Sociología y Trabajo Social
Modernidad
Las dos caras de una Luna llamada Modernidad.
Julio Muñoz Ramírez*
La modernidad al igual que la luna presenta dos caras, una que solemos apreciar durante las noches despejadas y otra que se mantiene oculta. Es por ello que al momento de revisar los diversos planteamientos e ideas que surgen sobre este tema, resulta confuso poder establecer una propia postura, aún más cuando muchos autores no se han puesto de acuerdo en lo que realmente significa ella, y que nos mantiene en una constante encrucijada, sobre todo hoy, cuando se anuncia su término y el comienzo de una nueva etapa que sutilmente (y muy obviamente) hemos denominado Postmodernidad.
Lo claro es que la modernidad surgió no como un acontecimiento o hecho aislado en nuestra historia, sino como una transformación en nuestras convicciones y que afecto seriamente las raíces culturales de una época que presentaba “la estrechez de criterio, el dogmatismo y sobre todo, las restricciones de la autoridad”.
Como toda transformación supuso tensión e inestabilidad, lo que implica no sólo un cambio, sino también una continuidad de aquello en cuestión. No creamos que un campesino de la Edad Media abandonó de la noche a la mañana, por decreto o mandato jurídico, una forma de pensar y concebir al mundo.
Han sido cambios extensos y de diversa complejidad, porque nosotros no estamos volando en el aire. Somos y hemos sido parte de una cultura que ha moldeado nuestras vidas. Estamos arraigados a ciertas costumbres y tradiciones que han pasado de una generación a otra (actuando negentrópicamente). Por eso, es que me atrevo en referir la existencia de una “paradoja”, en donde, por una parte, esta presente lo antiguo, lo cuestionado y por otra, lo nuevo, lo emergente, una característica propiamente moderna.
Tomando la idea desarrollada por Thomas Kuhn en su libro “Las Estructuras de las Revoluciones Científicas”, estos cambios estructurales han respondido a una crisis de los postulados y principios que sostiene a un “estilo de ver, percibir, conocer y pensar” lo que conceptualizaría como “Paradigma “. Reafirmando lo expuesto en el párrafo anterior, esto no significa que el paradigma que nos ha precedido, haya desaparecido, sino que más bien pierde válidez frente al nuevo (ambos paradigmas coexisten).
Sin duda, la fe irrestricta en Dios manifestada durante la época medieval se traspasó en una fe ciega en el ser humano y el desarrollo de sus capacidades y/o potencialidades. Surge el mito del progreso, que junto con la razón y la identidad, forman una triada que transforma al hombre en un proyecto.
Lo que asesinó Nietzche en su obra fue el Dios de la religión, pero no la fe del hombre, porque este siempre necesita creer en algo que le provea seguridad y esto por un lado, significo con el advenimiento de la modernidad, “un presunto triunfo de la libertad contra las fuerzas del mal y la ignorancia”.
Los cambios experimentados fueron configurando una alternativa de resurgimiento del hombre y de una sociedad que “privilegia el futuro”, abriendo nuevas interrogantes sobre el funcionamiento de la naturaleza y de si mismo. Es aquí en donde la inclusión del principio de duda jugó (y sigue jugando, bajo la figura de la incertidumbre) un papel importante en el área del conocimiento y que tuvieron impactos profundos, por ejemplo, en la física, trasladándonos desde el pensamiento de Galileo a la “relatividad” de Einstein.
Algunos autores como Michel Maffesoli destacan que en la modernidad “hubo grandeza al poner el acento en el libre albedrío individual”. Esto se contrapone con la idea de Max Weber quién sostenía que el proceso modernizador atrapaba al hombre en una verdadera “jaula de hierro” de opresión y manipulación. Marx iba más allá y planteaba lo ambivalente que resultaba este proceso, en donde “el desarrollo de las relaciones capitalistas de producción provocó una alteración de las relaciones sociales”
Por lo visto, la modernidad que prometía al hombre un mejor bienestar resultó en muchos de los casos un arma de “doble filo”. Por un lado la fuerte dependencia que sostuvo con el modelo capitalista o lo que llamaba Wallerstein “Economía -Sistema Mundo” generó una profunda división de la producción entre aquellos países con un desarrollo tecnológico más avanzado y los que se dedicaban a la extracción de materias primas. Esto a su vez, afecto a las estructuras sociales con otro fenómeno que se conoce como la División Internacional del Trabajo. Si bien, nos habíamos zafado de las ataduras de la estructural estamental, se da la génesis de un nuevo antagonismo (o lucha de clases) entre la clase- dueña de los medios de producción y la clase trabajadora o proletariado.
