Ética y Moral


Pureza e virginidad; Dietrich von Hildebrand


Obra de la presente Recensión

Obra: “Purezza e Verginitá”

Autor: Dietrich von Hildebrand,

Editor: Borla Editore, 210 páginas, Torino 1964

Presentación

¿Cómo hablar de pureza a los jóvenes de hoy? ¿cómo hablar de virginidad a un mundo que cuestiona la castidad?, ¿Cómo hablar de donación de sí a un mundo que solo busca poseer?

En estos días, ha inicios del tercer milenio, la obra de Dietrich von Hildebrand “Pureza y Virginidad” busca que podamos comprender la virtud de la pureza y la misteriosa belleza de la virginidad consagradas a Dios; cobrando vigencia especial en su serio esfuerzo por demostrar la importancia de estas dos virtudes y el valor que representan para aquellos que buscan consagrarse a Dios de una manera seria y responsable. La voz de Dietrich von Hildebrand se levanta, profética y luminosa capaz de mostrarnos el camino a seguir en un mundo que vive en la penumbra de la verdad.

La obra está dividida en dos grandes secciones: la primera es dedicada a la Pureza y la segunda a la Virginidad; divididas a su vez en tres partes la primera y en dos partes la segunda. El punto de partida de la reflexión del autor parte de la sexta bienaventuranza del “Sermón de la Montaña”: “Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”. Éste es el fundamento escriturístico para a hacer de la virtud de la pureza el centro de la moral cristiana, y de otra parte presupuesto indispensable por la unión con Cristo. El concepto de pureza ha sido subvalorado, porque algunos la reducen al sentido común, otros la reducen a una casuística individual y otros ven el ideal de la pureza como separado de la esfera de los sentidos”.

Pureza e Impureza, y su relación con la esfera sensual

La virtud de la Pureza no puede ser tomada en cuenta en el hombre fuera de la esfera sensual. Pero es necesario distinguir la esfera física de la sensual, mientras que en la primera se ubica la satisfacción de las necesidades básicas, la segunda supone, en cada una de sus manifestaciones, la participación del alma.

La esfera sensual, a diferencia de la física, tiene un carácter específicamente íntimo. Aquí nos encontramos en el campo del Pudor. El hombre se avergüenza a desvelar este misterio delante de los otros. Por eso la pudicia y la impudicicia en una persona dependerán de su comportamiento respecto a esta esfera. Esta esfera constituye el “secreto” de cada uno y revelarla equivale a darse uno mismo.

Desde San Agustín, la Iglesia asigna al matrimonio una triple finalidad: “Fides” (fe), “Proles” (hijos) y “Sacramentum”. Proles (hijos), por cuánto el hombre es un ser vivo; fe, por cuánto el hombre tiene una sed trascendental; y Sacramentum, por cuánto busca la comunión con Dios.

La expresión física del amor conyugal se convierte en un total abandono del yo al otro en una unión incomparable. Tal regalo representa un donarse recíprocamente él uno al otro. Existe pues una estrecha conexión entre la esfera sensual y la esfera espiritual. Von Hildebrand diverge radicalmente de los psicoanalistas que reducen el amor entre hombre y mujer, a una “sublimación del instinto sexual”; Acusándoles de una absoluta incomprensión de la estructura espiritual de la persona y de desconocer la esencia del amor, el acto espiritual más elevado.

Es necesario adquirir conciencia de la plena independencia y soberanía del amor sobre la esfera sensual. En la esfera sensual el amor conyugal es su propia centralidad, su poder específico de unión y fusión. Solo entonces comprenderemos la conexión existente entre esfera sensual y amor conyugal. Concebir exclusivamente el amor conyugal como medio para la procreación, significaría subordinar a la persona "en quantum homo" a la persona "en quantum animal", posición típicamente materialista; por lo que reducir la conexión entre esfera sensual y espiritual a una simple relación de finalidad, presenta el grave peligro, de reducirlo a una concepción biologicista. Por esto, aunque la unión conyugal tiene como fin la procreación, asume al mismo tiempo el sentido de una unión de amor único, de donación de sí mismo para que éste no se convierta en un acto bestial.

