Religión y Creencias
Profetas
CENTRO DE ESTUDIOS CONFERRE
CEC
Trabajo de los
Profetas.
Fecha: 06 de octubre de 2004.
Elías
Elías vivió en el siglo IX a.C., en reino del norte, bajo los reyes Ajab (874-853) y Ocozías (853-852). El padre de Ajab, Omrí, había fundado una nueva capital en Samaría, habitada por la población cananea (1 Re 16,32; 2Re 10,19ss).
El juicio de Dios en el mte Carmelo (1Re 18,20-40).
La teofanía en el Horeb (1Re 19,3.8-13).
La vocación de Eliseo (1Re 19,19ss).
El episodio de la viña de Nabot (1Re 21,1-9.11-20).
Y la petición de un oráculo por parte de Ocozías (2Re 1,2-8,17).
Además se narran 4 anécdotas milagrosas: la alimentación de Elías junto al río Querit (1Re 17,2-6), la multiplicación de la harina y del aceite en Sarepta (1Re 17,7-16), la resurrección del hijo de la viuda (1Re 17,17-24) y el aliento recibido del ángel (1Re 19,4-8). Finalmente, se leen dos episodios que guardan relación con el rey: el encuentro con le soberano (1Re 18,2-15) y el intento de arrestar al profeta (2Re 1,9-16).
En el segundo grupo presente en 1Re 20-21; 2Re 1,2-8, se introduce a Elías con el titulo de “tesbita” y al rey Ajab, llamado “rey de Samaría”, tratado con mayor indulgencia. Otro elemento es el que constituyen dos anécdotas contenidas en 1Re 17,17-24 y 2Re01, 9-16, donde aparece Elías como hombre de Dios y se pone especialmente de relieve el elemento milagroso.
El nombre de Elías significa "Mi Dios es Yavhéh".
Desarrolló su actividad profética reprochando y amenazando (1 Re 17,1; 18,21; 2Re1, 3).Pero también haciendo promesas en nombre de Dios (1 Re 18.1). La lluvia era considerada como un don procedente de Baal, el dios Cananeo de la vegetación, mientras que Elías afirmaba que Yhwh era el único Dios que concedía la fecundidad de los campos. El Dios de Israel se desmarca claramente de la figura del dios semita naturalista.
Sólo el primero de estos encargos fue cumplido por Elías (1Re 19,19ss).
Es maravillosa la misión de Elías entre los paganos. Sarepta, la fenicia Sarafand era una aldea perteneciente al territorio del padre de Jezabel. También este país se vio afectado por la sequía. Pero Dios concedió la bendición del agua, con el aumento de la harina y del aceite a Elías, en Fenicia, en favor de una pobre viuda, con la que el profeta compartía su pan (1 Re 17,7-16).
En el ciclo de Elías en el libro de los Reyes, el redactor irrumpe la narración para introducir una serie de tradiciones sobre el profeta Elías. Es Elías una de las personalidades cumbres de la historia religiosa de Israel.
Testigo de Dios entre los paganos: Para Dios, la obra de la Salvación rebasa los límites de la alianza, por lo que envía a Elías a sunscribir sus beneficios a favor del pueblo elegido y los paganos (1 Re 17,10-16).
Rapto de Elías al Cielo: El hombre de Dios desaparece misteriosamente de la vista de los que le rodean, arrebatado por el “torbellino”, “el carro de Israel y su auriga”. Dejando a Eliseo su espíritu profético para que continúe la obra de Dios (2Re 2,1-18).
5Sobre el monte de la Transfiguración, Elías, representando a los profetas del AT, apareció para honrar a Jesús. Modelo de la oración del justo (Sant 5,16ss). El coloquio del profeta con Jesús transfigurado (Mt 17,1-8), como en otro tiempo con Yahvéh “en el rumor de una brisa ligera” (1 Re 19,12), quedó para la tradición cristiana como ejemplo de la intimidad a la que llama el Señor a los creyentes.
Todo él se resume en su doble espíritu, que siempre enarboló como fundamento de su espiritualidad:
Este era su lema en doble vertiente:
Vida contemplativa, intimidad divina: "Vive el Señor, en cuya presencia yo vivo, yo estoy" (1 Re 17,1).
