Geografía
Problemas y tendencias del medio rural en la actualidad
Tema 2. PROBLEMAS Y TENDENCIAS DEL MEDIO RURAL EN LA ACTUALIDAD.
1.Oposición entre el medio rural y el medio urbano.
Para nadie puede ser desconocida la evidencia de que entre el medio rural y el medio urbano existe una profunda dicotomía basada en factores de oposición seculares aunque la contradicción entre campo y ciudad se hace más acusada después de finalizada la II Guerra Mundial y de los años 50 y 60 en el caso español. En esta dialéctica entre ambos espacios es el medio rural el que ha salido perdedor quedando subyugado desde los puntos de vista físico, económico y social ante la expansión, influencia y dinamismo de la ciudad. Incluso se puede afirmar que hoy en día el medio rural representa un papel subsidiario respecto de la ciudad.
Lógicamente este fenómeno no es causal sino que es el resultado lógico de determinados procesos económicos que mueven e los hombres. Antes de seguir adelante es conveniente recordar algunas cuestiones básicas para entender la dicotomía actual entre campo y ciudad y los diferentes papeles que representan cada uno de estos espacios. Los habitantes del campo de todos los países y de todas las épocas históricas no han abandonado sus casas, familias y propiedades por gusto, lo han hecho por necesidad, han sido “empujados”, unas veces por la fuerza y otras creándoles consciente o inconscientemente las condiciones favorables para arrancarlos de su ámbito habitual y hacer que sean ellos los que “libremente” lo abandonen.
Estos desplazamientos personales o masivos constituyen las llamadas migraciones. Además, conviene recordar que la concentración de capitales, mano de obra y mercancías ha hecho posible la industrialización entendida como una producción racionalizada y extendida de mercancías. Esta industrialización ha generado o acelerado históricamente otro fenómeno de gran importancia denominado urbanización que es el proceso de concentración de población en las ciudades. Por lo tanto industrialización y urbanización son dos fenómenos íntimamente relacionados. El primero de ellos se refiere a los cambios y desarrollo de las fuerzas productivas, mientras que el segundo alude a la manifestación espacial que acompaña, hace posible y refuerza esos cambios.
La concentración de recursos y población en ciudades es anterior a la revolución industrial, pero a partir de este momento es cuando adquiere una intensidad, un ritmo y unas proporciones muy específicas. Actualmente en España vive en ciudades de más de 50.000 habitantes el 51% de la población total. Este porcentaje es del 44% en Alicante (provincia), si tenemos en cuenta la totalidad de la población urbana, es decir, la que habita en núcleos mayores de 10.000 habitantes. Estos porcentajes son del 65% para España y 72% para Alicante (provincia), la población rural, que es la que habita en núcleos de menos de 2000 habitantes sólo representa el 9% en Alicante (provincia) y el 18% en España.
Este proceso ha servido para acuñar una especie de ley que prácticamente no es cuestionada por nadie: a mayor nivel de desarrollo económico y tecnológico, mayor es el grado de urbanización del país o región, o lo que es lo mismo, para obtener mayor rendimiento económico es necesario concentrar la mayor cantidad posible de personas y recursos en las ciudades.
De esta manera se construye el mito de que industria, ciudad, desarrollo y bienestar se convierten en términos equivalentes de una misma ecuación. Así, en una ciudad de fundamento capitalista como la nuestra, se convierte como normal e incluso necesario y conveniente la migración de campo a ciudad, ya que este desarrollo o bienestar sólo puede conseguirse en las ciudades. Sin embargo se ha ocultado tradicionalmente que las migraciones campo-ciudad y de unas regiones a otras, permiten ofrecer a la industria un ejército de reserva de mano de obra que garantiza el óptimo beneficio del capital invertido en la ciudad. También se oculta que estas migraciones de personas y recursos casi siempre son incontrolables y crean dependencias y desequilibrios entre las zonas receptoras y las áreas emisoras. Cuando no ha sido posible enmascarar estos problemas se han hecho pasar por beneficiosos, manifestando que los dos medios obtienen ventajas y que, en cualquier caso, el intercambio desigual y la dominación del campo por la ciudad, o de unos países a otros, constituye en mal necesario, o un precio que se debe pagar para ligar el desarrollo de todos.
La oposición histórica entre campo y ciudad constituye el origen y convalida el modo de producción que conocemos como capitalismo. La concentración creciente de recursos y la creación de desequilibrios “necesarios” entre distintas áreas, la oposición entre campo y ciudad, lleva consigo una diferencia en las posibilidades de trabajo, de salario y de forma de vida existentes entre un medio y otro. La ciudad hasta ha significado la libertad y una forma superior de vida, por lo tanto la atracción de la ciudad sobre el campo es antigua, pues allí han ido a parar los excedentes agrarios y la población que era expulsada del medio rural. Con el capitalismo, estos rasgos se acentúan y se generalizan, es decir, la oposición entre el campo y la ciudad se agudiza y se cobra nuevas reflexiones. La expulsión amplia de población del campo se produce por diversas causas: exceso de natalidad, desastres naturales, cosechas catastróficas, guerras, y sobre todo, por el despeje de los pequeños propietarios.
