Literatura


Qué leen los que no leen; Juan Domingo Argüelles


CAPITULO 1:

EL PODER INMATERIAL DA LA LITERATURA

Lengua, lectura y tradición literaria

El semiólogo y novelista italiano Humberto Eco nos presenta en su ensayo “Sobre algunas funciones de la literatura” los poderes inmateriales de la lectura algunos de los cuales son más importantes y definitivos que muchos otros. Entre los poderes inmateriales Eco incluye la tradición literaria que vienen siendo el conjunto de textos producidos por la humanidad con fines no prácticos, sino más bien que se leen por el placer de leerlos.

La escritora e investigadora argentina Graciela Montes en su libro “El corral de la infancia” nos dice que al oficializar, la escuela deshistoriza, lo despoja a uno de su pasado lingüístico, utilizando sutiles técnicas mediante las cuales se alienta la perdida progresiva de la propia carga cultural y el reemplazo de maneras desvalorizadotas por otras consideradas más prestigiosas.

Rabul Vaneigem, en su libro “Aviso a escolares y estudiantes”, identifica la desvalorización del placer y el énfasis en el conocimiento abstracto dando así el resultado de una sociedad que prescribía renunciar vivir para consagrarse mejor a una tarea que consumiera la vida.

En “La sociedad desescolarizada” de Ivan Illich, nos habla sobre como la institución escolar lleva acabo un adiestramiento para confundir el proceso y la sustancia, enseñanza con saber, diploma con competencia, restándole valor al conocimiento extracurricular y eliminando casi por completo la búsqueda del placer.

Ese extremo es socialmente aceptado por lo cual Eco nos llama a no confiar en visiones demasiado descarnadas del placer literario, pues estas reducen la literatura al ejercicio deportivo o al llenado de crucigramas.

La literatura tiene una serie de funciones individuales y sociales como son el ir modificando nuestro pensamiento y nuestra emoción.

Juan Rulfo, gran narrador mexicano, dejo algunas declaraciones a beneficios de la tradición literaria, entre otras cosas menciono que la literatura no es un elemento de distracción, pues el conocimiento de la humanidad puede obtenerse a través de los libros y es posible saber cómo viven y actúan otros seres humanos que al fin y al cabo son iguales que nosotros.

Aun si los libros se transforman, física y conceptualmente pertenecen a una tradición que no pueden negar ni siquiera quienes pretenden renunciar, cándidamente a su herencia.

En estos tiempos que se habla demasiado de los dones de la descarnada información y de la muy útil tecnología, hay que advertir que los libros contienen una serie de valores culturales y recordar que lo que señalo Gabriel Zaid: ningún avance tecnológico justifica una vida desabrida.

Para que sirve leer

Es frecuente que nos pregunten o que nos preguntemos, para que sirva leer, otras que nos aseguren que leer no sirve para nada. Jorge Ibargüengoitia decía que la única razón válida para leer obras literarias es el goce que nos entregaban, también que la lectura es un acto libre y que debíamos leer el libro que quisiéramos cuando pudiéramos y que si no nos apetecía ningún libro, que no leyéramos y no hubiéramos perdido gran cosa.

Gabriel Zaid, en “los demás libros” nos menciona que para tener éxito profesional y ser aceptado socialmente y ganar bien no es necesario leer libros, pues hay quienes aseguran no haber necesitado libros y la lectura sino para pasar los exámenes. Además agrega que quienes regalan libros reparten obligaciones.

Más no es secreto que la obligatoriedad de la lectura lleva a resultados contraproducentes. La obligatoriedad tiene fundamentalmente una función práctica, y no se toma en cuenta el interés personal.

El joven adquiere otra dimensión, evidentemente placentera, cuando se le transmite por recomendación y sin que el estimulo sea la recompensa de la calificación.

Contra el discurso del provecho y la utilidad

En su ensayo “leer por leer: un porvenir de la lectura” Armando Petrucci examina los nuevos hábitos de la lectura frente al convencionalismo y el canon que se refieren no solo a lo que se lee sino también a como se lee; postura rígida del cuerpo, concentración y silencio. Nos dice Pertucci que teniendo como base estas principios la lectura es una actividad seria y disciplinada que se realiza en común, siempre en silencio y cuando estamos a solas, en algún lugar de nuestro hogar, en total libertad, son conocidos y admitidos como secundarios.

Los menores de 20 años prefieren al iniciarse en la lectura, una relación con el libro que desvinculen por completo del deber.

En “La experiencia literaria” Alfonso Reyes advierte que el libro como una sensitiva, cierra sus hojas al tacto impertinente de modo que hay que llegar hasta el sin ser sentido, en un ejercicio casi de faquir.

Bruno Bettelheim y Karen Zelan en “La magia de la lectura” ensayo incluido en su obra “Aprender a leer” recomiendan que la lectura sea entregada a los niños despojándola de todo concepto de utilidad practica y de discursos de enfadosa responsabilidad, pues sólo así, dicen, podrán interesarse realmente en los libros.

Para estos autores el único motivo por el cual los niños pueden interesarse en un libro es la dimensión mágica de su contenido; todo lo demás comienza por ser un discurso del deber y un acto aborrecido. Lo que percude a un niño para acercarse a los libros no es la promesa de que lo hará grande e importante en un lejano futuro, sino la recompensa inmediata de hallar en ellos un mundo placentero.

Es importante la motivación pero por medio de la ayuda, del contagio del entusiasmo, de abrir las puertas de la imaginación a través de la lectura.

La perdición de la lectura

Hay muchas formas de fomentar el hábito de la lectura, pero la más eficaz es la natural emulación, del ejemplo nace el interés; padres que leen fomentan hijos lectores. Luego están los profesores, los promotores de la lectura, los bibliotecarios y demás que si consiguen hacer la experiencia placentera reafirmarán o despertaran el gusto de la lectura.

