La Edad Media cristiana se caracteriza por la creación de núcleos de resistencia en el norte de la Península frente al avance musulmán. Posteriormente estos minúsculos estados experimentarán un crecimiento demográfico que les llevará a iniciar un proceso de expansión territorial hacia el sur aprovechando la división de Al Andalus. Este proceso expansivo denominado reconquista culminará en 1492 con la toma de Granada.
La reconquista exige ante todo población, tanto para guerrear como para colonizar las tierras de las que se ha expulsado a los musulmanes. A este proceso, básico para consolidar las tierras conquistadas, se le conoce con el nombre de repoblación.
Tan importante como la ocupación militar del territorio es asentar pobladores en ellos para consolidar el dominio sobre la zona y garantizar su defensa ante los ataques del enemigo. Para poblar los territorios intervienen dos condicionantes: el potencial demográfico disponible y la cantidad de habitantes musulmanes de la zona, en función de estos dos factores encontramos diferentes sistemas de repoblación a lo largo del proceso expansivo. Las formas de propiedad durante este proceso se mantendrán casi hasta la actualidad, predominando la pequeña y mediana propiedad al norte del Tajo y el latifundismo al sur de este río.
En la primera etapa, que abarca del siglo VIII al siglo X (etapa de aplastante dominio musulmán en todos los niveles) el sistema de repoblación utilizado fue la presura y se utilizó al norte del Duero y en las faldas pirenaicas. El proceso repoblador se vio favorecido por la presión demográfica de los pequeños núcleos cristianos y el que los territorios estuvieran muy poco poblados por los musulmanes. La presura consistía en la ocupación de la tierra basada en el derecho romano que decía que quien ocupaba una tierra despoblada y la roturaba se convertía en su propietario. La iniciativa era llevada por el campesino directamente o por nobles o monasterios. Esta modalidad determinaba pequeñas y medianas propiedades.
Entre los siglos XI y XII se llevó a cabo la llamada repoblación concejil en las zonas comprendidas entre el Duero y los Montes de Toledo en Castilla y León, y el valle del Ebro en el este peninsular.
Esta forma de repoblación se vio favorecida por el crecimiento demográfico de los reinos cristianos. Consistía en dividir el territorio en alfoces –el equivalente a nuestros términos municipales- con una ciudad o villa como base en la que se asentaban los pobladores y los representantes reales, se gobernaba a través del concejo (ayuntamiento) y una vez que se constituía éste el rey otorgaba a la ciudad una carta puebla, decreto fundacional por el que un rey o señor hacía concesión de derechos y prebendas a quienes estuvieran dispuestos a habitar una localidad de nueva creación, regulando las condiciones de habitación y tenencia de las tierras. Hay distintas modalidades en orden a su naturaleza y contenido, estando algunas íntimamente relacionadas a los fueros municipales por su aplicación de Derecho.
Los fueros eran las leyes particulares por las que se gobernaba un territorio o municipio. Aunque dejaron de otorgarse en el siglo XIII su importancia traspasa el ámbito medieval.
Durante la Guerra de Sucesión se suprimieron los fueros de la Corona de Aragón y actualmente las comunidades autónomas de Navarra y País Vasco se basan en los fueros.
En la primera mitad del siglo XIII los protagonistas de la repoblación serán las órdenes militares (Calatrava, Santiago, Alcántara, Hospitalarios y Templarios), instituciones de monjes-guerreros que surgen en Tierra Santa para luchar contra el Islam y que se instalan también en España. Participaron en la conquista de Extremadura, La Mancha, Teruel y norte de Castellón. Recibieron extensas zonas poco pobladas con lo que predominará el latifundismo que se orientará a la explotación ganadera. La expansión ganadera se manifiesta en 1273 con la regulación de la Mesta o asociación de ganaderos (casi siempre nobles) que reciben privilegios de Alfonso X en detrimento de los campesinos.
En la segunda mitad del siglo se repuebla el valle del Guadalquivir y el litoral levantino, aquí la forma típica fue el repartimiento: tras la conquista de las ciudades se hacía inventario y se repartía entre los que habían participado en la conquista y según el nivel social, esto determinaba el predominio del latifundio por parte de la nobleza.
Los siglos XIV y XV suponen un parón en el proceso debido a la crisis interna de Castilla y a las elevadas sumas (parias) que pagan los musulmanes para no ser atacados. La etapa se acaba cuando los Reyes Católicos reinician la guerra contra los musulmanes a partir de 1470.