Vida apostólica, celo por la gloria de Dios y la justicia: "Me abraso de celo por el Señor, Dios de los ejércitos" (1 Re 19,10).
Elías Profeta es el CANTOR incansable del Dios vivo.
Amós
Antes de su vocación, Amós fue pastor y labrador que apacentaba sus ovejas y cultivaba cabrahígos en Tecoa, localidad de la montaña de Judá, situada a 20 kilómetros al sur de Jerusalén. A pesar de su pertenencia al reino de Judá, Dios lo llamó al reino de Israel (Cf. am 1, 1; 7, 14 s.), para que predicase contra la corrupción moral y religiosa de aquel país cismático que se había separado de Judá y el Templo. Alguna vez menciona también a Judá (2, 4) y a todo el pueblo escogido (9, 11). Amós desempeñó su cargo en los días de Ocías (Azarías), rey de Judá (789-738) y Jeroboam II, rey de Israel (783-743).
Desde un principio, el profeta se mostró intrépido defensor de la Ley de Dios, especialmente en su encarnizada lucha contra el culto del becerro adorado en Betel. Perseguido por Amasáis, sacerdote de aquel becerro (7, 10), el profeta murió mártir, según una tradición judía.
Amós en su mensaje llega a la conclusión de que el mal de de Israel no tenia remedio. Lo único que se podía esperar era el castigo. Un castigo inapelable, causado por los pecados sociales (lujo, injusticia y opresión de los más débiles) y por la parte religiosa (el culto hipócrita y falsa seguridad religiosa) que dificultaban las exigencias radicales de buscar al Señor (Am 5 4-6) el mal se había metido tan adentro que bastaban los arreglos de fachadas; en realidad se va a desplomar todo el edificio (este es el sentido de la tercera visión del profeta (am 7 7-9) el pueblo se ha ido madurando en la desgracia, que será irremediable. cuarenta años mas tarde sobrevendrá el destierro, la gran audacia de Amós fue anunciar este castigo y denunciar sus causas cuando nadie lo hacia prever, porque todo respiraba a prosperidad. Su visión profética le llevo a leer por dentro acontecimientos y situaciones que extremadamente hablaban de prosperidad y bienestar. Pero cuando todo estaba escrito sobre el abandono de las más decisivas exigencias de la fe en el Señor.
Cuando la ética no existe la fe resulta algo vació y el culto se convierte en una coartada sin eficacia. Esto vale también, y especialmente, para la religiosidad israelita: la elección no es un privilegio incondicional, sino que exige responsabilidad
Al parecer que la primitiva profecía de Amós terminaba con el anuncio de este fin sombrío. Un redactor posterior añadió el último oráculo de la salvación (Am 9 11-15) dejando en la globalidad de su obra un resquicio abierto a la esperanza
Los primeros dos capítulos contienen amenazas contra los pueblos vecinos, mientras los capítulos 3-6 comprenden profecías contra el reino de Israel. Los caps. 7-9 presentan cinco visiones proféticas acerca del juicio de Dios sobre su pueblo y el reino mesiánico, a cuyas maravillas dedica los últimos versículos, como lo hacen también Óseas, Joel, Abdías y casi todos los profetas Mayores y Menores
Óseas
Óseas u Osee, profeta de las diez tribus del norte, como su contemporáneo Amós, vivió en el siglo VIII a. C., mientras Isaías y Miqueas profetizaban en Judá, es decir, bajo el reinado del rey Jeroboam II de Israel (783-743) y de los reyes Ocías (Amasías) (789-738), Joatán (738-736), Acaz (736-721) y Ezequías (721-693), reyes de Judá. Sus discursos proféticos se dirigen casi exclusivamente al reino de Israel (Efraím, Samaria), entonces poderoso y depravado, y sólo de paso a Judá. Son profecías duras, cargadas de terribles amenazas contra la idolatría, la desconfianza en El y la corrupción de costumbres y alternadas, por otra parte, con esplendorosas promesas (cf. 2, 14 ss.) y expresiones del más inefable amor (cf. 2, 23; 11, 8, etc.)
