Agronomía, Recursos Forestales y Montes
Agricultura en Europa
E
uropa constituye un extenso y diverso conjunto territorial, en el que se observan manifiestas disparidades y evidentes analogías en sus estructuras agrarias. Entre aquellas, las derivadas de las propias condiciones naturales, que permitirían diferenciar tres dominios ecológicos y agrarios: el atlántico, el continental y el mediterráneo. Entre éstas, las que surgen de una prolongada historia y cultura comunes, que hacen de este territorio el ámbito de predominio de la explotación familiar agraria, con todas sus connotaciones e implicaciones.
Si en Europa se observan rasgos comunes, éstos se ven más claramente aún en los países de la Unión Europea, por cuanto esas afinidades suma la de ser objeto de una política agraria común (de la que trataremos más adelante), que tiende a homogeneizar las estructuras agrarias nacionales de los países miembros. Sin embargo, al margen de las políticas agrarias nacionales específicas, se manifiestan unas tendencias evolutivas coincidentes, que surgen de las exigencias de la coyuntura internacional. Así, en toda Europa se asiste a un proceso de modernización, de tecnificación, de especialización productiva y, lo que es más importante, de redimensionamiento de las unidades de explotación, obligadas a producir con economías de escala.
No obstante, las herencias del pasado, en lo referente a la estructura de la propiedad y de las explotaciones, pesan enormemente y constituyen un serio freno a la modernización y capitalización, sobre todo de las unidades más pequeñas, a pesar de que los gobiernos nacionales tiendan a conseguir unas estructuras más racionales, con explotaciones medias o grandes, que hacen inviables a una buena parte de las tradicionales. Este fenómeno afecta más a los países más agrarios del sur de Europa, que todavía deben de reducir mucho sus niveles de empleo agrario.
La agricultura europea es muy compleja, como corresponde a un continente de antigua civilización, con múltiples influencias culturales, que se desarrolla sobre un espacio diverso y fragmentado. Si el clima y el relieve aportan las claves de la especialización productiva regional, éstas no se comprenden sin el curso de la historia, que ha ido materializando unos espacios agrarios diversificados a escala continental, regional y comarcal. Pero estos paisajes agrarios están cargados de múltiples factores disfuncionales como su excesiva fragmentación, con unas explotaciones demasiado pequeñas y divididas; fenómeno potenciado por la excesiva población agraria.
UN ESPACIO AGRARIO DIVERSO: POTENCIAL ECOLÓGICO E HISTORIA
El potencial ecológico europeo
Europa es un espacio que, desde el punto de vista fisionómico, es un espacio abierto, con una gran articulación costera, afectado mucho por las influencias marinas, lo que le otorga unos caracteres mixtos, entre lo continental y lo oceánico, aunque con grandes diferencias a escala regional y comarcal.
En su configuración morfoestructural se puede diferenciar la Europa caledoniana y herciniana, por un lado, y la alpina, por otro. El primero de estos dominios, que engloba a Europa central y septentrional, presenta unos macizos casi llanos por la erosión, con algunos enclaves, como el Macizo Central francés, los Vosgos o la Selva Negra, rejuvenecidos en algunos sectores, que delimitan extensas cuencas sedimentarias. Así se forma la gran llanura central europea, formada por materiales del Cuaternario y Terciario sobre los que se disponen otros de origen glaciar también cuaternarios. Estas grandes llanuras se han prestado a un fácil laboreo, ya desde tiempos remotos, aunque muchas veces han necesitado un previo acondicionamiento.
Por otro lado, el sector meridional constituye la Europa alpina y subalpina, donde, durante el Terciario, se crearon unas formas de relieve profundamente contrastadas, con potentes cordilleras (Alpes, Pirineos, Cárpatos, Béticas…), depresiones subalpinas (Guadalquivir, Ebro, Po…) o cuencas sedimentarias (Meseta española), también explotadas desde muy antiguo.
Los aspectos climáticos, por otra parte, ejercen un papel decisivo. La mayor parte de los países europeos se sitúan en la zona templada del planeta (latitudes entre los 36 y 58 grados norte), abierta a influencias marítimas, que introducen un factor atemperante y de humedad, con un gradiente que pierde valor de oeste a este. Se configuran, así, tres dominios climáticos diferentes: el oceánico, el continental y el mediterráneo. El primero, en la zona más occidental de Europa, se caracteriza por las abundantes precipitaciones, escasa oscilación térmica y poca insolación, con lo que aquí predominan los prados y la ganadería. Hacia el interior se atenúan las precipitaciones, aumenta la oscilación térmica y se pasa rápidamente al dominio continental, mientras el sur europeo, con temperaturas más elevadas y aridez estival, es el dominio del clima mediterráneo, en el que los regadíos y secanos representan dos modalidades de aprovechamiento agrario muy diferentes.
b) La modificación de las estructuras agrarias en Europa
El estudio histórico de los paisajes agrarios, entendidos casi como sinónimos de estructuras agrarias, en Europa occidental han tenido un gran eco y desarrollo, por cuanto la Geografía tradicional cultivó principalmente la rama agraria. Así, resultan ciertamente muy importantes las herencias recibidas del pasado y el papel que juegan en la actualidad.
Hasta el siglo XVIII, los asentamientos rurales como forma de poblamiento y la agricultura como actividad eran ampliamente dominantes en Europa, con unas características regionales bien definidas que se habían ido decantando a lo largo de una lenta y prolongada evolución en el tiempo, partiendo de unas determinadas condiciones ecológicas. Las profundas transformaciones vinculadas al proceso de industrialización y crecimiento económico han supuesto desde entonces una drástica modificación de este panorama, tanto por lo que se refiere a la importancia relativa de la actividad agraria en la producción y el empleo totales, como por los cambios morfológicos, funcionales y sociales que han tenido lugar en el mundo rural.
En primer lugar, una parte más o menos relevante, según los casos, del espacio rural europeo ha cambiado su uso, generalizándose una cierta reducción del terrazgo agrícola a favor de otros usos alternativos que comprenden desde la reforestación o la creación de nievas infraestructuras, a viviendas, industria dispersa, etc., hecho particularmente importante en las áreas próximas a los grandes centros urbanos.
A la pérdida de terrenos de labor, principalmente en espacios marginales y periurbanos, le ha acompañado un retroceso muy superior de la población activa agraria, con importantes volúmenes migratorios en dirección a las áreas urbano-industriales, bien sean del propio país o de otros. De este modo, en 1994 sólo el 4,98% de los activos europeos seguía ocupado en el sector primario, lo que venía a suponer una novena parte del promedio mundial en ese año, y de éstos una parte creciente lo hacía tan sólo a tiempo parcial. Es importante el surgimiento y cristalización de esta agricultura a tiempo parcial (ATP), que afecta a un número creciente de explotaciones, aunque a un escaso porcentaje de la superficie agrícola.
Población agraria y económicamente activa. Unión Europea, 1994
(en miles y en porcentaje)
% activos
Miles agrarios Miles activos agrarios/
total activos
Total | Activos | Totales | ||
Austria | 329 | 186 | 3893 | 4,78 |
Bélgica-L | 158 | 66 | 4349 | 1,52 |
Dinamarca | 204 | 114 | 2916 | 3,91 |
Alemania | 2842 | 1625 | 40861 | 3,98 |
Grecia | 2012 | 906 | 4128 | 21,95 |
España | 3385 | 1340 | 15109 | 8,87 |
Finlandia | 358 | 179 | 2586 | 6,92 |
Francia | 2328 | 1133 | 26237 | 4,32 |
Irlanda | 412 | 165 | 3568 | 4,62 |
Italia | 2789 | 1343 | 23596 | 5,69 |
Países Bajos | 480 | 199 | 6397 | 3,11 |
Portugal | 1414 | 620 | 4563 | 13,59 |
Reino Unido | 1040 | 511 | 28704 | 1,78 |
Suecia | 327 | 148 | 4483 | 3,30 |
TOTAL | 18078 | 8535 | 171390 | 4,98 |
Fuente: FAO. Anuario de Producción 1994.
El cuadro anterior sirve para poner de manifiesto, una vez más, los importantes contrastes internos, que en esta ocasión hay que relacionar con el nivel de desarrollo económico y la antigüedad del proceso industrial, con las dificultades impuestas en cada caso por las condiciones ecológicas que reducen el terrazgo agrícola a menos del 10% de la superficie total en países como Noruega (2,4%), Suecia (6,7%), Finlandia (7,1%) o Suiza (10,0%), y con el grado de autarquía económica mantenida por cada país, que tiende a favorecer un retroceso más lento de estos efectivos en las economías más planificadas.
Esta regresión de los efectivos agrarios ha desencadenado en las regiones más afectadas la crisis de muchos antiguos centros de servicios que han visto restringida su demanda, al tiempo que conocían una creciente competencia por parte de las grandes ciudades vinculada a la mejora del transporte. El resultado ha sido el éxodo de comerciantes, artesanos, trabajadores de los servicios, etc., que ha favorecido una ruralización creciente de los núcleos pequeños y una cierta concentración de los mayores, reforzando así su jerarquización.
