Ética y Moral


Pena de Muerte


PENA DE MUERTE

Aníbal QUIROGA LEON

|

Ultimos acontecimientos del drama lamentablemente

cotidiano de nuestra sociedad nuevamente han traído a la mente

de algunos antiguos y noveles legisladores, y de no pocas

personas, la posibilidad de reinstaurar la pena de muerte.

Ellos inevitablemente trae sesudos debates jurídicos,

políticos y culturales acerca de la necesidad de la sociedad

de defenderse adecuadamente, de la proporcionalidad de las

penas, del factor discutidamente disuasivo de la pena capital,

y hasta de su propia semántica como "pena" al ser terminal;

cuando por su propia definición humanitaria, la punición legal

debe ser siempre reeducativa, sancionadora y no vindicativa.

Pero esto último resulta siendo lo más discutible.

Y es que tal vez, y sin tal vez quizás, el plano de

discusión de la pena de muerte es fundamentalmente moral, y

por eso la imposibilidad de llegar a un consenso razonable,

por eso la posición cambiante de la sociedad que, de tiempo en

tiempo y de tumbo en tumbo, gira entre la pena de muerte y su

proscripción.

Siendo moral el real fondo de la discusión, esta jamás

tendrá fin. No podemos, si queremos ser consecuentes con una

verdadera vocación democrática, imponer nuestra moral a los

demás, máxime cuando ella misma nos enseña el camino de la

tolerancia, de la aceptación de los demás aunque no sean de

nuestro agrado, del mutuo respeto.

Es curioso comprobar que en ello, muchas veces se

descubre una doble moral -que en el fondo es ninguna-, cuando

por ejemplo los mismos personajes que a capa y espada -en el

más fiel sentido de la expresión- reprueban a muerte (?) el

tema del aborto, se definen partidarios de la pena de muerte

como opción social en la sanción a lo que se entiende como los

crímenes más aberrantes de nuestra sociedad, incluyendo en

ello a importantes líderes de la Iglesia que, Biblia en mano,

pueden incluso justificar su aplicación a la luz de su

interpretación de las Sagradas Escrituras.

El tema de la pena de muerte, sin solución teórica a la

vista, enfrenta en realidad una "Cultura de Vida" con una

"Cultura de Muerte". Saber si vamos a responder aún con la Ley

de Talión, y si por cada vida arrebatada, arrebatáramos en

nombre de la ley otra es lo que debemos determinar cara a

nuestro futuro como sociedad, como Nación.

Además de ello, el tema de la pena de muerte nos enfrenta

a un problema de legalidad internacional. El Tratado

Interamericano de Derechos Humanos de San José de Costa Rica,

suscrito en 1969, y ratificado por el Perú por partida doble

en 1978 y en 1980 -en este último caso, a nivel

constitucional- señala taxativamente en su Art. 2º la

prohibición de que los Estados partes que hayan suprimido la

pena de muerte la reimplanten, o que luego de derogada en uno

o más la extiendan a supuestos de hecho abandonados a esa

fecha o futuro. Si bien en 1978 el Perú contemplaba la pena de

muerte en caso de homicidio calificado contra miembros de las

FFAA o FFPP, o violación de menores, en 1980 ello fue

restringido por mandato constitucional a sólo un supuesto: la

traición a la Patria en caso de guerra exterior; dejando fuera

de tal sanción la traición a la Patria en tiempos de paz. Por

ello nuestra obligación como Nación, so riesgo de incurrir en

grave responsabilidad internacional, nos enfrentaría, en caso

de tratar de reimplantar la pena de muerte de supuestos

diferentes, a tener que denunciar el Pacto de San José,

debiendo esperar los dos años de moratoria que su sistema de

desvinculación exige, con el descrédito y la inconveniencia

internacional que ello supondría, costos y responsabilidad que

muy pocos valoran cuando prestamente lanzan sus propuestas al

aire.

Pero sobre la pena de muerte, cuya ausencia no nos ha

impedido derrotar eficientemente casi toda actividad

terrorista, y donde el confinamiento de por vida de sus

principales cabecillas sea tal vez mejor castigo para éllos y

para la sociedad, quizás quien mejor pueda adentrarnos en su

reflexión más humana sea el Prof. Daniel SUEIRO (*), quien

sobre el particular expresara: "A lo largo de los años y de

los siglos ha ocurrido que sólo se ahorcó simplemente cuando

hubo que dejar de descuartizar, sólo se agarrotó cuando hubo

que dejar la espada o el hacha, sólo se gaseó o electrocutó

cuando fue preciso dejar de linchar o arrancar la piel a

tiras.... Cuando haya que dejar de electrocutar y gasear, de

fusilar y agarrotar, de guillotinar y ahorcar, que no sea

porque los reos puedan suicidarse a escondidas, sin hacérnoslo

saber ni hacérnoslo sentir. Que sea porque se puede dejar de

matar..."

(*) El Arte de matar; Ed. Alfaguara; Madrid-Barcelona 1968.




Descargar
Enviado por:Pablo Mola
Idioma: castellano
País: España

Te va a interesar