Biología, Botánica, Genética y Zoología


Experimentos sobre el origen de la vida


Introducción

Si se acepta la concepción evolucionista general de la historia de la vida sobre la tierra, no es difícil creer que la vida debe haber surgido de manera natural1 por medio de evolución química. Si la vida se ramifico de modo natural a partir de organismos de una sola célula hasta la maravillosa complejidad de las formas de vida que tenemos en la actualidad, ¿por qué no pudieron los primeros paquetes mínimos de información genética (precisos para sustentar la vida) haber surgido de manera espontánea como resultado de las propiedades de la materia carbonacea? Y desde luego, si uno tiene esta mentalidad, es muy difícil poder ver cómo el origen de la vida puede haber sido por otra vía que por la de evolución química.

Desde un punto de vista naturalista, uno considera su investigación como un esfuerzo para encontrar caminos químicos posibles par el surgimiento de la vida. El objetivo es limitar el conjunto de caminos posibles y producir al menos un bosquejo de la transición de la no-vida a la vida. Es de suponer que muchos procesos químicos que tuvieron lugar en la superficie del globo primigenio serán parcialmente duplicados en las simulaciones de laboratorio.

Si, sin embargo, uno abriga dudas acerca de la perspectiva evolutiva general del origen de la vida y mantiene abierta la posibilidad de que alguna otra explicación pudiera ser correcta, queda en libertad para enfocar el problema del origen de la vida desde un ángulo distinto. Una manera de enunciar las presuposiciones de esta pesona sería ésta: La vida puede que haya surgido espontáneamente (de manera natural) en este planeta, o puede que no. Por causa de la necesidad metodológica (Kenyon y Steinman, 1969, pág. 31; Kenyon 1984a) uno podría suponer inicialmente que la vida surgió de manera natural. Podría entonces tratar de simular acontecimientos químicos y físicos que pudieran haber estado envueltos en un proceso así en la Tierra primitiva. Si aconteciera que algunos de los resultados de nuestros experimentos no son congruentes con la presuposición de un origen natural, entonces evaluaría de manera cuidadosa estos resultados a la luz de la posibilidad de que dieran apoyo a otra perspectiva general. Además, al interpretar los resultados de cualquier experimento de simulación en particular, uno debería tener cuidadosamente en mente los resultados de otros experimentos de este tipo, así como cualesquiera hechos relevantes químicos y físicos -- incluyendo cualquier evidencia geoquímica que tuviera que ver con las condiciones de la simulación. En otras palabras, uno entretendría de manera seria la posibilidad de que los resultados experimentales refutaran la misma suposición de evolución química. Desde luego, hay lugar para esta apertura: no podemos tener la misma certidumbre acerca de nuestras explicaciones para el origen de la vida que la que pudiéramos esperar en <<ciencia operativa>>, como han argumentado persuasivamente Thaxton et al. (1984, págs. 202-206).

Los experimentos de Miller

Algunos aspectos de la obra de Stanley Miller acerca del origen de la vida nos serán de ayuda para comparar las dos perspectivas generales anteriormente bosquejadas. Stanley Miller ha sido uno de los pioneros en estudios experimentales del origen de la vida. Él llevó los primeros experimentos sistemáticos de simulación hace más de 35 años (Miller, 1953). Desde entonces ha producido un cuerpo de investigación adicional (Miller, 1955, 1957; Ring et al., 1972; Ring y Miller, 1984) a lo largo de las líneas de su obra original: simulaciones de atmósfera primitiva empleando descarga eléctrica como fuente de energía. También ha escrito síntesis de la situación del campo de la <<evolución química prebiótica>> (Miller y Orgel, 1974; Miller, 1984). La obra de Miller ciertamente satisface el fructífero criterio de la buena investigación científica. Además, su método de <<simular la totalidad>> es quizá el enfoque más razonable para hacer estudios <<de simulación>>.

 

Si uno desea saber si pudo haber tenido lugar un origen evolutivo químico de la vida, no puede simplemente dar por supuesto que sí tuvo lugar, y luego argumentar que las condiciones sobre la Tierra prebiótica tuvieron que ser tales que permitieran que esto tuviera lugar.

