Historia


Caída de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas)


INTRODUCCIÓN

Hemos dado vuelta de página al siglo XX, una centuria que se caracterizó por una paradójica combinación de esperanza y miedo. La esperanza radicaba en lo que se creía que era la “nueva edad dorada”, en la que los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos, liberarían al hombre de todos sus sufrimientos- pobreza, enfermedades, hambre, guerra- males que lo habían afligido desde el comienzo de su historia. Por otra parte, el miedo se sostuvo por la aparente desintegración de los valores tradicionales y de las estructuras sociales, religiosas y laicas.

Sin duda, a lo largo de estos cien años la humanidad se vio más remecida que en ninguna otra época. Desde la Revolución Industrial el hombre se insertó en una máquina de cambios, desaciertos y progresos, que concentró su mayor intensidad en el siglo que recién pasamos.

Como hitos y desenlaces históricos del siglo XX, podemos forjar una lista innumerable, sin embargo, es axiomático que en los años finales de la década de 1980 y en los primeros de la de 1990 terminó una época de la historia del mundo para comenzar otra nueva.

El reconocimiento público de que algo andaba mal en todos los sistemas que se proclamaban comunistas, se hizo tangible con el derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) En este momento se concreta el vuelco político, económico y social más trascendente de los últimos tiempos (por no decir el más preponderante)

El colapso de la ideología marxista-leninista al derrumbarse el gigante soviético con su consecuente final de la Guerra Fría, es un hecho que ha nadie le puede ser indiferente. Es aquí donde radica el sentido del documento que se presenta a continuación.

A través del siguiente ensayo se busca presentar una visión más exhaustiva del cambio de la Unión Soviética a Rusia.

Con este propósito se han consultado diversas fuentes, con sus respectivas visiones, para dar un carácter más objetivo y global de este acontecimiento.

En esta perspectiva, este trabajo tiene como objetivo recopilar y comentar, en forma descriptiva y no doctrinal el desmembramiento del país más grande del mundo.

ANTECEDENTES

Al asumir Mijaíl Gorbachov en 1985 el poder en la URSS, el gigante soviético venía de disfrutar un decenio de estabilidad política sin precedentes bajo el gobierno de tres dignatarios, “ninguno de ellos apto- según diagnóstico médico- para tan alto cargo”. En el momento de su muerte, en 1982, Leonid Brezhnev a duras penas podía tomar decisiones políticas. Su sucesor, Yuri Andrópov, si bien con mayor vigor mental, se encontraba físicamente incapacitado, desapareciendo de la escena en 1983. Lo sucedió durante un año Konstantín Chernenko, un viejo camarada político de Brezhnev y jefe de su Estado Mayor, pero que sufría de enfisema y apenas podía pronunciar un discurso coherente

Por otra parte, se ha presumido a veces en Occidente de que el Politburó (Comisión política del Comité Central del Partido Comunista de la U.R.S.S) de esa época, escogió a Gorbachov por ser partidario de la “línea blanda” en respuesta a la “línea dura” del Presidente norteamericano Ronald Reagan. La verdad es que la política exterior soviética no estaba en discusión cuando se le eligió, y éste no dio el menor indicio de que quisiera adoptar una política de conciliación con Occidente, ni en público ni en las reuniones del Politburó, como tampoco lo hizo en la reunión en que sus colegas del Politburó votaron por unanimidad recomendarlo al Comité Central para el puesto de secretario general. Ni estaba claro para sus colegas que elegían a un auténtico reformista, y menos a alguien que sacudiría los fundamentos mismos del sistema soviético.

La llegada al poder de Gorbachov fue, sin embargo, un hecho decisivo para la historia de Rusia y Europa. Su relativa apertura de espíritu significaba que sus puntos de vista se fueron desarrollando durante sus años como dirigente y que pronto se dio cuenta de la necesidad de reformas económicas y de cambios políticos. Al principio, se trató de reformas dentro de los límites del sistema existente, con la reorganización (perestroika) de la economía soviética, que llevaría a una aceleración (uskorenie) del crecimiento económico. Propició una mayor transparencia (glasnost), deseable por sí misma y por razones pragmáticas, como un medio de revitalizar y movilizar a una sociedad estancada.