Pese a esta pérdida de efectivos humanos, las innovaciones introducidas en las explotaciones, tanto por lo que se refiere a los cambios de cultivos, mayor especialización, tecnificación de las labores, etc., han permitido un rápido aumento de la productividad, necesaria en una actividad orientada ya plenamente al mercado, e incluso una elevación de la producción obtenida en cifras absolutas, con aparición de excedentes. Es significativo, por ejemplo, que en el Reino Unido una población campesina que sólo representa el 1,78% de sus activos, produzca más del 60% de los alimentos consumidos en el país.
La situación se invierte, en cambio, en la periferia de las grandes ciudades europeas, sometidas a una progresiva “invasión” urbana, que además de generar frecuentemente un incremento de los efectivos poblacionales, se traduce en la aparición de formas específicas y peculiares de utilización de un suelo incorporado ya a los mecanismos de producción espacial característicos de las sociedades urbanas.
Un último tipo de cambios, menos visibles por lo común, ha afectado a los sistemas de explotación y propiedad de la tierra, aquejados de inadaptación funcional respecto a las actuales formas de producción y causa de graves tensiones sociales en algunas regiones europeas. En este caso, la diversidad de actuaciones llevadas a cabo impide extraer generalizaciones y obliga a un análisis más pormenorizado. Todos estos procesos globales han tenido lugar sobre un sustrato regional diferenciado, en donde las peculiares condiciones naturales e inercias históricas han originado respuestas diversas, traducidas en la notable variedad y complejidad de los paisajes agrarios europeos actuales.
2. LAS REGIONES AGRARIAS EN LA EUROPA PREINDUSTRIAL
Desde la introducción de la agricultura sedentaria en Europa, hecho que probablemente tuvo lugar entre el 6500 (Mediterráneo oriental) y el 2000 a. de C. (Irlanda y Escandinavia), esta actividad se convirtió en la base de la subsistencia para la práctica totalidad de estas sociedades, determinando sus modos de vida y sus posibilidades de desarrollo.
La agricultura tradicional, como modo de vida dominante en las sociedades europeas preindustriales, tenía unos caracteres comunes, a pesar de la diversidad y contrastes regionales. Rasgos que podemos reunir en el predominio generalizado de la agricultura de subsistencia, basada en el autoconsumo, cuya razón de ser era la escasa integración espacial, a su vez limitada por la parquedad de excedentes y por una infraestructura de transporte a gran distancia escasamente activo. Así, por ejemplo, Bairoch ha calculado que aún hacia 1830, los costes de transportar el trigo se doblaban a los 400-500 kilómetros por vía terrestre y a los 1.200 por vía marítima. Esta última consideración justifica que, pese a lo anterior, algunos países o regiones bien comunicados por mar como Inglaterra o los Países Bajos iniciasen ya desde el siglo XVII un progresivo abandono de la crealicultura, compensado mediante un aumento de las importaciones procedentes de Polonia (a través del Báltico y los estrechos daneses) o Ucrania (desde el mar Negro), que vieron así reforzadas sus oligarquías terratenientes. Un segundo tipo de áreas con una cierta especialización productiva eran las del entorno de las grandes ciudades, en donde la distribución de usos del suelo parece guardar estrecha relación con el modelo descrito por Von Thünen a comienzos del siglo XIX, existiendo una evidente relación entre distancia e intensidad de ocupación; de este modo, tienden a formarse aureolas más o menos concéntricas en torno al mercado, sólo deformables por la existencia de ejes de transporte rápido como, por ejemplo, un río navegable.
La base del policultivo de subsistencia eran los cereales, variando las especies y asociaciones según las condiciones climáticas de cada región, siendo ésta, sin duda, una de las pervivencias más notables a lo largo del tiempo, junto al papel subsidiario de una ganadería que proporcionaba, sobre todo, fuerza de trabajo, estiércol y un complemento alimentario.
Las técnicas y sistemas de cultivo eran, más bien arcaicos. Su revolución fue bastante limitada desde la revolución neolítica hasta la ya señalada del siglo XVIII, manteniéndose en consecuencia una baja productividad, que en el caso de los cereales puede cifrarse en una relación simiente/cosecha de 1:3 o 1:4 a lo sumo. Además de limitar el incremento demográfico, vinculado siempre a la expansión de la superficie cultivada, impidió una mejora significativa en los niveles de vida para la mayoría de la población, agravada por los fuertes contrastes existentes en la distribución de la tierra.
Los contrastes regionales, por otro lado, entre la Europa nórdica de pastoreo nómada, la región cerealista central y el mundo mediterráneo se revelan nítidamente.
El pastoreo nómada en la Península escandinava
En el vértice septentrional de Europa, área de condiciones climáticas extremas que determinan su evidente marginalidad desde el punto de vista de un aprovechamiento agrario, la región extendida entre Noruega y Rusia, ha conocido durante siglos el dominio prácticamente exclusivo de un sistema ganadero muy extensivo que ha condicionado las formas de vida y ocupación dominantes.
Esta actividad, vinculada a un grupo étnico específico, se caracteriza por el desplazamiento estacional de rebaños de renos en sentido meridiano, entre la tundra y el bosque de coníferas, motivado por la escasez y pobreza de los pastos, lo que conllevaba asimismo el traslado de hábitat durante la primavera y el otoño. Aun cuando el espacio afectado y las bajas densidades de población sustentadas limitan notablemente la importancia de esta región en el panorama agrario europeo, es evidente que supone un claro reflejo de la adaptación llevada a cabo ante un medio muy hostil, contribuyendo además a otorgar una acusada personalidad al territorio hasta el momento presente.
Pero esta forma de vida ha perdido hoy el vigor de antaño, debido a la integración de gran parte de los lapones en una economía industrial y de servicios.
La agricultura cerealista centroeuropea
Desde el sur de Escandinavia y hasta el límite de las cordilleras alpinas meridionales, se extiende un vasto conjunto de llanuras y mesetas ocupadas, al menos desde la época medieval, por cultivos cerealistas, que suponían el fundamento de la economía agraria, en tanto que la cabaña ganadera, más importante que en el mundo mediterráneo, servía como complemento eficaz dentro de la lógica inherente al principio de autosubsistencia.
Según las condiciones térmicas y de humedad, el cereal de invierno dominante podía ser el trigo -desde las Islas Británicas y Francia hasta los Balcanes- o el centeno -en las regiones más septentrionales -, acompañado generalmente por otros cultivos secundarios entre los que la avena y el centeno como cereales de verano destinados al consumo ganadero o humano, las leguminosas, y el lino como fibra textil ocupaban un lugar destacado. La rotación trienal (cereal de invierno-cereal de primavera-barbecho), generalizada en el centro europeo, daba paso el sistema de año y vez en las regiones más secas como el sur de Francia, donde no es posible el cereal de verano, y en las más frías como Escandinavia o las tierras altas británicas, donde las bajas temperaturas impiden el cultivo hasta mediados de la primavera.
En las regiones noroccidentales próximas al mar del Norte y al Báltico, la cerealicultura se estaba reduciendo a la vez que lo hacía el terrazgo agrícola, que se sustituía por pastos y eriales más adaptados al mantenimiento de la ganadería vacuna y, en menor medida, porcina, tan integradas en las actividades agrícolas que dan origen a un sistema agrario mixto.
Aunque actualmente pueda parecer un aspecto marginal, tradicionalmente ha recibido gran importancia el análisis de los paisajes agrarios de openfield (campos abiertos) y bocage (campos cerrados) de la Europa central y atlántica, y de la diversidad del policultivo de las huertas y de los secanos mediterráneos.
Parece ser que en los cuatro últimos siglos después de Cristo los paisajes agrarios europeos eran bastante semejantes, basados en un poblamiento en aldeas, con su terrazgo alrededor, trabajado de una manera permanente. Correspondía al Esch alemán, al infield británico o al mejou bretón, caracterizados por ser campos permanentemente cultivados, bien colectiva o individualmente.
Pero en los siglos que preceden a nuestra era no había uniformidad en el paisaje agrario europeo. En la Europa atlántica ya se advertían las longueras en campo abierto, junto a parcelas cuadradas cercadas dentro del infield de una sola aldea; e incluso al lado de la aldea aparecían algunas casas aisladas de campos cercados. Campos abiertos y cercados con poblamiento concentrado y disperso han coexistido en la Europa atlántica desde los albores de la historia.
Desde los inicios de la Edad Media, partiendo des esos paisajes agrarios primitivos, comienza una evolución divergente, pues las antiguas estructuras protohistóricas se mantuvieron en la franja atlántica, mientras que en la Europa central se fueron configurando los openfield comunitarios.
