Antropología


Antropología


INTRODUCCIÓN

Tema

Las permanentes referencias a la obra de Jean Jaques Rousseau en el conjunto de producciones discursivas actuales, obliga a un replanteo de las proposiciones del pensador suizo y su incidencia en las prácticas actuales, en la medida en que la citación de sus re-flexiones se produce obviando acríticamente el proceso histórico de producción, así como el de su recepción y reproducción en la actualidad.

Que los postulados establecidos por el filósofo y pedagogo tengan incidencia en el proceso de formación de ciudadanos dentro de un tipo específico de sociedad como la actual, hace necesario que se tenga en cuenta la permanencia y relevancia de las proposiciones rou-sseaunianas en la medida en que de la obra del mismo ha derivado en un complejo concep-tual que operativamente influyó en el proceso de legitimación del orden burgués. Ello impli-ca poner de relieve la operatividad política de tales proposiciones, por cuanto al hablar de u-na permanencia de los mismos no sólo se está remarcando la claridad conceptual que carac-teriza el pensamiento del ginebrino, sino también la funcionalidad histórica de su producción como elemento coadyuvante de las maniobras de institucionalización de un tipo particular de relaciones de producción y su consecuente organización social.

En efecto, las circunstancias en las que el filósofo y pedagogo produce su sistema de ense-ñanza no son comparables a las actuales, porque no son semejantes las circunstancias de e-mergencia de una clase social en las que se desarrolla la elaboración de las disquisiciones de Rousseau, que las de consolidación de la hegemonía de la misma, tal como se manifiesta en la actualidad. Las condiciones actuales, en las que la acumulación de riqueza y la consecuen-te concentración del poder en sectores sociales excluyentes son el resultado de un proceso histórico que tiene en la institucionalización de la praxis burguesa su fundamento y seguir-dad. Según lo expuesto cabe indagar, entonces, cuáles son los referentes sociohistóricos y culturales mediatos e inmediatos de la producción roussoniana, así como los grados rela-tivos de influencia de la misma en el proceso histórico posterior a su producción.

“El ser está históricamente determinado.” La asunción de esta proposición como modelo conlleva necesariamente la implicación de que, a lo largo de este trabajo, ha de aplicarse un aparato explicativo basado en el materialismo histórico, lo que involucra abandonar la con-cepción de que es la idea la que determina la vida material de los individuos, sino lo con-trario. En este sentido debe entenderse el concepto de complejo conceptual rousseaniano, por cuanto es el resultado de un trabajo humano material y social, cosificado en su expresión li-teraria, formato por el cual se reproduce y hace posible su reactualización. La tesis de Karl Marx puede servir como modelo y método explicativo para iluminar el proceso histórico me-diante el cual la obra de J.J Rousseau alcanza valoración práctica dentro del orden capitalista de producción y su correspondiente cultura.

Esto quiere decir que la emergencia de los planteos filosóficos y pedagógicos del pensador provienen de un desarrollo histórico en el cual pueden no sólo identificarse objetos, prácticas e ideas propias de ese periodo, sino, más específicamente, las percepciones de e interrelacio-nes entre tipos sociales específicos en un campo productivo y social formalizable.

En efecto, el desarrollo de una cultura está determinado por la evolución que sufren los me-dios materiales de producción y, en la medida en que este desarrollo resulta definido por las contingencias de tales medios, debe entenderse que la consagración de un tipo particular de práctica cultural es también la legitimación de un modo de producción de realidad, ya que la misma resulta una construcción social.

En tanto la realidad posee tal característica, resulta clave para los factores hegemónicos la le-gitimación de los mecanismos y métodos interpretativos de la misma. El enunciado en-cuentra su sustento en el hecho de que las circunstancias concretas en las que J.J. Rousseau despliega su producción pedagógica y filosófica se encuentran determinadas por el desarro-llo relativo de un sujeto social emergente, la burguesía, cuya posición dentro del campo de producción se caracteriza por una positiva acumulación de fuerzas. Estas proposiciones lle-van a decir que el desarrollo de sistemas pedagógicos se encuentra incurso en la dinámica propiciada por la dialéctica que motoriza las relaciones sociales en un período histórico de-terminado. Dicha dialéctica no sólo se manifiesta en función de la distribución de los medios de producción, sino también en el desarrollo de mecanismos culturales que promuevan la consolidación o el cambio de las condiciones materiales de existencia.

Producir y mantener un modelo pedagógico implica promover y consolidar un método de aprehensión de la realidad. La eficiencia del mismo estará determinada por los grados de ins-titucionalización que alcance y, de ello, dependerá su permanencia en el tiempo como praxis. Si, en efecto, la producción de tal método es el resultado del trabajo material de un sujeto so-cial, cuya identidad deriva de una posición dentro del proceso productivo, resulta conve-niente afirmar que la validez de los principios establecidos por J.J. Rousseau alcanzan su ma-ximización en la medida en que resultan funcionales a la burguesía. Que en definitiva sea es-ta clase social la que concluyó hegemonizando las relaciones sociales, como resultado de un proceso de acumulación, y que las ideas del autor hayan sido solidarias a la misma, como instrumento y método para la socialización de un modelo interpretativo afín, explica la per-manencia operativa de sus postulados.

ANÁLISIS HISTORICO DE LA PRODUCCIÓN CULTURAL

A los fines de este trabajo, se impone un análisis del proceso de producción y acumulación de un determinado capital simbólico que opera no sólo como compuesto pretextual de la o-bra de J.J. Rousseau, sino también como entorno cultural determinado por las contingencias del desarrollo de las fuerzas productivas y que manifiesta la emergencia de otra modalidad interpretativa de la distribución de los medios de producción y de las relaciones sociales que derivan de la misma, respecto a las maneras procedentes de la sociedad feudal que practican los factores ligados a la nobleza y el clero.

El desarrollo de un modo de entender la realidad es el resultado de las variaciones que expe-rimenta el equilibrio contingente de poder en un momento determinado de la historia, como consecuencia de las contradicciones propias de la distribución de los medios de producción. Estas disquisiciones lleva a definir a tal modalidad interpretativa como una”variable históri-camente dependiente”. Más específicamente, ello implica que los individuos interpretan la realidad de acuerdo a su tiempo y a la forma en que se presentan las relaciones de producción y socialización. Es decir, que tal modalidad no resulta de la intermediación de factores extra-terrenales, sino de la interrelación de individuos a partir de sus condiciones materiales de existencia. En efecto, la cultura expone estas variaciones por medio de la producción de ob-jetos, prácticas e ideas que entran en relación dialéctica en la medida en que las mismas son creaciones de distintos actores sociales en un momento histórico particular.

Según una clasificación de la Historia, las relaciones sociales han evolucionado de acuerdo con los estadios de la distribución de los medios materiales de producción, respecto de la e-volución de las fuerzas productivas. De ahí que los sucesivos pasos desde el esclavismo, pa-sando por las relaciones feudales, hasta la aparición y vigencia del orden capitalista no sean más que el resultado de un proceso de relocalización social del poder a partir de la propiedad de los medios de producción.