Fernando Savater filosofo y escritor español cree que los libros solo funcionan con nuestra energía, puesto que somos su único motor, se aprende a leer leyendo, cayendo en la tentación, que es, según se sabe, el modo más seguro de contraer gustos.

Si leer nos sirve para ser mejores o no es algo que solo sabremos en la medida en que leamos. Gabriel Zaid nos pregunta: “¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo anda, cómo se ve, cómo actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales.”

En palabras de Alfonso Reyes, la lectura se vuelve vida, que, a diferencia de la fría erudición, es el mejor destino de la cultura.

Los espacios para el deseo

Digan lo que digan acerca de la lectura, el acto por el placer mismo es el acto libertino el cual, según Savatar, logra cómplices por contagio y no por medio de sermones.

La investigadora francesa Michèle Petit en su libro “Lecturas: del espacio íntimo al espacio público” señala que para transmitir amor por la lectura literaria, es condición primero haberlo experimentado, y que sin ensueño, sin fantasía, no hay pensamiento, no hay creatividad. La disposición creativa tiene que ver con la libertad, con el rodeo, con la regresión hacia vínculos oníricos, con atenuar tensiones.

Los promotores de la lectura deben ser lectores que sepan comunicar su entusiasmo sin sermonear y aceptar y saber que en el provenir de la lectura una de las mejores imágenes posibles es la de la libertad del lector engendrada.

Adolfo Bioy Casares sabía que no era por medio de la obligación como se podía transmitir el gusto por la lectura.

Richard Bamberger planteó la paradoja que hoy lleva su nombre “muchos no leen porque no saben leer bien. No saben leer bien porque no leen libros.”

En su libro “Formar niños lectores de textos, Josette Jolibert y el Grupo de Docentes de Ecouden plantean que los niños leen para alimentar y estimular la imaginación, no para aprender dominios ni asumir poderes. Se dice que se aprende a leer leyendo libre, azarosa, despreocupadamente, y no cuando se enseña a uno a leer para después imponerle la lectura como una disciplina.

Reafirmando a Felipe Garrido “que alguien lea por puro gusto, por el placer de leer es la prueba definitiva de que es un buen lector”; un buen lector puede ser verdaderamente un buen estudiante, pues leer por obligación puede servir para pasar un examen pero difícilmente para abrir otros horizontes.

El rechazo de los niños a la lectura en la edad escolar reside en que la socialización y escolarización los despoja de las capacidades innatas de perplejidad, asombro, fantasía e interrogación.

Gareth B. Matthews en su libro “El niño y la filosofía” comenta su preocupación por esta perdida que la edad adulta escolarizada termina por encontrar consustancial a la condición seria de la vida.

Mucha gente culta pero esnob, suele olvidar para que sirven los libros y creen en el valor de los libros por el libro mismo, hay incluso quienes creen que saben porque tienen muchos libros y otros, no conformes son esto, creen ser mejores que quienes no frecuentan los buenos libros y de este modo justifican una discriminación cultural verdaderamente bárbara y oscurantista.

Pertinentemente, Zaid nos pide no olvidar que los libros son letra muerta, mientras no favorezcan la animación de la vida.

CAPITULO 2:

LA LECTURA COMO VALOR ESCOLARIZADO

Las motivaciones de la lectura

Warrwen G. Cutts, autor de “La enseñanza moderna de la literatura”, nos pregunta “¿de que le sirve a un hombre dominar todas las habilidades de la lectura y no conocer el goce de un buen libro?”

En el capitulo “motivación, intereses y hábitos duraderos” Cutts nos advierte que la motivación lleva al desarrollo de hábitos de lectura duraderos, el secreto de la motivación es el interés. El interés real en los niños surge cuando se conversa con ellos, son observados y se les brinda la oportunidad de expresarse libremente.

Daniel Pennac en “Como una novela” coincide en que los niños y los jóvenes lean lo que desean leer, lo que les apetece, si es que realmente les apetece, pues los derechos del autor tienen su cimiento en la libertad y el gusto.

Todo lo supo Cutts quien explico lo esencial: “¿Cómo se adquiere este amor por la lectura? Enseñar las técnicas de análisis de la palabra tiene escaso valor si el niño no experimenta el deseo de leer. Ninguna faceta es tan importante entonces como ayudar a los niños a ampliar y profundizar sus intereses en la lectura.”””Los maestros no pueden estimular el interés en la lectura simplemente diciendo a sus alumnos lo divertida, importante o necesaria que es; los maestros deben saber lo que venden y porque lo hacen, la historia o poema deben gustarles sino, hay que buscar otra.

Cutts sugiere que los maestros lean los libros recomendados y los que les gustan a sus alumnos para descubrir porque tal o cual historia les gusta tanto. También dice que no deben emplearse fórmulas fijas ni exigirse listas de lectura en la escuela elemental ya que o hay un solo libro que todos deberían leer. Observó que los lectores poco avanzados tienen preferencia a los libros populares, pero cuando consiguen sentir el placer que se obtiene de un libro que realmente pueden leer, se sienten también capacitados para tomar otro que les parecía inalcanzable.

Ovidio supo que los frutos prohibidos son a menudo los más dulces, por lo cual prohibir algo es despertar el deseo. La clave de éxito en los placeres prohibidos reside en eso precisamente, en su prohibición.

En el volumen “Memoria y olvido” Juan José Arreola le cuanta a Fernando del Paso que los libros denominados inconvenientes contribuyeron a su despertar erótico.

Pensando por los efectos contrarios que producen las prohibiciones otro escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia dijo alguna vez “Yo creo que si de lo que se trata es de fomentar la lectura es mucho más efectivo que los maestros prohibieran la lectura de libros buenos”

Lo contrario de la libertad, es decir, la prohibición, es lo que genera mayor interés. Y tratándose de libros y de lecturas, los que más se recomiendan son los que menos incitan y de los que más se desconfía son los más amenazadores de nuestra libertad de elegir.