El sistema de openfield aparece ya en la época carolingia, asociado a las fértiles áreas cerealistas y con altas densidades del sur de Alemania, desde donde parece haberse difundido inicialmente por las mesetas comprendidas entre le Elba y el Sena, para extenderse ya a partir del siglo XIII hacia el este, acompañando la colonización germánica, e incluso hasta las llanuras orientales inglesas, trasplantado por la nobleza anglonormanda. Los rasgos morfológicos son aquí muy acusados, con un terrazgo agrícola bien definido y libre de cercas, dividido en hojas de cultivo homogéneas y continuas, parcelas generalmente alargadas y estrechas (longueras), y un hábitat agrupado que suele emplazarse en el centro de ese espacio, rodeado por pequeños huertos que ayudan a diversificar la alimentación de la familia campesina. Esta fisionomía tiene una justificación esencialmente funcional, en relación con la existencia de determinados usos comunales: la fijación de cultivos a realizar en cada unos de los sectores en que se fragmenta el terrazgo permite establecer las fechas en que se recogen las cosechas, quedando libre después el terreno para pastar el ganado, tanto en las rastrojeras como en la hoja dejada en barbecho, aspecto de particular importancia cuando escasea el terreno disponible para este fin. La permuta circular que se realiza cada año permite, además, mantener en equilibrio unos suelos escasamente abonados, pero fuerza una atomización parcelaria, agravada cuando las longueras se fragmentaban cada vez más por herencia.
El openfield se ha extendido, por lo tanto, en función de la expansión cerealista, a la que ha estado siempre unido. No ha adquirido importancia en el sector más húmedo de la Europa atlántica, orientado siempre hacia el aprovechamiento de la hierba, que no ha sentido la necesidad de introducir el ganado en los barbechos cerealistas, dad la suficiencia de pastos en los prados.
Y mientras los paisajes de campos abiertos ocuparon la Europa central durante los tiempos medievales, los campos cercados, relegados en principio a la Europa típicamente atlántica, ganaron extensión durante la Edad Moderna.
En las regiones próximas al Atlántico, desde el noroeste español hasta los países nórdicos, domina en cambio el sistema de campos cerrados o bocage, que algunos identificaron con las áreas en que se procedió a una roturación individual de los bosques, y que conocerá una progresiva expansión durante la Edad Moderna. Aquí las tierras de labor y prados, mucho más extendidos ante un clima de mayor humedad, aparecen cercados con madera, piedra o seto vivo según los casos, presentando al tiempo una forma compacta e irregular, y apareciendo a menudo entremezclados con las áreas incultas de descampado o bosque. Un hábitat disperso en granjas o pequeñas aldeas y una densa red de caminos rurales completan una morfología diametralmente diferenciada de la anterior, que se corresponde con una economía agraria mucho más orientada hacia la ganadería. La cerca tiene, en este sentido, una funcionalidad múltiple: defiende las tierras del ganado ajeno, delimita la propiedad (como un límite jurídico para individualizar una propiedad individual dentro de un terreno colectivo) y facilita una concentración de las parcelas dispersas del openfield en unidades mayores, asociada con frecuencia a una paralela concentración de la propiedad.
La supresión de toda servidumbre comunal y el acusado individualismo subyacente justifican su expansión desde el siglo XVII, a medida que aumenta la participación de la burguesía urbana en la compra de tierras y crece la especialización ganadera, y con el auge de la economía comercial. Poco a poco los campesinos fueron imitando a los propietarios burgueses y el bocage desplazando al openfield.
El movimiento de las enclosures desarrollado en el Limousin, y sobre todo en Inglaterra desde el siglo XIV, y con más intensidad desde el XVI y XVIII-XIX, ejemplifica bien el proceso y supuso, junto a la sustitución del cultivo cerealista por los prados y la ganadería (para producción de lana, carne y cuero), la dispersión del hábitat, una importante reducción de la población activa agraria y una apropiación por parte de los terratenientes de las tierras incultas o comunales, ampliando así sus propiedades y desintegrando el anterior sistema comunal de campos abiertos. Una evolución que estuvo favorecida por la progresiva sustitución de la agricultura cerealista por la ganadería comercial especializada.
Sin embargo, los años posteriores a la segunda guerra mundial han conocido un movimiento inverso. Ante la segunda revolución agrícola, de los años 1950-60, el bocage se revela como una estructura disfuncional, tanto porque dificulta la mecanización como por la desaparición de los factores positivos en los que se fundamentaba. Así, ya no se necesita como medio para suministrar leña. Tampoco es necesario para retener el ganado en un prado determinado, pues, con el desarrollo de las grandes cercas modernas y de los “pastores eléctricos”, se dispone de una forma más eficaz del control del ganado y de los pastos.
Ahora bien, bocage y openfield no representan más que un tipo de paisaje o morfología agraria, que no recoge la multiplicidad de las formas del mundo mediterráneo.
La agricultura mediterránea
El primer aspecto a tener en cuenta es que el dominio ecológico mediterráneo presenta una gran disparidad de caracteres, tanto por su situación en el globo, por ser zona de encuentro de masas de aire tropicales y polares, como por el relieve propio del sur de Europa y norte de África, con abundancia de montañas, mesetas y llanuras costeras. Éstas han sido objeto de una colonización antigua para aprovechamientos hortofrutícolas; las vertientes montañosas se han abancalado para el cultivo y han servido de pastos para ovejas y cabras; las mesetas frescas y frías han constituido tierras de pan para llevar, más o menos fértiles, que han dado origen a campos abiertos típicos, mientras las áreas de montaña han creado también sus campos cercados. En todas partes, no obstante, se produce una acusada diferenciación entre secanos y regadíos, que definen, mejor que el bocage y openfield, las orientaciones productivas.
Como resultado de la heterogeneidad que manifiesta el medio físico y la evolución histórico-cultural, el mundo rural mediterráneo se ha mostrado a lo largo de los siglos como un espacio particularmente complejo y contrastado, en el que la oposición secano-regadío, vertientes-llanuras y latifundio-minifundio definen lo esencial de su personalidad.
La clásica trilogía mediterránea (cereal-viñedo-olivar), ampliamente dominante en las áreas de secano, impone al paisaje agrícola alguno de sus rasgos esenciales, suponiendo una inteligente adaptación a las circunstancias, tanto climáticas (al ser los cultivos arbustivos los que mejor soportan la sequía estival) como topográficas, además de permitir un escalonamiento en las cosechas. Mientras en las grandes llanuras, desde el centro de la Península Ibérica hasta los Balcanes, dominan los campos abiertos cerealistas con sistema de año y vez, las vertientes, a veces abancaladas, se ven ocupadas por la arboricultura, desde el viñedo o el olivar a diversos frutales como el almendro, el algarrobo o la higuera. Las regiones más húmedas y de mejores suelos conocen un sistema de explotación más intensivo en el que se superponen, sobre las mismas parcelas, las hileras de árboles, los cultivos herbáceos y las leguminosas. Esta “coltura promiscua”, especialmente desarrollada en la mitad norte de Italia, exige una fuerte inversión de trabajo para extraer su máximo rendimiento a pequeñas explotaciones, muchas veces arrendadas, y supone la máxima expresión del policultivo de autosubsistencia.
Un último rasgo del secano mediterráneo viene a ser la escasez generalizada de pastos, que limita el desarrollo ganadero a las especies ovina o caprina frente a la vacuna, favoreciendo además una trashumancia estacional de los rebaños. Las únicas áreas don de la ganadería alcanza a ocupar una significación prioritaria son, además de las montañas, las del suroeste de la Península Ibérica, con un sistema de explotación muy extensivo, ligado estrechamente a la gran propiedad, en el que el encinar o el alcornoque adehesado, el cereal y los pastos se reparten el suelo.
En las pequeñas llanuras irrigadas que con carácter discontinuo aparecen en torno al Mediterráneo, desde el litoral valenciano-murciano al de Macedonia, la situación es totalmente diferente. Junto al importante aumento de la productividad que permite la existencia de agua durante el verano, las huertas conocen una gran variedad de plantas cultivadas, desde la trilogía del secano a diversos frutales, productos hortícolas e, incluso, plantas tropicales posibilitadas por la alta integral térmica (caso del aguacate o la chirimoya en el área almeriense). El minifundismo y las altas densidades de población suelen acompañarse aquí por un poblamiento disperso que contrasta con el habitual del secano, generalmente concentrado y con cierta predilección por las zonas de contacto, donde resulta posible desarrollar una economía mita, y por emplazamientos defensivos relacionados con la dilatada y agitada historia de esta tierra.
La resultante de los factores ecológicos y de civilización es un mosaico de cultivos, aprovechamientos y de formas de organización del espacio que se habrían formado en tres etapas:
1ª. El poblamiento se localizaría en torno a las fuentes, al pie de las montañas, con los cultivos sobre los aluviones que arrastra el río desde éstas, dando lugar a pequeñas huertas, mientras en las vertientes abalancadas se dedican a olivar y las llanuras secas al pie de los pueblos, a pasto de invierno para los rebaños trashumantes, y los sectores deprimidos e inundables a pastos d verano.
