toca a uno en el devenir de la historia.””Kainotes” el tiempo como sorpresa y novedad. “Elpis”, el tiempo como esperanza que nos dispara hacia lo último: el “eskaton”, que se convierte en “pleroma”, plenitud como consumación definitiva de nuestro ser: “parusía”. (Fullat, O. 2000. p. 16).

No estamos en el tiempo. Somos tiempo. El tiempo nos hace existir. Nos da la conciencia de ser. Pero también nosotros hacemos al tiempo, porque sólo por nosotros puede tener antes, ahora y después. Por el tiempo somos trascendencia del presente. Y el tiempo a su vez trasciende el presente por nosotros y se convierte en pasado y futuro. El tiempo sólo adquiere significación desde el pasado y el futuro. El ser humano es la permanencia del pasado, la vivencia del presente y la esperanza del futuro.

Por su pensamiento imaginativo la persona humana enriquece la diversidad del tiempo y lo hace caminar hacia nuevas posibilidades de ser y expresarse. El día en que el humano se detenga en su caminar, el tiempo se convertiría en devenir caótico. Dejaría de ser continuidad e historia.

La inexorable necesidad del ser humano por la búsqueda de lo nuevo, convierte el hombre en un ser que en tanto es hombre en cuanto cambia. Esto hace que la educación como proceso por el cual el humano se convierte en humano, no puede marginarse del cambio. De lo contrario la educación dejaría de ser humana. La educación en tanto es humana en cuanto ayuda al hombre en el desarrollo de su dimensión de transformador constante de sí mismo y del mundo.

Todo proceso educativo que se orienta a dejar al ser humano en el ayer como absoluto, se convierte en antihumana, La educación nunca podrá privilegiar el lo estable sobre el devenir, sin traicionar su carácter de proceso antropogénico.

La educación no puede dejar de ser historia, pero no sólo historia como recuerdo de lo existido, sino y sobre todo historia como devenir que busca constantemente lo que está más allá del pasado y del presente. La educación no puede olvidar el pasado, pero no para repetirlo, sino para no hacerlo presente. El siglo XXI no puede olvidar las guerras sangrientas del siglo XX. Debe mantenerlas en la memoria para no repetirlas, para construir una sociedad en la que no tengan cabida.

La educación sólo podrá ser una antropogénesis, si mantiene al ser humano en un deseo continuo de la novedad. La educación es una fuerza erótica que impulsa al ser humano hacia un mundo soñado pero aún no realizado. Es un contacto con el “todavía no” que nos lleva a un soñar y caminar continuos.

Sin ilusionar, el ser humano deja de ser tal. La cultura, técnica e instituciones sociales son fenómenos históricos y por eso mismo no definitivos. Dogmatizarlos sería detenernos en el tiempo y por eso mismo pasar al olvido.

El ser humano nunca acaba de ser educado, porque nunca acaba de hacerse humano. “El hombre, dice O. Fullat, es el animal incesantemente perfectible porque siempre resulta insuficiente” (1995, p. 31).

Educación y absoluto

El ser humano no acaba su significado y sentido en su temporalidad. No es sólo un devenir constante. Un movimiento continuo sin término posible. Es alguien que paradójicamente en el devenir parece buscar lo absoluto, aquello que está por encima de todo cambio y que permanece dándole consistencia y existencia al devenir y al tiempo.

La conciencia humana no puede aceptar el absurdo de la temporalidad sin algo que permanece por encima de todo movimiento hacia lo distinto. El tiempo como demencia hacia lo que no es, quizás fundamente la afirmación de E. Morán que define el ser humano como “sapiens y demens”. “Sapiens”, porque se afana por llegar a la sabiduría como conocimiento de los “principios” inmutables que guían hacia la seguridad del ser, pero a su vez “demens” por su insistencia en crear y hacer lo que no es, lo que lo pone por encima del determinismo de lo que es y así sentir la fuerza de su libertad creadora, aunque esto implique a veces su autodestrucción (2003).