El estilo es sucinto y lacónico, pero muy elocuente y patético y a la vez riquísimo en imágenes y simbolismos.
La primera parte (cap. 1-3) comprende dos acciones simbólicas que se refieren a la infidelidad del reino de Israel como esposa de Yahvé. La segunda (cap. 4-1es una colección de cinco vaticinios (caps. 4, 5, 6, 7-12; 12-14) en que se anuncian los castigos contra el mismo reino y luego la purificación de la esposa adúltera, en la cual se despierta la esperanza en el Mesías y su glorioso reinado.
El sepulcro de Óseas se muestra en el monte Nebi Oscha, no lejos de es-Salt (Transjordania). El Eclesiástico hace de Óseas y de los otros Profetas Menores este significativo elogio: "Reverdezcan también en el lugar donde reposan, los huesos de los doce Profetas; porque ellos consolaron a Jacob, y lo confortaron con una esperanza cierta" (Ecli. 49, 12).
Teológicamente Óseas sorprende porque presento su propia historia personal como símbolo.
Su experiencia se convierte así en revelación de miseria y de grandeza. Por una parte las miserias de los pecados culturales, sociales y políticos del pueblo (alianzas militares, descalificación de la monarquía) caracterizadas por las idolatrías e infidelidades. La relación de Dios con su pueblo entra en la “ilógica” del amor.
A pesar de todo, Dios ama; el pueblo volverá, por que se siente amado.
Esta es la imagen de Dios esposo, amante y fiel, que inaugura Óseas, le añadimos le añadimos el desarrollo que el mismo hace de la imagen de Dios-padre, encontramos en este profeta una sorprendente interiorización de la relación Dios-pueblo.
En un nuevo sentido basado en una cercana intimidad a la visión de la originalidad de su planteamiento de sus mensajes.
Isaías
No todos los profetas nos han dejado sus visiones en forma de escritos. De Elías y Eliseo, por ejemplo, sólo sabemos lo que nos narran los libros históricos del Antiguo Testamento, principalmente los libros de los Reyes.
Entre los vates cuyos escritos poseemos es sin duda el mayor Isaías, hijo de Amós, de la tierra de Judá, quien fue llamado al duro cargo de profeta en el año 738 a. C., y cuya muerte ocurrió probablemente bajo el rey Manasés (693-639). Según una antigua tradición judía, murió aserrado por la mitad a manos de los verdugos de este impío rey. En 442 d. C. sus restos fueron transportados a Constantinopla. La Iglesia celebra su memoria el 6 de julio.
Isaías es el primero de los profetas del A. T., desde luego por lo acabado de su lenguaje, que representa el siglo de oro de la literatura hebrea, más sobre todo por la importancia de los vaticinios que se refieren al pueblo de Israel, los pueblos paganos y los tiempos mesiánicos y escatológicos. Ningún otro profeta vio con tanta claridad al futuro Redentor, y nadie, como él, recibió tantas ilustraciones acerca de la salud mesiánica, de manera que S. Jerónimo no vacila en llamarlo "el Evangelista entre los profetas".
Distínguense en el libro de Isaías un Prólogo (cap. 1) y dos partes principales. La primera (cap. 2-35) es una colección de profecías, exhortaciones y amonestaciones, que tienen como punto de partida el peligro asirio, y contiene vaticinios sobre Judá e Israel (2, 1-12, 6), oráculos contra las naciones paganas (13, 1-23, 18); profecías escatológicas (24, 1-27, 13); amenazas contra la falsa seguridad (28, 1-33, 24), y la promesa de la salvación de Israel (34, 1-35, 10). Entre las profecías descuellan las consignadas en los cap. 7-12.
Fueron pronunciadas en tiempo de Acaz y tienen por tema la Encarnación del Hijo de Dios, por lo cual son también llamadas "El Libro de Emmanuel".
Entre la primera y segunda parte media un trozo de cuatro capítulos (36-39) que forma algo así como un bosquejo histórico.