2ª. Ahora se sustituye el pasto natural de las llanuras secas por un cultivo de cereales, cuyos rastrojos y barbechos servían también como pastos de invierno.
3ª. Por último, se pondrían en total explotación las llanuras mediterráneas de piedemonte por medio de regadíos y del drenaje de los sectores pantanosos, que toleran grandes densidades humanas.
El resultado ha sido la configuración del policultivo hortícola, por una parte, y el de la trilogía mediterránea, por otra.
Tanto el paisaje agrario mediterráneo como el de campos abiertos y cercados de la Europa atlántica y continental han conocido unas radicales transformaciones, en virtud del auge de una moderna economía industrial, que ha modificado las estructuras básicas del campo europeo, transformaciones donde han dominado las condiciones del mercado y, en general, los factores económicos.
3. LOS CAMBIOS MÁS RECIENTES DEL MUNDO RURAL EUROPEO
Desde los comienzos de la industrialización del siglo XIX y, especialmente, a partir de la segunda guerra mundial, el campo europeo ha experimentado una auténtica metamorfosis agraria, fundamentada en el éxodo rural, la mecanización y tecnificación, la concentración parcelaria, al aumento del tamaño de las explotaciones, la modernización y especialización productivas, etc., factores que, en conjunto, han provocado el definitivo abandono de la economía agraria tradicional y la integración plena de una economía capitalista.
a) Modificaciones básicas
Las profundas modificaciones obedecen, por lo tanto, al proceso de adaptación de la economía tradicional a la moderna, proceso que ha desencadenado un enorme éxodo rural en todo el campo europeo, y en especial en Europa occidental y, sobre todo, mediterránea. Este hecho ha contribuido a hacer más grandes las explotaciones, aunque a veces no se haya debido más que a la desaparición de las más pequeñas. En Francia, por ejemplo, la población agraria pasó de 17,4 a 9,7 millones de personas entre 1891 y 1954 y a 2,3 millones en 1994, dedicándose a la actividad agraria tan sólo el 4,32% de los activos totales de este último año (1,1 millones de activos agrarios). En la UE asimismo, los activos agrarios se redujeron en 10 millones de personas entre 1950 y 1970, representando en esta fecha 16,96 millones en la Europa de los Doce y reduciéndose a 9,9 millones en 1987 y a 8 millones en 1994.
Este retroceso de efectivos agrarios ha desencadenado en las regiones más afectadas la crisis de numerosos antiguos centros de servicios que, al ver mermada su demanda, junto a la gran competencia de los grandes centros urbanos, han visto sin poder hacer nada como se producía un éxodo de trabajadores no agrarios, lo que ha favorecido la ruralización de los pueblos más pequeños.
El éxodo rural, al actuar selectivamente, afectando, sobre todo, a la población joven, ha provocado un proceso de envejecimiento generalizado, aunque mucho más fuerte en la población agraria, lo que ha provocado que muchas explotaciones estén gestionadas por agricultores mayores de 55 años. Todo este proceso se acusa más en las regiones más agrarias, produciéndose una relación directamente proporcional entre el grado de envejecimiento de la población agraria de una región y su peso agrario, e inversamente proporcional con el nivel de desarrollo.
El éxodo rural, motivado por una demanda de trabajadores en la industria y los servicios, ha provocado, a su vez, la mecanización y tecnificación, en un proceso causativo y circular, que ha arrastrado a nuevos contingentes agrarios fuera del campo.
Igualmente, el consumo de fertilizantes creció considerablemente, alcanzando hoy unos valores más o menos constantes en todos los países europeos.
El uso masivo de abonos se ha acompañado del de herbicidas, fingicidas, o, en general, pesticidas, y todo un conjunto de elementos químicos, que han posibilitado un gran aumento de los rendimientos, en el que ha sido igualmente responsable el uso masivo de variedades de alto rendimiento (VAR), la investigación constante de nuevas técnicas, en nuevas variedades, en razas más productivas, en la aparición de los procesos informáticos en la agricultura, etc., aspectos que suelen estar en manos de empresas especializadas, no dedicadas directamente a la producción agraria, aunque es indudable la importancia alcanzada por los centros de investigación agraria. Asimismo, las nuevas tendencias como la agricultura biológica, significan también un proceso de modernización.
Pero, paralelo al fenómeno anterior, se ha producido un cambio transcendental en el campo europeo como ha sido el de la concentración parcelaria. La dispersión de las parcelas de una misma propiedad y, también, de una misma explotación ha constituido un fenómeno generalizado en toda Europa, de manera que cada agricultor disponía de numerosas y pequeñas parcelas, como fruto de las divisiones por herencia. Esto provoca una clara inadaptación a la agricultura moderna, puesto que entorpece la mecanización, ocasiona pérdidas de tiempo en los desplazamientos, multiplica los linderos y, por tanto, reduce la superficie agrícola.
La necesidad de modernización, mecanización y especialización de las explotaciones agrarias europeas hizo imprescindible la adopción de medidas que solucionaran este problema, por lo que el proceso de concentración parcelaria se generalizó prácticamente en toda Europa, bien mediante cambios amistosos o bien a través de acciones jurídicas estatales, de manera que se procuraba juntar las parcelas de cada propietario en el mayor número posible de fincas.
Este proceso ha tenido mayor importancia en las comarcas o regiones donde predominan los campos abiertos, donde el problema de la dispersión parcelaria era más grave y la concentración más sencilla y económica, que en las de campos cercados.
Todos estos factores señalados han provocado importantes modificaciones en las producciones agrarias y han favorecido la plena integración de la agricultura en la economía capitalista.
b) La inadaptación de las estructuras agrarias y los modelos de reforma
Si las tensiones sociales derivadas del desigual reparto de la tierra son una de las constantes de la historia europea, el intento de modernizar el sector para adaptarlo a las formas de producción vigentes ha hecho cada vez más patentes las deficiencias estructurales heredadas. Por ello, desde el final de la II Guerra Mundial se hizo necesaria una creciente intervención estatal orientada a superar los problemas más acuciantes, pero su intensidad, objetivos y medios utilizados hasta el presente han sido muy diversos. En una visión meramente aproximativa y simplista, pueden contraponerse las actuaciones llevada a cabo en los países de Europa occidental, tendentes sobre todo a impulsar una mejora tecnológica y de las infraestructuras básicas (electrificación, carreteras, drenaje de áreas pantanosas…), acompañada a veces por una política de colonización, respecto a las de Europa oriental, en donde los nuevos regímenes otorgaron prioridad a la reforma con detalle de los sistemas de propiedad, si bien su aplicación ha resultado bastante desigual.
Sin olvidar la existencia de grandes explotaciones capitalistas, los países occidentales continúan teniendo un amplio predominio de la explotación familiar, de dimensiones generalmente reducidas, según lo demuestran los datos del cuadro del punto 4.
A excepción del Reino Unido, donde el abandono casi total de la actividad agraria facilitó una rápida concentración que ha supuesto el derribo de buena parte de las cercas levantadas en siglos anteriores y disfuncionales hoy, hasta crear grandes unidades compactas dedicadas a pastizales, al monocultivo cerealista en las regiones orientales, o al Ley farming (rotación de forrajeras con cereales), los restantes países presentan un tamaño medio de explotación inferior a las 32 hectáreas, que en caso de los países mediterráneos se reducen hasta los propios de verdaderos minifundios.
Junto al lento proceso de concentración “espontánea” que se ha derivado del éxodo rural, o el avance de las cooperativas, la mayoría de gobiernos ha procurado favorecer el mismo movimiento a través de actuaciones diversas. Al establecimiento de rentas vitalicias y pensiones para los agricultores de mayor edad que dejan sus tierras, complementadas con subvenciones a aquellos otros más jóvenes que las arriendan para ampliar su explotación (Alemania, Países Bajos, Suecia, Austria, Francia…), hay que añadir la existencia de agencias estatales en los casos de Francia y Suecia con capacidad para comprar tierras en venta con el fin de crear una reserva que luego puede cederse a explotaciones vecinas para incrementar su tamaño. La concentración parcelaria, que a mediados de los años cincuenta se consideró necesaria para un 50% de las tierras en Alemania o España, y hasta un 60% en Portugal, ha permitido también superar la excesiva fragmentación derivada del sistema de openfield y de la partición por herencia, principalmente en los países ligados n ala tradición del Derecho romano, pero su incidencia ha sido muy desigual según regiones, sin afectar tampoco la distribución de la propiedad.