Los agricultores se ven privados de la propiedad de la tierra o de los medios que hacen posible la explotación de la misma, quedándoles solo su propia fuerza de trabajo que ya no puede ser empleada en el campo y que sólo encuentra comprador en las ciudades. Al mismo tiempo se extiende un modelo cultural que empuja a adoptar pautas de comportamiento y consumo que se presenta sólo con posibilidad de ser satisfecho en las ciudades. La destrucción de la agricultura tradicional es el concepto que resume todo un amplio conjunto de hechos que aparecen en el medio rural, como consecuencia del predominio de las formas de producción, distribución, de consumo capitalista, en realidad, se trata de un proceso donde una de sus causas o efectos es la emigración campo-ciudad.
Casi todos los países desarrollados y sobre todo los de crecimiento rápido y tardío, como España, presentan en su interior relaciones entre regiones e incluso entre comarcas de una misma región. Frente a las áreas metropolitanas o zonas dominantes como Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao, existen amplias áreas del país que se convierten en el yacimiento cada vez más equilibrado de los recursos que utilizan las áreas dominantes. Son las zonas dominadas como Galicia, Andalucía, Extremadura, Canarias o ambas Castillas, las que se encargan de suministrar mano de obra y capitales, es decir, desde aquellos capitales que se extraen del campo, hasta el pequeño ahorro del campesino, que es captado por una sutil red de instituciones bancarias. Incluso las materias primas y la energía también se van para ser utilizadas allí donde se les puede dar un beneficio inmediato más alto, es decir, en las áreas metropolitanas. Además, una vez elaborados y transformados en productos de consumo, una parte vuelve a sus lugares de origen para ser consumido. Las zonas dominadas o dependientes, no sólo pierden recursos, si no que con ellos también se marcha, de forma gradual pero inexorable, la posibilidad de llevar a cabo su propia autopromoción. En estos lugares sólo quedan ancianos, poco dinero, una economía descapabilizada, un campo abandonado, pueblos semi vacíos, poca o ninguna infraestructura... Las capitales de provincia de éstas áreas, y algunos otros núcleos, es cierto que crecen, sobre todo concentran servicios y una industria débil y dependiente, e incluso los beneficios que ciertas actividades, como el turismo, pueden predecir. No se utilizan tampoco donde se obtienen, sino que muchos casos, emigran al extranjero.
De lo que en otro tiempo se conocía como cultura rural también va quedando poco y se limita a ciertas zonas en las que el atraso y la pobreza son considerables. Su lugar ha sido ocupado por un modelo de consumo que incluye valores y expectativas cuya satisfacción es una garantía para que el sistema siga funcionando (el coche, el televisor, el vídeo, la playstation, la 2ª residencia, etc...) Este modelo suele conocerse con el nombre de cultura urbana aunque en realidad esta denominación es confusa ya que no es la ciudad la que genera este tipo de ideología sino que es el propio capitalismo quien la crea para que se difunda tanto en el campo como en la ciudad.
Progresivamente en una segunda etapa en la que el campo continua siendo escrimado y exportador de materias primas , energía, capitales y mano de obra. También es la ciudad la que ahora invade el campo con una serie de usos tradicionalmente ajenos a este medio ya que la anterior concentración de personas, capitales, actividades y medios de producción en la ciudad, satura el espacio, aliena a sus habitantes y produce deseconomías (contaminación, atascos, congestión, criminalidad, ruidos, tensión, estrés, accidentes, carencia de espacios verdes, destrucción del patrimonio urbano y social, aumento del tiempo empleado en el transporte, menor convivencia familiar, etc...) Todo esto invita al ciudadano a invadir el campo para paliar la alienación urbana y sobrevivir. En definitiva, si el medio rural no estuviese explotado y abandonado con la descapitalización de la miseria, el agricultor no necesitaría para subsistir abandonar el campo y su medio histórico cultural y productivo. Por otro lado, si las ciudades fueran más habitables , con menos especulación y hacinamiento y con viviendas dignas, el campo no necesitaría ser invadido y destruido y no se demandaría su ocupación para uso de ciudadanos angustiados.
En este punto, conviene señalar una serie de factores de origen urbano que degradan el campo: descapitulización, paro, desempleo, destrucción de estructuras agrarias tradicionales, industrias peligrosas y contaminantes, desechos urbanos e industriales, especulación del suelo para urbanizaciones y ocio, invasión del automóvil, construcción de vías de comunicación, incendios forestales, repoblaciones forestales inadecuadas, envejecimiento de la población rural...
De este modo, el campo pasa en muy pocas décadas de ser un factor de producción a convertirse en un bien de consumo, ya que el modo de producción capitalista encuentra en los espacios naturales y en el campo la posibilidad de explotarlos para el ocio de los ciudadanos. Así, produce lugares de ocio y los vende y consume como valores de cambio como si fuera una mercancía más. Incluso la presión físico-espacial de la ciudad sobre el campo fuerza muchas veces al agricultor a abandonar sus tierras ante el valor del cambio que adquiere la propiedad agraria como uso urbano.
