Filosofía y Ciencia
Augusto Comte y el positivismo
AUGUSTO COMTE Y EL POSITIVISMO
La Filosofía Positiva.
Antecedentes.
Los años de la vida de Comte son los años posteriores a la Gran Revolución. Todos los espíritus europeos, fatigados ya de tanta guerra, sienten el deseo de un orden social estable, pero de un orden que a su vez se armonice con todos los avances del progreso. Para los científicos de la época, la nueva ciencia, que se manifiesta segura y poderosa, supone algo en lo que se debe creer sin regateos. Solo en la ciencia se ha de encontrar al auténtico progreso.
Toda esta serie de acontecimientos condicionaron su pensamiento filosófico. Dentro de este acontecimiento, el positivismo comtiano con su pretensión de restituir el orden social se sitúa en una línea contrarrevolucionaria.
A esto Comte en su Ensayo de un sistema de política positiva añade: “La única manera de poner término a tan turbulenta situación, de contener la anarquía que invade, día tras día, a nuestra sociedad, en pocas palabras, de reducir la crisis a un simple movimiento moral, es convencer a las naciones civilizadas de que abandonen la dirección crítica y tomen la orgánica, de que dirijan todos sus esfuerzos a la formación del nuevo sistema social.”
En esta frase vemos como la gran crisis provocada por la revolución industrial y la revolución francesa, fueron responsables de influenciar a Comte a optar por una nueva filosofía, llamada positiva.
El Positivismo
Tiene como fundador a Augusto Comte. El positivismo es el movimiento intelectual predominante en la segunda mitad del siglo XIX, cuyas raíces pueden perseguirse claramente hasta Kant y la Ilustración, y con menos nitidez, hasta Descartes Y Bacón, y cuyas ramificaciones penetran en nuestra centuria y se extienden todavía por ciertos sectores del ámbito filosófico de nuestros días. Esta considera que la clave para lograr la reforma social de la humanidad está en la ciencia, que en su dimensión teórica constituye la única fuente segura de conocimiento y en su dimensión práctica muestra su utilidad por medio de la técnica.
Inicios punto de partida del Positivismo.
Comte, siguiendo la dirección marcada por Saint Simón, presenta el positivismo como el camino que lleva a construir la ciencia como fundamento de un nuevo orden social unitario. En este sentido, el positivismo acompaña y fomenta la consolidación de la naciente organización técnico-industrial de la sociedad, fundada y acondicionada por el desarrollo de la ciencia, recoge y alienta la exaltación optimista y las esperanzas que ha provocado en el hombre moderno, que cree hallar en ella la garantía infalible de su propio destino.
Por eso, cuando en el Ensayo de un sistema de política positiva explica por qué la política debe convertirse en positiva, una vez que todas las ciencias particulares lo han hecho y que el sistema social precursor ha llegado a su última época, establece que la política científica debe imponerse de modo natural, por constituir la única revolución que puede hacer intervenir en la gran crisis actual una fuerza capaz de arreglarla y preservar a la sociedad de las explosiones terribles y anárquicas que la amenazan. Para lograrlo convoca a todos los sabios de Europa para que emitan su opinión acerca de un sistema de observaciones históricas sobre la marcha general del espíritu humano, la fundación de un sistema completo de educación positiva conveniente a la sociedad regenerada y la acción colectiva que puede ejercerse sobre la naturaleza para modificarla en beneficio propio. Se trata de imponer acorde con los tiempos, el saber positivo a todos los hombres y en todos los campos.
Principios básicos del positivismo
El positivismo se fundamenta en tres principios básicos:
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El fenomenalismo: no existe diferencia entre apariencia y esencia.
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El nominalismo: los objetos singulares son los referentes últimos de cualquier conocimiento.
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La ciencia única: la aspiración máxima de la filosofía es la unidad fundamental de la ciencia.
Esto da como resultado:
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Una filosofía de la historia que muestra por qué la filosofía positiva debe imperar en el futuro.
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Una fundamentación y clasificación de la ciencia asentada en esa filosofía positiva.
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Una sociología o doctrina de la sociedad que, al determinar su estructura esencial, permite pasar a su reforma práctica.
Filosofía Positiva
Comte define la filosofía como la doctrina general de los conocimientos humanos, sin embargo al añadirle el calificativo positiva, identifica el conocimiento humano con los conocimientos aportados por las ciencias, puesto que un saber que no se funde en hechos observados es pura ficción y engaño. La Filosofía Positiva consiste en la sistematización enciclopédica del saber positivo. Como doctrina es un saber universal que sintetiza todas las ciencias y como método se aplica a cualquier conocimiento que proceda de la observación empírica y de la elaboración de sus datos por la razón. También consiste en considerar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y la posterior reducción al menor número posible constituyen la finalidad de nuestros esfuerzos. Esta considera como absolutamente inaccesible y vacía de sentido la búsqueda de lo que llaman causas, sean estas primeras o finales.
En las explicaciones positivas no se tiene el más mínimo interés de exponer cuales son las causas generadoras de los fenómenos, ya que esto retrasaría la dificultas, en cambio, pretender analizar con exactitud las circunstancias de su producción y coordinar unos fenómenos con otros, mediante relaciones normales de sucesión y de similitud.
