Filosofía y Ciencia
Las preguntas de la vida; Fernando Savater
Recensión:
“Las Preguntas de la Vida”
Teoría de la Educación
(C.A.P.)
Índice
Introducción a la Recensión 3
Advertencia Previa 4
Introducción: El por qué de la Filosofía 5
Capítulo 1: La Muerte para Empezar 7
Capítulo 2: Las Verdades de la Razón 9
Capítulo 3: Yo Adentro, Yo Afuera 12
Capítulo 4: El Animal Simbólico 14
Capítulo 5: El Universo y sus Alrededores 17
Capítulo 6: La Libertad en Acción 20
Capítulo 7: Artificiales por Naturaleza 23
Capítulo 8: Vivir juntos 25
Capítulo 9: El Escalofrío de la Belleza 28
Capítulo 10: Perdidos en el Tiempo 30
Epílogo. La vida sin Por Qué 33
Comentario Final 35
Introducción a la Recensión
Esta recensión, trata el siguiente libro:
Fernando Savater
“Las Preguntas de la Vida”
4º Ed., Ed. Ariel, Barcelona, sept. 1.999
La estructura que he seguido para redactar esta recensión ha sido la misma del libro. A partir de aquí, aparecen cada uno de los capítulos del libro. Primero, describo las cuestiones que más me han interesado del mismo para luego añadir un comentario personal sobre lo expuesto.
Al final de la recensión, se incluye un comentario final, que pretende ser general, sobre la globalidad de la obra.
Advertencia Previa
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Una invitación a pensar.
Lo que dice el autor
El propósito de este libro es servir de lectura inicial para alumnos de bachillerato que deben acercarse por 1ª y quizá última vez a los temas básicos de la filosofía occidental, planteándolos no de forma histórica sino como preguntas o problemas vitales.
Este libro no renuncia a servir como invitación a la Filosofía, entendiendo ésta como un modo de reflexión. Trata de enseñarnos cómo nosotros podemos llegar a comprender y disfrutar mejor la existencia.
“El lector tiene que intentar pedalear también conmigo o incluso contra mí”.
Léase lo que sigue como una invitación a filosofar y no como un repertorio de lecciones de Filosofía.
Comentario
Es bien clara la intención del autor de que el libro se tome como una invitación a pensar, que motive en cierto modo al lector, de manera que éste saque sus propias conclusiones sobre las cuestiones principales de la vida.
Introducción: El por qué de la Filosofía
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¿vale para algo la Filosofía? ¿de qué se ocupa la Filosofía?
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Y ahora que sabemos de qué trata la Filosofía y que es muy importante para ser persona, ¿cómo hacemos que los jóvenes filosofen?
Lo que dice el autor
Vivimos en un mundo en el que la ciencia tiene gran importancia y prestigio. Esto puede ser porque los científicos y técnicos dan informaciones válidas sobre la realidad. Entonces, si la Ciencia cubre nuestra necesidad de saber... ¿para qué necesitamos la Filosofía?
La cuestión es : ¿Tiene sentido hoy la Filosofía como asignatura de bachillerato? Es más: ¿La Filosofía vale para algo?
En primer lugar, analicemos la diferencia entre ciencia y filosofía:
Hay 3 niveles de entendimiento:
Información: Presenta hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede.
Conocimiento: Reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca principios generales para ordenarla.
Sabiduría: Vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.
La Ciencia se encarga de los dos primeros, mientras que la filosofía lo hace de los dos últimos. Tanto la Ciencia como la Filosofía intentan responder preguntas suscitadas por la realidad, pero enfocan estas respuestas de forma distinta:
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La Ciencia explica cómo están hechas las cosas y cómo funcionan.
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La Filosofía se centra en lo que significan esas cosas para nosotros. Se centra en el ser humano.
Otra particularidad de la Filosofía es que, mientras que un científico utiliza soluciones halladas anteriormente por otros científicos, alguien que filosofa no se puede contentar con las respuestas dadas por otro filósofo: el itinerario filosófico tiene que ser pensado individualmente por cada cual.
Hay que intentar enseñar a los jóvenes filosofía, o mejor dicho, a filosofar. Pero ¿cómo llevar a cabo esa enseñanza que no puede ser sino una invitación a que cada cual filosofe por sí mismo?
Comentario
La Filosofía tiene vigencia en nuestro mundo actual, en tanto en cuanto se centra en el ser humano, en cómo nos afecta el mundo a nosotros mismos, en cómo debemos actuar en él.
