Literatura
Pío Baroja
CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIAL
Entender la literatura del s.XX implica analizar la crisis que vive el final del s.XIX y principios del XX a todos los niveles: político, social, filosófico, ideológico, etc. La raíz o causa dominante es el llamado descrédito de la razón. A lo largo de la historia había existido la confianza en que la inteligencia era capaz de conseguir la racionalización de las relaciones entre el hombre y el mundo. Es decir, el mundo era explicable por medio de la razón. Así, durante el s.XIX, el positivismo y corrientes materialistas crearon una visión optimista sobre las posibilidades del hombre y la ciencia para explicar y dominar el mundo. Había fe en el progreso, en la ciencia, en la razón, pero tales expectativas se vieron frustradas cuando los descubrimientos científicos pusieron de relieve la complejidad de un universo que no se comporta como la razón había previsto. Así, en las últimas del s.XIX, se empieza a hablar de la bancarrota de la ciencia. Entra en crisis la confianza en la razón universal, que srá una constante durante todo el s.XX. Esta crisis del racionalismo se puede remontar al s.XVIII, cuando Kant formula la crítica a la razón pura en la que se pone de manifiesto que no todo es explicable por medio de la razón, sólo aquello de lo que tenemos datos sensibles, empírica. Pero deja la duda de que haya realidades existentes que no son demostrables ni explicables empíricamente. A partir de esta crisis de la razón empiezan a afianzarse las corrientes idealistas y espiritualistas y arranca la tendencia hacia los valores irracionales, hacia los sentimientos, lo emotivo. En definitiva, la revalorización de las esferas individuales y subjetivas.
En filosofía asistimos a la irrupción de corrientes irracionalistas (vitalismo, existencialismo, que en la novela que vamos a analizar es de vital importancia).
En el arte asistimos, en el paso del s.XIX al XX, al asalto a la razón y a la revalorización de las esferas subjetivas. Lo subjetivo está en clara relación con el plano lírico. Por ello, si nos preguntamos cuál es el signo caracterizador del s.XX, responderemos que es un signo lírico.
Este signo lírico, como indica Pedro Salinas, responde a una actitud creadora radical, original, subjetiva. Este signo lírico implica cuando menos tres notas fundamentales de lo contemporáneo:
La presencia de un género dominante, la lírica.
El poder de irradiación o contagio de lo lírico o liricidad hacia otros géneros literarios como la novela o el teatro.
Implica un fuerte afán de originalidad, de novedad, que va a conllevar una ruptura con las formas y técnicas literarias anteriores.
El final del s.XIX y principios del XX tuvo mucho de desestabilización en todos los niveles, lo que va a provocar un cambio de cosmovisión, es decir, visión del hombre y el mundo. El concepto de desestabilización es cercano al concepto de crisis, y la palabra crisis tiene dos sentidos:
Crisis como expresión de la conciencia del mal estado de una realidad.
Crisis como expresión de un momento de cambio, de inestabilidad, es decir, un momento en el que se rompe con las normas establecidas.
Los años que median entre 1895 y las primeras décadas del s.XX son una encrucijada para Europa y el mundo en general. Por un lado se alcanza una cima en el proceso de expansión económica iniciada en el s.XIX. Va a comenzar la Segunda Revolución Industrial y entramos en la era del gran capitalismo y colonialismo. Es el momento del levantamiento de EE.UU como gran potencia, la hora del despertar hambriento de Rusia (1917). Son momentos también de organización y consolidación de los núcleos proletarios que luchan por mejorar sus condiciones de vida frente a la burguesía, como bien deja entrever la novela de La Busca, sobre todo en la segunda parte, que Manuel pasa a una vida en el extrarradio, donde se unirá al mundo del proletariado y a la dura faena de trabajar desde el alba al anochecer para tener qué llevarse a la boca. Esto se demuestra en el primer capítulo de esta parte, cuando comienza a trabajar en la zapatería, así como sus siguientes puestos en la tahona y junto a Karl, el hornero (estos dos últimos se encuentran en el primer capítulo de la tercera parte). Todo ello supone en el plano ideológico un enfrentamiento entre tendencias progresistas liberales frente a tendencias ideológicas más conservadoras. Este hecho lo vemos plasmado en la página 61 de la novela, en el fragmento que dice así:
“Era el señor Ignacio de un liberalismo templado, hombre a quien entusiasmaban esas palabras de la soberanía nacional y que hablaba a boca llena de la Gloriosa. En cuestiones de religión se mostraba partidario de la libertad de cultos; para él el ideal hubiese sido que en España existiese el mismo número de curas católicos, protestantes, judíos, de todas las religiones, porque así cada uno elegiría el dogma que le pareciera mejor. Eso sí, si él fuera del Gobierno expulsaría a todos los frailes y monjas porque son como la sarna, que viven mejor cuanto más débil se encuentra el que la padece. A esto arguyó Leandro, el hijo mayor, diciendo que los frailes, monjas y demás morralla lo mejor era degollarlos, como se hace con los cerdos, y que respecto a los curas, fuesen católicos, protestantes o chinos, aunque no hubiera ninguna no se perdería nada.