La filosofía positiva trata de considerar cada ciencia fundamental en sus relaciones con el sistema positivo entero, y con el espíritu que las caracteriza, es decir, bajo el doble aspecto de sus métodos esenciales y de sus principales resultados.
Ley de los Tres Estados
Según la ley de la evolución intelectual de la Humanidad o ley de los tres estados, todas nuestras especulaciones, cualesquiera que sean, tienen que pasar sucesiva e inevitablemente, lo mismo en el individuo que en la especie, por tres estados teóricos diferentes, que as denominaciones habituales de teológico, metafísico y positivo podrán calificar aquí suficientemente, al menos para aquellos que hallan entendido bien el verdadero sentido general de las mismas. El primer estado aunque indispensable por lo pronto en todos los aspectos, debe ser concebido luego como puramente provisional y preparatorio; el segundo, que no constituye en realidad mas que una modificación disolvente del primero, no tiene nuca más que un simple destino transitorio para conducir gradualmente al tercero; es en este, único plenamente normal, donde radica, en todos los géneros, el régimen definitivo de la razón humana.
Primer estado: Estado teológico o ficticio.
En su primera fase, necesariamente teológica, todas nuestras especulaciones manifiestan espontáneamente una predilección característica por las cuestiones más insolubles, por los temas más inaccesibles a oda investigación decisiva. Por un contraste que en nuestros días debe parecer a primera vista explicable, pero que en el fondo está entonces en plena armonía con la verdadera situación inicial de nuestra inteligencia, en un tiempo en que la inteligencia humana está todavía por debajo de los más sencillos problemas científicos, busca el origen de todas las cosas, las causas esenciales, de los diversos fenómenos que la impresionan, y su modo fundamental de producción: en una palabra los conocimientos absolutos. Esta necesidad primitiva se ve naturalmente satisfecha, hasta donde lo exige situación tal, por toda clase de fenómenos a los que nosotros mismos producidos y que, comienzan por parecernos bastantes conocidos, según la intuición inmediata que los acompaña. Para comprender bien el espíritu puramente teológico, es indispensable echar una ojeada verdaderamente filosófica al conjunto de su marcha natural, a fin de poder apreciar su fundamental identidad bajo las tres formas principales que le son sucesivamente propias.
La más inmediata y la más pronunciada, constituye el fetichismo propiamente dicho, consistente en atribuir a todos los cuerpos exteriores una vida esencialmente análoga a la nuestra pero, casi siempre más enérgica, por su acción generalmente más poderosa. La adoración de los astros caracteriza el grado más elevado de esta primera fase teológica, que difiere, apenas del estado mental en que se quedan los animales superiores.
En su segunda fase esencial, que constituye el verdadero politeísmo, representa netamente la libre preponderancia especulativa de la imaginación. La filosofía inicial experimenta aquí la más profunda transformación que pueda registrarse en el conjunto de su destino real, en el destino que al fin, se retira la vida a los objetos a materiales, para ser misteriosamente trasladada a diversos seres ficticios, habitualmente invisibles, cuya activa y continua intervención pasa a ser la fuente directa de todos los fenómenos exteriores, e incluso, luego de los fenómenos humanos. La mayoría de nuestra especie no ha salido, aún de este estado que persiste hoy en la más numerosa de las tres razas, además en la parte adelantada de la raza negra y la atrasada de la raza blanca.
En la tercera fase teológica, el monoteísmo comienza la inevitable declinación de la filosofía, que sufre desde entonces, una rápida decadencia intelectual por una consecuencia espontánea de esa simplificación característica, en la que la razón viene a restringir cada vez más el dominio anterior de la imaginación, dejando gradualmente desarrollarse el sentimiento universal, de la sujeción necesaria de todos los fenómenos naturales a leyes invariables. Los más eminentes pensadores pueden comprobar su propia disposición natural al más ingenuo fetichismo, cuando las leyes reales se encuentran momentáneamente combinada con alguna pasión acentuada.
Segundo Estado: Estado metafísico o abstracto.
La metafísica trata de explicar la naturaleza íntima de los seres, el origen y el destino de todas las cosas, el modo esencial de producción de todos los fenómenos, pero en lugar de operar con los agentes sobrenaturales, los reemplaza cada vez más por esas entidades o abstracciones personificadas cuyo uso, verdaderamente característico, ha permitido a menudo designarla con el término ontología. Hoy es fácil examinar tal manera de pensar, que todavía para los fenómenos complicados, presenta continuamente, hasta en las teorías más simples y menos atrasadas, tantas huellas apreciables de un largo dominio. La eficacia histórica de estas entidades resulta directamente del carácter equívoco, ya que en cada uno de estos seres metafísicos, el espíritu puede a voluntad, ver una verdadera emanación del poder sobrenatural, o bien una simple denominación abstracta del fenómeno considerado. Entonces ya no es la pura imaginación la que domina, sino que interviene en gran medida el razonamiento y se prepara confusamente al ejercicio verdaderamente científico.