Por su parte el gobierno alemán puso en práctica una política agraria tendente a corregir los problemas estructurales, a través del Strukturprogramm de 1953 y la le agrícola de 1955, que establecía el Plan Verde. Se realizó una concentración parcelaria, labores de drenaje, de infraestructura viaria, de reconstrucción integral de las vertientes vitícolas para trabajarlas mecánicamente, etc. Todo lo cual no ha oscurecido una actividad agraria subvencionada con gran presencia de las pequeñas explotaciones a tiempo parcial (representando una cuarta parte de la SAU). La política agraria a logrado aumentar el tamaño de las explotaciones fomentando el arrendamiento (1/3 de la superficie cultivada).
En Alemania han adquirido gran importancia las cooperativas Raiffeisen, fundadas a mediados del siglo XIX, integrando hoy el 98% de los agricultores alemanes, que se organizan en tres niveles (local, regional y federal).
La política agraria inglesa sacrificó a finales del siglo pasado la agricultura y prefirió importar productos baratos de la Commonwealth, o de Argentina, Dinamarca o Países Bajos, a precios más competitivos. La política agraria inglesa parte de la Agricultural Act de 1947, que se propone explotar al máximo los recursos, estableciendo unos precios honestos para agricultor y consumidor. La Ley fundamental de 1957 reforzó a la anterior y garantizó el aumento regular de los precios. Como resultado se creó una agricultura de las más modernas del mundo que, como hecho excepcional en occidente, participa con mayor porcentaje en el PIB que en la población empleada en el sector agrario. Es una agricultura intensiva, con predominancia del arrendamiento y con un peso considerable de las explotaciones medias.
La política agraria francesa no apareció verdaderamente hasta 1936, tras las primeras apariciones de la filoxera, a los que siguió un periodo proteccionista. Hasta 1936 no se creó el ONIC (Oficina nacional interprofesional de los cereales), para el control del mercado de los cereales, fijar los precios, adelantar el dinero de las cosechas, etc. Tras la II Guerra Mundial el parlamento modificó una ley que protegía al campesino en contra del propietario. Más tarde, con los decretos de Félix Gaillard (en 1958) se estableció una indicación automática para los productos agrarios de acuerdo con las variaciones de los precios industriales destinados a la agricultura. En 1960 se crea el SAFER para la adquisición de tierras en venta o incultas, mejora de las mismas y entrega a los agricultores. También, con la FASASA, se incentivó a los jóvenes agricultores y se ofrecieron pensiones vitalicias a los mayores para que dejaran las tierras.
También se potenció el cooperativismo, llegando a controlar una gran parte del sector agrícola.
La situación es más grave en el área mediterránea, donde la oposición latifundio- minifundio, de origen generalmente medieval, se reforzó el siglo pasado cuando la burguesía detentó la propiedad de las tierras al clero o a la nobleza. Así, en las zonas meridionales de estos países todavía pervive el latifundio explotado por colonos y jornaleros de forma extensiva, con una evidente subutilización del potencial agrario, generador de un desempleo crónico. Las transformaciones recientes en este ámbito han supuesto, sobre todo, una evolución hacia la modernización, tendencia al monocultivo, generalmente poco intensivo, y elevación de los rendimientos por persona paralelo a la reducción del empleo asalariado y hacia un tipo de agricultura empresarial, más intensiva.
Junto a la reforma llevada acabo en Grecia en 1923 y el fallido intento portugués, el único proceso de cierta entidad desarrollado para modificar esta situación ha sido el italiano. La reforma agraria de 1950 pretendió corregir los desequilibrios estructurales (bipolarización en el reparto de la tierra), que sólo muy parcialmente consiguió. Los Planes Verdes de 1960-64 y de 1965-69 propugnaron más un desarrollo técnico que una distribución de tierras, por lo que el tamaño de las explotaciones se amplió paralelamente al éxodo rural.
En Europa oriental, la situación existente al finalizar la última gran guerra era muy diversa, con países en donde el neolatifundismo seguía manteniendo plena vigencia, en forma de grandes monocultivos cerealistas de exportación (Polonia, Hungría, Yugoslavia…), frente a otros con una estructura más equilibrada (RDA, Checoslovaquia), o con una pequeña propiedad campesina ampliamente extendida tras la desaparición de la dominación turca (Balcanes). Los tímidos intentos de reforma planteados por los nuevos estados nacionales en el periodo de entreguerras apenas habían supuesto mejoras puntuales y la ampliación del minifundio como resultado del reparto de tierras en pequeños lotes, de modo que en 1940 las explotaciones inferiores a 5 hectáreas representaban el 85% de las existentes en Hungría, el 65% en Polonia, o el 62% en Bulgaria.
A partir de 1944 se inició la ocupación de las tierras por campesinos, creándose en cada país un fondo nacional agrario en el que se incluían las antiguas propiedades huérfanas de propietarios y que rebasaban un tamaño permitido (entre15 y 20 hectáreas en Polonia a 120 en Hungría). Más tarde se redistribuyeron las tierras tanto colectiva como individualmente. Pero este proceso se desarrollo con fuerza a partir de mediados de los años cincuenta, con un esfuerzo en desarrollar las cooperativas, desde las más simples inicialmente hasta las más complejas (socialización de los medios productivos).
El caso de los Países Bajos, con la agricultura más encomiable del mundo, se basa en una política de polderización, establecimiento de agricultores y asistencia a los mismos para practicar una agricultura muy intensiva. En contra de lo que sucede en otros países, aquí se tiende a aumentar la superficie cultivada.
c) El significado de la PAC en los países de la Unión Europea y su reforma
En 1957, el artículo 39 del Tratado de Roma, constitutivo de la Comunidad Económica Europea, definió los objetivos de la Política Agraria Común (PAC): incrementar la productividad garantizar a los agricultores un nivel de vida equiparable al de otros agentes económicos, estabilizar los mercados y asegurar el aprovisionamiento de la población a precios razonables. Un año después de la firma del Tratado, en la ciudad italiana de Stresa, se sentaron los fundamentos de la PAC, bajo la orientación de tres principios:
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Unidad de mercado, es decir, la libre circulación de productos agrarios entre los países miembros, lo que implica no sólo la eliminación de los mecanismos que falsean la competencia intra-CEE sino también la gestión supranacional de la política agraria, con precios institucionales comunes que guíen las decisiones de todos los agricultores comunitarios.
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Preferencia comunitaria por la que, dentro del mercado común, las principales producciones agrarias están protegidas de la competencia exterior mediante eficaces dispositivos frente a las importaciones extra-CEE a bajos precios.
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Solidaridad financiera: como determinadas vertientes de cualquier política agraria (por ejemplo, la estabilización de los mercados) son relativamente costosas, y dado que la gestión de la PAC se realiza de forma centralizada (desde Bruselas), sus costes deberán ser financiados por todos los Estados miembros a través del presupuesto general de la UE, cualquiera que sea el producto o el país al que se destine el gasto.
Después de intensas negociaciones, la PAC comienza a concretarse en 1962, con las primeras organizaciones comunes de mercado (OCM), que afectaron a los cereales y al vino y, con ellas, se creó el Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agrarias (FEOGA) como instrumento de solidaridad financiera. Como su nombre indica, el FEOGA tiene dos campos de actuación, uno del que es responsable la Sección Orientación, que debe financiar la política de reforma de las estructuras agrarias, correspondiendo a la Sección Garantía la provisión de recursos para la política de precios y mercados. Desde su creación, ha habido un gran desequilibrio entre ambas secciones, a favor del FEOGA-Garantía, que ha venido absorbiendo en torno al 95% del gasto agrario de la Unión Europea, pese a lo que los problemas estructurales de la agricultura comunitaria nunca han sido leves y, desde luego, se han ido agravando con su ampliación hacia el Sur (Grecia, Portugal y España).
En 1970, el 87% de la PFA comunitaria estaba encuadrada en diferentes OCM, por lo que puede concluirse que el avance en la construcción de una política sectorial constituyó, no obstante las dificultades inherentes a un proceso de tales características, un importante éxito en la construcción europea. Cada organización común posee sus propios mecanismos de funcionamiento, configurando una regulación compleja de los diferentes mercados agrarios. Pero lo que interesa destacar aquí es que, con diferencia, el tipo de OCM más importante ha sido la que se conoce como precios de sostenimiento e intervención, que ha encuadrado a los cereales, azúcar, leche, carne bovina y ovina, y, de forma menos automática, a la carne porcina, ciertas frutas y hortalizas y vino de mesa.
Para comprender íntegramente esta OCM debe tenerse en cuenta que, en los primeros años de desarrollo de la PAC, la CEE era deficitaria en la práctica totalidad de las producciones mencionadas. Con el tiempo, sin embargo, los poderosos mecanismos de protección articulados condujeron a un rápido crecimiento de la oferta interior que, confrontada a una demanda estable, dio paso a la aparición de voluminosos excedentes estructurales en cereales, azúcar, leche y productos lácteos y carne bovina fundamentalmente. Hacia mediados de la década de 1980, la situación se hizo insostenible; he aquí algunas razones:
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El coste de los desfases permanentes entre oferta y demanda -almacenamiento, restituciones a la exportación…- gravitó excesivamente sobre un presupuesto general tan limitado que equivalía a la centésima parte del PIB de los Estados miembros.