La esfera sensual, sin embargo presenta una dualidad misteriosa, ofrece dos posibilidades: dónde el hombre, o se entrega al misterio conyugal, donde la unión de dos seres ocurre a la presencia de Dios, o se entrega al misterio de un horrible pecado, entregando a la carne, profana y violenta separándose de Dios. En esta relación estará presente siempre el peligroso abismo del pecado a que nos conduce el abuso de la esfera sensual. En síntesis podemos afirmar que la esfera sensual porta un aspecto positivo y dos aspectos negativos: aquel del amor como don de si y querido por Dios, y por otro lado las dos caras negativas: El atractivo portador de turbación y la seducción demoníaca.

Un acto se vuelve inmoral cuando la atracción se ha independizado del otro ser pasando éste, de fin de nuestra donación a convertirse en el objeto de nuestra pasión. Este acto puede definirse como una degradación del sujeto, equivale a una terrible profanación, a la que se llega cuando una algo destinado a un alto fin es usado en un sentido diametralmente opuesto al original.

Cuando la esfera sensual se vuelve autónoma, la persona resulta contaminada, el alma se vende a la carne y se determina una separación de Dios, que no encuentra paralelo en ningún otro pecado. Buscar solamente la esfera sensual por el placer físico que proporciona, lleva al hombre al grado del animal. Entregándose al placer sensual, el espíritu se hace esclavo de la carne.

Pureza, Indiferencia Sensual y Castidad

Una persona es sensual cuando tiene la esfera de sus instintos desarrollada en toda su amplitud. Se trata de una simple disposición constitucional que puede encontrarse incluso en una persona espiritual, como también en un libertino. Con la diferencia que el primero tratará de frenar con la voluntad su naturaleza instintiva y no le permitirá tener ventaja.

Por "insensualidad" se entiende la incomprensión de la esfera sensual, propia del hombre carnal. La insensualidad, no debe ser identificada con la pureza y tampoco constituye un terreno propicio par tal virtud. La distinción entre pureza e insensualidad radica en el hecho que la primera otorga a la persona una espiritualidad específica, que no sucede en la impureza como tal. Más bien ésta tiene una grave “deficiencia espiritual”. El individuo indiferente es un ser incompleto a quien le falta algo para ser completamente hombre, es un ser capaz de condicionar la vida humana en todos sus aspectos. Solamente el ser puro es un hombre completo.

La insensualidad es una simple disposición natural, la pureza en cambio una virtud típica. La insensualidad es la falta de receptividad con respecto de la esfera sensual, sin la mínima toma de posición con respecto del ámbito de lo puro o lo impuro. La Virtud de la pureza en cambio asume una posición diametralmente opuesta: es tomar los valores positivos y negativos inherentes a tal esfera y darles una respectiva respuesta. El hombre puro comprende que la esfera sensual pertenece a Dios de modo especial y su empleo tiene que ser según el diseño de Dios, y éste se da exclusivamente en el sacramento del Matrimonio.

Estableciendo una comparación entre la pureza y la castidad podemos constatar que la castidad está predispuesta a la esfera sensual y la “custodia”. Ella constituye al mismo tiempo un presupuesto y una consecuencia de la pureza y está ordenada con base en la esfera sensual y consiste únicamente en el recto comportamiento de la persona con respecto de ella, mientras que la pureza presenta una aptitud de respuesta a los valores. En el hombre, la castidad está necesariamente unida a la pureza: Es la pureza quien le otorga un sentido a la castidad.