Terció también la vieja en la conversación, y como ara ella, vendedora de verduras, la política era principalmente cuestión entre verduleras y guardias municipales, habló de un motín en que las amables damas del mercado de la Cebada dispararon sus hortalizas a la cabeza de unos cuantos guindillas, defensores de un contratista del mercado. Las verduleras querían asociarse, y después poner la ley y fijar los precios; y eso a ella no le parecía bien.
-Porque ¿qué moler!-dijo-. ¿Por qué le han de quitar a una el género, si quiere venderlo más barato? Como si a mí se me pone en el moño darlo todo de balde-.
-Pues, no, señora- le replicó Leandro-. Eso no está bien.
-¿Por qué no?
-Porque no; porque los industriales tienen que ayudarse, y si usted hace eso, pongo por caso, impide usted que otra venda, y para eso se ha inventado el socialismo, para favorecer la industria del hombre.
-Bueno; pues que le den dos duros a la industria del hombre y que la maten.
Hablaba la mujer muy cachazuda y sentenciosamente. Estaba su calma muy en perfecta consonancia con su corpachón, de grosor y de rigidez de tronco; tenía la cara carnosa y de torpes facciones; las arrugas profundas, bolsas de piel lacia debajo de los ojos; en la cabeza llevaba un pañuelo negro, muy ceñido y apretado a las sienes.”
De esta manera en este fragmento se presentan distintas posturas en el plano ideológico, con el señor Ignacio como representante del progresismo liberal, Leandro como partidario de un socialismo radical, y la vieja de tendencias conservadoras.
Y en el plano internacional un enfrentamiento de bloques que estalló en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Además es una época de espectacular avance y evolución del pensamiento científico, filosófico, técnico...que van a socavar los valores y creencias tradicionales, dando lugar a una crisis de valores que tiene su raíz, como diría Unamuno, “en el desmoronamiento de la fe en las fuentes del consuelo tradicionales”. Es decir, crisis del racionalismo positivista, crisis de la fe en la ciencia, en el progreso, signo del auge de la burguesía del s.XIX y duda de la posibilidad de la existencia de una entidad trascendente.
Esta ausencia de una seguridad en una visión trascendente de la existencia da lugar a distintas reacciones como el resurgir de corrientes esotéricas, ocultistas, pero también va a dar lugar a posturas escépticas o agnósticas, como será la de Pío Baroja, y se plasmará en su obra.