El capítulo 40 da comienzo a la parte segunda del Libro (cap. 40-66), que trae veintisiete discursos cuyo fin inmediato es consolar con las promesas divinas a los que iban a ser desterrados a Babilonia, como expresa el Eclesiástico (48, 27 s.) Fuera de eso, su objeto principal es anunciar el misterio de la Redención y de la salud mesiánica, a la cual precede la Pasión del "Siervo de Dios", que se describe proféticamente con la más sorprendente claridad.
No es de extrañar que la crítica racionalista haya atacado la autenticidad de esta segunda parte, atribuyéndola a otro autor posterior al cautiverio babilónico. Contra tal teoría que se apoya casi exclusivamente en criterios internos y lingüísticos, se levanta no sólo la tradición judía, cuyo primer testigo es Jesús, hijo de Sirac (Ecl. 48, 25 ss.), sino también toda la tradición cristiana. Para la interpretación de Isaías hay que tener presente lo dicho en la Introducción general.
Jeremías
Jeremías es el menos ignorado entre todos los profetas de Israel. Hijo del sacerdote Helcías, nació en Anatot, a 4 Km. al norte de Jerusalén, y fue destinado por Dios desde el seno materno para el cargo de Profeta (1, 5). Empezó a ejercer su altísima misión en el décimotercio año del rey Josías (638-608), es decir, en 625. Durante más de 40 años, bajo los reyes Josías, Joacaz, Joakim, Joaquín (Jeconías) y Sedecías siguió amonestando y consolando a su pueblo, hasta que la ciudad impenitente cayó en poder de los babilonios (587 a. C.).
Jeremías no compartió con su pueblo la suerte de ser deportado a Babilonia, sino que tuvo la satisfacción de ser un verdadero padre del pequeño y desamparado resto de los judíos que había quedado en la tierra de sus padres. Más cuando sus compatriotas asesinaron a Godolías, gobernador del país desolado, obligaron al Profeta a refugiarse con ellos en Egipto, donde, según tradición antiquísima, lo mataron porque no cesaba de predicarles la Ley de Dios. La Iglesia celebra su memoria el 1o. de mayo.
Jeremías es un ejemplo de vida religiosa, creyéndose que se conservó virgen (16, 1 s.). Austero y casi ermitaño, se consumió en dolores y angustias (15, 17 s.) por amor a su pueblo obstinado.
Para colmo se levantaron contra él falsos profetas y consiguieron que, por mandato del rey, fuesen quemadas sus profecías.
El mismo fue encarcelado y sus días habrían sido contados, si los babilonios, al tomar la ciudad, no le hubiesen libertado.
Su libro se divide en dos partes, la primera de las cuales contiene las profecías que versan sobre Judá y Jerusalén (cap. 2-45), y la segunda reúne los vaticinios contra otros pueblos (cap. 46-51). El primer capítulo narra la vocación del Profeta, y el último (cap. 52) es un apéndice histórico.
Cuanto menos comprendido fue Jeremías por sus contemporáneos, tanto más lo fue por las generaciones que le siguieron. Sus vaticinios alentaban a los cautivos de Babilonia, y a él se dirigían las miradas de los israelitas que esperaban la salud mesiánica.
Tan grande era su autoridad que muchos creían que volvería de nuevo, como se ve en el episodio de Mt. 16, 14.
Los santos Padres lo consideran como figura de Cristo, a quien representa por lo extraordinario de su elección, por la pureza virginal, por el amor inextinguible a su pueblo y por la paciencia invencible frente a las persecuciones de aquellos a los cuales amaba.
Deuteroisaias
Este libro se reconoce con el nombre de segundo Isaías que es un profeta anónimo que vivió a mitad del siglo VI A.C. y actuó entre los desterrados del 586 en babilonia.
El libro del deuteroisaias se encuentra en Is 40-55, se caracteriza por su estilo lírico.
En lugar de anunciar como los profetas, con el habitual “así dice Yahvé”, canta y celebra lo que anuncia tratando de infundir a los destinatarios una actitud de celebración.
El tema que predomina en su primera parte es la salida de babilonia (Is 40-48); el tema de la segunda parte es la vuelta a Jerusalén (Is 49-55).
