Arte
Características del barroco
ARTE
CARACTERÍSTICAS GENERALES
Que España fuera una delas bases de la Contrarreforma católica, la lucha de los jesuitas españoles en Trento para defender la indiscutibilidad del dogma y el poder de la Iglesia marcarían las más notorias características de nuestro barroco:
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La temática plástica tendrá un definido carácter religioso.
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El arte será utilizado como argumento convincente del poder católico.
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El arte se dirigirá antes a la sensación que a la razón.
Pero, además, hay otras singularidades que lo diferencian de los otros barrocos, especialmente la gran originalidad, pues desde el mudejar no había alcanzado España una tan clara definición de su propio yo. Son entre otras estas:
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Nunca un estilo alcanzó tan hondas y prolongadas resonancias en la plástica popular.
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El Barroco español es una poderosa mezcla de ornamentación y sobriedad.
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La ornamentación es abundante y complicada, pero a diferencia del barroco europeo es emotivo y alucinado.
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La rica poolicromía de la escultura o el atormentado movimiento de las figuras están sustentadas por una imagen patética o desgarradamente dramática.
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La pobreza de materiales, pues pese a que se levantan magnificas edificaciones, el ladrillo es mucho más frecuente que la piedra y el marmol.
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En cuanto a la escultura, la madera, de honda tradición castellana, se empleará casi en exclusiva. Incluso para las grandes máquinas de las arquitecturas-esculturas de los retablos que inundarán todas las iglesias coetáneas o anteriores.
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Tras la época de austeridad del Escorial, el barroco parece dispararse a modo de fuegos de artificio en mil innovaciones llenas de fantasia creadora.
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Una enorme variedad, ya que cada autor es un estilo distinto, lo que hace difícil, y a veces imposible, una clara agrupación por escuelas.
ARQUITECTURA
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Inicios:
En arquitectura el barroco español mantendrá los esquemas fundamentales del edificio, sobre los que diseñará toda la fantasía ornamental. Uno de los primeros arquitectos que se despega de la austeridad escurialense es Juan Gómez de Mora, que hace la portada del Convento de la Encarnación de Madrid, dentro de un gran purismo, la Clerecía de Salamanca, prototipo de barroco equilibrado, y en Madrid traza la Plaza Mayor y el Ayuntamiento, de recuerdo claramente herreriano. De esta época corresponden también el panteón del Escorial, obra de Juan Bautista Crespo, y la Sacristía del Monasterio de Guadalupe, en la que destaca la mezcla de abundante decoración con la severidad de las líneas, de autor desconocido.
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Plenitud:
José de Churriguera rompe todos los moldes establecidos y alcanza la auténtica libertad expresiva hasta el punto que después se ha denominado churrigueresco a todo el arte barroco que se caracterice por la multiplicidad de ornatos y descoyuntamiento de los elementos tradicionales. Pero José no fue el único Churriguera; él pertenece a toda una generación que llenan la geografía española de sus obras. Con frecuencia trabajan varios familiares en los mismos proyectos, lo que hace difícil precisar la labor concreta de cada uno. Lo que sí esta claro es que los sucesores de José fueron recargando y descoyuntando más el estilo con una fantasía única en Europa. Se sabe que son del mismo José de Churriguera el Palacio e iglesia de Nuevo Baztan y la de Loeches y el Retablo de San Esteban, en Salamanca, en el que utiliza unas columnas salomónicas gigantescas. A los Churriguera, en general, se deben importantes obras como la Plaza Mayor de Salamanca, la cúpula de la Catedral de esta ciudad, el remate externo de la Catedral de Valladolid y un estudio planimétrico de Madrid.
Narciso Tomé es padre de otro grupo de arquitectos decoradores. Es violentamente barroco y es quien mejor sabe expresar el nuevo lenguaje espacial que propone el barroco italiano. Su obra más importante es el Transparente en la girola de la Catedral de Toledo. Nunca antes se había utilizado en España el barroco con tanta vehemencia; las tres artes plásticas quedan integradas en un solo lenguaje expresivo.