Ante los hechos expuestos se puede concluir que el panorama del medio rural en la actualidad no es nada alentador, pero éste no debe servir de excusa para que la sociedad abandone el campo a su suerte y que no se lleven a cabo las políticas o inversiones para rehabilitar este medio desde el punto de vista social y económico. Así, para evitar la desaparición de un patrimonio cultural que pertenece a todos los ciudadanos y radica en la memoria colectiva aunque su problema fundamental estiba en conseguir que sus habitantes no se vean obligados a emigrar por una falta de perspectiva, es decir, se debe intentar asegurar el poblamiento y actividad en las zonas rurales, especialmente en las más desfavorecidas.
2.Las posibilidades del medio rural y el papel de la agricultura
Históricamente la agricultura y la ganadería han constituido la base económica de las comunidades rurales, formadas básicamente por una población mayoritariamente agrícola y ganadera, que se complementaba con la población dedicada a tareas productivas destinadas a satisfacer las necesidades locales. Como ya se ha dicho, lo que el conjunto de la sociedad demandaba del campo era, sobre todo, materias primas agroalimentarias. De ahí que hasta muy poco tiempo se tendiera a equiparar los conceptos de agricultura y mundo rural.
En la actualidad han cambiado mucho las cosas pues las nuevas técnicas de cultivo o de alimentación y manejo del ganado hace que un número, cada vez menor, de agricultores y ganaderos puedan alimentar a una población urbana y rural no agraria numéricamente mucho mayor. La población además comienza a demandar del medio rural, y de manera cada vez más acusada, no sólo alimentos diferentes y variados, sino bienes y servicios distintos a los estrictamente agrarios, o lo que es lo mismo, diferentes de los que están relacionados de forma directa con la producción de alimentos.
La imposibilidad de ampliar la producción agraria, la conciencia de mantener y rejuvenecer a la población en las zonas rurales, la voluntad de equiparar el nivel socioeconómico de las áreas rurales con el de las zonas más desarrolladas y la revalorización de los aspectos ambientales, culturales y paisajísticos de los espacios rurales, lleva a la conclusión de que el mundo rural ya no es el mundo de la agricultura, pues al medio rural se le han asignado nuevas funciones que provocan un aumento de su complejidad económica, social y cultural.
De manera tradicional agricultura rica significaba medio rural próspero. Sin embargo, en la actualidad, el desarrollo de la agricultura desde una óptica estrictamente económica y productiva, lleva de forma inevitable a un número menor de productores de alimentos lo que puede traer consigo un modelo de desarrollo agrario diferente e incluso contrapuesto al desarrollo del mundo rural, provocando además como consecuencia final un mayor despoblamiento. En este punto se plantea una dicotomía notable entre los conceptos de explotación agraria y de explotación rural. En primer lugar, el proceso de modernización agropecuaria supone el aumento de dimensión media de las explotaciones y por lo tanto la disminución de su número, lo que supondría la desaparición de un gran número de explotaciones agrarias que no podrían competir en un mercado libre. Sin embargo, este mismo proceso modernizador, visto desde una perspectiva rural, no tiene obligatoriamente que suponer que los agricultores y ganaderos abandonen sus explotaciones ya que éstas pueden seguir funcionando y quizás, así lo avalan experiencias recientes realizadas en las montañas de Palencia a través del programa europeo Leader.
La mayoría de las explotaciones familiares españolas deberían desaparecer si seguimos las leyes del mercado, pues su eficacia agraria ni siquiera les permite acercarse a un mínimo de viabilidad, por muchas ayudas de que dispusieran si éstas se enfocan sólo desde la productividad agraria. Sin embargo, la experiencia de los programas Leader está demostrando que ni ésta es la única perspectiva válida y existente ni se puede afirmar tampoco que el mercado no ofrece otras posibilidades. Eso sería cierto si nos limitamos a contemplar el problema desde la exclusiva óptica de lo agrario y no desde la visión infinitamente mucho más amplia de lo rural, es decir, lo rural entendido como un hábitat y un modo de vida que se desarrolla en los espacios europeos no urbanos y que aun teniendo su base en la actividad agraria comprende una variada y rica gama de actividades económicas no exclusivamente agrarias.
De tal forma que se puede afirmar que no existe ninguna viabilidad como explotación agraria para determinados tipos de explotaciones, sin embargo, sus posibilidades como explotación rural son amplias. La explotación rural de la que existen numerosos ejemplos en países como Holanda, Francia o Alemania, no es más que una explotación familiar agraria reconvertida para la utilización de todas y cada una de las posibilidades que ofrece el entorno para que sus titulares generen rentas, poniendo en práctica lo que en países como Gran Bretaña o Francia se conoce como pluriactividad de los espacios rurales. Se trata, en consecuencia, de aprovechar el agroturismo, la artesanía, la producción y comercialización de determinados productos inexistentes en otros lugares o elaborados y presentados de forma propia, la oferta de servicios específicos y de un modo de vida respetuoso con el entorno y de cuya conservación y mejora obtendrá gran parte de esas posibilidades. En definitiva se trata de añadir a las escasas rentas agrarias otras provenientes de unas producciones y servicios que precisamente por ser específicos y propios pueden ser generadores de un alto valor añadido.