El ser humano no agota su existencia en la biología o en la historia como cultura. Explicarlo desde la naturaleza o desde la cultura deja incompleto su significado Sería como querer explicar el sentido último del universo desde la física y sus leyes prescindiendo de todo absoluto.

La búsqueda del absoluto en y por lo relativo, refleja en el ser humano la existencia de lo que Platón llamó “Nous” como inteligencia, mente, espíritu y pensamiento, que busca incesantemente lo que es, lo que permanece por encima de todo, lo definitivo, lo absoluto. La inteligencia humana como “Nous” no se satisface por lo inmediato, por lo que hoy es y mañana deja de ser. Aristóteles se refería el “Nous” como saber intuitivo, o comprensión de los principios que nos conducen al conocimiento de las cosas en su ser inmutable (Fullat,1995,p.33).

Sin este “Nous” el ser humano quedaría atrapado en su animalidad para reducir su conocimiento sólo a lo que aparece (fenomenológico), a lo inmediato, a lo que da permanencia a su ser biológico o cultural, sin posibilidad de trascender , de ir más allá , hacia lo que está oculto, a lo que es inteligible, y sin lo cual no puede comprenderse lo que está, lo que se ve o se siente. Sólo el ser humano puede preguntar. Y Todo preguntar, dice, Heidegger, es un buscar, ir más allá de lo que aparece o está presente (1993, p.14)

El ser humano en función de su espíritu (nous), es capaz de descubrir aquello que inmediatamente no se muestra, lo oculto, pero que es algo que pertenece por esencia a lo que inmediata y regularmente se muestra, de tal manera que constituye su sentido y fundamento.

Olvidar la “Nous”, como distintivo de la humanidad deja al ser humano expuesto a ser un objeto y por consiguiente actuar sobre él como actuamos sobre las cosas, modelar nuestro ser como modelamos los seres materiales a través de la ciencia y la tecnología. De igual manera educarnos como se educa a los animales a través del paradigma estímulo-respuesta , como ya lo imaginó Aldous Huxley en “Un mundo feliz” ( Jacques D. 2003, p.19)

El ser humano no solamente es cuerpo (biología) sometido a leyes ahistóricas que apenas si se mueven en el devenir del tiempo. También es conciencia (cultura) que le permite transformar el mundo y hacerlo propio, así como espíritu (trascendencia), que construye el futuro desde el pasado y el presente a través de imaginación, creatividad y libertad. Biología y espíritu no son dos realidades que se unen funcionalmente. Sólo juntas, entrelazadas indefectiblemente por el yo tienen sentido en el humano. Tratar al hombre sólo como biología, lo desintegra. Verlo sólo desde el espíritu lo convierte en un extraño,

Desde su ser biológico se adhiere al pasado, desde su conciencia hace suyo el presente y lo transforma, y desde su espíritu va en busca de la plenitud de su ser a través de la imaginación, creatividad y libertad.

Por estas tres dimensiones inherentes a su naturaleza, el ser humano no puede encontrar todas las respuestas de su significado sólo en la biología y sociología, tiene que incorporar lo espiritual lo que está más allá de los sentidos o sus extensiones y que sólo es deducible a través de la actividad del espíritu y que en la filosofía aristotélica se denominó metafísica.

Devenir y ser, antiguo conflicto teórico de los filósofos griegos, sigue estando presente en las elucubraciones sobre la realidad de nuestro existir. El problema radicará siempre en determinar que es lo subsistente de nuestro ser que hay que mantener y qué es lo eternamente cambiante como exigencia del mantenimiento de nuestra identidad.

La educación como “antropogénesis”, es decir, como construcción de la humanidad , no podrá ser tal, sino tiene en cuenta esos dos elementos aparentemente paradójicos.

El modelo del humanismo clásico cristiano pone en primer plano lo esencial del hombre, es decir lo que no puede cambiar sin destruir lo humano, y en segundo término lo cambiante, concibiéndolo como accidental en el ser y quehacer de lo humano.