Pedro Ribera es el más importante arquitecto de todo el barroco español, de insólita imaginación creadora y un excelente ingeniero constructor. Su obra no se limita a los aspectos decorativos sino que demuestra tener un gran sentido del espacio y de las estructuras internas. Trabaja principalmente en Madrid, ciudad a la que da una inconfundible fisonomía, con lo que se ha dado a llamar barroco madrileño. Utiliza todos los elementos ornamentales del vocabulario churrigueresco pero con especial preferencia los estípites. Es esencial en su obra el uso del baquetón, o moldura cilíndrica muy gruesa que se encurva ciñendo puertas y ventanas. Son interesantísimas sus numerosas portadas madrileñas, como la del Antiguo Hospicio, la del Cuartel del Conde Duque o la de la Calle de la Magdalena. Entre sus obras de ingeniería merece especial atención el Puente de Toledo en Madrid.
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En Andalucía y Galicia:
En Sevilla se da el barroco más singular, síntesis de lo morisco, lo plateresco y lo barroco. Tiene sus mejores representantes en la dinastía de los Figueroa, a los que pertenece la Iglesia de San Luis, con una gran cúpula sobre el cimborrio de la cruz griega.
En Galicia, y particularmente en Compostela, el barroco alcanzó notas de gran originalidad. La obra maestra de este periodo en Galicia es la fachada del Obradoiro de la Catedral de Santiago realizada por Casas Novoa.
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Arquitectura palaciega:
Las relaciones con Francia consiguen abrir en la católica España una vía de interés por la suntuosidad cortesana. A partir de fines del XVII con la nueva dinastía llegan a España arquitectos franceses e italianos que introducirían las plantas elípticas y las fachadas curvas. Pero su labor más importante se centra en los palacios, así en Madrid Juvara y Sachetti levantan el Palacio Real, en Aranjuez, los italianos Bonavia y Sabatini amplían el palacio y trazan la urbanización del pueblo entero y en La Granja Juvara hace la gran fachada clásica y se trazan amplios jardines según los ideales de Le Notre.
ESCULTURA
El signo que caracterizó a las artes figurativas españolas fue, ante todo, el realismo. La temática quedó fijada por quien es casi único cliente: la Iglesia. Pero ante los retablos de pura arquitectura clásica se alzan, ahora, retablos libres en los que la escultura aparecerá exenta y rara vez en bajorrelieves. El menor papel que la escultura ocupa en los retablos viene compensado por la proliferación progresiva de esculturas independientes. En cuanto a los materiales, en general se talla en madera, la cual después se policroma. Esta policromía viene a reforzar el profundo sentido realista que no consiste en copiar la realidad, sino en hacer eterno lo efímero.
La escultura en la Corte apenas atrae el interés de los escultores, por ello la estatuaria oficial apenas existe y sólo cabe citar las estatuas ecuestres de Felipe III en la Plaza Mayor de Madrid y la de Felipe IV, en la Plaza de Oriente.
La escultura en la Corte se divide en dos grandes escuelas:
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La castellana: Son esculturas hirientes, figuras con el dolor o la emoción a flor de piel. Su principal representante es Gregorio Fernández, primer gran escultor español que desde el Renacimiento no tiene nada de italiano. Profundamente religioso trata de transmitir su fe y sus emociones en un estilo directo y muy convincente. Su realismo es patético pero sin caer en las vulgaridades o fealdades inútiles. Sus desnudos, exclusivamente masculinos, no suponen un alarde de conocimientos anatómicos al modo manierista, sino un estudio correcto del natural. Las cabezas, profundamente expresivas, llevan al espectador casi al punto del desagrado, si el tema lo requiere. El modelado de sus ropajes resulta un poco convencional, quizás excesivamente angulado, pero colabora a la reciedumbre y aspereza de su expresión.
Su primera obra, de gran patetismo, es el Cristo yacente del Pardo. Es la síntesis de su modo de entender la plástica. El tema hizo fortuna y a partir de él se han realizado cientos de imitaciones de Cristos yacentes con pequeñas variaciones. También representó a Cristo en la cruz, destacando el de la Luz, hecho para San Benito de Valladolid. Por supuesto, no podían faltar las Vírgenes Dolorosas y el tema de la Purísima Concepción. Esta, tan querido por la devoción castellana, lo resuelve Gregorio Fernández dando a sus Inmaculadas un ingenuo candor casi infantil que convence sin reservas. Un buen ejemplo lo constituye la de San Esteban de Salamanca. Igualmente trabaja en grupos para los pasos de Semana Santa y en retablos, donde impone la sencillez arquitectónica, dada su predilección por las figuras grandes.
