Historia


Utopías del Renacimiento: Historia de Europa


Introducción

El imaginario onírico de prácticamente todas las sociedades aparece poblado de referencias a territorios fantásticos y paradisíacos. Pueblos de todas las partes del mundo, independientemente de su grado de cultura y formación, han soñado siempre con sociedades perfectas en las que vivir y lo han manifestado en diversos tratados que han pasado a la historia con el nombre de utopía. La tendencia utópica es además una dimensión de la humanidad proveniente de la característica humana de pretender conocer y dominar el porvenir su especie.

Descripciones de estados y sociedades ideales hay cientos, generadas por el cruce de la creencia paradisíaca y ultramundana de la religión judeocristiana con el mito helénico de la ciudad ideal en la tierra. Aunque en culturas orientales como el taoísmo, el budismo o la filosofía musulmana (que trajo a España la literatura fantástica en la era medieval por medio de, entre otras obras, tratados de este tipo) la referencia a elementos utópicos es frecuente, es el mundo occidental donde encontramos una mayor profusión de utopías (y donde se bautizó de esta forma a este tipo de tratados tras una obra de Tomás Moro). La razón de este predominio occidental puede deberse a la influencia de la cultura cristiana para resolver la tensión entre el mito divino y el mundano a través de un cielo en la tierra, que es, al fin y al cabo, lo que pretenden mostrar todas las utopías. También puede tener alguna importancia para comprender la profusión del mundo occidental la particular situación vivida por Europa en los años en los años de predominio de estas obras (finales del siglo XV, principios del siglo XVI): el paso de una época feudal, inculta (llena de supersticiones y falsas creencias) y oscura como la Edad Media hacia una estatal, humanista y erudita como el Renacimiento. En ese contexto de cambio parecen aparecer las utopías occidentales como luz de guía para la sociedad, como modelo al que se ha de intentar llegar. Las utopías están a medio camino entre la esperanza y la imaginación, entre el escapismo y la crítica a la realidad social. Las utopías florecen ante situaciones de crisis como ésta y reflejan las preocupaciones y los cambios sociales y culturales de su momento histórico (de ahí que evolucionen a medida que lo hacen las sociedades). Además de esta situación de crisis, no hay que olvidar el impacto producido en el mundo occidental por los descubrimientos de nuevas tierras a finales del siglo XV y las fantasiosas historias que desencadenaron (como la de la tierra de El Dorado, por ejemplo).

Etimológicamente, utopía proviene del griego ou (=no) y topos (lugar); esto es, lugar que no existe. De ahí que diga el diccionario que “la utopía es lo que no está

en ningún lugar, algo que carece de ubicación fija y determinada” (no se ha de olvidar el carácter irrealizable de la utopía, pues sólo han de considerarse como tal aquellos modelos de sociedad con esta característica). De esta sencilla definición, que no hace más que traducir directamente, han derivado varias a lo largo de la historia con el devenir de obras y tratados filosóficas y políticos que han intentado describir mundos y estados ideales: género literario, constitución de un Estado perfectamente estructurado, disposición de la mente y los fundamentos religiosos o científicos de una república universal. Este nombre procede de la obra de Tomás Moro De Optimo Reipublicae Statu deque Nova Insula Utopia Libellus Vere Aureus (La mejor república y la nueva isla de Utopía) de 1516, uno de los primeros tratados de la cultura occidental basados en el diseño y descripción de sociedades ideales, sita en este caso en la Isla Utopía. La obra de Moro es, junto con la Ciudad del Sol de Tommasso Campanella y la Nueva Atlántida de Francis Bacon, la utopía más conocida y estudiada de las publicadas durante el Renacimiento en el mundo occidental.

A pesar del carácter irrealizable que le hemos reconocido a la utopía, hemos de decir también que no hay utopía sin deseo de realización o puesta en práctica. Este enfrentamiento que parece haber entre estas dos características no es sino la esencia misma de los tratados utópicos: presentan una sociedad perfecta e ideal para despertar al pueblo, lanzarlo contra la realidad social y hacer que luchen por vivir en una sociedad mejor, más cercana a la de la utopía.