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La fuerte descompensación entre la política de precios y mercados y la reforma de estructuras que, con una participación en el gasto del FEOGA inferior al 5%, no pudo contribuir más que muy débilmente a corregir los déficits existentes entre las estructuras agrarias de ciertas regiones comunitarias.
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Desde una perspectiva intersectorial, la protección dispensada por el FEOGA fue notablemente regresiva, puesto que, al operar fundamentalmente a través de la política de precios, fueron las grandes explotaciones, las que generan un mayor output, las más beneficiadas. La propia Comisión ha estimado que el 80% de las ayudas concedidas por el FEOGA se destinaron a un 20% de las explotaciones que, además, absorbieron la mayor parte de la superficie agrícola.
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El rápido crecimiento del presupuesto del FEOGA -que entre 1975 y 1991 se ha multiplicado por 2,6 en términos reales- contrastó con la evolución de la renta agraria por empleo que, pese a un fuerte descenso de la ocupación, permaneció relativamente estable en el periodo citado. Tal contarte ponía en evidencia que la vieja PAC debía ser reformada con detenimiento.
Por ello, desde 1984 se fueron instrumentando medidas parciales, de las que la introducción de estabilizadores constituye un buen ejemplo: tasas de corresponsabilidad por las que los agricultores de los sectores excedentarios contribuyen a la financiación del gasto del FEOGA; establecimiento de cuotas, es decir, contingentes a la producción que, en caso de ser superados dan lugar a la inhibición de los mecanismos de intervención. Sin embargo, dichos retoques parciales no sirvieron para solventar las cuestiones de fondo, por lo que, en febrero de 1991, la Comisión Europea decidió reformar globalmente la PAC, planteándose los siguientes objetivos:
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Reequilibrar los mercados agrarios, tanto a través de la contención de la oferta como mediante una actuación sobre la demanda, que, gracias a una sustancial reducción de precios, implicaría dotar a la agricultura europea de una mayor competitividad.
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Extensificación de los procesos productivos, con vista a que una menor utilización de inputs químico-biológicos contribuya a la protección del entorno y, con la subsiguiente bajada de los rendimientos.
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Mantener un número suficiente de agricultores, lo que, según la Comisión, supone reconocer que deben desempeñar dos funciones de forma simultánea: la producción de alimentos y de materia primas destinadas a otros usos y la actividad de conservar el medio ambiente y de desarrollo rural. Como el sostenimiento del mundo rural no depende únicamente de la agricultura, se fomentarán otras formas de actividad con el apoyo de los fondos estructurales de la UE.
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Adaptación y flexibilización del mecanismo de intervención.
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Abandono de superficies agrarias cultivables o de determinadas producciones a cambio de la percepción de la subvención correspondiente.
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La introducción de una normativa de jubilación anticipada.
El proceso de reforma emprendido exige la adopción de un complejo paquete de medidas, cuyo previsible resultado es una intensa reestructuración de las agriculturas comunitarias. Ahora se ha abierto una fase en la que, por el momento, no resulta fácil prever las repercusiones que se deriven sobre los agricultores comunitarios que, por otra parte, se encuentran sometidos, desde hace años, a un cambio permanente de las reglas del juego que dificulta la toma de decisiones. Es más, la integración de la PAC en el GATT se ha realizado mediante una cláusula de paz, por la que, satisfechos determinados y complejos requisitos, los países terceros se comprometen a no hostigar la reforma emprendida durante los próximos nueve años, lo que, si bien dota de una cierta estabilidad a los acuerdos, introduce un serio interrogante sobre las posibilidades de mantenimiento de la PAC reformada en el largo plazo.
El periodo de transición de la reforma finalizó en julio de 1995, coincidiendo con la entrada en vigor de los acuerdos comerciales de la ronda de Uruguay del GATT, con la adhesión a la UE de nuevos estados miembros y con el inicio de un acercamiento a los países de Europa central y oriental. Este periodo se ha caracterizado por una disminución de la tasa de retirada de tierras, por un control de la producción que ha limitado los excedentes y que ha generado graves tensiones entre los agricultores de los distintos países, y por un aumento de las rentas agrícolas. Aunque los gastos de la sección Garantía del FEOGA no se han reducido en términos reales, han disminuido sin embargo en relación con el presupuesto europeo, pasando de un 64,2% en 1988 a un 50,5% en 1996. El reto que la PAC tiene ante sí es la apertura de negociaciones para la adhesión de los países de Europa central y oriental, en los que existe una superficie agrícola útil de 60 millones de hectáreas y para los que la agricultura canaliza una parte importante de la población activa y del PIB.
4. LAS ESTRUCTURAS RESULTANTES Y LOS NUEVOS ESPACIOS AGRARIOS
La estructura de las explotaciones: un tamaño insuficiente
El tamaño medio por explotación en la UE no llega a 20 hectáreas (el dato para el conjunto de Europa no es fácil de conseguir), si bien es cierto que esta media encubre unas enormes disparidades y situaciones, aunque no refleja claramente la situación general de la agricultura europea.
El cuadro siguiente nos pone de manifiesto la importancia que adquieren las explotaciones medias y pequeñas, sin contar ya las menores de 1 hectárea o explotaciones trabajadas a tiempo parcial (ATP). Las dimensiones físicas, por otro lado, enmascaran las enormes diferencias existentes entre los diversos tipos de explotaciones según su orientación técnica y económica y su grado o intensidad de aprovechamiento.
Distribución de las explotaciones agrarias con más de 1 ha. en la UE-12
Hectáreas
Países 1-5 5-10 10-20 20-50 50 Número total
(miles)
Explotaciones %
(SAU %)
Bélgica | 27,7 (4,2) | 18,1 (7,6) | 24,5 (20,6) | 23,9 (41,8) | 5,8 (25,8) | 78,8 (1.363) |
Dinamarca | 1,7 (0,2) | 16,3 (3,6) | 25,3 (11,3) | 39,4 (38,7) | 17,2 (46,2) | 86 (2.798) |
Alemania | 29,4 (4,3) | 17,6 (7,3) | 22,1 (18,3) | 24,8 (43,3) | 6,1 (26,8) | 670,7 (11.826) |
Grecia | 69,4 (32,1) | 20 (25,5) | 7,6 (19,1) | 2,5 (13,2) | 0,5 (10) | 703,5 (3.722) |
España | 53,3 (7,9) | 19 (8,1) | 12,3 (10,6) | 9,4 (18) | 6 (55,4) | 1.539,9 (24.681) |
Francia | 18,2 (1,5) | 11,7 (2,8) | 19,1 (9,1) | 32,8 (34,4) | 18,1 (52,1) | 911,8 (28.024) |
Irlanda | 16,1 (2) | 15,2 (5) | 29,2 (18,6) | 30,5 (41,2) | 9 (33,1) | 216,9 (4.916) |
Italia | 67,9 (20,1) | 16,9 (15) | 8,7 (15,4) | 4,6 (17,9) | 1,9 (31,5) | 1.974 (15.141) |
Luxemburgo | 18,9 (1,6) | 9,9 (2,1) | 12,4 (5,5) | 32,5 (35,2) | 26,2 (55,6) | 3,8 (126) |
Países Bajos | 24,9 (3,8) | 18,4 (7,8) | 25 (21,1) | 27,3 (47,7) | 4,4 (19,6) | 117,3 (2.017) |
Portugal | 72,5 (19,6) | 15 (12,4) | 7,2 (11,6) | 3,4 (11,9) | 1,9 (44,5) | 384 (3.202) |
Reino Unido | 13,5 (0,5) | 12,4 (1,3) | 15,3 (3,2) | 25,4 (12,2) | 33,3 (82,8) | 242,9 (16.746) |
TOTAL UE-12 | 49,2 (7,1) | 16,8 (7,1) | 13,5 (11,5) | 13,7 (25,7) | 6,8 (48,6) | 6.929,6 (114.562) |
Fuente: Comisión Comunidades Europeas, 1990.
Como característica general, puede señalarse que Europa (sobre todo la UE) tiene unas explotaciones intensivas, muy tecnificadas, con un elevado consumo de insumos, pero con unas dimensiones insuficientes. Y esta característica se observa más nítidamente en los países mediterráneos que en los de la Europa atlántica y continental. Portugal, Grecia, Italia y España alcanzan el mayor peso en las explotaciones de menos de 5 hectáreas, aunque en el caso de España y Portugal también las mayores de 50, en el otro extremo, controlan un elevado porcentaje de la superficie, aunque en este umbral es el Reino Unido el país más destacado, debido a su mayor equilibrio estructural.