Para comprender mejor, la eficacia histórica de los aparatos filosóficos, conviene reconocer que por su naturaleza, solo es espontáneamente capaz de una simple actividad crítica o disolvente, incluso mental, y con mayor razón social, sin que pueda nunca organizar nada que le sea propio.
La metafísica no es mas que una especie de teología gradualmente debilitada por simplificaciones disolventes que le quitan espontáneamente el poder directo de impedir el desarrollo especial de las concepciones positivas, aunque dejándole la actitud provisional para mantener un cierto ejercicio indispensable del espíritu de generalización, hasta que pueda por fin recibir mejor sustento. Por su carácter contradictorio, el régimen metafísico u ontológico se encuentra siempre en esa inevitable alternativa de tender a una vana restauración del estado teológico para satisfacer las condiciones del orden, o impulsar a una situación puramente negativa a fin de librarse del dominio opresor de la teología. Esta oscilación necesaria, existió incluso en lo relativo a los más simples, mientras duró su edad metafísica, en virtud de la impotencia orgánica propia siempre de semejante manera de filosofar. Puede considerarse, finalmente el estado metafísico como una especie de enfermedad crónica inherente por naturaleza a nuestra evolución mental, individual o colectiva, entra la infancia y la virilidad.
Como las especulaciones históricas no se remontan casi nunca, en los moderno, el espíritu metafísico debe parecer casi tan antiguo como el espíritu teológico, puesto que ha prendido necesariamente, la transformación primitiva del fetichismo en politeísmo, a fin de suplir ya la actividad puramente sobrenatural que, retirada así directamente de cada cuerpo particular, debía dejar espontáneamente en su lugar alguna entidad correspondiente. No obstante, como esta primera revolución teológica no pudo dar lugar a ninguna verdadera discusión, la intervención continua del espíritu ontológico no comenzó a devenir plenamente característica hasta la revolución siguiente por l reducción del politeísmo al monoteísmo, cuyo órgano natural hubo de ser. Durante los últimos cinco siglos el espíritu metafísico ha secundado negativamente el desarrollo fundamental de nuestra filosofía moderna, descomponiendo poco a poco el sistema teológico que se había hecho finalmente retrogrado, desde que a finales de la Edad Media, quedó esencialmente agotada la eficacia social dl régimen monoteísta. Desgraciadamente, la acción excesivamente prolongada de las concepciones ontológicas, después de haber cumplido en cada género ese cometido indispensable pero transitorio, hubo de tender a impedir también cualquier otra especulación real del sistema especulativo, de suerte que el obstáculo más peligroso para la instauración final de una verdadera filosofía proviene hoy, en realidad, en ese mismo espíritu que con frecuencia se abroga todavía el privilegio casi exclusivo de las meditaciones filosóficas.
Tercer Estado: Estado positivo o real.
1er. Carácter principal: La ley o subordinación constante de la imaginación a la observación.
Esta larga sucesión de preámbulos necesarios conduce al fin nuestra inteligencia, gradualmente emancipada, a su estado definitivo de positividad racional, que debe quedar aquí caracterizada de una manera más especial que los dos estados preliminares. Una vez que tales ejercicios preparatorios han comprobado la inanidad radical de las explicaciones vagas y arbitrarias propias de la filosofía inicial, sea teológica, sea metafísica, el espíritu humano renuncia en lo sucesivo a las indagaciones absolutas que no convenían más que a su infancia, y circunscribe sus esfuerzos al dominio, a partir de entonces, rápidamente progresivo, de la verdadera observación, única base posible de los conocimientos verdaderamente accesibles, razonablemente adaptados a nuestras necesidades reales. La lógica especulativa había consistido entonces en razonar sobre principios confusos, que careciendo de toda prueba suficiente, suscitaban siempre debates sin fin. En lo sucesivo la lógica reconoce como regla fundamental que toda proposición que no es estrictamente reducible al simple enunciado de un hecho, particular o general, no puede tener ningún sentido real o inteligible. Los principios mismos que emplea no son a su vez más que verdaderos hechos, solo que más generales y abstractos que aquellos a los que deben servir de vínculo.
La revolución fundamental que caracteriza la virilidad de nuestra existencia consiste esencialmente en sustituir en todo lo inaccesible la determinación de las causas propiamente dichas, por la simple averiguación de las leyes, o sea, de las relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados. Trátense de los menores o de los más sublimes efectos del choque y del peso, lo mismo que del pensamiento y de la moralidad, nosotros no podemos conocer verdaderamente más que las diversas relaciones mutuas propias de su conocimiento, sin penetrar nunca en el misterio de su producción.