Por su parte el existencialismo en cualquiera de sus variantes, pone en primer plano lo cambiante, el devenir, la insubstancialidad de lo humano y lo eterno lo perenne como algo utópico e imaginación banal del esencialismo filosófico. Para Sartre, el ser humano está suspendido en la nada, la angustia es el descubrimiento de esta perpetua nihilización (1993, p. 53), porque el ser en tanto es en cuanto está en continua tensión hacia la nada totalmente inalcanzable. De tal manera que el ser en tanto es, en cuanto tiende hacia el no ser. El humano sigue preguntándose como Hamlet: “ser o no ser ahí está el problema”.

Permanencia y cambio conforman en la historia del ser humano una estructura unitaria, una totalidad estructural que no puede evitar. Estar y esperar, realización y deseo, el hoy visto desde el mañana parece que son los constitutivos de la angustia existencial del humano.

La educación: puente entre el ser y el devenir humanos

El ser humano como naturaleza que sigue su curso inevitable y como cultura entendida ésta como un hacer creativo constante, como un hacer que aparece y desaparece, será el objetivo del proceso educativo.

La educación no sólo es el aprender lo que no está ya en la definición misma de lo humano, sino también conseguir la seguridad del ser a partir de su adhesión a lo absoluto.

Dejar a lo humano sostenido sólo de lo posible, de lo incierto, acabaría con su capacidad creativa. Somos capaces de crear, inventar, imaginar, en cuanto estamos anclados en algo que damos como absoluto y que nos permitirá disfrutar lo que imaginamos o creamos. El ser humano no puede inventarse en su totalidad a cada instante. Estaría siempre comenzando, sin avanzar un centímetro en su necesidad de pensarse antes y después.

Cultura y civilización son fenómenos históricos y por consiguiente contingentes y variables.

Ser humano es algo que permanece, de lo contrario el humano no podrá pensarse como histórico y variable.

Qué es lo que debe permanecer como humano en todo cambio y qué es lo que puede y debe cambiar para que no destruya lo humano, es algo que el proceso educativo no puede dejar de preguntarse y responder.

La educación como antropogénesis, no puede entenderse en sentido reduccionista de estar siempre haciendo el ser humano desde la raíz. La educación, como la hemos entendido siempre, tiene una doble finalidad: conservar al ser humano en su ser inmutable y pero también en su ser demiúrgico de generador inagotable de novedad en búsqueda de su plenitud y ser definitivo. La historia de Abraham padre de la utopía judaica, es el mejor paradigma para comprender al ser humano como angustia de plenitud. Alguien que está llamado a la búsqueda de un lugar de plenitud, aunque no sabe dónde es y cuando lo ha de encontrar.

La educación como acontecimiento, presupone alguien que permaneciendo idéntico disfruta las sorpresa que a cada momento aparecen en el horizonte invitándolo a explorar lo incierto, lo que está más allá del instante en el que su conciencia se recrea y vive.

La educación como encuentro implica un ser que tiene conciencia de ser el quien busca y quien encuentra, y puede comparar el contenido de su saber de ayer con el de hoy. De lo contrario no podría saber que algo ha encontrado de novedad dentro de la temporalidad de su existir.

La educación como construcción social de la realidad, no puede entenderse como la invención de un mundo ajeno al ser humano. Toda realidad en tanto puede ser realidad para el ser humano en cuanto dice relación a su ser primigenio y original. De otra manera antes que realidad será negación de lo que es el hombre. Todo ser o existencia nugatorio de la identidad humana implica la negación del existir mismo del hombre y por consiguiente no puede ser entendida como realidad. La guerra, la violencia, la pobreza denigrante, el racismo, la esclavitud, el totalitarismo, los dogmatismos del poder, antes que realidad son negación de la realidad, puesto que impiden el desarrollo de la existencia humana.

La educación como aprendizaje de conocimientos y habilidades para que el humano pueda incorporarse a las instituciones productivas, no puede llevar el nombre de educación. El ser humano concebido sólo como capital o trabajo lo convierte en un objeto, despojándolo de lo que hay de humano en él, para convertirlo en un instrumento más de los procesos productivos.