De este modo, puede señalarse que son las explotaciones de más de 50 hectáreas las que están creciendo en número, mientras disminuyen las menores de 20, merced en el primer caso, a la consolidación de las de dedicación exclusiva, modernizadas y competitivas, en contra de lo que sucede en los umbrales bajos, que crecen en número a costa del aumento de la agricultura a tiempo parcial (ATP). Además, dependiendo de las técnicas predominantes en cada país se necesitan unas dimensiones específicas para obtener unas rentas satisfactorias.
Pero, a pesar de la tendencia al incremento de dimensión de las explotaciones, éstas se siguen caracterizando por presentar unas estructuras propias de la empresa de pequeña dimensión, que emplea trabajadores esencialmente familiares. Por consiguiente, hay que hacer referencia, sin menoscabo de la importancia que alcanzan las grandes explotaciones capitalistas de la cuenca de París, del valle del Po o de la depresión del Guadalquivir, o las dedicadas a la ganadería extensiva en Escocia, Gales o en las dehesas del oeste español, un neto predominio de la explotación familiar como carácter definitorio y emblemático de la agricultura europea, máxima representante del “reino de la explotación familiar”.
La agricultura europea, como estamos viendo, presenta una gran polarización de las explotaciones, con una abundancia de explotaciones marginales, muchas de ellas gestionadas por jubilados, y un gran valor y consolidación de las complementarias, de ATP, que en conjunto, hacen subir enormemente el número de explotaciones agrarias, pero las verdaderas, las que producen la mayor parte de la riqueza son, en primer lugar, las de carácter familiar de tamaño grande y, en segundo lugar, las de carácter empresarial, mucho menos numerosas.
Otra de las características es que salen muy pocas tierras agrícolas al mercado anualmente (tan sólo un 1% en 1990), además de estar sus precios exagerados. Pero dado el avanzado grado de envejecimiento de la población agraria europea y que la mitad de los titulares no tienen continuidad en la explotación, cada vez irán saliendo más tierras al mercado, con la consiguiente reducción del número de explotaciones y el aumento del su tamaño medio.
La tendencia de la agricultura europea es la del crecimiento de dos tipos de explotaciones: las grandes, que pueden producir con economías de escala, y las de ATP. Estas ultimas se revelan como una alternativa relativamente estable ante la incertidumbre económica y laboral en unos países con agricultura protegida, tanto en la fijación del empleo y de la población como en la mejora de la renta y el consumo, frente a un modelo de agricultura basado en el crecimiento a ultranza de la productividad y el aumento de la superficie de las explotaciones. La ATP está creciendo constantemente, sobre todo en los países más industrializados de Europa occidental, si bien el 90% de las familias dedicadas a la agricultura tienen al menos una fuente ingresos distintos a la agraria. Permite obtener ingresos complementarios en países con una agricultura protegida ya que, de no ser así, las producciones de la ATP no podrían soportar la competencia de las explotaciones especializadas y con economías de escala.
Frente a la ATP, se está consolidando también la agricultura capitalista o empresarial, a veces como evolución de la explotación familiar grande. Ésta, junto con la de tipo medio, continua siendo predominante en Europa occidental. La razón básica es la flexibilidad que ofrece su mano de obra, capaz de adaptarse a las más cambiantes condiciones. A pesar de que se ha hablado de que la agricultura familiar no puede competir con la capitalista, lo cierto es que demuestra incluso más vitalidad, pues en las actividades agrarias se consiguen de forma rápida las economías de escala.
Es precisamente la búsqueda de las economías de escala y del empleo de toda la fuerza de trabajo disponible en la explotación familiar lo que motiva, en gran medida, la toma de tierras en arrendamiento, principalmente, y en otros regímenes de tenencia, muy secundariamente, todos ellos relacionados generalmente con hechos históricos dependiendo de cada país.
En Europa el régimen directo de explotación es el predominante, sobre todo en la UE, asociado tradicionalmente a la explotación familiar, en la que la posesión de la tierra tenía, además de un significado económico, un carácter social.
b) La evolución de los sistemas de cultivo: nuevos espacios agrarios
Pese a las pervivencias estructurales vinculadas al pasado, la evolución general hacia la agricultura de mercado en todos los países europeos ha supuesto una progresiva capitalización de las explotaciones, con una mejora en las técnicas de cultivo (mecanización, expansión del regadío, selección de semillas, empleo de productos químicos…). Igualmente ha tenido lugar una progresiva especialización productiva relacionada con las condiciones naturales de cada territorio, su accesibilidad y la evolución de los mercados, que permite elevar los rendimientos por persona y hectárea, si bien a costa de un paralelo aumento de la dependencia, tanto ecológica como económica.
La conocida diversidad climática y edáfica en Europa, unido al distinto grado de adaptación a estas transformaciones, genera una amplia variedad de situaciones regionales.
Las áreas próximas al océano, junto a buena parte de las regiones alpinas, han acentuado su tradicional vocación ganadera, orientándose principalmente en la actualidad hacia la producción de leche y derivados con destino a los mercados urbanos circundantes. Con un terrazgo ampliamente dominado por los pastos, las forrajeras y los cereales-pienso, se ha evolucionado hacia un tipo de explotación muy capitalizada que ha reducido drásticamente el nivel de empleo, permiten alcanzar los niveles de renta más altos dentro de las regiones agrarias europeas, plenamente comparables a los obtenidos en otros sectores productivos.
En este sentido se puede destacar el caso de Dinamarca, que ha mejorado mucho sus inicialmente pobres suelos arenosos de origen glaciar a través de procesos de desecación, de drenaje en las zonas deprimidas y bonificación, que ha permitido incorporar más de 700.000 hectáreas de terrazgo explotable (la cuarta parte del total actual), dedicados en gran parte a los cereales-pienso (la mitad de la superficie cultivada), junto con plantas forrajeras y pastizales, lo que a su vez ha permitido desarrollar una gran cabaña ganadera de vacas y, secundariamente, cerdos.
Los pólders (terrenos ganados al mar mediante la construcción de diques que se apoyan en los cordones litorales de arena) holandeses son, precisamente, otro de los ejemplos ilustrativos más importantes a este respecto, con una superficie aproximada de 750.000 hectáreas (un tercio del territorio nacional). En los pólders, debido a una tecnificación muy alta (molinos de viento o bombas hidráulicas para desecar el suelo), y a la corrección y bonificación intensiva del suelo, se ha logrado obtener un terreno cultivable. La especialización ganadera es ya casi total (principalmente vacas frisonas), traducida en el paisaje por un claro dominio de los pastizales (60% de las superficies agrícolas) y de los cultivos destinados a su alimentación en forma de piensos. La dedicación de 15.000 hectáreas al cultivo de flores, parcialmente en invernaderos, es una buena muestra del carácter especulativo y plenamente industrializado de esta actividad. Así, se consiga una participación de más del 7% de la PFA (producción final agraria) de la UE que contrasta con el 2% de las tierras puestas en explotación que representa.
Hacia el interior del continente, esta monoespecialización ganadera casi total va dando paso al predominio de los sistemas mixtos. Si bien es cierto que ha tenido lugar un incremento generalizado en el papel que se otorga a la actividad pecuaria, coincidente con la elevación en el consumo de estos productos y la posibilidad de realizar una importación masiva de otros alimentos, la explotación tiene aquí un carácter más extensivo, su orientación básica es la producción de carne, y aún coexiste con una amplia variedad de cultivos. Así, en todas aquellas llanuras donde el calor y una cierta sequedad hacen posible la maduración del grano se ha mantenido, e incluso acentuado, la especialización cerealista aunque eliminando prácticamente el barbecho, la trama parcelaria y las sujeciones parcelarias imperantes en el antiguo sistema de openfield. Su rotación con determinadas plantas industriales como la remolacha en las regiones septentrionales más húmedas y frías (desde East Anglia o las cuencas de París y del Duero, a la llanura anglo-polaca), o el maíz y el girasol en las más soleadas del sur (Aquitania, Lombardía, Panonia, Moldavia, Valaquia…), junto a una intensa mecanización, ha permitido mejorar su productividad a costa de un intenso éxodo rural, si bien su competitividad exterior continua siendo bastante escasa, exigiendo un elevado proteccionismo. Las comarcas de especialización vitícola (Burdeos, Champagne, Rhin, Valais…), identificadas también con veranos secos y, particularmente, con vertientes orientadas hacia el sur, vienen a subrayar el complicado mosaico agrario que supone hoy la Europa central, y la creciente división del trabajo que ha conllevado la expansión de la agricultura de mercado, especialmente en el seno de la Unión Europea.
Por lo que respecta a las regiones mediterráneas, la industrialización y urbanización que ha tenido lugar a lo largo del siglo se ha traducido también en una ruptura de sus rasgos tradicionales, hoy sólo conservados parcialmente en algunas áreas atrasadas del interior de estas penínsulas. La progresiva especialización de cultivos impulsada por la comercialización ha hecho retroceder la diversidad anterior, acentuando al mismo tiempo algunos de los contrastes característicos del campo mediterráneo secularmente.
