Arte
Arte Paleocristiano
Introducción
I - Origen y fundamentos del arte paleocristiano:
En el estudio de la Antigüedad tardía no siempre se procede con imparcialidad, lo que produce interrogantes al arqueólogo y al historiador de los primeros siglos del crisitianismo. Para salir de esta vía, la propuesta de Marou aplicada a la documentación disponible sobre el mundo cristiano de primera hora, aunque no aclara capítulos confusos, ayuda a descubrir de qué manera dicho mundo fue el beneficiario de aquella tradición clásica, al tiempo que cobraba forma una nueva moral de tono providencialista, interesada en fomentar la esperanza para poder alcanzar la luz, la salvación, frente a un mundo engañoso y en tinieblas.
El terreno parecía abonado al cobrar forma la inmadiatez del retorno glorioso de Cristo, en un momento de gran inestabilidad dentro del Imperio. El concepto cobra interés particular desde fines del siglo II-III en las catacumbas, cuyas pinturas de sello simbólico-doctrinal invocan esa vía hacia la esperanza, tan vinculada a la Iglesia de los mártires. En realidad, las catacumbas constituyen una valiosa documentación para aproximarse a una iconografía que participa de un principio de fe abstracta y que es la consecuencia de un pensamiento teológico y un espíritu que nada posee en común con el de la Roma pagana. La imagen sólo era portadora de un concepto elevado del mundo y del propio existir; estaba destinada a educar la “vista interior” para la cura del alma.
Los conjuntos catacumbarios llegaron a alcanzar entre cien y ciento cincuenta kilómetos, para una población romano-cristiana de entre quinientas y setecientas cincuenta mil almas. Dotadas con cámaras abiertas a las galerías o cubiculi, sus frescos advierten sobre un sistema educativo para el hombre de fe. Y así, los banquetes eucarísticos, los ciclos destinados a Daniel, Jonás, Orfeo, el Buen Pastor y, sobre todo, el tema de la Orante o María quedan destinados a invocar la universalidad de un principio expresado por San Pablo: ”Todo poder viene de Dios”. A la vez se insiste en la idea del Mesías que redime con su muerte los pecados del individuo y le brinda la promesa de vencer a la muerte para retonar a la vida.
Este primer momento irá seguido del gran capítulo de aquel orbe cristiano, hijo del Concilio de Nicea (325) y de tantos aspectos doctrinales que, a partir del siglo IV, habrían de constituir tema de debate en concilios y sínodos. Se abre la etapa de un conjunto de controversias destinadas a afrontar la tradicional condena, por idolátrica, de la representación divina, ante la necesidad de una iconografía referida a aspectos doctrinales y programáticos y un cristianismo con mayor protagonismo en la historia. De esta manera, el lenguaje simbólico de Cristo-Orfeo, Cristo-Apolo, etc., formaba parte de un pasado que las primeras comunidades cristianas habían asumido de manera idealista. Pero la nueva Iglesia, surgida tras el Edicto de Tolerania de Galerio y Zicio (311), tampoco puede prescindir del icono puesto que constituye un recurso necesario para la educación religiosa y moral del fiel; sobre todo en un momento de protagonismo por parte de movimientos heréticos que cuestionan aspectos sobre la naturaleza de Cristo.
Se podría decir que tras la amenaza de las persecuciones se abría paso la amenaza de las herejías. Se impone, en consecuencia, enseñar a valorar lo que es necesario ver en las representaciones figurativas. Tal como indicaba Plotino, se trataba de descuidar en valor de la imagen como apariencia, para asumir una visión metafísica: la única que permite que la contemplación pase a ser “conocimiento todal”. Tesis muy acorde con lo que por arte deberán enterder las religiones reveladas, tan propensas a la búsqueda de la esencia de las cosas, con el fin de descubrir aquello que no se puede mostrar el principio superior. Por muchos aspectos se estaba defendiendo una imagen mental, para que el creyente, en esa valoración de lo que el icono le ofrecía, se refugiara en sí mismo, más allá del mudo material o la realidad exterior.
Era necesario preservar la unidad de la Iglesia en aquella hora del arrianismo (323), conforme a un cambio más ético que estético. De aquí el endeudamiento formal de las expresiones artísticas paleocristianas con el mundo clásico, lo que ha permitido que en ocasiones se haya denominado al arte paleocristiano “arte romano rebautizado”. Es indudable tal endeudamiento, pero si se considera que lo importante es la idea que subyace en toda imagen, lo cierto es que no puede hablarse ni de una dependencia absoluta ni de un planteamiento rupturista. Así, por ejemplo, muchos son los temas iconográficos de tradición romana que han sido utilizados para expresar y dar forma al poder de Cristo en su trono, acaso como una “explícita voluntad de polémica anticesarista” (Giordani). En consecuencia, aunque desde el punto de vista formal el mundo paleocristiano enseñe pocas novedades, su “idea” estaba montada sobre los presupuestos de una doctrina de salvación asentada en textos bíblicos y en conceptos teológicos sobre el misterio de lo universal. Los relieves de la propia columna de Marco Aurelio en cierto modo anunciaban ya un cambio, al proponer una moral estoica en la que el bien supremo se encuentra en el esfuerzo por alcanzar la vistud. Tales relieves estaban proponiendo un cambio con futuro: el adoptar la virtud para vivir conforme a la razón.