Será origen de nuestras opiniones e incluso de nuestras opciones de vida. No debemos limitarnos a recibir información de nuestro alrededor. Debemos pensar sobre esa información y sacar nuestras propias conclusiones, sobre cómo afecta dicha información a nuestras vidas y cuál debe ser nuestra postura ante esas situaciones.
Se plantea otro problema: hacer que los jóvenes empiecen a filosofar, que empiecen a plantearse las preguntas fundamentales de la vida. Esto sólo podrá hacerse mediante la motivación. Podemos “obligar” a un alumno a estudiar historia de la filosofía, pero no podemos obligarle a filosofar, a pensar.
La única manera de conseguirlo es motivando a ese alumno. Quizás una forma de conseguirlo sea planteándole preguntas que le interesen, que tengan que ver con su situación y la situación de su generación en nuestra sociedad. Esto podría plantearse mediante técnicas de trabajo en grupo, como foros de debate o técnicas más complejas como la Philips 6x6.
Capítulo 1: La Muerte para Empezar
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“La conciencia de la muerte como principio del pensamiento y de la reflexión”.
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“La conciencia de la muerte es lo que da auténtico valor a nuestras vidas.”
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“La muerte como algo perpetuamente inminente.”
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“Y después ¿qué?”. Si existe algún tipo de supervivencia, no es vivir.”
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“Miedo a morir, miedo a perder lo que ya tengo y me gusta.”
Lo que dice el autor
Recuerdo muy bien la 1ª vez que comprendí de veras que antes o después tenía que morirme...¡Yo también iba a morirme!...¡Qué cosa tan irremediablemente personal! ¡Mi muerte, la de mi ”yo”! ¡No la muerte de los “tu”, por queridos que fueran, sino la muerte del único “yo” que conocía personalmente!
Fue en ese momento cuando por fin empecé a pensar. Aprendí la diferencia entre aprender a repetir pensamientos ajenos y tener un pensamiento verdaderamente mío... en mi caso fue la revelación de la muerte (mi muerte) como certidumbre lo que me hizo ponerme a pensar.
Por un lado, la conciencia de la muerte nos hace madurar personalmente. Por otro lado, la certidumbre personal de la muerte nos humaniza, es decir, nos convierte en verdaderos humanos, en “mortales”. Pero resulta que es la muerte prevista la que, al hacernos mortales (es decir humanos), nos convierte también en vivientes. Uno empieza a pensar en la vida cuando se da por muerto.
Platón dice que filosofar es “prepararse para morir” que es lo mismo que pensar sobre la vida humana (mortal) que vivimos. Es precisamente la certeza de la muerte la que hace la vida (mi vida, única e irrepetible) algo tan mortalmente importante para mí.
Es la conciencia de la muerte la que convierte la vida en un asunto muy serio para cada uno, algo que debe pensarse. Algo misterioso y tremendo, una especie de milagro por el que debemos luchar, a favor del cual tenemos que esforzarnos y reflexionar.
Una cosa más sabemos de la muerte: que no solo es cierta sino perpetuamente inminente. Morir no es cosa de viejos ni de enfermos. Lo característico de la muerte es que nunca podemos decir que estemos a resguardo de ella, aunque a veces no sea probable, la muerte siempre es posible.
En el fondo, la muerte sigue siendo lo más desconocido. Sabemos cuando alguien está muerto, pero ignoramos qué es morirse visto desde dentro. Creo saber más o menos lo que es morirse, pero no lo que es morirme.
Ni siquiera las religiones con mayor garantía post mortem aseguran la “vida” eterna: sólo prometen existencia o duración, lo que no es lo mismo que vida humana, que nuestra vida.
Desde luego la idea de seguir viviendo de algún modo bueno o malo después de la muerte es algo a la par inquietante y contradictorio. Surge una inquietud: “La suposición de una especie de supervivencia después de la muerte”
Sabemos que vamos a morir pero no podemos imaginarnos realmente la muerte. Hamlet: “Morir, dormir...¡tal vez soñar!”
El dato más evidente acerca de la muerte es que suele producir dolor cuando se trata de la muerte ajena pero sobre todo que causa miedo cuando pensamos en la muerte propia.
Cuando yo aún no era, no había ningún “yo” que echase de menos llagar a ser; nadie me privaba de nada puesto que yo aún no existía, es decir, no tenía conciencia de estarme perdiendo nada no siendo nada. Pero ahora que ya he vivido, conozco lo que es vivir y puedo prever lo que perderé con la muerte. Por eso hoy la muerte me preocupa, es decir, me ocupa de antemano con el temor a perder lo que tengo.