La función de la utopía es ayudarnos a rebasar lo inexistente, abrirnos los ojos ante nuevas posibilidades de lo real, ante nuevas formas de afrontar los problemas. Sin utopías estaremos condenados al conformismo y a la resignación frente a las injusticias sociales.

La utopía es una concepción puramente teórica, “idealismo en estado puro”, se le ha llegado a llamar. Sólo se pueden considerar realizaciones prácticas las realizadas en los siglos XVIII y XIX por socialistas utópicos como Owens o Fourier. Sin embargo, no hemos de confundir los modelos estatales irrealizables y fantasiosos diseñados en la época renacentista con los creaciones comunitarias fallidas ideadas, como los falansterios fourierianos, por estos teóricos, más preocupados por la

producción de sus comunidades que por una correcta organización de las mismas (de ahí el estrepitoso fracaso que sufrieron).

Tomás Moro: “La mejor república y la nueva isla de Utopía”

El autor de la más famosas de las utopías escritas a lo largo de la historia nació en el seno de una familia dedicada al ejercicio de las leyes y la justicia en Londres en 1478. Guiado por la tradición familiar, Moro cursará los estudios de derecho y llegará a ser pronto miembro del Parlamento, ganando así fama e importancia en la sociedad inglesa.

La subida al trono de Enrique VIII en 1509 lleva a Tomás Moro a ocupar importantes cargos públicos: consejero privado, embajador, tesorero de la corona, juez de paz... Al mismo tiempo que su actividad pública crecía, la fama de Moro como humanista y paradigma del hombre renacentista iba en aumento por toda Europa, difundiendo con ella su humanismo cristiano defensor de una reforma interna de la Iglesia, su defensa a una vuelta a la espiritualidad de los evangelios y su concepto optimista y bondadoso del hombre y de sus cualidades (indispensable para comprender la obra que nos ocupa). Estas ideas implican una defensa de la tolerancia y la libertad personal, al tiempo que una condena al fanatismo y al absolutismo político.

Van a ser precisamente estas teorías las que caven su propia tumba, al entrar en conflicto con el poder estatal, al condenar la ruptura con la Iglesia que provocó la decisión de Enrique VIII de divorciarse de su primera esposa, Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena. Moro dimitió de su cargo aduciendo motivos de conciencia y se negó a firmar el acta de sucesión que reconocía el cisma anglicano, lo que le valió la condena a muerte por Enrique VII, efectuada en julio de 1535.

El tratado utópico de Moro remite a una tradición concreta dentro de la filosofía política y bebe de fuentes clásicas (los diálogos que responden a las preguntas sobre la definición de sociedades justas y sus principios institucionales de La República de Platón parecen servir de inspiración al autor que nos ocupa) y cristianas (por ejemplo, La ciudad de Dios, de San Agustín). Además, hemos de citar las narraciones de los descubridores del nuevo mundo como otro pilar importante de la Utopia de Moro.

El objetivo de la obra de Moro, que se publicó en 1516 bajo el título De Optimo Reipublicae Statu deque Nova Insula Utopia Libellus Vere Aureus (La mejor república y la nueva isla de Utopia), era el de presentar un modelo de referencia de lo que sería una buena y justa sociedad para criticar desde ella la realidad inglesa del momento. Para ello, estructura la obra en dos partes, una primera (en forma de diálogo -la influencia de La República de Platón está presente hasta en lo formal de la obra que nos ocupa-) para describir la situación inglesa de la época (ya dijimos antes que toda utopía nace de un contexto de crisis), acuciada por la miseria y la corrupción, y una segunda (ya en forma de relato) en la que se describe la vida en la isla de Utopía, un territorio en el que todos los defectos detectados por Moro en la sociedad inglesa han sido subsanados y sustituidos por una mejor situación de vida. Nuestro autor había señalado la propiedad privada y el dinero como principales causantes de la cada vez mayor avaricia de los poderosos y la, por consiguiente, cada vez mayor miseria y desigualdad social. En la descripción de la isla Utopía, Moro muestra la vida en una sociedad sin propiedad privada, con el dinero democráticamente repartido, sin desigualdades y con la justicia, la tolerancia, la razón y los sentimientos como única guía.

