Literatura


Tartufo; Molière


TARTUFO

(EL IMPOSTOR)

Jean Baptiste Poquelin Moliere

RESUMEN DE LA OBRA

Por lo visto Mariana tiene previsto ya el enlace con su amado, el joven Valerio. Pero he aquí que Orgón, un adinerado señor residente en París, padre de Mariana, pretende casarla con Tartufo, un personaje que destaca por su falsedad y por su hipócrita devoción y aparente virtud. Se lo comunica, lo cual, naturalmente desagrada a Mariana y a todos los demás, ya que Orgón y su madre son los únicos que creen verdaderamente que el señor Tartufo es persona de bien: el resto piensa que es un sinvergüenza muy peligroso. El caso es que Valerio se entera del futuro casamiento y, claro está, se enfada con su enamorada. Por suerte siempre está ahí Dorina, la doncella de Mariana, para arbitrar la situación. Ésta, a su vez, intenta persuadir a Orgón de su idea, sin éxito.

La noticia de la posible unión entre Mariana y Tartufo causa tal conmoción que Damis, hijo de Orgón, Cleanto, cuñado, y Elmira, esposa, también hablan con Orgón para convencerle, pero está tan entusiasmado con su querido amigo Tartufo que hace oídos sordos. Conscientes todos de que es imposible hacer que olvide su admiración por el perverso devoto, deciden montar una comedia, aprovechando que, casualmente, Tartufo había confesado su amor a Elmira, la mujer de su propio protector, haciendo gala de su bajeza. Cuando esto ocurrió, Orgón se apresuró a concederle a su protegido todos sus bienes, indignado por las acusaciones que Damis hacía del malvado y por la dramática actuación que realizó éste para parecer inocente.

Orgón pues, se esconde bajo la mesa a indicaciones de su esposa, y espera a que llegue Tartufo y vuelva a hacer sus desleales ofrecimientos. Elmira “tira de la lengua” del impostor, pero, astuto él, se muestra conservador y no hace caso al principio. Afortunadamente, y no sin ser necesario que Elmira llegue a provocarle, el innoble hace muestras claras de correspondencia. En vista de esto, por fin se convence Orgón, que se ve muy afectado y se da cuenta de su gran error cuando quiere echar a Tartufo.

Llega al rato pues el infame y pretende expulsar a todos de la casa por la vía legal, mas es detenido entonces por la autoridad, que al parecer, llevaba buscándolo desde hacía tiempo por fraudes como ese.

PRIMER ACTO (seis escenas).

Están reunidas las mujeres en la casa de Orgón, y éstas critican a Tartufo, percatadas desde hace tiempo de su falsa bondad y su hipocresía. Todas excepto Madame Pernelle, madre de Orgón, que, al igual que su hijo, tiene muy sobrevalorado a este personaje y le defiende.

En la siguiente escena se deja ver claramente la devoción que siente Orgón por Tartufo; mientras conversa con Cleanto, su cuñado, no para de repetir lo mismo: “¿y Tartufo?” o “pobre hombre”. Siempre preocupado por él, siempre encima de él. Precisamente Cleanto, que tampoco siente gran simpatía por este individuo, expresa a su cuñado lo maligno que le parece (“creo que estáis loco, hermano. ¿Os chanceáis de mí con tales discursos?), hasta se sorprende de hasta qué punto llega el otro para protegerlo de los ataques (“hermano, esas palabras huelen a libertinaje”). Esa es probablemente una de las muchas razones por las que Tartufo cae tan mal a la familia de Orgón, porque utiliza a menudo el recurso de acusar a la gente de anticristianos o de viciosos injustamente, cuando creen que él lo es mil veces más.

En resumen, este acto nos presenta los diferentes puntos de vista hacia la persona del impostor, sin aparecer él mismo, aunque de entrada nos debe parecer alguien efectivamente corrupto.

SEGUNDO ACTO (cuatro escenas).

En la primera escena nos traen una inesperada sorpresa, que sin conocer todavía a fondo a los personajes, se nos antoja desagradable. Orgón anuncia a su hija Mariana que se casará con Tartufo, dados sus histéricos deseos de introducirle en la familia (“¿por qué hacerme decir semejante impostura?”). Mariana no quiere ofender a su padre, pero muestra un palpable descontento que tiene que acallar por respeto. Dorina, criada y, suponemos, amiga de la joven, entonces interviene chocada por la noticia. Trata de convencer al cerrado Orgón para que desista, criticando a Tartufo ferozmente (“sí; es él quién lo dice, y esa vanidad, señor, no se compagina con la piedad”) y describiéndolo como alguien sencillamente malvado. Orgón se cabrea profundamente, ya que no soporta que su amigo sea despreciado de tal manera (“sí; mi bilis se revuelve con todas esas boberías, y quiero terminantemente que te cayes”); como he dicho, se cierra por completo a cualquier comentario no grato hacia su gran amigo.