Si, en efecto, esto es verificable, cabe decir que la producción rousseauniana es una síntesis resultante de un proceso de producción y acumulación de un cuerpo particular de objetos, prácticas e ideas, derivados de un clima social particular, vigente en un tiempo y un espacio en los que la distribución de los medios materiales y simbólicos de subsistencia comienza a ser cuestionada.

Hacia el nacimiento de un nuevo hombre

La prosperidad de las ciudades y la de un tipo social particular, el burgués, incitan al desa-rrollo de nuevas formas culturales, desplazando a la nobleza de ciertos campos en las cuales ejercía su hegemonía. En efecto, en el caso particular de la cultura renace la praxis del me-cenazgo y con ello una heterogeneidad de creadores culturales comienza a desarrollar un conjunto de producciones que, con el tiempo, habrán de resultar fundamentales para la cris-talización de la dominación en manos burguesas.

El Rizzorgimento italiano es la expresión de estas apreciaciones. Con la reubicación del hom-bre en su existencia material se van produciendo fisuras en el orden estamental y la fractura de la concepción teocéntrica que sustenta el paradigma feudal. A los fines de este trabajo im-portan: el antropocentrismo y su concepción de la independencia de la ciencia de la natura-leza tanto de la autoridad de Aristóteles, como de la Biblia y de la Iglesia; así como el mo-delo científico de Galileo Galilei, el método analítico-resolutivo, que permitirá, entre otras cosas, una comprensión más acabada de los fenómenos naturales y su utilización práctica.

Es el sistema de intercambio generado por esta clase social particular el que permite el trán-sito de estos conocimientos hacia diversos puntos de Europa. Por este medio Johanes Ke-ppler e Isaac Newton conocerán el método de Galileo. La Inquisición censura la labor de éste y su extensión florentina, más no logra frenar su incidencia en la ciencia de otros países. En efecto, ingleses y franceses amplían el campo de las disquisiciones del italiano. Entre las figuras y concepciones más notables han de citarse a René Descartes en Francia e Issac Newton en In-glaterra, y el desarrollo del materialismo mecanicista en la primera.

Una aproximación somera establece las diferencias entre uno y otro pensador. En efecto, el primero de ellos participa de un modelo epistemológico hipotético deductivo, el segundo del empírico inductivo. La diferencia corresponde a la de los estadios evolutivos de sus entornos culturales, como consecuencia necesaria de los grados relativos de perfeccionamiento que detentan las relaciones de producción en uno y otro país.

La germinación de las ideas insufladas por el Renacimiento hacen eclosión en la liberación del hombre de toda atadura extraterrena. El nuevo modo de abordar los fenómenos naturales están en directa vinculación con las investigaciones de Galileo Galilei. En efecto, la aplica-ción del método experimental del italiano en investigaciones sobre fisiología animal en la A-cademia del Cimento (Florencia, 1657-1667) sienta las bases para el desarrollo de la concep-ción de que el mundo es una máquina, pero una máquina que se constituye a sí misma, por-que la materia de que está formada tiene en sí el principio del movimiento y de la vida.

Y una máquina también es el hombre, a la par de los otros animales a los que René Descartes había considerado como autómatas materiales, que se mueven sin necesidad de la ayuda del alma y viven y actúan en virtud de su simple organización nerviosa. He ahí los principales postulados que ordenan la enunciación de L`homme machine (1748) de Julien Offray De la Mettrie. En los mismos se encuentran los fundamentos del salto cualitativo más importante dentro de la praxis productiva: en efecto, al parangonar hombres y animales a partir de su condición de "máquinas" se está centrando el interés de las prácticas productivas sobre la "fuerza de trabajo" y su capacidad de generar riqueza.

Esta nueva forma de entender a los elementos de un proceso productivo debe encontrar su consolidación dentro de un complejo de objetos, prácticas e ideas. Efectivamente, en el cam-po de la legislación y de la política, el Iluminismo francés busca un nuevo principio de legiti-mación y constitución de la soberanía para frenar tanto el arbitrio de los príncipes como la li-cencia de las plebes. La fe en el poder de la razón engendra el ideal del despotismo ilustrado, es decir, consagrado y dirigido en su acción de gobierno no por la gracia divina, sino por la luz de la razón.

Es un Estado racional el que plantea Carlos Montesquieu en Sprit des lois (1748). Es ca-racterística la división de los tres poderes -legislativo, ejecutivo y judicial- sostenida por él como condición necesaria para que en el equilibrio de los mismos, y la consiguiente neutrali-zación de las ilegítimas pretensiones de cada uno, quedara asegurada la libertad del ciuda-dano. Se entiende por libertad, la facultad de hacer lo que se debe, como dominio de la ley de justicia, supuesto ideal del Estado

En la doctrina del despotismo ilustrado, junto con las exigencias de las reformas políticas y sociales requeridas por la razón, estaba implícita también la desconfianza de que el pueblo pudiera, por propia virtud, elevarse al grado de madurez espiritual requerido para actuar se-gún razón. En el liberalismo constitucional de Montesquieu, la “libertad del ciudadano” era, en cambio, un ideal que respondía a las exigencias de la burguesía, la cual consolidada en la vida económica, no pedía al Estado otra cosa que "laisser fair, laisser passer" y que no tra-base su acción acumulativa de riquezas, la cual redundaría en su legitimación social.

En tanto formulación, el libro de C. Montesquieu muestra la cristalización de una conciencia social de la burguesía y el carácter distintivo de la misma respecto a los demás “estados” de la sociedad francesa. No obstante la aparente justicia en la distribución de los deberes, dere-chos y garantías que enuncia, lo que en realidad emerge de la teoría es un proyecto de conso-lidación hegemónica por parte de la burguesía, en la cual la política, como hecho inherente a la existencia humana, cristaliza en una determinada forma superestructural que garantiza la traslación del poder hacia quienes detentan los medios objetivos a través de los cuales puede consolidarse una particular articulación social.

En tanto fermento de pensamiento, y fervoroso entrecruzamiento de corrientes de ideas, el tráfico de éstas de un lado a otro del continente, posibilita que la cultura tienda al transplante y desarrollo de conocimientos ajenos a los países huéspedes. Uno de los casos está consti-tuido por el empuje que dio al empirismo lockiano Etienne Bonnot de Condillac (1715-1780), autor de la obra Traitè des Sensations (1754). El sensismo gnoseológico que propug-na este autor constituye una fundamento de la concepción individualista del hombre del capi-talismo.

En efecto, cuando plantea “... me veo, me toco, en una palabra, me siento: pero no sé qué co-sa soy; y si ya he creído que soy sonido, sabor, olor, color, actualmente no sé más qué cosa debo creerme...” no hace más que desprender al hombre de su filiación trascendente y tender a un escepticismo metafísico que se expone en su conclusión de que “...el hombre no es na-da más que lo que ha adquirido...”

Este planteo transparenta los fundamentos de la propiedad privada, en la medida en que ésta es, precisamente, “lo adquirido” por el hombre durante la existencia material.