Sin duda, esto se agudizaría con el desarrollo de la Revolución Industrial en los siglos XVIII-XIX y que crearía una serie de desigualdades sociales que en su conjunto llamaríamos “Cuestión Social”, generando por un lado, la respuesta de la filosofía a través del Socialismo y por otra, la de la propia Iglesia Católica con su Encíclica “Rerum Novarum” del Papa León XIII.
Otro hecho importante a destacar, es la migración campo- ciudad que se propició, debido a que está última concentraba en ella a las industrias. Esto obligo a muchos de los campesinos a trasladarse a las ciudades, que pronto se transformarían en un símbolo del progreso, éxito y de las expectativas de un mejor estándar de vida. Pero, muchas de estas expectativas en la práctica no lograrían concretarse.
De lo que se ha tratado hasta ahora es el alcance de una modernidad que ha potenciado enormemente el desarrollo tecnológico e industrial y que no se ha detenido hasta nuestros días. ¿Podría pensarse en el fin o desaparición de este desarrollo? o como lo dijera Wallerstein, ¿se puede pensar en un fin de la “modernidad de la tecnología”?. Yo creo que no y sobre todo, cuando el mundo alcanza niveles de interacción e intercambio entre las culturas y los países (y que muchos llaman “Globalización”) nunca antes vistos en nuestra historia.
En lo que si concuerdo plenamente con Wallerstein, es que la “modernidad de la liberación”, si bien tuvo su máxima expresión con el estallido de la Revolución Francesa en 1789, aún permanece siendo una ilusión. Las ideas de representación del poder, la noción de ciudadano y la consagración de los ideales de igualdad de derechos, libertad y tolerancia fueron conformando la figura del Estado-Nación que comenzaría posteriormente a relacionarse con la idea de Democracia.
Pero, ¿podrá una democracia desarrollarse cuando el Estado busca una homogenización de sus ciudadanos mediante la aplicación de impuestos, la existencia de fuerzas de orden (o lo que otros han llamado “de represión”) y la construcción de una identidad vía un modelo de educación, para asegurar la unidad?. Esto, tal vez, es consecuencia de que en la modernidad siempre se ha valorado a lo único por sobre lo múltiple. Nadie puede desconocer que lo que se pretendió fue una homogenización del mundo o más bien dicho, una “occidentalización” de él, ya sea de sus valores y principios, como así también de sus patrones sociales, económicos, políticos y culturales.
Un caso que merece un apartado, es lo que sucedió con el descubrimiento y conquista de América. No sólo significo para Europa la expansión de sus mercados, sino también la consolidación de un sistema y del propio pensamiento moderno. Para algunos, la posibilidad de que América Latina haya experimentado los procesos que ha implicado la modernidad, no pasa de ser una imposición que se ha articulado como “un artificio o mentira”. El hecho de que no se hallan registrados los mismos fenómenos que en Europa, como la revolución industrial (símbolo de la modernidad tecnológica) o la revolución francesa (símbolo de la modernidad libertaria) han dado fuerza y válidez a la tesis anterior. Pero, no debemos olvidarnos que el sometimiento americano supuso un proceso de sincretismo cultural, que “cruzó” costumbres, tradiciones y cosmovisiones entre los pueblos dominados y sus conquistadores. Claros ejemplos, son simbólicamente la Virgen de Guadalupe en México y la Virgen de la Tirana en el norte de nuestro país.
Tal vez, en América Latina lo que realmente se produjo fue una copia de la modernidad europea, que se nos fue impuesta, pero que resultaría ingenuo pensar que sea idéntica a ella. Sin embargo, hay algunos planteamientos como el de la CEPAL, en su Informe sobre “Crisis y Desarrollo: Presente y Futuro de América latina y el Caribe” , que precisan que los problemas existentes se resumen a que nuestra cultura no ha sabido adaptarse a la modernidad y necesita producir las motivaciones y actitudes requeridas para el rendimiento óptimo de los modernos sistemas de producción, reproducción y gobierno de la sociedad Los desarrollos latinoamericanos y europeos hacen que estas sean incompatibles, y que los desafíos que se propongan en ellas sean diferentes. Puede ser esto, el origen para muchos de estos problemas que se evidencian en nuestro continente. Mientras no entendamos que las diferencias culturales son más fuertes que las imposiciones, seguiremos preguntando y cuestionándonos nuestra identidad y si verdaderamente somos una sociedad.