 

En sus artículos, Miller es precavido, y tiende a apegarse a los verdaderos datos de laboratorio cuando evalúa los resultados de los experimentos de evolución química. No es persona dada a hacer pretensiones excesivas acerca de progreso en el logro de posibles caminos prebióticos, y yo aprecio en gran manera su actitud realista. Contrasta de una manera refrescante con las extravagantes conclusiones de otros experimentadores. Aunque Miller cree que se ha hecho un progreso razonable acerca de posibles caminos de síntesis de biomonómeros prebióticos, y que se ha logrado un modesto progreso en al menos los inicios de síntesis de biopolímeros, reconoce que es poquísimo lo que se <<conoce>> más allá de esto.

Hasta aquí todo está muy bien, pero hay más. Miller, como los otros evolucionistas químicos, comienza dando por supuesto que algún proceso naturalista dio origen al primer ser vivo. Luego, arguyendo en base de las propiedades de compuestos orgánicos y de los resultados de experimentos de simulación, hace varias inferencias acerca de las condiciones en la superficie de la tierra primitiva. Por ejemplo, los compuestos orgánicos se descomponen en presencia de O2; por ello, el O2tiene que haber estado prácticamente ausente de la atmósfera primitiva (Miller, 1984). Se mencionan otras razones para creer que la primitiva atmósfera de la tierra contenía muy poco O2, pero ninguna de ellas parece tan convincente como la acabada de citar.2

Si se acepta la posibilidad de que la vida se originara por medios no naturalistas, es apropiado razonar de manera diferente acerca de la cuestión del O2 en la atmósfera primitiva: la atmósfera primitiva puede haber o no haber contenido cantidades sustanciales de O2. Pero esta cuestión debe decidirse en base de evidencia independiente, no en base de los resultados de experimentos de simulación ni de las necesidades de la hipótesis de Haldane/Oparín (Kenyon, 1984b). Si uno desea saber si pudo haber tenido lugar un origen evolutivo químico de la vida, no puede simplemente dar por supuesto que sí tuvo lugar, y luego argumentar que las condiciones sobre la Tierra prebiótica tuvieron que ser tales que permitieran que esto tuviera lugar.

Al tratar de la temperatura de la Tierra primitiva, Miller (1984) dice lo siguiente:

La temperatura del océano primitivo no se conoce, pero se puede decir que la inestabilidad de varios compuestos y polímeros orgánicos constituye un argumento convincente de que la vida no pudo haber surgido en los océanos a no ser que la temperatura estuviera por debajo de los 25°C.

Una vez más se emplean aquí las necesidades de un origen evolutivo químico de la vida para limitar las condiciones primitivas de la superficie de la tierra. Pero, ¿no sería más razonable intentar sustentar un argumento acerca de la temperatura de los océanos primitivos con independencia de estas necesidades? Si no tenemos a mano la información necesaria para dar respuesta a esta pregunta, deberíamos suspender nuestro juicio.

Miller se muestra precavido acerca del tema de la composición de la atmósfera primitiva, pero se hace evidente la misma clase de razonamiento:

Alguna de la química orgánica [esto es, de los experimentos de simulación] hace predicciones explícitas acerca de los constituyentes de la atmósfera. Tales consideraciones no pueden demostrar que la tierra tuvo una determinada atmósfera primitiva, pero los condicionantes de la síntesis prebiótica debería ser una consideración principal. (Miller, 1984, énfasis añadido).

Aquí Miller se refiere al hecho experimental de que cuanto más reductora sea la atmósfera simulada (p.e., CH4, NH3, H2O frente a CO2, N2, H2O) tanto mayor la producción de compuestos orgánicos como los aminoácidos, los constituyentes básicos de las proteínas. Se considera que los resultados de los experimentos de simulación aportan un poderoso apoyo a la postura de que la atmósfera primitiva de la Tierra era reductora. Pero, una vez más, tal razonamiento es persuasivo sólo si uno da por supuesto que tiene que haberse dado una evolución química.

Experimentos sobre el origen de la vida


Aparato empleado en los experimentos de Miller de descargas eléctricas para conseguir aminoácidos.
(Según R. Jastrow, 1967, Red Giants and White Dwarfs. Nueva York: Harper and Row, pág. 134.)