Etienne de Condillac aplicó la tendencia racionalista propia del iluminismo, otorgando má-xima importancia al razonamiento en la acción educativa. Dado que todas las facultades del alma, aun las más elevadas, no son más que sensación transformada, el niño, por el solo he-cho de ser capaz de sentir, es también capaz de razonar. El niño, por su propia cuenta, debe recorrer todas las etapas del camino seguido por los diferentes pueblos en la historia de la ci-vilización, pero con un ritmo mucho más acelerado.

La agudización de las contradicciones en el modelo producción feudal que aun subsiste en Francia va permitiendo una consolidación paulatina de la burguesía como clase social crista-lizada. Los cambios de paradigma en las diversas áreas del quehacer humano van exponen-do una etapa de transición en la cual se patentizan por un lado, la contracción de las prácticas productivas tradicionales y la degradación de su mecanismo cultural, y, por el otro, la emer-gencia de un proceso de consolidación de un nuevo episteme para explicar las formas en las que se manifiestan las novedades productivas y sociales.

No obstante ello, la presencia de percepciones residuales hace posible que se perfile final-mente una corriente de pensamiento que, aun sosteniendo la necesidad de liberar la vida mo-ral y social de todo vínculo eclesiástico, exige, si no un fundamento propiamente religioso de la ética, una conexión entre la conciencia del deber y las creencias de la religión natural que den a la ley de justicia y de amor eficacia ejecutiva. Es el deísmo, que se presenta como au-xiliar y sostén de la actividad moral.

El representante de esta dirección fue Voltaire (1694-1778). La creencia en la existencia de Dios y en la inmortalidad del alma es necesaria por razones morales, aun cuando no sean su-ficientes para sostenerla plenamente, las razones teoréticas que aduce el optimismo para de-mostrar el presunto orden perfecto y la finalidad providencial del universo. Cuando más gra-ves parecen las anomalías y las miserias, cuanto más urgente es la lucha contra los males y las injusticias de la vida, tanto más necesario es tener aliento y energía en la fe de un Dios aún misterioso, que está fuera del mundo y no actúa sobre él, pero que vigila, sobre nuestras voliciones, sentimientos y nuestros actos, y premia o castiga en formas inaccesibles a nuestro intelecto. Un Estado de ateos no puede mantenerse. “Si Dios no existiera, habría que inven-tarlo; pero la naturaleza entera nos grita que Dios existe...” es la proposición que sostiene su discurrir en Candide au de l`optimiste(1756).

Hay, en este sentido que prestar atención al detalle del mantenimiento de la figura de la mo-ral, la cual debe entenderse no en términos abstractos, sino como una práctica social especí-fica. Ciertamente, el concepto deriva del sustantivo latino mos que se traduce por costumbre y al que en de la cultura romana se le aditaba el genitivo posesivo maiorum. La articulación de ambas expresiones puede traducirse como “costumbre de los mayores”, la que, puesta en su condición de praxis social, debe entenderse como ejercicio de un tipo específico de domi-nación de un grupo social sobre otros y en ello radica la necesidad de conservar un tipo particular de figura que opere como justificación regular de una práctica específica. El cam-bio de un modelo de producción y su cultura consecuente ha de realizarse sin desmedro de la actividad de dominación, lo que equivale a decir que “la costumbre de los mayores” ha de seguir manteniéndose, lo único que mutará será la identidad social del sujeto que la ejerza.

Hacia la legitimación del nuevo hombre

La existencia de nuevas condiciones objetivas en la infraestructura hace posible la necesaria mutación de las condiciones superestructurales. Efectivamente, la evolución de las prácticas productivas se enmarca en un proceso histórico en el cual las formas tradicionales de extrac-ción de riqueza van cediendo lugar a otras nuevas y, como necesaria consecuencia, se impo-ne la emergencia de nuevos actores y roles dentro del proceso productivo. Esto engendra una original forma de articulación social para la que se hace necesario también la existencia de nuevas regulaciones que confirmen legalmente la distinción social que se produce como re-sultado de la permuta de un medio de producción por otro. La antigua adscriptio glebae cede su paso al hombre libre, liberado de la tierra y constituido como sujeto potencial en la me-dida en que su fuerza de trabajo ya no constituye un componente adicional de los bienes que se enfeudan, sino, por el contrario, su propio capital, es decir, su mercancía, mediante la cual habrá de consolidar su libertad, en tanto ésta retoma la antigua condición con la que el dere-cho romano dotaba al cives.

En efecto, desde las Leyes de las Doce Tablas el ciudadano nacía libre por el hecho de acre-ditar descendencia de un progenitor que exhibiera la misma condición, la cual implicaba una existencia material determinada por la capacidad de acumular riquezas que constituían el pe-culio, y su condición aborigen, de los que dependía su ubicación en la estructura social. Que un ciudadano fuera patricio o plebeyo no sólo estaba en relación con los vínculos agnaticios con los que se presentaba al mundo, sino también en su capacidad de formar familia, testar y alienar sus bienes. La libertad para las leyes romanas no era una abstracción, por el contra-rio, estaba en directa relación con la capacidad posesoria del individuo. De ello se derivan las penas que imponía la justicia, entre las cuales figuraban la confiscación de los bienes y el destierro, las que constituían la muerte civil de individuo, que es lo mismo que decir, la ena-jenación de su condición de sujeto.

Según lo expresado cabe hacer una diferencia entre dos categorías necesarias, a saber: in-dividuo y sujeto. Ciertamente, es durante la consolidación burguesa como clase social hege-mónica en la que adquieren importancia estas categorías, porque establecen claramente la distinción arbitraria entre los hombres. Un individuo es simplemente un ejemplar de la especie humana que no dispone de una cualidad identificatoria respecto a sus semejantes; esto es así, porque carece de localización dentro de la práctica productiva. Solamente mediante su ubicación específica dentro de un mecanismo de producción alcanza la cualidad de sujeto, en tanto su posición establece una cualidad particular que los distingue dentro del concierto productivo, vale decir, que le confiere un status, el cual está determinado por la capacidad relativa del sujeto para producir riqueza.

Estos conceptos son claves en la medida en que resultan operativos para interpretar y expli-car: a) la contradicción que se entabla entre individualidad y colectividad y el desarrollo de los mecanismos superestructurales, es decir, la formulación de un conjunto de leyes que abalan un modo de producir específico y la cultura que surge a partir de ello; y, b) la conformación de aparatos de reproducción e institucionalización de tal modelo productivo y la distribución social derivada del mismo, como son los casos de la articulación de la nueva clase social hegemónica con el clero, el desarrollo de la “educación pública” y los mecanismos reproductivos que surgieran de la evolución de la tecnología.