En consecuencia, la imagen en el mundo paleocristiano es la respuesta a un sistema doctrinal y educativo. Su función habrá de dar forma a una guía moral que corresponde al programa y función de su Iglesia. Primero mediante imágenes polisémicas ofrecidas en clave (Cristo-Orfeo, Cristo-Pastor, Cristo-Filósofo); luego, a través de imágenes que poseen su propio peso narrativo (Cristo-Doctor, Cristo-Maestro, Cristo-Legislador). Pero en ningún caso cobra valor una imagen de culto, sino referencias para iniciados: en un principio, la imagen-signo ofrecida en clave, y después, la imagen-idea invocada en la nueva iconografía cistológica como paradigma de salvación.
Tales planteamientos iconográficos, aún participando de una forma antropomórfica, permiten resolve la antítesis iconismo-aniconismo al no serles reconocido un carácter sacro, sino valor informativo que prepara al hombre para la vida eterna. Es decir, no triunfa el rechazo a la imagen, pero sí su capacidad de expresar una fe abstracta que ayude al mortal a triunfar sobre el enigma de la muerte y el destino. Dimensiones ambas que fueron planteadas, con plena lucidez, en una abundante producción sarcofágica, portadora de imágenes que ayudan a fijar en la memoria principios morales; siempre sin indicaciones a la idea de juicio o condena.
ARQUITECTURA PALEOCRISTIANA
I - El nacimiento y consolidación de la arquitectura paleocristiana
En los primeros años del cristianismo, varios fueron los Padres de la Iglesia que manifestaron su creencia en el crepúsculo de los valores paganos, denunciando la sordera a su mensaje. Eran los momentos de las primeras reflexiones en voz alta sobre “la crisis de un mundo que ha envejecido y que con sus hechos experimenta su ocaso y derrumbre”. Tras el Edicto de Tolerancia de Galerio y Zicio (311) y, sobre todo, tras el Concilio de Nicea (325), la Iglesia inaugura una cueva etapa, tras la proclamación de libertad de cultos por Constantino; o, Mejor, “el derecho a seguir la religión que convenga a cada uno” (Constantino). La nueva situación no atenúa situaciones de incertidumbre, como tampoco la indiferencia y censura de determinados teólogos al proyecto imperioal que, tras la Paz de la Iglesia, propone una tranquilidad terrena con analogías a la del reino celeste.
Aunque la política procristiana de Constantino y su propia convocatoria del Concilio de Nicea no conllevan una declaración con resptecto a la imagen, ayudan a cristalizar la receptividad de muchos obispos con relación al valor de aquélla en una pastoral que defiende el principio de un “reino no perteneciente a este mundo”.
En cuanto la arquitectura, la línea más ortodoxa de la Iglesia defendía la no consideración de templos y altares; recelo justificado ante el propio concepto de un templo pagano en el que se decía, “los amantes se ponen de acuerdo para consumar su adulterio, los alcahuetes pupulan entre los altares y las celdas de los sacerdotes y los servicios del templo son verdaderos burdeles”. Este concepto del templo pagano, aún siendo exagerado, obligaba a una rígida legislación jerárquica y sexual muy presente en la organización de las nuevas basílicas constantinianas. En el 375 se legisla con claridad la ubicación de los fieles en espacios diferenciados: “procurar que la iglesia sea alargada (ya que se parece a una nave), orientada y con pastophoriae a cada lado, hacia el lado este. El trono del obispo debe situarse en el centro y los prebíteros se sentarán a ambos lados de él, mientras que los diáconos se mantendrán cerca, en pie (…). La misión de estos últimos consistirá en colocar a los laicos al otro lado de la iglesia, sentados de manera ordenada y silenciosa y que las mujeres se sienten aparte y observen silencio (…) Los proteros montarán guardia en las entradas reservadas para los hombres y los diáconos en las reservadas para las mujeres (…)”.