Cuando se va el señor, Mariana charla con su doncella amargamente, sin encontrar solución al asunto, incluso planteándose el suicidio. Dorina busca su consuelo y preparan la nueva al amado, Valerio. Pero, lógicamente, cuando le cuentan la historia de su futuro casamiento con Tartufo, él se muestra indignado y los novios se pelean. Dorina, que ve natural la reacción de ambos y, haciendo gala de su nobleza (de espíritu, no de sangre), vuelve a entrar en escena y les junta de nuevo (“cesad esta chanza y venid aquí los dos”). Una vez que hacen las paces, les tiene que obligar a separarse durante un tiempo, el necesario para planear la posible salida a este problema.

En esta ocasión tampoco aparece el intrigante Tartufo, pero las circunstancias nos llevan a pensar peor de él: Dorina habla de él todavía peor que antes las otras mujeres. Se nos muestra con más claridad aún la gran admiración de Orgón por ese tío, hasta el punto de casarlo con su propia hija inconscientemente.

TERCER ACTO (siete escenas).

Dorina se queja a Damis, hijo de Orgón, de todo lo que está ocurriendo y éste parece compartir su enfado (como hemos comentado, a nadie, salvo Orgón y su madre, les gusta Tartufo).

Inesperadamente, la primera intervención de Tartufo en la obra es para confesar su amor a Elmira, ¡la mujer de su propio amigo y benefactor! (“ah, no porque sea devoto dejo de ser hombre; y cuando llega uno a contemplar vuestros celestiales hechizos, el corazón queda prendido en ellos y no razona”). Repito una vez más que Elmira siente antipatía por el que acababa de ofrecérsele, de modo que se lo dice a Damis, su hijo, que se enfurece al conocer los desleales propósitos del rufián y quiere plantarle cara de una vez y echarlo para siempre de sus vidas. De hecho lo hace cuando está delante Orgón: le acusa de pervertido y declara las ilícitas intenciones que tenía, pero cuando Orgón intenta callarlo, Tartufo se hace el víctima y el bueno, haciendo como si confesara su pecado (“dejadle en paz. Si es preciso, de rodillas, pediros su perdón...”). Orgón se vuelca completamente en su, ahora más, buen amigo (¡bribón, contemplad su bondad!), y le protege de las fuertes ofensas de su hijo. Éste y su padre discuten y Damis es desheredado por su osadía. Está Orgón tan dolido por todo que decide compensar a Tartufo: le cede todos sus bienes bajo escritura (quizás fuera eso lo que el hipócrita pretendía desde el principio).

Evidentemente, todo lo que se había dicho del Tartufo nos parece poco ahora. No sólo hace el mal, sino que recibe recompensa al parecer que obra con buena intención. Pero no es la personalidad de Tartufo la que más se critica en el libro; al fin y al cabo, es alguien declarado dañino y peligroso. Se ridiculiza más bien a la actitud que muestran los engañados, tan cerrada, tan rastrera. Es una crítica a las personas que no quieren convencerse de la verdad, que se quedan en lo superficial, que se dejan manejar por el que los adula por el único precio de adularlos.

CUARTO ACTO (ocho escenas).

Mariana implora a su padre para que no la obligue a casarse con ese sapo, desesperada y desconsolada. Orgón, aunque siente compasión, no cambia de idea.

Paralelamente, Elmira prepara el montaje con Damis para evitar el enlace: pretenden esconder a Orgón bajo la mesa mientras ella se ofrece a Tartufo, y a sí pillarle diciendo cosas que hagan al padre convencerse finalmente de la total falta de ética del inmoral. Así lo hacen, con dificultad eso sí, para hacer que Orgón cumpliera su papel en la comedia. Extrañamente, al principio Tartufo no se lanza como ellos creían, como si sospechara algo (“ese lenguaje es bastante difícil de comprender señora, y hace poco hablabais con otro estilo”), pero termina por caer en la trampa y confesar sin querer su pasión hacia Elmira, otra vez.

“¡Vaya un hombre abominable, lo confieso! No puedo convencerme, y todo eso me mata”, dice Orgón, que por fin descubre la verdadera calaña del que había sido su hijastro, prácticamente. Desgraciadamente, se percata del grave error que ha cometido demasiado tarde: ya ha hecho a Tartufo dueño de sus posesiones, pero aún así intenta echarlo de su casa. El malicioso les asegura que volverá (muy cierto eso).

Ahora nadie puede negar la gran maldad que se escondía en el protagonista, entre otras cosas porque al final del acto, cuando Orgón le echa, declara a todos su repulsa y su indiferencia a los sentimientos de nadie. Descubrimos pues, que no era más que un estafador.

QUINTO ACTO (ocho escenas).

Todos se encuentran en la casa, expectantes de los próximos acontecimientos, que saben pueden ser desagradables. A la vez, hablan con Madame Pernelle para hacerla ver igualmente quién era en verdad Tartufo, e igualmente, no se deja “engañar”. Hasta que llega la policía a indicaciones del deshonesto para comunicarles que ya no pueden vivir más tiempo allí, puesto que la propiedad es del señor Tartufo (en efecto, así es). Sufre la familia gran impotencia ante la gravedad del problema, quieren hasta agredir al señor leal.