El racionalismo se mina desde distintas posiciones o frentes. En el plano científico, la teoría da la relatividad de Einstein, la teoría del átomo de Ruttenford, la física cuántica de Max Planck, abocan la visión de un mundo relativo y fragmentario donde la razón ya no puede explicarlo todo, donde lo sólido se desmorona y se socavan los conceptos tradicionales de espacio y tiempo. Por tanto, el concepto de la seguridad positiva es sustituido por la idea de la indeterminación de Heideberg. El concepto de la relatividad implica además la imposibilidad de separar sujeto y objeto de observación y se pone en duda la visión objetiva de lo real, ya que ésta depende del sujeto que contempla. Así, frente al objetivismo buscado por el positivismo se observa en todas las esferas un resurgimiento de la subjetividad. Esto va a implicar un cambio fundamental en las técnicas de la novela porque se asume, desde la narratología, la puesta en duda de la posibilidad de proyectar una visión objetiva de la realidad, y se van a buscar nuevas fórmulas narrativas más acordes con la nueva dimensión relativa y subjetiva del hombre moderno. De esta manera podremos observar en la novela de Baroja, La Busca, cómo sus descripciones están dotadas de una gran subjetividad, plasmando mediante esats descripciones del paisaje o topografías los sentimientos del propio observador. De la misma manera, para darle un carácter todavía más subjetivo, realizará estas descripciones de manera que parezca que e el propio protagonista, Manuel, el que está describiendo lo que ve.
Pasamos de un mundo ordenado, presidido por un poder o por una serie de causas y efectos, a la visión de un mundo desordenado, caótico, donde no todo se explica por la razón o se salva por la fe, y que pronto dará lugar a interrogantes de carácter existencial sobre el sentido de la vida, la existencia (tema central de la obra estudiada), lo que desembocará en una preocupación fuerte por el problema de la muerte y el tiempo al concebir al ser en su existir. De aquí que uno de los temas principales de la literatura universal de principios del s.XX sea la importancia que adquieren los interrogantes existenciales y religiosos.
Asistimos también en el campo filosófico a la irrupción de filosofías irracionalistas y vitalistas como la Henry Bergson, para quien la realidad es algo dinámico que no puede ser explicado por la razón.
Pronto surgen las filosofías de ruptura con Nietzsche, quien lanza el grito “Dios ha muerto”, lo que simboliza, por un lado, la exaltación del yo, de lo vital, el sí a la eterna vivacidad frente a la vida eterna. Pero ello supone también asumir la ausencia de una trascendencia, de un Dios que de un soporte a la vida. El planteamiento de Nietzsche afirma la vida frente al mundo de más allá. Según el autor de la humanidad desde Platón ha ido relegando lo sensible, lo vital reprimiéndolo e tanto unos valores, un mundo de las ideas, unos principios trascendentes y piensa que para liberar al hombre hay que romper con ese mundo ideal. Ello implica una renuncia al mundo de lo trascendente, al mundo de las ideas.
En medio de este ambiente de irracionalista surgen las teorías psicológicas de Freud, que socavan la visión del ser humano como un ser íntegro, dueño de la naturaleza y dueño de sí mismo. Asistimos así a la clave, que es la disolución o disgregación del yo (crisis del sujeto). Para Freud el hombre está regido por unos impulsos irracionales, inconscientes, que le orientan hacia el placer y la felicidad. Pero a tales impulsos se le imponen la conciencia social y moral que lo reprime, de tal modo que la identidad del sujeto ya no es única, sino que Freud habla de tres conceptos: el yo, el ego y el superego.
Todas estas respuestas y actitudes nuevas son reacciones al racionalismo positivista del s.XIX. El s.XX esgrime gritos de rebeldía frente a la visión del hombre heredada del s.XIX, un hombre con una voluntad anulada en tanto determinada por la herencia o por el medio, como decía el materialismo positivista. Frente a ello el s.XX proclama la independencia del individuo, tiene lugar una afirmación del yo, y esto conecta con la clave de la recuperación de las esferas subjetivas, característica del inicio de siglo. Así veremos, cómo en la generación del 98 hay una clave fundamental que es la búsqueda de personajes, antihéroes, que personalizan la búsqueda de la voluntad vital, serán hombres de acción que luchan por encontrar el sentido de la vida y su sitio en el mundo.
Por tanto, el final del s.XIX y principios del XX se cierra o inicia con una crisis de valores trascendentes, a la que se suma la crisis de la razón, de la ciencia, lo que va a dar lugar a un sentimiento clave en la modernidad, el de la orfandad o desarraigo del hombre, lo que Eugenio Trias definió como la pérdida de identidad del hombre moderno. Así, la clave del vacío existencial, la conciencia nihilista, es una constante y como dice José Jiménez Olivo se prefigura la modernidad por esta experiencia del vacío. De aquí deducimos unos temas claves que van a aparecer en la literatura:
Tema del sujeto errante o escindido. Este tema tiene que ver con la pérdida de identidad del yo, con la fragmentación del yo. El sujeto errante es el sujeto que se pregunta angustiosamente por el sentido de su vida, que no sabe de dónde viene ni a dónde va, y que estará en relación con una temática existencial.
