Filosofía y Ciencia
Mito del origen y del destino
EL MITO DEL ORIGEN Y DEL DESTINO
Capítulo 1
EL HISTORICISMO y EL MITO DEL DESTINO
Se halla ampliamente difundida la creencia de que toda actitud verdaderamente científica o filosófica, como así también toda comprensión más profunda de la vida social en general, debe basarse en la contemplación e interpretación de la historia humana. En tanto que el hombre corriente acepta sin consideraciones ulteriores su modo de vida y la importancia de sus experiencias personales y pequeñas luchas cotidianas, se suele decir que el investigador o filósofo social debe examinar las cosas desde un plano más elevado. Así, desde su ángulo, ve al individuo como un peón, como un instrumento casi insignificante dentro del tablero general del desarrollo humano. y descubre entonces que los actores realmente importantes en el Escenario de la Historia son, o bien las Grandes Naciones y su Grandes Líderes, o bien, quizá, las Grandes Clases, o las Grandes Ideas. Sea ello como fuere, nuestro investigador tratará de comprender el significado de la comedia representada en el Escenario Histórico y las leyes que rigen el desarrollo histórico' Claro está que si logra hacerlo será capaz de predecir las evoluciones futura. Podrá, asimismo, dar una base sólida a la política y suministramos consejos prácticos acerca de las decisiones políticas que pueden tener éxito o que están destinadas al fracaso.
Tal la descripción sumamente sintética de la actitud que denominaremos historicismo. Se trata de una antigua idea o, más bien, de un conjunto de ideas más o menos vinculadas entre sí que han terminado por convertirse, desgraciadamente, en parte tan grande de nuestra atmósfera espiritual, que por lo común las damos por sentadas sin ponerlas en tela de juicio.
Pero aun cuando el historicismo sea un método defectuoso, incapaz de producir resultados de valor, puede resultar útil el estudio de la forma en que se originó y que llegó a difundirse con tanto éxito. Una indagación histórica emprendida con este propósito puede servir, al mismo tiempo, para analizar la variedad de ideas que se ha ido acumulando alrededor de la doctrina historicista central, la cual afirma que la historia está regida por leyes históricas o evolutivas específicas cuyo descubrimiento podría permitimos profetizar el destino del hombre.
Puede hallarse un buen ejemplo de historicismo, al que hasta ahora sólo hemos caracterizado en forma más bien abstracta, en una de sus formas más simples y antiguas, a saber, la doctrina del pueblo elegido. Se intenta con ella tornar comprensible la historia mediante una interpretación teísta, es decir, mediante el reconocimiento de Dios como autor de la comedia representada sobre el Escenario Histórico. La teoría del pueblo elegido supone, en particular, que Dios ha escogido a un pueblo para que se desempeñe como instrumento dilecto de Su voluntad, y también que este pueblo habrá de heredar la tierra.
No cabe ninguna duda de que la teoría del pueblo elegido surgió de la forma tribal de vida social. El tribalismo -la asignación de una importancia suprema a la tribu, sin la cual el individuo no significa nada en absoluto- es un elemento que habremos de encontrar en muchas de las formas de la teoría historicista. Otras formas que han superado ya la etapa tribalista pueden retener todavía cierto grado de colectivismo; así, puede suceder que realcen la significación de cierto grupo colectivo -por ejemplo, una clase sin la cual el individuo no representa nada en absoluto. Otro aspecto de la teoría del pueblo elegido es el carácter remoto de aquello que se nos presenta como fin de la historia. En efecto, si bien se puede llegar a describir ese fin con cierto grado de precisión, debemos recorrer un largo camino antes de alcanzarlo. Pero el camino no sólo es largo sino también tortuoso, con vueltas hacia derecha e izquierda, adelante y atrás. En consecuencia, resulta posible acomodar convenientemente todo hecho histórico concebible dentro del esquema de la interpretación. De tal modo, ninguna experiencia concebible puede refutarlo. Pero a quienes creen en él, les suministra certeza en cuanto se refiere al resultado final de la historia humana.
Capítulo 2
HERÁCLITO
Sólo con Heráclito encontramos en Grecia teorías comparables, por su carácter historicista, con la doctrina del pueblo elegido. En la interpretación teísta, o más bien politeísta, de Hornero, la historia se presenta como el producto de la voluntad divina. Pero los dioses homéricos no han establecido las leyes generales de su desarrollo. Lo que Hornero trata de destacar y explicar no es la unidad de la historia sino, más bien, su falta de unidad. El autor de la comedia representada en el Escenario de la Historia no es un solo Dios; toda una variedad de dioses participan en ella. Lo que la interpretación homérica comparte con la judía es cierto vago sentimiento del destino y la idea de fuerzas ocultas entre bambalinas. Pero según Hornero, el destino final se mantiene secreto, conservando, a diferencia de su contraparte judía, su misterio.
Heráclito fue el filósofo que descubrió la idea de cambio. Hasta esta época, los filósofos griegos, bajo la influencia de las ideas orientales, habían visto el mundo como un enorme edificio, en el cual los objetos materiales constituían la sustancia de que estaba hecha la construcción.! Comprendía ésta la totalidad de las cosas, el cosmos (que originalmente parece haber sido una tienda o palio oriental). Los interrogantes que se planteaban los filósofos eran del tipo siguiente: "¿de qué está hecho el mundo?", o bien: "¿cómo está construido, cuál es su verdadero plan básico?" Consideraban la filosofía o la física (ambas permanecieron indiferenciadas durante largo tiempo) como la investigación de la "naturaleza", es decir, del material original con que este edificio, el mundo, había sido construido. En cuanto a los procesos dinámicos, se los consideraba, o bien como parte constitutiva del edificio, o bien como elementos reguladores de su conservación, modificando y restaurando la estabilidad o el equilibrio de una estructura que se consideraba fundamentalmente estática. Se trataba de procesos cíclicos (aparte de los procesos relacionados con el origen del edificio; los orientales, Hesíodo y otros filósofos se planteaban el interrogante de "¿quién lo habrá hecho?"). Este enfoque tan natural aun para muchos de nosotros todavía, fue dejado de lado por la genial concepción de Heráclito. Según ésta, no existía edificio alguno ni estructura estable ni cosmos.
De acuerdo con la tradición, la condición de Heráclito era la de heredero de la familia real de reyes sacerdotes de Éfeso, pero renunció a sus derechos en favor de su hermano. Pese a su orgullosa negativa a tomar parte en la vida política de su ciudad, defendió la causa de los aristócratas, quienes trataban en vano de contener la impetuosa marea de las nuevas fuerzas revolucionarias. Estas experiencias en el campo social o político se reflejan claramente en los fragmentos que se conservan de su obra. "Los ciudadanos adultos de Éfeso tendrían que ahorcarse todos, uno por uno, y dejar el gobierno de la ciudad en manos de los niños...", dice Heráclito en uno de sus exabruptos provocados por la decisión del pueblo de expatriar a Hermiodoro, un aristócrata amigo suyo. Su interpretación de los motivos del pueblo reviste el mayor interés, pues demuestra que el caballito de batalla de las argumentaciones antidemocráticas no ha cambiado mucho desde los primeros días de la democracia.
Pero habiendo reducido todas las cosas a llamas, a procesos semejantes al de la combustión, Heráclito cree ver en esos procesos una ley, una medida, una razón, una sabiduría; y habiendo destruido el cosmos como edificio y declarado que sólo era un montón de basuras, lo rescata para introducir lo nuevamente bajo la forma del orden predestinado de los sucesos en el proceso universal. Todo proceso del universo y, en particular, el propio fuego, se desarrolla de acuerdo con una ley definida que es su "medida" El sol es el celoso custodio de los períodos, limitando, juzgando, anunciando y manifestando los cambios y estaciones que son la fuente de todas las cosas
En su obra el Fuego lo juzga, lo toma y lo condena todo." Frecuentemente se encuentra cierto elemento místico combinado con la idea historicista de un destino implacable. Del brazo de este desdén hacia los hombres de espíritu científico, marcha la teoría mística de la comprensión intuitiva. La teoría heraclítea de la razón tomó como punto de partida el conocimiento de que si estamos despiertos, vivimos en un mundo común.
Aun cuando oigan, es como si fueran sordos, y puede decirse de ellos aquello de que" están presentes y sin embargo no lo están". Una sola cosa es la sabiduría: comprender el pensamiento que guía a todas las cosas a través de todas las cosas". El mundo cuya experiencia resulta común a aquellos que se hallan despiertos es la unidad mística, lo singular entre todas las cosas, que sólo puede ser aprehendido por la razón: "Debemos seguir aquello que es común a todos... La razón es común a todos... Todo se convierte en Uno y Uno se convierte en Todo... El Uno que representa exclusivamente la sabiduría quiere y no quiere ser llamado por el nombre de Zeus
Ella demuestra quiénes son dioses y quiénes meros hombres, convirtiendo a éstos en esclavos y a aquéllos en amos... Ha de saberse que la guerra es universal y que la justicia es pugna, y que todas las cosas se desarrollan a través de la lucha y por necesidad".
La enfermedad nos permite apreciar la salud... La vida y la muerte; la vigilia y el sueño; la juventud y la vejez, todo esto es idéntico, pues lo primero se convierte en lo segundo y esto vuelve a ser lo primero... lo divergente concuerda consigo mismo: es una armonía resultante de tensiones opuestas, como en el arco o en la lira... Los opuestos se pertenecen mutuamente; la mejor armonía resulta de la disonancia y todo se desarrolla a través de la lucha... La senda que conduce hacia arriba y la que conduce hacia abajo es la misma... La línea recta y la tortuosa son una sola e idéntica línea... Para los dioses, todas las cosas son hermosas, buenas y justas; los hombres, sin embargo, a algunas las consideran justas y a otras, injustas.
Capítulo 3
LA TEORíA PLATÓNICA DE LAS FORMAS O IDEAS
La vida de Platón transcurrió en un período de guerras y luchas políticas que, a juzgar por lo que sabemos, fue aún más inestable que aquel en que había vivido Heráclito. Antes de Platón, el derrumbe de la vida tribal de los griegos había provocado en Atenas, su ciudad natal, un período de tiranía, al cual había sucedido el establecimiento de una democracia que trató celosamente de protegerse contra cualquier tentativa de introducir nuevamente la tiranía o la oligarquía, esto es, el gobierno de las principales familias aristocráticas.
Más tarde, con ocasión de su primera visita a Sicilia, Platón se enredó en las intrigas políticas tejidas en la corte de Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa, y aun después de su regreso a Atenas y de la fundación de la Academia, continuó desempeñando, junto con alguno de sus discípulos, un papel activo y finalmente funesto en las conspiraciones y revoluciones que configuraban la política siracusana.
Esta breve reseña de los acontecimientos políticos que rodearon la vida de Platón puede ayudar a explicamos por qué encontramos en su obra, al igual que en la de Heráclito, múltiples indicios de haber sufrido intensamente la inestabilidad e inseguridad políticas de su tiempo. Al igual que Heráclito, Platón era de sangre real; por lo menos la tradición sostiene que el origen de la familia de su padre se remontaba a Codrus, el último de los reyes tribales de Ática.
Esta ley histórica fundamental forma parte, en la concepción de Platón, de una ley cósmica que vale para todos los objetos de la creación en general. Todas las cosas que se hallan en perpetua transformación, todos los objetos creados, están destinados a corromperse. Al igual que Heráclito, Platón creía que las fuerzas que operan en la historia eran de carácter cósmico.
Pese a los múltiples puntos de contacto que se observan entre Platón y Heráclito, advertimos aquí una importante diferencia. Platón creía que la ley del destino histórico, la ley de la decadencia, podía ser superada por la voluntad moral del hombre, apoyada por las facultades de su razón.
Platón creía que la ley de la degeneración suponía degeneración moral. La degeneración política depende fundamentalmente, por lo menos a su juicio, de la degeneración moral (y falta de conocimientos); y la degeneración moral se origina, a su vez, en la degeneración racial. He aquí la forma en que la ley cósmica general de la decadencia se manifiesta dentro del campo de los asuntos humanos.
Con la creencia en dicho estado ideal, libre de toda transformación, Platón se aparta radicalmente de los dogmas del historicismo que encontramos en Heráclito. Pero pese a toda la importancia de esta diferencia, ella da lugar, no obstante, a nuevos puntos de contacto entre ambos filósofos.
La creencia de Platón de que es posible para el hombre infringir la férrea ley del destino y evitar la decadencia, deteniendo todo cambio, demuestra que sus tendencias historicistas tenían limitaciones bien definidas. Un sistema historicista riguroso y plenamente desarrollado dudaría mucho antes de admitir que el hombre, mediante su sólo esfuerzo, es capaz de alterar las leyes del destino histórico, aun después de haberlas descubierto. Más bien sostendría que no se puede luchar contra ellas, puesto que todos los planes y acciones del hombre son las vías por las cuales se cumple el destino histórico de las leyes inexorables de la evolución, exactamente del mismo modo en que Edipo encontró su sino debido a la profecía y a las medidas adoptadas por su padre para eludirla, y no a pesar de ellas. A fin de alcanzar una comprensión más clara de esta terminante actitud historicista y de analizarla tendencia opuesta involucrada en la creencia platónica de que es posible influir sobre el destino, haremos un contraste entre el historicismo, tal como se lo encuentra en Platón, y el punto de vista diametralmente opuesto -que también se encuentra en Platón- que podríamos designar con la expresión ingeniería social
El ingeniero social no se plantea ningún interrogante acerca de la tendencia histórica del hombre o de su destino, sino que lo considera dueño del mismo, es decir, capaz de influir o modificar la historia exactamente de la misma manera en que es capaz de modificar la faz de la tierra. El ingeniero social no cree que estos objetivos nos sean impuestos por nuestro marco histórico o por las tendencias de la historia, sino por el contrario, que provienen de nuestra propia elección, o creación incluso, de la misma manera en que creamos nuevos pensamientos, nuevas obras de arte, nuevas casas o nuevas máquinas. A diferencia del historicista, quien cree que sólo es posible una acción política inteligente una vez determinado el curso futuro de la historia, el ingeniero social cree que la base científica de la política es algo completamente diferente; en su opinión, ésta debe consistir en la información fáctica necesaria para la construcción o alteración de las instituciones sociales, de acuerdo con nuestros deseos y propósitos. Una ciencia semejante tendría que indicamos los pasos que seguir si deseáramos, por ejemplo, eliminar las depresiones, o bien, producirlas; o si deseáramos efectuar una distribución de la riqueza más pareja, o bien, menos pareja. En otras palabras: el ingeniero social toma como base científica de la política una especie de tecnología social (como veremos más adelante, Platón la compara con el fundamento científico de la medicina), a diferencia del historicista, que la considera una ciencia de las tendencias históricas inmutables.