Si a esto sumamos la posibilidad de explotar esas potencialidades de forma colectiva, entonces se multiplican las posibilidades de obtener una eficiencia y una viabilidad muy superiores a las de la explotación agraria tradicional. El fomento del cooperativismo agropecuario puede constituir un revitalizador de primer orden para el medio rural, pues así lo demuestran las experiencias llevadas a cabo en el Pirineo Catalán. Sin embargo, una explotación rural es algo más que una casa de huéspedes, una tienda de artesanía, un lugar donde se venden productos típicos o una oferta de paseos a caballo que una familia campesina pone a disposición del ocio de los habitantes de la ciudad. La explotación rural no es sólo la reconversión de la actividad agrícola o ganadera sino otra forma de obtener ingresos en el medio rural que debe ser contemplada dentro del proceso modernizador de la agricultura.
Por ello, la explotación rural tiene como base la actividad agraria, la conservación de un hábitat y de una forma de vida cuyos valores y peculiaridades no se mantendrán como piezas de museo sino que se conservarán de forma viva. De esta forma durante los últimos años se está produciendo un cierto desarrollo del medio rural y una transformación de éste en algo que no vive solamente de las ayudas y subvenciones sino que basándose en la actividad tradicional de sus habitantes es capaz de generar nuevas fuentes de riqueza. De este modo también se revalorizan los espacios rurales como reserva de recursos naturales, ambientales y culturales que se perderían si prosperara la despoblación rural. Por lo tanto la Unión Europea considera que la sociedad ha de aceptar el hecho de que los agricultores, como gestores del medio, proporcionan un servicio público que merece una remoderación adecuada. De est forma se mantendría la población en las áreas rurales sin aumentar las producciones agrarias y paliando el agudo problema de los excedentes que es unos de los objetivos básicos de la reforma de la PAC y de la Agenda 2000.
El desarrollo mediante la reconversión de las actividades del medio rural constituye una tarea que no sólo compete a los agricultores y ganaderos, que muchas veces incluso son minoritarios en los muchos núcleos rurales, si no a toda la sociedad, a las distintas administraciones y a las organizaciones representativas de los colectivos económicos y sociales. por lo tanto, el desarrollo rural no surge espontáneamente del simple transcurrir de la vida social de los pueblos, sino que para que tenga lugar un proceso de este tipo es necesario proveerle de una serie de elementos de apoyo, ya que en las sociedades modernas se perciben claramente unas tendencias cuyas líneas dominantes apuntan en direcciones contrarias a la evolución positiva del medio rural. Como ya se ha comentado, lo urbano se ha convertido en dominante y es necesario entonces que el desarrollo rural se convierta en un objetivo específico que ha de elegirse voluntariamente y que obliga a diseñar y poner en marcha programas de actuación determinados, así como a soportar, por el conjunto de la sociedad, el montante económico que esas actuaciones requieren.
El desarrollo rural no es simplemente un problema de fijación de población en el campo que la sociedad debe pagar, pues la mera existencia de habitantes en el campo viviendo en condiciones precarias e inferiores condiciones de vida de las que tienen en la ciudad no sería desarrollo rural sino más bien subdesarrollo que quizás retuviera a la población aunque lo más probable es que ésta sólo permaneciera en ese hábitat como recurso desesperado ante la ausencia de otras salidas laborales o sociales y provocando el abandono masivo de sus pobladores más jóvenes, activos y dinámicos en cuanto tuviesen la menor esperanza de salida. El concepto de desarrollo rural exige no sólo que existan comunidades rurales pobladas sino que éstas sean económica y socialmente activas, dinámicas y vivas; es decir, agrupaciones humanas cuya población es una parte más, y perfectamente integrada en ella, de una comunidad social mucho más amplia, con unas condiciones de vida y con una participación económica, social y política del mismo rango y calidad que las del resto de la población.
Ello implica, en primer lugar, la existencia de una vida económica no soportada únicamente por las subvenciones sino principalmente por actividades productivas agrarias y no agrarias, como por ejemplo las de transformación alimentaria, artesanales, comerciales, de servicios ligados principalmente, pero no de manera exclusiva, al ocio, e incluso actividades de conservación de la naturaleza y del patrimonio cultural, es decir, la creación de oportunidades en las áreas rurales para obtener ingresos provenientes no exclusivamente de la agricultura, pasa de forma ineludible por un desarrollo rural integrado donde las actividades que generan rentas estén acompañadas por las infraestructuras y equipos necesarios, el fenómeno del cooperativismo, el mejor acceso de la juventud rural a la formación y a la educación, las facilidades financieras para el establecimiento de los jóvenes en el medio rural, la potenciación del autoempleo en los pueblos mediante la recuperación de los oficios tradicionales con el fin de prestar un servicio a los habitantes del pueblo y no únicamente a los visitantes ocasionales, etc...