Temática que refleja la angustia vital o metafísica que brota de un desacuerdo con el mundo y de un sentimiento de insatisfacción, de no plenitud. De aquí otro tema clave.
Tema de la nostalgia de lo absoluto, de lo ideal, de algo mejor que la realidad dada. A raíz de ello derivan dos temas claves de principios de siglo: el tema del tiempo y de la muerte.
Por todo esto decimos que una temática característica del s.XX es una visión preocupada o angustiada por la existencia, lo que da lugar a una literatura cargada de interrogantes existenciales, de hecho, a la generación del 98 se les ha llamado precursores del existencialismo, y también descubriremos una desazón existencial en el modernismo.
Estas claves temáticas tienen una clara raíz romántica. Por ello dice Octavio Paz que el modernismo fue una culminación de a renovación y cosmovisión romántica, y por ello hablaremos también de una fuerte corriente neorromántica que cruza la generación del 98. Por tanto, el modernismo y la generación del 98 coinciden en esta experiencia del vacío. Sin embargo, es en el 98 cuando adquieren más importancia las preocupaciones filosóficas y existenciales. Esta experiencia del vacío brota de una visión angustiada de la existencia y de una actitud inconformista y tiene como base la crisis de valores que hemos ido analizando y cuya raíz es la crisis de la razón. Este asalto a la razón se produce en las letras hispánicas en dos movimientos: modernismo y generación del 98, a al que pertenece el autor de La Busca.
Este ambiente de crisis se agudiza en España, marcando un hito, el desastre del 98, que señala un apéndice de la decadencia española cuando España pierde las últimas colonias, y con ello renace todo un pensamiento crítico y activo de preocupación por el mal estado político, social y cultural de España (estos aspectos también están reflejados en la novela). No se debe, sin embargo, reducir la conciencia del mal estado del país al desastre del 98. Es el detonante. De hecho, es la consecuencia de un proceso de decadencia política y de modorra social cuyos puntos clave son:
La fantasmal estructura parlamentaria vigente desde 1875 con su sistema de partidos turnantes y su forma de poder, el caciquismo, como es denunciado en 1901 por Joaquín Costa, bajo el reinado de Alfonso XIII, un sistema al que pondrá fin la dictadura de Primo de Rivera, etapa en la que España vive una ligera mejora, pero en que las tensiones sociales se agudizan, al igual que los enfrentamientos entre los conservadores liberales. De hecho, no se consiguen solucionar los problemas de fondo.
Queda pendiente realizar una verdadera revolución burguesa tras el fracaso en 1868 de la Gloriosa(citada en el texto anteriormente expuesto), lo que va a dar lugar a una burguesía insatisfecha de la cual van a surgir esas voces críticas.
En el campo social nos encontramos con tensiones y enfrentamientos ideológicos. A un lado, un bloque de fuerzas conservadoras ligadas a la oligarquía, y al otro lado los liberales que buscan la realización de esa frustrada revolución burguesa y la equiparación del progreso en España a Europa. El campo de batalla de estas dos Españas van a ser el ejército y la Iglesia(relacionados con la España conservadora).
En resumen, un clima de inestabilidad debido al enfrentamiento entre unas clases sociales dominantes que limita el ascenso de las clases populares. En definitiva, un clima de desmembración social como diagnosticaba Ortega y Gasset en su libro España invertebrada, una España de bloques que se va perfilando y que estallará en la Guerra Civil española.
En el plano cultural una de las críticas más importantes es la del gran porcentaje de analfabetismo debido a una escuela ineficaz y mayoritaria. Otra clave es el aislamiento y desfase frente al desarrollo cultural, científico y técnico de Europa.