En lugar de ello, se limitará a efectuar la crítica de ciertas instituciones de seguro, indicando tal vez la forma de acrecentar el margen de ganancias o, lo que es muy diferente, la forma de aumentar el beneficio que prestan al público, y, en ambos casos extremos, habrá de sugerir los métodos más eficaces para alcanzar esos fines. Consideremos aún otro ejemplo de institución social, a saber: la fuerza policial. Algunos historicistas la describirán como instrumento para protección de la libertad y seguridad de los individuos, en tanto que otros verán en ella instrumento de opresión y de gobierno de clase. El ingeniero o tecnólogo social, sin embargo, se limitaría a sugerir las medidas indicadas para convertir la fuerza policial en un adecuado instrumento para la protección de la libertad y seguridad de los ciudadanos, pero del mismo modo, podría también idear una medida para convertirla en una poderosa arma para el gobierno de una clase determinada. (En su carácter de ciudadano que persigue ciertos fines en los cuales cree, puede exigir la adopción de estos fines y de las medidas conducentes a los mismos. Pero como tecnólogo, deberá distinguir cuidadosamente entre la cuestión de los fines y su elección y la cuestión relativa a los hechos, es decir, los efectos sociales acarreados por una determinada medida.)l1Entérminos más generales, podemos decir que el ingeniero encara racionalmente el estudio de las instituciones como medios al servicio de determinados fines y que, en su carácter de tecnólogo, las juzga enteramente de acuerdo con su propiedad, su eficacia, su simplicidad, etc. El historicista, por el contrario, trataría más bien de descubrir el origen y destino de estas instituciones para establecer el "verdadero papel" desempeñado por ellas en el desarrollo de la historia, estimándolas, por ejemplo, en función "de la voluntad de Dios", de la "voluntad del destino" o de "las importantes tendencias históricas que sirven", etc. Todo esto no significa que el ingeniero social o tecnólogo haya de verse forzado a afirmar que las instituciones son medios o instrumentos para procurar ciertos fines; lejos de ello, puede ser perfectamente consciente del hecho de que ellas difieren en muchos aspectos importantes de las máquinas o meros instrumentos mecánicos. El tecnólogo no olvida, por ejemplo, que las instituciones "crecen" de forma similar (aunque de ningún modo idéntica) a aquella en que se desarrollan los organismos, hecho éste de fundamental importancia para la ingeniería social. Vemos, pues, que el tecnólogo no tiene por qué caer forzosamente en una filosofía "instrumentalista" de las instituciones sociales. (A nadie se le ocurriría decir que una naranja es un instrumento o un medio para alcanzar un fin; pero frecuentemente la consideramos un medio para lograr ciertos fines, por ejemplo, para aplacar el hambre o la sed cuando experimentamos deseo de comerla o, mejor aún, cuando nos proponemos ganamos la vida con su venta.
En primer término, hallamos su propósito de escapar al incesante flujo de Heráclito, cuyas manifestaciones son la revolución social y la decadencia histórica. En segundo término, Platón cree que esto puede alcanzarse mediante el establecimiento de un estado tan perfecto que se mantenga al margen del impulso general de la evolución histórica. En tercer término, cree que puede hallarse el modelo u original de su estado perfecto en el pasado remoto, en una edad de oro que se remonta a los albores de la historia; en efecto, si es cierto que el mundo se corrompe con el tiempo, entonces deberemos encontrar una perfección cada vez mayor a medida que retrocedamos en el pasado.
No debe creerse que las Formas o Ideas se encuentren situadas, al igual que los objetos perecederos, en el espacio y el tiempo; por el contrario, se hallan fuera del espacio y también del tiempo (porque son eternas). No obstante, guardan contacto con el espacio y el tiempo, pues dado que son los progenitores o modelos de los objetos corrientes que se desarrollan y declinan en el espacio y el tiempo, tienen que haber mantenido algún contacto con el espacio en el principio de los tiempos. Puesto que no se las encuentra en nuestro espacio y nuestro tiempo, no pueden ser percibidas por nuestros sentidos, a diferencia de los objetos ordinarios y mudables que actúan sobre nuestros sentidos y son denominados, por lo tanto, objetos sensibles.
Platón traza esta comparación entre la Forma o Idea de una clase de objetos sensibles y el padre de una familia numerosa, en el Timeo, uno de sus últimos diálogos. Éste se halla en estrecho acuerdo con gran parte de sus escritos anteriores, sobre los cuales arroja considerable luz. Pero en el Timeo llega algo más lejos de lo recorrido en sus primeras enseñanzas, cuando representa el contacto de la Forma o Idea con el mundo del espacio y del tiempo mediante una extensión de su símil. Así, describe el "espacio" abstracto en que se mueven los objetos sensibles (originalmente el espacio o vacío situado entre el cielo y la tierra) como un receptáculo, al que compara con la madre de todas las cosas, pues en él, en el comienzo de los tiempos, las Formas crean a los objetos sensibles estampándolos o imprimiéndolos en el espacio puro, y confiriendo su forma a sus descendientes.
Este razonamiento demuestra que las Formas o ideas proveen a Platón sólo de un origen o punto de partida para todos los procesos que tienen lugar en el espacio y el tiempo (especialmente para la historia humana), sino también de una explicación de las semejanzas observadas entre los objetos sensibles de una misma clase. Si los objetos son semejantes debido a alguna virtud o propiedad por ellos compartida, por ejemplo, la blancura, la dureza o la bondad, entonces esta virtud o propiedad debe ser única y la misma en todos ellos; en caso contrario no podría tornarlos semejantes. De acuerdo con Platón, todos ellos participan, si son blancos, de la Forma o Idea única de blancura, y de la dureza, si son duros. Al decir "participan", entendemos esta palabra en el mismo sentido en que los hijos participan de las facultades y dotes de sus padres, o también, del mismo modo en que las múltiples reproducciones particulares de un grabado, que no son sino otras tantas impresiones de una misma plancha y, por consiguiente, se parecen entre sí, pueden participar de la belleza del original.
No debe creerse que las Formas o Ideas se encuentren situadas, al igual que los objetos perecederos, en el espacio y el tiempo; por el contrario, se hallan fuera del espacio y también del tiempo (porque son eternas). No obstante, guardan contacto con el espacio y el tiempo, pues dado que son los progenitores o modelos de los objetos corrientes que se desarrollan y declinan en el espacio y el tiempo, tienen que haber mantenido algún contacto con el espacio en el principio de los tiempos. Puesto que no se las encuentra en nuestro espacio y nuestro tiempo, no pueden ser percibidas por nuestros sentidos, a diferencia de los objetos ordinarios y mudable s que actúan sobre nuestros sentidos y son denominados, por lo tanto, objetos sensibles.
Esos objetos sensibles, que son copias o vástagos de un mismo modelo u original, no sólo se parecen al patrón común, es decir, la Forma o Idea, sino que también se asemejan entre sí, al igual que los hijos de una misma familia; y así como los niños toman el nombre de su padre, también los objetos sensibles toman el de las Formas o Ideas que les dieron origen; para decirlo con las palabras de Aristóteles.
La comparación de la teoría platónica de las Formas o Ideas con ciertas creencias religiosas griegas nos ayudará a comprenderla. Al igual que en muchas religiones primitivas, algunos de los dioses griegos no son sino progenitores y héroes tribal es idealizados, es decir, personificaciones de la "virtud" o "perfección" de la tribu.
Este razonamiento demuestra que las Formas o ideas proveen a Platón sólo de un origen o punto de partida para todos los procesos que tienen lugar en el espacio y el tiempo (especialmente para la historia humana), sino también de una explicación de las semejanzas observadas entre los objetos sensibles de una misma clase. Si los objetos son semejantes debido a alguna virtud o propiedad por ellos compartida, por ejemplo, la blancura, la dureza o la bondad, entonces esta virtud o propiedad debe ser única y la misma en todos ellos; en caso contrario no podría tornarlos semejantes. De acuerdo con Platón, todos ellos participan, si son blancos, de la Forma o Idea única de blancura, y de la dureza, si son duros. Al decir "participan", entendemos esta palabra en el mismo sentido en que los hijos participan de las facultades y dotes de sus padres, o también, del mismo modo en que las múltiples reproducciones particulares de un grabado, que no son sino otras tantas impresiones de una misma plancha y, por consiguiente, se parecen entre sí, pueden participar de la belleza del original.
Si todas las cosas se hallan sujetas a un flujo incesante, entonces no será posible decir nada definido acerca de ellas. Jamás tendremos un conocimiento real de las mismas, sino, en el mejor de los casos, unas cuantas "opiniones" vagas y engañosas. Este aspecto del problema, según sabemos por Platón y Aristóteles, preocupó a muchos discípulos de Heráclito. Parménides, uno de los precursores de Platón que mayor influencia tuvo sobre él, había enseñado que el conocimiento puro de la razón, a diferencia de la engañosa opinión basada en la experiencia, sólo podía tener por objeto un mundo libre de todo cambio, y que el conocimiento puro de la razón revelaba, de hecho, dicho mundo. Pero la realidad inmutable e indivisa que Parménides creía haber descubierto detrás del mundo de los objetos perecederos carecía de toda relación con este mundo en que transcurre nuestra vida. No era capaz, por consiguiente, de explicarlo.
En esta situación, Platón recibió de Sócrates, tal como lo indica Aristóteles, una orientación de suma importancia. A Sócrates le interesaban los asuntos de la ética y era, ante todo, un reformador ético, un moralista que acosaba a toda clase de gentes obligándolas a pensar, a justificarse y a explicarse y a explicar los principios de sus actos. Era su costumbre interrogarlos y por lo general no se declaraba satisfecho fácilmente con las respuestas. La respuesta típica que solía obtener, a saber, que actuamos de cierta manera porque es "prudente" hacerlo
Estos intentos de Sócrates de analizar términos éticos como la "justicia", la "modestia" o la "piedad" han sido comparados, justamente, con los modernos análisis del concepto de Libertad. No hay por qué suponer que Sócrates, en su búsqueda de significaciones inmutables o esenciales para dichos términos, los haya personificado o tratado como objeto. El comentario de Aristóteles sugiere, por lo menos, lo contrario, añadiendo que fue Platón quien desarrolló el método socrático de buscar los significados o esencias, transformándolo en un método para determinar la naturaleza real, la Forma o Idea de un determinado objeto. Platón conservó "las doctrinas heraclíteas de que todos los objetos sensibles se hallan permanentemente en estado de flujo, y de que no existe ningún conocimiento cierto de los mismos", pero halló precisamente en el método de Sócrates una escapatoria de esas dificultades. Si bien "no podía haber definición alguna de los objetos sensibles puesto que éstos sufren continuas transformaciones", era posible formular definiciones y alcanzar un conocimiento verdadero de otros objetos de distinta categoría, a saber, las virtudes de los objetos sensibles. "Si el conocimiento o el pensamiento han de tener algún objeto, éste tendrá que ser cierta entidad, inalterable, diferente de los objetos sensibles", expresa Aristóteles, y añade, comentando a Platón, que éste "llamaba Formas o Ideas a los objetos de este tipo, en tanto que los objetos sensibles, de distinta naturaleza según él, se limitaban a recibir su nombre. Y los múltiples objetos que tienen el mismo nombre que cierta Forma o Idea existen por su participación de la misma".
Los argumentos esgrimidos comúnmente en defensa de esa opinión insisten en la importancia del cambio en la sociedad y exhiben, asimismo, otras tesis del historicismo. El físico, para mencionar un argumento típico, se ocupa de objetos como la energía o los átomos, que, pese a cambiar, retienen cierto grado de constancia. Así, puede describir los cambios sufridos por estas entidades relativamente inalterables y no tiene necesidad de elaborar o sondear esencias, Formas o entidades igualmente invariables, a fin de obtener algo permanente sobre cuya base sea posible efectuar pronunciamientos definidos. El investigador social, sin embargo, se halla en posición muy diferente. Todo su campo de interés se halla en continuo cambio y, lejos de existir en él entidades permanentes, todo oscila bajo el impulso del flujo histórico. ¿Cómo podemos estudiar, por ejemplo, el gobierno? ¿ Cómo podríamos identificarlo dentro de la diversidad de instituciones gubernamentales aparecidas en los diferentes Estados y en los distintos períodos históricos, sin presuponer que poseen algo esencial en común? Decimos que una institución es un gobierno si creemos que configura esencialmente un gobierno, vale decir, si concuerda con nuestra intuición de lo que es un gobierno; intuición ésta que podemos formular en una definición. Lo mismo valdría para otras entidades sociológicas tales como la "civilización". Debemos captar su esencia -así concluye el razonamiento historicista- y materializarla bajo la forma de una definición.
Estos modernos argumentos son muy semejantes, en opinión, a aquellos mencionados más arriba que, según Aristóteles, hicieron desembocar a Platón en su teoría de las Formas o Ideas. La única diferencia reside en que Platón (que rechazaba la teoría atómica y nada sabía de la energía) también aplicaba su doctrina al reino de la física y, de este modo, a todo el mundo en su conjunto. Se advierte aquí que el análisis de los métodos de Platón en el campo de las ciencias sociales puede revestir interés aún en la actualidad.
LA SOCIOLOGíA DESCRIPTIVA DE PLATÓN
Capítulo 4
CAMBIO Y REPOSO
Platón fue uno de los primeros teóricos sociales y, sin duda, el que más influencia tuvo. Si hemos de entender la palabra "sociología" en el sentido que la usaron Comte, Mili y Spencer, Platón fue un sociólogo; esto significa que aplicó con éxito su método idealista al análisis de la vida social del hombre y de las leyes de su desarrollo, como así también de las normas y condiciones de su estabilidad. Pese a la gran influencia de Platón, este aspecto de su enseñanza ha pasado casi inadvertido. Ello parece obedecer a dos factores: en primer lugar, Platón presenta gran parte de su sociología en tan estrecha relación con sus exigencias éticas y políticas, que los elementos descriptivos pueden ser pasados por alto fácilmente. En segundo lugar, muchos de sus pensamientos fueron aceptados tan abiertamente, que la gente se limitó a asimilarlos inconscientemente y, por lo tanto, sin la debida actitud crítica. Fue de esta manera, en esencia, como adquirieron tanta influencia sus teorías sociológicas.
La sociología de Platón es una ingeniosa mezcla de especulación y de una aguda observación de los hechos. La base especulativa es, por supuesto, la teoría de las Formas y del flujo y la decadencia universales, de la generación y la degeneración. Pero sobre este cimiento idealista, Platón edifica una teoría de la sociedad sorprendentemente realista, capaz de explicar las principales tendencias del desarrollo histórico de las ciudades griegas, así como también las fuerzas sociales y políticas que obraron en su propio tiempo.
Ya hemos esbozado el marco especulativo y metafísico de la teoría platónica del cambio social. Nuestro mundo de objetos mudables en el espacio y el tiempo es el fruto de aquel otro mundo de Formas e Ideas inmutables. y no sólo son inmutables, indestructibles e incorruptibles estas Formas o Ideas, sino que también son perfectas, verdaderas, reales y buenas; de hecho, en La República,! el "bien" es definido en cierta ocasión como "todo aquello que preserva" y el "mal" como "todo aquello que destruye o corrompe". Las perfectas y buenas Formas o Ideas son anteriores a las copias -los objetos sensibles- y constituyen algo así como los progenitores o puntos de partida de todos los cambios que tienen lugar en el mundo del flujo. Esta concepción sirve para valorar la tendencia general y la dirección principal de todos los cambios que se producen en el mundo de los objetos sensibles, pues si el punto de partida de todo cambio es perfecto y bueno, entonces el cambio sólo puede constituir un movimiento de alejamiento de lo perfecto y lo bueno y de acercamiento hacia lo imperfecto y lo malo, hacia la corrupción.
Vemos ahora que la teoría platónica de las Formas o Ideas supone cierta tendencia en el desarrollo del mundo sujeto a transformación, Y que conduce a la ley de que en ese mundo debe aumentar continuamente la corruptibilidad de todas las cosas. No se trata tanto de una rígida ley de corrupción universal creciente, sino más bien de una ley de corruptibilidad creciente, es decir, que aumenta el peligro o la probabilidad de corrupción, pero sin excluir la posibilidad de progresos excepcionales en el sentido opuesto. De ese modo, resulta factible, tal como lo indican las últimas citas, que un alma muy virtuosa desafíe la transformación Y la decadencia, y que un objeto vil, por ejemplo una ciudad envilecida, mejore con los cambios (a fin de que este progreso tuviera algún valor sería necesario tornado permanente o estacionario, es decir, detener todo cambio ulterior).La narración del origen de las especies, incluida en el Timeo, se halla en completo acuerdo con esta teoría general de Platón. Según dicha historia, el hombre, situado a la cabeza de la escala zoológica, es engendrado por los dioses; las demás especies tienen su origen en él y se desarrollan por un proceso de corrupción y degeneración. En primer lugar, algunos hombres -los cobardes y los villanos degeneran en mujeres, y aquellos que carecen de inteligencia degeneran paulatinamente en animales inferiores. Los pájaros -sostiene Platón- provienen de la transformación de individuos inofensivos pero demasiado calmos, que confían excesivamente en sus sentidos, "los animales terrestres proceden de hombres ajenos a la filosofía" y los peces, incluidos los moluscos, "son el producto degenerado de los más tontos, estúpidos e indignos de los hombres"!