El desarrollo de una cultura no subyace en el "espíritu del pueblo" como pretende la concepción idealista, sino en un modelo particular de producción. De acuerdo con Antonio Gramsci, una cultura no existe como un fósil, sino como dinámica, esto se debe a que depende de la evolución de las condiciones materiales de existencia. Ello implica que la cultura transparenta en su desarrollo la evolución de una dialéctica material y no espiritual, en tanto es el fruto de contingencias económicas y sociales, por cuanto su desarrollo como aparato de producción se encuentra ligado a los menesteres que surgen de la propia existencia de la sociedad. Si, al momento de la emergencia de la burguesía como factor dominante ya se observa un cambio tanto en los mecanismos de producción, como en las formas que adopta la elaboración cultural, entonces, se hace necesario la creación de nuevas instituciones políticas que contribuyan a consolidar y acelerar el proceso de traslación de la hegemonía de un sector a otro. Este tipo de conciencia es movilizado por una necesidad, a saber: la síntesis de la contradicción entre individualidad y colectividad, por cuanto de la misma debe surgir un mecanismo que legitime un estado particular de las relaciones de pro-ducción y la distribución social que deriva del mismo.

LA LEGITIMACION BURGUESA

(O LA CONSAGRACION DEL INDIVIDUO)

La sociedad como tal se produce por la convergencia de un conjunto de individualidades, lo que implica una heterogeneidad de intereses que, si se persigue con ello la preservación de u-na articulación particular de los miembros de un grupo, se hace necesario organizar. Tal desarrollo no es el resultado de la intermediación de factores ajenos a la vida material y a las necesidades que la propia existencia genera. En efecto, la organización de un grupo de individuos y su transformación en sociedad se lleva cabo solamente a partir de un determinado tipo de distribución material preexistente. Ello implica la constitución de criterios particulares de articulación en torno a principios que de modo alguno parten ex nihilo, sino que derivan de un elemento básico: la distinción que propicia la tenencia de determinados elementos materiales y/o simbólicos.

No hay sociedad si antes no se ha establecido un modelo particular de producción, lo que im-plica una modalidad concreta de distribución de los medios de subsistencia y, consecuente-mente, una distribución social conforme a la distinción que se engendra entre los individuos como producto del rol específico dentro de tal esquema. He ahí el principio fundacional de la categoría de sujeto y la heterogeneidad de intereses que se persiguen. De ello deriva el menester de establecer un “contrato” entre las voluntades particulares, es decir, un mecanis-mo que garantice el desarrollo armónico de las partes, salvaguardando sus estados propios por medio de una “voluntad general”.

Ello implica, para Jean Jaques Rousseau, “... encontrar una forma de asociación que defienda con toda la fuerza común la persona y los bienes de todos sus asociados; por lo cual cada u-no, uniéndose a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre co-mo antes.” Persona y bienes integran una unidad básica, de donde resulta el axioma de que la propiedad privada es natural al individuo humano.

Para la observancia y la conservación de los mismos resulta conveniente que, en el nuevo marco planteado, se concrete la existencia de un arbitro supraindividual, cuya autoridad radi-ca en la voluntad general expresada en el “contrato social” que establecen las partes y que constituye el basamento del “Estado”. Efectivamente esta entidad se erige como una cons-trucción tendiente a garantizar el ejercicio de laisser fair, laisser passer, lo que implica la desacralización de la autoridad consagrada en una persona, tal como lo propugnaba el abso-lutismo monárquico. El individuo humano, dotado de la “natural propensión a la propiedad privada”, por cuanto es él mismo quien resulta el portador de la libertad y la razón como “propiedades inherentes”, es el eje sobre el cual gira el contrato social, en tanto, solamente dentro de este marco, el mismo conserva su soberanía, la que deriva del mito de un indivi-dualismo creador desde sí mismo y de la realidad social.

“Puesto que ningún hombre está investido de ninguna autoridad natural sobre sus se-mejantes, y puesto que la fuerza no crea ningún derecho, sólo nos quedan las convenciones como base de toda autoridad legítima entre los hombres...” En la teoría política de J. Rou-sseau existen dos conceptos que, tomados por separado, conformarán la base de la doctrina liberal: Estado y sociedad. La soberanía reside en la sociedad y ésta se extiende como una a-gregación de voluntades individuales para constituir la “voluntad general”; su órgano sería el poder de legislar, vale decir, de interpretar la ley natural y convertirla en ley civil.

El proceso interpretativo al que se alude no es más que la institucionalización de un modelo hermenéutico que se sostiene y explica por medio de una figura ya internalizada por la prác-tica comercial: el individualismo “posesivo” y su modelo de sociedad basada en las prácticas del mercado. De este modo, el modelo de sociedad será entonces, “... el comercio que cada cual realiza con su semejante al asociarse...” Como la “propiedad privada” es una ley natu-ral que se expone por medio de la práctica, se hace necesario que ésta alcance su legitima-ción civil por medio de un poder regulador que, en definitiva, constituya un aparato coerci-tivo, cuya finalidad es la conservación del factor dominante. De esta forma, el Estado se constituye en la cristalización de la hegemonía de una clase particular sobre las otras.

Apuntes sobre El Contrato Social

La aplicación de un nuevo modelo de producción trae consigo una reconceptualizacón de las relaciones sociales, como las categorías por las cuales se caracteriza a los sujetos. En efecto, durante el régimen feudal no podía hablarse de un sujeto, por cuanto los individuos no eran considerados como tales, sino como parte integrante de la parcela de tierra que se enfeudaba, de tal modo que, junto con animales y todo lo adherido al suelo, el hombre constituía un con-junto de medios para la subsistencia del orden estamental. El enunciado que establece que “... todo hombre nace libre y, sin embargo, en todas partes se encuentra encadenado...” sin-tetiza la realidad de individuo perteneciente a la adscriptio glebae, en tanto ostenta la condi-ción de individuo, es decir, sin el atributo de una cualidad que lo distinga respecto a los de-más dentro de un esquema productivo. Por lo mismo nace libre, aunque el proceso de pro-ducción feudal lo “adhiera” a la tierra que es, en efecto, el único medio que otorga juricidad a su existencia.

La conclusión de que “... el orden social... no es un derecho natural: de lo cual se colige que está fundado sobre convenciones...” desestructura la percepción basada en el criterio celes-tial de la organización feudal, desautorizando la interpretación religiosa y nobiliaria del or-den basado en estamentos. En efecto, al desvelar la “naturaleza” libre del individuo y desa-cralizar un orden instituido, se expone un nuevo modelo de interpretar la realidad, como re-sultado de un complejo de prácticas de producción cultural que tienen su asidero en el pro-ceso de emergencia de la burguesía como factor social. Ciertamente, el “individuo”, como entidad unipersonal artífice y rectora de su propio destino, es el discurso que proviene de la praxis comercial que consolida a esta clase por la acumulación de riquezas.

Esta individualidad es el sujeto del mercado, cuya realidad económica y social se basa en el libre intercambio de bienes, a partir de un convenio previo sobre la naturaleza y valoración de las mercancías. Si, como se expone, el individuo permite, mediante su actividad transac-tiva, el desarrollo de actividades sociales específicas, resulta obvio que el resto de las activi-dades humanas provengan de esa misma actividad. De esta forma, la deidad y la articulación estamental carecen de validez para explicar el nuevo proceso económico y social, a partir del cual se debe articular una sociedad basada en los presupuestos de naturalidad de la libertad y la igualdad humanas.