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Andaluza: Más sosegada, busca siempre la belleza correcta sin huir del rico contenido espiritual. Destacan tres escultores principales:
Juan Martínez Montañés: nacido en Alcalá la Real, aprende en Granada y pronto marcha a Sevilla. Mantuvo siempre en su obra una distinción y mesura clásica, pero al servicio de la realidad. Su talla está muy bien modelada y sus grandes paños dan grandiosidad a la imagen. Se diría que su devoción va dirigida más al alma que a los sentidos. Su policromía bien equilibrada dista mucho del cromatismo desgarrador de la escultura castellana.
En una primera época realiza numerosas obras de muy diversas tendencias, pero la verdadera revelación de su personalidad es el Cristo de la Clemencia, prototipo andaluz del Cristo en la Cruz, que sin excesivo dramatismo, con poca sangre, y aún vivo, parece mirar a los fieles. Poco después realiza obras como el Retablo de Santo Domingo, del que sólo queda la estatua del titular. También crea el tipo del Niño Jesús desnudo, delicioso y bellísimo. De toda la serie que hizo el mejor es el de la parroquia del Sagrario en Sevilla. Probablemente el mejor momento de Montañés se refleja en el retablo que hizo en Santiponce, en donde destaca la imagen de San Jerónimo que hizo toda de su mano ya que se podía sacar en procesión. Por su grandiosidad son especialmente notables las imágenes de las Virtudes, la de San Juan Bautista y la del Crucificado. Ya en su último periodo logra crear un tipo de Inmaculada, que será una de sus más sugestivas obras.
Alonso Cano: Nace en Granada y aunque estudia en Sevilla desarrolla casi toda su obra en su ciudad natal. Es una de las personalidades más fuertes del arte español. Violento y orgulloso, soñador y utópico, luchó toda su vida por conciliar sus ideales con la realidad. Es pintor, escultor y arquitecto, lo que le permite elaborar sus retablos de forma íntegra, ya que él trazaba la arquitectura, realizaba las esculturas y las policromaba. Su obra trata de romper el recuerdo clasicista de Montañés, y gana en hondura expresiva y en dinamismo. Destacan su Retablo de la Iglesia de Lebrija, donde talla una gran imagen de la Virgen madre de gran solemnidad, y sus pequeñas imágenes como la de San Francisco en la Catedral de Toledo, y sobre todo la Inmaculada llamada del Facistol. Al final de su vida nos sorprende con unos geniales esculturas miguelangelescas de Adán y Eva.
Pedro de Mena, discípulo y colaborador de Cano, trabaja en Granada y en Málaga. Muy distinto a su maestro es más realista que él y comunica los estados de ánimo de modo muy directo. En su juventud realiza la sillería del coro de la Catedral de Málaga, donde adelanta el tipo de santos ascéticos que será lo característico de su obra. De su mejor momento resultan muy representativos y admirable, el San Pedro de Alcántara y sobre todo el San Francisco de la Catedral de Toledo, que es junto con la inmaculada de Cano una de las obras más transcendentales de nuestra imaginería. También ha dejado una extensa colección de retratos, de estatuas de penitentes,
Dolorosas, Ecce Homos y Magdalenas, de gran tensión dramática y vibrante realismo, pero dentro de la mesura andaluza.
Fuera de estos dos grupos se encuentra el otro escultor principal de este periodo, Francisco Salzillo: hijo de un escultor napolitano establecido en Murcia trabaja en esta ciudad toda su vida. A diferencia de las esculturas andaluzas, que concebía las figuras aisladas, en Levante se organizan grupos enteros, que a modo de secuencia, van narrando la Pasión ante los fieles. Su arte no está tanto al servicio de la Iglesia como al del pueblo. Muy entroncado con el arte italiano de la época, trasluce en su obra ese ligero encanto frívolo y rococó, tan de moda en la Europa del S.XVIII. Con todo sabe contactar con el alma del pueblo, por lo que fue admirado y comprendido inmediatamente. Su obra más importante es el Paso de la Oración en el Huerto, en el que destaca la figura del ángel. Como buen hijo de napolitano, también importa a nuestro país el gusto por los pesebres, realizando él mismo uno que puede citarse entre lo mejor de su obra. Salzillo cierra en España el gran ciclo del barroco y abre, con el equilibrio de su plástica, el gusto por lo clásico.