Abundan ejemplos de este tipo de razonamiento, pero será suficiente con dos más (Miller, 1984). Por cuanto los estudios de laboratorio indican que es necesario un cierto nivel de NH4+ (alrededor de 0,01 M, que se corresponde con una presión parcial atmosférica de NH3 de alrededor de 4 x 10E6 atm a 25° C) para una síntesis eficaz de aminoácidos, se supone que al menos esta cantidad de NH4+ tuvo que haber estado presente en los océanos primitivos. En otros experimentos se mostró que los ribósidos de pirimidinas (componentes del ARN) no se forman en mezclas calentadas de ribosa y pirimidinas (mientras que las mezclas calentadas de ribosa y de purinas sí que dan ribósidos de purinas). Miller ve dos optativas aquí: 1) Quizá no se probaron las condiciones adecuadas, o, 2) no hubo ribósidos de pirimidinas en los primeros organismos. La optativa 1 es posible, naturalmente, pero la optativa 2 exhibe la misma falacia argumental que nuestros primeros ejemplos. ¿Cómo pueden unos resultados negativos sugerir que un compuesto determinado no fue necesario para el origen de la vida? Una conclusión así sólo tiene sentido en base de la previa suposición de que la evolución química ha tenido que ocurrir, y que la <<simulación>> en cuestión duplica de una manera razonable los acontecimientos prebióticos en la Tierra primitiva.

Vale la pena enfatizar que la mayoría de los que están acutalmente llevando a cabo experimentos acerca del origen de la vida, si no todos, no sólo dan por supuesto que tuvo lugar un proceso evolutivo, sino que además consideran que están indagando los detalles de este pretendido proceso en lugar de estar generando un cuerpo de datos de laboratorio que, cuando sea añadido al conocimiento químico y físico ya existente, podría ayudar a decidir si la evolución química tuvo lugar o no tuvo lugar.

Los experimentos de Fox

Sidney Fox es otro experimentador que ha generado un cuerpo impresionante de investigación experimental sobre el origen de la vida (Fox, 1956, 1964, 1974, 1978, 1981; Fox y Dose, 1977; Fox y Harada, 1960; Fox y Nakashima, 1980; Fox y Yuyama, 1964). Su perspectiva básica parece ser algo como lo que sigue: El origen de la vida fue indudablemente por medios naturalistas. Los caminos más probables son los que se presentan en la teoría de origen por proteinoides, y hay un extenso sustento experimental para este punto de vista. La teoría abarca todo la gama de los eventos prebióticos, desde los gases primitivos hasta microsistemas orgánicos. El enfoque de Fox ha sido enormemente fructífero en la generación de experimentos, y prosigue la investigación a lo largo de estas líneas en muchos laboratorios por todo el mundo (Matsuno et al., eds., 1984).

El enfoque de Fox es muy diferente al de Miller. Miller acentúa la <<simulación global>>. Esto es, él recrea lo que se supone fue la atmósfera primitiva, y la provee con posibles fuentes prebióticas de energía. No hay interferencia del investigador hasta que se analizan los productos del experimento. La marcha química de estos experimentos es bastante compleja, y aunque se producen muchos compuestos biológicos y no biológicos, de bajo peso molecular, la tendencia dominante de los procesos químicos es hacia la producción de material macromolecular no biológico (Folsome, 1979; Folsome et at., 1975; Kenyon, 1984b). Además, no se encuentran en estos experimentos ni proteínas ni ácidos nucleicos, y los aminoácidos son todos racémicos de una manera precisa, condición ésta que difiere marcadamente de la presencia exclusiva de L-aminoácidos en las proteínas de los organismos vivientes.

Aparato empleado para la síntesis termal de aminoácidos a partir de gases simples.
(Según Harada y Fox, 1965, en Origins of Prebiotic Systems. Nueva York: Academic Press, pág. 187.)