La educación como repetición constante de un modelo existencial humano, deja igualmente de ser educación, para convertirse en negación de lo humano en cuanto un ser que en interacción continua con el devenir constante del universo busca incesantemente nuevas formas de manifestar su identidad hasta encontrar la plenitud ignorada como destino.

El dogmatismo educativo ataca la creatividad y libertad del ser humano y refleja una visión del hombre completamente ajena a la complejidad del mundo y el tiempo. El absolutismo, en el que han incurrido las ideologías esencialistas, ha sido uno de los principales factores que obstaculizan el progreso humano. Sacralizar el ser de lo existente, es en el fondo una manera sutil de panteísmo. Sólo Dios puede ser absoluto. Absolutizar una realidad existente es convertirla en Dios.

Educar para ser y devenir en búsqueda de lo definitivo es la utopía que mantiene al ser humano en una continua manifestación de la complejidad misteriosa de lo que es y pretende su existencia paradójica.

El ser humano es quizás el ser vivo con mayor capacidad para expresar en el tiempo lo que encierra la profundidad de este universo regida por el principio de que nada se crea ni se destruye: se transforma. El humano quizás no crea, porque no tiene el poder de Dios para hacer de la nada los seres, pero ciertamente es capaz de manifestar a través de su inteligencia las infinitas posibilidades de lo existente.

Educar será siempre gozar de lo manifestado y poner las condiciones para que se dé una nueva manifestación de lo posible.

La educación como permanencia

Ser consciente implica esperar. El ser humano es un ser de espera. Un acontecimiento espacio-tiempo, pero no termina aquí su definición, en tanto puede esperar en cuanto permanece. Educar como construcción del humano, implica mantener eso que puede esperar, que permanece idéntico en el cambio, al menos en lo que se refiere al ser humano como individuo. El grupo se limita a ser una historia atada al espacio-tiempo. El colectivo carece de conciencia, de libertad y responsabilidad. El precio de la individualidad es la soledad, pero por eso mismo la experiencia de la libertad y responsabilidad.

Qué es aquello que debe permanecer en el espacio-tiempo, para lograr que el ser humano siga siendo humano, a pesar del cambio continuo de su estar en el espacio y el tiempo como escenarios de su existencia real, es algo que las corrientes humanistas han tratado de resolver.

Los distintos humanismos que han surgido en la historia humana producto de su reflexión sobre qué es el hombre, qué es lo que no puede mutarse sin peligro de perder su definición.

Para el humanismo judío de la Biblia, el ser humano en tanto es humano en cuanto conserva su adhesión a los preceptos de Yahvé: “Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se entretiene en el camino de los pecadores, ni se sienta con los arrogantes, sino que pone su alegría en la ley del Señor meditándola día y noche” ( Salmo 1,1 ).

La realización plena de lo humano, lo que lo hace permanecer existente es su cercanía con Dios: “los que se apartan de ti perecen, tu exterminas a los que te traicionan” (Salmo 73,27).

El progreso y desarrollo del hombre estarán seguros si se mantiene adherido a los mandamientos de su Dios: “Dichoso el que respeta al Señor y se complace en sus mandamientos. Su descendencia será poderosa en la tierra” (Salmo 112,1).

El objetivo de la Biblia de principio a fin , es invitar a los seres humanos para mantenerse fieles a los preceptos de Dios, como condición para permanecer existentes y humanos.

Esta invitación a ser fieles a los preceptos de Yahvé expresa de alguna manera, la potestad que tiene el ser humano de no hacerlo, es decir la libertad. Los demás seres no tiene la posibilidad de apartarse de aquello para que fueron hechos. La prohibición que Dios incluye al entregar el paraíso terrenal nos habla de la libertad como característica de lo humano: “Puedes comer de todos los árboles del huerto, pero no comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque si comes de él morirás irremediablemente” (Gen. 2, 15-17). Es la prohibición la que hace al hombre consciente de su libertad y creatividad.

Para el humanismo griego, el ser humano no se distingue de los demás seres vivos por el cuerpo (soma), ambos están sometidos a las mismas leyes. La biología no hace distinción esencial entre hombre y demás seres vivos.