La idea sobre la que, a nuestro juicio, reside toda la teoría de Utopia es la de la igualdad de todos los ciudadanos en relación con la posesión (muchos ven, de hecho, conexiones entre la obra del autor que nos ocupa y la teoría comunista). Moro insiste una y otra vez en señalar al deseo de posesión y a la vanidad como principales males de la sociedad, lo que no es sino una manifestación de la doctrina cristiana que afirma que hay que refrenar el orgullo que acompaña a la acumulación de riquezas inútiles y superfluas. Los habitantes de la isla Utopía no son perfectos y caen en ocasiones en alguno de estos males. En esos casos, han de ser castigados, pero no con la reclusión, como lo eran en la sociedad inglesa, sino con trabajos que redundaran en el bienestar de la comunidad. El bienestar de la comunidad y la justicia social es una constante preocupación en la obra que nos ocupa, y en ocasiones Moro parece un precursor del Estado Social de Derecho.

La igualdad económica que propone Moro sólo puede ser entendida si también existe igualdad política. La economía, la política, el poder y las condiciones sociales han de estar relacionadas para asegurar esas igualdades. De ahí que Moro proponga controles públicos sobre la economía y la propiedad privada. Todos los miembros de la sociedad utópica han de participar en esos controles, ya que si hemos de separar igualdad política y económica, también hemos de separar poder personal y propiedad privada. Si no hay poder personal no hay interés particular y siempre prevalecerá el interés de la comunidad. Todos han de participar mediante la elección de diversos representantes (filarcas, protofilarcas y príncipes) en los que delegan su poder.

También es de destacar la importancia del placer dentro de la sociedad de la que nos habla Moro. Los miembros de esta sociedad utópica creen que la felicidad humana descansa en el placer, pero no en el placer soez y sin freno, sino en las diversiones honestas y moderadas que conducen al verdadero contento (no hay que olvidar el carácter cristiano que invade toda la obra).

La obra de Tomás Moro presenta, sobre todo en su segunda parte, una actitud moralizante y crítica. El autor no tiene intención de describir una sociedad perfecta y futura hacia la que ha de tender la humanidad (como sí harán otros autores); no tiene interés profético alguno. Sí tiene, por el contrario, intención crítica: en la Utopia Moro no nos dice lo que hemos de hacer políticamente, sino lo que es necesario éticamente. Muestra así una de las características que hará a su obra política radicalmente diferente de la de otro teórico político de la época, Nicolás de Maquiavelo, que criticó duramente a Moro y a otros utopistas como Campanella en El Príncipe:

"Y muchos se han imaginado repúblicas y principados que nunca se han visto ni se ha sabido que existiesen realmente; porque hay tanta diferencia de cómo se vive a cómo se debe vivir, que quien deja lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende más bien su ruina que su salvación: porque un hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno fracasará necesariamente entre tantos que no lo son. De donde le es necesario al príncipe que quiera seguir siéndolo a aprender poder no ser bueno y utilizar o no este conocimiento según lo necesite."