PINTURA
Características:
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Ausencia de rasgos, que fueron habituales y definidores, especialmente en Italia, durante el Renacimiento: lo heroico, los tamaños superiores al natural, las glorias corales de los fresquistas italianos. Predomina una cierta intimidad y un sabor de humanidad poco o nada teatral. En resumen, se prefiere un equilibrado naturalismo y se opta por la composición sencilla.
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Predominio de la temática religiosa. La expresión del sentimiento religioso se ve ayudada por elementos tales como el éxtasis, la mirada dirigida al cielo, el movimiento de la composición.
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Ausencia de sensualidad, por obra de una implacable vigilancia que no se ablanda en España.
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Tenebrismo, que expresa muy bien esos valores, por lo que se comprende mejor su éxito entre nosotros y no es posible reducirlo a un recurso o técnica meramente importada de Italia.
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División de los pintores barrocos en función de la ubicación geográfica de sus centros de trabajo, y así se habla de la escuela valenciana o sevillana o madrileña. Sin embargo tal clasificación es insuficiente fundamentalmente por dos motivos: no puede dar razón de las grandes diferencias que se observan entre pintores de la misma escuela y no explica tampoco de modo satisfactorio la evolución pictórica que va desde el Manierismo hasta la decadencia del propio barroco.
Debido a este último rasgo creemos más conveniente la simple enumeración de los principales pintores del siglo:
José de Ribera: Nacido en Játiva, estudia con Ribalta y se traslada muy joven a Italia, donde recibirá el influjo de Caravaggio. En su estilo se fundirá la profunda emoción religiosa de la pintura española, y el dominio del color y de las luces, a partir del estudio de los grandes pintores renacentistas. Así nos hallamos ante un arte sombrío y dramático con una gran riqueza cromática. En su obra no faltan cuadros realistas, como el Niño Romano, ni los cuadros naturalistas, como la Mujer Barbuda. Cultiva con cierta frecuencia el tema mitológico, a veces con ironía, otras para plasmar inmensas figuras musculosas que representan en el barroco el mismo mundo sobrehumano de Miguel Ángel, así su serie de gigantes: Ixión, Ticio, o su serie de Arquímedes. El género religioso ocupa la parte central de su actividad. Sus apóstoles, como San Andrés, y sus ermitaños(San Pablo, La Magdalena), traducen su religiosidad heroica y su inclinación a los cuerpos arruinados por la vejez o el hambre. Destacan también el Sueño de Jacob y el Martirio de San Bartolomé.
Francisco Zurbarán: A pesar de haber trabajado en la corte en la ornamentación del Salón de Reinos y practicado allí temas de batallas y mitologías, El Socorro de Cádiz o las Historias de Hércules, su horizonte parece que se limita a los temas monacales. Zurbarán es por tanto un pintor aparte de grandes contemporáneos, como un cantor de la religiosidad más severa y menos retórica, apoyándose en el uso del blanco y prescindiendo de los fondos arquitectónicos. Es autor de largas series de lienzos monásticos que constituyen su más productiva especialidad, así destacan los del monasterio de San Pablo de Sevilla, las pinturas del Convento de la Merced, las series de la Cartuja de Jerez y las del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe. “Practica un tenebrismo peculiar en el que las figuras irradian ellas mismas una vivísima iluminación y que hace olvidar la anécdota para expresar mejor la intemporalidad de la experiencia religiosa de esas imágenes transfiguradas.” También cultiva con gran acierto los bodegones.
Alonso Cano, granadino de cuna fue formado en el taller sevillano de Pacheco, donde coincidió algún tiempo con Velázquez. Cultivó diversas artes como la talla y la traza de retablos e incluso la arquitectura, si bien donde más destacó fue en su labor de pintor. Hábil dibujante, muy estudioso de la composición de sus cuadros y creador de tipos femeninos que repetirá de forma ininterrumpida, en los que busca una belleza plástica y una cierta feminidad infantil. De su época madrileña es el famoso Milagro del Pozo, en el que San Isidro rescata a su hijo, y cuya factura responde al colorido realista usual en Cano. En la Virgen y el Niño, del Museo del Prado, queda definido el tipo propio de su ideal femenino destacando ante un paisaje la luz mortecina.
