Biografía


Sor Juana Inés de la Cruz


Sor Juana y el silencio relativo

Durante los últimos años de sor Juana Inés de la Cruz la situación social de la Nueva España, así como la situación personal de la monja jerónima, estuvieron en crisis: los conflictos de índole social, la carencia de alimentos para los indios, entre otros problemas sociales; su decadente jerarquía en la corte como protegida de los marqueses de la Laguna, los conflictos con los jerarcas, el constante pleito con su confesor por la poesía profana que tanto apasionaba a sor Juana y la publicación de la famosa y polémica carta Atenagórica, fueron determinantes para el término de los días en nuestra monja jerónima.

Una de las preguntas pilares sobre la vida de Juana Inés, es ¿Qué motivo a sor Juana a callarse, a guardar un silencio literario? O ¿realmente sor Juana calló? Es uno de los problemas más misteriosos. A ciencia cierta no sabemos que fue lo que sucedió. A lo largo de la historia, desde su muerte, desde el padre Calleja, hasta los estudiosos más atrevidos de sor Juana, pasando por Traboulse, Puccini, Paz, entre otros, nadie, ninguno de ellos ha sabido aclarar con plenitud este problema.

Al comenzar la investigación me hice una pregunta ¿Por qué es importante esta parte de la historia de una monja? La respuesta no fue difícil, pues la importancia que la monja tiene para la literatura mexicana es imprescindible para este debate; claro que no es sólo ese el motivo por el cual es importante, ya que el hecho de haber sido silenciada o no, sorprende, de cualquiera de las dos formas. De aquí surgen más preguntas como ¿por qué sería sorprendente?... todas estas preguntas surgieron y surgirán con cada novato de la vida sorjuaniana. Lo importante, lo verdaderamente importante es contestar estas y otras preguntas más importantes y trascendentes.

El enigma del silencio se dispara desde hipótesis que fundamentan su argumentos en meros acontecimientos biológicos -me refiero a la menopausia-, hasta los que proponen que el padre Fernández de Santa Cruz se puso de acuerdo con la susodicha. Yo supongo que es difícil definir con claridad la veracidad de las hipótesis. Algunas son sorprendentes, como la de Traboulse, quien hace una magnífica relación de las fechas importantes durante los años que transcurrieron desde la publicación de la carta Atenagórica, hasta el final de los días de sor Juana Inés de la Cruz. Otras, como la Wisser son sencillas y factibles.

Dentro de todas las propuestas creo que descartaremos aquellas que entran en dificultad con la historia misma. Definitivamente la teoría de Stevans no es plausible ni el la más ínfima parte, pues no sería posible que una monja tan docta y estudiosa, haya dejado que los cambios hormonales la llevaran a un estado casi de demencia, y más después de una vida llena de control pasional, de dominación de mentalidad y frialdad erudita. Por su parte, Octavio Paz dice cosas muy interesantes, nos da una biografía resumida pero básica para conocer a personajes tan importantes para este tema como la del padre Antonio Nuñez de Miranda o de Aguiar y Seijas. Creo que Paz aporta mucho a la comprensión de la vida de la monja, apoya aquellos estudios sorjuanianos que han descubierto en sor Juana una mujer con extraordinarios perfiles psicológicos, aunados, en su totalidad con su época. Pero no resuelve el problema. No creo que el padre Fernández de Santa Cruz haya sido tan liviano como para permitirse una camaradería de ese tipo con sor Juana, pensando en su contexto socio-religioso.

Traboulse dice cosas interesantísimas. Su cronología impresiona y se enlaza con facilidad para apuntar a una hipótesis impresionante: el desarrollo de un proceso inquisitorial, dirigido a sor Juana. Es convincente su trabajo y derriba aquellas teorías donde ponían a sor Juana, la misma sor Juana de “Detente, sombra de mi bien esquivo…” como una casi santa e irrenunciable sumisa de los poderes masculinos eclesiásticos. Es imposible pensar en una sor Juana -al menos para mi sí lo es- sumisa, obediente y avocada en totalidad a su matrimonio con Jesucristo.

El trabajo de Wisser es complaciente, pues disipa aquella pequeña duda que nos crecía con los apuntes del padre Calleja y de Oviedo donde apuntaban a una sor Juana arrepentida y totalmente sumisa. Para hacerlo ágil, Wisser demuestra mediante un escrito inconcluso de Juana, que no renunció con tanto apego religioso a su pasión: las letras.