Aunque es muy posible que cuando Maquiavelo se refiere a los que se han imaginado repúblicas, sea evidente la obra de Platón La República no deja de ser
relevante para nuestra disertación esta apreciación. El pensamiento maquiavélico aparece de forma clara en este texto: "aprender a no ser bueno
y utilizar o no este conocimiento según se necesite". Aquí encontramos
una división evidente entre la moral y la política, que se opone
radicalmente al pensamiento de los utopistas, para los que los gobiernos
deben estar en manos de filósofos sabios que han conocido el bien y que
harán el bien. Para Maquiavelo la política es algo que se hace en la
práctica y que para conservar el poder hay que eliminar muchos
obstáculos, y tener cien ojos abiertos para los que puedan venir. su
libro es una continua explicación sobre cómo mantener el poder y
conseguirlo. La famosa frase maquiavela de que el fin justifica los medios es un
ejemplo de esa división entre moral y política. Si un príncipe quiere
mantener su principado no puede detenerse en pensar en moralidades, eso
es para otras disciplinas. Es cierto que antes de Maquiavelo ya existía
el maquiavelismo, y como nos muestra la historia, los regicidios,
insidias, asesinatos, han estado a la orden del día, durante todo lo que se denomina

e incluso posteriormente.

Esta crítica maquiavélica no es la única que recibió la obra de Moro (ni las posteriores basadas en ella que se escribieron). De hecho, cuando hoy calificamos a algo o a alguien de utópico no estamos sino haciéndolo de un modo peyorativo. Algunos autores la calificaron de estupidez o de mera fantasía en su momento y la obra dio pie a las más diversas burlas y parodias, sin llegar a recalar en la importantísima carga crítica y filosófica de la obra, que supuso en su tiempo algo parecido a lo que sigue suponiendo hoy día: un mensaje revolucionario que afirma que el cambio social depende de la voluntad de las personas y que es posible si podemos invertir los valores que guían nuestra vida, si somos capaces de colocar el poder político (Estado) y el poder económico (dinero) al servicio de los hombres

y no al revés.

La curiosa mezcla de literatura, política y fantasía que podemos encontrar en la obra de Moro causaron gran impacto en los círculos culturales, para mal -como acabamos de ver, no todo el mundo entendió la obra y hubo muchos que sólo vieron en ella una fábula fantasiosa- y para bien. Erasmo de Rotterdam, uno de los personajes que más alabó el trabajo de Tomás Moro, afirmó que la Utopia era, además de un divertido tratado, una interesante forma de estudiar el sistema político y de conocer todos los males que le aquejan. Y es que, a pesar de ser vilipendiada por sistema por muchos, la obra de Moro ha de reconocerse como pionera y creadora de un nuevo modo de hacer filosofía en el mundo occidental. Pese a que muchas veces la crítica se ha enzarzado con las utopías por considerarlas una vía de escapismo de los problemas reales, debemos darnos cuenta de que no hay crítica más mordaz que aquélla que plantea imposibles.


Tommaso Campanella: “La ciudad del sol”

Después de la publicación de la obra de Tomás Moro se produjo en Europa una profusión repentina de este tipo de obras. Las particulares características del contexto occidental en aquellos momentos que hemos mencionado en la introducción del trabajo y la fiebre editorial provocada por el desarrollo de la imprenta y por la consolidación del movimiento humanista hicieron posible esta fiebre utópica.

Dentro de esta profusión destaca el nombre del dominico y filósofo italiano Tomaso Campanella (Calabria, 1568-París 1639), que publicó en 1623 su tratado utópico Civitas solis, poetica idea Reipublicae philosophicae (La ciudad del sol), uno de los más conocidos, populares e influyentes de la época.