El descontento frente al ámbito político, social y cultural del país despierta la conciencia crítica de un grupo de escritores, artistas y pensadores que sintieron como pujante necesidad la urgente reforma de la vida española y aparece así una preocupación y un tema clave de la literatura española de principios de siglo, la preocupación por la postración de España, una actitud preocupada por la realidad, y de ahí un intento de reformar, mejorar la situación. Así, el inconformismo, el desencanto, el espíritu de rebeldía serán las respuestas de un conjunto de españoles frente a una sociedad abúlica gobernada por políticos ineficaces, frente a una situación social penosa, frente a una moral burguesa hipócrita, frente a un ambiente de crisis frente al cual reaccionan.
GENERACIÓN DEL 98
El término y concepto de la generación del 98 ha sido largamente controvertido por la crítica desde que Azorín lo acuñó en 1913. Agruparía a aquellos jóvenes que se habían caracterizado por una actitud crítica y activa ante la penosa realidad española de finales de siglo. Este concepto hizo pronto fortuna y pasó a formar parte de la historiografía literaria cuando Salinas le aplica los presupuestos generacionales de Pettersen. Sin embargo, la crítica más reciente dista de aceptar la existencia de una generación del 98 y la defiende la existencia de un único movimiento sincrético, el modernismo que nace como respuesta a la crisis finisecular. Por otro lado, creemos que es lícito hablar de un grupo del 98 basándonos en los siguientes criterios:
La importancia que adquieren los problemas religiosos y existenciales de la generación del 98. Se refleja la clave de la experiencia del vacío que inaugura la modernidad del s.XX. La generación del 98 busca una respuesta ante tal situación de vacío y crisis. En el sustrato filosófico cabe señalar la influencia de Nietzsche y Shopenhauer. Este hecho da lugar a dos posturas:
El cristianismo trágico (fe y razón en conflicto agónico) con Unamuno.
El ateísmo con Baroja, autor de nuestra obra que dejará entrever su postura anticlerical en el personaje de Leandro, basándonos en el texto citado anteriormente.
Actitud y respuesta frente al problema de España. Se trata más de la formulación de un panhispanismo frente a la pujanza de la América anglosajona que de una visión preocupada por el mal estado y decadencia de España.
Algo que caracterizará al 98 es cómo responden a qué es España y dónde buscar España.
Concepto de arte. El arte no es jamás un fin en sí mismo, sino un medio para buscar respuesta a la crisis finisecular. Según Pedro Salinas, buscaban verdades, existiendo dos verdades:
La verdad vital, un sentido a la existencia. Manuel se dedica durante todo su camino en la novela a buscar el sentido de su vida, aunque le resulta una tarea algo difícil.
La verdad de España.
Evolución. En la juventud les anima una actitud revolucionaria, activa, pero con el tiempo al verse frustrados estos ideales revolucionarios, derivan hacia posturas más conservadoras e idealistas.
En el plano literario la generación del 98 se caracterizó por lo que se llamó la estética de la sobriedad o la pobreza, como bien se demuestra en la novela, en la que abundan descripciones que muestran la miseria existente en el extrarradio de Madrid o en los suburbios. Así por ejemplo, una de las descripciones a destacar es la de La Corrala, en el segundo capítulo de la segunda parte: “(...)Hallábase el patio siempre sucio; en un ángulo se levantaba un montón de trastos inservibles, cubierto de chapas de cinc; se veían telas puercas y tablas carcomidas, escombros, ladrillos, tejas y cestos: un revoltijo de mil diablos.(...)” (pág.76).