Bartolomé Esteban Murillo: se adaptó al gusto imperante y plasmó una religiosidad familiar y tierna. Su mayor preocupación la constituye el colorido y no presta atención a la investigación plástica que tanto atareó a Zurbarán y Velázquez. En su juventud se inició en la técnica tenebrista, época a la que pertenecen las obras que reflejan el ambiente de golfillos y mendigos de los bajos barrios sevillanos, como los Niños Comiendo Melón y Uvas. En las décadas centrales del siglo conoce un éxito grande, desplazando y acopiando innumerables encargos que le impidieron poder ausentarse de su ciudad y le imponen un horizonte un poco estrecho. Obra suya muy divulgada es la Sagrada Familia del Pajarito, una obra llena de ternura, intimidad y misticismo que culmina en sus Vírgenes y Niños(El Buen Pastor, San Juan Bautista con el Cordero) o en sus inmaculadas con rostros juveniles y en sus anunciaciones que son el culmen de este género tan característico.
Diego de Silva Velázquez: nació en Sevilla en una época en la que la ciudad andaluza era la ciudad más importante de España. A los 11 años ingresó en el taller de Pacheco, con cuya hija contraería matrimonio años más tardes. Pero pronto rompió con los rígidos preceptos del mismo, para iniciar un arte más vivo, observando la realidad y copiando incansablemente los modelos con sus movimientos y expresiones. En las obras de su etapa sevillana muestra una inclinación al tenebrismo y junto a alguna obra religiosa, La Adoración de los Reyes, predominan los temas realistas, que reflejan la vida cotidiana, El Aguador de Sevilla y La Vieja Friendo Huevos. Con el apoyo de su suegro consigue trasladarse a la Corte, ser nombrado en 1623 pintor de cámara real y gozar del favor del omnipotente Conde Duque de Olivares y de la amistad del monarca Felipe IV. En esa época se ocupa fundamentalmente de retratos y temas mitológicos. En 1628 recibe la visita de Rubens que le aconseja viajar a Italia. Su estancia en este país le hará modificar sus preferencias cromáticas, esto es, abandonará el tenebrismo para dar mayor importancia al color, al desnudo y a la perspectiva aérea. Obras compuestas en este tiempo son La Túnica de José y la Fragua de Vulcano. A su regreso de Italia se afianza como el gran retratista de la Corte, realizando retratos ecuestres, como el del Príncipe Baltasar-Carlos, el de El Conde Duque de Olivares y la larga serie dedicada a Felipe IV. En este género, Velázquez se distancia de la sensación de otras escuelas europeas, aunque sea perceptible el influjo de Rubens, omitiendo todo recurso escenográfico. Pero también es el genial retratista de tipos tan curiosos como la serie de bufones, a los que trata casi de un modo redentor. Otra obra cumbre de este periodo es el cuadro de Las Lanzas. De un segundo viaje a Italia surgen el retrato del Papa Inocencio X y el de su propio criado Juan de Pareja. Su calidad de retratista es paralela a sus dotes extraordinarias para el paisaje, como Los Jardines de la Villa Médicis, que logran captar la vibración lumínica mediante pequeños toques luminosos, anticipándose en más de dos siglos al impresionismo. El retorno a la Corte en 1561 le dará ocasión de pintar sus obras más importantes, en las que alcanza calidades insuperables: La Venus del Espejo, Las Meninas, Las Hilanderas y El Crucificado.
También cabe mencionar a otros pintores secundarios, pero que también dejaron importantes obras: Francisco Ribalta (Cena, Crucificado abrazando a San Bernardo), Roelas, Herrera el Viejo (San Buenaventura Recibe el Hábito de San Francisco), Francisco Pacheco, maestro de Velázquez, Antonio de Pereda, Valdés Leal (Bodegón de la Calavera), Fray Juan Rizzi, Francisco Herrera el Mozo, José Donoso, Carreño, Claudio Coello.
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Enviado por: | Caramés |
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País: | España |