Dentro de las áreas de secano la trilogía clásica mantiene su preeminencia, de bien la evolución de los diversos cultivos y su distribución regional ha sido diversa. El trigo sigue cubriendo extensas áreas, ocupando algo más del 17% de las tierras sembradas anualmente en todos los países. Sin embargo, el descenso relativo que registra su consumo, limitado al comercio nacional, ha ocasionado una progresiva reducción de la superficie triguera en beneficio de otros cereales secundarios destinados al consumo ganadero (centeno, maíz, cebada…), que ocupan ya el 23%, oleaginosas como el girasol, e incluso cultivos industriales como la remolacha azucarera o las forrajeras allí donde ha sido posible introducir el regadío. La ruptura de los sistemas mixtos tradicionales, con la reducción del barbecho, a acarreado una paralela regresión de la ganadería ovina con excepción de algunas áreas marginales de montaña.
Muy distinta ha sido, en cambio, la evolución del viñedo, en rápida expansión al abrirse los mercados exteriores, posibilitando así la aparición de grandes extensiones de viñedos, desde el Bajo Duero en Portugal, la Mancha o la Rioja en España, y el Languedoc en Francia, hasta el golfo de Corinto, alcanzando en conjunto cerca de dos terceras partes de la cosecha mundial. Por su parte, el olivar mantiene una superficie prácticamente constante ante el estancamiento que registra su demanda, pese a lo cual los paisajes alomados recorridos por hileras de olivos siguen caracterizando regiones como la Alta Andalucía, la Riviera o la costa del Adriático.
Pero frente a una agricultura de secano que aún mantiene buena parte de sus rasgos anteriores y que ha expulsado en las últimas décadas un gran número de agricultores hacia las ciudades, los regadíos intensivos se han mostrado como espacios dinámicos y en expansión, capaces de mantener un poblamiento denso. La ampliación posibilitada por la mejora de las infraestructuras técnicas (embalses, red de canalizaciones, etc.), se ha acompañado por una rápida evolución hacia una agricultura especulativa totalmente orientada al mercado, en buena parte exterior, y de altos rendimientos, capaces de compensar sobradamente el minifundismo dominante. El consiguiente abandono de aquellos cultivos no competitivos en este ámbito internacional se ha contrarrestado con la rápida expansión de los más demandados, desde los frutales, particularmente los cítricos, a las hortalizas, el arroz, el algodón, etc. Si bien es cierto que el desarrollo de tales actividades ha generado importantes efectos multiplicadores al potenciar directamente el comercio, la industria de transformación y el transporte, la agricultura mediterránea se ha situado en una creciente posición de dependencia con respecto a la Europa noroccidental, agravada por no tratarse de productos de primera necesidad, lo que la hace muy sensible a las fluctuaciones coyunturales o a la competencia de otros países de la cuenca.
Finalmente, en la Europa nórdica ha subsistido la explotación ganadera extensiva, si bien adaptada a las condiciones técnicas y económicas actuales. El nomadismo sufrió un revés inicial con el establecimiento de la frontera entre Suecia y Noruega en 1852, habiendo desaparecido hoy totalmente, sustituido por un régimen trashumante que no conlleva el traslado de hábitat. Los gobiernos de ambos países han mejorado las infraestructuras asistenciales, la integración regional con el resto del territorio, pretendiendo así facilitar la comercialización de la producción. Como resultado se han creado grandes explotaciones, parcialmente tecnificadas, que ocupan un volumen de población bastante reducido ante la constante emigración.
5. LA URBANIZACIÓN DEL CAMPO EUROPEO: INVERSIÓN DE LAS TENDENCIAS TRADICIONALES
Las transformaciones apuntadas hasta ahora han insistido en los aspectos que se refieren a las actividades agrarias, pero el proceso que ha tenido lugar en las últimas décadas es mucho más amplio y profundo. El “campo” en toda Europa se ha visto sometido a una progresiva invasión desde las ciudades, que modifica las normas de mediatización y dependencia anteriores. El fenómeno resulta particularmente intenso en el entorno de las grandes ciudades convertido hoy en lugar de residencia para un número creciente de personas que se trasladan diariamente a la ciudad, en área de explotación agraria intensiva (cinturones lecheros y hortícolas) vinculados estrechamente al mercado urbano, en espacio de descongestión industrial, o bien de ocio y esparcimiento, hasta llegar a diluirse los habituales contrastes entre los modos de vida y ocupación en uno y otro medio (tipo de empleo, densidad, heterogeneidad social, movilidad espacial…).
De este modo se llega ala existencia de un continuo o, más bien, de una interpenetración entre lo urbano y lo rural, que permite hablar con cierta propiedad de espacios rururbanos o de urbanización difusa (también conocidas como franjas periurbanas), en los que la persistencia fisionómica en los núcleos se acompaña de profundos cambios funcionales y sociales, que la crisis actual de las metrópolis parece haber acelerado.
La instalación de personas procedentes de la ciudad en el medio rural circundante adquirió verdadera importancia en las dos últimas décadas, vinculada al aumento de la tasa de motorización y la degradación en la calidad de vida que se registra en las ciudades “concentradas”. La generalización del automóvil y la mejora de los ferrocarriles suburbanos en particular han potenciado el proceso hasta hacer de la rururbanización uno de los fenómenos más representativos de los que se ha dado en llamar sociedades postindustriales. El paralelo desarrollo de la agricultura a tiempo parcial, que ya a comienzos de los años setenta afectaba aproximadamente a entre un 15 y un 30% de las explotaciones agrarias según países, ha contribuido a potenciar los movimientos pendulares diarios en torno de todas las grandes ciudades europeas. La ATP abunda en los espacios periurbanos como respuesta a la abundante oferta de empleos alternativos, que posibilitan y empujan al agricultor a abandonar el ejercicio en exclusiva de su actividad tradicional; no obstante, la ATP se desarrolla primero en los entornos de las ciudades industriales, pues los empleos terciarios exigen generalmente unos niveles de cualificación que los agricultores a menudo no poseen, por lo que la incidencia de la ATP es muy reducida en el entorno de las áreas urbanas no industriales.
En todo caso, de lo que no cabe duda es de que a medida que los centros urbanos han ido creciendo, las distintas coronas de las franjas periurbanas se han agrandado. Además, al aumentar las distancias al núcleo central, el área de los trabajadores que viven en el campo y se desplazan a la ciudad diariamente (commuters) y de actividades descentralizadas va dando paso progresivamente a las residencias secundarias como forma de ocupación del suelo.
Aunque las actividades de ocio y esparcimiento no son ninguna novedad en las áreas rurales europeas, sí lo es su generalización a amplias capas de la población. El fenómeno de las residencias secundarias se ha extendido a gran parte de la población y su rápida expansión puede explicarse por la convergencia de factores diversos, desde en aumento del nivel de vida que permite diversificar el gasto, a la reducción de la semana laboral, la expansión del coche o el nacimiento de una nueva ideología que ve en los espacios rurales (y naturales) importantes plusvalías frente a la ciudad. Los países pioneros en este movimiento fueron Francia (en 1986 suponían el 15% del número de residencias primarias), Alemania o Suecia, junto con otros países de la Europa oriental como Checoslovaquia, todos a comienzos de los setenta. Pero fue en la década de los ochenta cuando este fenómeno creció más rápidamente, tal como ocurrió en España, que en once años (1970-81) aumentó sus segundas residencias en un 145% (pasando de 0,8 a casi 2 millones).
Si bien la existencia de un agradable entorno físico actúa como indudable factor de atracción, la accesibilidad y las estrategias de promoción desarrolladas por los agentes inmobiliarios parecen ser, a la postre, los justificantes esenciales de su distribución. La expansión de chalets y apartamentos para fines de semana y vacaciones tiende a privilegiar ciertas zonas (como la costa mediterránea y la Sierra madrileña en España, o la costa meridional y los valles alpinos, seguida de la costa bretona o los alrededores de París en Francia), porque las residencia secundarias son, ante todo, una manifestación del ocio y turismo urbanos. La antigüedad del fenómeno, la calidad de las comunicaciones y el tamaño urbano, además del entorno natural (espacios ecológicamente privilegiados: costa y montaña), ayudan a explicar la escala espacial alcanzada en cada caso.
Más allá de la controversia sobre los efectos ambientales y económicos que las segundas residencias ejercen allí don de instalan, lo más evidente es su papel activo de desintegración de la comunidad rural, contribuyendo a acelerar la urbanización de estas sociedades.
En los últimos años parece acusarse una detención, e incluso un movimiento regresivo, en países de gran tradición como Francia, que está acabando con la euforia precedente. Las causas económicas y fiscales parecen aliarse con una progresiva conversión en residencia principal de estas viviendas, e incluso con un posible cambio de mentalidad en los países que iniciaron este tipo de ocupación hace ya cuarenta años. De cualquier forma, la urbanización del espacio rural no deja de crecer.
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Enviado por: | Tomi |
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