Hace tiempo se consideraba que la descentralización industrial revitalizaría las áreas rurales. Hoy en día esa idea se ha ido abandonando progresivamente porque en un mundo económico cada vez más internacionalizado la instalación de industrias, incluso las alimentarias, depende de factores ligados a la cercanía de los servicios y de los centros administrativos y de decisión o a la facilidad de las comunicaciones que a la proximidad de las materias primas o a los beneficios fiscales y de suelo que puedan ofrecer ubicaciones rurales determinadas.
La actividad económica que propicie el desarrollo rural debe basarse, entonces, en lo que éste ofrece de modo más natural, es decir, la actividad agrícola, ganadera y forestal que creará la infraestructura social necesaria para que otras actividades puedan desarrollarse. Por ello es necesario que cualquier política de desarrollo rural sea dual (doble), o sea, que por una parte cierre el proceso de modernización de la agricultura para que ésta alcance altas cotas de eficacia, y por otra parte, que se avance en el proceso de reconversión de los recursos productivos que pueden ser liberados de una utilización exclusivamente agraria, pasando así de la explotación agraria a la explotación rural.
De nada sirve generar cualquier tipo de discurso ideológico acerca del desarrollo rural si no se está dispuesto a proporcionar los medios económicos, materiales y humanos necesarios para ello. El debate debe situarse por lo tanto en estos términos: ¿Está el conjunto de la sociedad dispuesto a aportar los medios económicos necesarios para dar el impulso inicial al desarrollo rural para dotar al campo de las infraestructuras y equipos necesarios que le permitan generar un nivel de renta y condiciones de vida similares a las de la ciudad?
3.Las nuevas políticas rurales de la Unión Europea
En primer lugar llama la atención lo habitual que resulta que los geógrafos olviden en sus análisis espaciales, consciente e inconscientemente, que vivimos y trabajamos en un mundo capitalista . Este modo de producción implica la existencia de una serie de relaciones sociales, económicas y productivas que tienen una influencia determinante en la creación, articulación y transformación de los espacios.
Es evidente que el capital en su vertiente productiva y financiera, además de crear y modificar los espacios, configura y vértebra su propio “espacio”, impulsado por su dinámica interna. Ello significa que la marginación de este fenómeno en los estudios geográficos, bajo la falsa bandera del apoliticismo, nos priva de muchas de las claves para desentrañar las relaciones profundas que se establecen en el territorio.
La lógica del sistema supone la concentración creciente de recursos en unas zonas en deprimento de otras, y la creación de desequilibrios “necesarios” entre áreas. De este modo en la Unión Europea se produce una oposición entre distintos medios (rural-urbano) y entre diferentes grupos de países (Europa septentrional - Europa meridional), aunque es lo mismo. Unos espacios son sometidos y explotados por otros, por ello, el futuro que tienen entre sí los espacios rurales de sur de Europa es muy incierto, pues su tradicional ubicación periférica, la relevancia cada vez menor, del sector agropecuario, en la riqueza de las naciones, las recientes presiones de las políticas comunitarias y la dinámica capitalista, no contribuyen al optimismo.
Las ideas contenidas en este epígrafe deben ser interpretadas como una reflexión técnica sobre los problemas que a corto y medio plazo debe afectar el medio rural de los países mediterráneos europeos, sobre todo en España, pese a la existencia de políticas comunitarias que aparentemente intentan lograr la cohesión social y la mayor integración posible entre los países miembros.
Estas estrategias que dan lugar a nuevos conceptos muy definidos (turismo rural, turismo cultural, ecoturismo, agroturismo, crecimiento sostenible, espacios de ocio, espacios naturales, agricultura ecológica, economía sostenible, desarrollo local endógeno, desarrollo rural integral, recursos ambientales, etc...) que dan lugar a conceptos definidos, están de moda entre los geógrafos y otros colectivos científicos, pero deben tomarse con más cautela de lo que es habitual, pero con dosis de sentido crítico, lo primero que debe tenerse en cuenta es que los programas europeos (FEDER, FSE, PRODER, CEADER, FEOGA), que intentan fomentar el desarrollo rural, los equilibrios regionales, la mejora de las zonas desfavorecidas y de montaña, las técnicas agropecuarias no intensivas, y los valores ecológicos y ambientales, hubieran terminado más en manifestarse, de no ser por las presiones internacionales derivadas de la progresiva liberación del comercio mundial y por meras cuestiones económicas en el propio seno de la Unión Europea, es decir, de la necesidad se ha hecho virtud.
La producción crónica de excedentes y los enormes gastos presupuestarios del FEOGA-Garantía constituyen los principales factores que despiertan la conciencia ecológica y ruralista de Bruselas. Los gastos del FEOGA-Garantía representan, hoy en día, menos del 50% del desembolso total de la Unión Europea. Este porcentaje superaba el 64% en 1988. En este contexto la reforma de la PAC y la reciente Agenda 2000 aparecen como un intento claro de adaptación a este nuevo impulso del capitalismo mundial a través de la reducción de las producciones y de los precios subsidiados. Para ello es imprescindible potenciar las prácticas agropecuarias extensivas, la reforestación, las jubilaciones anticipadas de los campesinos, las ayudas para abandonar las actividades agrarias, el apoyo a las zonas desfavorecidas y de montaña, la revalorización de los espacios y recursos naturales y el pago de dinero para dejar de producir.