Aquello que hace el hombre humano, es el pensar, el conocer (noein). Y al principio que le da la posibilidad de pensar y conocer, le llamó “nous”, inteligencia, espíritu, mente, pensamiento, algo superior al cuerpo y que da al ser humano la posibilidad de pensar y autopensarse pensante y por eso mismo asumir la responsabilidad de una decisión. Por el nous el hombre puede asumir o no asumir la posibilidad de su existencia. Nous significa así el conocimiento superior que no está sometido a las circunstancias del espacio tiempo y por eso mismo no condicionado a ellas.

La Paideia griega, no atendía sólo a la educación del cuerpo a través de la gimnasia, también se ocupaba del espíritu, sobre todo del arte de la poesía y la música en donde se manifestaba con mayor plenitud el ser creativo del espíritu humano.

La definición aristotélica del hombre como “animal rationalis” pone como diferencia específica de lo humano la racionalidad, es decir la capacidad de descubrir la “ratio”, es decir aquello que permite no sólo justificar un conocimiento como real, sino también el percibir lo absoluto, lo que da certeza sobre una realidad y le da validez y permanencia. La “ratio” es el fundamento de lo verdadero (episteme), contraposición a lo incierto (doxa).

La nous como espíritu, sobre todo en la literatura neotestamentaria, designa la libertad ante la ceguera de la carne o de la ley (Rom. 7 y 8 ). Y por esa libertad el ser humano se hace creativamente de su ser y destino.

Para la cultura griega , la nous proporciona al ser humano la distinción de ser libre, es decir, consciente, responsable y creativo. Sólo la libertad da la posibilidad a un ser de tener conciencia de sí y del mundo y por eso mismo ser responsable y creativo.

La libertad, o independencia (eleuthería), convierte al ser humano en responsable absoluto de su ser y existir, a ser libre incluso de los valores que descubre como absolutos y por eso mismo a inventar nuevos valores.

La conciencia, la razón, la autonomía, son los conceptos fundamentales que en el humanismo occidental, originado por el humanismo judío-griego, han dado origen al concepto de persona como nota distintiva del hombre. El quehacer filosófico posterior a los judíos y los griegos respecto al ser definitorio de lo humano sólo ha glosado y matizados lo ya dicho. Aún el materialismo marxista ha justificado su quehacer histórico aludiendo a la libertad como principio de toda acción revolucionaria que busca rescatar la esencia definitoria del hombre.

En la conciencia individual y colectiva de occidente el concepto de persona como “aquel que es capaz de autodefinirse, autoposeerse y autodecidirse”, permanece como un postulado irrenunciable de lo que debe ser el humano.

La educación como humanización (antropogénesis), al menos la que pretenda ser eso, no puede dejar de incluir en su finalidad sustantiva, el contribuir al proceso por el cual el humano se convierta en persona, como condición indispensable para llamarse plenamente humano.

El humano en tanto podrá permanecer siendo humano, en cuanto sea cada vez más persona: alguien capaz de mantener su conciencia de ser, la posesión de su ser y la autodecisión.

La persona como conciencia, independencia y creatividad, no es algo que nos viene dado en la información de nuestro genoma. Es algo que se debe intentar desde el proceso educativo. Desde el descubrimiento de valores que iluminen el caminar del humano hacia su plena autorrealización como persona. No es una fuerza física la que invoca a la persona, sino el misterio del espíritu humano que está más allá de las necesidades de la física que se mueve bajo la fuerza incontenible de las leyes materiales que rigen su devenir.

El espíritu (nous), humano, se mueve por encima de lo ya hecho, para situarse en el ámbito de la posibilidad, de lo que puede o debe ser, a partir de algo que se da como absoluto y por eso mismo nunca plenamente alcanzable.

El camino del espíritu humano hacia lo absoluto es descubierto a través de la razón que descubre el valor como un factor indispensable para que el humano pueda decidir una forma de existir que lo conduzca hacia su plenitud humana como definitiva.

El cuerpo vive de lo presente, de lo que satisface su necesidad inmediata, el espíritu mira hacia aquello mas allá de lo cual no hay algo más como aspiración a ser sin temor a la pérdida.