Campanella ingresó muy joven en la orden de los dominicos. La vida cristiana va a marcar no sólo toda la existencia de Tommaso , sino toda su obra., que sólo puede ser entendida a la luz de la cultura cristiana, tanto para lo bueno como para lo malo. Su ingreso en la orden dominica coincidió con su iniciación en la cultura de la época (matemáticas, filosofía y derecho). De esa iniciación provendrán sus primeros problemas con la autoridad eclesiástica, al adherirse a las ideas científicas y naturistas del filósofo Telesio, cuya obra antitomista y antiaristotélica no estaban nada bien consideradas a ojos del clero. Desde finales del siglo XVI, los problemas de Campanella con la autoridad por no renunciar a sus ideas fueron constantes: tuvo numerosos procesos eclesiásticos, amenazas para que adoptara las vías tomistas y aristotélicas e incluso varias condenas. No sólo por las influencias de pensamiento tuvo enfrentamientos con el poder eclesiástico Campanella, también los tuvo por su defensa pública y explícita de las teorías de Galileo o de las prohibidas obras de Demócrito y por sus contactos con ocultistas y astrólogos. Los problemas con la Iglesia sirvieron como estímulo a nuestro autor, que aprovechó sus años de encierro para escribir lo mejor de su obra: varios tratados con soluciones y proyectos para resolver los problemas de la Iglesia del momento (para convertir a infieles,para mejorar el organigrama eclesiástico), algunas obrillas de carácter filosófico y, sobre todo, la obra que nos ocupa, La ciudad del sol.

La ciudad del sol ha de ser entendida, más que como utopía que responde a una realidad social precaria -como era, por ejemplo, la de Moro-, como un proyecto realizado desde el mundo eclesiástico para la institución de un imperio universal. En una época como aquella, en la que el poder de la Iglesia era gigantesco, más grande incluso que el de los propios -y por aquel entonces incipientes- Estados, es lógico que los rectores de la política eclesiástica pensaran alguna vez en un proyecto faraónico de este tipo. Con las cruzadas aún recientes y con todo un continente recién colonizado por evangelizar, proyectos como el de Campanella son lógicos y, de hecho, fueron frecuentes en la época. Lo que a da la obra de Campanella el carácter de utopía es el carácter irrealizable y a veces casi fantasioso que aparece muchas veces en ella, como por ejemplo en la localización en unas determinadas coordenadas que luego veremos o en ciertas características de su organización.

Al igual que vimos en el caso de Tomás Moro, Campanella concibió también la idea de una república filosófica. Aunque puede inscribirse en la tradición de las construcciones políticas elaboradas desde Platón (que fue la obra que más influyó en la obra de Moro, como acabamos de ver en el apartado anterior) y de la más reciente utópica creada a partir de Moro y de todo el contexto renacentista de crisis y descubrimiento, La Ciudad del Sol es un tratado utópico deudor de las ideas copernicanas (no hay más que ver el título) que el autor apoyó mientras la Iglesia las condenaba sin remisión. La estructura de la ciudad de la que Campanella habla en su obra hubiera sido imposible de exponer antes de la publicación de las teorías del científico polaco. Sólo desde sus teorías se pueden comprender que la ciudad se levante en lo alto de una colina rodeada de siete murallas. Cada una de las murallas simboliza un planeta (en la época que nos ocupa sólo se conocían siete), mientras que la cumbre de la colina, que acoge el templo donde reside el sacerdote que gobierna la ciudad, simboliza al Sol. Además de esta concepción heliocéntrica (aunque también teocéntrica, por la posición que ocupa el sacerdote), toda la utopía de Campanella se basa en la concepción astrológica (hemos de recordar que los contactos de nuestro autor con los astrólogos, astrónomos y ocultistas fueron frecuentes): las influencias de los astros rigen tanto del destino de cada uno como el del grupo y Campanella afirma que la sociedad humana encontrará la felicidad sometiéndose a la armonía celeste. Por otra parte, y para finalizar ya con la descripción física del modelo propuesto, es de reseñar el hecho su autor sitúa a su ciudad ideal en un territorio con referente real claro, no como la isla de Moro: en Sri Lanka.

La organización política que propone como ideal Campanella en su estado depende de la figura del sacerdote. De ahí el calificativo de teocrático que recibe el modelo propuesto por el dominico, ya que la autoridad es directamente ejercida, no por Dios, sino por su representante en la tierra. La religión tiene un papel determinante en La ciudad del sol, en la que prevalece el poder eclesiástico al civil -parece una contradicción, si tenemos en cuenta los problemas que tuvo Campanella con este poder -. El sacerdote (que también aparece como Papa en alguna traducción de la obra), es el máximo representante en la tierra de esta religión cristiana natural fundada en la adoración del universo como manifestación visible de Dios, pero sin certeza alguna sobre el sistema de sanciones previstas después de la muerte. La función de este sacerdote es la de estar al frente de todas las cosas temporales y espirituales. En todos los asuntos y causas su decisión es inapelable.