Estas iniciativas están afectando sobre manera a los países del Sur de Europa, sobre todo a España, ya que tanto las políticas agrarias tradicionales como las más recientes favorecen a las explotaciones de mayores dimensiones y a las agriculturas continentales (carne de vacuno, lácteos y cereales) frente a las explotaciones pequeñas y a las agriculturas mediterráneas (aceite de oliva, frutas, hortalizas, vino y tabaco). La llamada Agenda 2000, donde se realiza un planteamiento económico-financiero sobre el futuro de la Unión Europea para el periodo 2000-2006, sólo hace una breve alusión a los cultivos mediterráneos mientras que se extiende y es más minuciosa con los cultivos o producciones continentales. Así mismo, la Agenda 2000, que en realidad supone una reforma de la reforma de la PAC (1992), no contempla medidas para lograr una mayor racionalidad de las explotaciones. Sigue sin apostar por una mejora estructural ni por una política fiscal para movilizar la propiedad de la tierra e incluso olvida incentivar la transformación de los productos agroalimentarios y la comercialización de los mismos. Sin embargo, concede recursos presupuestarios y un papel importante a los instrumentos agroambientales con el fin de fomentar el desarrollo sostenible de las zonas rurales y responden a la creciente demanda de servicios ambientales por parte de la sociedad.
Dichas divergencias se acentúan además por la escasa importancia concedida a las políticas estructurales, pues éstas deberían haber sido más eficaces para ayudar a equilibrar unas agriculturas mediterráneas, caracterizadas en términos generales por un acusado minifundismo y por la abundancia de población agraria. Es más, los bajos presupuestos del FEOGA-garantía y las diversas y poco eficaces políticas agrarias, nunca han perseguido en realidad la corrección de los desequilibrios territoriales, las diferencias sociales o la redacción afectiva de las producciones excedentarias en todo el ámbito europeo y sin excepciones; cabe preguntarse entonces, que es lo que verdaderamente se ha pretendido.
La agenda 2000 está inspirada de verdad en verdad, por los constituyentes netos de la Unión europea (Alemania, Holanda, Suecia y Austria) y aboga por reducir el gasto agrícola. Éste ahorra en las áreas comunitarias no servidas para lograr un mayor apuntalamiento de la cohesión europea en otros capítulos socioeconómicos o políticos, sino que revertirá en los respectivos tesoros nacionales. De este modo no resulta exagerado afirmar que la indudable mejora de los países ricos va a ser financiado indirectamente por los menos ricos de la Unión Europea mediante la reducción de sus ayudas agrícolas.
En definitiva, todo ello es la respuesta lógica a la necesidad de reproducción , desarrollo y acumulación que tiene el capitalismo, así como al puntual cumplimiento de la ley de intercambio desigual a favor de las economías prósperas del Norte de Europa. Este objetivo se puede cumplir hoy en día eliminando no sólo a las explotaciones de tipo familiar; además la tecnología agropecuaria actual permite que un grupo de potentes empresas dominen la producción y puedan cubrir las necesidades de la población. Por otro lado se debe mencionar el importante negocio que en los países industrializados representa la potenciación de los valores ecológicos, por parte de los mismos agentes que progresivamente han provocado su deterioro. El capitalismo encuentra en los espacios naturales y en el campo la posibilidad de explotarlo para obtener beneficios. Es un hecho creciente, que las constantes campañas publicitarias que intentan fomentar el llamado turismo rural, no son tan objetivas como aparentan , si conocemos la dinámica interna del sistema capitalista y el progresivo agotamiento del modelo turístico litoral.
Ante semejante planteamiento cabe preguntarse cual es el reflujo de este proceso capitalista sobre el espacio y como se utiliza. El concepto de gestión del territorio puede aclarar bastante las cosas pues se trata de la dimensión espacial del proceso de ordenación, planificación y gestión que vincula el territorio con el control de un estado (nación), grupo social, empresa o institución. La gestión del territorio constituye en elemento poderoso que propicia la existencia y la reproducción del capital y de la estructura social, a través de la organización del espacio, como la gestión del territorio, se ubica en las áreas metropolitanas donde se asientan potentes firmas transnacionales con gran poder económico y político, se toman las decisiones y se orientan los flujos del capital hacia inversiones relativas, que contribuyen a la organización del espacio.
Ya en tiempos pasados, la concentración de recursos en las ciudades supuso la subordinación, explotación y degradación del campo. En la actualidad las orlas metropolitanas más dinámicas siguen actuando en el mismo sentido, aunque ahora emplean instrumentos más eficaces y sutiles. En España, este papel lo representan las áreas metropolitanas de Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao, donde se concentran importantes empresas y las instituciones del Estado y de las Comunidades Autónomas, desde las que se toman las decisiones que controlan y gestionan el territorio y que mantienen la dependencia y consentimiento de extensas zonas rurales del país.
Esta malla metropolitana española es similar a la de otros países europeos mediterráneos pero en realidad constituye un nudo de rango secundario porque España no forma parte del grupo de países dominantes en el mundo; sin embargo esta red española se haya conectada con los principales centros de decisión mundiales que se corresponden con los lugares donde se determinan las estrategias globales del capital, es decir, Nueva York, París, Londres, Frankfurt, Milán y Tokio.