Claro está que tal teoría puede aplicarse a la sociedad humana y también a su historia, explicando así la pesimista ley evolutiva de Hesíodo, esto es, la ley de la decadencia histórica. Si hemos de creer el comentario de Aristóteles resumido en el último capítulo, admitiremos que la teoría de las Formas o Ideas fue introducida originalmente para satisfacer una exigencia metodológica, a saber, la de un conocimiento puro o racional, que resulta imposible en el caso de los objetos sensibles sujetos a transformación. Podemos advertir ahora que la teoría no se limita a eso. Además de satisfacer estas exigencias metodológicas suministra una teoría del cambio, explicando la dirección general del flujo de todos los objetos sensibles y, de este modo, la tendencia histórica a degenerar evidenciada por el hombre y la sociedad humana. (Y aún llega más lejos; en efecto, como veremos en el capítulo 6, la teoría de las Formas determina también la tendencia de las exigencias políticas de Platón e incluso los medios para su cumplimiento.) Si el sistema filosófico de Platón, al igual que el de Heráclito, surgió -como creo- de su experiencia social, en particular de su experiencia de las guerras de clase y del sentimiento desesperante de que el mundo social en que vivía se hallaba en pleno proceso de descomposición, se hace comprensible que la teoría de las Formas viniera a desempeñar un papel tan importante en la filosofía de Platón, cuando éste descubrió que podía explicar con ella la tendencia hacia la degeneración. Es de suponer que la debe haber abrazado como una solución casi milagrosa para el desconcertante enigma. En tanto que Heráclito no había logrado formular una condenación ética directa de la tendencia de la evolución política, Platón halló en su doctrina de las Formas la base teórica para un juicio pesimista a la manera de Hesíodo.
Los diálogos en que Platón trata estas cuestiones son, por orden cronológico, La República, un diálogo de fecha muy posterior titulado El Político o El Hombre de Estado, y Las Leyes, la última y más extensa de sus obras. No obstante ciertas diferencias secundarias, se observa una considerable concordancia entre estos diálogos, que en algunos sentidos son paralelos y en otros complementarios. El de Las Leyes, por ejemplo, presenta el cuadro de la declinación y caída de la sociedad humana a través del relato del pasaje gradual de la prehistoria griega a la historia; en tanto que los fragmentos paralelos de La República proporcionan de manera más abstracta un perfil sistemático de la evolución del gobierno, y El Político, por su parte, todavía más abstracto, suministra una clasificación lógica de los tipos de gobierno con sólo unas pocas alusiones aisladas a los hechos históricos. De forma similar, el de Las Leyes plantea con toda claridad el aspecto historicista de la investigación.
Según La República la forma de sociedad original o primitiva y al mismo tiempo la única que se asemeja a la Forma o Idea del Estado, esto es, "el Estado pedecto", es un reinado de los hombres más sabios y más parecidos a los dioses. Esta ciudad-estado ideal se halla tan próxima a la pedección que se hace difícil concebir que pueda cambiar alguna vez. Y sin embargo, ha debido tener lugar cierto cambio, y con él, la iniciación de la lucha de Heráclito, que constituye la fuerza impulsora de todo movimiento. Según Platón, las luchas intestinas, las guerras de clase fomentadas por intereses egoístas, particularmente de orden material o económico, constituyen la fuerza principal de la "dinámica social". La fórmula marxista-
Antes de examinar detalladamente el Estado pedecto de Platón, haremos una breve reseña de su análisis del papel desempeñado por las fuerzas económicas y las luchas de clase en el proceso de transición entre las cuatro formas decadentes del Estado. La primera forma degenerativa del Estado pedecto, es decir, la timocracia o gobierno de los nobles ambiciosos, es similar, en casi todos los aspectos, al propio Estado perfecto. Es importante advertir que Platón identifica explícitamente esta forma estatal, la mejor y más antigua, con la constitución dórica de Esparta y Creta, y que estas dos aristocracias tribales representaban, efectivamente, la forma de vida política más antigua de Grecia. La mayor parte de la excelente descripción que hace Platón de sus instituciones se encuentra en ciertas partes de su descripción del Estado pedecto al cual se parece la timocracia. (Merced a esta doctrina de la similitud entre Esparta y el Estado pedecto, Platón se convirtió en uno de los más grandes propagandistas de lo que cabría denominar "el Gran mito de Esparta", esto es, el duradero e influyente mito de la supremacía de la constitución espartana y de su régimen de vida.)
Con el establecimiento de la oligarquía, se llega a un estado de guerra civil latente entre la oligarquía y las clases más pobres: "Exactamente del mismo modo en que un organismo enfermo... se halla a veces en lucha consigo mismo..., así se encuentra esta ciudad enferma. Atacada de tan grave dolencia, se hace la guerra ella misma con el menor pretexto, toda vez que cualquiera de los partidos se las arregle para obtener ayuda de afuera, el uno de una ciudad oligárquica y el otro de una democracia. ¿Y acaso no estalla, a veces, este estado enfermo en guerras civiles, aun sin ninguna influencia del exterior?".13 Es esta guerra civil la que engendra la democracia: "La democracia nace... cuando triunfan los pobres, asesinando a unos..., desterrando a otros y compartiendo con el resto los derechos de la ciudadanía y de las funciones públicas, sobre un pie de igualdad".
La descripción que nos da Platón de la democracia es una parodia vívida pero fuertemente hostil e injusta de la vida política de Atenas y del credo democrático enunciado por Pericles en forma no superada aún, unos tres años antes del nacimiento de Platón.
Frecuentemente, cuando el estilo de Platón se convierte -para usar una frase de Adam en una "marea plena de elevados pensamientos e imágenes y palabras", ello se debe, según parece, a la urgente necesidad de disimular con un fastuoso manto los harapos y debilidades de su razonamiento, o incluso, como en el caso que nos ocupa, a la falta completa de argumentos racionales. En su lugar se sirve de la invectiva, identificando la libertad con la ilegalidad, la libre iniciativa con la licencia y la igualdad ante la ley con el desorden. Los demócratas son calificados de libertinos y mezquinos, de insolentes, irrespetuosos de la ley y desvergonzados, de feroces y terribles bestias de presa, de caprichosos y de cultores únicamente del placer y de los deseos superfluos y sucios. Existen buenas razones para creer que Platón, en cambio, no se hallaba tan dispuesto a "condescender" y a discutir los distintos problemas con sus alumnos.) "Pero se alcanza... la culminación de todo este exceso de libertad -continúa Platón- cuando los esclavos, hombres o mujeres, que han sido adquiridos en el mercado se vuelven, en todo punto, tan libres como aquellos de quienes son propiedad... ¿y cuál es el efecto acumulativo de todo esto? Que el corazón de los ciudadanos se torna tan tierno que el mero espectáculo de la esclavitud los irrita y no admiten que nadie se someta a ella, ni siquiera en sus formas más moderadas."
De mucho mayor mérito, aunque también inspirada por el odio, es la descripción que hace Platón de la tiranía y, especialmente, de la transición a la misma. Platón insiste en que lo que describe son todas cosas que él mismo ha visto, y sin duda alude a sus experiencias en la corte de Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa. El paso de la democracia a la tiranía se produce fácilmente -declara Platón- cuando surge un jefe popular que sabe cómo explotar el antagonismo de clase entre ricos y pobres dentro del Estado democrático, y que consigue formar una guardia de corps o un ejército privado para su propia defensa. Los mismos que en un principio lo saludan como al campeón de la libertad, no tardan en ser esclavizados y, en una etapa ulterior, deben luchar por él, en "una guerra tras otra que el tirano habrá de provocar... porque debe hacer sentir a su gente la necesidad de un general".
Uno de los principales objetos del análisis platónico del desarrollo político es la verificación de la fuerza propulsora de todo cambio histórico. En Las Leyes, el enfoque histórico ha sido explícitamente adoptado con este objetivo en vista: "¿No han nacido hasta ahora miles y miles de ciudades...pasando cada una por toda clase de gobiernos?.. Tratemos de aprehender, si es posible, la causa de tanta transformación. Mi esperanza es que al hacerlo se nos revele el secreto tanto del nacimiento de esas estructuras como de sus sucesivas transformaciones”. Como resultado de estas investigaciones descubre la ley sociológica de que la desunión interna, las guerras de clase fomentadas por el antagonismo de los intereses económicos de clase, es la fuerza propulsora de todas las revoluciones políticas.
En su Estado perfecto, Platón distingue tres clases: los guardianes (magistrados), sus auxiliares armados o guerreros y los artesanos. Pero en realidad sólo hay dos castas: la militar, compuesta por los magistrados armados y educados, y la de los súbditos, desarmados y sin educación, vale decir, el rebaño humano; en efecto, los guardianes no constituyen una casta separada sino que son, tan sólo, los guerreros más viejos y sabios provenientes de las filas de los auxiliares. El hecho de que Platón divida la casta gobernante en dos clases, la de los guardianes y la de los auxiliares, sin trazar otras sub divisiones semejantes dentro de la clase trabajadora, se debe principalmente a que su interés se concentra exclusivamente en los gobernantes. Los trabajadores, comerciantes, etc., no le interesan en absoluto; sólo son el ganado humano cuya única función consiste en proveer las necesidades materiales de la clase gobernante. Platón llega a prohibir incluso, que sus gobernantes legislen para la gente de esta clase y sus ordinarias querellas menudas.
En su consecuente desdén por los mismos, Platón omite la consideración detallada del tópico. Esa conclusión se halla plenamente corroborada por el hecho de que un pasaje de La República, que censura la práctica corriente entre los griegos de esclavizar a los propios griegos, finaliza con la defensa explícita de la esclavitud de los bárbaros e incluso con una recomendación a "nuestros ciudadanos" -es decir, los de la ciudad perfecta- de “proceder con los bárbaros como los griegos proceden ahora con los griegos". Tal punto de vista se halla confirmado, además, por el texto de Las Leyes, donde se adopta la actitud más inhumana hacia los esclavos.
La crianza y educación de los auxiliares y, de este modo, de la clase gobernante del Estado platónico es, al igual que su facultad de portar armas, un símbolo de clase y, por lo tanto, una prerrogativa de clase.33 Además, la crianza y la educación no son meros símbolos vacíos sino instrumentos para el gobierno de clase, necesarios para asegurar la estabilidad de este gobierno. Platón los trata exclusivamente desde este punto de vista, es decir, como poderosas armas políticas o medios útiles para arrear la majada humana y para unificar a la clase gobernante.
No obstante, "si su naturaleza ha de ser tal, ¿qué hacer para evitar que practiquen la violencia entre sí o contra el resto de los ciudadanos?".35 En verdad, sería "simplemente monstruoso que los pastores se sirvieran de perros... capaces de atacar a las ovejas, comportándose más como lobos que como perros". El problema entraña gran importancia desde el punto de vista del equilibrio político o, mejor dicho, de la estabilidad del Estado, pues Platón no confía en un equilibrio de las fuerzas de las diversas clases, dado que ello sería inestable. Claro está que tampoco es posible controlar a la clase gobernante con sus poderes arbitrarios y su bravura, mediante la fuerza contraria de los súbditos, pues la superioridad de la clase gobernante debe mantenerse intacta. La única forma de control posible para la clase gobernante es, por lo tanto, el autocontrol. Así como debe ejercitar la abstinencia económica, es decir, la moderación en la explotación económica de los súbitos, del mismo modo debe moderar su carácter fiero en sus relaciones con la clase gobernada.
Pese al hecho de que Platón identifica el elemento bondadoso del alma con la disposición filosófica de ésta, y pese al hecho de que la filosofía se halla destinada a desempeñar papel tan preponderante en las últimas partes de La República, no se siente predispuesto, en modo alguno, en favor del elemento bondadoso del alma, es decir, de la educación musical o literaria. Esa imparcialidad en la consideración de los dos elementos opuestos es tanto más notable, por cuanto le lleva a imponer las más severas restricciones a la educación literaria, en comparación con la atención que se acostumbraba a dispensarle en Atenas.
El mismo principio político que lleva a la educación del espíritu como medio para la preservación de la estabilidad del Estado, conduce también al adiestramiento del cuerpo. Este objetivo no es otro que el perseguido por Esparta. Pese a que el ciudadano ateniense era acostumbrado por su educación a una versatilidad general, Platón pretende que la clase gobernante sea adiestrada como clase específica de guerreros profesionales, prontos a luchar contra los enemigos del exterior o surgidos del propio seno del Estado. En dos ocasiones nos dice Platón que los niños de ambos sexos "deben ser llevados a caballo hasta el terreno mismo de las contiendas y, siempre que ello pueda hacerse sin peligro, debe adentrárselos en el corazón mismo de la batalla y hacerles probar sangre, exactamente del mismo modo en que se procede con los sabuesos jóvenes. Por cierto, que la descripción de un escritor moderno, que define la educación totalitaria contemporánea como “una forma intensificada y continua de movilización", encaja perfectamente bien dentro del sistema platónico de educación.
Resumiendo, diremos que en una tentativa de comprender e interpretar el cambiante mundo social en que le tocó vivir, Platón se vio inducido a desarrollar una sociología historicista distemática, sumamente minuciosa. Ese principio le fue suministrado por la ley de las revoluciones políticas, según la cual, la desunión de la clase gobernante, junto con una excesiva preocupación por las cuestiones económicas, constituye el origen de todo cambio social. El Estado perfecto debía ser reconstruido de tal forma, por consiguiente, que quedasen eliminados tan absoluta y radicalmente como fuese posible, todos los gérmenes y elementos de desunión y decadencia; es decir, que debía ser construido sobre el modelo del Estado espartano, prestando especial atención a las condiciones necesarias para mantener una unión inquebrantable en la clase gobernante, unión que estaría asegurada por su austeridad económica, su crianza y su adiestramiento.
Pero nuestro análisis de la sociología descriptiva de Platón se halla incompleto todavía. Sus cuadros de declinación y caída, y, junto con ellos, casi todos sus cuadros posteriores, presentan por lo menos dos características que no hemos considerado hasta ahora. En primer lugar, Platón concebía esas sociedades decadentes como una especie de organismo, y la decadencia como un proceso semejante al de la vejez. Y en segundo lugar, creía que la declinación era merecida, en el sentido de que la decadencia moral, es decir, la declinación y caída del espíritu, va de la mano con la del cuerpo social. Todo ello desempeña un importante papel en la teoría platónica del primer cambio, a saber, en la Historia del Número y de la Caída del Hombre. Esa teoría, así como también su relación con la de las Formas o Ideas, serán tratadas en el próximo capítulo.
NATURALEZA Y CONVENCIÓN
No corresponde a Platón el mérito de haber sido el primero en encarar los fenómenos sociales con el espíritu de la investigación científica. La iniciación de la ciencia social se remonta, por lo menos, a la generación de Protágoras, el primero de los grandes pensadores que se denominaron a sí mismos "sofistas". Está señalada por la comprensión de la necesidad de distinguir dos elementos distintos en el medio ambiente del hombre, a saber, su medio natural y su medio social. Es ésta distinción difícil de trazar y de aprehender, como puede deducirse del hecho de que aún hoy no se halla claramente establecida en nuestro pensamiento. Además, ha sido puesta en tela " de juicio continuamente desde la época de Protágoras, y la mayoría de nosotros tenemos una fuerte inclinación, al parecer, a aceptar las peculiaridades de nuestro medio social como si fueran "naturales".
Una de las características que definen la actitud mágica de una sociedad "cerrada", primitiva o tribal, es la de que su vida transcurre dentro de un círculo encantado! de tabú es inmutables, de normas y costumbres que se reputan tan inevitables como la salida del sol, el ciclo de las estaciones otras evidentes uniformidades semejantes de la naturaleza. La comprensión teórica de la diferencia que media entre la "naturaleza" y la "sociedad" sólo puede desarrollarse una vez que esa "sociedad cerrada" mágica ha dejado de tener vigencia.