Sor Juana fue una mujer sin precedentes, nació, vivió y murió en discordancia con muchas de las normas de su época. Ella misma, en La Respuesta, nos describe con una excelsa y bellísima prosa cómo fue su vida, cómo creció y lucho contra una sociedad que le impedía lograrse, hacerse una ermitaña de celda, que le impedía inundar su cuarto de letras y conocimiento, quizá ese fue su pecado: la ambición al conocimiento. Ahora, como todo gran personaje, como toda gran época, sor Juana tuvo su etapa de oro, donde su íntima relación con algunas de las mujeres de la corte, con los marqueses de la Laguna, su posición de “prosista” oficial de la corte virreinal le dieron un estado casi de inmunidad, y por ende de impunidad. Con esto no quiero decir que sor Juana actuó de forma errónea, pues lo veo con una perspectiva postmoderna; sin embargo, sor Juana rompió con muchos de los cánones normales, cotidianos de una Nueva España inundada de contrarreformismo, pero al mismo tiempo de barroco, pero claro que no debemos de hacer juicios sobre la actitud de la Décima Musa. Ella, la autora de Primero Sueño, la misma Juana Inés que se cortaba un mechón de pelo cada que no aprendía algo, fue silenciada, dicen algunos; otros defienden su irreverencia y argumentan casi fehacientemente que no dejó tan por completo su vicio por las letras profanas.

Muchos de los críticos e incluso los lectores efímeros de sor Juana nos hemos hecho la forzada pregunta: ¿cómo fue posible que una monja escribiera poesía tan profana en una época de obtusión casi definitiva? Sencillo, sus privilegios. Desde el primer momentos fue astuta, y ella lo dice en La Respuesta, se metió al claustro para estudiar, olvidarse del mundo y de las obligaciones sociales: desde un principio renunció a los cánones establecidos en esa sociedad novohispana. Y así como surge la pregunta escrita arriba, surge, al descubrir investigaciones que insinúan una supuesta rectificación: ¿cómo puede ser posible que una monja “profana” haya dejado su vida, su vida entera por algo en lo que nunca creyó por completo? ¿cómo pudo sor Juana olvidarse de su pasión, dejarla y resignarse después de toda una vida de letras profanas? No, definitivamente sor Juana no dejó su pasión por completo.

Desde la Carta Atenagórica, hasta su muerte, el ritmo de vida de sor Juana se aceleró. Perseguida desde siempre por su confesor, acosada por ese mismo confesor y toda la gama de jerarcas exigentes, sor Juana tuvo miedo. Su mundo comenzó a derrumbarse desde aquellos años cuando los motines en la ciudad de México intensificaron y tensaron las relaciones sociales. La ingenua creencia de la fidelidad del padre Fernández de Santa Cruz y su afilada respuesta, la acorralaron. Con la caía de los marqueses de la Laguna, ellos lejos en España, donde su protección era escueta, sor Juana se había quedado sola; y más sola aún con la llegada de una misógina autoridad: Aguiar Y Seijas. La soledad de sor Juana la acompañó siempre, desde sus días en la celda, hasta su crisis politicoeclesiástica. Juana Inés, como sin respeto le llama Paz, vivió con ella misma y sólo para ella misma. Su alto narcisismo, su evidente soberbia plasmada en La Respuesta, la pintan como una mujer con un alto egocentrismo y una plena conciencia de su capacidad intelectual; no hay que olvidar que mucho de esto apenas mencionado es producto de esa misma soledad, donde su maestro era un libro y su alumno un perecedero artefacto para pintar. Se entregó por completo a las letras. Su vida giraba casi entorno a su pasión literaria. También por eso es un caso excepcional, pues a pesar de su posición religiosa, de su género, logró ser la mujer más culta en la Nueva España, la gran rebelde, la única sobreviviente, o si bien agrada, la única que hacía sobrevivir al barroco. Supongo que es poco lo que aquí se expresa, pues la personalidad, el trabajo, la excelsitud, le genio y la dedicación de sor Juana fueron mucho más grandes que lo que expongo.

No pudo haber callado por iniciativa propia. Después de la Carta Atenagórica, de La Respuesta, de la publicación en Madrid de sus obras profanas y como bienvenida la Carta Atenagórica, fue presa de presiones. Es imaginable lo que tanto Aguiar y Seijas como Antonio Nuñez habrán pensado. No era otra cosa más que desacato, y desacato de una monja, de una mujer. Pro costumbre, la iglesia católica ha puesto por sr inferior a la mujeres ¿cómo iba a permitir un acérrimo enemigo del sexo femenino que una monja jerónima y erudita -infinitamente más que él- se atreviera deliberadamente a desobedecer las órdenes politicoreligiosas? Era impensable que después de la publicación de las obras en Madrid, el Santo Oficio o al menos las autoridades no se movilizaran.