Este sacerdote, cuyo nombre es Hoh (que significa “el metafísico”), estaba asistido por tres dignatarios, cada uno con una misión específica encomendada. El primero de estos jefes adjuntos es el del poder, cuyas funciones se enmarcan en el ámbito de la guerra y de la paz, del arte de la guerra. Arte en el que debe estar muy versado, ya que después del supremo, él es el más importante en los asuntos bélicos. Este tema de la guerra es muy reseñable, debido a su importancia dentro de todos los teóricos de la política renacentista, así como en sus posteriores. En la obra de Maquiavelo, la relación del príncipe con la milicia, así como el tipo de ejércitos que debe tener, es ampliamente tratado. Maquiavelo cree que el príncipe no debe tener otro objetivo ni otra preocupación más que la guerra y su organización y reglamentación, ya que este es un arte, que sólo compete a quien manda. También afirma que en los momentos en los que existe la paz, el príncipe debe ejercitarse para no perder la experiencia y que pueda ser derrocado en cualquier momento, por otros más duchos en esta disciplina.

El segundo de estos jefes adjuntos es el de la sabiduría que se encarga de las artes liberales y mecánicas, así como de las ciencias y de sus magistrados, de los doctores y de las escuelas. Todos los magistrados se atienen a un único libro llamado Sabiduría, que es leído por ellos al pueblo. Dentro de la educación existe una coincidencia entre Campanella y Moro y es el hecho de que ambos abogan por un pueblo instruido, donde todas las lenguas son conocidas, algunos de los ciudadanos viajan a otras tierras y así consiguen ampliar su campo de conocimientos. En una época como el Renacimiento donde el Humanismo no llega a toda la población, la existencia de una sociedad culta y sin prejuicios hacia otro tipo de culturas, hace de este punto, una de las más mordaces críticas de la obra de Moro y Campanella de sus países.

El tercer jefe adjunto es el del amor, que se encarga de la procreación, de la educación, de la farmacia, de la siembra y recolección de frutos, de la agricultura, de la ganadería, de las provisiones alimenticias y del arte culinario. La procreación es objeto de particular atención: se intenta conseguir una mejora física y moral de la raza, por lo que el tercer dignatario designa a una serie de funcionarios para que seleccionen las parejas destinadas a procrear en función de sus cualidades.

El sistema político incluye además asambleas en las que todos los mayores de veinte años participan aportando sus críticas y propuestas para la dirección del Estado. En la mayoría de utopías renacentistas (lo vimos ya antes en la de Tomás Moro) está muy presente la idea, proveniente del mundo griego, de la democracia directa y de la vida en comunidad. En la ciudad de Campanella la vida cotidiana es comunitaria y el orden de ésta está garantizado por una serie de funcionarios elegidos para esa misión por el sacerdote.

También en prácticamente todas las utopías encontramos la idea de la igualdad económica como característica. Parece que todos los autores que proponen modelos de sociedad y estado ven en las desigualdades sociales y en la avaricia de los más ricos uno de los principales peligros que acechan a la sociedad e intentan solventarlo por todos los medios. Triste es que todos estos intentos no pasen de ser utópicos en el sentido más amplio de la palabra, esto es, irrealizable, y que no haya habido en la práctica ningún sistema político que lo haya llevado a cabo con eficacia y solvencia, tal y como aparecía en los tratados filosóficos que estamos viendo. En la sociedad propuesta por Campanella no existe la propiedad privada y la división del trabajo no descansa en la distinción amo y servidor, sino en la igualdad. No se conoce el dinero y las relaciones económicas se basan en el intercambio.