COMIENZO DEL FIN

Desde el comienzo de su jefatura, Gorbachov habló también de la necesidad de democratización (demokratizatsiya) de la sociedad soviética, aunque los cambios políticos propiciados durante sus tres primeros años en el cargo de secretario general podrían describirse más como de liberalización que de democratización. Su actuar se podría definir como natural dentro de la evolución política y social del resto del mundo, “Concretamente, el comunismo es una reacción contra los excesos que cometió el capitalismo liberal en su juventud desaprensiva y rapaz. Las características del comunismo puro son sino la contraparte de aquellas condiciones”

Fue en la XIX Conferencia del Partido Comunista soviético, en el verano de 1988, cuando Gorbachov asumió la responsabilidad del gesto decisivo de convertir el sistema soviético en algo de esencia totalmente diferente, y cuando aceptó no sólo el principio de elecciones para una nueva legislatura sino que propuso que se redactaran aquel mismo año las leyes correspondientes y que la nueva Asamblea empezara a funcionar en la primera mitad de 1989.

En cada año de la segunda mitad de los ochenta se fueron ensanchando los límites de la glasnost hasta que no pudo distinguirse esta apertura de la libertad de expresión y de publicación. Se suprimió un tabú tras otro, al ir tomando impulso la evolución política del país. La crítica a Stalin precedió a la crítica a Lenin, y a finales del decenio ya se podía atacar en letra impresa no sólo al principal fundador del Estado soviético, sino también a los actuales dirigentes del Partido Comunista y hasta los fundamentos mismos del sistema económico y político soviético. Se publicaron en ediciones de gran tiraje obras antes prohibidas y que tuvieron un efecto profundo en la opinión pública, como El Archipiélago GULAG, de Alexander Solzhenitsin, Relatos del Kolimá, de Varlam Shalamov, que exponía lo más despreciable de la vida en los campos de trabajo soviéticos, las obras de Daniel y de Siniavski, el 1984 y Rebelión en la granja de George Orwell, y El cero y el infinito de Arthur Koestler. Decenas de millones de rusos, que antes daban por descontado el sistema comunista, se convirtieron en anticomunistas.

Si la perestroika fue en sus inicios una revolución “desde arriba”, aunque en sus aspectos más radicales contaba sólo con el apoyo de una minoría de la dirección del Partido (aunque incluyendo en ésta, de modo crucial, a Gorbachov), para 1989-1990 se había convertido ya, cada vez más, en un movimiento desde abajo. Las elecciones que tuvieron lugar en marzo de 1989 trajeron la derrota de numerosos funcionarios del Partido Comunista y dieron puestos en la legislatura a nacionalistas de las repúblicas bálticas y caucásicas, así como a numerosos rusos liberales y radicales, entre ellos Sajárov. El propio Gorbachov había pasado de reformador en ciernes del sistema soviético a dirigente que reconocía la necesidad de una profunda transformación. En 1988 en privado y en 1990 en público, había aceptado la necesidad de sustituir el unipartidismo de autoridad por un pluralismo político, en el cual las elecciones irían produciendo un sistema de partidos que compitieran entre sí, mientras que la economía de mando, propiedad en su totalidad del Estado, dejaría paso a una propiedad mixta y a una economía predominantemente de mercado.