En la juventud Azorín, Baroja y Maetzu formaron la Sociedad de los Tres para tratar el problema de España y le pidieron a Unamuno que se uniera al grupo. Los jóvenes del 98 reaccionan ante la situación de caos y marasmo político-social que cierra el final de siglo. Reaccionan contra una sociedad utilitarista con una ética mercantil, una sociedad inmovilista, abúlica. Reaccionaban frente a la hipócrita moral burguesa, frente al sistema parlamentario vigente. En definitiva, frente a una España que se desmoronaba. Así, llevaron a cabo una serie de actos, formaron la Sociedad de los Tres, publicaron un manifiesto con la voluntad de regenerar España, intentaron intervenir en el problema de España. Pero estos intentos activos duraron poco debido al desengaño de los mismos y abandonan el camino de la acción para dirigirse hacia el camino de la perfección interior. Se inicia así hacia 1905 un giro hacia posturas más conservadoras e idealistas. Es decir, pasan de la acción a la contemplación, a la vez que se supera la postura europeista que habían defendido hasta ese momento. Así, lo que había sido violenta protesta contra la tradición y adhesión incondicional a lo europeo como esperanza de resurgimiento nacional dejó paso a la renuncia, a la lucha por la transformación radical de las circunstancias político-sociales y a la preocupación por la búsqueda de las claves de la esencia de España. A la vez, se intensifican los problemas existenciales, que se centran en la preocupación y búsqueda de un sentido a la existencia, la verdad vital. Derivan así hacia actitudes más contemplativas e idealistas y en consecuencia, más conservadoras, pues se distancian de sus posturas más activas y revolucionarias.
De esta manera. Podemos decir que en La busca, Baroja realiza una crítica a ese intento de reformar España en lo que ya no creen: “(...)conversación agradable para la mayoría de los españoles que nos sentimos regeneradores”. Así también realiza una crítica a la Sociedad de lo Tres demostrando que realmente no consiguió su objetivo. Esto lo hizo mediante la creación de una cuadrilla formada por Vidal, el Bizco y Manuel, que finalmente se separaron y no alcanzaron su objetivo, conseguir una vida digna entre todos.
Lo fundamental y característico de la temática del 98 con respecto a España es cómo responden a qué es España y dónde buscar y encontrar la respuesta. Lo primero que buscan es establecer un núcleo central, una base firme que permita examinar la realidad, una roca firme de tradición, y lo van a buscar, no en la historia oficial de España, sino en la intrahistoria, vida e idiosincrasia de los millones de hombres sin historia. De esta manera encuentran la verdad de España en el pueblo llano.
En cuanto al paisaje, es un núcleo fundamental en la generación del 98. En la visión de éste hay que distinguir dos puntos:
Se evidencia en sus planteamientos del paisaje y su relación con los personajes el sistema ternario de Hipólito Taine entre paisaje, carácter y cultura, o, paisaje, idiosincrasia y cultura. Baroja pensaba que el medio hace al hombre.
Es característico de la generación del 98 una visión subjetiva del paisaje. Así, junto a una visión crítica nos encontramos junto a una visión lírica de España, que nace de la escisión entre el amor y el dolor por España, y esta visión subjetiva se traducirá e que aparece una conexión entre alma y paisaje. Al paisaje se le atribuye la formación de la idiosincrasia nacional e identifican las características de la esencia española que ellos vieron en la sobriedad y el idealismo con el paisaje castellano. Así, como he dicho antes, Baroja en su novela hace uso de las descripciones para expresar el estado de ánimo de Manuel, que normalmente suele ser bastante pesimista, pues tiene ideas muy confusas mientras intenta averiguar qué ha de hacer con su vida. De esta manera el autor nos presenta la lucha de los de abajo por subir, de los de afuera por entrar al centro de la ciudad.
PÍO BAROJA
Tres notas pueden resumir la presentación de este escritor vasco: individualismo, sencillez y sinceridad.
Pío Baroja llevó una vida errante, andariega. En su juventud, primero con su familia, después como ayudante de su padre y posteriormente como médico o con propósito literario, Baroja recorre el País Vasco, Castilla y países extranjeros. Cabe decir que a cada descripción o ambiente novelesco corresponde en Baroja un conocimiento previo del lugar (Baroja es uno de los últimos grandes realistas de la época, porque para él el arte es reflejo de la vida).
Pío Baroja nació en Nessí (San Sebastián) en 1872. Su padre era ingeniero de minas aficionado a escribir, de izquierda liberal y de un talante aventurero, activo, opuesto al talante contemplativo y hogareño de Doña Carmen, su madre.
En la adolescencia cambió de residencia varias veces: de Madrid a Pamplona. Aparece ya aquí su tendencia al apartamiento, su humor melancólico.