Según estas constituciones, la arquitectura quedará determinada por móviles de tipo funcional, conforme a un símbolo asociado a la forma cuadrada de la Jerusalem Celeste (Ap. XXI, 12-ss.) y el sutil sentido de la proporción entre las distintas partes del edificio, dado que “se suele definir como bello lo que tiene en sí una proporción racional de sus partes” (San Agustín). Todas estas consideraciones ya suscitarán interés en las basílicas de la Roma Constantiniana y de los santos lugares: la Basílica de Letrán y la de S. Pedro del Vaticano, entre otras. Y dado que la misión más alta de la basílica es cumplir “para mayor gloria de Dios”, aquella experiencia humana que el hombre afirma mediante las reglas del arte no olvida que el templo es, por naturaleza, cósmico; por ello el color y la luz que las ventanas regulan en el curso del día surgen sustancialmente unidos para elaborar un interior místico al que no es ajeno el calculado efecto psicológico, sin duda para alcanzar esa belleza que, unida a la proporción y simetría, busca crear “un efecto racional en nuestros sentidos” (San Agustín). El creyente que recorra la vía de salvación simbolizada por la nave central, además de mostrarse receptivo a tal “efecto racional”, no podrá olvidar que el templo es, ante todo, símbolo del Cuerpo de Cristo. Y la pintura y el mosaico son sin duda los anzuelos visuales que mejor impresionan al alma con el explendor de su luz. Según esto, a lo largo de la historia se ha discutido si la basílica paleocristiana es el primer intento de arquitectura moralizada. Cuando menos, tal idea queda planteada desde tiempos de Constantino mediante una combinación ética-estética que innova en doble sentido: otorga un duro golpe a los templos de celebraciones paganas, y aproxima, por primera vez, en una labor de equipo al maestro constructor y al teólogo. Este denso programa obligaría a promulgar las ordenanzas del año 334 ante la escasez de mano de obra: “Se necesita a todos los arquitectos posibles, pero como no los hay, Vuestra Exc. Animará a estos estudios a los hombres de las provincias africanas que tengan alrededor de dieciocho años y que gusten de las artes liberales. Para hacérselo atractivo, es nuestra voluntad que, tanto ellos, como sus parientes queden libres de las obigaciones que se acostumbren a imponer a los individuos y que se asigne a los estudiantes un salario adecuado”.
Esta disposición fue realizada a los seis años de las instrucciones epistorales de Constantino al obispo Macario de Jerusalém considerando la premura de elevar una basílica superior, sin desatender aspectos de financiación y técnica cualificados. A su muerte, aquella planificación templaria, acorde con la condición del cristianismo como religión oficial, adquiere tonos de crítica acerada. Quizá fue el propio deseo de encontrar un equilibrio a esas tensiones lo que condujo a Constantino fuera de Roma, ante la necesidad de marcar distancias con un pasado pagano, aún vigente e inmovilista.
Aunque el cristianismo pasa a ser en poco tiempo la religión exigida a todos los funcionarios públicos y la Iglesia ve aumentado el número de donaciones, sólo podrá hablarse de una Roma completamente cristiana tras la muerte del Papa Sixto III (440), el que, simbólicamente, había contribuido a la restauración de Santa María la Mayor. Para entonces, otro hombre había puesto fin a la cultura antigua, sin dejar de considerar lo que la Antigüedad pagana posee de más estimable: San Agustín. Él acertaría a conservar múltiples aspectos de la tradición de un mundo en destrucción, consciente de que el conflicto mantenido con el antiguo cristianismo no había sido político, sino ético-religioso. Así, al contrario que los visigodos en la Alta Edad Media, no pierde de vista los valores de la cultura clásica, si bien los pone a los servicios de una teología que acierta a expresar el poder y el desafío de la Iglesia en la ciudad de los hombres; principios que alcanzan un protagonismo de primera línea en el ejemplo emblemático de los sueños imperiales de Justiniano: Santa Sofía de Constantinopla.
II - Tipologías y sistemas constructivos
Las Catacumbas:
Los primeros cristianos, como sus contemporáneos paganos, consideraban la sepultura de los muertos como un deber de la máxima importancia; debía aplicarse no sólo a familiares y amigos, sino incluso a los pobres y a los extranjeros. La creencia en la resurrección del cuerpo, destacada por Prudencia en su himno Cathemerion, constituyó la esencia de ese interés por conservar o enterrar, no incinerar, los restos mortales de los difuntos. Ya los Evangelios dan la pauta al hablar de la sepultura de Cristo, y en los Hechos de los Apóstoles se afirma que hombres piadosos cuidaron de dar sepultura a Esteban, en cuyas exequias hicieron gran duelo. Desde entonces, siempre que fue posible, los cristianos procuraron recuperar los cuerpos de sus mártires gracias a que la ley romana protegía el culto a los muertos. No obstante, durante la gran persecución de Diocleciano, algunas tumbas cristianas fueron violadas y los cuerpos lanzados al mar, lo que dio popularidad al cristianismo, precisamente el interés que mostraban sus seguidores hacia los difuntos.
En un principio, no hubo reparos en usar cementerios paganos para sepultar a los muertos. No obstante, hacia el siglo II comenzaron a construirse cementerios cristianos en torno a Roma, en las propiedades que creyentes adinerados cedían a la Iglesia, o bien también se dieron casos de cementerios privados pertenecientes a familias acomodadas. La labor de excavación de las tumbas fue llevada a cabo por especialistas denominados fossarii.
A principios del siglo III, estos personajes pasaron a convertirse en cuidadores de las necrópolis, recibiendo sueldos de los obispos romanos, loscuales se encargaron desde entonces de gestionar los lugares de sepultura.