A partir de estas disquisiciones la familia, que otrora constituía una entidad sacramental in-vestida por el culto religioso, se desvela como unidad arbitrariamente constituida a partir de una necesidad concreta. Este tipo de razonamiento lleva a plantear que lo que el derecho ro-mano denominó la constituyente básica de la res publica, puede constituir un modelo analó-gico de la sociedad en la medida en que ambas provienen de orígenes similares. En efecto, en tanto la articulación de un complejo de voluntades heterogéneas es el resultado de una necesidad colectiva objetiva, como es el caso de la preservación, la sociedad opera con las mismas constantes que rigen las relaciones familiares, ya que las mismas proceden de una voluntad individual que se expone en la libre asociación y/o mantenimiento de lazos parti-culares.

La necesidad de cristalizar un modelo con el fin de explicitar los procesos arbitrarios en los que se basan las relaciones sociales proviene del proyecto de sintetizar la contradicción que se desarrolla entre la natural libertad que posee el individuo y la construcción arbitraria con la que se expresa la sociedad como conjunto de individualidades organizadas en pos de un objetivo concreto. Un modelo de superación lo constituirá el “... encontrar una forma de aso-ciación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada aso-ciado...” Debe notarse la apelación a la persona y los bienes de cada asociado, porque en ella se encuentran ya los componentes del imaginario social burgués, en tanto en el mismo resulta indisoluble, ya que constituyen rasgos inherentes a su realidad existencial.

La forma de asociación establecida en el contrato colectivo adquiere su existencia “legítima” en la voluntad que se expresa mediante la representación consagrada en asamblea. “La per-sona pública que se constituye así, por la unión de todas las demás, tomaba en otro tiempo el nombre de Ciudad y hoy el de República o cuerpo político, el cual es denominado Estado... En cuanto a los asociados, éstos toman colectivamente el nombre de pueblo y particularmen-te el de ciudadanos como partícipes de la autoridad soberana, y súbditos por estar sometidos a las leyes del Estado...”

Esta construcción arbitraria, no es más que el objetivo estratégico de la burguesía en su lucha por hegemonizar las relaciones sociales. Ciertamente, la categoría de “súbditos” por someti-miento a las regulaciones establecidas por la autoridad pública, no es más que una prolepsis de lo que en efecto constituirá el “ciudadano” dentro del Estado burgués, en la medida en que, de la misma manera en que “el cuerpo político” es una ficción, la soberanía de los suje-tos sometidos al imperio de la ley no será más que un aspecto formal, detrás del cual opera la voluntad de los factores dominantes.

Los conceptos vertidos alcanzan su justificación en el enunciado de que la “... transición del estado natural al estado civil produce en el hombre un cambio muy notable, sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moralidad que antes carecía...” Los términos subrayados tienen una íntima vinculación en la medida en que un concepto a-cude solidariamente en apoyo del otro y viceversa. En efecto, el desconocimiento del proce-so histórico y la preexistencia de artefactos jurídicos, como los derechos romano y canónico, del mismo modo que de moralidades anteriores, implican hacer de la evolución de los me-dios de producción y las consecuentes distribuciones sociales una tabula rasa, es decir, esta-blecer, conforme al nuevo modelo productivo, una nueva moral y una nueva justicia basadas en una particular modalidad interpretativa en la que el “derecho a la propiedad privada es na-tural”.

Esto implica un salto cualitativo a nivel hermenéutico respecto al axioma fundante de una lógica, pero no así en la percepción de los conceptos subrayados. La moral, como ya se ex-plicó, es una práctica y, tanto su calificación, como los medios para su institucionalización, deriva de las necesidades de un actor social concreto. La mos maiorum no es otra que la expresión de la práctica de dominación que ejerce cierto sector poseedor de los medios de subsistencia sobre los otros (como es el caso del patriciado romano, o de los grandes señores feudales). La justicia es la formalización de este tipo de prácticas y, como elemento superes-tructural, consolida un estado particular de la distribución de los medios de producción y su correlato social. De esta forma, la iustitia constituye un sistema cuya finalidad es consolidar y consagrar por medio de un complejo de racionalizaciones una praxis económica y social específica.

Justicia y moral constituyen las premisas básicas sobre las que se funda el Estado burgués. De ello se deriva que “... el hombre pierde su libertad natural y el derecho ilimitado a todo cuanto desea y puede alcanzar, ganando en cambio la libertad civil y la propiedad de lo que posee. Para no equivocarse a cerca de estas compensaciones es preciso distinguir la libertad natural, que tiene por límites las fuerzas individuales de la libertad civil, circunscrita por la voluntad general y la posesión, que no es otra cosa que el efecto de la fuerza o del derecho del primer ocupante, de la propiedad, que no puede ser fundada sino sobre un título posi-tivo.” Como puede desprenderse de la vinculación de los términos resaltados, los primeros marcan claramente la negación del orden feudal como modelo económico y social y, los se-gundos, exponen la consagración del Estado como entidad supraindividual, encargada de “legitimar” lo que es el fundamento de la sociedad burguesa. Libertad individual, propiedad privada y Estado legitimador son los basamentos que otorgan coherencia al andamiaje opera-tivo de la lógica capitalista.

El hecho de que “... la voluntad general puede únicamente dirigir las fuerzas del Estado de acuerdo con los fines de su institución, que es el bien común; pues si la oposición de los intereses particulares ha hecho necesario el establecimiento de sociedades, la conformidad de esos mismos intereses es lo que ha hecho posible su existencia...” pone en evidencia “los valores” de la sociedad burguesa. Ciertamente, bien común, libertad, propiedad, igualdad, fraternidad constituyen la exaltación del discurso de una clase social que necesita de una u-nión táctica con el tercer estado francés con vistas al objetivo estratégico de la expropiación del poder.

Cada uno de estos enunciados son de naturaleza general y por sí solos no expresan nada, si no se los pone en relación con una circunstancia histórica y un sujeto enunciador particular. Consecuentemente, el acto de enunciación entraña un complejo de percepciones relativas a las relaciones que una entidad tiene con el medio y sus semejantes; de ahí que asuman las connotaciones que la propia experiencia material y social ha forjado. De he hecho, la percepción de los conceptos no tiene una igual interpretación entre los miembros de la burguesía, como dentro de los desposeídos, razón por la cual la operación de selección y reproducción de los mismos obedece a criterios predeterminados con arreglo a objetivos específicos.

La superación del orden estamental es posible sólo si la correlación de fuerzas es favorable a la clase social emergente, por ello es necesario que todo un complejo simbólico se movilice con vistas a la instauración en el imaginario social del tercer estado de un modo particular de percibir las relaciones hegemónicas. Estas explicaciones alumbran desde otra perspectiva las motivaciones que configuran los constituyentes basales del “contrato social”, en tanto la i-gualdad es una expresión vana, por cuanto si se tiene en cuenta que la propiedad es na-turalmente propia al individuo y que sobre esta relación se articula la legitimación de la ena-jenación de los medios de producción, resulta improbable que el tercer estado pueda parti-cipar del bien común.