Vuelve a Madrid e inicia estudios de medicina. En 1884 nace Carmen, su hermana. Fue Baroja un mal estudiante y sufre entonces sus primeros desengaños sentimentales porque no era elegante, ni rico, ni decidido (estas características podemos observarlas en el Carnicerín, novio de la Justa, de quien se enamora Manuel, pero no es correspondido). En 1891 se licencia en Valencia y en 1893 se doctora con una tesis sobre el dolor. Obtiene un puesto en Cestona como médico rural, experiencia que le resultó insatisfactoria como a Andrés Hurtado en el Árbol de la ciencia .
Vuelve a Madrid en 1889 para regentar una panadería de una tía suya. Viaja a Francia y regresa a Madrid dedicándose por entero a la literatura y la actividad periodística. Empieza a publicar y su fama se va consolidando. En 1903 se le hace un homenaje por el éxito de Camino de perfección . En 1911 publica El árbol de la ciencia.
En 1902 se compra el caserón en Iztea, Vera de Bidasoa, donde pasa largas temporadas. En 1935 ingresa en la R.A.E no sin sorpresa porque se aceptara a este individualista y rebelde escritor. El estallido de la guerra civil lo sorprende en Iztea y es detenido y a punto de ser fusilado por sus ideas anticonformistas y por su anticlericalismo. Se exilia en París y Basilea, y en 1940 regresa siendo tolerado por el régimen al que prestó un tímido apoyo.
Fue instrumentalizado por la derecha como ideólogo y precursor del fascismo por su postura germanófila y antisemita. Ello es una paradoja, ya que tanto defendía la libertad del individuo frente al estado (individualista) como reclamaba una dictadura inteligente. Nace tal paradoja de su contradicción interna entre: libertad/orden y activo/contemplativo.
Muere en el 31 de octubre de 1956 a los 84 años. Fue enterrado en un cementerio civil, su último acto de rebeldía. Fue fiel a sí mismo, a su temperamento individualista.
Por su personalidad de hombre individualista y sincero Baroja tenía el don de incomodar a casi todo el mundo. Su vida fue un rosario de experiencias negativas que desde niño lo convirtieron en un inadaptado, solitario e inseguro de sí mismo. Ello le lleva a un talante de hombre rabioso, resentido y con un poso de amargura vital. Ello junto a su aguda sensibilidad y su actitud tajante, agresiva lo llevan al aislamiento y la brusquedad del tímido.
Baroja era anti-todo: antimonárquico, antisocialista, anticlerical, anticristiano, antisemítico, antiacadémico, antiretórico... Esta actitud la pone de relieve en su novela, sobre todo en el personaje de Leandro, que es, ante todo, anticlerical. Esta actitud no deja de ser una respuesta ante la crisis finisecular, ante la cual adopta una actitud iconoclasta, demoledora del radical inconformista. Una actitud sobre todo contra lo falso e inauténtico. Tras esta actitud late, sin embargo, una profunda sensibilidad, un espíritu compasivo, tierno, hipersensible al dolor y a la injusticia.
La larga vida de Baroja abarca las últimas décadas del s.XIX y la primera mitas del s.XX, época de transición, de múltiples cambios, con lo que obtiene una visión desconfiada ante su época, lo cual se tradujo en una actitud de distanciamiento ante las diversas situaciones históricas y culturales que vivió. Fue un gran individualista.
Baroja no se adhirió nunca a una ideología, a un sistema de ideas. Su pensamiento está formado por un conjunto de ideas que dejó en sus obras. El punto de partida es su individualismo. Este principio fundamental le hace desconfiar de todo planteamiento colectivo, tanto político como social, pues ve en ello una amenaza de su libertad individual. Así se entiende en el momento en el que en La Busca Manuel no accede de buena gana a unirse a la cuadrilla de Vidal y el Bizco, sino que prefiere continuar el solo. Por ello los sistemas basados en la colectividad le producen rechazo: comunismo, socialismo... Por ello en su juventud Baroja presenta una línea cercana al anarquismo, coincidiendo con ese espíritu rebelde-activo de la juventud de la generación del 98. El anarquismo le atrajo por su exaltación del individuo frente al sistema, no por sus ideales de redención social. Sin embargo, esta actitud rebelde de sus años juveniles se irá transformando en una actitud más conservadora: se declara partidario de una dictadura inteligente y prestó un tímido apoyo al franquismo. Pero realmente Baroja no se adhirió: aceptó y toleró para que le dejasen en paz. Tampoco era en realidad un radical anarquista. Lo que mejor lo define es liberal radical, lo que conecta con su individualismo. Esta contradicción nace de un deseo de un mundo que armoniza libertad/orden: teme que el orden merme su individualidad, pero al mismo tiempo teme el desorden, la revolución. Manuel en La Busca tiene que entrar en el orden, en la sociedad.