En Roma hubo cementerios cristianos tanto subterráneos (catacumbas) como sobretierra. Las catacumbas comenzaron a excavarse hacia el año 150 por influencia de los hebreos, que habían hecho lo mismo tiempo atrás. Paralelamente a este interés por los sepulcros, se desarrolló el culto a los mártires, cuyas tumbas se conviertieron en centro de encuentro de los creyentes. También fueron muchos losinteresadosen que sus cuerpos se enterranran junto aquellos que habían dado su vida porla fe. Así fue como en los alrededores de Roma, ante el gran aumento de creyentes, comenzaron a excavarse galerías subterráneas para sepultarlos. Sabido es que la ley romana prohibía las exequias en el interior de la ciudad, y que los lugares más usados como cementerios eran los que flanqueaban las vías de acceso a la urbe. En 1956 fue descubierta, junto a la vía Latina, una catacumba en la que fueron enterradas tanto familias paganas como cristianas.
Los ricos propietarios de los campos vecinos fueron cediendo tierras a la iglesia, y los fassarii comenzaron su labor de acuerdo con una mínima planificación: se abría una escalinata por la que se accede a una sala. A ambos lados de la pared se abrían los nichos necesarios para las sepulturas, cerrados con ladrillos, losas de piedra o mármol. La altura normal de cada cavidad era de dos o tres metros, y la anchura de uno. Al ampliarse la excavación, podría darse el caso de contactar con otra catacumba (las catacumbas de Santa Priscila acabaron conectando con la denominada Capilla Griega). Inscripciones, lámparas de aceite, monedas, vasos de perfume o incluso juguetes se disponían junto al nicho para recordar al difunto.
Junto a los loculi, encontramos también en las catacumbas cámaras sepulcrales cubicula, donde una familia entera podía encontrar reposo en sarcófagos individuales situados junto a los muros de una sala rectangular. También destacan los deniminados arcosolia, nicos abiertos cuya parte superior forma una bóveda decorada ocasionalmente con pintura. Los arcosolia con mensa podían ser utilizados para celebrar la misa. Algunas de estas cámaras son de notables dimensiones, como la cripta de los Papas de las catacumbas de San Calixto, donde fueron sepultados los obispos de Roma durante el siglo III. En tiempos de persecución, podían ser usados para ceremonias religiosas y el culto a los mártires, aunque el culto normal era practicado en la ciudad.
Los fossarii, seguramente dedicados al cuidado de un único cementerio, podían llegar a ser artesanos que realizaban las incisiones de las lápidas o la decoración de los arcosolía. Cuidaban, además, de las tumbas y su corporación llegó a adquirir cierta importamcia en la sociedad cristiana. Hay documentos del siglo IV que hablan de su labor como vendedores de tumbas, aunque su posición acomodada concluyó a principios del siglo V, época en que muchas tumbas aparecen ya que superficie o en el interiorde las basílicas.
Las primeras catacumbas cristianas surgen a mediados del siglo II exclusivamente como cementerios. Su lejanía del centro urbano, su angostura y su humedad dificultaban su uso para otros menesteres, aunque eran frecuentadas por visitantes que deseaban rezar ante las tumbas de los familiares o de los mártires. Algunas celebraciones tuvieron lugar en la Capilla Griega de Santa Priscila, en las catacumbas de San Sebastián o en la cripta de los Papas de San Calixto, aunque esa no fuera su finalidad principal.
Como muchos de los terrenos donde se excavaron catacumbas fueron de donación privada, tomaron el nombre de los donantes, como las de Domitila, Priscila, Pretestato o Lucina. También otras denominaciones pueden indicar la presencia de restos de mártires (Santa Inés, San Pancracio, San Pedro- no el apostol- o San Marcelino). Las llamadas de San Calixto hacen referencia al diácono (luego para) que, a principios del siglo III, recibió el encargo de su gestión.
Las catacumbas de Domitila (también denominadas de los Santos Nereo y Aquileo), en la vía Ardeatina, están entre las primeras que fueron esxcavadas (hacia el año 150). Flavia Domitila, sobrina del emperados Domiciano, fue castigada con el exilio en el año 95 acusada de ateismo y usos hebraicos, lo que permite suponer sus creencias cristianas. Así, el terreno privado destinado a tumba de una familia pasó a convertirse, seguramente por cesión, en zona de sepultura de cristianos. En el siglo IV, se construía aquí una basílica semisubterránea dedicada a los Santos Nereo y Aquileo, asímismo sobre la tumba de ambos soldados mártires. La mala consistencia del tufo de esta catacumba, así como la existencia a poca progundidad de un estrato fangoso, obligó a no profundizar demasiado, sino a extender en horizontal la excavación. Lo más frecuente es encrontrar aquí dos pisos, y raras veces tres.