Estas sucintas disquisiciones permiten trazar en perspectiva un modelo de hombre que ya no depende de voluntades extraterrenas. Concretamente, el hombre de Jean Jaques Rousseau es el “hombre moderno”, surgido de una nueva conceptualización del mismo, ya no como in-dividuo adherido a la unidad de producción, sino como unidad autónoma, gestora de su pro-pio desarrollo mediante la comercialización de su propia fuerza creadora de valor. El pasaje de individuo a sujeto tiene su razón en la reificación de su propia capacidad para generar ri-queza. El trabajo, que en la sociedad estamental constituía un valor de uso, se transforma en valor de cambio, con lo que se garantiza su futura sumisión al orden del capital.

En la medida en que su fuerza de trabajo es susceptible de enajenación, ingresa a las relacio-nes sociales de mercado y su consecuente rexión por las leyes de la oferta y la demanda. El hombre moderno de J.J. Rouseau es el “yo y sus circunstancias”, una individualidad cuya ú-nica posibilidad de subsistencia radica en la sumisión a las dinámicas de extracción de plus-valía, lo cual implica que las relaciones hegemónicas no han sido clausuradas; por el con-trario, lo único que se ha producido es una traslación de los atributos de la dominación, como consecuencia de una redistribución de los medios de producción.

LA REPRODUCCION BURGUESA

(O LA CONSAGRACION DEL NUEVO ORDEN)

Explicitados los fundamentos de la exposición rousseauniana, es preciso establecer que la sola existencia de una producción material y simbólica por un sujeto en un estadio de la evo-lución de los medios de subsistencia no garantiza su supervivencia. Efectivamente, la emer-gencia de la burguesía como factor social constituido y en pugna por la hegemonía no es un movimiento cuyo desarrollo no encuentre una reacción; precisamente, el hecho de que se en-cuentre en pugna presupone la existencia de un elemento reactivo que pretende mantener un estado determinado de la distribución de la riqueza y la distinción social que deriva de la misma. Una visión somera establece dos campos objetivamente confrontados en un punto: por un lado, la burguesía y su posición revolucionaria, por el otro, la nobleza y su condición conservadora.

En esta relación dialéctica toda detentación de la dominación es contingente en la medida en que el ascenso de una parte no presupone la muerte de la otra, sino, más bien, la posposición temporal de sus pretensiones, y esta situación se exacerba si uno de los factores no logra cristalizar un aparato específico que permita no sólo la propagación de su modelo interpreta-tivo de la realidad, sino también su reproducción, la cual es, en efecto, la única garantía de subsistencia. Esta conciencia cruza la totalidad de la práctica material y simbólica de los in-telectuales burgueses. Naturalmente, Jean Jaques Rousseau no es la excepción.

La hegemonía es una práctica social cuya expresión fenoménica es la relación asimétrica en-tre los factores participantes; el equilibrio de la misma es de condición homeostática ya que el principio de acción y reacción que fundamenta la relación dialéctica le otorga una carac-terística dinámica, lo que hace posible el desarrollo permanente de medidas y acciones ten-dientes al mantenimiento o no de tal equilibrio.

Un estado u otro de la relación depende de los grados relativos de acumulación de fuerzas que alcanza cada uno de los factores, y el conocimiento de este principio hace posible que la acumulación opere como necesidad estratégica con relación al mantenimiento de una deter-minada distribución de poder. Es ahí donde resulta conveniente el desarrollo de una peda-gogía específica que haga posible la institucionalización de un conjunto de objetos, prácticas e ideas en el seno de los individuos asociados por contrato. He ahí el origen de la “facultad y obligación inalienables del Estado de impartir educación a todos los habitantes de la nación”.

Apuntes sobre El Emilio

Efectivamente, el Estado, constituido sobre la base del contrato y como órgano de la “volun-tad general”, representa la instauración y la valoración de la libertad individual. De acuerdo con lo expresado “libertad individual” debe entenderse a partir de una óptica particular, que es la de quien enuncia, debe percibirse no como un enunciado aislado, sino como la expre-sión de un episteme, es decir, un complejo de percepciones y/o saberes cristalizados o en de-sarrollo respecto a un fenómeno, como es el caso de la distribución de la riqueza y su corre-lato social.

Ello implica una maniobra con vistas a la socialización de tales conocimientos, lo que hace necesario un cuerpo conceptual y empírico que tienda a la instauración de una modalidad in-terpretativa particular, el cual no es más que un mecanismo productor y reproductor de la misma. Las calificaciones señaladas están vinculadas con objetivos puntuales respecto al mantenimiento de un orden económico y social. Esto es así porque la educación, tal como la imagina J.J. Rousseau y la actualidad, tiene un carácter funcional con relación a una articu-lación jerarquizada de las relaciones sociales.

En efecto, cuando expresa que, obligados “... a combatir la naturaleza o las instituciones so-ciales, hay que decidirse a formar o un hombre o un ciudadano; puesto que no puede hacerse lo uno y lo otro a un mismo tiempo...”, hay que detenerse en la relación hombre natural / hombre cultural o ciudadano, por cuanto la diferencia entre uno y otro está dada por la evo-lución de un conjunto de individuos, a partir de una organización resultante del desarrollo de formas de producción que establecen correlativamente una organización social. El hombre natural es el individuo, es decir, el que no posee las cualidades que lo distinguen de sus con-géneres a partir de un status, consecuencia de un rol dentro de un esquema de producción. El hombre cultural es el sujeto, o sea, quien ha nacido en una cultura dada, es decir, en una ins-tancia de la evolución de los medios de subsistencia en la cual ya dispone de un status que lo distingue socialmente. La estabilidad contingente que tal condición expresa viene dada por su capacidad para auto gestarse y desarrollarse dentro de un marco histórico dado. Si éste es el paradigma de la sociedad burguesa, es lógico que se oponga al primero, en la medida en que aquél es el hombre feudal y el segundo el hombre nuevo, consecuencia de su propia ins-titución conforme a su capacidad de producir riqueza.

Este hombre cultural es el hombre burgués, es decir, el hombre que ha nacido en una instan-cia histórica particular, que es la de la cristalización de una clase social y todo el complejo de prácticas materiales y simbólicas que le son propias. Un sujeto nacido a partir de la muerte del individuo, el que habrá de refrendar el “contrato social” por el cual se articularán los ins-trumentos que hagan posible la legitimación de un modelo de interpretación de las relaciones económicas y sociales.

De acuerdo con lo expresado, resulta evidente el objetivo hacia dónde apunta la "educación natural", que el filósofo pretende impartir a su pupilo en El Emilio, más aún cuando el edu-cando es un niño, el hombre futuro para quien vivir en un medio, donde la propiedad privada ya se “ha naturalizado” por medio de una práctica efectiva, resulta precisamente natural. A e-llo apunta cuando señala que: “...La naturaleza quiere que los niños sean niños antes de ser hombre. Si quisiéramos invertir este orden, produciríamos frutos precoces que no tendrían madurez y sabor y no tardarán en corromperse...” En la segunda proposición deben notarse los términos subrayados, porque están presentes tres conceptos que marcan claramente la e-xistencia de un modelo que se articula en función de la idea de un proceso de acumulación en contraposición a otro de carácter forzoso.