El educar como humanización no puede, por tanto, atender sólo al aprendizaje de conocimientos y habilidades que capaciten al hombre adecuarse a las exigencias del espacio-tiempo en el que vive, debe también consistir en proporcionar al educando los medios para permanecer humano, es decir, consciente, independiente y creativo como condiciones para ser libre y por eso mismo persona.

La educación no puede caminar en búsqueda sólo del ser y del hacer, porque dejaría al ser humano incierto ante la búsqueda de su destino, de la necesidad del espíritu por lograr la plenitud. Tendrá que tener siempre presente la pregunta del “para qué”. La educación será epistemología y tecnología pero también teleología. No basta saber que son las cosas y cómo hacerlas, es necesario definir su finalidad, puesto que sólo el conocimiento del fin nos puede llevar hacia la posesión de lo absoluto, de lo definitivo.

Educar para permanecer. Para seguir siendo humanos. Para conseguir la plenitud de lo humano, no puede marginarse del quehacer social de permanecer existentes en medio del cambio turbulento que parece ser un constitutivo de lo que no es el hombre.

La educación como devenir.

El ser humano sólo puede llamarse tal si permanece como un “yo presente” en el trayecto de su existencia, pero paradójicamente necesita del devenir para saber que permanece presente. El tiempo del hombre, aunque avocado a la muerte, sólo tiene sentido a partir del tiempo como oportunidad y esperanza para el encuentro con lo definitivo.

Convertir el tiempo, en oportunidad para existir y lograr mayor conciencia y plenitud de la existencia, constituye para la historia humana el principio del desarrollo de lo qué es y la construcción de lo qué no es.

El ser humano de la posmodernidad no acepta más el devenir sólo como “desarrollo”, es decir manifestación de lo que ya potencialmente es. Ha comprendido que la posibilidad de ser y de ser tal, se encuentra también como algo que ha de provenir de su capacidad de imaginar y de decidir. El humano no es más sólo alguien que puede decidir la realización en el tiempo de lo que ya es potencialmente como constitutivo de su ser esencial, sino que también puede auto crearse y hacer de su existencia algo que no estaba escrito en su genoma biológico o psicológico. Escribir en su genoma o en su definición algo nuevo parece ser algo que el hombre posmoderna ha aceptado como reto.

Construcción de lo humano, o desarrollo de lo humano, es una cuestión que tiene que resolver el humanismo posmoderno.

Para los esencialistas, deterministas y creacionistas, todo lo que el ser humano puede ser está ya de alguna manera escrito en su ser. Ponerlo sobre el tiempo es lo único que le pertenece, no el diseñar un nuevo ser humano desde su definición. Para San Agustín, introductor del platonismo en el pensamiento cristiano, sostuvo que Dios creó un solo ser que llevaba ya en sí todas las semillas de lo que habría de ser a través del tiempo. El tiempo es el factor evolutivo de lo que ya es en potencia la totalidad del universo. El ser humano sólo por tanto es un “demiurgos” ordenador y desarrollador de lo que ya está en semilla en él y en el universo.

El pensamiento posmoderno, quizás a partir de Nietzsche, descubre en el ser humano su dimensión de creador antes que de ordenador. En el pensamiento nietzschiano la importancia del individuo creador se encuentra en que es una encarnación del proceso transformador de la vida, que constituye todo devenir ( Brown S., D. Collinson, R. Wilkinson, 2001, p. 174). El hombre tiene que asumir la responsabilidad creadora para no verse condenado a una repetición de la misma desilusión.

Francis Fukuyama ve en la biotecnología la posibilidad de alterar la naturaleza humana y conducirnos a un estadio “posthumano” de la historia. (2002, p.23). El ser humano del siglo XXI, será algo totalmente distinto de lo que la historia estaba acostumbrada a ver. Las utopías que han imaginado un ser humano libre ya de todos los males morales y físicos que lo han aquejado durante siglos, podrá ser realidad por la ciencia y tecnología.