Sin embargo, por temperamento y por convicción política, Gorbachov era más partidario de la evolución que de la revolución, y su posición resultó extraordinariamente difícil cuando la anterior unidad, artificial pero eficaz, del sistema soviético fue dando paso a un alto grado de polarización. De un lado, en 1990 se encontró superado por radicales como Boris Yeltsin, cuya rápida transformación de jefe comunista local en tribuno democrático del pueblo fue posible gracias al espacio para la acción política independiente abierto por las reformas de Gorbachov. Por otro lado, Gorbachov se encontraba sujeto a presiones cuando menos igualmente intensas por parte de los defensores del sistema soviético en los aparatos del Partido y del Estado, entre los militares y la KGB, temerosos de que los cambios de largo alcance propiciados por él pusieran en peligro el sistema tal como lo conocían y la integridad del Estado soviético.

EL DERRUMBE

Gorbachov no sólo estaba dispuesto a ver transformarse el sistema soviético, sino que tuvo un papel decisivo en el avance hacia el pluralismo político. Pero no formaba parte de su proyecto de evolución tolerar la ruptura del Estado soviético. Él y el ala reformista de la dirección del Partido Comunista intentaban sustituir un Estado unitario, que había pretendido con falsedad ser un sistema federal, por una auténtica federación. En 1991 llegó a aceptar como posición de retirada que la Unión Soviética fuera una confederación menos rígida, pero era firmemente contrario a una ruptura completa de la unión. La presión por la plena independencia era especialmente fuerte en las repúblicas bálticas y, cada vez más, en Ucrania, Georgia y Armenia. El más sorprendente defensor de la independencia respecto a la unión era, sin embargo, la República Rusa. En su ambición de poder, Yeltsin jugó la carta rusa, y pese al papel histórico predominante de Rusia y los rusos en la Unión Soviética, afirmaba en 1990 que las leyes rusas tenían precedencia respecto a las soviéticas. El 8 de diciembre de 1991, junto con los presidentes de Ucrania y Bielorrusia (ahora Belarus) aplicó el golpe de gracia al sistema, al anunciar unilateralmente que la URSS había dejado de existir y que sería sustituida por una Comunidad de Estados Independientes. El 21 de diciembre de 1991 la URSS dejó formalmente de existir. Once de las doce repúblicas que quedaban, entre ellas, Armenia, Azerbaiyán, Kazajstán, Kirguizistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán, y Uzbekistán acordaron crear la llamada, de forma imprecisa, Comunidad de Estados Independientes (CEI). Gorbachov dimitió el 25 de diciembre y el día siguiente el Parlamento soviético proclamó la disolución de la URSS.

La figura de Yeltsin había crecido con su éxito en tres sucesivas elecciones: al Congreso de Diputados del Pueblo de la URSS en 1989, al Congreso de Diputados del Pueblo de Rusia en 1990 (tras lo cual fue elegido miembro del Soviet Supremo), y, sobre todo, a la Presidencia de Rusia en junio de 1991. Una aportación considerable, aunque no intencionada, a la ruptura de la Unión Soviética y al aumento de la autoridad de Yeltsin fue el golpe de los partidarios de la línea dura que intentaron derrocar a Gorbachov en agosto de 1991. El primer ministro (Valentín Pávlov), el jefe de la KGB (Vladimir Jriuchov), el jefe de la industria militar soviética (Oleg Baklánov) y el ministro de Defensa (Dmitri Yazov) figuraban entre los que formaron un autodenominado Comité estatal para el estado de emergencia; el 18 de agosto detuvieron a Gorbachov en Crimea durante sus vacaciones y trataron de volver al statu quo anterior.

La negativa de Gorbachov a proporcionar una “hoja de parra” constitucional a los conjurados tuvo un papel importante en el fracaso de la intentona, aunque la atención internacional se concentró en la «Casa Blanca» de Moscú, el edificio del Parlamento ruso donde Boris Yeltsin dirigió la resistencia al golpe, apoyado por decenas de millares de moscovitas que formaron un cinturón protector en torno al edificio (lo cual aumentó el costo político del asalto al mismo), y también por la gran mayoría de los dirigentes del mundo. El 22 de agosto, el golpe ya había fracasado, el prestigio de Yeltsin aumentado y Gorbachov regresaba a Moscú debilitado. Yeltsin explotó plenamente el hecho de que los jefes del golpe fueran personas nombradas por Gorbachov para sus cargos; no perdió la ocasión de subrayar que en la nueva situación de «dualidad de poder» en Moscú (poder soviético y poder ruso), él era, con mucho, el más fuerte.