El placer desinteresado

El escritor y profesor español Salvador García Jiménez, autor de “El hombre que se volvió loco leyendo El Quijote” dice que del fruto de obligar a leer sólo puede conducir a un país de analfabetos, pues no se puede esperar de quien ha aprendido la letra con sangre que disfrute con “El Quijote”.

García Jiménez cree que hay que acabar de una vez con la enseñanza de la literatura que reparte castigos y recompensas; ilustra los efectos nocivos de hacer obligatoria las lecturas ya que una enorme proporción de estudiantes acaban por cobrar aversión y rencor a las novelas.

La certeza a la cual llegó Jiménez es que la lectura y especialmente la literatura, no debe convertirse en un deber y en un riesgo de fracaso.

El escritor de origen húngaro Stephen Vizinczey en su libro “Verdad y mentiras en la literatura” nos revela que solo los lectores de sensibilidad indestructible pueden sobrevivir a la educación sobre literatura, pues este es el principal instrumento para alejar a los niños y jóvenes de tanto lectura como escritura.

La escuela a sido culpable de arrebatar el derecho al disfrute, ya que donde se hace presente la calificación la lectura no puede desenvolverse y lo único que se puede lograr son lectores frígidos.

Sobre la frigidez lectora Michèle Petit observa que hay algo en la lectura que no es compatible con la idea de programación, de promoción.

No debemos confundir habilidades y destrezas con la educación y la cultura, pues estas suponen procesos más profundos de aprendizaje porque incluyen a un tiempo la inteligencia y la sensibilidad.

Pese a ser hombres de libros y de muchas lecturas, en los siglos XVI y XVII extraordinarios pensadores como Montaigne y Chamfort creían firmemente en la potencia de la espontaneidad creadora y concedían gran importancia a la lectura intuitiva y fascinante. Formarse era un asunto integral que no dependía exclusivamente de la escuela.

Como lector Montaigne se felicitaba de no hacer nada sin alegría, y explicaba que si un libro lo irritaba pasaba a otro y solo se dedicaba a él en las horas en que se aburría.

Chamfort, jerarquizo las formas de aprendizaje de la lectura de la siguiente forma: “1)lo que se adivina, 2)lo que se aprende de la experiencia, 3)lo que se aprende a través de los libros 4)los libros y maestros.”

Chamfort en el siglo XVII hizo una crítica devastadora a la cultura libresca coyuntural y a la moda “la mayor parte de los libros del presente tienen el aire de haber sido escritos en un día, con los libros leídos la víspera”.

Legitimar un vicio, un a adicción resulta por supuesto inconcebible, pero el habito de la lectura es una perdición donde, por paradoja, el individuo se encuentra a sí mismo y se pierde para la masa.

Por eso esta idea de la lectura como un camino de perdición resulta desagradable para las instituciones, que como dice Petit, se encargan de cubrirla con un manto de eficiencia en cuantas familias, por ejemplo, las niños son alentadores a leer porque parece que eso podría ser útil para sus estudios, pero cuando alguien los encuentra fantaseando con un libro en la mano, se irritan.

A las instituciones y a las personas con mentalidad institucionalizada les da miedo que se piense que están fomentando el ocio, el vicio, la relajación y la disipación en la eficiencia.

Gabriel García Márquez, el gran escritor colombiano y universal nos dice que el hábito de leer suele ser de la familia entera.

El derecho a soñar despierto

El derecho a soñar despiertos es un derecho subversivo y por ello, perseguido y castigado. Por algo Vizinczey aconseja no dejar a nadie decirnos que estamos perdiendo el tiempo cuado tenemos la mirada perdida en el vacío. No existe otra forma de concebir un mundo imaginario.

He aquí la clave para quienes se conforman con el mundo real, toda la imaginación es un desperdicio. En cambio para quienes habitan descontentos este mundo, en modo de encontrar las alegrías es imaginar otro que se añade al real.

Guardadas las distancias el conocimiento que nos entregan los libros se sigue considerando hoy potencialmente subversivo. La lectura nos puede llevar a desviaciones y no por la vereda marcada del deber.

Por eso se esfuerzan tanto los métodos pedagógicos en orientar el gusto, en disciplinar el hábito, en domesticar la pasión.

A decir de Armando Petrucci. Todos los lectores son, en un principio, anárquicos, caóticos, y sólo con la experiencia irán formando su muy exclusivo orden personal.

Hay en el discurso del orden y de la autoridad un ejercicio anacrónico de guardián de lo conveniente que inhibe en los lectores potenciales la inclinación natural de descubrir el placer por sí mismos.

El discurso edificante y el sermón proteccionista teñido de nobleza y de buenas intenciones han engendrado siempre resistencia que se convierte en obligaciones, que engendran a su vez deberes insatisfechos, jamás hábitos apasionados.

Con mucha frecuencia, los adultos pervierten la inclinación natural de los niños y los conducen por el camino y el discurso de una falsa edificación que corresponde más bien al mundo de los mayores. García Márquez afirma que sólo cuando no nos hacen caso a los adultos, los niños son verdaderos poetas. Petit hace una observación similar y dice que subsiste el temor de que el libro instile en nosotros algo sedicioso. O que sea recibido de manera extraviada, incontrolable, que alguien encuentre en él algo distinto de lo conveniente, que la lectura sea una forma de desviarse.

La obligación y el deseo

El fracaso de los programas institucionalizados para la lectura tiene sus causas en ese orden que se pretende imponer sobre una materia que es de suyo opositora, discutidora de todo orden.