2do. Carácter principal: Naturaleza relativa del espíritu positivo
No solo nuestras investigaciones positivas deben esencialmente reducir, en todo, a la apreciación sistemática de lo que es, renunciando a descubrir su origen primero y su destino final, sino que importa además darse cuenta de que ese estudio de los fenómenos, lejos de poder llegar en modo alguno a ser absoluto, debe ser siempre relativo a nuestra organización y nuestra situación. Reconociendo en este doble aspecto la imperfección necesaria de nuestros diversos medios especulativos, se ve que, lejos de poder estudiar completamente ninguna existencia efectiva, podríamos garantizar en modo alguno la posibilidad de comprobar también, ni siquiera muy superficialmente, todas las existencias reales, cuya mayor parte debemos quizás desconocer totalmente. Si la perdida de un sentido importante basta para ocultarnos radicalmente un orden entero de fenómenos naturales, tenemos todas las razones para pensar que, recíprocamente, la adquisición de un sentido nuevo nos descubriría una clase de hechos de los que actualmente no tenemos la menor idea, a menos de creer que la diversidad de los sentidos, ha llegado en nuestro organismo al más alto grado que pueda exigir la exploración total del mundo exterior, su posición evidentemente gratuita y casi ridícula.
Este segundo género de dependencia, propio de las especulaciones positivas, se manifiesta tan claramente como el primero en el curso entero de los estudios astronómicos, considerando, por ejemplo, la serie de las nociones, cada vez más satisfactorias, obtenidas desde el origen de la geometría celeste, sobre la figura de la Tierra, sobre la forma de las órbitas planetarias, etc. Así pues, aunque por las doctrinas científicas sean necesariamente de una naturaleza bastante variable como para obligarnos a desechar toda aspiración a lo absoluto, sus variaciones graduales no presentan carácter arbitrario que pueda motivar un escepticismo todavía más peligroso; cada cambio sucesivo conserva, espontáneamente, una actitud indefinida para representar los fenómenos que les ha servido de base al menos mientras no se tenga que rebasar el grado primitivo de precisión efectiva.
3er. Carácter principal: Destino de las leyes positivas; previsión racional
Desde que la subordinación constante de la imaginación a la observación ha sido únicamente reconocida como la primera condición fundamental de toda especulación científica, una viciosa interpretación ha llevado frecuentemente abusar mucho de este gran circuito lógico, para hacer degenerar la ciencia real en una especie de estéril acumulación de hechos incoherentes, que no podría ofrecer más mérito esencial que el de la exactitud parcial. El verdadero espíritu positivo está tan lejos del empirismo como del misticismo; es entre estas dos aberraciones donde debe caminar siempre, la necesidad de tal reserva continua, conforme a la explicación inicial, hasta que punto debe ser maduramente preparada la positividad, para que no pueda convenir de modo alguno al estado naciente de la sociedad.
El verdadero espíritu positivo consiste en ver para prever, en estudiar lo que es para deducir lo que será, según el dogma general de la invariabilidad de las leyes naturales.
4to. Carácter principal: Extensión universal del dogma fundamental de la invariabilidad de las leyes naturales.
Este principio fundamental de toda la filosofía positiva, comienza desde hace 3 siglos a ser tan familiar, se ha desconocido siempre hasta Comte, su verdadera fuente. El principio de la invariabilidad de las leyes naturales comenzaron a adquirir consistencia alguna cuando los primeros trabajos verdaderamente científicos pudieron poner de manifiesto su exactitud esencial en un orden entero de grandes fenómenos; y esto solo podía resultar suficientemente de la fundación de la astronomía matemática durante los últimos siglos del politeísmo.
Síntesis del Saber, el saber positivo como saber supremo
La supremacía del saber positivo se basa en la autoridad que le da la experiencia cuando se aplica al descubrimiento de las leyes físicas necesarias que gobiernan el desarrollo de la Naturaleza. El saber positivo mediante la experiencia guiada por la razón, estudia las razones y regularidades en que se estructuran los hechos. El saber positivo coincide con el saber científico.
Comte en el primer capítulo de su discurso sobre el espíritu positivo describe el estado positivo o real, y establece que el saber positivo debe subordinar constantemente la imaginación a la observación, única base del conocimiento fiable. Además, si queremos que lo observado tenga sentido, tiene que reducirse a la enumeración de hechos, puesto que mediante el conocimiento no podemos penetrar en el misterio de la producción de los hechos, sino que tan solo llegamos a conocer las diversas conexiones que son necesarias para que se den.
En síntesis de lo dicho por Comte en su Discurso sobre el espíritu positivo es lo siguiente: “podemos decir que el estado de positvidad racional es definitivo e invalida la filosofía teológica y metafísica. La observación verdadera es la única base fiable del conocimiento y tiene como regla fundamentas que toda proposición que no pueda reducirse al enunciado de un hecho, carece de sentido”.
También establece que el saber positivo es un saber de naturaleza relativa, “lejos de poder llegar de modo alguno a ser absoluto, debe ser siempre relativo a nuestra organización y a nuestra situación”, es decir, depende de nuestros sentidos y de las circunstancias históricas. Pero además, esta naturaleza relativa del saber positivo se debe a que nuestros conocimientos son el resultado de una evolución colectiva y continua que tiende a representarse los objetos de la forma más exacta posible.