Otro gran problema que se ha evidenciado con el desarrollo de la modernidad es el profundo protagonismo que alcanzo la razón, y que ha llevado ha plantear “las consecuencias negativas que el proceso de racionalización social tiene para la vida de los hombres” (lo irracional de la racionalidad). No siempre, ser racional significa estar haciendo lo correcto. La razón nos ha alejado de elementos tan esenciales como nuestra propia naturaleza. Hemos sido capaces de sobreexplotarla, sin considerar, los grandes perjuicios que se han generado. Otro efecto negativo de la razón, ha sido las enormes ansias de poder que los hombres han sentido, junto con el individualismo y que lo ha exteriorizado e insensibilizado de los demás. “El fin justifica los medios” de Maquiavelo refleja, sin discusión, este espíritu.
Después de todo lo anteriormente expuesto, la modernidad en su conjunto, ¿ha sido “la modernidad de la satisfacción de las necesidades humanas”?
Pero, ¿de qué necesidades?, ¿las mías?, ¿las de usted?
Todas estas ideas crean un clima de pesimismo frente a lo ha significado la modernidad. Entonces, ¿por qué seguir viviéndola?
No creo que la crítica deba apuntar siempre hacia un modelo o sistema como si estuviese fuera de nosotros. Junto a esos sistemas y modelos formamos comunidades (sino, veamos el propio lema del proceso de acreditación de nuestra universidad, “La ULA la hacemos todos), aunque con esto, no quiero decir que los responsables de los grandes conflictos como las guerras mundiales o los desastres naturales (calentamiento global, destrucción de la capa de ozono, deforestación, etc) seamos nosotros (por lo menos, no directamente). Muchas veces, las decisiones que se toman en las cúpulas de gobierno y poder, buscan proteger a ciertos intereses, y es por esto, que es fundamental que los Estados propicien la participación social o no la repriman. Hoy existe un enorme descontento con lo que se realizado (aunque no debemos desconocer los grandes avances que el hombre ha experimentado, como en el campo de la medicina). Pero ello, no nos debe llamar a querer cambiar un sistema, desadaptadonos de él. Considerando lo expuesto por Martín Hopenhayn, pienso que aún es posible realizar una revolución y no creo en su muerte. Están dadas las condiciones para lograrlo. Pero, no una revolución de los movimientos frentistas, paramilitares o terroristas, sino de aquellos movimientos sociales que representan auténticamente las frustraciones, anhelos y sueños de nuestra sociedad. Creo que seguir tirando “mierda” desde el otro lado de la vereda, no contribuye a nada. Debemos aprovechar los beneficios que nos presenta los propios fenómenos globalizadores, para conformar grandes movimientos con propuestas claras y no demagógicas, buscando siempre respetar nuestras diferencias.
Hoy se dice que estamos frente a un gran cambio y que se ha denominado Postmodernidad. Pero, para que haya surgido esta nueva etapa debió haber ocurrido una crisis en los cimientos de la propia modernidad, registrándose “puntos de ruptura” con su pensamiento fundante.
La razón presunta para ello, es que la modernidad no logró satisfacer las necesidades y el resurgir del hombre, por lo que es inevitable requerir dar una salida. Pero, ¿no es acaso la misma salida que se planteaba cuando se dio origen a la modernidad?
Por una parte, resulta iluso pensar que la modernidad deba acabarse, aún más cuando somos testigos de cómo un modelo de producción y un sistema económico, con todas las transformaciones y cambios que ha experimentado, logra asentarse en las dinámicas internas de prácticamente todos los países y latitudes del mundo.
Pero por otra, este nuevo periodo “no lo rige únicamente la razón, como lo fue el caso de la modernidad, sino que lo mueven, igualmente, los sentimientos, los afectos, los humores, todas dimensiones no racionales de lo dado del mundo”. Puede ser esto, la causa de que nos encontremos con una sociedad, que tiende hacia una diferenciación de sus componentes, una heterogenización de las realidades y que incluso se expresa en el desarrollo y la utilización de diversos paradigmas para explicarlas. Pero, que esto signifique el triunfo de lo múltiple por lo sobre lo único, es cuestionable, sobre todo cuando existe una fuerte estandarización de los estilos de vida.
Otra afirmación que se ha planteado para dar legitimidad a está postmodernidad es que “el gran mito del progreso infinito de la humanidad se halla seriamente puesto en duda”.