La escuela se ha empeñado en meter en cintura, mediante la recompensa y el castigo de la calificación y lo que ha conseguido con ello son estudiantes que en necesidad de sacar un a materia se aplican y se esfuerzan en afirmar lo que el maestro y la escuela quieren oír, para después despegarse de los libros y la lectura que tantas mortificaciones les dieron.

En el fondo los estudiantes acaban cobrándole un profundo rencor a la lectura y aborrecen los libros, lo que ven en un libro y en la lectura es un doloroso rito de pasaje cuyo único beneficio radica en un buen promedio.

Por medio de lo curricular la escuela ha conseguido alejar eficazmente a los estudiantes del placer de leer.

En la década de los sesenta, Ivan Illich describió a perfección el problema de la sociedad escolarizada en relación con el proyecto vital del individuo. El problema es que la sociedad escolarizada todo lo justifica a partir de los valores cuantificados, de forma que hace ver que todo aquello que no es cuantificable resulta en consecuencia ocioso. Ivan Illich advierte que al ser la escuela la fabrica de educación tendremos que toda la educación que pueda recibirse fuera de la escuela dará la impresión de ser algo espurio, ilegítimo y ciertamente no acreditado.

La diferenciación entre lecturas útiles y lecturas complementarias no hace más que subrayar el desprestigio por todo aquello que no sirve para acceder al mercado de trabajo. La escuela se convirtió en un paso de preparación para ingresar al centro laboral, que soslaya el sentido humano y la realización íntima del individuo.

Hasta hace relativamente poco la gente solía identificar la educación con las buenas maneras pero hoy sabemos que las instituciones escolares no venden educación, que no preparan para la vida, sino tan sólo para la competencia laboral.

La escuela ha generado un nuevo tipo de déspota que identifica el título con el mérito y está convencido de que la capacidad y la habilidad exigidas por el puesto consisten en pasar por encima de los demás.

Incluso los organismos internacionales insisten que barbarie de quienes no tienen una elevada escolaridad lo que lleva también a concluir que si alguien no lee muchos libros es porque le falta preparación.

Leer muchos libros no nos asegura sabiduría, comprensión, sensibilidad, simpatía o inteligencia. En su libro “Perdóname, ortodoxos”, Fernando Savater escribe que conoce a hombres totalmente carentes de espíritu en el sentido fuerte de la expresión, que han leído muchísimo, mientras que hay personas que no lo han hecho y que han alcanzado el don de la serenidad.

En un exceso cultural que conduce a hipérboles literarias no comprendidas en su verdadera significación poética acaba por no entenderse que los libros son sólo un sucedáneo de la vida y que resulta triste la actitud que horrorizaba a Schopenhauer, de quien prefiere un remedo de la vida a la vida misma. Esta es lo que llama también la ignorancia de los doctos el gran ensayista inglés William Hazzlitt.

Lo que Savater llama el ansia de la cultura acumulativa incansablemente promocionada, y hasta exigida, por la pedagogía vigente. Ante ello Savater nos señala que por mucho que nos enseñen a ser, la educación seguirá siendo guardiana de la formación como aprendizaje de cosas aceptadas socialmente, el único modo de encauzar la competitividad en pos de los puestos de trabajo económicamente jerarquizados.

De esta forma, en el sistema escolar nunca se debe preguntar más de lo que ya tiene respuesta prevista. A fin de cuentas de lo que se trata es de estar al tanto de todo aquello que distrae de lo esencial, de todo aquello que ocupa el espíritu sin arriesgarlo.

Mark Twain nos hablaba acerca de sus años escolares y los llamaba el lento sufrir en la escuela.

Cuando la lectura placentera cae en el rango de lo complementario lo importante es todo aquello que nos ayude en la superación, el crecimiento intelectual y el placer se cataloga como tiempo perdido.

Illich dijo que una vez que los jóvenes han permitido que sus imaginaciones sean formadas por la instrucción curricular, aprenden que todo puede medirse y llegan a valorar sólo aquello que ha sido fabricado o que se puede fabricar.

Raoul Vaneigem nos menciona que lo que esta en juego es la reestructuración radical de la sociedad y la única riqueza del hombre: se creatividad.

La escuela lleva la marca sensible de una factura en el proyecto humano, pues sólo así puede entenderse que la obligación haya sustituida al deseo.

La verdadera riqueza del ser humano, piensa Vaneigem, es la capacidad de volverse a crear recreando al mundo, y como Wiliam Shakespeare escribe en su obra de Romeo y Julieta El amor corre hacia el amor, como los escolares huyen de los libros; más el amor abandona el amor, entristecido, como quien va a la escuela.

La adicción de leer

En la infancia se aprende a hablar por imitación y a leer por emulación y por contagio. Cuando descubrimos que el placer de los mayores puede ser nuestro, hemos dado el primer paso a la adicción de leer.

Esta adicción carece de adeptos porque no siempre es accesible y porque el énfasis que se pone en pregonar sus virtudes hace que el asunto parezca sospechoso.

Por lo cual dice Michèle Petit, si tan placentero es el asunto, ¿por qué se exige mi obligación?

En conclusión para conseguir incentivar y lograr el hábito de la lectura, se deben de romper las estructuras de un sistema obligatorio que compensa con muy poco disfrute los deberes relacionados con leer un libro.

Andrés Henestrosa nos hace pensar en algo que ha faltado en México para que la adicción al libro y la lectura prosperen: la biblioteca familiar, en la cual 10 libros constituyen en el principio de una tentación que se convierte en un irremediable vicio por la lectura. Los libros leídos placenteramente se van conservando y los leídos por obligación, difícilmente se llegan a conservar.

Dice Juan José Arreola en “La palabra educación” que nadie puede dar en un año un curso de literatura universal y nadie puede tampoco seguirlo con provecho. El maestro debe proponerse que el joven se acerque a la lectura sin respeto y sin desdén, debe hacer del curso mismo una obra literaria llena de animación y movimiento, de emoción y fantasía. En el mundo de los fariseos no queremos que los fariseos sigan siendo respetados por los jóvenes.