El hombre puro en el ámbito del matrimonio

La actualización de la esfera sensual representa, "el acto central" de nuestro cuerpo. En él se despierta la vida corporal: constituye el acto dotado de mayor intensidad vital: engendrar nuevos seres. La esfera sensual representa la más grande potencia en la zona del ser vital corporal. Solamente el amor conyugal tiene en si la fuerza de unir orgánicamente la esfera sensual con la persona espiritual para transformarla y liberarla de todo cuanto podría turbar el “resplandor del alma delante de Dios”.

En el amor verdadero están presentes dos elementos fundamentales: la “benevolentia” y la “intentio unitiva”. De una parte nuestra respuesta se da como una efusión de bondad, de otro lado se expresa en la aspiración a la unión con el otro, en el don de nuestro corazón, en la sed de poseer el corazón del otro y de constituir un todo único con él.

En el amor hacia Dios predomina la “intentio unitiva”, a quien va dirigida la efusión de bondad. La unión conyugal debe ser penetrada e invadida por la ternura. El hombre puro dirige una mirada particular a Dios: es indispensable fijar sobre Dios una mirada humilde, colmada de respeto y de gratitud. El hombre puro sabe que la esfera del acto conyugal pertenece a Dios porque es consciente de la frase: “Y ellos serán una sola carne."

LA VIRGINIDAD

El sentido profundo de la virginidad consagrada a Dios es la más sublime de todas las formas de amor: el amor para Jesús, “en quien reside toda la plenitud de la divinidad”. La Sagrada Escritura recurre a la imagen de la virgen para representar la relación nupcial del alma con Cristo. Es el encuentro del infinito y lo finito, de Dios y del ser humano.

La virginidad consagrada a Dios tiene que ser producto de la libre elección, porque una virginidad no querida expresamente se convierte en una carga forzosa y penosa. La virginidad elegida por amor a Dios, sin ningún otro objetivo que pertenecerle de modo especial. En Mt 19, 11-12, Jesúscristo dice que algunos han renunciado libremente al matrimonio por el “Reino de los Cielos”. Esta expresión es sinónimo de “a causa de Dios” o bien “por la gloria de Dios”.

Es a causa del parecido y la conformidad con la Iglesia virgen, la Esposa propia de Cristo, qué la virginidad consagrada adquiere un sentido tan relevante por la relación del individuo con Cristo. Todos los que se son casados, tienen el corazón dividido, pero los que han elegido la virginidad, por amor al Reino de los Cielos, no están divididos. Es pues la vida de pobreza, castidad y obediencia por amor de Jesús, según los consejos evangélicos, la expresión objetiva de la relación nupcial del alma consagrada con el Cristo.

La Ascesis y el principio de Indivisión

Una consecuencia del pecado original, es la tendencia del hombre hacia lo que es bajo, esa predisposición al orgullo y a la concupiscencia. Aún cuando desea no ofender a Dios, el hombre no deja de sentir esta atracción hacia lo bajo y lo concupiscente. Por eso en la práctica de la ascesis (ayunos, mortificaciones, vigilias), la persona resulta liberada de su debilidad con respecto al cuerpo y a la esfera de los instintos. Es el medio que Dios nos ha dado para dar alivio al cuerpo. El sentido más profundo de los tres consejos evangélicos no está en realidad en el ascetismo.

Existe un nuevo elemento: "la pertenencia a Dios" sin divisiones. Cuanto más el corazón está libre del apego a un bien terrenal, tanto más puede pertenecer a Dios sin reservas. La virginidad implica una indivisión de la criatura humana, un renuncia a la comunidad de amor y vida del matrimonio. Este renuncia al más elevado de los bienes terrenales es la vía por excelencia para alcanzar la indivisión, en cuánto es justo aquí que el corazón humano corre el mayor peligro de ser dividido.

Dios, quien llama el alma al estado de perfección, la llenará de sí mismo, si ella sigue su llamada. La esencia de la virginidad consagrada a Dios es pues que sea la respuesta a la misteriosa invitación que Dios dirige al alma a través de Jesús. Los tres puntos de vista que representan la forma más estrecha de pertenencia a Dios: el punto de vista ascético, el punto de vista de la indivisión y aquél del abandono de cada cosa por amor. Estos tres elementos se encuentran conexos, en el caso del quien abandona el mundo para no vivir más que para Jesús en pobreza, obediencia y castidad, consagrándose a Él, experimentando el más alto grado de amor.