Es la niñez la materia prima de cuya manipulación habrá de producirse un sujeto, en un nue-vo marco histórico. En este proceso tiene importancia la acumulación, en un periodo de tiem-po determinado -la niñez-, de un complejo de conocimientos que operan tanto en calidad de capital simbólico, como de soporte lógico de las operaciones de racionalización, que hacen posible la homogeneización de un tipo específico de cultura, derivada de un estado particular de la evolución de los medios de subsistencia. Ello implica que el proceso de educación es, en realidad, el de la performación del espíritu infantil como una tabula rasa, en la cual se inscriben las ideas “naturales” que el educador estima como tales. En esta interpretación en-cuentra sentido los siguientes postulados: “...el niño sólo debe hacer lo que él quiere; pero debe querer solamente lo que vosotros queréis que haga, y no debe dar un paso que vosotros no hayáis previsto; no debe abrir la boca sin que vosotros sepáis lo que está por decir... Ha-ced que crea siempre que él es dueño, aunque debéis serlo siempre vosotros. No hay sujeción más perfecta que la que conserva la apariencia de la libertad...”

Lo que expresan estos enunciados constituyen los postulados fundantes de la acción pedagó-gica que asume precisamente el Estado, al instrumentar la socialización de la lecto-escritura como componente básico del proceso educativo. Ciertamente, la actividad performativa que impone este programa es la materialización de una voluntad que se articula a partir de la ne-cesidad de construir un marco de legitimación por uso de un complejo de objetos, prácticas e ideas, “naturalmente” coherentes con la posición del sujeto que las imparte. La pretensión o-culta tras este programa es el desarrollo del hombre y del ciudadano, es decir, el sujeto dual en el que conviven una entidad de producción y otra política, cuya sumisión al orden arbitra-rio, establecido “por contrato”, no es otra cosa que la “obediencia espontánea” a la lógica que articula un estado particular de producción y organización ínter subjetiva.

Tal obediencia no es otra cosa que el resultado de la tarea performativa del sistema pedagó-gico, gracias al cual la “libertad” del individuo no es otra cosa que un concepto vacío, en la medida en que la misma es un ejercicio conciente e inconscientemente cooptado tanto por el régimen legal que regula las relaciones productivas y sociales, como por los mecanismos in-ducidos a través del proceso educativo. El hecho de que el niño deba ser educado para ser un “buen ciudadano” comporta la necesidad de que deba ser aislado transitoriamente de la so-ciedad, la cual obedece al precepto de que el alma del educando debe ser purificada y libe-rada de los “ídolos” que obstaculizan la vida social, tal como está constituida de hecho. Tal necesidad es, más bien, ideal y está en relación con el postulado de que el infante ha de ad-quirir cierta experiencia por medio del contacto con los elementos que naturalmente lo afec-tan con el propósito de “... que sienta... el duro yugo de la necesidad que... vea esta necesidad en las cosas, nunca en el capricho de los hombres; que el freno que lo retenga sea la fuerza y no la autoridad...”

Por ello su educación debe iniciarse como si estuviera aislado de los hombres que ya poseen una existencia vinculada a una modalidad de interpretación de la realidad, es decir, que debe proceder desde un acto fundacional constituido por la negación de lo existente, a saber, la praxis tradicional estamental como modelo hermenéutico caduco. Este concepto es el funda-mento del desarrollo de la institución educativa, la escuela como construcción aislante, con organización, régimen pedagógico, autonomía y relaciones sociales determinadas a partir de un proyecto con finalidad específica.

La percepción del espíritu infantil como una tabula rasa constituye el fundamento del acto negativo y, basándose en ello, la maquinaria pedagógica procede a la “educación”, que es lo mismo que decir, la performación de un mecanismo inferencial que hace posible una manera particular de aprehensión de los fenómenos. “El espíritu de mi educación no es enseñar mu-chas cosas, sino no dejar entrar nunca en el cerebro del niño nada más que ideas justas y cla-ras... Aun cuando el niño no supiera nada, poco importa con tal que no se engañe...” Los e-nunciados explican los conceptos vertidos y los términos resaltados demarcan por contraste cuál es el complejo de conocimientos que ha de impartirse al niño y cuáles no. La exégesis de los mismos está asociada a la relación social dialéctica que motoriza la producción tex-tual, de tal modo que El Emilio constituye un mecanismo de “respuesta” a un campo discur-sivo alterno, representado no sólo por el concepto educativo que defiende la sociedad feudal, sino también por la producción de conocimiento operativo y solidario con la concepción del mundo que ostenta la nobleza.

Desde luego, la interpretación rousseauniana se sustenta en una percepción funcional de la educación respecto de la práctica política y, en razón de ello, se encuentra obligado a desa-rrollar un complejo de argumentos que tiendan a consolidar un proceso de transformaciones económicas y sociales. Ciertamente, el filósofo tiene plena conciencia de que las posibili-dades de supervivencia de los cambios que se avecinan están en relación con la permutación tanto de los conocimientos que se imparten, como de las estructuras operativas que hacen posible tal transferencia. Por ello es que debe profundizar la diferencia entre los mecanismos interpretativos en contradicción.

El “sistema educativo” estamental estaba reglado y ejercido por el clero, particularmente por la Compañía de Jesús, el cual, según la distribución social sustentada en el teocentrismo, ocupa un lugar privilegiado juntamente con la nobleza, razón por la cual ha de impartir una educación que favorezca la sumisión a tal orden. Es por ello que J.J. Rousseau torna a desacralizar tal relación y a desenmascar a la religión en su función política: “El cristianismo se muestra muy favorable a la tiranía, por lo que ésta siempre se ha aprovechado de él... Peor aún, en lugar de aproximar los ciudadanos al Estado, los separa de él, al igual que del resto de cosas de este mundo. No conozco nada que resulte más contrario al espíritu social...”

Disociados los compuestos que sostienen la ideología estamental, parte a la construcción de una nueva conciencia moral sostenida a partir de una “profesión de fe”, es decir, de un yo in-dividual, “... instinto divino, voz inmortal y celeste, guía segura de un ser ignorante y limita-do, pero inteligente y libre; juez infalible del bien y del mal, que hace al hombre semejante a Dios...”

El “sistema educativo” burgués parte de este presupuesto que se deriva de la “natural” pre-disposición del hombre a apropiarse de los objetos, en la medida en que éstos ya están des-prendidos de la voluntad divina y se encuentran dispuestos para que el ser humano ejerza su voluntad valorativa. Al asumir éste la responsabilidad de juicio se constituye en el centro de un nuevo sistema, terrenal e individual, en el cual la distribución de la riqueza, otrora reser-vada a los investidos por la autoridad celestial, y la organización de sus relaciones, antes de-terminadas por la voluntad de Dios, le son inherentes. Es decir, que se instaura “... una profe-sión de fe puramente civil, cuyos artículos le corresponde establecer al soberano, no como dogmas religiosos, sino como sentimientos de sociabilidad, sin los cuales resulta imposible ser buenos ciudadanos y súbditos fieles...”