Una vez claramente comprendida esta distinción, se alcanza la etapa que hemos denominado dualismo crítico o convencionalismo crítico. En la evolución de la filosofía griega ese dualismo de hechos y normas se manifiesta por sí mismo bajo la forma de la oposición existente entre la naturaleza y la convención. Pese al hecho de que esa posición ya había sido alcanzada largo tiempo atrás por el sofista Protágoras, contemporáneo de Sócrates y mayor que éste, es todavía tan poco comprendida, que se hace necesario explicarla con cierto detalle. Ante todo, no debemos pensar que el dualismo crítico supone una teoría del origen histórico de las normas. En efecto, nada tiene que ver con la afirmación histórica, evidentemente insostenible, de que las normas fueron hechas o introducidas por el hombre conscientemente, como una determinación de su voluntad y no como un simple hallazgo casual (cuando fue capaz de hallar las cosas de este tipo). Ninguna relación guarda, entonces, con la aserción de que las normas se originan con el hombre y no con Dios, ni tampoco subestima la importancia de las leyes normativas. Tampoco tiene nada que ver con la afirmación de que las normas, puesto que son convencionales -es decir, hechas por el hombre- deben ser, por lo tanto, "arbitrarias". El dualismo crítico se limita a afirmar que las normas y leyes normativas pueden ser hechas y alteradas por el hombre, o más específicamente, por una decisión o convención de observarlas o modificarlas, y que es el hombre, por lo tanto, el responsable moral de las mismas; no quizá de las normas cuya vigencia en la sociedad descubre cuando comienza a reflexionar por primera vez sobre las mismas, sino de las normas que se siente dispuesto a tolerar después de haber descubierto que se halla en condiciones de hacer algo para modificarlas.
Es sumamente importante para la comprensión de esa actitud darse cuenta de que tales decisiones nunca pueden derivar de los hechos (o de su enunciación), si bien incumben a los mismos. La decisión de luchar contra la esclavitud, por ejemplo, no depende del hecho de que todos los hombres nazcan libres e iguales y de que nadie nazca encadenado.
De esa manera, pueden eliminarse ciertas decisiones por ser imposibles de ejecutar, dado que contradicen ciertas "leyes de la naturaleza. Pero eso no significa, por supuesto, que de estos "hechos invariables" pueda deducirse lógicamente decisión alguna. Por el contrario, la situación es más bien la siguiente: ante un hecho cualquiera, ya sea modificable o invariable, podemos adoptar diversas decisiones, como, por ejemplo, alterarlo, protegerlo de quienes quieren modificarlo, abstenemos de intervenir, etc. Pero si el hecho en cuestión es invariable -ya sea porque es imposible toda alteración en razón de las leyes de la naturaleza, o en razón de resultar demasiado difícil para quienes la intentan-, entonces toda decisión de modificarlo será sencillamente impracticable; en realidad, cualquier decisión con respecto a un hecho tal carecerá de significado alguno.
Al hablar de leyes sociológicas o naturales de la vida social, no nos referimos en particular a las leyes de la evolución, por las cuales los historicistas como Platón demuestran tanto interés; pese a que, de existir uniformidades de cualquier índole en la evolución histórica, su formulación tendría que caer, ciertamente, dentro de la categoría de leyes sociológicas. Tampoco nos referimos especialmente a las leyes de la "naturaleza humana", es decir, a las uniformidades psicológicas y sociopsicológicas de la conducta humana. Nos referimos, más bien, a leyes tales como las enunciadas por las modernas teorías económicas, por ejemplo, la teoría del comercio internacional o la teoría de ciclo económico. Estas y otras importantes leyes sociológicas se relacionan con el funcionamiento de las instituciones sociales. Esas leyes desempeñan en nuestra vida social un papel equivalente al desempeño en la ingeniería mecánica por digamos el principio de la palanca.
Tal como indicamos más arriba, existen muchas etapas intermedias en el pasaje del monismo ingenuo o mágico al dualismo crítico capaz de comprender claramente la diferencia que media entre las normas y las leyes naturales. La mayoría de esas posiciones intermedias proceden de la falsa idea de que si una norma es convencional o artificial, deberá ser totalmente arbitraria. Para comprender la posición de Platón, que reúne elementos de todas ellas, será necesario realizar un examen de las tres más importantes: (1) el naturalismo biológico, el positivismo ético o jurídico y (3) el naturalismo psicológico o espiritual.
Sin embargo, esas consideraciones quizá no basten para rebatir una teoría tan difundida como la del naturalismo biológico; propondremos, por lo tanto, dos formas de crítica más directa. En primer término, debe admitirse que ciertas formas de conducta pueden ser tenidas por más naturales que otras; por ejemplo, andar desnudo o comer solamente alimentos crudos; y sobre esta base, creen algunos que queda justificada, de hecho, la elección de estas formas. Pero en este sentido no es natural, por cierto, interesarse en el arte o en las ciencias o aun en los argumentos en favor del naturalismo. La erección de todo aquello conforme a la "naturaleza", en patrón supremo, nos conduce, en última instancia, a consecuencias que muy pocos se hallarían preparados para afrontar; lejos de conducir a una forma de civilización más natural, nos llevarían el embrutecimiento. La segunda crítica es aún más importante. El naturalista biológico supone que puede extraer sus normas de las leyes naturales que determinan las condiciones de salud, bienestar, etcétera (si es que no cree ingenuamente que no necesitamos adoptar norma alguna, sino que debemos, tan sólo, vivir simplemente de acuerdo con las "leyes de la naturaleza" ), pasando por alto, así, el hecho de que está llevando a cabo una elección, una decisión; el hecho de que es posible que otras personas aprecien ciertas cosas más que su propia salud (por ejemplo, todos aquellos que han arriesgado conscientemente su vida en bien de la investigación médica). Y se equivoca, por lo tanto, si cree que no ha tomado ninguna decisión o que se ha limitado, simplemente, a extraer sus normas de las leyes biológicas.
En tanto que la teoría de los derechos naturales ha sido esgrimida frecuentemente en el curso de la historia, en favor de las ideas igualitarias y humanitarias, la escuela positivista se ha mantenido casi siempre en el campo contrario. Pero eso apenas es poco más que un accidente. Como vimos antes, el naturalismo ético puede ser utilizado con intenciones muy diversas.
Recientemente se lo ha usado para trastornar toda la cuestión, enunciando ciertos pretendidos derechos y obligaciones "naturales" como "leyes naturales".) Inversamente también existen positivistas progresistas y humanitarios. En efecto, si todas las normas son arbitrarias, ¿por qué no ser tolerantes? Esa posición constituye una tentativa típica para justificar una actitud humanitaria sin apartarse del rumbo positivista.
El naturalismo psicológico o espiritual es, en cierto modo, una combinación de las dos posiciones anteriores y la mejor forma de explicarlo consiste en recurrir a un argumento contra la unilateralidad de dichos puntos de vista. El positivista ético tiene razón -se arguye- si insiste en que todas las normas son convencionales, es decir, un producto del hombre y de la sociedad humana; pero pasa por alto el hecho de que constituyen, por consiguiente, una expresión de la naturaleza psicológica o espiritual del hombre y de la naturaleza de la sociedad humana. El naturalista biológico tiene razón cuando supone que existen ciertos objetivos o finalidades naturales, a partir de los cuales podemos deducir las normas naturales; pero pasa por alto el hecho de que nuestros objetivos naturales no son necesariamente objetivos tales como la salud, el placer, la alimentación, el abrigo o la procreación.
La "natural" es, por lo tanto, lo innato, original o divino de un objeto, en, tanto lo "artificial" es aquello que ha sido después modificado, agregado o Impuesto por el hombre, mediante la compulsión externa. Platón insiste en que todos los productos del "arte" humano sólo son, en el mejor de los casos, copias de los objetos sensibles "naturales". Pero puesto que ésos, a su vez, sólo son copias de las divinas Formas o Ideas, se deduce que los productos del arte sólo serán copias de copias, dos veces apartadas de la realidad y, por consiguiente, todavía menos buenas, reales y auténticas que los objetos (naturales) sujetos al flujo universal.
La teoría platónica de la "naturaleza" abre un nuevo rumbo en su metodología historicista. Así como la tarea de la ciencia en general parece consistir en el examen de la verdadera naturaleza de los objetos, la de la ciencia social o política consistirá en el estudio de la naturaleza de la sociedad humana o del Estado. Pero la naturaleza de una cosa, según Platón, es su origen no se halla determinada, al menos, por su origen. De este modo, el método de toda ciencia consistirá en la investigación del origen de las cosas (o de su "causa"). Este principio, aplicado a la ciencia de la sociedad y de la política, subraya la necesidad de examinar el origen de la sociedad y del Estado. La historia no es estudiada por sí mismo, en consecuencia, sino que sirve como (el) método de las ciencias sociales. Esta es la metodología historicista.
Sociedad e individuo son, así, interdependientes. En efecto, el uno le debe la existencia al otro: la sociedad, a la naturaleza humana, especialmente a su falta de autosuficiencia; y el individuo a la sociedad, puesto que no es capaz de bastarse a sí mismo. Pero dentro de esta relación de interdependencia, la superioridad del Estado sobre el individuo se manifiesta de múltiples maneras; por ejemplo, en el hecho de que los gérmenes de la decadencia y la desunión de un Estado perfecto no se generan en el propio Estado, sino más bien en sus individuos; el mal va arraigado en la imperfección del alma humana, de la naturaleza humana o, dicho con más precisión, en el hecho de que el género humano tiende a degenerar. Muy pronto volveremos a este punto, vale decir, el origen de la decadencia política y su dependencia de la degeneración de la naturaleza humana; pero antes prefiero hacer un breve comentario sobre algunas de las características de la sociología platónica, especialmente su versión de la teoría del contrato social, así como también de su concepción del Estado a manera de supe individuo, o sea, su versión de la teoría biológica u orgánica del Estado.
En La República también hallamos ciertos elementos de la teoría convencionalista del contrato combinados de manera semejante con otros elementos del naturalismo (y el utilitarismo). "La ciudad se origina -se nos dice allí- porque no nos bastamos a nosotros mismos... ¿O existe algún "otro origen que explique la fundación de las ciudades?.. Los hombres reúnen dentro de un establecimiento muchos... auxiliares, puesto que necesitan muchas cosas. Al principio, esa idea es introducida inadvertidamente o, por así decirlo, inocentemente. Pero pronto veremos, en el próximo capítulo, que sus consecuencias son de largo alcance y que, en realidad, la única división verdaderamente importante resulta ser la existente entre gobernantes y gobernados, basada, según se pretende, en la desigualdad natural de amos y esclavos, de sabios e ignorantes.
De todo eso se desprende que los argumentos derivados del naturalismo espiritual de Platón resultan completamente ineficaces para responder cualquier interrogante referente al carácter "justo" o "natural" de una ley particular dada. El naturalismo espiritual es demasiado vago para que sea posible aplicarlo a cualquier problema práctico. Así, no es gran cosa la ayuda que puede prestar, fuera de proveer algunos argumentos generales a favor del conservadurismo. En la práctica, todo queda librado a la prudencia de, un gran legislador (un filósofo casi divino cuya descripción, especialmente en Las Leyes, constituye sin duda un autorretrato; véase también el capítulo 8). No obstante, a diferencia de su naturalismo espiritual, la teoría platónica de la interdependencia entre sociedad e individuo suministra resultados más concretos y otro tanto puede decirse de su naturalismo biológico antiigualitario.
Todo eso parece estar indicando que la teoría platónica es, en realidad, una forma de la teoría organicista del Estado, aun cuando no siempre hay comparado al Estado con un organismo. Pero puesto que lo hizo alguna vez, no puede haber ninguna duda de~ que ha de considerarse a Platón exponente o, mejor dicho, uno de los iniciadores de esta teoría. Su versión dé la misma podría caracterizarse como de tipo personalista o psicológico, ya que describe al Estado, no de un modo general, comparándolo a uno u otro organismo, sino trazando una analogía específica con el individuo humano:. Y, en particular, con el espíritu humano. La enfermedad del Estado -la disolución de su unidad- corresponde, por ejemplo, a la enfermedad del espíritu humano, de la naturaleza humana. En realidad, la enfermedad de'" Estado no sólo se halla correlacionada con la corrupción de la naturaleza: humana sino que procede directamente de ella y, en particular, de la clase gobernante. Cada una de las etapas típicas de la degeneración del Estado tiene su origen en una etapa correspondiente de la degeneración del alma humana, de la naturaleza humana, de la raza. y puesto que se considera que la degeneración moral depende de la degeneración racial, podría afirmarse"que el elemento biológico del naturalismo platónico resulta tener, a fin de cuentas, el papel más importante en la fundación de su historicismo. En efecto, la historia del derrumbe del Estado perfecto u original no es sino la historia de la degeneración biológica de la raza humana.
EI PROGRAMA POLíTICO DE PLATÓN
Volviendo la vista hacia ese edificio, podemos examinar sucintamente su plano fundamental. Este plano, concebido por la mente de un gran arquitecto, evidencia un dualismo metafísico esencial en el pensamiento platónico. En el campo de la lógica, ese dualismo se presenta bajo la forma de la oposición entre lo universal y lo particular. En el campo de la especulación; matemática, como la oposición entre la Unidad y la Pluralidad. En el campo de la epistemología, como la oposición entre el conocimiento racional basado en el pensamiento puro y la opinión basada en las experiencias particulares. En el campo de la ontología, como la oposición entre la realidad única, original, invariable y verdadera, y la apariencia múltiple, variable e ilusoria; como la oposición entre el ser puro y el devenir o, con mayor precisión, el continuo cambiar. En el campo de la cosmología, como la oposición:entre lo que genera y lo generado, sujeto a decadencia. En la ética, como la:oposición entre el bien, es decir, lo que preserva, y el mal, esto es, lo que corrompe. En política como la oposición entre un ente colectivo, Estado, capaz de alcanzar la perfección y la autarquía, y la gran masa del pueblo, vale decir, los múltiples individuos, los hombres particulares que están condenados a permanecer imperfectos y subordinados y cuyo particularismo debe ser suprimido en bien de la unidad del Estado (ver el próximo capítulo). Y toda esta filosofía dualista se originó, a mi juicio, en el deseo apremiante de explicar el contraste entre la visión de una sociedad ideal y el odioso espectáculo del campo social real que le tocaba presenciar; contraposición aguda, en verdad, de una sociedad estable frente a una sociedad en todo proceso de revolución.
Capítulo 6
LA JUSTICIA TOTALITARIA
El análisis de la sociología platónica torna fácil la exposición de su programa político. Sus exigencias fundamentales pueden expresarse con cualquiera de estas dos fórmulas: en primer término, la correspondiente a su teoría idealista del cambio y el reposo, y en segundo término, la de su naturalismo. He aquí la fórmula idealista: ¡Detened todo cambio político! El cambio es vil, el reposo divino! Todo cambio puede ser detenido si el Estado constituye una copia exacta de su original, es decir, la Forma o Idea de la ciudad. Si se nos pregunta cómo puede ser esto factible, responderemos con la fórmula naturalista: ¡De nuevo a la naturaleza! De nuevo al Estado original de nuestros antecesores, el Estado primitivo fundado de acuerdo con la naturaleza humana y, por consiguiente, de carácter estable. De nuevo a la patriarquía tribal de la época anterior a la Caída, al gobierno de clase natural, a cargo de unos pocos sabios, sobre la masa ignorante.
La idealización del gran idealista impregna no sólo todas las interpretaciones de los escritos de Platón, sino también sus traducciones. Frecuentemente, las observaciones drásticas de Platón que no se avienen con las opiniones del traductor acerca de lo que ha de decir un filósofo humanitario, son atenuadas o interpretadas erróneamente.
Capítulo 7
EL PRINCIPIO DE LA CONDUCCIÓN
La consideración de ciertas objeciones formuladas contra nuestra interpretación del programa político platónico nos ha obligado a investigar el papel desempeñado dentro de este programa por ideas morales tales como la Justicia, el Bien, la Belleza, la Sabiduría, la Verdad y la Felicidad. En este capítulo y en los dos siguientes proseguiremos dicho análisis, empezando por considerar el papel desempeñado por la idea de la Sabiduría en la filosofía política de Platón.