A esto Comte afirma: “Para caracterizar en la medida necesaria esta naturaleza forzosamente relativa a todos nuestros conocimientos reales, hay que darse cuenta también, desde el punto de vista más filosófico, de que si nuestras mismas concepciones, cuales quiera que sean, deben ser considerada como otros tantos fenómenos humanos, tales fenómenos no son simplemente individuales, son también y sobre todo sociales, puesto que resulta en realidad de una evolución colectiva y continua, en la que todos los elementos y todas las fases están esencialmente conexas. De modo que si en el primer aspecto se reconoce que nuestras especulaciones deben siempre depender de las diversas condiciones de nuestra individual, en el segundo hay que admitir igualmente que no están menos subordinadas al conjunto de la progresión social, no pudiendo tener nunca esa fijeza absolutas que los metafísicos han supuesto. Ahora bien, la ley general del movimiento fundamental de la humanidad consiste, a este respecto, en que, nuestras teorías tienden cada vez más a representar exactamente los objetos exteriores de nuestras constantes investigaciones, pero sin que pueda, en ningún caso, ser plenamente apreciada la verdadera constitución de cada uno de ellos, debiendo limitarse la perfección científica a aproximarse a este límite ideal hasta donde lo exigen nuestras diversas necesidades reales”.
Mediante el saber positivo se trata de estudiar lo que es para reducir lo que será; el verdadero espíritu consiste, sobre todo, en ver para prever, en postular la invariabilidad de las leyes naturales, cuya previsión nos llevará a proveer mejor a la humanidad.
Las características de este saber positivo nos las presenta Comte, para describir los atributos correlativos del espíritu positivo y del sentido común, comienza a exponer las diversas acepciones de la palabra positivo:
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En primer término, designa lo real en oposición a lo quimérico.
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En otro sentido, indica el contraste de lo útil con lo ocioso.
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Según un tercer significado, designa la oposición entre la certidumbre y la indecisión.
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Una cuarta acepción consiste en oponerlo preciso a lo vago.
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Una quinta aplicación es el empleo de positivo como contrario a negativo, no destruye, sino que organiza.
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El último carácter esencial, no indicado directamente por la palabra positivo, consiste en su tendencia necesaria de sustituir todo lo absoluto por relativo.
Teoría y Clasificación de las ciencias
Según Comte hay correspondencia entre el nivel de evolución intelectual de la humanidad y sus estructuras sociales y políticas. La ciencia guía a la humanidad, la hace progresar históricamente hacia su madurez, hacia el estado positivo. Esto no quiere decir que se dé una progresión simultánea en todas las esferas del conocimiento hacia el estado positivo, puesto que históricamente consta que cuanto más simple y general es el objeto de una ciencia antes alcanzará su positividad.
De acuerdo con la confirmación anterior, al desarrollo histórico del espíritu humano corresponde una sucesión de las ciencias que han ido adquiriendo la condición de positivas, de tal modo que el análisis de cada una de las ciencias explica el orden de su constitución en el tiempo y como, a medida que se han ido construyendo, cada ciencia ha ido proporcionando con su desarrollo las bases para la constitución de la siguiente. El saber positivo es un saber enciclopédico y las ciencias que lo constituyen aparecen organizadas y clasificadas. Corresponde entonces a la filosofía, según Comte, elaborar un sistema de las ciencias para que la teoría que las fundamenta las haga coincidir con la historia real de su desarrollo.
En la lección primera del su Curso de filosofía positiva, tas exponer la ley de los tres estados, Comte presenta su concepción de la ciencia, ven en ella el único camino para establecer e incrementar el poder del hombre sobre la Naturaleza. Considera que el estudio de las ciencias en general suministra al hombre la verdadera base racional, teórica, para la acción, ya que solo el conocimiento de las leyes que rigen los fenómenos puede guiarle en la vía práctica para modificarlos en provecho propio. Para el positivismo la ciencia, el saber teórico, tiene una dimensión social, dirige la práctica.
Según el positivismo, la ciencia se interesa por las cosas en cuanto reúnen los siguientes caracteres:
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Son fenómenos, es decir, algo que se nos manifiesta.
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Constituyen lo dado, es decir, algo con los que nos encontramos.
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Son observables, es decir, accesibles mediante los sentidos.
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Son verificable, es decir, cualquiera la puede comprobar.
La unidad de estos cuatros caracteres es lo que para Comte constituye un hecho que, para que sea positivo o científico, es necesario estudiarlo con el máximo rigor y precisión, al modo como lo hace el método científico.
Pero los hechos científicos no acontecen de forma caótica, sino siguiendo un orden bastante invariable, es decir, están sometidos a las leyes, que no explican por qué sino que solamente describen cómo ocurren los hechos, el modo como se relacionan unos con otros. Consecuentemente, el saber positivo o científico es un saber relativo; es decir, no se trata de un saber acerca de la naturaleza interna de las cosas, sino de un saber acerca de la naturaleza interna de las cosas, sino de un saber que pone de manifiesto el sistema de relaciones que entrecruzan los hechos: más con cosas, nos enfrentamos con hechos que se presentan unos cuando aparecen otros.
En conclusión para que haya ciencia se requiere:
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Hechos observados
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Leyes que expresen las relaciones existentes entre esos hechos.
Si solamente tuviéramos hechos aislados no habría ciencia. La ciencia consiste fundamentalmente en ordenar hechos, en descubrir leyes, regularidades observadas en la constitución y desarrollo de los fenómenos, relaciones relativamente constantes entre hechos establecidos mediante la observación y el experimento.