Aquí es donde descarto la hipótesis de Paz; la de Traboulse junto con la de Wisser son de suma importancia. Las presiones se multiplicaron, el miedo del ruido con el santo Oficio se hizo realidad, propone Traboulse. Lo que sí es cierto, es que sor Juana seguro fue invadida por el miedo. Su confesor que la presionó siempre ahora la presionaba con más fuerza, pues se sentía obligado, dentro de su rectitud pragmática, a acarrear a la oveja desobediente, y lo logró. La situación se torno casi imposible para sor Juana, tenía que ceder a los jerarcas; el decomiso de su biblioteca fue un duro golpe, una señal de todo el poder que tenían los hombre en la iglesia. Estaba sola, tenía que ceder y aceptar las culpas, resignarse y escribir una carta de arrepentimiento firmada con sangre -claro que todo eso formaba parte de las tradiciones jurídicas-; qué podía hacer frente a un poder tan grande, supongo que no mucho.

Al ceder sor Juana, nos puede parecer incongruente con su vida misma; es como si fuera contra sus propias convicciones, pero no, no debemos pensar a sor Juana como una heroína de las letras o una mártir del conocimiento, ella no murió con una causa. Por desgracia, los panegiristas la ensalzan a un grado donde la mitifican. Cuando los críticos argumentan que la monja fue fiel a sus convicciones hasta el día de su muerte, cuando la martirizan y la vuelven una santa por desgraciada, se acerca, en seguida aquella imagen que ella misma da en La Respuesta cuando se equipara con la figura del mismo Jesús de Nazaret.

Sería mucho más sensato no panegirizar, algo que no omite su alto valor literario, pero sí le da matices de verosimilitud. Tal vez sor Juana sí cedió a las presiones, quizá nunca dejó por completo las letras, fue víctima de un proceso inquisitorial, a lo mejor también fue víctima de la demencial menopausia y tuvo, en cierta medida, un acuerdo con el padre Fernández de Santa Cruz. Son plausibles y no excluyentes entre sí estas posibilidades.

Hablo de que sería mucho más sensato no panegirizar para objetivizar. Es hasta lógico que la monja sintiera un tremendo miedo cuando supo de la publicación de su obra completa; sor Juana protegía su vida misma, por eso firmó y se arrepintió con sangre y frente a sus persecutores, pero nunca olvidó. Cómo olvidar toda una vida de letras profanas. Y aunque Calleja y Oviedo documenten las flagelaciones que sor Juana se propinaba, Wisser demuestra su debilidad espiritual, hace evidente con el descubrimiento de ese poema inconcluso su flaqueza de alma y su vigorosidad mundana.

Sor Juana Inés de la Cruz, la Décima Musa, una impresionante mujer, con una capacidad inimaginable, era débil, y tenía miedo a un aparato monstruoso llamado Inquisición. Al fin sor Juana fue un ser humano, más que eso una gran Humanista, olvidada casi por completo de la profesión religiosa que debía a su hábito de monja. Es imposible y hasta risible asegurar que se arrepintió por completo o que no se arrepintió por completo. Como todo ser humano busca la manera de salir de apuros, quizá con sensatez, pero el deseo y la pasión, al menos en sor Juana, pudieron más, hasta el grado de escribir un pequeño poema inconcluso.

Por último, no debemos olvidar que sor Juana como los grandes “traidores” a las dictaduras y regímenes son sometidos no sólo a un juicio que los condena, sino a uno de absolución, de arrepentimiento; todo esto para demostrar la fuerza de los sistemas juzgantes. Sor Juan fue una víctima de su tiempo, una irreverente monja que cedió a las amenazas de personajes abominables. La sor Juana literaria no murió con su el arrepentimiento, sólo fue un paso difícil y necesario de supervivencia.

Bibliografía:

Paz, Octavio, Las Trampas de la Fé, México, FCE, 1982, p.p. 511-608.

De la Curz, sor Juana Inés, Obras Completas, tomo IV, ed Alfonso Méndez Plancarte, FCE, México, p.p. 405-440, p.p. 509-520

Puccini, Dario, Sor Juana Inés de l Cruz, una excepción de la literatura y la cultura barroca, México, 1997, p.p. 9-68.

Trabulse, Elías, Los años finales de sor Juana, CONDUMEX, 1995, 9-38.

“La última sor Juana”, en Revista Iberoamericana, vol LXI, num. 172-173, 1995. p.p. 639-649.

Mercedes Prieto, Elaborando el silencio, en http://www.flacso.org.ec/docs/prieto19.pdf,




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Enviado por:Chego
Idioma: castellano
País: México

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