Hemos visto ya que la idea platónica de la justicia exige fundamentalmente que los gobernantes naturales gobiernen y que los esclavos naturales obedezcan. Es parte de la exigencia historicista que el Estado, a fin de detener todo cambio, sea una copia de su Idea o de su verdadera "naturaleza". Esta teoría de la justicia demuestra con toda claridad que Platón vio el problema fundamental de la política en la pregunta: ¿ Quiénes deben gobernar el Estado?
Insisto en esos puntos empíricos, no porque desee utilizaros como argumento, sino tan sólo para evitar objeciones infundadas. Nuestra tesis es que toda teoría de la soberanía omite la consideración de un problema mucho más fundamental, esto es, el de si debemos o no esforzarnos por lograr el control institucional de los gobernantes mediante el equilibrio de sus facultades con otras facultades ajenas a ellos. Lo menos que podemos hacer es prestar cuidadosa atención a esta teoría del control y el equilibrio. Hasta donde se me alcanza, las únicas objeciones que cabe hacer a esta concepción son: (a) que dicho control es prácticamente imposible y (b) que resulta esencialmente inconcebible, puesto que el poder político es fundamentalmente soberano.) A mi juicio los hechos refutan estas dos objeciones de carácter dogmático y, junto con ellas, toda una serie de importantes concepciones (por ejemplo, la teoría de que la única alternativa a la dictadura de una clase es la de otra clase). Para plantear la cuestión del control institucional de los gobernantes basta con suponer que los gobiernos no siempre son buenos o sabios. Sin embargo, puesto que me he referido a los hechos históricos, creo conveniente confesar que me siento inclinado a darIe mayor amplitud a esta su Alusión al conocido libro de Aldous Huxley, Brave New World, traducido al castellano con el título Un mundo mejor.
Aquellos demócratas que exigimos el control institucional de los gobernantes por parte de los gobernados, en especial el derecho de terminar con cualquier gobierno por un voto de la mayoría, debemos fundamentar estas exigencias sobre una base mejor de la que puede ofrecernos la contradictoria teoría de la soberanía. En realidad, esta dificultad ya había sido advertida hace> mucho tiempo, como lo demuestra la siguiente observación de Heráclito: "La ley puede exigir, también, que sea obedecida la voluntad de Un Solo Hombre", Sintetizando, diremos que la teoría de la soberanía se asienta sobre una' base sumamente débil, tanto empírica como lógicamente. Lo menos que ha de exigirse es que no se la adopte sin antes examinar cuidadosamente otras 'posibilidades.
En realidad, no es difícil demostrar la posibilidad de desarrollar una teoría del control democrático que esté libre de la paradoja de la soberanía. La teoría a que nos referimos no procede de la doctrina de la bondad o justicia intrínsecas del gobierno de la mayoría, sino más bien de la afirmación de la ruindad de la tiranía; o, con más precisión, reposa en la decisión, o en la adopción de la propuesta, de evitar y resistir a la tiranía.
Si, tal como hemos sugerido, hacemos uso de los dos rótulos propuestos, entonces podremos considerar que el principio de la política democrática consiste en la decisión de crear, desarrollar y proteger las instituciones políticas que hacen imposible el advenimiento de la tiranía. Este principio no significa que siempre sea posible establecer instituciones de este tipo, y menos todavía, que éstas sean impecables o perfectas, o bien que aseguren que la política adoptada por el gobierno democrático habrá de ser forzosamente justa, buena o sabia, o siquiera mejor que la adoptada por un tirano benévolo. (Puesto que no efectuamos ninguna afirmación de este tipo, queda eliminada la paradoja de la democracia.) Lo que sí puede decirse, sin embargo, es que en la adopción del principio democrático va implícita la convicción de que hasta la aceptación de una mala política en una democracia (siempre que perdure la posibilidad de provocar pacíficamente un cambio en el gobierno), es preferible al sojuzgamiento por una tiranía, por sabia o benévola que ésta sea. Vista desde este ángulo, la teoría de la democracia no se basa en el principio de que debe gobernar la mayoría, sino más bien, en el de que los diversos métodos igualitarios para el control democrático, tales como el sufragio universal y el gobierno representativo, han de ser considerados simplemente salvaguardias institucionales, de eficacia probada por la experiencia, contra la tiranía, repudiada generalmente como forma de gobierno, y estas instituciones deben ser siempre susceptibles de perfeccionamiento,
Volviendo a Platón, hallamos que con su insistencia en el problema de "quiénes deben gobernar", dio por sentada, tácitamente, la teoría general de la soberanía. Se elimina de este modo, sin siquiera planteado, el problema del control institucional de los gobernantes y del equilibrio institucional de' sus facultades. El mayor interés se desplaza, así, de las instituciones hacia las personas, de modo que el problema más urgente es el de seleccionar a los jefes naturales y adiestrados para el mando.
En razón de este hecho, hay quienes creen que en la teoría platónica el bienestar del Estado constituye, en última instancia, una cuestión ética y espiritual, dependiente de las personas y de la responsabilidad personal, más que del establecimiento de instituciones impersonales. A mi juicio, esta concepción del platonismo es superficial. Todos los regímenes políticos a largo plazo son institucionales. Y de esta verdad no se escapa ni el mismo Platón.
Esta distinción entre el elemento personal y el institucional en una determinada situación social es un punto frecuentemente olvidado por los críticos de la democracia. En su gran mayoría, se declaran insatisfechos con las instituciones democráticas porque encuentran que éstas no bastan necesariamente para impedir que un Estado o una política caigan por debajo de determinados patrones morales o exigencias políticas. Pero estos críticos yerran al dirigir su ataque; no se dan cuenta de lo que cabe esperar de las instituciones democráticas ni de lo que cabría esperar de su supresión. La democracia (utilizando este rótulo en el sentido especificado más arriba) suministra el marco institucional para la reforma de las instituciones políticas.
Uno de los principios fundamentales de Sócrates era, en mi opinión, el intelectualismo moral. Con esta expresión nos referimos: (a) a la identificación de la bondad con la sabiduría, es decir a su teoría de que nadie actúa contra lo que le dicta su conocimiento y que es la falta de conocimiento la causa de todos los errores morales, y (b) a la teoría de que las virtudes morales pueden ser enseñadas, y que ellas no presuponen ninguna facultad moral específica, aparte de la inteligencia humana universal. Sócrates, moralista y entusiasta, era ese tipo de hombre capaz de criticar cualquier forma de gobierno por sus defectos (y esta crítica es necesaria y útil, en verdad, para cualquier gobierno, si bien sólo es posible en una democracia), pero también de reconocer la importancia de mantenerse leal a las leyes del Estado. La mayor parte de la vida de Sócrates transcurrió bajo. ¿Formas democráticas de gobierno y, como buen demócrata, Sócrates sintió, que era su deber poner al descubierto la incapacidad y charlatanería de algunos de los jefes democráticos de su época.
¿Cómo hizo Platón para dar la vuelta a esta doctrina? A primera vista,: parecería que no la hubiera modificado en absoluto cuando exige que la soberanía del Estado descanse en los filósofos, especialmente debido a que al igual que Sócrates- por filósofos entendía a los amantes de la verdad. Pero las modificaciones introducidas por Platón son realmente fundamentales. El amante platónico ya no es el modesto buscador de verdades, sino su orgulloso poseedor. Dialéctico experto, el filósofo es capaz de intuición intelectual, de ver las Formas o Ideas divinas y eternas, y de comunicarse con ellas. Situado muy por encima de todos los hombres ordinarios, es "semejante a los dioses, si no... divino",16 tanto por su sabiduría como por su poder. El filósofo platónico ideal se acerca, al mismo tiempo, a la omnisapiencia. Es, en suma, el Filósofo Rey. Resulta difícil, a mi juicio, concebir un contraste mayor que el que media entre el ideal socrático del filósofo y el platónico. Es el contraste entre dos mundos distintos: el mundo de un individualista modesto y racional y el de un semidiós totalitario.
La institución que, de acuerdo con Platón, debe cuidar la formación de los futuros conductores podría describirse como el departamento educacional del Estado. Desde un punto de vista puramente político es, con mucho, la institución más importante dentro de la sociedad platónica. Ella tiene las llaves del poder y por esta sola razón los gobernantes deben controlarla directamente, o por lo menos, los grados superiores de instrucción. Existen también otras razones y la más importante es la de que sólo "los expertos y... los hombres de reconocida probidad" -como dice Grossman-, que dentro de la concepción platónica sólo significan los adeptos más sabios, es decir, los propios gobernantes, son dignos de que se les confíe la iniciación definitiva de los futuros sabios en los misterios superiores de la sabiduría.
Es interesante destacar que más adelante, en un pasaje más depurado, donde trata de pintar a los gobernantes con el mayor brillo posible, Platón modifica su sugerencia.
Nunca una autoridad podrá admitir que el tipo más valioso sea el de aquellos dotados de valentía intelectual, es decir, capaces de desafiar su propia autoridad. Al mismo tiempo, las autoridades siempre estarán convencidas, por supuesto, de su capacidad para descubrir la iniciativa de los demás. Pero lo que ellos entienden por iniciativa es sólo la rápida captación de sus intenciones y la verdadera diferencia entre una y otra actitud pasará siempre inadvertida. (Quizá estemos rozando, aquí, el secreto de las dificultades particulares que se oponen a la selección de conductores militares capaces. Las exigencias de la disciplina militar intensifican los inconvenientes aquí examinados y los métodos de la promoción militar son tales, que aquellos que se atreven a pensar por sí mismos suelen concluir por ser eliminados. Nada menos cierto, en la medida en que importa a la iniciativa intelectual, que la idea de que aquellos buenos para obedecer serán los mejores para mandar.
Llegamos así, al parecer, a un resultado de cierta importancia, pues es susceptible de ser generalizado. Difícilmente pueda idearse institución para la selección de los individuos más sobresalientes. La selección ¡institucional puede servir maravillosamente a los fines que Platón se proponía, esto es, para paralizar todo cambio. Pero si pedimos más, entonces ya no servirá de nada, pues siempre tenderá a eliminar la iniciativa y la originalidad y, de forma más general, las cualidades inesperadas y poco frecuentes. Esto no es, por cierto, una crítica del institucionalismo político. Sólo reafirmamos lo que ya habíamos dicho antes, es decir, que siempre debemos prepararnos para los peores conductores, aunque tratemos, por supuesto de procuramos los mejores. Pero sí criticamos la tendencia a cargar las instituciones, especialmente las de carácter educacional, con la tarea imposible de seleccionar a los mejores. Errado así su objeto, el sistema educacional se convierte el estudio en una carrera de vallas. En lugar de estimular al estudiante para que se dedique al estudio mismo, en lugar de alentar en él un verdadero amor por la investigación y por su disciplina, se le impulsa estudiar sólo por su carrera personal y se le hace adquirir sólo aquellos conocimientos útiles para salvar los obstáculos que le cierran el paso.
Digamos aquí, de paso, que en la práctica Platón no tuvo mayor éxito en su selección de conductores políticos. y al afirmarlo no nos referimos tanto al decepcionante resultado de su experimento con Dionisio el Joven, tirano de Siracusa, como a la participación de la Academia de Platón en la exitosa expedición de Dio contra Dionisio. Dio, el famoso amigo de Platón, recibió el apoyo, en esta aventura, de gran número de miembros de la Academia platónica, entre quienes se contó Calicus, que llegó a ser uno de los camaradas más íntimos de Dio.
Capítulo 8
EL FILÓSOFO REY
Y el Estado levantará monumentos... para celebrar su memoria. Y se les ofrecerán sacrificios como a se dioses... como a hombres tocados por la gracia divina semejantes a Dios.
PLATÓN
El contraste entre la concepción platónica y la socrática es mayor todavía de lo que parecería desprenderse del análisis precedente. Dijimos ya que: Platón siguió los pasos de Sócrates en su definición del filósofo. "¿A quienes llamas verdaderos filósofos?". Pero el propio Platón no se atiene totalmente a ti verdad al efectuar esta afirmación. En efecto, dista mucho de creer realmente en ella, y así, declara lisa y llanamente en otros lugares que es regio privilegio del soberano hacer pleno uso de las mentiras y el engaño: "Si hay alguien con derecho a mentir, éste sólo puede ser el gobernante de la ciudad a fin de engañar a sus enemigos y a sus propios conciudadanos en beneficio de la comunidad; pero ningún otro debe gozar de este privilegio".
Platón inicia la exposición de su Mito de la Sangre y del Suelo con la lisa y llana de que sólo se trata de un fraude. "Bien, entonces -dice el Sócrates de La República- ¿podríamos fabricar, quizá, una de esas útiles mentiras que acabamos de mencionar? Con la ayuda de una sola mentira señorial podemos, si tenemos suerte, llegar a persuadir incluso a los propios gobernantes, y si no, en todo caso, al resto de la ciudad. Vale la pena destacar el empleo del término "persuadir". Persuadir a alguien a que crea en una mentira significa, con más precisión, extraviarlo o burlarse de él, y estaría más de acuerdo con el franco cinismo del pasaje expresar en nuestra traducción: "Podemos si tenemos suerte, burlamos incluso de los propios gobernantes". Pero Platón utiliza el término "persuasión" con suma frecuencia y su empleo en esta ocasión ayuda a comprender otros pasajes. Así, bien podría tomarse como una advertencia de que en otros pasajes semejantes puede haber tenido presentes, al usarlo, mentiras propagandísticas, especialmente cuando sostiene que el hombre de estado debe gobernar "por medio de la persuasión y la fuerza. Tras anunciar su "mentira señorial", Platón, en lugar de pasar directamente a la narración de su Mito, elabora primero un largo prefacio bastante semejante al extenso introito que precede a su descubrimiento de la justicia, indicio éste, a mi juicio, de su falta de seguridad.
La función primera y más importante del filósofo reyes la de fundar y dar las leyes a la ciudad. No es difícil comprender por qué Platón necesita a un filósofo para esta tarea. Si el Estado ha de tener estabilidad, deberá ser una copia fiel de la divina Forma o Idea del Estado. Pero sólo un filósofo plenamente instruido en la más alta de todas las ciencias, es decir, la dialéctica, se hallará facultado para ver y copiar el divino original. Este punto recibe considerable atención en la parte de La República en que Platón desarrolla sus argumentos en favor de la soberanía de los filósofos.
La Idea platónica del Bien ocupa el lugar más elevado dentro del orden jerárquico de las Formas. Es el sol del divino universo de las Formas o Ideas que no sólo alumbra a todos los demás miembros, sino que es también la fuente de su existencia. Es, asimismo, la fuente o causa de todo conocimiento y toda verdad. De este modo, es indispensable para el dialéctice" la facultad de ver, de apreciar, de conocer el Bien. Puesto que es el sol fuente de toda luz en el universo de las Formas, le permite al filósofo-pintor discernir sus objetos. Su función resulta, por lo tanto, de la mayor importancia para el fundador de la ciudad.
Si bien el análisis de la función del fundador de la ciudad no nos revela ningún nuevo elemento ético en la doctrina platónica, nos demuestra que existe una razón definida para que el fundador de la ciudad sea un filósofo. Sin embargo, esto no justifica plenamente la exigencia de una permanente soberanía de los filósofos, sino que se limita a explicar por qué ha de ser el filósofo el primer legislador, callando los motivos que determinan su permanencia en el gobierno, dado, especialmente, que ninguno de los magistrados posteriores debe introducir cambio alguno. Para una plena justificación de la exigencia de que gobiernen los filósofos deberemos pasar a analizar, por consiguiente, las tareas relacionadas con la preservación de la ciudad. Sabemos por las teorías sociológicas de Platón que el Estado, una vez establecido, conserva su estabilidad mientras no se produzca ninguna fisura en la unidad de la clase gobernante. La adecuada educación de esa clase constituye, por lo tanto, la gran función preservadora a cargo del soberano, función que debe perpetuarse tanto tiempo como exista el Estado.
El principal motivo que cabe observar es, sin duda, la necesidad de aumentar al máximo la autoridad de los gobernantes. Si la educación de los auxiliares se lleva a cabo adecuadamente, se obtendrá gran número de buenos soldados. Y de este modo, el hecho de sobresalir en las facultades militares puede no bastar para establecer una autoridad indiscutida e indiscutible; ésta debe basarse en razones de índole superior. Así, Platón la funda en la pretendida existencia de facultades sobrenaturales y místicas en sus conductores.