El ser humano como creador cada vez se hace más presente en el humanismo contemporáneo. El avance tecnológico caótico, el constructivismo epistemológico y social, el pluralismo valoral y religioso, han ampliado el concepto clásico de la libertad, para concebirse ésta como la posibilidad de ser, sin compromiso con ninguna realidad que tenga que conservarse en el devenir.

Devenir para ser, parece ser el presupuesto de la aceleración del tiempo como condición para que el ser humano pueda asegurar su existencia. La insubstancialidad de la realidad física propia de la teoría cuántica, ha alcanzado a la realidad psicológica y espiritual del ser humano.

La posmodernidad como olvido de la historia y deificación de la novedad, busca imponerse como una perspectiva que habrá de conducir hacia la búsqueda del hombre nuevo surgido del hombre mismo en función de su iniciativa y creatividad. El hombre creado por el hombre parece ser la nueva utopía del siglo XXI. Liberar a la vieja humanidad de su destino, de sus infinitos sufrimientos, es el sueño que guía a la sociedad posmoderna ( Jacques D. 2003, p. 15).

La educación no puede aceptar lo inmutable como única condición para ser, pero tampoco el devenir como condición esencial de lo humano. Ser y devenir no son incompatibles. Educar para ser y devenir es una alternativa, que parece estar subyacente en el proyecto educativo del siglo XXI de la UNESCO.

El informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors, propone como pilares básicos de la educación: Aprender a conocer, Aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser. (1996).

Aprender a conocer y a hacer, reflejan la necesidad que el ser humano tiene de adentrarse en el conocimiento de las posibilidades enormes del universo, así como de hacer suyos los secretos del mundo para lograr nuevas cosas. La ciencia y tecnología se presentan como instrumentos necesarios para que el humano consiga sustentar su existencia y lograr superar las contradicciones entre lo que es y desea ser. No simplemente para ser. Para La UNESCO la definición de lo humano no es el problema, sino su realización.

Aprender a convivir y aprender a ser, son dos quehaceres orientados a la conservación de lo que el humano es, independientemente de su devenir por el conocer y el hacer.

Convivir significa nuestra relación sistémica con el todo y por eso mismo aprender a existir. No se trata sólo del convivir entre humanos, sino también de la convivencia con todos los demás seres que son en función de la totalidad. Nuestra existencia no puede concebirse separada de la totalidad. Somos producto del todo y condición del todo. Nuestra conciencia es conciencia de sí, pero también conciencia del todo. La condición de seres conscientes, es una condición sin la cual no podríamos llamarnos humanos. Construir un humano sin conciencia de la totalidad, sería eliminarnos del mundo.

Aprender a ser, implica el tomar conciencia de lo que somos como condición para existir. El humano en tanto es en cuanto conserva el significado primordial de lo que es.: un ser libre, autónomo en búsqueda de la posesión de lo definitivo. Autonomía y libertad no son características negociables en la definición de lo humano.

El devenir humano, en tanto puede ser tal, en cuanto desarrolle y construya los escenarios para que el ser humano pueda mantenerse autónomo y libre. Todo devenir que obstaculice la autonomía y libertad del humano, más que devenir, es regresión a las fronteras de lo inconsciente e inhumano.

Lograr la autonomía y libertad como liberación del tiempo en cuanto dejar de ser o poseer el existir, es el núcleo esencial de la conciencia humana. El mito de la eternidad humana, presente en todas las culturas, manifiesta con todo su esplendor el sentido de la permanencia como aspiración del hombre.

La historia humana no es simplemente el caminar de un inicio a un fin predeterminado por la naturaleza o por los dioses. Es ante todo la búsqueda en el devenir del camino hacia lo definitivo. En este sentido tiene razón la posmodernidad en negar la historia como algo predeterminado, sino algo por construir y en este aspecto negación de lo histórico como proyecto predefinido.

El hombre contemporáneo es consciente de su soledad, pero también de su responsabilidad. El humanismo cristiano, más que el judío y el griego, concibió al hombre como un caminante que tiene que seguir un camino trazado por Dios, si quiere llegar a su destino. El humano del siglo XXI, tiene conciencia de que no hay camino, que “se hace camino al andar”. Pero también es sabedor de que sólo en la trayección encuentra esperanza de su realización.