CAPITULO 3

USOS Y ABUSOS DE LA LECTURA

Metiendo la cuchara

La mayor parte de los estudios e investigaciones sobre la conducta lectora coinciden en tres afirmaciones que prácticamente no admiten controversia:

1.- estadísticamente, los verdaderos lectores son escasos y constituyen una íntima minoría alfabetizada.

2.- existe un analfabetismo cultural.

3.- estas personas pueden ser universitarias; muchas de ellas con carreras humanísticas.

En los demasiados libros, Gabriel Zaid nos amplía la visión respecto a este problema.

Zaid dice: si todos los que quieren ser leídos leyeran habría un auge nunca visto. Pero ello no es así porque los graduados universitarios tienen más interés en publicar libros que en leerlos.

En el extremo opuesto no faltan los bienintencionados que se avergüenzan de vivir con tan pauperrimo índice de lectura, soslayando que en todo el mundo los lectores son escasos (para los países ricos y cultos, las estadísticas de lectura hablan de diez, quince y acaso veinte o mas libros anuales por ciudadano en promedio, a diferencia de países como México, con apenas un libro y tal vez menos).

Un lector asiduo es aquel que posee un hábito perfectamente formado que por lo general obtiene la mayor parte de sus materiales de lectura mediante la compra directa de libros, revistas y diarios.

El setenta por ciento de los que visitan la biblioteca, esta conformado por escolares de todos los niveles (por lo general niños, adolescentes y jóvenes) que acuden a ellas para solucionar problemas prácticos relacionados con tareas.

Las bibliotecas públicas han sido básicamente el sustituto de las muy escasas bibliotecas escolares, la escuela por su parte no ha podido llegar a fomentar el uso de las bibliotecas.

Existe además una confusión entre los conceptos de estudiar y leer; el estudio y la preparación escolar nada tienen que ver con la lectura desinteresada y condicionar otros placeres.

Ivan Illich dice: la mayor parte del aprendizaje no es la consecuencia de una instrucción. Es más bien el resultado de una participación no estorbada en un entorno significativo. La mayoría de la gente aprende mejor “metiendo la cuchara”.

El oficio de leer es un aprendizaje que puede ser tan natural como sumarse a una conversación, a un dialogo con las personas de su ambiente precisamente “metiendo la cuchara”.

Estadísticas de la lectura

Ahí quienes están convencidos que con las estadísticas se puede probar cualquier cosa, incluso la verdad.

Las estadísticas casi siempre revelan lo que se desea probar pero invariablemente ocultan lo esencial.

Podemos dudar del sentimiento, de las certezas personales, de las convicciones íntimas, pero creemos en las estadísticas con fanatismo religioso.

Creemos en las estadísticas de la lectura, pero hay cosas que nunca nos preguntamos y que las estadísticas no resuelven. Por ejemplo, ¿cuantos y cuales libros se necesitan para ser considerado lector?

Las estadísticas pueden probar lo que cada quien desee, pero sin duda son incapaces de modificar la realidad.

En el medio cultural hay seres que dicen leer, leer mucho y no es posible comprobarlo, mucho menos creerles, cuando estas personas no tienen la habilidad de leer o escribir o ni siquiera deletrear el nombre del autor correctamente.

El desprecio del conocimiento extracurricular

La estimulación temprana de la lectura que tendría que generarse en los ambientes de la familia y de la escuela básica, resulta muy reducida, cuando no inexistente, por el hecho simple de que tanto padres de familia como profesores comparten la misma problemática de una sociedad que no a privilegiado y ni siquiera incentivado la lectura porque, un concepto utilitario, la ha considerado una perdida de tiempo y una desviación de los deberes y los asuntos relevantes que no fortalecen el desarrollo disciplinado y si, por el contrario, propicia el individualismo.

Bajo esta visión leer por placer y para asimilar conocimientos no dirigidos pueden ser considerados un signo de desorden y anarquía, de indocilidad y falta de responsabilidad ante las tareas urgentes e importantes.

Las investigaciones entorno a la conducta lectora en niños, adolescentes y jóvenes en bibliotecas públicas han servido sobre todo para probar una realidad que ya suponíamos: La lectura por la lectura misma carece del prestigio social, la indolencia, la pereza, la proclividad a la holgazanería. Nuestros padres han querido salvarnos de esta perdición.

Descifrar la propia experiencia

La lectura nos entrega, sin que lo notemos, educación y cultura; puede aguzar nuestra sensibilidad y alertar nuestra inteligencia, es capaz de transformarnos en seres a un mismo tiempo racionalistas y apasionados.

La cultura consiste en ponerse uno en el espíritu lo que le pertenece aunque no lo haya pensado.

La lectura puede también sembrar en el lector el abominable sentimiento ario de superioridad sobre los no lectores.

Leer es un acto que presta vida a las palabras muertas de la página. La lectura puede formarnos y transformarnos, la simple y directa información muchas veces lo único que hace es desformarnos.

No es la estadística la que probara que dicho ejercicio les haya servido si no la integración a su vida de una experiencia inédita, experiencia que muchas veces se contagia con un animador entusiasta.

El mayor beneficio de los libros no es la inmediatez que puede enseñarnos a vivir mejor y nos ofrece la posibilidad de conciliarnos con nuestra realidad y nuestra fantasía. Enriquece el mundo ante nuestros ojos y nos hace más reales.

Las bibliotecas públicas deben modificar sus funciones para lograr que los niños, adolescentes y jóvenes sean lectores por placer y no únicamente usuarios de lo inmediato. Es un cambio pedagógico, educativo y cultural; es un cambio que compete también a la escuela y también al concepto de educación.