Pero eso no puede bastar para responder satisfactoriamente nuestra pregunta relativa a las funciones del filósofo en el Estado. Indica, más bien, que problema se ha desplazado a otro terreno, planteándose ahora con respecto a las funciones políticas prácticas del curador o médico. No es razonable pensar que Platón no haya perseguido algún propósito definido adiestramiento filosófico especializado. Debemos buscar, por consiguiente, una función permanente del gobernante, análoga a la función pasajera del legislador. La única esperanza de descubrir una función semejan:: parece residir en la esfera de la selección genética de la raza dominante.
El mejor método para descubrir por qué es necesario confiar a un filósofo el gobierno permanente consiste en formularse la siguiente pregunta: 'Qué le sucede a un Estado, según Platón, si no cuenta con el gobierno permanente de un filósofo? La respuesta de Platón es terminante: si los guardias del Estado, incluso los del perfecto, ignoran la sabiduría pitagórica y el Número Platónico, entonces la raza de los guardianes, y con ella el Estado, estarán condenados a degenerar.
El racismo pasa a desempeñar así, en el programa político de Platón, un papel más central de lo que cabría esperar a primera vista. Exactamente del mismo modo en que el Número racial o nupcial platónico provee el fondo para su sociología descriptiva, "el fondo dentro del cual se halla encuadrada la Filosofía de la Historia platónica" (como dice Adam), proporciona también el marco para la exigencia política de la soberanía de los filósofos.
Para ese tipo de selección eugenésica no hace falta ninguna preparación filosófica especial. La selección filosófica desempeña, sin embargo, un papel principalísimo a manera de contrapeso de los peligros de la degeneración. A fin de combatir estos peligros, hace falta un filósofo plenamente capacitado, es decir, alguien adiestrado en la matemática pura (la geometría del espacio Inclusive), la astronomía pura, la armonía pura y la coronación de todos los estudios, la dialéctica. Sólo aquel que conozca los secretos de la eugenesia matemática, del Número platónico, podrá devolver al hombre, y salvaguarda en su beneficio, la felicidad disfrutada antes de la Caída.
Es perfectamente normal que Platón mencionase su racismo en este pasaje clave en que enuncia su exigencia política más importante. En efecto, sin el "auténtico filósofo plenamente capacitado", adiestrado en todas aquellas ciencias que constituyen otros tantos requisitos previos para el conocimiento de la eugenesia, el Estado está perdido. En su historia del Número y de la Caída del hombre, Platón nos dice que uno de los primeros pecados capitales de omisión que habrán de cometer los magistrados degenerados será la pérdida de interés en la eugenesia, esto es, la negligencia en la observación y verificación de la pureza de la raza: "Entonces serán elevadas al gobierno personas completamente ineptas para su tarea de guardianes, esto es, para vigilar y poner a prueba los metales de la raza (que es la misma de Hesíodo y la tuya, lector), oro y plata y bronce y hierro".
Es la ignorancia del misterioso Número nupcial la que conduce a este desgraciado fin. Pero es indudable que el Número lo había inventado el propio Platón. (Esta teoría presupone la armonía pura, la cual presupone, a su vez, la geometría del espacio, ciencia ésta enteramente nueva en la época en que fue escrita La República. ) Vemos, pues, que nadie sino Platón conocia.el secreto y la clave de la verdadera magistratura. Lo cual sólo puede significar una cosa: el filósofo reyes el propio Platón y La República la reclamación para sí de un poder soberano; poder que le pertenecía, según su convicción, por reunir a la vez la calidad de filósofo y la de descendiente y legítimo heredero de Codrus el mártir, el último de los reyes ateniense quien, según Platón, se había sacrificado "a fin de conservar el reino para sus hijos".
Pero la razón que se aduce para ello es la de que... su condición es demasiado elevada. Aquel que ha experimentado la comunión Con la divinidad puede descender de las alturas, si lo quiere, al nivel de los mortales, sacrificándose en bien de los intereses del Estado. No ansía hacerlo; pero como gobernante y salvador natural, se halla dispuesto al sacrificio. Los pobres mortales lo necesitan y sin él, el Estado debe perecer pues sólo él conoce el secreto para preservarlo, el secreto de detener la degeneración...
capitulo 9
ESTETICISMO, PERFECCIONISMO, UTOPISMO
La concepción utopista podría describirse de la forma siguiente: todo acto racional debe obedecer a cierto propósito; así, es racional en la misma medida en que persigue su objetivo consciente y consecuentemente y en que determina sus medios de acuerdo con este fin. Lo primero que debemos hacer si queremos actuar racionalmente es, por tanto, elegir el fin, y debemos tener el mayor cuidado al determinar nuestros fines reales o últimos, pues no debemos confundirlos con aquellos fines intermedios o parciales que, en realidad, sólo son medios o pasos del recorrido hacia el objetivo final. Si pasamos por alto esta diferencia, también podemos pasar por alto la cuestión de si esos fines parciales son o no aptos para acarrear el fin fundamental y, en consecuencia, no lograremos actuar racionalmente. Estos principios, si se los aplica al campo de la actividad política, exigen que determinemos nuestra meta política última, o el Estado Ideal, antes de emprender alguna acción práctica. Sólo una vez determinado este objetivo final, aun que no sea más que en grandes líneas, sólo una vez que tengamos en nuestras manos algo así como el plano de la sociedad a que aspiramos llegar, podremos comenzar a considerar el camino y los medios más adecuados para su materialización, y a trazamos un plan de acción práctica. Tales son lo preliminares necesarios de cualquier movimiento político práctico que aspire a ser llamado racional, especialmente en la esfera de la ingeniería social.
Es la diferencia entre un método susceptible de ser aplicado en cualquier momento y otro cuya práctica puede convertirse con facilidad en un medio para ; posponer continuamente la acción hasta una fecha posterior, en la esperanza de que las condiciones sean entonces más favorables. Y es también la diferencia que media entre el único método capaz de solucionar problemas, en todo tiempo y lugar, según lo enseña la experiencia histórica (incluyendo la propia Rusia, como se verá más adelante) y otro que, dondequiera que ha sido puesto en práctica, sólo ha conducido al uso de la violencia en lugar ,de la razón, y si no a su propio abandono, en todo caso al del plan original. El ingeniero gradualista puede aducir en favor de su método que la lucha sistemática contra el sufrimiento, la injusticia y la guerra tiene más probabilidades de recibir el apoyo, la aprobación y el acuerdo de un gran número t de personas, que la lucha por el establecimiento de un ideal. La existencia de} males sociales, vale decir, de condiciones sociales que hacen padecer a muchos hombres, puede establecerse con relativa precisión.
En caso de que el plano esté equivocado, el daño no será muy grande ni el reajuste difícil. Puesto que menos riesgos no son tan fácilmente objeto de controversia. Pero si es más fácil llegar a un acuerdo razonable acerca de los males existentes y de los medios para combatidos, que con respecto al bien ideal y a los medios para materializarlo, entonces será mayor nuestra esperanza de que mediante el uso del método gradual se supere la dificultad práctica más seria de toda reforma política razonable, a saber, el empleo de la razón, en lugar de la pasión y la violencia, en la ejecución del programa social. Siempre existirá la posibilidad de llegar a una transacción razonable de las partes y, por consiguiente, de alcanzar las mejoras mediante métodos democráticos. (La palabra "transacción, es desagradable, pero es importante que aprendamos a usarla correctamente. Las instituciones son, inevitablemente, el resultado de una transacción con las circunstancias, intereses, etc., si bien como personas podemos resistimos a influencias de este tipo.)
Consecuencia de ello será que el ingeniero utopista no tendrá otro remedio que hacerse sordo a las quejas y, en realidad, deberá convertirse en parte de sus tareas ordinarias la supresión de las objeciones irrazonables. Pero junto con éstas, se verá forzado a suprimir, invariablemente también la crítica razonable. Otra dificultad que debe superar la ingeniería utópica es la relacionada con el problema del sucesor del dictador.
Es de suma importancia comprender bien esta crítica; nuestra crítica no consiste en afirmar que el ideal carezca de validez por no ser factible su consecución, debiendo permanecer siempre en el plano utópico. Esto no sería acertado, pues son muchas las cosas que han sido alcanzadas después de haberse descartado dogmáticamente esta posibilidad; por ejemplo, el establecimiento de instituciones para asegurar la paz civil para la prevención del delito dentro del Estado (a mi juicio, no es ya siquiera un problema difícil y mucho menos insoluble, el del establecimiento de instituciones similares para la prevención de los delitos internacionales como, por ejemplo, la agresión armada, pese a haberse tachado de utópica esta posibilidad). Lo que criticamos de la ingeniería utópica es su propósito de reconstruir la sociedad en su integridad, provocando cambios de vasto alcance cuyas consecuencias prácticas son difíciles de calcular debido al carácter limitado de nuestra experiencia.
Son muy pocos los fabricantes que podrían encontrarse preparados para producir un nuevo motor sobre la sola base de un plano, aun cuando esto hubiera sido proyectado por el experto más capaz, sin hacer primero Un modelo del producto y "desarrollarlo" luego, en lo posible, mediante pequeños ajustes. Quizá sea útil contrastar esta crítica del Idealismo platónico, en la política, con la crítica de Marx de lo que este pensador llama "Utopismo". Lo que tienen de común nuestra crítica y la de Marx es que ambas exigen un mayor realismo. En ambas se considera que los planes utópicos nunca podrán realizarse de la forma en que fueron concebidos, pues casi nunca una acción social produce exactamente el resultado esperado.
Nos referimos a los alcances del atropismo, a su tentativa de solucionar los problemas de la sociedad de un solo golpe, sin dejar de tocar absolutamente nada. A su convicción de que es necesario ir a la raíz misma del mal social, si queremos "traer alguna decencia al mundo" (como dice Du Gard), pues de nada servirán los combates parciales contra el deplorable sistema social existente; a su -para decirlo en dos palabras- radicalismo intransigente. (Como advertirá el lector, usamos aquí este término en su sentido original y literal, no con el más difundido en la actualidad de "progresismo liberal", a fin de caracterizar esa actitud de "ir a la raíz de las cosas".) Tanto Platón como Marx sueñan con.la revolución apocalíptica que habrá de transfigurar radicalmente todo el mundo social.
Este radicalismo extremo de la concepción platónica (y también de la marxista) se halla relacionado, en mi opinión, con un esteticismo, es decir, con el deseo de construir un universo que no sólo sea algo mejor y más racional que el nuestro, sino también que se halle libre de toda su fealdad; no se trata de remendar mal que bien sus viejos harapos, sino de cubrirlo con, una vestidura enteramente nueva y hermosa.
En ningún autor encontramos una expresión más vehemente de este es teticismo que en Platón. Platón era un artista, y como muchos de los mejores artistas, trató de tener siempre a la vista un modelo, el "divino original" de su obra, esforzándose por "copiarlo" fielmente. Buen número de las citas incluidas en el capítulo anterior ilustran claramente este punto. Lo que Platón define como dialéctica es, en esencia, la intuición intelectual del mundo de la belleza pura. Sus filósofos adiestrados son hombres que "han visto la verdad de lo que es hermoso, justo y bueno”, lo y se hallan en condiciones de trasladarlo del cielo a la tierra. Para Platón, la política es el Arte Regia. Y es un arte, no en el sentido metafórico con que podemos referimos al arte de tratar a los hombres, o al arte de hacer las cosas, sino en un sentido más literal de la palabra. Es un arte de composición, al igual que la música, la pintura o la arquitectura. El político de Platón compone ciudades, movido tan sólo por la búsqueda de la belleza.
He ahí la forma en que debe proceder el político artista, y lo que significa la limpieza del lienzo. Deben borrarse las instituciones y tradiciones existentes. Se debe purificar, purgar, expulsar, deportar y matar. (<<Liquidar como se dice en la actualidad...) Las palabras de Platón constituyen, en verdad, una descripción fiel de la actitud intransigente de todas las formas que radicalismo político a ultranza, de la resistencia esteticista a entrar en componendas. La opinión de que la sociedad debe ser hermosa como un objeto de arte lleva con demasiada facilidad a adoptar medidas violentas. Pero todo este radicalismo y esta violencia son posiciones a la vez fútiles y faltas de realismo? Esto lo ha demostrado perfectamente el ejemplo de! a evolución del movimiento ruso. Tras el derrumbe econorruco a que condujo la limpieza, lienzos emprendida por la llamada "guerra comunista", Lenin introdujo;"nueva política económica", que no era, en realidad, sino un tipo de ingeniería gradual, si bien sin la formulación consciente de sus principios o de su correspondiente tecnología y la propiedad privada.
A fin de efectuar la crítica de los funcionarios del radicalismo estético Platón, convendrá distinguir dos puntos diferentes: aquí el primero: la idea de la sociedad que tienen muchas gentes que hablan de "nuestro sistema social" y de la necesidad de reemplazarlo por un "sistema", es muy semejante al caso de un retrato pintado sobre un lienzo y que debe ser totalmente borrado para poder pintar otro nuevo. Sin embargo, existen grandes diferencias.
Esto nos lleva al segundo punto -de mayor importancia- que se refiere al irracionalismo inherente a la concepción radical. En todos los terrenos, sólo podemos aprender por medio de la prueba y el error, equivocándonos y corrigiendo las faltas; a nadie se le ocurre confiar solamente en la inspiración, si bien ésta puede resultar del mayor valor cuando es susceptible de ser verificada por la experiencia. Por consiguiente, no es razonable suponer que una completa reconstrucción de nuestro mundo social haya de llevamos de inmediato a un sistema practicable. Debemos esperar, más bien, en razón de nuestra falta de experiencia, la comisión de muchos errores que sólo podrían ser eliminados mediante un largo y laborioso proceso de pequeños ajustes; en otras palabras, mediante ese método racional de la ingeniería gradual cuya aplicación venimos defendiendo.
Capítulo 10
LA SOCIEDAD ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
Él nos restaurará a nuestra naturaleza original y nos curará, bendiciéndonos y haciéndonos felices.
PLATÓN
Hay todavía un punto que falta considerar en nuestro análisis. La afirmación de que el programa político de Platón era puramente totalitario y las objeciones que levantamos contra él. Sin embargo, todavía nos resta considerar una de estas ideas, a saber, la de la Felicidad. Como se recordará, en esa ocasión citamos a Crossman en relación con la creencia de que el programa político de Platón es, en esencia, un "plan para construir un Estado perfecto, donde todos los ciudadanos sean realmente felices", y calificamos dicha creencia de residuo de la
Tendencia a idealizar a Platón. Si se nos pidiese que justificáramos este juicio, no nos sería difícil demostrar que el tratamiento platónico de la felicidad es exactamente análogo a su tratamiento de la justicia, y, especialmente, que se basa en la misma creencia de que la sociedad se halla "por naturaleza" dividida en clases o castas. La verdadera felicidad -insiste Platón sólo se alcanza mediante la justicia, es decir, guardando cada uno el lugar que le corresponde. El gobernante debe hallar la felicidad en el gobierno, el guerrero en la guerra y, cabe inferirlo, el esclavo en la esclavitud. Fuera de esto, Platón afirma frecuentemente que él no apunta ni a la felicidad de los individuos ni a la de una clase particular del Estado, sino a la felicidad del conjunto y esto -arguye- no es sino el resultado del imperio de esa justicia cuya concepción totalitaria ya ha sido demostrada. Una de las principales tesis de La República es, precisamente, la de que sólo esta justicia puede llevar a una auténtica felicidad.