 

Fox, en cambio, destaca el papel prebiótico de una clase de biomonómero, esto es, de los aminoácidos. En los experimentos de formación de proteinoides emplea él sólo aminoácidos (por lo general la forma L) como reactivos iniciales. Una simplificación tan artificial del sistema reactivo cae de inmediato bajo sospechas. ¿Por qué no habría habido presentes también muchos otros tipos de compuestos junto con los aminoácidos? Algunos de estos, especialmente aldehidos y azúcares, habrían desde luego reaccionado en reacción cruzada con aminoácidos (vía la reacción de Maillard, Ellis, 1959) para formar material macromolecular insoluble no biológico en lugar de proteinoides (Kenyon, 1984a). ¿Por qué, entonces, no se hacen experimentos en los que se añadan aldehidos y/o azúcares a los aminoácidos? ¿Quizá porque con toda certeza se generaría material no biológico intratable, y se desalentaría la futura experimentación? Evidentemente, Fox da por supuesto que las intensas reacciones cruzadas de interferencia, como las que aparecen en los experimentos de Miller, no fueron importantes en la evolución química prebiótica, a pesar de que se sabe que la reacción de Maillard tiene lugar en un margen muy amplio de condiciones de reacción (Ellis, 1959; Nissenbaum et al., 1975).

La anterior discusión de los problemas en enfoques empíricos actuales acerca del origen de la vida, naturalmente, deja de ser completa. Para análisis más extensos de fallos en la investigación sobre evolución química, se remite al lector a Kenyon (1984a, 1984b) y a Thaxton et al. (1984).

 

La atmósfera primitiva puede haber o no haber contenido cantidades sustanciales de O2. Pero esta cuestión debe decidirse en base de evidencia independiente, no en base de los resultados de experimentos de simulación ni de las necesidades de la hipótesis de Haldane/Oparín.

 

El origen de la información genética y del sistema de síntesis de proteínas

Desde mi punto de vista, el mayor reto a cualquier teoría naturalista de biogénesis es el problema del origen de la información genética. Este problema, enunciado con brevedad, es como sigue: ¿Cómo unas secuencias específicas de bases conteniendo una información biológicamente relevante se acumularon de manera espontánea (naturalísticamente) en polinucleótidos sobre la Tierra prebiótica? Estas secuencias tienen que haber llegado a abarcar todas las necesidades de la célula mínima, y, por tanto, todas tienen que haberse juntado dentro del mismo pequeñísimo volumen.

El problema conceptual es abrumador. Para que la información biológica funcione en el estado de vida, tiene que ser traducida a las secuencias de aminoácidos de al menos varios cientos y posiblemente varios miles de diferentes enzimas y otras proteínas. La maquinaria molecular para la duplicación, transcripción y traducción de la información genética (y al menos se precisa de 70 proteínas específicas sólo para estas funciones) tiene que estar ya toda en funcionamiento para que el sistema efectúe su ciclo completo de funciones la primera vez. Considerando la cantidad total de secuencias posibles de las bases en un polidesoxiribonucleótido lo suficientemente largo para codificar todos los enzimas y otras proteínas necesarias para el estado de vida (Ambrose, 1982, pág. 135), la probabilidad de formar incluso una pequeña fracción de la información necesaria por procesos naturalistas --incluso a lo largo de períodos miles de veces más largos que toda la duración que se supone al cosmos-- es virtualmente nula (Eden, 1967; Hoyle y Wickramasinghe, 1981, págs. 23-33). Las minúsculas indicaciones experimentales de ordenación en secuencias no aleatorias ya sea en polinucleótidos, ya en polipéptidos (Fox, 1978) en estudios de <<simulación>> son totalmente inadecuados para afrontar este problema (cf. Yockey, 1977, 1981). El problema no es sencillamente la demostración de alguna ordenación no aleatoria, sino la de demostrar una ordenación biológicamente relevante.

Luego, naturalmente, existen los problemas previos de la acumulación espontánea de elementos constitutivos de los ácidos nucleicos (nucleótidos), y la incorporación de sólo los nucleótidos naturales en moléculas primitivas de ácidos nucleicos. Shapiro (1984) ha presentado un convincente argumento de que tales acontecimientos habrían sido enormemente improbables en la Tierra prebiótica.

Algunos científicos mantienen que ya se ha logrado un significativo progreso experimental acerca del problema del origen de la información genética. Yo clasificaría a Fox entre los que pertenecen a este grupo. Su creencia es que una mayor investigación acerca del modelo del proteinoide dará finalmente la respuesta: Puede que se precise de tiempo, pero ya tenemos claves experimentales indicando el camino (Fox, 1981). Los proteinoides mismos fueron los primeros portadores significativos de información biológica.

Otros investigadores han destacado la enorme dificultad del problema, respondiendo con una variedad de propuestas y posiciones diferentes.