Las catacumbas de Priscila, en la vía Salaria Nueva, contienen la vripta de los Acilii Glabrio, uno de cuyos miembros, el cónsul Acilio Clabrio, fue efecutado en el 91 también por orden de Domiciano. Una de sus descendientes, la matrona Priscila, donaría este terreno, según la tradición, a la Iglesia Romana. En la llamada Capilla Griega se conservan
En el cementerio de San Calixto (vía Apla Antigua) encontramos la cripta de los Papas, lugar de sepultura de varios obispos de Roma desde Ponciano (fallecido en el 235) a Milciades, muerto en el 314. Cornelio, Gayo y Eusebio también fueron enterrados en otros lugares de esta catacumbas. Ponciano murió exiliado en Cerdeña, aunque sus restos serían trasladados a Roma. Se supone que el primer obispo fallecido en Roma y sepultado en la cripta en la cripta de San Calixto fue Antero, muerto en el 236. El periodo de tranquilidad correspondiente al reinado de Alejandro Severo debió facilitar la construcción de esta cripta. Las catacumbas de San Calixto se encuentran entre las más grandes de Roma, extendiéndose en cuatro plantas sobre un área de 120.000 metros cuadreados. Hoy día han sido explotados veinte kilómetros de galerías.
Culto a los mártires
Durante el siglo III, la Iglesia de Roma comenzó a preocuparse especialmente por los cementerios, así como por los mártires yu los obispos difuntos. Parece que el emperador Valeriano, en su persecuación decretada el año 258, ordenó confiscar los cementerios cristianos por considerarlos lugares de gran influencia entre los seguidores de la secta. El obispo Sixto II fue arrestarlo ese mismo año mientras se encontraba en algún cementerio, quizá en de San Calixto, lo que probablemente haga referencia a la prohibición de acceder a tales lugares.
En estos años comienza también, cerca de San Calixto, en las luego llamadas catacumbas de San Sebastián, el culto a los apórtoles Pedro y Pablo. Existían allí ya otras sepunturas no cristianas, incluso catacumbas hebreas, y ante la inseguridad provocada por la persecución de Valeriano se trasladan a la zona los supuestos restos de ambos santos, entonces depositados en la necrópolis vaticana y en la de lavía Ostiense. Esto dio lugar a que en las catacumbas axcavadas alrededor aparecieran numerosas inscripciones dedicadas a los dos apóstoles. Cuando llegó la paz definitiva con el Edicto de Milán, los restos fueron devueltos a sus tumbas originales.
La idea de que los cristianos, durante las persecuciones, se ocultaron en las catacumbas, procede de una nota del obispo Gayo (296). No obstante, y dado que su noticia hace referencia a la persecución de Diocleciano, se supone que en el texto hubo alguna manipolación posterior. Durante esta gran persecución no hay mención explícita de que los cementerios cristianos fueran confiscados. No obstante, se sabe que hobo algunas prohibiciones respecto al entierro y posterior culto a los mártires, lo que morivó que el obispo Marcelino, ejecutado en el 301, fuera enterrado en las catacumbas de Priscila, en lugar de en la cripta de los Papas. Se piensa que dicha cripta dejó de utilizarse a causa de la vigilancia que sobre ella ejercían los funcionarios imperiales.
La libertad alcanzada en el 313 dio lugar a la construcción de diversas basílicas sobre las catacumbas, donde fueron enterrados ya los obispos sucesivos. Hemos mencionado ya la Basílica Apostolorum o la de Nereo y Aquilio, aunque también destaca la de los Santos Pedro y Marcelino, unida a la tumba de Santa Elena. El culto a los mártires en dichos recintos se convirtió en un acontecimiento que atraía a gentes de toda Italia, según constata el porta Prudencio hacia el año 400. Algunas catacimbas que contienen estos restos son visitadas por grandes cortejos, lo que obliga a abrir nuevos accesos. También creció el deseo de enterrarse junto a ellos. En una inscripción del año 386 se lee Ellos obtienen una tumba junto a los despojos de los santos, cosa que muchos deseaban y pocos consiguieron.
Dámaso, obispo de Roma entre el 366 y el 384, participó activamente en la labor de remodelación de las catacumbas a efectos del culto a los mártires. Durante el siglo IV, se abrieron nuevas catacumbas, como las de vía Latina, en las que al parecer convivieron gentes paganas y cristianas. No obstante, ladisminución de la población de Roma y la dificultad que ofrecen las excavaciones profundas hizo que se optara cada vez más por tumbas sobre tierra o en las iglesias.
No sabemos qué efectos pudieron tener las invaciones de los visigodos y vándalos sobre las catacumbas. De todas formas, se sabe que durante la guerra entre ortrogodos y bizantinos, especialmente durante los años 537-8, hubo profanaciones en las galerías. En los cementerios de vía Salaria, lugar por donde huyeron los godos, quedaron destruidas numerosas lápidas. Con el tiempo, y a causa de la inseguridad reinante en la campiña romana, los restos de los mártires fueron trasladados a las iglesias de la ciudad y los cementerios suburbanos acabarían siendo abandonados. La invasión lombarda del año 756 prácticamente dio por concluido dicho proceso. A lo largo de los años venideros, los restos de los mártires que aún quedaban en las catacumbas siguieron siendo trasladados e incluso se convirtieron en materia de comercio, dada la necesidad de reliquias que tenían las nuevas fundaciones. Se sabe al respecto que no todas las reliquias que vendían eran auténticas, pues las supuestas de San Jacinto, llevadas a Selingenstadt, no pertenecían de seguro a dicho santo, pues su tumba fue hallada en 1845.