Solamente quién haya comprendido el carácter central de la esfera sensual, será capaz de entender la razón misteriosa que eleva la virginidad consagrada a Dios al mismo del matrimonio con Cristo, determinando el resplandor de la virginidad consagrada a Dios. Aquí el voto representa un noviazgo, un “desposorio”, el acto de “hacer voto de sí mismos a Dios”.

Conclusión

“Bienaventurados los de corazón puro, porque verán a Dios”. Llama la atención constatar que de todas las bienaventuranzas, solamente a la práctica de una se le promete la visión de Dios: a los puros de corazón. Ser puro de corazón significa ser limpio, ser auténtico. Ser auténtico significa ser transparente y ser transparente significa dejar ver a Dios a través de nosotros y eso precisamente es la santidad: cuanto más una persona sea santa, tanto más participará en la vida divina del Cristo.

El valor y el sentido de la virginidad consagrada a Dios, con respecto a la pureza, está en el matrimonio con Cristo. La Virgen consagrada a Dios es por tanto una verdadera Esposa de Cristo, realiza el sentido de su estado sublime y vive el matrimonio con Cristo. La Esposa de Cristo puede amar solamente en Jesús y por Jesús. Cuanto más estrechamente el alma está unida a Dios, tanto más ama. La Esposa de Cristo, casada con el amor encarnado, representa sobre la tierra el estado más sublime que pueda existir. Como los mártires, las vírgenes adelantan el cielo, atraen a viva fuerza el cielo a si.

Valoración crítica de la obra

Nos encontramos ante una obra que fue editada por primera vez en lengua alemana en 1926 y reeditada en los años 1936 y 1949. El autor falleció hace más de 20 años y la presente recensión la realicé en la edición italiana de 1964. Estamos pues ante una obra preconciliar que carece de la riqueza eclesiológica del Vaticano II.

La obra en su totalidad es coherente, el autor, como buen alemán es metódico y lógico Su punto de partida es la sexta bienaventuranza: “Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”. Un punto de partida mas bien frágil como para construir sobre él un soporte para una valuación moral.

El autor no llega a presentar argumentos convincentes para sostener la “superioridad” de la “Virginidad Consagrada a Dios” sobre la comunidad de amor y vida del Matrimonio. Su principio de indivisión y los argumentos pietistas que presenta nos deja una sensación de insatisfacción. En este punto es mejor mantener la afirmación del concilio tridentino que habla de una “mayor excelencia” y no de una superioridad. La virginidad consagrada no es un sacramento porque participa ya de la unión con Cristo que se espera en la vida celestial.

La obra tampoco define con claridad la relación y la especificidad entre la pureza y la castidad. Expresa muy bien su interdependencia pero presenta un vació en su diferenciación.

En mi criterio personal, esta obra de von Hildebrand clasifica mejor entre los obras de espiritualidad que de teología moral. Es una obra útil para revalorar la castidad y la pureza en un mundo de individualismo egoísta y erotismo penetrante.

PONTIFICIO INSTITO GIOVANNI PAOLO II

PARA EL ESTUDIO DEL MATRIMONIO Y FAMILIA

Recensión Final de la obra

“Pureza e Virginidad”

de Dietrich von Hildebrand

SEMINARIO 75296

Temas de espiritualidad conyugal

autores contemporáneos

Roma 2004

Cfr. H. Von Hildebrand, “Purezza e Castità”, Borla Editore, Torino 1964, p. 27.

Op. Cit. pp. 35-36.

Cfr. op. cit. pp. 149-150

Op. cit. p. 161.




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Enviado por:Carlos Garcia
Idioma: castellano
País: Italia

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