El humano del siglo XXI, no es más un científico, o teólogo que busca lo que la naturaleza dice, o lo que Dios ha prescrito como realización de lo humano. Se ha convertido en un hacedor de caminos hacia lo definitivo, a través encontrar significados o dar significados trascendentes a lo que encuentra o construye en el camino. En un hermeneuta en busca de un sentido que conduzca hacia su destino, prescindiendo de que haya o no algo objetivo ajeno a su interpretación.

El significado, como un saber del valor que tiene algo en la búsqueda de la finalidad de lo humano, más que como un saber de lo qué es o del fin que algo tiene independientemente del hombre, constituye un quehacer primordial del siglo XXI.

No es cualquier significado el que busca el hombre. Ni cualquier fin. Sino el significado humano o su contribución a la consecución del fin por el cual el hombre encuentra la autorrealización.

El valor para el hombre es algo que sólo puede definirse en referencia a lo humano. Mas allá del ser humano las cosas carecen de valor, puesto que éste es la relación que algo tiene con aquello que constituye la plenitud de lo humano.

Es por el valor, como referencia a lo humano, por lo que construimos un orden a partir del caos en el que aparentemente se mueve el devenir del universo. El hombre convierte el caos en oportunidad para ser en plenitud a través de encontrarle o atribuirle un significado que diga referencia al destino imaginado por la conciencia.

El ser humano, como Prometeo, arrebató a los dioses el conocimiento del bien y del mal según el mito bíblico. Por este conocimiento ahora es capaz de ser el autor y generador de su propio destino. El hombre primitivo, vivía sometido a la angustia del ignorar el por qué y el para qué del acontecer del mundo. El desarrollo de la conciencia lo llevó a desarrollar la cultura como una manera de simbolizar y hacer comprensible lo aparentemente incomprensible. Este saber de lo que sirve al humano para ser y de lo que lo obstruye, es el origen del concepto de bien y de mal en la historia. En última instancia del origen del valor.

Conclusión

La educación como antropogénesis, seguirá siendo una paradoja, mientras el humano no llegue a la plenitud. Un buscar lo definitivo a través del cambio. Buscar lo acabado a través de lo inacabado. Educar para ser, pero a través del dejar de ser continuo. Educar será siempre el provocar el cambio, convertir el tiempo-devenir en oportunidad para mantenerse y ser. Transformar el significado del ser en significado de lo humano. Escapar a través del tiempo hacia la eternidad.

La complejidad del educar como ser deviniendo, es algo que no podemos dejar de enfrentar. Quien se detiene en el tiempo, o detiene el tiempo convirtiéndolo en absoluto, atenta contra el ser de lo humano. De igual manera quien pierde su identidad en el devenir deja de tener consistencia y por eso mismo abandona la conciencia de ser y el significado de lo que es.

En el quehacer educativo contemporáneo adquieren primacía los valores como alternativa de ser, después de haber vivido el siglo XX la locura del devenir como único camino del existir humano. Como la edad media vivió en la locura de lo absoluto como la vía exclusiva para entender el significado de lo humano.

Hoy somos conscientes de que tenemos que aprender a vivir en la tensión del ser y el devenir como destino del hombre. El problema será siempre cómo distinguir lo que hay que cambiar y lo que hay que mantener. Quizás el camino será el amor a lo humano que está en todo y en todos, así como el abandono del poder que somete y excluye a los demás y a lo demás del destino de lo humano. La conciencia de la unidad irremisible de la totalidad como camino hacia la autorrealización individual, es un proyecto que aún permanece ajeno en el pensar y sentir de la conciencia de los individuos y del hecho mismo educativo.

La búsqueda de valores que nos permitan ser todos en uno, y uno en todos, es un camino que urge para tener la esperanza de sobrevivir en el torbellino cambiante del universo. Aprender a ser y a convivir, cambiar para ser y subsistir son metas irrenunciables del educar en el siglo XXI.

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Enviado por:Baltasar Castro Cossìo
Idioma: castellano
País: México

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