En nuestra propia forma de vida existe, entre las leyes del Estado por un lado, y los tabúes que observamos habitualmente por el otro, un campo que se ensancha día a día, correspondiente a las decisiones personales, con sus problemas y responsabilidades, y no es posible pasar por alto la importancia de este campo. Las decisiones personales pueden llevar a la alteración de los tabúes e incluso de las leyes políticas, que ya no tienen ese carácter. La gran diferencia reside en la posibilidad de reflexión racional acerca de estos asuntos. En cierto modo, la reflexión racional comienza con Heráclito. Con Alcmeón, Faleas e Hipodamo, con Heródoto y los sofistas, la búsqueda de la "mejor constitución" va adoptando, por grados, el carácter de un problema susceptible de ser tratado racionalmente. Y en nuestra propia época, somos muchos los que adoptamos decisiones racionales con respecto al carácter más o menos deseable o indeseable de las reformas legislativas y de otros cambios institucionales; es decir, que tomamos decisiones basándonos en la estimación de las consecuencias posibles y en la preferencia consciente por algunas de ellas. Reconocemos, así, la responsabilidad personal racional.
Los aspectos a que nos referimos se hallan relacionados con el hecho disque, en una sociedad abierta, son muchos los miembros que se esfuerzo por elevarse socialmente y pasar a ocupar los lugares de otro miembro: Esto puede conducir, por ejemplo, a fenómenos sociales de tanta importancia como las luchas de clases. En un organismo no es posible encontrar nada parecido a semejante lucha de clases. Puede ser, quizá, que las células o tejidos de un organismo -de los cuales se dice que corresponden a los miembros de un Estado- compitan por el alimento, pero evidentemente no existe ninguna tendencia por parte de las piernas a convertirse en el cerebro, por parte de otros miembros del cuerpo a convertirse en el vientre. Pues que en el organismo no hay nada que pueda corresponder ni siquiera al características más importantes de la sociedad abierta -por ejemplo, competencia entre sus miembros para elevarse en la escala social-la llamada teoría organicista del Estado se basa en una falsa analogía. La sociedad cerrada, por el contrario, ignora, prácticamente, estas tendencias. Sus instituciones, incluyendo las castas, son sacrosantas, tabúes. En este caso, la teoría organicista ya no se acomoda tan mal. No debe sorprendernos, por lo tanto, que la mayoría de las tentativas de aplicar la teoría organicista a nuestra sociedad no sean sino formas veladas de propaganda para el retorno tribalismo.
Como consecuencia de su pérdida de carácter orgánico, la sociedad abierta puede convertirse, gradualmente, en lo que cabría denominar "sociedad abstracta". Con la palabra "abstracta" nos referimos a la pérdida,-que puede llegar a un grado considerable- del carácter de grupo conflicto de hombres o de sistema de grupos concretos.
Muchos anhelaban verse libres de la sujeción ateniense. Otros se mostraban temerosos de caer bajo su yugo Es sumamente interesante que, este juicio acerca del Imperio ateniense se haya convertido en el juicio más o menos oficial de la "historia", esto es, de la mayor parte de los historiadores. Así como a los filósofos les resulta arduo liberarse del punto de vista platónico, del mismo modo los historiadores no logran superar el influjo de Tucídides. A manera de ejemplo, podemos citar a Meyer (la mayor autoridad alemana en este período), quien se limita a repetir a Tucídides cuando expresa: "Las simpatías del mundo culto de la Grecia... se apartaban de Atenas".
Lejos de mí la intención de defender todo lo que hizo Atenas para la construcción de su imperio, especialmente los ataques injustificados (si los hubo) o los actos de brutalidad; tampoco se me olvida que la democracia ateniense se basaba todavía en la esclavitud; pero a mi juicio, es necesario comprender que la esclavitud y autosuficiencia tribalistas sólo podían ser superadas mediante alguna forma de imperialismo. Y debe admitirse también que algunas de las medidas imperialistas adoptadas por Atenas eran bastante liberales. Un ejemplo, sumamente interesante, es el hecho de que Atenas le haya ofrecido, en 405 a.c., a su aliada, la isla jónica de Samos, "que los ciudadanos de Samos sean atenienses a partir de hoy, que ambas ciudades sean un solo Estado y que los ciudadanos de Samos resuelvan sus negocios internos como mejor dispongan, conservando sus leyes". Si queremos justipreciar el significado de estas tasas impositivas deberemos compararlas, por supuesto, con el volumen del comercio que, a manera de compensación, era protegido por la flota ateniense. Los datos necesarios para ello nos los suministra Tucídides, por quien nos enteramos de que los atenienses imponían a sus aliados, en el año 413 a.c., "en lugar del tributo, un derecho del 5% sobre todas las mercaderías importadas y exportadas por mar, en la convicción de que esto les produciría más". Esta medida, adoptada bajo el fragor de la guerra, resiste favorablemente, a mi juicio, la comparación con los métodos romanos de centralización. Los atenienses, merced a este método impositivo, se interesaron por el desarrollo del comercio de sus aliados y, de este modo, por la iniciativa e independencia de los diversos miembros de su imperio. En su origen, el Imperio ateniense se había desarrollado: partir de una liga de pueblos iguales. Pese al predominio temporario ~Atenas, públicamente criticado por algunos de sus ciudadanos comercio en general la hubiera conducido con el tiempo a propiciar una especie de constitución federal. Por lo menos no tenemos ninguna noticia, en s caso, de nada que se parezca a la costumbre romana de "transferir" los bienes culturales del imperio a la ciudad dominante, esto es, los botines de guerra. Y dígase lo que se quiera de la plutocracia, yo creo que es preferible gobierno de conquistadores entregados al pillaje.
También puede fundamentarse esta visión favorable del imperialismo ateniense mediante la comparación con los métodos espartanos en mater' de relaciones exteriores. Estos se hallaban determinados por el objetivo fundamental que dominaba toda la política espartana, a saber, la tentativa de detener todo cambio y de retornar al tribalismo.
Pero, ¿cómo habremos de explicar el hecho de que atenienses ilustres como Tucídides estuviesen del lado de la reacción, en contra de estas nuevas evoluciones? Los intereses de clase no constituyen, a mi juicio, una explicación suficiente, pues lo que debemos explicar es el hecho de que, en tanto que muchos jóvenes nobles y ambiciosos se convirtieron en miembros activos, aunque no siempre dignos de confianza, del partido democrático, algunos de los más serenos y mejor dotados se resistieron a su influjo. El punto principal parece ser que -si bien ya existía la sociedad abierta y había comenzado, en la práctica, a desarrollar nuevos valores, nuevas normas igualitarias de vida- todavía le faltaba algo, especialmente para la clase "culta". La nueva fe de la sociedad abierta -su única fe posible: el Humanismo- comenzaba, sí, a imponerse, pero todavía no se hallaba claramente formulada. Por entonces no se alcanzaba a vislumbrar gran cosa, fuera de las guerras de clase, el miedo de los demócratas a la reacción oligárquica, y la amenaza de nuevos conatos revolucionarios. La reacción contra estos movimientos tenía, por consiguiente, mucho de su parte: la tradición, la defensa de las viejas virtudes y la antigua religión. Estas tendencias atraían los sentimientos de la mayoría de los hombres y su popularidad dio lugar a una corriente de opinión que, si bien fue explotada en beneficio de los propósitos de los espartanos y de sus amigos oligárquicos, ganó para sí el favor de muchos hombres ilustres, incluso en Atenas. Del lema de este movimiento:
Cuando después de su victoria sobre Atenas, en 404 a.c., el rey espartano Lisandro retornó con un gran botín, los "patriotas" espartanos, es decir, los miembros del movimiento favorable al "Estado paterno" trataron de impedir la intención de oro, y si bien ésta fue finalmente permitida, su posesión al Estado, decretándose un castigo capital para cualquier cuidaban cuya posesión se encontrase la menor cantidad del precioso metal. En Leyes de Platón se preconizan procedimientos muy semejantes.?
Aunque el movimiento "patriótico" fue, en parte, expresión de retornar a formas de vida más estables, a la religión, a la decencia, al imperio de la ley y el orden, llevaba en sí la mayor corrupción moral. Se ha perdido la antigua fe y en su lugar campeaba ahora una explotación hipócrita y casi diríamos cínica, de los sentimientos religiosos. Si en alguna posibilidad le había de encontrarse el nihilismo -tan bien pintado por Platón en los tratos de Calicles y Trasímaco- era, precisamente, entre los jóvenes aristócratas "patriotas" quienes, de presentárseles la oportunidad, no vacila en convertirse en jefes del partido democrático. El más claro exponente este nihilismo fue, quizá, el jefe oligárquico que ayudó a darle a Atena: el golpe de gracia: Critias, el tío de Platón, el jefe de los Treinta Tiranos. Pero en esta época, en la misma a que pertenecía la generación de Tudides, surgió una nueva fe en la razón, en la libertad y en la hermandad de todos los hombres, la nueva fe y, a mi entender, la única fe posible: la sociedad abierta.
Creo que no sería injusto denominar a esa generación que señal punto culminante en la historia de la humanidad, la Gran Generación: generación que brilló en Atenas un poco antes y durante la guerra del Peloponeso. Entre ellos, hubo grandes conservadores como Sófocles. Los hubo también de ideología intermedia, representativa del período de transición: unos vacilantes, como Eurípides, otros escépticos, como Aristóteles.
Vio, asimismo, la escuela de Gorgias -Alcidamas, Licofrón y Antístenes- que desarrolló los conceptos fundamentales contra la esclavitud, en favor del proteccionismo racional y en contra del nacionalismo, por ejemplo, el credo del imperio universal de los hombres. Y vio, por fin, quizá al mayor de todos, a Sócrates, que enseñó a tener fe en la razón humana pero, al mismo tiempo, a prevenirse del dogmatismo: a mantenemos apartados de la misología, la desconfianza en la teoría y en la razón, y de la actitud mágica de aquellos que hacen un ídolo de la sabiduría y que enseñó, en suma, que el espíritu de la ciencia es la crítica.
Puesto que no se ha dicho gran cosa todavía acerca de Pericles y nada en absoluto acerca de Demócrito, utilizaremos ahora sus propias palabras a fin de ilustrar el carácter de la nueva fe. En primer término, Demócrito: "No por miedo, sino por el sentimiento de lo que es justo, debemos abstenemos de hacer el mal... La virtud se basa, sobre todo, en el respeto a los demás hombres... Cada hombre constituye un pequeño universo propio... Debemos hacer todo lo posible para ayudar a aquellos que han padecido injusticias... Ser bueno significa no hacer el mal, y también, no querer hacer el mal... Son las buenas acciones, no las palabras, las que cuentan... La pobreza en una democracia es mejor que la presunta prosperidad que acompaña a, la aristocracia o a la monarquía, así como la libertad es mejor que la esclavitud... El sabio pertenece a todos los países, pues la patria de un alma grande es todo el universo". También a él le debemos aquella célebre frase del verdadero hombre de ciencia: "¡Preferiría encontrar una sola ley causal que ser el rey de Persia!".
Estas palabras no constituyen un mero elogio de Atenas, sino que expresan el verdadero espíritu de la Gran Generación. Ellas formulan el programa político de un gran individualismo igualitario, de un demócrata comprende perfectamente que la democracia no puede agotarse con el principio carente de significado de que "debe gobernar el pueblo", sino que de basarse sobre la fe en la razón y en el humanitarismo. Al mismo tiempo, sustituyen la expresión de un verdadero patriotismo, de un justo orgullo con una ciudad que se había propuesto la tarea de convertirse en ejemplo de otras, Y que se convirtió en la escuela, no ya de la Hélade sino también todos lo reconocen- de la humanidad, en los siglos pasados, presentes.
El discurso de Pericles no es sólo un programa, sino también una defensa y quizá, incluso, un ataque. Como ya indicamos antes, suena como una defensiva directa contra Platón y, en efecto, no caben dudas de que se hallaba dirigido no sólo al tribalismo detenido de Esparta, sino también al anillo o "eslabón" totalitario de la propia ciudad, al movimiento en favor del Estado paterno, a la "sociedad ateniense de amigos de Laconia"
El surgimiento de la filosofía misma puede ser interpretado, a mi juicio como una reacción ante el derrumbe de la sociedad cerrada y de sus convicciones mágicas. Es ella una tentativa de reemplazar la fe perdida en la fe racional; ella modifica la tradición de transmitir una teoría
Los primeros filósofos, los tres grandes jonios y Pitágoras permanecieron completamente ajenos, probablemente, al estímulo ante el cual estaba reaccionando. Eran, a la vez, los representantes y los enemigos inconscientes de una revolución social. El hecho mismo de que hayan fundado escuelas, sectas u órdenes, esto es, nuevas instituciones sociales o, mejor dicho grupos completos con una vida común y funciones comunes, elaboradas en gran medida sobre el modelo de las de una tribu idealizada, nos demuestra) que eran verdaderos reformadores en el campo social y que, por consiguiente, no hacían sino reaccionar ante ciertas necesidades sociales. Que hayan reaccionado a estas necesidades y a su propia sensación de hallarse a la deriva, no como Hesíodo, inventando un mito historicista del destino y d la decadencia ellos, el arte de pensar racionalmente, es uno de los hechos inexplicables que jalonan el comienzo de nuestra civilización. Pero hasta estos racionalistas reaccionaron ante la pérdida de la unidad del tribalismo, en gran parte, de manera emocional. Su razonar da expresión a su sentimiento de deriva, a la tensión de un desarrollo que estaba a punto de crear nuestra civilización individualista. Una de las expresiones más antiguas de esta tensión se remonta a Anaximandro.
Era Sócrates el destinado a realizar la mayor contribución a esa fe y a morir por ella. Sócrates no fue un jefe de la democracia ateniense, como Pericles, ni tampoco un teórico de la sociedad abierta, como Protágoras. Sócrates fue, más bien, un crítico de Atenas y sus instituciones democráticas, y en esto sí puede guardar cierta semejanza superficial con algunos de los jefes de la reacción contra la sociedad abierta. Pero un hombre que critica la democracia y las instituciones democráticas no debe ser, forzosamente, su enemigo; si bien tanto los demócratas a los cuales critica, como los totalitarios que esperan sacar partido de cualquier desunión en el bando democrático, tienden a tachado de tal. Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre la crítica democrática de la democracia y la totalitaria. La crítica de Sócrates era de naturaleza democrática, más aún, era ese tipo de crítica que constituye la vida misma de la democracia. (Los demócratas que no advierten la diferencia que media entre una crítica amistosa de la democracia y otra hostil se hallan imbuidos de espíritu totalitario. Claro está que el totalitarismo no puede considerar amistosa ninguna crítica, dado que cualquier crítica de su autoridad debe desafiar, forzosamente, el propio principio autoritarista"
La sociedad cerrada, y junto con ella el credo de que la tribu lo era todo y el individuo nada, ya se había derrumbado por entonces. La iniciativa Y' empuje individuales se habían convertido en un hecho. Se había despertado, ya el interés por el individuo humano como individuo y no solamente como héroe o salvador de la tribu. Pero la filosofía que tiene al hombre por centro de interés sólo se inicia con Protágoras. Y la creencia de que nada existe en nuestra vida de mayor importancia que los demás hombres individuales la tendencia de los hombres a respetarse mutuamente y a sí mismos. Es todo ello lo que confiere algún valor a la vida del hombre. Pero si no soy nada más que un "cuerpo", ¿qué soy entonces? Eres, ante todo, inteligencia, era la respuesta de Sócrates.