En el caso de la Unión Europea las áreas metropolitanas de Londres, París, Frankfurt y Amsterdam; configuran los vértices de lo que se ha convertido en denominar cuadrilátero central europeo, es decir, el corazón económico, financiero, urbano, industrial, terciario, demográfico y de consumo del continente, y donde la acumulación del capital permite diseñar las políticas y estrategias que influyen en la organización espacial, rural y urbana , de todos los países comunitarios. Además de las empresas más dinámicas, aquí se localizan las mejores universidades, centros de I+D, aeropuertos internacionales, puertos interoceánicos, densas redes de transporte terrestre, empresas publicitarias, medios de comunicación de masas, consultorios técnicos, jurídicos, económicos y mercado técnico, y por supuesto los todopoderosos conglomerados financieros, que penetran en el accionariado de las empresas industriales y de servicios. Se trata en definitiva de un conjunto de autoridades internacionales e interdependientes capaces de generar economías externas y de tomar decisiones que afectan a la totalidad de la Unión Europea.
Respecto al papel que representan los grandes bancos en la gestión del territorio, es necesario conocer que cuando estas instituciones alcanzan ciertas proporciones, están en disposición de supervisar así misma todas las actividades agropecuarias, industriales y terciarias de toda la sociedad capitalista, presentando servicios financieros a sus clientes. Los bancos tienen la posibilidad de conocer exactamente la situación económica de los diversos capitalistas y después de controlarlos y de ejercer influencia sobre su actividad, endurecen las condiciones del crédito o conceden, por lo contrario, préstamos en condiciones ventajosas. Los bancos pueden privar a los capitalistas de los recursos necesarios o darles la posibilidad de ampliar rápidamente, y en proporciones enormes, la producción acrecentando así los ingresos y el capital. Es lógico deducir, entonces, que las grandes instituciones financieras son las que en realidad deciden, directa o indirectamente, las estrategias inversoras o las subvenciones, estímulos y ayudas que conceden a la gestión del territorio, aunque el brazo ejecutor esté representado por las empresas vinculadas a los diferentes sectores económicos o, en última instancia, por los poderes públicos. En definitiva de lo que se trata es de reproducir el capital y una estructura social urgente en la que cada país y cada grupo social, tiene una función asignada para perpetuar el sistema.
La Europa mediterránea ocupa económica y físicamente una posición periférica que sin duda se verá acentuada cuando prospere la inevitable ampliación de la Unión Europea con los antiguos miembros del bloque socialista, pues el centro de gravedad europeo se desplazará hacia el Este junto con una serie de recursos económicos que lo más probable es que se detraigan de los actuales fondos de cohesión, para ser compartidos con los nuevos socios y facilitar así su integración. El papel preponderante de Alemania en este proceso ya se comenzó a disimular con la caída del muro de Berlín, la absorción de la antigua RDA por la RFA y el conflicto bélico de los Balcanes. La necesidad vital que tiene Alemania de expandir su área de influencia político-económica en Europa Central y Oriental le ha llevado, dado su carácter de contribuyente neto al presupuesto comunitario, a proponer el endurecimiento de las condiciones para acceder a los fondos estructurales y de cohesión por parte de los países mediterráneos.
En una sociedad de funcionamiento capitalista como la nuestra y la de toda la Unión Europea, un centro de gestión del territorio es básicamente un núcleo de acumulación del capital que se constituye en un poderoso conjunto de acciones implementadas para concebir, planear y dirigir el complejo ciclo de reproducción del capital de los grandes intereses localizados en estas áreas metropolitanas. Las políticas comunitarias se diseñan desde los principales centros de decisión para servir a los intereses de los dueños del capital, que en el caso europeo suelen coincidir con las corporaciones transnacionales y los grandes bancos cuyas casas matrices (centrales) se localizan en los países dominantes de la Unión Europea y del mundo. A este respecto se debe tener en cuenta que en el poderoso grupo G-7 participan cuatro países comunitarios, es decir, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia.
A través de diversos mecanismos económicos, financieros y técnicos las grandes corporaciones empresariales crean las condiciones necesarias para ejercer su papel de centro de gestión del territorio en todo el ámbito comunitario, cuyo fin último es la acumulación y reproducción del capital. El ciclo de reproducción capitalista tiene una dimensión espacial clara que abarca una numerosa red urbana y diversas áreas agropecuarias con diferentes niveles de desarrollo y distintas especializaciones productivas. En todo el territorio afectado se llevan a cabo complejos procesos productivos que movilizan a millones de personas y hacen circular cantidades enormes de dinero, materias primas, bienes intermedios y productos finales, lo que culmina con la creación del valor y la apropiación de unas plusvalías que fluyen por la red bancaria y al final se acumulan en dichas áreas metropolitanas centrales.