En el marco y en la dinámica de este profeta se sitúan los cantos del siervo de Yahvé.
El segundo Isaías arraiga su pensamiento en la tradición de su pueblo, se muestra realmente atento a las tradiciones paganas utiliza modos de expresión determinados que existían antes de él.
En sus escritos se encuentran himnos, oráculos de salvación, discursos judiciales y disputas sapienciales.
A) El himno es un tipo que se encuentra con frecuencia en los salmos
B) Los oráculos de salvación es mas complejo se presenta como una palabra de Dios al creyente que ha sido aplastado y que se ve ahora a salvo.
C) Discursos oficiales desempeña un papel importante para el segundo Isaías es en donde aparece con mucha frecuencia un ambiente propio de los procesos.
Estos leguajes parecen tener un lenguaje concreto y muy antiguo, el cual es bastante distinto a los géneros anteriores, en efecto, el himno y el oraculote salvación parecen haber nacidos de las experiencias personales de los creyentes y de su oración en el templo, el discurso judicial, por su parte, parece estar relacionado con mismo origen de la alianza .
El discurso judicial se construyo según el modelo de las intervenciones del soberano frente al vasallo infiel: se le impone a éste por última vez que cumpla sus obligaciones, o bien se le advierte que ya ha ido demasiado lejos y que es íntimamente su destrucción
Ezequiel
(Este es el profeta de la renovación)
Ezequiel, hijo de Buzí, de linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías de Judá (597 a. C.) e internado en Tel-Abib a orillas del río Cobar. Cinco años después, a los treinta de su edad (cf. 1, 1), Dios lo llamó al cargo de profeta, que ejerció entre los desterrados durante 22 años, es decir, hasta el año 570 a. C.
A pesar de las calamidades del destierro, los cautivos no dejaban de abrigar falsas esperanzas, creyendo que el cautiverio terminaría pronto y que Dios no permitiría la destrucción de su Templo y de la Ciudad Santa (véase Jer. 7, 4 y nota).
Había, además, falsos profetas que engañaban al pueblo prometiéndole en un futuro cercano el retorno al país de sus padres.
Tanto mayor fue el desengaño de los infelices cuando llegó la noticia de la caída de Jerusalén. No pocos perdieron la fe y se entregaron a la desesperación. El profeta tiene un ojo sobre el pueblo en su tierra y otro en el que esta en el destierro. Por sus experiencias de traslaciones se deja ver ahora por unos y al momento siguientes por los otros los desterrados aparecen reuniéndose y pidiendo su consejo. El les hace tomar conciencia de su culpa y al mismo tiempo les da esperanza, creando la imagen del futuro
La misión del Profeta Ezequiel consistió principalmente en combatir la idolatría, la corrupción por las malas costumbres, y las ideas erróneas acerca del pronto regreso a Jerusalén. Para consolarlos pinta el Profeta, con los más vivos y bellos colores, las esperanzas de la salud mesiánica.
Divídese el libro en un Prólogo, que relata el llamamiento del profeta (caps. 1-3), y tres partes principales. La primera (caps. 4-24) comprende las profecías acerca de la ruina de Jerusalén; la segunda (caps. 25-32), el castigo de los pueblos enemigos de Judá; la tercera (caps. 33-48), la restauración.
"Es notable la última sección del profeta (40-48) en que nos describe en forma verdaderamente geométrica la restauración de Israel después del cautiverio: el Templo, la ciudad, sus arrabales y la tierra toda de Palestina repartida por igual entre las doce tribus" (Nácar-Colunga).
Las profecías de Ezequiel descuellan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas de tal manera, que S. Jerónimo las llama "mar de la palabra divina" y "laberinto de los secretos de Dios".
Ezequiel, según tradición judía, murió mártir.
Bibliografía.
La Biblia: los autores, los libros, el mensaje.
González Núñez, Ángel.
El mensaje del antiguo testamento.
Profetas menores.
Pedro Jaramillo Rivas.
El segundo Isaías
Claude Wiéner.
Verbo Divino
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Enviado por: | Pablo |
Idioma: | castellano |
País: | Chile |