Estos últimos meses de existencia de la Unión Soviética fueron el momento culminante de la popularidad de Yeltsin. En cambio, Gorbachov, que había sido el político más popular de Rusia y de la URSS durante los cinco años transcurridos entre su elección como secretario general del Partido Comunista, en marzo de 1985, y su elección como presidente de la URSS por el Congreso de los Diputados del Pueblo en marzo de 1990, gozaba ahora de mucho menos apoyo y se le respetaba menos que a Yeltsin. Sin embargo, Gorbachov fue quien dio los pasos clave para desmantelar el sistema comunista. La libertad de palabra, de publicación y de culto, las elecciones libres, un legislativo que podía criticar al ejecutivo, y que lo hizo, organizaciones políticas independientes (incluyendo la formación de grupos de presión, amplios movimientos políticos y embrionarios partidos políticos), habían surgido bajo la protección de Gorbachov y, en su mayoría, como resultado de su apoyo decisivo. Esto significaba que Rusia, a finales de los ochenta, había adquirido muchos de los rasgos propios de una sociedad civil y del pluralismo político. De hecho, los rasgos esenciales del comunismo habían sido descartados cuando menos dos años antes de que se suprimiera el Partido Comunista soviético, después del fracaso del golpe de agosto, y mucho antes de que la bandera roja con la hoz y el martillo se arriara del Kremlin el 25 de diciembre de 1991.

La era Gorbachov vio también el fin de la guerra fría, gracias a la nueva línea de pensamiento adoptada por Gorbachov y a la nueva conducta soviética que lo acompañó. “Los complejos militares-industriales, tanto de la URSS como de Estados Unidos, habían alcanzado un volumen enorme, pero el costo de mantenerse a la altura de la superpotencial rival significaba una mayor tensión para la economía soviética que para la norteamericana”, dado el nivel superior tanto del PIB como de la tecnología de Norteamérica. Sin embargo, fue necesaria la audacia de un dirigente soviético para dar prioridad al apaciguamiento de los temores occidentales sobre los de su propio aparato militar. Tras establecer buenas relaciones personales con los principales dirigentes occidentales -y de modo decisivo con los sucesivos presidentes norteamericanos Ronaldo Rehagan y Jorge Bus, pero también con Margaret Thatcher, Francoise Mitterrand, Helmut Kohl y Felipe González-, Gorbachov pudo llegar a acuerdos con ellos sobre una vasta diversidad de cuestiones.

Más importante incluso que los tratados de control de armamentos para demostrar que el nuevo pensamiento de que tanto se hablaba era presagio de una nueva realidad política, fue el cambio de la conducta soviética respecto a Europa oriental. Cuando los países de esta zona pusieron a prueba el nuevo pensamiento de Gorbachov, que proclamaba que cada país tenía derecho a escoger su propio sistema político y económico, las acciones soviéticas no lo desmintieron... mejor dicho, la inacción soviética, pues no hubo ningún intento de intervención militar cuando, uno tras otro, los países del antiguo bloque soviético se convirtieron en independientes y no comunistas, durante los años de 1989-1990. El cambio que a los dirigentes Soviéticos debió de resultarles más difícil de tragar (y que causó disensiones en los círculos dirigentes) fue la reunificación de Alemania como miembro de la OTAN, hecho que finalmente Gorbachov aceptó.