Como ahuyentar lectores

En un mundo de verdades cordiales o de mentiras piadosas, no siempre resultan incomodo creer que el lector asiduo lee para sentirse bien y disfrute mas plenamente la existencia.

El verdadero habito de la lectura no ve la obligación ni el afán de información como la fuerza y el objetivo primordiales al entrar en contacto con un libro.

Si tuviéramos que responder la pregunta ¿Qué y porque están leyendo los niños y jóvenes de hoy? Tendríamos que reconocer que dentro de lo poco que se lee en el ámbito general, se lee todavía mucho menos por una iniciativa desinteresada y habría que hacer notar, que es necesario diversificar la lectura para los niños. De lo que se espantan los niños y los jóvenes es de ciertos esquemas ineficaces y discursivos diseñados para incorporarlos a la lectura productiva, que con argumentos insulsos pretenden difundir un placer como si de una obligación se tratara, esto solo llega a ahuyentarlos.

Para que tenga sentido liberador, la lectura gozosa de niños, el adolescente o el joven únicamente tendría que llevarlos a encontrarse y a conocerse a si mismos.

Los que leen también se informan, ya que la lectura no nos responde nada más aquello que le preguntamos si no también aquello sobre lo que no teníamos previsto interrogarla.

La lectura es otra cosa, sostiene Fernando Savater, por que lo que parece haberse perdido no es el habito aplicado de leer, si no la indócil perdición de antaño ante los educandos, uno repite los valores formativos he informativos de los libros, para no asustarlos. Pero se calla lo importante. La lectura es otra cosa. Quien la probó, lo sabe.

Capitulo 4:

CUANDO LEER NO ES UN PLACER

El placer condenado y la discriminación cultural

Cuando la sociedad ilustrada propone la lectura como hábito que debe desarrollarse para que los ciudadanos adquieran conocimiento e información, no puede ser más gratificante el asunto. Pero en general, son quienes no leen o leen por obligación, quienes piensan en implantarla para los fines prácticos del progreso social. Hablan de competencia lectora y de comprensión de la lectura como elementos fundamentales del hábito, excluyendo todo rasgo de placer e incluso condenándolo. Recordemos que, Jorge Ibargüengoitia escribió: “Que debíamos leer si queríamos y podíamos”.

En esto se anticipó a la formulación del primer derecho del lector que hace Daniel Pennac, ese primer derecho que es, quizá el más importante: el derecho a no leer, que nos llevaba a convertirnos en una obligación moral, y esto no tardará en llevarnos a juzgar, la “moralidad” de los propios libros.

Puede comprenderse, que, consideren el libro como un elemento fundamental del desarrollo humano, pero lo que no se puede entender ni mucho menos aceptar es la generalización grosera del esnobismo cultural según la cual a mayor cantidad de libros y de lectores, mayor capacidad humana, menor barbarie, mayor educación y mayor progreso económico.

El conocimiento despojado que fantasía exento de todo goce, sólo puede conducir a un falso saber y, a una fría erudición donde datos configuran una cultura epidérmica sin vida y sin calor.

Mucha gente se llevaría grandes sorpresas si pudiera saberse, cuántos y cuáles libros leen los denominados profesionales del libro.

El desprestigio social de los no lectores

Se lleva al exceso de decir que sólo a través de la lectura un individuo pude encontrar su destino, o que sólo mediante la lectura el individuo conseguirá obtener su realización, la superación y el progreso.

Con esta clase de “exhortaciones”, lo único que se consigue es sumir en la frustración a quienes no leen. Si a ello se agrega que hay una valoración equivoca cuando se clasifica a la lectura como buena o trivial, no ha conseguido que un mayor número de población lea, pero sí sumir a la marginalidad del desprestigio.

Si lo que se hace n conduce a enriquecer la información o a elevar el espíritu, entonces ¿Qué sentido tiene? Establecer la lectura como materia obligatoria. Sólo se puede engendrar a seres desdeñosos con esa obligación o a fanáticos de la obligación que impondrán a sus hijos la frialdad del deber y la disciplina.

Al elogiar la lectura sus mismos promotores están pensando en el fin práctico que conlleva, este podría ser darle sentido a ala vida, cosa que por consecuencia, significa que al no leer, no encontraremos ese sentido.

Vivir para leer puede ser una muy buena y placentera ocupación de ciertos profesionales que han hallado en los libros una satisfacción, pero esto mismo es válido para quienes viven para ser espectadores, lo que sea, puesto que en esa posibilidad encuentran su dicha.

No hay que olvidar que hay quienes han perdido inclusive la capacidad de pensar y sentir por cuenta propia, y que en lo único que pueden pensar es en los libros.

Decir que la literatura y el arte en general son mejores que la vida no pasa de ser una desafortunada intelectualista.

Nadie debe sentirse marginal de la lectura porque no lea libros o porque lea nada más unos cuantos.

Lecturas populares

La gente culta desprecia las publicaciones populares, esto es producto de un sentimiento de culpa no bien resuelto y cree que ese tipo de publicaciones son nocivas para la salud mental.

Es cierto que muchas de estas publicaciones son ramplonas, entre otras razones porque están mal impresas, carecen de la más elemental intención estética.

Sentimos lastima por los demás cuando nos sentimos superiores a ellos; esto es l que sienten los cultos hacia quienes leen lecturas populares. Muchos cultos no comprenden que: “todo texto requiere ser interpretado”, “todo texto remite a un contexto”.

Todo lo que se necesita saber por el momento, todo lo dice el periódico y este, se encuentra entre las lecturas populares. Hay un público distinto para cada imagen y para cada libro. Si un culto no comprende esto, entonces no comprende nada, y segura despreciando a los lectores populares.