Kuppers (1983, pág. 279) declara que <<La probabilidad de que un sistema genéticamente integrado se monte espontáneamente por pura casualidad es insignificantemente pequeña. Esto es cierto incluso de la síntesis al azar de una pequeña molécula de enzima optimizada para alguna función biológica>>. Tanto Kuppers (1983) como Eigen (1971; Eigen et al., 1981) han respondido a este reto desarrollando unas (similares) complicadas teorías acerca del origen naturalista de la información genética basadas en el concepto del <<hiperciclo>>. Se conciben los primitivos hiperciclos como agrupaciones acopladas de moléculas de ARN auto-duplicantes y polipéptidos catalizadores asociados. Se afirma que estos sistemas químicos, al principio relativamente sencillos, tienen la propiedad de evolucionar espontáneamente hacia sistemas moleculares genéticos integrados, esto es, las primeras células vivas.

Por atractivas que puedan ser estas ideas de Eigen y Kuppers, el sustento experimental de las mismas es desde luego bien parco. Además, esta línea de pensamiento parece adolecer de un fallo fatal en cuanto a que no puede explicar el origen del ARN y de las proteínas catalíticas que necesita para el surgimiento de los hiperciclos. Eigen y Kuppers dan por supuesto que los experimentos de evolución química han mostrado cómo tales moléculas pudieron haber surgido en la Tierra primitiva, pero la verdad es que no existe ninguna evidencia que sustente tal tesis. Toda la información química de que disponemos arguye intensamente en contra de una aparición prebiótica espontánea de ácidos nucleicos (Shapiro, 1984). Admiro los esfuerzos que estos experimentadores han hecho y que creen que deben continuar, pero dudo de que sus presentes perspectivas tengan mucho que ver con el verdadero origen de la vida.

Cairns-Smith (1982) también reconoce claramente la seriedad del problema. El actual sistema genético molecular no se pudo desarrollar espontáneamente en la Tierra primitiva. ¿Brotó entonces la primera vida de manera naturalista? Sí, pero los primeros organismos eran sistemas inorgánicos basados en minerales de arcilla. Posteriormente, el sistema carbonáceo ocupó el campo. Ésta es una idea novedosa, y merece más estudio por parte tanto de creacionistas como de evolucionistas químicos. Hay posibilidades aquí para experimentos significativos.

Monod (1972) argumentaba a lo largo de las siguientes líneas básicas. El origen naturalista del primer sistema genético era sumamente improbable. Pero estamos aquí y el origen de la vida tiene que haber sido un acontecimiento o proceso naturalista. ¿Qué otra cosa pudo ser? Por ello, el origen de la vida fue de hecho un acontecimiento (o conjunto de acontecimientos) muy raro, de baja probabilidad. Monod pudiera estar en lo cierto, pero no tenemos la posibilidad de demostrar la corrección de su postura, porque estamos tratando aquí con lo que viene a ser un <<milagro naturalista>>. Naturalmente, la conclusión del creacionista de que la primera información genética provino de un origen sobrenatural tampoco está sujeta a una verificación experimental directa.

Moviéndonos a lo largo de nuestra gama de posturas acerca del problema del origen de la información genética llegamos a Hubert Yockey, aunque podría ser situado algo más adelante. Yockey parece considerar totalmente inadecuados todos los escenarios naturalistas propuestos hasta ahora para poder dar cuenta de ninguna cantidad significativa de información genética o de información biológica almacenada en polipéptidos (Yockey, 1981). Como mucho, ve un cierto potencial para producir una pequeña proteína aislada. Sus cálculos probabilísticos tienen en cuenta el hecho de que hay 39 isómeros ópticos de los 20 aminoácidos constituyentes de las proteínas, punto éste no destacado por otros autores (Yockey, 1977).

Crick reconoce el problema de un origen naturalista de la vida en la Tierra primitiva, pero no lo descarta. Sugiere él la posibilidad alternativa de que la primera vida (microbiana) en la Tierra puede haber llegado de otras partes en el cosmos, quizá transportada en una nave espacial no tripulada (Crick, 1981, págs. 141-153). Esta solución, llamada <<panspermia dirigida>>, nos deja con el enojoso problema de cómo surgió la vida en el planeta desde el que fueron enviados los microbios. Quizá fue por panspermia dirigida, y así ad infinitum.