La Basílica y el Baptisterio
La basílica se destina a las reuniones dominicales. Pero, además del templo, comporta la residencia del obispo y sacerdotes, con sus numerosas dependencias. Tiene forma alargada, con tres o cinco naves, la central generalmente doble que las laterales. En un extremo de ésta se halla la puerta y en el otro el ábside, que marca la orientación del templo. Su planta suele ser semicircular, o también poligonal. La mirada en las primitivas basílicas se efectuaba a oriente, tomándolo de los paganos. Pero se le daba el significado evangélico: “yo soy la luz del mundo”. Al principio el pueblo miraba hacia el ábside y el sacerdote decía la misa dando cara a la comunicad de fieles y volviendo la espalda a la luz. Luego se invirtieron los términos: el sacerdote miraba a la luz, lo mismo que los fieles, pero como estaba de espaldas a éstos, la ceremonia religiosa empezó a encerrarse en el misterio.
Los techos son de madera y planos, lo que permite una mejor audición. Se usan materiales lujosos: mármoles y mosáicos. Al principio las basílicas no se abovedan. El tejado se dispone a dos aguas en la nave mayor y en vertiene sencilla en las laterales. La iluminación se conseguía con ventanas, que, por ser ampliar en la nave principal, proporcionaban a ésta una mayor luz, lo cual contribuía a acentuar el valor emocional de la calle central. Durante la noche el templo se alumbró por medio de luces (de aceite y cera) colocadas en discos de madera y arañas, colgados del techo, y por cirios dispuestos en candelabros en el prebiterio.
La basílica supone un culto sacrificial que acontece en el altar. Este se reduce a una mesa, forma que simboliza el banquete eucarístico, hasta el extremo de que algunos ejemplares tienen en la periferia unos semicírculos indicando el lugar para comer los participantes, cosa simbólica, en recuerdo de la Última Cena. No hay más que un altar, con lo cual se obitiene la unidad litúrgica. Para acentuar el valor del altar, se cubre con un baldaquino (ciborium).
El culto requiere un presidente de la asamblea: el obispo. Este tiene su sede en le tronos o cátedra, que está en el ábside. Esta disposición deriva de roma, del trono imperial. A los lados se sitúan los asientos del clero mayor. Un poco más hacia los fienes, y dentro de esta nave mayor, se sitúan los ambones o púlpitos. En el de la izquierda se lee el evangelio y en el de la derecha del oficiante, que representa a Cristo y a la luz. Hay otro pequeño espacio que se reserva para el clero manor o coro. Todo esto constituye el presbiterio. Cuando el templo guardaba las reliquias de un sato se arbitraba una cámara o cripta bajo el presbiterio.
Hay separación de sexos: los hombres se mantienen en el lado del Evangelio y las mujeres en el de la pístola. Sólo pueden penetrar en el templo los que han recibido el bautismo. Los catecúmenos, que están en periodo de preparación, asisten sólo asta el canon de la misa, ocupando un vestíbulo que hay detrás de la puerta (nartex). Como lugar de reunión de los fieles hay un atrio o patio porticado. Se cultiva muy poco el exterior del templo, de suerte que la fachada no muestra sino un muro plano con un frontón por remate.
Se discute el origen de la basílica. Se la cree derivada de lacasa romana, de la sinagoga y de las basílicas de culto oriental. Pero hoy prevalece la opinión de que es una trasposición de la basílica civil greco-romana. El cristianismo recibió ya logrado este tipo arquitectónico. No hubo sino una adecuación al culto. La basílica cristiana va a desarrollar un culto de interior y participación. En el edificio predomina el eje longitudinal y se obtiene lasensaión de movimiento hacia el altar. Las columnas guían la vista, pero también la planitud de los muros. El presbiterio queda enmarcado por el arco de triunfo, es decir, una gran arcada de medio punto, que viene a emular el efecto triunfal de los arcos conmemorativos romanos. Pero aquí el significado es religioso: es el triunfo de la Iglesia lo que quiere representarse. Hay, por lo tanto, un espacio-tensión, o espacio-camino, que será normativo en la arquitectura cristiana medieval. Y es la nave mayor el eje de mayor tensión, hasta el extremo de que las naves laterales actúan como meros pasillos. El pueblo tiende a aproximarse hacia el presbiterio con objeto departicipar de manera más activa en el culto. Eso determinará el desarrollo del crucero. Efectivamente, el muro se rompe por los lados a la algura del presbiterio, formándose una nave transversal. Es, desde luego, un resultado práctico, pero ello no impide que se derive un efecto simbólico, ya que se ha formado una planta en forma de cruz, de brazos desiguales, es decir cruz latina.