De igual manera, “la influencia de distintas corrientes orientalistas es un signo inequívoco de crisis del pensamiento moderno occidental”. Esto se demuestra en un fuerte intercambio cultural y tecnológico con los países asiáticos, como en el caso de Chile que hace algunos días firmó un Tratado de Libre Comercio con la República China y se presta a negociaciones con el Japón para los mismos efectos.
Pero, ¿estas son razones suficientes para sostener la superación de la modernidad? Pienso que muchos de estos cambios, han respondido a la dinámica misma que se instauro con el pensamiento moderno. Además para que hablemos ya de una nueva etapa, esta crisis debería estar superada.
En síntesis, lo que hoy estamos viviendo es una Crisis de la Modernidad, de sus principios y valores, de sus dinámicas y de la relación del hombre y su entorno.
Lo que no esta en crisis, es que este mundo, “el mundo real e histórico, con su masa de tensiones y contradicciones, siempre ha estado en crisis”. Todos, en algún momento, nos hemos cuestionado quienes somos, y si lo que vivimos es real (a mi parecer, una contribución cien por ciento moderna). Tal vez, eso hace que muchas de las personas no dimensionemos lo que nos ocurre.
Nuestra propia cotidianeidad, es estar en crisis. Si no hubiera crisis, no nos podríamos replantear. Como lo conversaba en una oportunidad con un amigo, siempre necesitamos de un grado de inseguridad, porque es la única manera de poder sentir que es lo que nos hace estar seguros.
Nunca somos realmente mejores, porque todos los días sentimos que podríamos dar y entregar más. Esta dinámica nos permite superarnos.
Con esto, no quiero caer en un fatalismo como que “no podemos escapar a una vida que debemos finalmente vivir”, pero de lo cual, debemos estar claros que somos parte.
Que nos consideremos más o menos modernos o postmodernos depende del grado de integración y del punto de vista con que miremos. Lo importante, es que cada día vayamos descubriendo cuales son nuestras propias “crisis” y que aprovechemos lo bueno que estos fenómenos significan para ir logrando un progreso que integre verdaderamente al hombre y su naturaleza, y al él consigo mismo.
Hay que mirar esta luna, sabiendo que siempre estará ahí, ya sea en noches despejadas o de lluvia, y que su luz irradiante, nos puede dejar perplejos para que no descubramos su lado oculto.
Wallerstein, Inmanuel; ¿El fin de qué modernidad?, pág. 14
Mires, Fernando; “La Revolución que nadie soñó y la otra postmodernidad”, pág. 159.
(*) Estudiante de Segundo Semestre de la Carrera de Trabajo Social Universidad de Los Lagos.
Wallerstein, Inmanuel; ¿El fin de qué modernidad?, pág. 14
Maffesoli, Michel; “El instante eterno”; Una vida sin objetivo. pág. 19.
Echeverría, Rafael; “El Búho de Minerva”; Principios Constitutivos de la Modernidad, pág 36.
Maffesoli, Michel; “El instante eterno”; Una vida sin objetivo. pág. 23.
Acanda, Jorge Luis; “La encrucijada epistemología y re-sacralización del mundo” en www.filosofia.cu/contemp/acanda007.htm
Ibíd.
Maffesoli, Michel; “El instante eterno”; Una vida sin objetivo. pág. 20
Brunner, José Joaquín; “América Latina, Cultura y Modernidad” .Entonces, ¿Existe o no la Modernidad en América Latina?, pág. 241.
Brunner, José Joaquín; “América Latina, Cultura y Modernidad”; Modernidad y Postmodernidad en la Cultura Latinoamericana, pág. 207.
Causiño, Carlos; “Razón y Ofrenda”; La Modernidad Oculta: el Barroco, pág.107.
Wallerstein, Inmanuel; “¿El fin de qué modernidad?”, pág.15.
Hopenhayn, Martín; “Ni apocalípticos, ni integrados”, El día después de la muerte de una revolución, pág. 17.
Echeverría, Rafael; “El Búho de Minerva”; Puntos de Ruptura del Pensamiento Moderno, pág.265.
Maffesoli, Michel; “El instante eterno”; Una vida sin objetivo, pág. 33
Ibíd. pág.26.
Echeverría, Rafael; “El Búho de Minerva”; Los Puntos de Ruptura del Pensamiento Moderno, pág.275.
Baudrillard, Jean; “La ilusión vital”; El Asesinato de lo Real, pág. 58.
Maffesoli, Michel; “El instante eterno”; Una vida sin objetivo, pág. 24.
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Enviado por: | Julio Alberto Muñoz Ramìrez |
Idioma: | castellano |
País: | Chile |