Hoyle y Wickramasinghe, en una notable serie de libros (p.e., Hoyle, 1983; Hoyle y Wickramasinghe, 1981), han desarollado la postura de que la vida no pudo surgir espontáneamente (esto es, al azar) en ningún lugar del cosmos. Alguna clase de inteligencia tiene que haber conducido el proceso. Pero no queda claro del todo cómo debemos concebir esta inteligencia. En el libro El Universo Inteligente (1983, pág. 136) Hoyle dice: <<La inteligencia responsable de la creación de la vida basada en el carbón en la teoría cósmica queda firmemente dentro del Universo y es subordinada a él>>. Él distingue de manera clara esta inteligencia inmanente del concepto de un Dios sobrenatural creador fuera del espacio y del tiempo.


Aparato empleado para la síntesis de aminoácidos mediante rayos ultravioleta de lámpara de mercurio.
(Según Kenyon y Steinman, 1969. Biochemical Predestination, Nueva York: McGraw-Hill, pág. 135.)

 

Mi propia postura acerca de este tema se puede bosquejar de la siguiente manera: No creo que el sistema de codificación genética y de síntesis de proteínas pudo haberse desarrollado de manera naturalista a partir de configuraciones materiales más simples. Cuanto más aprendemos acerca de los detalles moleculares del sistema, tanto más fuerte se hace esta posición. Cuando se toman en cuenta todas las líneas pertinentes de evidencia y se afrontan de manera franca todos los problemas, creo que debemos llegar a la conclusión de que la vida debe su origen a una fuente externa a la naturaleza (Kenyon, 1984b). Algunas de las principales líneas de evidencia y de razonamiento que sustentan esta postura son como siguen:

(1) La virtual imposibilidad de un origen espontáneo de la información genética, incluso en 10 o 20 mil millones de años.

(2) El hecho de que la tendencia dominante en las <<simulaciones del total>> es hacia la producción de materiales macromoleculares no biológicos intratables (Folsome, 1979; Folsome et al., 1975; Kenyon, 1984b). En estos experimentos no se encuentran biopolímeros. Predominan las reacciones cruzadas interferidoras en las simulaciones más <<realistas>>.

(3) Los experimentos de simulación producen rutinariamente mezclas racémicas de compuestos orgánicos (Dickerson, 1978; Folsome, 1979). Todos los intentos experimentales de encontrar una base naturalista plausible par la acumulación preferencial primigenia de L-aminoácidos han fracasado (Bonner, 1972; Bonner et al., 1980).

(4) La evidencia geoquímica es congruente con la conclusión de que hubo cantidades significativas de O2 en la primitiva atmósfera de la tierra (Clemmey y Badham, 1982; Dimroth y Kimberley, 1976). Este O2 habría eliminado cualquier pretendida evolución química en sus más primitivos estadios.

Finalmente, llegamos a A.E. Wilder-Smith, que desde luego reconoce el problema del origen de la información genética (Wilder-Smith, 1970). Él observa que los experimentos de <<simulación>> ideados para hallar posibles caminos prebióticos de síntesis de componentes del sistema genético molecular son a menudo sumamente complejos y que se apartan significativamente de las condiciones prebióticas <<razonables>>. Por ejemplo, las mezclas reactivas iniciales son artificialmente simplificadas para asegurar la formación de productos de interés. No estamos viendo en ello lo que pueda hacer una materia carbonácea relativamente carente de ayudas con un aporte de energía. Más bien estamos manipulando de manera deliberada las condiciones experimentales para poder tener un control significativo sobre el resultado (cf. Thaxton et al., 1984, págs. 104-110).

También es evidente un control inapropiado en los experimentos de proteinoides de Fox, que comienzan con mezclas reactivas simplificadas artificialmente: esto es: sólo con aminoácidos. Se podría decir que cuanto más interferimos de esta forma aplicando <<tecnología>> química, tanto más nuestras actividades (aunque muy remotamente) se asemejan a las de alguna agencia sobrenatural que trajo a la existencia la primera vida. Los reactivos químicos dejados a sí mismos (esto es, en ausencia de una información genética preexistente) no llegan a la vida. Se precisa de una manipulación externa conductora.3 Es a esto a lo que señala toda nuestra evidencia experimental, y es desde luego la conclusión del mejor razonamiento teórico. Mantener la creencia en una biogénesis naturalista, sabiendo lo que sabemos acerca de las propiedades de la materia y de la energía, equivale << ... simplemente a arrojar la toalla científica>> (Wilder-Smith, 1981, pág. 146).