En una síntesis de una idea de Comte podemos decir que la filosofía positiva consiste en captar los fenómenos como sujetos a las leyes invariables. El objeto del saber no es buscar causas, sino establecer relaciones normales de sucesión y similitud de fenómenos.
El concepto de ley es fundamental para constituir la ciencia. Las leyes se descubren por la reflexión racional dentro del mundo de la experiencia u constituyen, en definitiva, la afirmación del determinismo que se extiende desde la naturaleza al hombre y a la sociedad.
Pero hay que advertir además que los contenidos de la ciencia, que están condicionados por la propia constitución orgánica del hombre y por las circunstancias históricas que cambian constantemente, progresan sin cesar. No obstante, propiamente hablando, no hay más que una sola ciencia, la ciencia humana o social, ya que en ella vienen a converger todos los demás conocimientos. En conclusión, la ciencia es enciclopédica.
Principios de una clasificación positiva de las ciencias
La teoría general de las clasificaciones, establecidas en estos últimos tiempos por los trabajos filosóficos de los botánicos y de los zoólogos, permite augurar un éxito real en un trabajo semejante, ofreciéndonos una guía cierta con el verdadero principio fundamental del arte de clasificar que hasta ahora no había sido concebido con claridad. Este principio es una consecuencia necesaria de la aplicación directa del método positivo a la cuestión misma de las clasificaciones, la cual debe ser tratada por observación, en lugar de ser resuelta con consideraciones a priori. Cosiste en que la clasificación debe salir del estudio mismo de los objetos que se han de clasificar y debe ser determinadas, por las afinidades reales y la coordinación natural de ellos, de tal manera que esta clasificación sea en sí misma la expresión del hecho más general, manifestada por la comparación profunda de los objetos que abarca.
Lo que hace aún más patente la necesidad lógica de distinguir fundamentalmente entre las dos grandes secciones de la filosofía natural, es que no solamente cada sección de la física concreta supone el estudio previo de la sección correspondiente de la física abstracta, sino que exige el conocimiento de las leyes generales relativas a toda clase de fenómenos. La filosofía de las ciencias fundamentales, presentando un sistema de especulaciones positivas acerca de todos los ordenes de conocimientos reales, es suficiente en sí misma para constituir la filosofía primera que buscaba Bacon y que, estando destinada a servir de base permanente a todas las especulaciones humanas, debe de ser cuidadosamente reducida a la más simple expresión.
Como resultado a todo esto queda:
Que la ciencia humana se compone en su conjunto de conocimientos especulativos y de conocimientos de aplicación y únicamente los primeros deben ser tratados.
Que los conocimientos teóricos o ciencias propiamente dicha se dividen en ciencias generales y ciencias particulares.
Toda ciencia puede ser expuesta siguiendo dos vías radicalmente distintas: la vía histórica y la vía dogmática. Otra posible vía sería el resultado de la combinación de estas.
En la primera se exponen sucesivamente los conocimientos en el mismo orden natural en que el espíritu humano los ha obtenido y adoptando los mimos caminos.
En la segunda se presente el sistema de las ideas tal como hoy podría ser concebido por un solo espíritu, el cual situado en un punto de vista conveniente y provisto de los conocimientos suficientes, se ocuparía de rehacer la ciencia en su conjunto. La única imperfección fundamental que se podría reprochar de este, es el ignorar como se han formado los diversos conocimientos humanos, lo cual, aunque distinto de la adquisición de estos conocimientos, es en sí más alto interés para todo espíritu filosófico. Esta consideración tendría demasiado peso, si realmente fuera un motivo a favor del orden histórico.
Clasificación de las seis ciencias fundamentales
Para poder lograr una buena clasificación de las ciencias debemos comenzar por el estudio de los fenómenos más generales, procediendo sucesivamente después hasta llegar a los fenómenos particulares o más complicados, si queremos concebir la filosofía natural de una manera verdaderamente metódica, pues este orden de generalidad o de simplicidad que determina necesariamente el encadenamiento raciona de las diversas ciencias fundamentales por la dependencia sucesiva de sus fenómenos, fija también su grado de facilidad.
Para esto debemos crear una escala enciclopédica. Una mirada al conjunto de fenómenos naturales nos lleva a dividirlos según el principio que acabamos de establecer, en dos grandes grupos: el primero comprende todos los fenómenos de los cuerpos brutos, y el segundo todos los de los cuerpos organizados.
Comencemos con la filosofía natural. Para la física inorgánica vemos que ha de ser dividida en dos secciones distintas según se consideren los fenómenos generales del universo, o aquellos que se presentan en los cuerpos terrestres. De aquí, la física celeste o astronomía, ya sea geométrica, sea mecánica, y la física terrestre.
La filosofía natural debe comenzar con el estudio de los fenómenos astronómicos, que son los más generales del universo, ya que las leyes a que están sujetos influyen sobre las de los otros fenómenos, de las cuales, estas son completamente independientes. En todos los fenómenos de la física terrestre se observan, los efectos generales de la gravitación universal, y los otros efectos que le son propios y modifican al primero.