Las trampas del éxito

Los excesos del discurso pro libresco conducen a suponer, que quienes no leen no están, separados del desarrollo cultural y social. Si la formación es dominio, la lectura es fundamental para acceder al poder y pertenecer al grupo privilegiado que lo ejerce.

Se hace la apología de los libros porque se quiere probar que gracias a su lectura se adquieren destrezas y habilidades que propician el éxito. Triunfan los que leen y se preparan en la especialidad de su competencia; fracasan los que o leen. Pensar que la lectura transforma a las personas y las convierte en mejores personas, es ingenuo pues hay quienes leen y se vuelven engreídos.

No deja de ser hipócrita que, que se recomiende la lectura de libros con el argumento de que éstos nos edifican, cuando sabemos que, los escritores (vivos) so lo menos ejemplar y edificante que existe. Lo que hacen comúnmente los estados y los eruditos con los escritores es que: cuando están vivos los atormentan, cuando están muertos, s hacen especialistas e su obra.

La lectura como un paso para el éxito profesional, social y económico no tiene nada que ver con el gusto de disfrutar de una lectura por placer, la lectura como exigencia del éxito tiene su sustento en la escolarización.

El arte de no leer

Quienes no leen pero creen que la leer es importante tienden a ver como un asunto místico y de disciplina correccional lo que en realidad es, uno de los ejercicios más placenteros de la ocupación humana.

Si leer no sirve para nada ¿Para que le inventemos aplicaciones graves? Tan sólo para no sentirnos culpables de que al leer perdamos el tiempo.

Quien lee para agotar a las obras de los grandes espíritus es otro necio; pues hay quienes leen mucho y no se les nota jamás lo que leen porque creen que leer es tan sólo un ejercicio de comprensión y competencia.

La diferencia entre un erudito y un genio es que el erudito ha leído en los libros, y el genio, ha leído directo del libro de l mundo.

CAPITULO 5:

EL LIBRO Y LA CULTURA ESCRITA EN LA ALDEA GLOBAL

¿El fin del libro?

Cuando el canadiense Marshall McLuhan publico “La galaxia Gutensberg” y firmo apresuradamente el acta de defunción de la lectura escrita, no pasa un año en el que no se anuncie la inexorable desaparición del libro.

Sin embargo año con año asistimos a la comprobación de que el libro no sólo no desaparece sino se revitaliza y surgen nuevos sellos editoriales.

A la era tipográfica sobrevino la era electrónica y se nos abrieron los cielos del paraíso digital.

Los entusiastas predicadores de la tecnología digital hablan de las ventajas de disponer de tantísima información, sin admitir que en cuestión de libros no todo se reduce a lo informativo.

Hay quienes insisten en la desaparición del libro como fundamento de la cultura y que nada tienen que hacer frente a las computadoras personales, Internet, etc., pero no cuentan que haya quienes no cuentan siquiera con energía eléctrica para disponer así de una computadora.

Contra lo que se dice, estamos muy lejos de la desaparición del libro convencional y la cultura escrita, pese a la afirmación de que la era electrónica ha alcanzado su estadio superior con la civilización digital.

La mejor computadora no ha sido capaz de derrotar al peor best seller.

De McLuhan a Negroponte

Han pasado 40 años desde la profecía y aún no muere el libro, e irónicamente la predicción fue dada a conocer en un libro y no en un a pantalla.

Esta probado que por muy veloces que sean las computadoras, no pueden dar la perspectiva de conjunto que ofrece un libro.

Negroponte afirmo que no le gustaba leer y asegura que no tenemos que esperar el futuro del libro sino, celebrar su presente en las pantallas de las computadoras.

Negroponte no tiene ni la más mínima idea un libro de literatura porque como el dijo, a el no le gusta leer, por lo cual no puede conocer lo que es esa experiencia.

Los más convencidos de los beneficios tecnológicos suelen pensar que todo cambio de este tipo significa un adelanto, pero desestiman que la dificultad conlleva una necesidad de esfuerzo que sublima los sentidos, y que el exceso de información no equivale a la inteligencia.

Los verdaderos propósitos ocultos de las nuevas tecnologías de la información son el mercantilismo, la usura y el control político, económico y social del nuevo ciudadano. Su objetivo principal es crear la necesidad de la computadora y del ciberespacio. El nuevo culto llega hasta la población más marginada, y les hace creer y sentir que necesitan aquello, sin lo cual están vacíos o son seres incompletos, disminuidos, censurables desde e punto de vista moral.

Fuera del reino digital no hay salvación. Según los fanáticos de las tecnologías de la información, el que tiene la información es libre; el que no, es esclavo, y, esclavo de su circunstancia y de los propios medios que se ofrecen a liberarlo.

Estas pantallas buscan una homogeneización, con la consecuente pérdida del tiempo libre y del ocio creador. No puede haber idea más absoluta de control que ésta: la que te vigila y te monitorea a toda hora y todos los días.

Según la visión optimista, las tareas se realizan en casa y se evitan los tiempos de transporte, además, mediante la computadora, la casa s el centro de trabajo y se rinde más en u ambiente de confort y plena libertad. Con las nuevas tecnologías el control de la difusión del pensamiento ha alcanzado un grado que nadie pudo imaginarse. El ciudadano se sienta frente a la pantalla y calla.

Los individuos cesan de fiarse de su propio criterio y piden que se les diga la verdad, el individuo se vuelve monito dependiente en todos los aspectos.

La sustancia de los libros

No resulta extraño que los medios informativos y los teóricos de la comunicación de masas han despreciado siempre al libro. El escaso interés por los libros tiene que ver también con una euforia tecnológica que no sido capaz de diferenciar culturalmente, lo nuevo de lo necesario, lo novedoso de lo todavía útil y vivo. Dicha euforia ha impedido comprender que, el lenguaje del futuro lo es tan solo para una parte de la vida.