Es posible hallar más de una respuesta a esta pregunta. En primer término sabemos por Platón que el ataque de Sócrates contra los políticos democráticos de su tiempo obedeció, en parte, al propósito de poner de manifiesto el egoísmo y afán de poder de los hipócritas demagogos del pueblo, más específicamente, de los jóvenes aristócratas que se hacían pasar por demócratas pero que sólo veían en el pueblo el instrumento adecuado para satisfacer su sed de poder Esta actividad le granjeó, por un lado, la simpatía de algunos enemigos de la democracia y, por el otro, lo llevó a trabar contacto precisamente con los aristócratas ambiciosos de aquel tipo. Y aquí debemos efectuar una segunda consideración. Sócrates, el moralista e individualista, jamás podría haberse limitado a atacar a estos hombres. Su carácter lo llevaba, más bien, a tomarse un interés real en ellos, intentando seriamente, antes de abandonarlos, convertirlos al bien y al desinterés. En los diálogos platónicos se encuentran múltiples referencias a estas tentativas. Existen razones -y esto forma parte de una tercera consideración- para creer que Sócrates, el maestro-político, incluso llegó a desviarse de su camino para atraer a los jóvenes y adquirir influencia sobre ellos, especialmente cuando los consideraba aptos para la conversión y creía que algún día podrían llegar a desempeñar cargos de responsabilidad en la ciudad. Claro está que el ejemplo más notorio es el de Alcibíades, escogido desde su infancia como el gran conductor futuro del Imperio ateniense. Y el brillo, la ambición y la valentía de Critias lo convirtieron en uno de los pocos competidores dignos de Alcibíades. (Durante algún tiempo cooperó con Alcibíades, pero más tarde se volvió contra él. No es en absoluto improbable que esta colaboración pasajera se haya debido a la influencia de Sócrates.) y por lo que sabemos de las propias aspiraciones políticas iniciales y posteriores de Platón, es más que probable que Sus relaciones con Sócrates hayan tenido Una consecuencia similar Sócrates, pese a ser uno de los espíritus rectores de la sociedad abierta, no era un hombre de partido. Así, habría trabajado en cualquier círculo donde su obra hubiera podido beneficiar a la ciudad. Y SI se tomaba interés por algún joven promisorio con vinculaciones familiares oligárquicas, no bastaban éstas para disuadirlo de sus propósitos educadores.
Todavía suele contarse la historia de la guerra del Peloponeso y de la caída de Atenas tal modo -bajo la influencia de la autoridad de Tucílides- que la derrota de Atenas se nos presenta como la prueba definitivo de la debilidad moral del sistema democrático. Pero este punto de vi constituye una mera deformación tendenciosa y es otra cosa muy diversa que dicen los hechos conocidos. La principal responsabilidad por la pérdida de la guerra corresponde a los oligarcas traidores que conspiraban continuamente con Esparta. Los más destacados entre ellos fueron tres ex discípulos de Sócrates: Alcibíades, Critias y Cármides. Después de la caída di Atenas, en el año 404 a.c.,
Actualmente suele admitirse que Anito, el jefe democrático que propició el proceso, no se proponía hacer un mártir de Sócrates. Su propósito era exilarlo. Pero este plan fue echado por tierra por la negativa de Sócrates a desviarse lo más mínimo de sus principios. No es mi opinión que desease morir o que le gustara el papel de mártir. Se limitó a luchar, simplemente, por lo que consideraba justo y por la obra de toda su vida. Jamás había intentado socavar la democracia; en realidad, había tratado de darle la fe que le faltaba. Tal había sido la obra de su vida, que ahora veía seriamente amenazada. La traición de sus ex compañeros les hicieron aparecer, a él y a su obra, bajo un aspecto que debe haberle perturbado profundamente. Es muy posible que haya llegado a agradecer, incluso, este juicio que le presentó la oportunidad de demostrar que su lealtad a la ciudad no tenía límites.
Sócrates pudo explicar esta actitud más detenidamente cuando se le brindó la ocasión de huir. De haberla aprovechado convirtiéndose en exilado político, todo el mundo lo hubiera considerado adversario de la democracia. Pero Sócrates no huyó. y al permanecer dio sus razones, a manera de Postrer testamento, que pueden hallarse en el Critón de Platón. Helas aquí: SI me voy -decía Sócrates- violaré las leyes del Estado y un acto de esta naturaleza me pondría en oposición a esas leyes, probando mi deslealtad y dañando al Estado. Sólo permaneciendo aquí puedo demostrar mi lealtad al Estado y también a la democracia, y demostrar que jamás he sido su enemigo. Creo que no puede haber mejor prueba de mi lealtad que mi decisiones de morir por ella.rte de Sócrates es la prueba definitiva de su sinceridad. Su falta de temor, su simplicidad, su modestia, su sentido de la moderación y del humor jamás le abandonaron. "Soy como el tábano que Dios ha puesto sobre esta ciudad -decía en su Apología- y todo el día y en todo lugar siempre estoy yo, aguijoneándoos, despertándoos y persuadiéndoos y reprochados. No encontraréis fácilmente otro como yo y por eso os aconsejo.
Consejo Nocturno secreto para el "tratamiento" y, finalmente, para el castigo de su alma conturbada. No puedo poner en duda el hecho de la traición de Platón ni tampoco el d que su utilización de Sócrates en La República como principal exposición de sus propias ideas, constituyó la tentativa más fructífera de implicar
Si queremos comprender a Platón debemos tener presente la situación total de la época. Después de la guerra del Peloponeso, la tensión de la vida de la sociedad civilizada se dejó sentir con mayor fuerza que nunca. Todavía palpitaban las viejas esperanzas oligárquicas y la derrota de Atenas había tendido, incluso, a alentadas. Continuaban, pues, las luchas de clase. No obstante, la tentativa de Critias de destruir la democracia llevando a cabo el programa del Viejo Oligarca había fracasado. Y no, ciertamente, por falta de determinación; el uso más despiadado de la violencia había sido estéril, pese a las circunstancias
Y esta derrota había sido, principalmente, una derrota moral. La fe de la Gran Generación demostraba, de este modo, su fuerza. Los Treinta nada de esto tenían para ofrecer; moralmente, eran nihilistas. No se podía revivir el programa del Viejo Oligarca -sentía Platón- sin basado en una nueva fe, en una nueva doctrina que reafirmase los viejos valores del tribalismo, oponiéndolos a la fe de la sociedad abierta. Debe enseñarse a los hombres que la justicia es desigualdad y que la tribu, lo colectivo, está por encima del individuo. Pero puesto que la fe de Sócrates era demasiado fuerte para ser desafiada abiertamente, Platón se vio llevado a reinterpretada como una fe en la sociedad cerrada. Aunque difícil, no era imposible. En efecto, ¿ no era la democracia la que había tronchado la vida de Sócrates? ¿No había perdido ésta todo derecho de reclamar el pensamiento socrático para sí? ¿Y no había criticado siempre Sócrates a la multitud anónima, así como también a sus conductores, por su falta de sabiduría? Además, no era demasiado difícil suponer que Sócrates hubiera recomendado el gobierno de la clase "culta", de los filósofos sabios. En esta nueva interpretación, Platón se vio considerablemente alentado cuando descubrió que también formaba parte del antiguo credo pitagórico y, sobre todo, cuando encontró en Arquitas de Tarento, un sabio pitagórico que era, a la vez, un gran estadista. Aquí estaba, pues, la solución del enigma. ¿No había alentado el propio Sócrates a sus discípulos a participar en la política? ¿No revelaba esto su convencimiento de que debían gobernar los sabios, los instruidos? ¡Qué diferencia entre el burdo gobierno del populacho de Atenas
De esta manera, Platón debió haber descubierto que era posible conferirle gradualmente un nuevo sentido a las enseñanzas del miembro más influyente de la Gran Generación, y persuadirse de que un adversario con abrumadora fuerza jamás podría haberse atrevido a atacar directamente, un aliado. A mi juicio, ésta y no otra es la simple explicación del hecho d que Platón hubiera conservado a Sócrates como vocero principal de sus ideas
Y es mi convicción que la tremenda influencia platónica puede explicarse, en parte, por la fascinación ejercida por este conflicto entre dos universos diferentes dentro de una misma alma, lucha cuyas potentes repercusiones puede advertirse bajo la superficie de es incómoda reserva. Esta lucha hiere nuestros sentimientos en lo vivo, pues todavía se libra en nuestro interior: Platón era el hijo de una época que todavía nos pertenece. (Debemos recordar que, después de todo, sólo hace un siglo que se abolió la esclavitud en Estados Unidos, y aun menos que se, abolió la condición de siervo en Europa Central.) En parte alguna se revela' mejor esta lucha interior que en la teoría platónica del alma. El hecho de que Platón, en su anhelo de unidad y armonía, haya imaginado la estructura de espíritu humano a semejanza de una sociedad dividida en clases, muestra hasta qué punto había sufrido las convulsiones de su tiempo.
Aun cuando hayan tenido alguna vida humana, ésta sería, después de todo, sólo la de sus propios siervos, que no son mejores que los delincuentes comunes, y no me toca a mí juzgarlos. ¿No demostró Sócrates cuán arduo es saber lo que está bien y lo que está mal, lo que es piadoso o impío? ¿ Y no fue él mismo perseguido por impiedad por estos pretendidos humanitaristas? También pueden encontrarse otras huellas de la lucha platónica, a mi parecer, en casi todos los demás puntos en que se vuelve contra las ideas humanitarias, especialmente en La República. Su tendencia a evadirse y su apelación a la burla cuando combate la teoría igualitaria de la justicia, su vacilante prefacio a la defensa de la mentira, a la exposición del racismo y a la definición de la justicia son todos síntomas que ya han sido mencionados en los capítulos anteriores. Pero quizá la expresión más clara del conflicto se encuentre en el Menexeno, esa réplica despectiva a la oración fúnebre de Pericles. A mi juicio, Platón se deja llevar aquí de un impulso. Pese a su tentativa de ocultar sus sentimientos tras un velo de ironía y desprecio, no puede dejar de mostrar hasta qué punto le habían impresionado las ideas de Pericles. He aquí la forma en que Platón hace que su "Sócrates" describa, suspicazmente, la impresión en él provocada por la oración de Pericles: "Un sentimiento tal de exultación que no me abandona durante tres días enteros y sólo al cuarto o quinto día, y no sin esfuerzo, logro volver en mí y comprender dónde estoy"
El argumento más fuerte de Platón en esta lucha fue, según creo, sinceramente: de acuerdo con la doctrina humanitarista debemos estar siempre dispuestos a ayudar a nuestro prójimo. La gente se halla profundamente necesitada de ayuda, es desdichada y trabaja bajo el peso de una fuerte tensión, de un sentimiento de hallarse a la deriva. No hay certeza ni seguridad en la vida, donde todo transcurre en un incesante fluir al favorece Esparta contra Atenas y al imitar el programa espartano tendente a detener todo cambio. Pero aquéllos no habían llegado muy lejos; su análisis no había sido llevado lo suficientemente hondo. No se habían dado cuenta no se habían preocupado del hecho de que incluso Esparta mostraba signos de decadencia, pese a su heroico esfuerzo por detener toda transformación; de que incluso Esparta se había mostrado tibia en sus tentativas m controlar la crianza de los niños a fin de eliminar las causas de la Caída.
La diferencia entre la teoría platónica, por un lado y, por el otro, la del. Viejo Oligarca y los Treinta Tiranos, se debe a la influencia de la Gran Generación. El individualismo, el igualitarismo, la fe en la razón y el amor la libertad eran sentimientos nuevos, potentes y, desde el punto de vista de los enemigos de la sociedad abierta, peligrosos, que debían ser combatidos por el propio Platón había sentido su influencia y los había combatido dentro sí mismo. Su respuesta a la Gran Generación fue un verdadero esfuerzo titánico. Fue el esfuerzo para cerrar la puerta que había sido abierta y para detener a la sociedad, encerrándola en el hechizo de una filosofía tentador! sin igual por su profundidad y riqueza. En el campo político no agregó gran cosa al viejo programa oligárquico contra el cual ya había argumentado Pericles en cierta ocasión. Pero descubrió, quizá inconscientemente, el gran secreto de la rebelión contra la libertad, que Pareto formula así en nuestros días: "Sacar provecho de los sentimientos, en lugar de desperdiciar las pocas energías en vanos esfuerzos para destruirlos." En lugar de demostrar hostilidad a la razón, subyugó a todos los intelectUales con su brillo y los conmovió con su exigencia de que gobernasen los más sabios. Pese a estar contra la justicia, convenció a todos los hombres probos de que él era el defensor. Ni siquiera a sí mismo se confesó abiertamente que, en realidad combatía la libertad de pensamiento por la cual había muerto Sócrates, hacer de Sócrates su campeón, persuadió a los demás que estaba luchando por él. Platón, así, se convirtió inconscientemente en el precursor de cuantos propagandistas que, a menudo de buena fe, desarrollaron la técnica de apelar a los sentimientos humanitarios y morales con finalidades antihumanitarias e inmorales. Y alcanzó el resultado, algo sorprendente, de convencer, incluso a los más grandes humanitaristas, de la inmoralidad y egoísmo de sus propios credos. No dudo de que incluso lograra convencerse a sí mismo. Transformó su odio a la iniciativa individual y deseo de detener todo cambio, en un amor a la justicia y a la templanza, a un Estado celestial en el que todos están satisfechos y contentos, y en el cual la rudeza de la pugna por el dinero es reemplazada por las leyes de la generosidad y la amistad. Este sueño de unidad, belleza y perfección, este esteticismo, holismo y colectivismo, es el producto a la par que el síntoma del perdido espíritu grupal del tribalismo. Es la expresión de los sentimientos de quienes sufren por la tensión producida por la civilización, y un ardiente llamado a
esos sentimientos.
Sócrates se rehusó a transigir por su integridad personal. Platón, con toda su intransigente limpieza de lienzos, se vio conducido a lo largo de una senda en la cual debió transigir por su integridad a cada paso. Así, se vio forzado a combatir el libre pensamiento y la búsqueda de la verdad. Se vio obligado a defender la mentira, los milagros políticos, la superstición tabuísta, la supresión de la verdad y, finalmente, la más burda violencia. Pese a la advertencia socrática contra la misantropía y la misología, se vio impulsado a desconfiar del hombre y a temer el raciocinio. Pese a su propio odio por la tiranía debió buscar ayuda en un tirano y defender las medidas más arbitrarias tomadas por éste. Por la lógica interna de su finalidad antihumanitaria la lógica interna del poder- se vio llevado, sin saberlo, al mismo punto que habían sido conducidos los Treinta y adonde arribó, más tarde, su amigo Dio y otros de sus muchos discípulos tiranos. Pero de poco le valió todo eso, pues Platón no consiguió detener la transformación de la sociedad. (Sólo mucho después, en épocas oscuras, se vio detenida por el mágico hechizo del esencialismo platónico-aristotélico.) Lejos de ello, no ligándose, por su propio influjo, a aquellas potencias que en otro tiempo había aborrecido.
La lección, pues, que debemos aprender de Platón es el opuesto exacta de lo que éste trató de enseñarnos. Y es una lección que no debe olvidarse. Pese a todo el acierto del diagnóstico sociológico de Platón, su propio desarrollo demuestra que la terapéutica recomendada es peor aún que. Jamás podremos retornar a la presunta inocencia y belleza de la sociedad cerrada nuestro sueño celestial no puede realizarse en la tierra. Una vez que comenzamos a confiar en nuestra razón y a utilizar las facultades de la crítica, un vez que experimentamos el llamado de la responsabilidad personal y, la responsabilidad de contribuir a aumentar nuestros conocimientos, no podemos admitir la regresión a un Estado basado en el sometimiento, implícito a la magia tribal. Para aquellos que se han nutrido del árbol de la sabiduría, se ha perdido el paraíso. Cuanto más tratemos de regresar a heroica edad del tribalismo, tanto mayor será la seguridad de arribar a la inquisición, a la Policía Secreta y al gansterismo idealizado. Si comenzamos por la supresión de la razón y la verdad, deberemos concluir con la más brutal y violenta destrucción de todo lo que es humano. No existe el retorno a un estado armonioso de la naturaleza. Si damos vuelta, tendremos que recorrer todo el camino de nuevo y retomar a las bestias.
Es éste un problema que debemos encarar francamente, por duro que ello nos resulte. Si soñamos con retornar a nuestra infancia, si nos tienta el deseo de confiar en los demás y dejarnos ser felices, si eludimos el deber de llevar nuestra cruz, la cruz del humanitarismo, de la razón, de la responsabilidad, si nos sentimos desalentados y agobiados por el peso de nuestra, carga, entonces deberemos tratar de fortalecernos con la clara comprensión (de la simple decisión que tenemos ante nosotros. Siempre nos quedará la posibilidad de regresar a las bestias. Pero si queremos seguir siendo humanos, entonces sólo habrá un camino, el de la sociedad abierta. Debemos proseguir hacia lo desconocido, lo incierto y lo inestable sirviéndonos de la, razón de que podamos disponer, para procurarnos la seguridad y libertad a la que aspIramos.
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Enviado por: | Luis B |
Idioma: | castellano |
País: | México |