Las columnas sostienen establamento o arcos. Las paredes se cubren con mosaico, acentuando el valor deslizante del muro. La separación de exos llega a determinar un lugar ex profeso para la mujer: la tribuna, vasto espacio situado encima de las naves laterales. Con ello se reduce la luz en el templo, y para buscarla se hace preciso elevar el techo con objeto de abrir las ventanas en el trozo de muro que se sitúa sobre las columnas. El horizontalismo del templo empieza a quebrarse y augura un nuevo significado espacial, que se consumará en el estilo Románico: la verticalidad.
III - La etapa constantiniana
Con la Paz de la Iglesia en el año 313 comienza una época en la que se construyen numerosos edificios dedicados al culto cristiano, muchos de ellos bajo el patrocinio imperial, coincidiendo con la cristianización del Imperio Romano. Con anterioridad a estas fechas, se desconoce cuáles eran los lugares utilizados por los cristianos para el culto. Los evangelios y los Hechos de los Apóstoles señalan que se reunían en los “lugares altos" de las casas privadas. Al parecer, en Roma existían este tipo de lugares privados, denominados tituli. Los especialistas han convenido en denominar domus ecclesiae al hallazgo en Doura Europos (Siria) de lo que podría considerarse como la iglesia más antigua, decorada con pinturas murales, que se han fechado hacia el año 230.
La edificación monumental de iglesias comienza con las fundaciones imperiales de Constantino en Tierra Santa, Roma y Constantinopla. La basílica y el edificio de planta centralizada son las dos tipologías arquitectónicas que se consolidan en este momento y que perdurarán en la arquitectura cristiana.
La arquitectura constantiniana en Tierra Santa
La familia imperial constantiniana quiso dignificar el escenario de la pasión y muerte de Jesús en Jerusalén. La leyenda cuenta que fue santa Elena quien descubrió las reliquias de la Vera Cruz en la gruta del Gólgota. Constantino contrató los mejores arquitectos para llevar a cabo una majestuosa construcción que hiciera honor a la relevancia que dichos escenarios tenían para los cristianos. Con este patrocinio se erigió el complejo del Santo Sepulcro, importantísimo centro de peregrinaje a partir de aquel momento. Consistía en una rotonda levantada sobre la tumba, la Anástasis, comunicada mediante un patio porticado con una gran aula compuesta por cinco naves.
Otra gran construcción patrocinada por la familia imperial fue la iglesia de la Natividad en Belén (h. 333), destinada a conmemorar el lugar del nacimiento de Jesús. Concebida también como un gran centro de peregrinaje, esta iglesia contemplaba, en su parte oriental, un magnífico octógono, al cual se añadían un aula con cinco naves y, en su lado occidental, un patio porticado.
Edificios constantinianos en Roma
La dinastía constantiniana favoreció también un gran programa constructivo con el fin de magnificar las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, así como la de otros mártires en Roma. El primer templo construido fue el de San Juan de Letrán (312-319), al que se añadió un baptisterio, que fue posteriormente reedificado. No obstante, la obra más importante fue la construcción de San Pedro del Vaticano, erigida sobre la tumba del apóstol, en una antigua necrópolis, entre los años 320 y 340. En ella se consiguió fijar, de la manera más brillante, el tipo de planta basilical. Consistía en una enorme aula de cinco naves, unida a la cabecera mediante un transepto; el altar se situaba exactamente sobre la tumba de san Pedro. Sólo el ábside estaba abovedado, mientras que las restantes dependencias estaban cubiertas con una techumbre plana de madera. Este enorme conjunto se regía por el principio de subordinación y orientación de todas sus partes hacia el ábside, que constituye el núcleo principal del culto. Para la construcción de mausoleos y baptisterios se adoptaron como modelos los más variados tipos de edificaciones paganas centralizadas, como rotondas, construcciones octogonales o plantas en forma de cruz griega. Sin embargo, son nuevos unos edificios centrales que disponen en torno a un anillo interior de columnas una galería circular o poligonal, cómo en el mausoleo de Santa Constanza de Roma, construido bajo la protección de Constanza, hija de Constantino, entre el año 338 y el 350. Es éste un edificio circular, rodeado por un pórtico y precedido por un patio rectangular. El espacio interior está dividido en dos ámbitos concéntricos con doce parejas de columnas de capiteles compuestos. La bóveda está recubierta por un mosaico con la representación de la vendimia. En la pared opuesta a la entrada se hallaba el sarcófago de pórfido de Constanza (320-340), que en la actualidad se conserva en los Museos Vaticanos de Roma.
Hispania cuenta con uno de esos magníficos mausoleos en Centcelles (Constantí, Tarragona), relacionado con la arquitectura imperial constantiniana. Schlunk y Hauschild defienden que puede tratarse de la tumba de Constante, hijo de Constantino, asesinado en Ema.