Los denominados audio libros son adecuaciones de un objeto perfecto, a los verdaderos lectores les interesa más leer un libro que escucharlo. Otro caso de adecuación, consiste en dar simple información previamente digerida. Un libro parea lectores perezosos, hacerle creer a la gente que sabe porque se le ha dado una concentración de datos sin espíritu.

Las soledades interactivas y la mitoideología de Internet

El Internet tiene la capacidad de transformar el ámbito de las relaciones humanas por medio del acceso democrático a la información. Cada día más personas desean el acceso a Internet, aunque no sepan a ciencia cierta para qué les puede servir, lo que sorprende a algunos es que los sectores tradicionalmente críticos, hayan renunciado a todo análisis serio, y auque las nuevas tecnologías constituyen un progreso tecnológico, ello no basta para crear u progreso en la historia y en las teorías de la comunicación, lo recomendable seria brindarle un examen crítico.

Lo que no suele decir el discurso dominante, es que las nuevas tecnologías son un instrumento que pueden utilizarse con diversos fines. Creer que un medio por sí solo puede transformar las relaciones humanas de manera definitiva para producir una sociedad más justa e igualitaria a través de la información es otra más de las utopías ideológicas que pueden conducir a la frustración individual.

Sin cultura común no hay comunicación posible, las tecnologías simplifican las transmisión, no la compresión del otro. Detrás de las utopías libertarias que engendra Internet se esconden los intereses mercantiles más desafortunados. Las 3 ideologías que cristaliza el Internet son: la de mercado, la de la tecnología del superrendimiento, y la de la modernidad, todo esto siendo de principal provecho a los comerciantes.

Internet, glorifica a los adeptos de la tecnología y condena a los adversarios del progreso. El cambio radical que suponen las nuevas tecnologías es el que consiste en que el ser humano se adapte a ellas, lo cual equivale a asegurar que el hombre es menos eficaz que internet, aunque la red no exista sin hombres. La sobreabundancia de las tecnologías no supone mayor o mejor entendimiento, solo más información por entender.

Internet es un sistema de información, no un sistema de conocimiento ni de cultura.

Se puede ser ignorante estando sobredocumnetado o se puede estar superinformado, alcanzar el más alto rendimiento, tener capacidad de compra y morirse de aburrimiento y ser infeliz. Todo ello prueba que Internet incide en nuestras vidas pero no modifica la totalidad de las relaciones humanas mejoradas para siempre.

Nunca ha sido la estructura tecnológica la que le ha dado sentido a luna sociedad, sino la manera según cual se articula en un sistema de valores.

Ni las elites científicas y culturales, ni los medios de comunicación son capaces de poner en duda el funcionamientote Internet pues se muestran aquí desprovistos de sentido crítico y no dudan en animar a cada uno de sus conciudadanos para que se conecten.

No basta con el intercambio de informaciones para que los hombres se entiendan mejor. Lo que cuenta son los marcos culturales y sociales de interpretación de estas informaciones.

Edificar sobre el pasado

Dice Jason Epstien “La tarea del editor es facilitar las lecturas necesarias” y tiene toda la razón, si se busca dinero mejor seria que no se convirtiese en editor. El negocio editorial de mayores satisfacciones que el dinero, y además se a descubierto que mientras más autores se descubra y mejores libros se publiquen peor le va a una editorial pues las editoriales que venden cantidades enormes de libros chatarra y que carecen de algo sólido en su catálogo están empeñadas en hacer dinero, no lectores.

Hoy en las nuevas tecnologías de la información, vuelve otra vez a cuestionarse la función del libro, y hay quienes creen que un libro, para merecer su publicación, debe importar a millones de personas. Pero hay magníficos libros que sólo les importan a unos cuantos que se irán sumando, hasta convertir dichos libros en una de las partes básicas del conglomerado cultural de una nación.

Y como también lo dijo Jason Epstien “Las nuevas tecnologías no suprimen el pasado, sino que edifican sobre él.

Apendice:

La desaparición de las librerías en México

Datos cifras y recuerdos

Parecería que en el mundo del libro, en México todo va bien, todo va bien y a todos les va bien, aunque a unos les va mejor que a otros. No se puede hacer la apología de los libros y de la lectura sin tomar en cuenta la necesidad de sus puntos de difusión más importantes: las librerías.

Librerías que hasta hace poco tenían una gran diversidad bibliográfica y una buena oferta de actividades culturales han ido achicándose poco a poco hasta quedar en mínimos estanquillos antes de desaparecer, pues el libro es como cualquier otra mercancía.

Lo que es una lástima es que aunque muchas librerías cierran, prácticamente no se abren otras.

Esto lo saben los que leen libros, cada vez más difíciles de conseguir porque los buenos libro sin impacto social no están, por lo general, en las librerías. Y los lectores cada vez son menos en las librerías que cada vez son menos.

En México, país que con sus 100millones de habitantes apenas cuenta con 500 librerías, Francia con sus 59 millones de habitantes cuenta con 6000 librerías y España con 42millones de habitantes, cuenta con 5000 librerías.

Ciento doce de nuestras librerías se encuentran en el área metropolitana y cuando mucho podría duplicarse la cifra sumándole los establecimientos más pequeños y menos conocidos.

Según datos de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem), en 2000 se vendieron 11% menos ejemplares que en 1999: 115, 239,303 contra 102, 519,081. Asimismo, la exportación de los ejemplares disminuyó a más del 29% en el 2000 con relación al año anterior: 10, 210,540 contra 14, 461,810.

Una pequeña librería general con unos cuantos miles de títulos tiene el 1% de los que hay en venta en español. Antes era fácil encontrar un título específico en alguna de las grandes librerías existentes, pero ahora las grandes librerías han quedado reducidas en cuanto títulos refiere.




Descargar
Enviado por:Claudia
Idioma: castellano
País: México

Te va a interesar