Llega entonces el terrible Tartufo para hacer efectivo el contrato y expulsar a los antes dueños de la casa (“vuestras injurias no me irritarán, he aprendido a sufrir todo por el cielo”). Con sangre fría insiste en que el sargento los saque del lugar, pero llega un exento (un sargento de caballería) y detiene a Tartufo, que por lo visto, era buscado tiempo ha por sus conocidas fechorías (que ellos no eran los primeros engañados, vamos).

Termina así la obra, con final emocionante y feliz, y con moraleja, por supuesto. No nos dejemos engañar por sucios pedantes ni por pelotas babosos, y sobre todo, mucho cuidado con lo que les concedemos a estos individuos antes de advertir su falsa virtud.

PERSONAJES: Tartufo.

¿Qué podemos decir de este hombre que no hayan dicho los que le conocían de verdad? Un hombre amoral, misterioso, salido de lo más bajo, nacido para hacer daño...

Demasiado repetido y común en nuestra sociedad. Simplemente, alguien que se hace pasar por lo que no es, y que quiere sacar beneficio de ello, aunque tenga que pisotear a unos cuantos en medio de sus planes. Lo que pasa es que en la obra se da lago que yo considero irreal, y es el rechazo de la familia de Orgón hacia Tartufo: normalmente esta clase de gente tiene engañado a todo el mundo, que es lo que les permite actuar con tanta comodidad, eso sí, con astuto cuidado y esfuerzo también, sacrificio para poder salirse con la suya.

Orgón.

Al igual que es normal la práctica de los tartufos de este mundo, lo es también de los servidores de los hipócritas. No tiene el impostor por qué estar vinculado a la Iglesia; de hecho, en la actualidad está mejor visto llevar otras actividades (trabajo duro, vida sacrificada, vida austera...), pero la cuestión es que adoran a esa persona. Lo ven por la calle, ven lo que quiere él quiere que vean y quedan convencidos de que es una excelentísima persona, sin pararse a pensar y a sopesar todas las circunstancias que rodean a su vida. No son mucho mejores que el Tartufo, ya que al admirarle, admiran al mal y a la falsedad. Son sencillamente estúpidos que no se esfuerzan en comprender, que tan sólo se dejan llevar, como ovejas por el pastor.

Dorina.

No es demasiado trascendente su actuación en el desarrollo de la historia, lo mismo que, por desgracia, en la vida real. Su intención es buena, es observadora, ella sí sopesa y entiende, pero no es escuchada. Intenta lo más diplomáticamente posible que los demás dejen de hacer caso a alguien tan desagradable, sin éxito. Y es verdad que hay tantos inteligentes que pierden saliva en vano, por convencer a unos ingratos crédulos de que la razón no la tiene el malo. Y además, que sufren su obtusa fijación por los tartufos de la tele, del trabajo, de la pandilla de amigos... En fin, Dorina se define como una testigo no conformada con los injustos hechos.

OPINIÓN PERSONAL.

Bueno, una vez más me enfrento a un personaje universal, tristemente famoso y a la vez aceptado. En mi opinión, la dimensión práctica del Tartufo pueden ser los políticos. Fuera de bromas, Tartufo es alguien que se define por sí solo, que no necesita presentación. Yo me alegro cuando veo que esta gente es rechazada por sus amigos, sus conocidos... Sin embargo reconozco que se ha llegado a idolatrar auténticos impostores, muchísimo más peligrosos que el del libro, que por cierto, notamos en seguida su verdadera condición, pero los tartufos reales son aún más astutos, más secretos, más difíciles de pillar... más malvados y oscuros. Y el daño que infringen estos últimos es lógicamente, mayor. Pero la gente les deja entrar a robar en sus propias casas con tanta facilidad...

En cuanto a la forma, no estoy capacitado para analizarla en profundidad, pero puedo decir que es muy ameno, bastante más que obras similares de esa época. Es una historia perfectamente inteligible y asimilable, que me gusta en general (por su contenido, por su manera de decir las cosas), pero que además tiene ese trasfondo que a mí tanto me gusta encontrar en todo cuento, esa doctrina, ese mensaje. Mensaje, por cierto, claro y directísimo, y cierto.

BIBLIOGRAFÍA.

TÍTULO: Obras completas de Moliere.

RECOPILACIÓN, TRADUCCIÓN, ESTUDIO PRELIMINAR Y CENSO DE PERSONAJES: Julio Gómez de la Serna.

EDITORIAL: Aguilar.

COLECCIÓN: Obras eternas.

Sexta edición, 1973. Madrid

Nº DE PÁGINAS: 1405 (Tartufo 53)




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Enviado por:Jachi
Idioma: castellano
País: España

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