La física celeste es la que considera los fenómenos generales del universo. Esta se subdivide en la astronomía.
La física terrestre se subdivide según se traten los cuerpos desde el punto de vista mecánico o desde el punto de vista químico. Esta última se considera de una manera metódica, supone el previo conocimiento de la otra, pues todos los fenómenos químicos son más complicados que los físicos. Esta es la distribución racional de las principales partes de la ciencia general de los cuerpos brutos. Una división análoga se establece en la ciencia general de los cuerpos organizados.
Todos los seres vivos representan dos órdenes de fenómenos esencialmente distintos, los relativos al individuo y los que conciernen a la especie, sobre todo cuando está sociable. De aquí dos grandes apartados de la física orgánica: la fisiología y la física social.
En todos los fenómenos sociales se observan primeramente, la influencia de las leyes fisiológicas del individuo y alguna otra cosa particular que modifica los efectos y que afecta a la acción de unos individuos sobre otros, especialmente complicada en la especie humana debido a la acción de una generación sobre la siguiente. Aunque los fenómenos sean homogéneos no son idénticos y la separación de las dos ciencias es de una importancia capital.
La física social debe tratarse de un cuerpo de observaciones directas que le sea propio, siempre considerando cómo conviene su íntima relación con la fisiología propiamente dicha.
La fisiología se divide en dos partes: la fisiología animal y la fisiología vegetal, las cuales tienen gran importancia en lo que se ha llamado física concreta. Esta carece de importancia en lo absoluto para la física abstracta.
A estas cinco ciencias es preciso añadir las matemáticas. La cual es la ciencia más amplia y fundamental, la base de toda la filosofía natural. En el estado presente del espíritu humano son y serán cada vez más empleadas como método mucho más que como mera doctrina, por lo que su estudio es preliminar e indispensable para todos los demás órdenes de los fenómenos.
Sociología positiva
En la clasificación establecida anteriormente, la sociología o física social aparece en el último lugar. Esto no es casual: esto es porque Comte considera que en ella convergen todas las demás ciencias. Es la última que ha llegado a ser positiva porque los fenómenos sociales son los más complejos y elevados de todos los fenómenos naturales ya que afectan directamente al hombre. Por tanto, requiere de los métodos y contenidos del resto de las ciencias.
Comte dedica a la sociología los tres últimos libros de los seis de que consta el curso de filosofía positiva y le asigna como objeto natural el estudio de las grandes concepciones científicas producidas por el espíritu humano, las leyes que rigen su desarrollo histórico, el progreso social y las estructuras, el orden social, en que se ha constituido. Su finalidad es promover una organización más progresiva y libre de la sociedad
Cuando en su obra Sistema de política positiva, Comte desarrolla la proyección religiosa de la filosofía positiva, asigna además a la sociología, a través de la moral, la tarea de instituir la religión de la humanidad.
La Sociología y su división
La sociología constituye la aportación científica más genuina de Comte, que dedicó un gran esfuerzo a elaborarla a la manera de las ciencias positivas ya establecidas y a señalar su verdadero carácter filosófico. En el libro cuarto del Curso de filosofía positiva la define como el estudio positivo del conjunto de las leyes fundamentales propias de los fenómenos sociales.
Como la sociedad se mantiene mediante un cierto equilibrio entre sus presupuestos esenciales, que son el orden y el progreso, la sociología se dedica al estudio de las estructuras de la sociedad y al de su desarrollo.
Comte define la sociología o física social como el estufio positivo del conjunto de las leyes fundamentales propias de los fenómenos sociales. Las posibilidades de elaborar la ciencia social a la manera de las ciencias positivas ya establecidas como también señalar el verdadero carácter filosófico de ella y echar sólidamente sus bases: de ahí el cometido.
Y según Comte su finalidad es advertir con nitidez el sistema de operaciones sucesivas, filosóficas y prácticas, que han de liberar a la sociedad de su fatal tendencia a la disolución inminente y conducirla de modo directo a una nueva organización más progresiva y sólida que la asentada sobre la filosofía teología.
Hay un cierto orden en las sociedades humanas: este orden contiene dentro de sí la razón de las transformaciones que está llamado a sufrir, lo que constituye su progreso. Del estudio del primero se ocupa la estática social y del estudio del segundo se ocupa la dinámica social: una y otra constituyen los dos aspectos de la sociología: el estático, que se refiere a las condiciones de equilibrio de la sociedad, y el dinámico, que se relaciona con la movilidad social. La estática social, que estudia la doctrina positiva, es su impulso histórico renovador. De este modo, la sociología, con sus dos partes lógicamente unidas, acaba convirtiéndose en una filosofía de la historia.
Las Ideas de Orden y Progreso
El planteamiento que Comte hace de la sociología está inspirado e Montesquieu, Condorcet y Bossuet, fundamentalmente. Del primero toma el determinismo de los hechos históricos, en los que las constancias de relaciones permite descubrir leyes sociológicas. Del segundo toma la ley del progreso humano. Del tercer el afán universalista del espíritu humano.
