TEMA 7. LIBERALISMO Y ABSOLUTISMO EN EL MARCO DEL ORDEN INTERNACIONAL.
La coalición que venció a Napoleón I se fijó como tarea esencial remodelar la geografía política y social de Europa en un congreso convocado en Viena (noviembre 1814 - junio 1815). La derrota de Napoleón hace ver la necesidad de replantear la vida internacional sobre bases muy diferentes, incluso contrarias, a las que habían inspirado a la Europa revolucionaria, dirigida por Francia. A la dirección de una sola potencia sustituiría la dirección de varias, las vencedoras de Napoleón. Estas naciones vencedoras desean someter la vida internacional a un derecho que no sea el de la fuerza, para lo que han de implantar un sistema de seguridad colectiva. Hostiles a la etapa histórica que Europa acaba de vivir, se inspiran en el Antiguo Régimen y se oponen a la soberanía nacional; su obra significa la lucha contra el mapa y las ideas de la Revolución Francesa.
El Congreso de Viena restauró una Europa monárquica, perturbada por la expansión francesa, pero sin una coherencia ideológica, ni siquiera en el terreno político, donde el absolutismo dominante convivía con prácticas constitucionales, como en Francia o en Noruega.
En el marco internacional, el orden territorial europeo se reconstruye sobre dos principios: la legitimidad (cada territorio es devuelto a su legítimo dueño, según el derecho monárquico) y el equilibrio entre las distintas potencias (se redondean países, se establecen zonas-tampón, etc.).
El orden político interno de cada país se caracteriza por la restauración del gobierno monárquico por excelencia. El rey tiene siempre todo el poder, tanto en el terreno ejecutivo como en el legislativo. El rey puede compartirlo con una Cámara o con sus ministros.
Quedan marginados, por tanto, el nacionalismo (→ la aspiración de los pueblos de una misma cultura a unificarse políticamente bajo un gobierno independiente) y el constitucionalismo (→ a partir de una Carta constitucional y de la separación de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial).
El nuevo orden europeo vendría definido por cinco potencias: las cuatro vencedoras de Napoleón (Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia) y la misma Francia (→ Por la Primera Paz de París, mayo de 1814, el trono francés era ocupado por el Borbón Luis XVIII y el retorno de Francia a las fronteras de 1792), siendo sus principales artífices Castlereagh (por Inglaterra), el zar Alejandro I (por Rusia), Metternich (por Austria), Hardenberg (por Prusia) y Talleyrand (por Francia). Esta dirección colegiada configura el sistema de la Pentarquía.
El status establecido se mantuvo durante medio siglo. Así, Polonia pasó a Rusia; Sajonia y Renania a Prusia; Tirol y Lombardía-Veneto a Austria; Noruega a Suecia; Luxemburgo y Bélgica a Holanda; Saboya y Génova a Cerdeña; Malta y territorios extra-europeos a Gran Bretaña.
Por iniciativa del zar Alejandro I se organizó la Santa Alianza (1815), pacto entre Rusia, Prusia y Austria y con la adhesión de Francia para ayudarse mutuamente en el caso de revolución liberal. En virtud de dicho pacto, los austríacos intervinieron en Italia para sofocar la revolución de Nápoles y Piamonte, y los franceses entraron en España (Cien Mil Hijos de San Luis) para devolver a Fernando VII el poder absoluto (1823).
Este mismo año (1815) se estableció la Cuádruple Alianza, que ligaba a Inglaterra, Rusia, Austria y Prusia contra una eventual renovación del peligro francés y se comprometían a sostener en el trono de Francia a Luis XVIII.
En definitiva, los tres postulados de la Restauración son: realismo (rey legítimo de poder de origen divino), responsabilidad internacional de las potencias (la vida internacional debe estar dirigida por las grandes potencias), intervención (la Santa Alianza y la Cuádruple Alianza). Estos postulados teóricos se plasman en varios congresos, donde se discuten los posibles conflictos.
La Restauración se vio apoyada por algunos pensadores que recogen en sus obras la hostilidad contra los principios liberales y proclaman la exaltación de la tradición. Así, según Joseph de Maistre y otros tradicionalistas, la sociedad humana empezó como un régimen inevitable establecido por Dios. En todas las sociedades, los grupos sociales están escalonados en jerarquías. Las desigualdades de posición deben considerarse consecuencia del plan divino. La obediencia al legítimo soberano es un deber religioso. El poder del monarca queda regulado por instituciones tradicionales, se apoya en el clero y se auxilia de una nobleza habituada a gobernar por las delegaciones de poder que durante siglos le había confiado la realeza.
Tradición, orden, defensa de las instituciones del Antiguo Régimen -realeza, Iglesia-, apelación al papel de la aristocracia, subordinación jerárquica de los restantes grupos sociales a los estamentos del privilegio, son postulados con los que algunos pensadores se esforzaron en cimentar intelectualmente la Europa restaurada.