Conclusiones

Es difícil comprender por qué unos científicos están dispuestos a admitir el pensamiento de que una inteligencia de alguna clase (dentro o fuera del universo) estuvo involucrada en la aparición de la primera vida, mientras que otros aparentemente no lo están, y aquí no voy a proponer una explicación de ello. Pero lo que queda ilustrado con la gama de puntos de vista descritos en la anterior sección es que hay un margen de posiciones intermedias que cubren la distancia intelectual entre investigadores como Fox o Miller, por una parte, y otros como Hoyle, Kenyon o Wilder-Smith por la otra. Por ello, no es necesario salir del mundo racional para dirigirse en dirección de una comprensión científica francamente <<teísta>> del origen de la vida, a no ser, naturalmente, que uno considere cualquier desviación del <<optimismo naturalista>> como irracional y anti-intelectual.

La conclusión de que la vida demanda una creación sobrenatural (o al menos una inteligencia creadora dentro del universo) les parecerá prematura a muchos, incluso si se conceden algunos méritos a las principales críticas y argumentaciones positivas creacionistas. Y seguirá habiendo los que querrán proseguir con sus actuales enfoques, sin importar lo que muestren los resultados. Siempre podrán decir: <<Todavía no hemos encontrado las condiciones experimentales correctas>>. O, <<Sólo hemos estado haciendo experimentos específicamente relacionados con el problema del origen de la vida durante 30 años. Dadnos tiempo. A fin de cuentas, se trata de un problema muy difícil. Al final encontraremos una descripción evolucionista química plausible>>. O, <<Es muy poco lo que se conoce actualmente del sistema genético molecular>>.

Consideremos lo que podría suceder a las tendencias en la investigación del origen de la vida si de repente todos los miembros del ISSOL (International Society for Study of the Origin of Life - Sociedad Internacional para el Estudio del Origen de la Vida) decidieran considerar seriamentee la posibilidad de que la vida hubiera sido creada por un agente inteligente. Supongamos también (para combinar lo ridículo con lo absurdo) que decidieran probar y asumir una actitud mental en la que verdaderamente no estuvieran entregados ni a la postura evolucionista ni a la creacionista. Por extraña que pueda parecer esta sugerencia, me parece que constituye exactamente el tipo de nuevo principio que necesitamos para el problema del origen de la vida en la actualidad.

Como mínimo, una reorientación de pensamiento de este tipo generaría probablemente unas nuevas discusiones de carácter notable. Por ejemplo, podrían aparecer listas como ésta en las pizarras de los laboratorios:

(1) No hay demostración de transición de lo inanimado a materia viviente en ausencia de sustancias preexistentes portadoras de información genética.

(2) No hay demostración en laboratorio de estados precursores realistas.

(3) No hay ninguna descripción teórica convincente de posibles estados precursores.

(4) No hay registro fósil de estados precursores, incluyendo la inexistencia de evidencia geoquímica de un <<caldo orgánico prebiótico>> (Corliss et al., 1981; Nissenbaum et al., 1975; Thaxton et al., 1984, pág. 57).

(5) No hay neobiogénesis (origen de la vida hoy día).

(6) No hay evidencia de vida extraterrestre ni de estados materiales precursores encontrados en la exploración espacial hasta el día de hoy.

En base de una lista así, se podría pasar a considerar cuestiones como las siguientes: ¿Es posible mostrar experimentalmente que la materia y la energía no pueden organizarse por sí mismas en un sistema vivo, si no hay materia viva ya presente? El fracaso en demostrar la transición no constituye prueba suficiente, desde luego, para excluir la posibilidad. ¿Existen criterios formales útiles que nos puedan servir de ayuda para determinar si algún sistema natural recibió su diseño impuesto desde fuera, o si el orden se generó de manera natural y espontánea? ¿Es el sistema genético molecular en realidad a este respecto como un sistema complejo manufacturado, como afirman los creacionistas? (para un tratamiento preliminar de esta cuestión, véase Parker, 1980, págs. 2-15). Si es así, ¿cuáles son las implicaciones de tal conclusión para la planificación de experimentos acerca del origen de los sistemas de codificación genética y de síntesis de proteínas?