Bajo estas influencias Comte aborda el estudio de los fenómenos sociales que, en general, se hallan sometidos a las leyes de la vida orgánica, al orden. Cuya continuidad es confirmada por el progreso como desarrollo del orden. La idea de orden, se refiere a la unidad sistemática de la sociedad en una época determinada, a la estructura que le da estabilidad y firmeza. La idea de progreso, por el contrario, muestra el paso de un orden determinado a otro. Las dos ideas conjuntamente permiten valorar todas las etapas por las que ha pasado la humanidad a lo largo de su desenvolvimiento histórico. Sin embargo, lo que más caracteriza a la filosofía positiva es el haber descubierto el verdadero sentido del progreso social en la historia.
Los filósofos antiguos fueron ajenos a la idea de progreso. La verdadera idea de progreso pertenece a la filosofía positiva una vez que caracteriza el término social y conoce el desarrollo gradual de la humanidad. Solo la filosofía positiva, completada con el estudio de los fenómenos políticos, determinará las leyes naturales que rigen las transformaciones sociales.
Para explicar el progreso social, Comte distingue entre épocas orgánicas y épocas críticas. Las primeras se producen cuando el nivel intelectual de las ideas es decisivo y dominante, expresan el estado de organización que se descompone a otro que comienza a estructurarse.
Como la naturaleza humana está sometida a un desarrollo gradual, la crisis expresa el progreso, y de algún modo, asegura el mantenimiento del orden porque cada época orgánica, aunque sea de forma rudimentaria, esta prefigurada en la anterior. La naturaleza humana, siempre idéntica a sí misma, se va perfeccionando, no obstante en su desarrollo.
Para Comte, la historia no es un retorno circular ni oscilatorio, sino una línea que, en avance progresivo se va acercando indefinidamente a una meta sin jamás tocarla.
De la sociología a la religión de toda la Humanidad
La sociología en general, y la dinámica en particular, lleva consigo una instancia valorativa al tener como finalidad promover una organización más progresiva y libre del hombre y de la sociedad, una mayor integración del individuo al grupo. Esto le permite a Comte introducir ya en el curso de filosofía positiva a la moral como una parte de la sociología encargada de estudiar y promover la política de la solidaridad.
En el discurso sobre el espíritu positivo, Comte habla ya de la moral como disciplina independiente, como la séptima ciencia fundamental dentro del saber positivo enciclopédico. Su objeto es la revalorización del sentimiento como fuerza activa de la existencia humana y su finalidad es armonizar la vida individual con la del resto de los individuos. La moral, según Comte, deberá coordinar los actos, sistematizar los sentimientos, dar unidad a la vida total del individuo y armonizar las energías individuales en beneficio de los demás con el fin de promover la unidad verdadera y fecunda del género humano.
De este modo la moral positiva exige al hombre vivir para la humanidad, para el Gran Ser, como conjunto de seres pasados, presentes y futuros que concurren a perfeccionar el orden universal: trabajamos siempre para nuestros descendientes, pero bajo el impulso de nuestros antepasados, de los cuales derivan los elementos y procedimientos de nuestras acciones. La humanidad, que implica lo biológico, aflora ahora en la historia como la tradición cultural ininterrumpida desde los dioses antiguos, pasando por el dios monoteísta, hasta la madurez positivista, como la unidad suprema e integrada por elementos naturales y espirituales:
Como nuestro desarrollo se debe a la sociedad, para el espíritu positivo no existe el hombre sino la humanidad. Es incorporándose en la humanidad como cada uno obtiene su intensidad de vida, satisface su tendencia a eternizarse.
La religión y la sociedad positiva
En la última gran obra de Comte, el Sistema de política positiva, el propósito comtiano de regenerar la sociedad basándose en el conocimiento de las leyes sociales asume la forma de una religión en la que se sustituye el amor de Dios por el amor a la humanidad, a la que hay que venerar como n otros tiempos se veneraba a los dioses paganos.
Fascinado con el catolicismo, debido a su universalismo y a su capacidad de integrar la existencia humana en su totalidad, Comte sostiene que la religión de la humanidad debe constituir una copia exacta del sistema eclesiástico. Ya están dispuestos los dogmas de la nueva fe: la filosofía positiva y las leyes científicas. Para la difusión de estos nuevos dogmas es preciso que haya ritos, sacramentos, un calendario y un sacerdocio. Habrá un bautismo laico, una confirmación laica y una extremaunción laica. El ángel de la guarda positivo será la mujer. Los meses recibirán nombres simbólicos de la religión positiva y los días de la semana estarán consagrados a cada una de las siete ciencias. Se edificarán templos laicos (institutos científicos). Habrá un papa positivo que ejercerá su autoridad sobre las autoridades positivas que se ocuparán del desarrollo de las industrias y de la utilización práctica de los descubrimientos. En la sociedad positiva los jóvenes estarán sometidos a los ancianos y estará prohibido el divorcio. La mujer se convierte en guardiana y fuente de la vida sentimental de la humanidad. La humanidad es el gran ser, el espacio, el gran medio ambiente, y la tierra, el gran ídolo, tal es la trinidad de la religión positiva.
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Enviado por: | Arturo Emilio Ramírez Pérez |
Idioma: | castellano |
País: | República Dominicana |