Una breve comparación entre el modelo utópico de Moro y el de Campanella nos hace ver la, a nuestro juicio, estrecha relación que existe entre ambas y la gran influencia que la primera tuvo la segunda. Ambas parten de los mismos conceptos para definir sus modelos: comunidad e igualdad, aunque en el caso del dominico italiano aparece con gran importancia un tercer factor: la autoridad ,mucho más recalcada en la obra de Campanella y mucho más fuerte en el caso del sacerdote de La ciudad del sol que en el del príncipe de Utopia.

Conclusión: La utopía hoy

Una lectura a pie de letra de las teorías de igualitarismo desde una planificación estatal puede llevar a regímenes totalitarios, tal y como ocurre en El contrato social de Jean-Jacques Rousseau. Sin embargo, hay que saber diferenciar muy bien entre las ideas de justicia y su utilización como parte de un programa social, esto es, entre los modelos sociales más o menos imaginativos y las diferentes propuestas para su realización práctica.

Las utopías pueden servir para orientar la acción colectiva, siempre que se sepa que estamos ante un criterio ideal para valorar la realidad social. Criterio que puede discutirse y modificarse para, a partir de él, ofrecer programas de acción que sólo los propios afectados, los ciudadanos, pueden decidir llevar a término.

Como ya vimos en la parte introductoria del trabajo, las utopías han tenido desde siempre un carácter meramente teórico y las pocas realizaciones prácticas que se han llevado a cabo han terminado en rotundos fracasos, quizá porque sus autores fueron demasiado idealistas en su consideración del ser humano. La avaricia que los utópicos criticaron y sustituyeron por bondad fue a la postre la que dio al traste con las realizaciones prácticas. Las utopías sociales, consideradas como factor de cambio y transformación social, por ejemplo, parecen arrastrar necesariamente consecuencias de totalitarismo y deshumanización. Para muchos autores, no es casual que las utopías conduzcan a estas situaciones. La falta de realismo a sus propuestas (todos los tratados utópicos tiene un gran componente fantasioso e imaginativo) al no considerar para nada los límites que impone la realidad social, por una parte; y el exceso de planificación y control que conllevan, reduciendo la vida privada al ámbito público, por otra, hacen que toda discrepancia tenga que ser eliminada y convierten la igualdad deseada en un nuevo tipo de desigualdad: la del poder dominante de la élite política.

En la literatura del siglo XX podemos encontrar reminiscencias del pasado utópico renacentista. Obras como 1984 de George Orwell o Un mundo feliz de Aldous Huxley suponen una especie de contrapunto a la utopía, propiciado por una falta actual de idealismo, así como de ideas. El desarrollo de la automatización y la tecnocracia esclavizan al hombre y la utopía de hoy será un mundo donde las máquinas sean sojuzgadas y no así, el hombre.

El papel de las utopías hoy día como horizonte crítico de cambio social, como propuestas de una sociedad más justa y solidaria, parece estar desapareciendo. Se habla con frecuencia de “la crisis de la utopía”, que no es más que un mecanismo de los poderosos para poder narcotizar al pueblo, para evitar que luche en busca de esas sociedades perfectas que le han descrito. Además, la voluntad humana, que era el motor de todas las sociedades que describieron los Moro, Bacon, Campanella y compañía, parece desaparecer de la realidad, movida ahora sólo por las reglas mecánicas y globalizadoras de la economía.

Por eso aún hoy leemos las utopías del Renacimiento y nos parecen actuales, porque en el fondo los problemas del hombre han sido siempre los mismos y porque quizá las soluciones también. Independientemente de las épocas o de los contextos, siempre ha habido una estructura superior a la de la voluntad de los hombres que los ha mantenido tiranizados. En las utopías renacentistas hay, como en el movimiento cultural más amplio en el que se inscriben, un marcado componente humanista sin que el que no se pueden llegar a entender.

Utopías del renacimiento

HISTORIA DE EUROPA

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Enviado por:Javier Sanchez
Idioma: castellano
País: España

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