Otros edificios cristianos de esta época o algo más tardíos son, por ejemplo, San Pablo Extramuros, construido con el propósito de magnificar la tumba de san Pablo en el cementerio de la vía Ostiense y terminado hacia el año 440. De igual modo, la iglesia de San Lorenzo y la de San Pedro y San Marcelino son iglesias cementeriales, edificadas con la intención de albergar los restos venerados de dichos santos y mártires. Son posteriores las basílicas romanas de Santa María la Mayor (352-366), Santa Sabina (422-432) y San Clemente, todas ellas organizadas según el esquema de una planta longitudinal.
Cabe destacar así mismo algunas construcciones constantinianas en Constantinopla, donde el emperador hizo edificar la iglesia de los Santos Apóstoles y su propio mausoleo. Otra iniciativa de arquitectura imperial es la que se desarrolla en Milán a instancias de Teodosio y del obispo san Ambrosio en la segunda mitad del siglo IV. Entre las iglesias que se construyeron se encuentran la de San Lorenzo (355-372) y la basílica Martyrium o de San Ambrosio, primera muestra del tipo de arquitectura octogonal para los baptisterios.
La perduración de las formas arquitectónicas paleocristíanas
Tanto las fórmulas arquitectónicas como la disposición de los espacios litúrgicos perduraron largo tiempo a pesar de la desaparición del Imperio Romano.
Ravena se convirtió en capital del Imperio Romano de Occidente en tiempos de Honorio; posteriormente, fue la capital del reinado ostrogodo de Teodorico, para convertirse, finalmente, en el siglo vi, en centro del exarcado bizantino del emperador Justiniano. Todo esto explica el gran número de monumentos importantes que allí se conservan. Entre sus edificios paleocristianos, de planta central, destaca el mausoleo de Gala Placidia (402-425), construido al final del nártex de la iglesia de Santa Cruz con el fin de albergar los sarcófagos del emperador Honorio, de Gala Placidia y de su esposo. La sencillez exterior del monumento contrasta con la riqueza decorativa de su interior a base de bellos mosaicos parietales de fondo azul oscuro.
La planta centralizada se mantiene en el baptisterio de los Ortodoxos, del primer cuarto del siglo y, copiado, a fines de dicho siglo, en otro edificio de esas características conocido como baptisterio de los Arrianos. Ambos conjuntos tienen una impresionante decoración de mosaicos, realizada en tomo al año 450, que continúa la tradición iniciada en el mausoleo de Gala Placidia.
En Hispania y en el Norte de Africa hay iglesias que presentan ábsides contrapuestos, como la iglesia de Casa Herrera (Badajoz, España) o la de Bellator (SbeÍtla, Tunicía). En estas mismas zonas geográficas existen iglesias con cabecera tripartita y un contracoro, como la iglesia de Candidus (Hafdra, Tunicia) o la de El Bovalar (Serós, España).
En Siria y Palestina se construyeron iglesias con cabecera tripartita, aunque a diferencia de las áreas geográficas anteriores, se reservan una o dos de las cámaras que flanquean el ábside como lugares para depositar las reliquias de los mártires. En Madaba (Jordania) se conocen más de veinticinco iglesias, de las que cabe destacar la de San Jorge o del Mapa, llamada así porque contiene un mapa de Tierra Santa que data del siglo VI, uno de los más antiguos documentos cartográficos de la humanidad.
En el Imperio Oriental fueron construidos también grandes centros de peregrinaje sobre lugares de culto martirial. En Siria destaca el santuario de Qalat Simán, dedicado a San Simeón el Estilita, que se erigió en el siglo y alrededor de la columna desde la que el santo predicaba. El espacio principal de este santuario fue concebido como un gran octógono, en cuyo centro se situó dicha columna, mientras los pies de cuatro edificios basilicales comunicaban con el lugar venerado. Además de esta fastuosa edificación, el complejo contemplaba en mejestuoso baptisterio al que se accedía por una enorme avenida porticada. En Egipto hay que señalar otro gran centro de estas características, el santuario de San Menas, lugar muy frecuentado por los peregrinos occidentales, a juzgar por el hallazgo de ampullae, botellas que contenían agua de San Menas. La más famosa de ellas es la amplulla que se conserva en la catedral de Monza (Italia).
Indice
INTRODUCCION
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Origen y fundamento de la Arquitectura Paleocristiana
ARQUITECTURA PALEOCRISTIANA
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Nacimiento y consolidación
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Tipologías y sistemas constructivos
Las Catacumbas
El culto a los Mártires
La Basílica y el Baptisterio
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La etapa constantiniana
La arquitectura constantiniana en Tierra Santa
Edificios constantinianos en Roma
La perduración de las formas arquitectónicas paleocristíanas
Bibliografía
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MARTIN GONZALEZ
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ROMERO GARCIA, Eladio: Las catacumbas de Roma. En Historia 16, 1991. Pág. 112-118.
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Enciclopedias
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Arte medieval. Alianza. Madrid. 1993
(Edicto dirigido por Constantino a su funcionario de finanzas Félix, fechado en Cartago el año 334).
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Enviado por: | Mariano Aguilera |
Idioma: | castellano |
País: | España |