Aunque la actitud de Gorbachov era diferente respecto a lo que a veces se llamaba el “imperio interior” de la URSS, para diferenciarlo del “imperio exterior” centroeuropeo, también en esto se abstuvo de recurrir a lo que, en 1990-1991, era el único medio posible de mantener unida toda la Unión Soviética, o sea, una represión dura y constante. Por el contrario, trató de negociar -aunque ya algo tarde- un nuevo tratado de la Unión que mantuviera unida voluntariamente a toda o a la mayor parte de la URSS. Fracasó, pero no, esencialmente, a causa de errores cometidos por los dirigentes soviéticos de después de 1985, sino por el legado de todo el período soviético y hasta de la historia de la Rusia imperial.

UN NUEVO ORDEN

Una vez iniciadas la democratización y la liberalización, se presentó la oportunidad de exponer, primero, los numerosos agravios nacionales sobre opresiones e injusticias del pasado, y luego de elegir a políticos que, lejos de dejarse controlar por Moscú, se adherían a las causas nacionalistas Estonia, lituana, letona, ucraniana o georgiana. Y con esto, las probabilidades estaban en contra de la conservación de una unión política que cubriera todo el territorio de la antigua URSS.

Hubo partes de la Unión Soviética en las cuales las élites nacionales no reclamaron la plena independencia -en particular el Kazajstán, bajo la dirección de Nursultán Nazarbáiev, y las repúblicas de Asia central-. De una manera que tiene su importancia, la independencia les cayó encima en diciembre de 1991. Una razón de que las élites locales vacilaran era que habían alcanzado el poder sirviendo a Moscú y creyendo -o fingiendo creer- en el marxismo-leninismo. Dado que parecía más que probable que en el Asía central postsoviética la ideología oficial del Estado sería el Islam, no era ni mucho menos evidente que quienes formaron las capas gobernantes en el último período soviético pudieran mantenerse en posiciones de poder y privilegio. De hecho, el cambio de élites fue muy reducido. En toda la antigua Unión Soviética, y en especial en los Estados de Asia central, los funcionarios del antiguo Partido Comunista se convirtieron en los principales dirigentes y en los beneficiarios económicos del poscomunismo.

Esto también era cierto respecto a la misma Rusia, donde en el verano de 1996 el antiguo secretario del Comité Central, Boris Yeltsin, fue elegido presidente por un nuevo período de cuatro años, tras lo cual conservó los servicios, ahora como primer ministro, del antiguo jefe del Departamento del Comité Central Víktor Chernomirdin. Durante el pasado decenio la visión política de Yeltsin había cambiado radicalmente. En el terreno en que bajo Gorbachov hubo sólo cambios moderados, el de la privatización parcial y la introducción de la economía de mercado, Yeltsin introdujo cambios espectaculares entre 1992 (el año en que el economista favorable a la economía de mercado Yegor Gaidar fue primer ministro en funciones) y 1995. Aunque los ciudadanos rusos mejor informados veían claramente que no podría volverse a una economía de estilo soviético y al mundo de los planes quinquenales, los costos de la transición fueron altos. La separación entre ricos y pobres se ensanchó trágicamente, la inflación barrió muchos ahorros, la seguridad en el empleo se vio amenazada y floreció el crimen organizado.

Mientras que una amplia capa de la población rusa había apoyado en 1991 la democracia y la economía de mercado, considerándolas como panaceas que conducirían rápidamente al nivel y a los estilos de vida de Europa occidental, para la vasta mayoría no sucedió así, ni podía suceder sobre la base de la economía soviética erróneamente desarrollada más que subdesarrollada. Una creciente hostilidad a la presidencia de Yeltsin y a la política seguida por su gobierno condujo a un enfrentamiento entre el presidente y el Soviet Supremo, que estalló en 1993 y condujo a que Yeltsin disolviera la legislatura que antes había presidido. La Casa Blanca de Moscú, que Yeltsin defendiera en agosto de 1991, fue la sede de la resistencia de la legislatura a Yeltsin, que terminó sólo cuando éste consiguió persuadir, no sin dificultades, al ejército para que pusiera término a la situación. El asalto a la Casa Blanca dejó varias docenas de muertos, pero abrió el camino a la adopción, en diciembre de 1993, de una nueva constitución y a elecciones a una nueva legislatura -una Duma del Estado y una Asamblea federal-. Este Parlamento tenía muchos menos poderes que su predecesor, algo que convenía a Yeltsin, pues el cambio en la opinión pública se reflejó en un importante apoyo electoral al movimiento nacionalista, el mal llamado Partido Liberal Democrático, dirigido por el ultra populista Vladimir Zhirinovski, y a los comunistas y sus aliados. Exactamente dos años después, en las elecciones a la Duma, comunistas y nacionalistas obtuvieron una proporción igualmente importante del voto popular y de escaños, aunque en 1995, a diferencia de 1993, los comunistas superaron a los nacionalistas.