La discusión a lo largo de estas líneas llevaría naturalmente a las siguientes cuestiones de mayor entidad: ¿Qué sucedería a la investigación sobre el origen de la vida en el laboratorio en que uno trabaja, si se llega a aceptar la tesis creacionista de los orígenes biológicos (Kenyon 1984b)? ¿Cesaría del todo? ¿No quedaría uno entonces limitado, por lo que respecta a las tareas experimentales, a problemas de ciencia operativa (Thaxton et al., 1984, págs. 8, 204)? Si todos aceptáramos este punto de vista, ¿qué sucedería con nuestras publicaciones y nuestras carreras?

Quizá sería más prudente comenzar con una reorientación más limitada del pensamiento. Quizá algunos equipos de investigación podrían tener a un científico creacionista, o al menos a alguien abierto a la posibilidad de una explicación no naturalista de los orígenes, que tuviera parte en la planificación de los experimentos. Se podría dar la sugerencia de modificar algunos de los experimentos de Fox añadiendo, por ejemplo, aldehídos y azúcares. O podrían repetirse los experimentos de Miller con cantidades significativas de O2 presentes en el aparato, con la precaución de que no haya H2 en la mezcla inicial de gases, para impedir una explosión.4 De esta manera, el trabajo experimental podría continuar muchos años. Concedo que si uno ya ha llegado a la conclusión de que la vida debe haber sido creada de manera sobrenatural, no va a demostrar mucho entusiasmo en la prosecución de mucho más trabajo experimental acerca del tema. Pero si uno adopta una actitud más agnóstica, entonces podría interesarse en llevar a cabo experimentos adicionales.

Más tarde o más temprano surgiría la cuestión de quién o qué creó la vida. ¿Está la inteligencia creadora totalmente dentro del cosmos, o es ella (Él) el mismo que el Dios trascendente de la Biblia? Y luego tenemos la cuestión de cómo aquella agencia inteligente creó la vida (o incluso el mismo cosmos). Pero desde luego los detalles de cómo una inteligencia sobrenatural creó la realmente la vida no son susceptibles de indagación por medio del método científico, y esto es anatema para muchos científicos. Comentando acerca de la evidencia de un propósito inteligente inmanente en el universo, y la desgana de muchos científicos a aceptar tal perspectiva, Hoyle (1983, pág. 9) escribía:

Esto es precisamente lo que los científicos ortodoxos no están dispuestos a admitir. Porque podría resultar que hubiera --a falta de una palabra mejor-- connotaciones religiosas, y porque los científicos ortodoxos están más interesados en impedir un regreso a los excesos religiosos del pasado que en buscar la verdad, la perspectiva nihilista descrita previamente ha dominado el pensamiento científico a lo largo del siglo pasado. (Énfasis añadido.)

 

Los científicos ortodoxos están más interesados en impedir un regreso a los excesos religiosos del pasado que en buscar la verdad.

 

Quizá tendremos que afrontar a su debido tiempo la intensa posibilidad de que el problema del origen de la vida revela una limitación del mismo método científico. Si el método científico no puede resolver todos los problemas (y, ¿quién mantiene que puede resolverlos todos?), ¿por qué entonces no podría ser que la gran cuestión de los detalles físicos del origen de la vida sea uno de estos problemas que está más allá del alcance de nuestra metodología? Y en realidad, ¿cómo podemos eliminar esta posibilidad, dada la actual situación en los estudios acerca del origen de la vida? Antes que reconocer reconocer este tipo de limitaciones, muchos preferirían seguir esforzándose, tejiendo una creciente red de improbabilidades relacionadas, de énfasis mal situados, y de extrapolaciones injustificadas, sólo para crear la ilusión de que no hay problemas ahí. Pero bien al contrario hay muchas dificultades en esta área de investigación, y ya es hora que las afrontemos, tal como lo han hecho Thaxton y sus colegas de manera valerosa. Pero las posibles consecuencias no son insignificantes, y creo que esto tiene que ser reconocido a cierto nivel por parte de los que ahora están llevando a cabo investigaciones acerca del origen de la vida.




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