Su concepción de la vida es inseparable de su temperamento y del momento histórico que le tocó vivir. El pensamiento de Baroja supone un resumen de la crisis finisecular: sus ideas en torno al hombre y al mundo se inscriben en la línea del pesimismo existencial y en muchas de sus novelas encontramos una reflexión sobre el problema del ser y la existencia del hombre. De esta manera en la novela que hemos leído presenta perfectamente esta concepción, pues el personaje principal se encuentra con el mayor problema del ser, elegir, decidir qué hacer con su vida, qué camino seguir.
A la pregunta para qué la vida Baroja responde que la vida no tiene sentido. El mundo para Baroja es un caos, un absurdo, una crueldad y el hombre un animal dañino, cruel, lleno de malos pensamientos sobre todo de egoísmo y vanidades, algo que muestra sobre todo en la figura del Bizco. De ahí que en sus novelas se presenta una sociedad insolidaria y egoísta, tal como se refleja en La Busca en el momento en que las damas de la burguesía se acercan a los mendigos y clases bajas a recomendarles que recen, pero lo que ellos necesitan en realidad no es eso, es algo que llevarse a la boca, un trabajo, un techo bajo el que cobijarse...
Este pesimismo tiene como trasfondo la lectura de Shopenhauer, al considerar la vida como un sufrimiento incesante, como un círculo de frustraciones. Frente a este pesimismo se superpone el culto a la voluntad, a la acción, que evidencia la influencia de Nietzsche: remedio del mal de vivir, la acción. Así, también esta postura tiene cabida en la obra que estudiamos. Podríamos decir que estaría representada por Roberto, que sigue adelante en sus investigaciones, con la plena confianza de que alcanzará su objetivo.
Esta visión desolada de la existencia deviene de la falta de fe en el hombre , en la filosofía, en la religión, política... todo ello alude al descrédito de la razón, a la pérdida de verdades y principios absolutos: la entrada en el cosmos de lo relativo en el s.XX . Tras este pesimismo late una inmensa ternura sobre todo ante los seres indefensos.
Baroja concibe el cristianismo como un sistema dogmático, cerrado y antivital. En La Busca, mediante las intervenciones de Leandro en el párrafo citado al principio, aparece esta crítica, así como cuando las damas de la burguesía les dicen a los vagabundos y clases bajas que recen , que se casen... pero ellos no quieren nada con Dios, él no les da comida, ni casa...
Admira a Nietzsche y Shopenhauer. Busca con ellos hacerse una pauta para vivir y pensar. Su visión de la vida está en contacto con las teorías vitales irracionalistas ya que concibe la vida como acción dinámica, como un devenir. En sus novelas refleja el devenir, la marcha de sus personajes, hay un constante dinamismo.
En La Busca se ve la lucha de muchos individuos por forjarse una destino, una vida. Este anteponer la voluntad a todo es clave de la generación del 98. de aquí otra clave: sus personajes son hombres de acción (Roberto) o bien el abúlico cuyo impulso vital ha quedado paralizado por su falta de fe en el mundo (Vidal).
Baroja buscará la esencia de España en la intrahistoria, mostrando en sus novelas la vida del pueblo llano, de los marginados. Esa es la verdad y la realidad que desea que cambie.
ÍNDICE
Pag.
CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIAL 1-10
GENERACIÓN DEL 98 11-14
PÍO BAROJA 15-19
PÍO BAROJA
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