Si bien los perdedores de la Rusia postsoviética se hacían oír ahora, no era fácil que los vencedores cedieran sus ganancias sin dura lucha; entre ellos había muchos antiguos altos funcionarios comunistas, que se habían convertido en propietarios de los bienes que antes administraban. Parecía probable que seguiría predominando algún tipo de economía de mercado, aunque muy distorsionada, debido al volumen de los intereses creados que la apoyaban y también porque no se había encontrado ninguna alternativa viable a la economía de mercado, como la experiencia soviética de más de setenta años había demostrado elocuentemente. Parecía que la mayoría de los ciudadanos rusos deseaba alguna forma de socialdemocracia, en la cual las nuevas libertades se combinaran con un estado de bienestar y su seguridad social. Pero como era muy limitado el espacio para maniobras económicas en aquellas condiciones de pluralismo político y de declive industrial, y dado que los socialdemócratas estaban divididos y no conseguían coincidir en un partido político fuerte, un número importante de rusos se sentía inclinado una vez más hacia los comunistas y sus aliados, pese a que quienes seguían siendo miembros del Partido Comunista eran los mismos que se habían opuesto tenazmente a las reformas de Gorbachov para introducir libertades políticas e intelectuales y al programa de privatizaciones de Yeltsin (y a veces precisamente a causa de esto)

Parecía muy improbable que Rusia volviera a un sistema comunista clásico, del tipo que prevaleció en la Unión Soviética hasta los años ochenta. Un factor que dificultaba este retorno era la resolución en las comunicaciones. Mientras que antes de Gorbachov incluso las fotocopiadoras se mantenían bajo triple llave y que el régimen tenía el monopolio de la información, la situación cambió espectacularmente a finales de los ochenta y en especial en los noventa. A mediados del último decenio del siglo, el correo electrónico, los aparatos de fax y la televisión por satélite habían despegado en Rusia. Al regreso a la sociedad cerrada se oponían el deseo de la nueva élite de los negocios de gozar de por lo menos las mismas ventajas que sus homólogos occidentales, y también el deseo de los gobiernos postsoviéticos de integrar a Rusia más plenamente en la economía mundial. De modo más general, debe recordarse que es más difícil retirar libertades una vez concedidas que negar las que nunca se han gozado. Pero la tentación autoritaria seguía muy presente, y Rusia entró en los postreros años del siglo no sólo con una economía mixta, sino también con una política mixta, en la cual los elementos democráticos y los autoritarios se combinaban, a veces en una misma persona. De nuevo se había depositado mucho poder en manos de los dirigentes del ejecutivo, y aunque en 1997 todavía era posible criticar al presidente y al gobierno, resultaba menos fácil exigirles responsabilidades en los períodos entre elecciones, e incluso en éstas sólo de modo parcial.