Establecida las diferencia conceptual, solamente queda la fundación de la entidad que asuma los atributos de poder, vacantes luego de la desintegración del orden caduco. De la forma-ción del Estado depende la consolidación de la burguesía como factor económico y política-mente hegemónico, y de la institucionalización de la lógica socialmente distintiva, a partir de la acumulación de riqueza material, depende el equilibrio contingente de las fuerzas sociales que se integrarán por medio del “contrato”. De ambas cosas se encargará la entidad suprain-dividual por medio de la instauración de un concepto homogeneizador, la “nación”, ficción cuya finalidad es, precisamente, establecer un denominador común a un conjunto de indivi-duos ubicados en límites espaciales puntuales. Tras la fundación del Estado-nación, éste mo-nopolizará los instrumentos legales y técnicos que harán posible la socialización de un com-plejo de objetos, prácticas e ideas solidarios con el factor social que ostente el poder real, es decir, los medios materiales de subsistencia, de cuya posesión depende la variación de las condiciones materiales y simbólicas de existencia.

CONCLUSIONES

Finalmente, resulta pertinente trazar una permanencia relativa del ideario de Jean Jaques Rousseau, lo cual lleva a la discusión sobre la existencia de procesos de continuidad o ruptura dentro del desarrollo histórico. En efecto, si ha de entenderse a la Historia como un proceso material y social, cuya producción es necesariamente humana, hay que establecer la diferencia específica entre estos términos.

Cuando se propone la existencia de una ruptura, se está hablando de un cambio estructural de las relaciones económicas y sociales, el cual conlleva necesariamente una permutación de las condiciones de existencia. Esto quiere decir que ello comporta no sólo la mutación de la propiedad de los medios de producción, sino también, y como consecuencia de ello, de todo el complejo cultural que se deriva de las relaciones intersubjetivas generadas a partir de una determinada distribución de tales medios.

Ello explica las sucesivas traslaciones en el ejercicio de los atributos materiales y simbólicos de poder por sujetos sociales diversos a lo largo de la Historia. Así, el grupo cazador-re-colector evolucionó a la comunidad sedentaria y al desarrollo de la praxis esclavista, desde esa realidad a la sociedad feudal y al modelo de adscripción humana como sujeto de la uni-dad de producción, y, por último, a la sociedad burguesa con la institución del antropocen-trismo basado en la capacidad individual de producir riqueza. Cada una de ella con sus ca-racterísticas económicas y sociales bien definidas, aún cuando cada etapa posee las contra-dicciones propias de las relaciones hegemónicas.

Por el contrario, la continuidad expone la permanencia de ciertas prácticas productivas y so-ciales, de lo que se colige que, dentro de ese marco, se dan migraciones en el ejercicio del poder dentro de un sistema económico y social. Lo expuesto implica que la continuidad es un fenómeno que se da dentro de un periodo histórico que se abre y se cierra con cada rup-tura, por cuya razón pueden explicarse las traslaciones de poder que se producen a lo largo del tiempo en el que ejerce su hegemonía un sector social determinado. Tales aseveraciones tienen su ejemplo en los movimientos internos de la práctica de dominación burguesa a lo largo de su evolución, más específicamente, en las traslaciones sucesivas que fueron desde la acumulación de bienes por la actividad comercial, pasando por la actividad industrial-comer-cial, hasta la actividad financiero-industrial que subsiste en la actualidad.

Estos conceptos albergan la posibilidad de explicitar la permanencia del axioma fundacional de la legitimidad burguesa y los mecanismos que la hacen posible, como de ciertas concep-ciones rousseaunianas respecto al mecanismo de reproducción del modelo interpretativo ba-sado en el presupuesto del derecho natural a la propiedad privada.

Según estos criterios se pueden establecer la vigencia de las siguientes ideas:

Legitimación del orden burgués:

  • El axioma fundacional de la sociedad burguesa: “derecho natural a la propie-dad privada”.

  • El individualismo como expresión de la libertad para generar el bienestar pro-pio.

  • La ficción del “contrato social” como resultado de la asociación de indivi-duos.

  • La “soberanía” del Estado, en tanto órgano supraindividual derivado de la “li-bre” voluntad de los asociados.

  • El monopolio de las decisiones referidas a las articulaciones económicas y so-ciales.

  • La supremacía del orden político sobre el orden natural, por cuanto uno es ra-cional y el otro instintivo.

  • La diferenciación entre Estado y sociedad, raíz de la concepción liberal en la cual prevalece el criterio de distinción social por acumulación bienes.

  • Defensa del “libre mercado” y del trabajo como objeto-mercancía susceptible de enajenación.

Reproducción del orden burgués:

  • La educación como instrumento de performación de un sujeto productivo y social específico.

  • El proceso educativo como desarrollo progresivo de instrumentos y métodos para la internalización de la lógica burguesa.

  • Una pedagogía conductista y de control sobre el proceso de formación del su-jeto.

  • El proceso educativo está determinado por las necesidades políticas de quien ejerce la actividad pedagógica (pedagogo=Estado)

  • La actividad educativa es racional porque responde a los intereses de un suje-to propietario de una voluntad específica y, por lo tanto, es política.

  • Racionalismo y laicismo del conocimiento a transferir y la práctica para tal fin.

  • El educando que prevé es un sujeto nacido en la sociedad burguesa, por ello la educación está destinada al niño, ya que es el sujeto que racionalizará los cri-terios “naturales” fundantes de la práctica. Por ello Emilio es un niño con ne-cesidades satisfechas.

  • La “libertad” que se le asigna al niño en el proceso educativo es la reproduc-ción del "orden natural" por el cual se manifiesta la iniciativa individual, ori-gen de la riqueza burguesa.

Las enumeraciones que se exponen tienden a consolidar la concepción de que se está ante la presencia de la continuidad de un orden, cuyos fundamentos no han sido desacreditados y que operan con normalidad en la actualidad.

Estas conclusiones reafirman los conceptos que motorizan la hipótesis y, en función de ello, se espera que contribuyan al desarrollo de estudios más aplicados de este pensador.

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Williams, Raymond - MARXISMO Y LITERATURA - Península/Biblos - Barcelona, 1997.

Índice

Introducción.......................................................................página 1,2,3

Análisis histórico de la producción cultural.......................página 4

Hacia un nacimiento de un nuevo hombre................página 5

La Legitimación Burguesa..................................................página 12

Apuntes sobre el Contrato Social...........................página 14

La Reproducción Burguesa ................................................página 19

Apuntes sobre el Emilio.........................................página 20

Conclusiones.......................................................................página 25

Bibliografía consultada.......................................................página 28




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Enviado por:Orellana Hugo
Idioma: castellano
País: Argentina

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