Estos planteamientos teóricos cobran una dimensión distinta cuando abandonan el terreno de lo abstracto y se concretan en todos los episodios reales que han acompañado la presencia de España como miembro de pleno derecho en la Unión Europea desde su ingreso en 1986. Cuando se contemplan con una perspectiva más amplia y de conjunto los sucesos puntuales que han ido apareciendo en los medios de comunicación, inevitablemente aparece una realidad cruda que no deja lugar al optimismo. No faltan autores que piensan que la verdadera organización y gestión del territorio la ejercen los estados y las instituciones democráticas comunitarias cuyo poder emana de la voluntad popular.
Sin embargo, es imprescindible conocer que es exactamente el estado y al servicio de quienes están, así como comprender y utilizar en nuestros análisis, que en España y los demás países del mundo, los ministros y altos cargos del estado suelen reclutarse en la gran empresa privada, lugar en que habitualmente recalan muchos políticos cuando abandonan la función pública. Por lo tanto, las principales instituciones estatales y comunitarias están impregnadas por los intereses de las grandes empresas y de los bancos más pujantes, a través de cuadros directivos afines.
A modo de conclusión es cierto que una salida interesante para la agricultura y los espacios rurales de los países mediterráneos europeos, radica en la conversión de las explotaciones agrarias en explotaciones rurales, puesto que sólo así se podrán generar nuevas fuentes de riqueza que ayuden a complementar las rentas de los campesinos y a mantener en el medio rural la población suficiente para que no se pierdan sus recursos naturales, ambientales y culturales. Sin embargo no se puede olvidar que para que los espacios rurales tengan una vida socioeconómica dinámica y activa y que se lleven a cabo con eficacia los distintos programas europeos, es necesario que la base productiva de estas comunidades rurales se sustente, de cómo están ofrecen de modo más natural, es decir, la actividad agrícola, ganadera y forestal.
Pese a las políticas europeas oficiales la evolución de los acontecimientos y la realidad que se persigue día a día, no deja lugar a dudas, sobre el pésimo futuro que tienen ante sí los países mediterráneos y, sobre todo, sus áreas rurales y sus agriculturas. Esta situación constituye una fase avanzada dentro del proceso que profundiza la división regional y mundial del trabajo, y que a través de ella permite que unos países sigan siendo dependientes de otros. Pensar que la tan diferenciada mundialización de la economía va a homogeneizar a los países desarrollados es una entelequia (quimera). Será más bien al contrario, por la esencia del capital es crear desequilibrios socioeconómicos y espaciales, la capacidad de adaptación y autotransformación del capital no indica que la globalización es una nueva estrategia , para continuar absorbiendo beneficios de territorios más amplios. Es un hecho comprobado, el desmantelamiento que ha sufrido el tejido industrial durante las últimas décadas así como la constante entrada del capital extranjero en la industria agroalimentaria española.
El siguiente paso consiste en reducir el sector primario a la mínima expresión posible, pues las duras condiciones impuestas a la agricultura española durante las negociaciones del tratado de adhesión a las comunidades europeas son conservadoras continuamente por unas políticas que priman las producciones continentales en deprimento de las mediterráneas. Además, estas políticas se apoyan las reformas estructurales y fomentan la entrega de dinero a cambio de abandonar producción, tanto en la actividad agropecuaria como en la pesquera. La estrategia seguida por los centros de gestión del territorio, representada visiblemente por Bruselas, es cada vez más inequívoca ya que todo apunta hacia el fomento de las áreas rurales pero dejando de lado las actividades agropecuarias, toda vez que los mayores esfuerzos presupuestarios se están centrando en la potenciación del turismo rural y en la mejora ambiental.
Ello no contribuye a la corrección de los desequilibrios internacionales en Europa ni a la cohesión social y económica entre los países miembros ni al aumento de la riqueza de las naciones porque las políticas oficiales ocultan la realidad y presentan sus iniciativas como la panacéa que resolverá todos los problemas del medio rural. Se trata de una consideración interesada que sin más problemas se encuentra refrenada por multitud de estudios, muchos de ellos geográficos. Los países mediterráneos europeos, y concretamente España, van camino de ser privados por completo de sus fuerzas productivas y de convertirse en países de servicios donde el turismo figura como monocultivo en el que la oferta rural e interior se uniría a la ya ingente oferta litoral. En ambos casos se trata de una actividad dependiente y sometida a decisiones foráneas pero no sólo porque la mayor o menor movilización de millones de visitantes esté en manos de los operadores extranjeros, si no también porque el grueso de los beneficios emigra a los centros de gestión del territorio, localizados en los países dominantes donde el capital se acumula y reproduce.
En cualquier caso, son inmensos los recursos económicos que durante los últimos años se han destinado a consolidar el turismo rural mediante inversiones, ayudas y subvenciones selectivas que se centran en las infraestructuras hoteleras y viarias, equipos e instalaciones deportivas, reforestación , mejora ambiental o recuperación y conservación artística y arquitectónica, es decir, todo aquello que quita fuerza a un posible competidor y convierte un antiguo espacio productivo en un lugar para el ocio y recreo de los europeos más prósperos.
Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agraria
Política Agraria Comunitaria
Geografía Rural. Tema 2. Página 13
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Enviado por: | Paco |
Idioma: | castellano |
País: | España |