Hay que buscar una de las razones en la gran influencia de que disfrutaban los poderes financieros. Una irónica observación que circuló mucho en la Rusia postsoviética era que "todo lo que los comunistas nos dijeron sobre el socialismo era mentira, y todo lo que nos dijeron sobre el capitalismo era verdad". De una curiosa manera, la antigua propaganda soviética sobre los sistemas capitalistas, que ocultaba la importancia de las instituciones democráticas occidentales y subrayaba el poder de los banqueros, no habría estado lejos de la realidad si se hubiese expresado como una predicción sobre el capitalismo ruso; pero, dado que los comunistas soviéticos ortodoxos nunca creyeron que fuera posible una transición en tal dirección, no merecen ningún crédito especial por presciencia. Pero la política rusa de los años noventa se caracteriza por el surgimiento de triángulos de oro con estrechas relaciones entre determinados banqueros, dirigentes políticos y el sector de la industria rusa que todavía daba beneficios (especialmente en el sector de la energía) Mientras que el conjunto de la producción industrial seguía declinando, consiguieron grandes ganancias algunos banqueros que tenían amigos en la “corte” o que adquirieron un lugar en la misma «corte», pues varios de ellos fueron nombrados para altos cargos en los gobiernos de Yeltsin.

Una economía capitalista, con ciertas características corporativas, se ha consolidado con sorprendente rapidez, mientras que la democracia dista mucho de estar consolidada. Ante la amenaza de la vuelta al poder de los comunistas de la línea dura, algunos partidarios de Yeltsin manifestaron sus deseos de que no se celebraran las elecciones presidenciales fijadas para junio de 1996. “Yeltsin resistió esta tentación y en la campaña confió mucho en el apoyo de los nada objetivos medios de comunicación, especialmente la televisión”. Entre los problemas a que se enfrentaba estaba la guerra, muy impopular, que comenzó en 1994 contra Chechenia, una república de la Federación Rusa que se había declarado independiente. En la campaña, Yeltsin afirmó que esta guerra estaba terminada, añadiendo que Rusia la había ganado. Su afirmación distaba mucho de ser verdad. Ganadas las elecciones, las fuerzas rusas intentaron conseguir la victoria militar que les había eludido antes y lanzaron una nueva ofensiva contra Chechenia, que fracasó.

A diferencia de 1991, Yeltsin no consiguió una mayoría electoral en la primera vuelta, si bien en la segunda derrotó con bastante margen a su principal adversario, Gennadi Ziugánov, aunque este comunista nacionalista, que parecía hablar desde el pasado, recibió más del cuarenta por ciento de los votos. Entre las dos vueltas, Yeltsin reforzó su posición nombrando como asesor para la seguridad nacional al general retirado Alexandr Lébed, que había llegado en tercer lugar en la primera vuelta. Fue Lébed quien, a finales de agosto y comienzos de septiembre de 1996, negoció un acuerdo para poner fin a la situación en Chechenia, apareciendo así como quien puso fin a una sangrienta e innecesaria guerra que, según su plausible estimación, había costado unas ochenta mil vidas. Tregua que sería tan frágil como la alicaída economía rusa. Al final, como cabía prever, el ambicioso Lébed pronto chocó con otros miembros del gobierno y con el mismo Yeltsin. Éste lo destituyó una vez hubo servido a sus propósitos electorales, y Lébed puso la mira en las siguientes elecciones presidenciales, en las cuales, si no se cambiaba la constitución, Yeltsin no podría participar. No parecía seguro que Yeltsin pudiera concluir su segundo mandato, pues una vez que lo hubieron reelegido, se reveló que había sufrido un grave ataque cardíaco entre los dos turnos electorales de 1996. “Durante el resto del año, estuvo incapacitado y se sometió por dos veces a cirugía cardiaca. Pero en 1997 ya volvía a mostrarse activo, aunque más dependiente que en el pasado de sus subordinados”. Uno de ellos, Vladimir Putin, un ex miembro de la KGB con fama de hombre duro, lo remplazó después de dimitir por razones médicas. Más tarde, al realizarse la nueva elección presidencial, capturó votos populares producto del descontento económico con el nuevo sistema y de un amplio sector conservador de la sociedad, que vio en él rasgos de sus antiguos líderes. Asumió el sillón presidencial a comienzos de este año, recibiendo a un país de pasado glorioso, con el orgullo y bolsillos heridos.

CONCLUSIÓN

Lo que ha hecho excepcionalmente difícil la transición soviética y rusa ha sido la necesidad de transformar simultáneamente los sistemas político y económico, mientras que, al mismo tiempo, un tipo de imperio (ya fuera el de la Unión Soviética, ya el de la federación rusa) tenía que convertirse en un federalismo auténtico si se quería dar una posibilidad real de éxito a la transición hacia la democracia. Estos enormes cambios se vieron complicados, además, por la necesidad de que los ciudadanos y los dirigentes rusos aceptaran la posición internacional de potencia importante en vez de la de superpotencia, y por el difícil ajuste psicológico que entrañaba el pleno reconocimiento de la independencia de territorios que, en algunos casos, habían formado parte de la Gran Rusia desde el siglo XVIII o antes.

A la luz de estos obstáculos históricos a la transición hacia la libertad y la democracia en Rusia, lo que realmente impresiona a los observadores, más que los fracasos y los contratiempos, es el alcance de lo conseguido entre mediados de los años ochenta y mediados de los noventa, especialmente en lo relativo a la libertad. Pero para millones de rusos, la transición fue tan dolorosa que, a mediados de los noventa, situaban la libertad en el área inferior de su escala de valores, más abajo que al principio del decenio. En especial la generación vieja expresaba, tanto con sus votos como en las encuestas de opinión, la nostalgia por la seguridad y el carácter predecible de las cosas que asociaban con las últimas décadas del gobierno comunista. Al llegar a su término el siglo, los auténticos demócratas rusos se encuentran, una vez más, a la defensiva y muy conscientes de las dificultades y los peligros que acechan.

BIBLIOGRAFÍA

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  • Howard, Michael y Louis W. Roger, Historia Oxford del Siglo XX, Editorial Planeta, primera edición, Barcelona, 1999, 719 pp.

  • Montenegro, Walter, Introducción a las Doctrinas Político- Económicas, Editorial Fondo de Cultura Económica, octava edición, Ciudad de México, 1973, 202 pp.

  • Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas, Editorial Alianza, décima edición, Madrid, 1993, 294 pp.

  • INDICE

    INTRODUCCIÓN........................................................................................................1

    ANTECEDENTES.......................................................................................................3

    COMIENZO DEL FIN.................................................................................................4

    EL DERRUMBE..........................................................................................................6

    UN NUEVO ORDEN..................................................................................................11

    CONCLUSIÓN............................................................................................................18

    BIBLIOGRAFÍA..........................................................................................................19

    La URSS fue constituida con este nombre después de la Revolución Rusa en 1917, específicamente en diciembre de 1922

    A&E Biografía. Boris Yeltsin, documental para la televisión. Mundo Olé, 2000.

    Diccionario Enciclopedia Microsoft Encarta, 1999

    Montenegro, Walter, Introducción a las Doctrinas Político- Económicas, Editorial Fondo de Cultura Económica, octava edición, Ciudad de México, 1973, Pág.143.

    Concepto utilizado por Brown, Archie, The Gorbachev Factor, Ed. Wadsworth Publishing Co, 1996.

    "Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas", Enciclopedia Microsoft® Encarta® 99. © 1993-1998 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

    Howard, Michael y Louis W. Roger, Historia Oxford del Siglo XX, Editorial Planeta, primera edición, Barcelona, 1999, Pág.297.

    Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Editorial Grijalbo Mondadori, tercera edición, Buenos Aires, 1998, Pág.485.

    CNN, Nuestro Tiempo, Editorial Blume, primera edición, Barcelona, 1997, Pág.695.

    A & E Biografía: Boris Yeltsin. Documental para la televisión, Mundo Olé, 2000.

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    Enviado por:Vania Radmilovic
    Idioma: castellano
    País: Chile

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