De modo que la muerte nos hace pensar, nos convierte a la fuerza en pensadores, en seres pensantes, pero a pesar de todo seguimos sin saber qué pensar de la muerte. Nuestra recién inaugurada vocación de pensar se estrella contra la muerte, no sabe por donde cogerla.
Así que la muerte sirve para hacernos pensar, pero no sobre la muerte sino sobre la vida.
Comentario
Es curioso la importancia que le concede el autor a la muerte. En primer lugar, la coloca como detonante de su reflexión, para luego añadir que es el pensamiento de la muerte lo que le incita a pensar sobre cómo vivir mejor, sobre cómo aprovechar más la vida. Incluso afirma que es el conocimiento de la muerte lo que le da auténtico valor a la vida.
Particularmente, no comparto estas opiniones con el autor. Para mí, el detonante de dichos pensamientos no es pensar que algún día voy a perder esta vida, es la vida misma.
La propia satisfacción de vivir es la que, para mí, le da valor a la vida, me da ánimos para pensar en cómo es la vida, cómo la podría aprovechar mejor, cómo la podría compartir mejor y cuáles deberán ser mis posturas ante ella.
Sí me parece interesante el análisis que hace el autor sobre el después de la muerte. Me parece especialmente agudo afirmar que la muerte es el fin de la vida tal y como la conocemos. Si hay algo después, no será vivir, tal y como nosotros lo conocemos, será algún tipo de supervivencia distinta a la vida. Verdaderamente es cuestionable si en esas condiciones sobrevivirá nuestro “yo”, pues no nos lo podemos imaginar fuera de esta vida.
Capítulo 2: Las Verdades de la Razón
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¿Cómo contestaré a las preguntas que la vida me sugiere?
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¿Cuál es el origen de mis conocimientos? ¿Son estos fiables? He de revisarlos.
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La razón para establecer la verdad, o al menos, para hallar algo coherente y probable.
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La universalidad de la razón.
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Hay tendencias disidentes de la razón.
Lo que dice el autor
La muerte, con su urgencia, ha despertado mi apetito de saber cosas sobre la vida. Quiero dar respuesta a mil preguntas sobre mí mismo, sobre los demás, sobre el mundo que nos rodea, sobre los otros seres vivos o inanimados, sobre cómo vivir mejor.
Querer saber, querer pensar: eso equivale a querer estar verdaderamente vivo. Vivo frente a la muerte, no atontado y anestesiado esperándola.
La pregunta previa a todas es: ¿Cómo contestaré a las preguntas que la vida me sugiere? ¿Cómo lograr entenderlas mejor?
La pregunta nunca puede nacer de la pura ignorancia, si no supiera nada o no creyese al menos saber algo, ni siquiera podría hacer preguntas. Pregunto desde lo que sé o creo saber, porque me parece insuficiente y dudoso.
Así que debo empezar por someter a examen los conocimientos que ya creo tener. Y sobre ellos me puedo hacer al menos 3 preguntas:
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¿Cómo los he obtenido? ¿cómo he llegado a saber lo que creo saber?
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¿Hasta qué punto estoy seguro de ellos?
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¿Cómo puedo ampliarlos, mejorarlos, o en su caso, sustituirlos por otros más fiables?
Hay cosas que sé porque:
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Me las han dicho otros.
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Las he estudiado (parecido al anterior).
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Por experiencia propia.
¿Hasta qué punto estoy seguro de las cosas que se? No todas las creo con el mismo grado de certeza ni me parecen conocimientos igualmente fiables.
¿Quiere esto decir que nunca debo fiarme de lo que me dicen, de lo que estudio o de lo que experimento? De ningún modo.
Pero parece imprescindible revisar de vez en cuando algunas cosas que creo saber, compararlas con otros de mis conocimientos, someterlas a examen crítico... Buscar argumentos para asumirlas o refutarlas.
A este ejercicio de buscar y sopesar argumentos antes de aceptar como bueno lo que creo saber es a lo que en términos generales se le suele llamar utilizar la razón. Sus características son:
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No es una especie de faro luminoso en nuestro interior para alumbrar la realidad.
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Se parece a un conjunto de hábitos deductivos, tanteos y cautelas, en parte dictados por la experiencia y en parte basados en pautas de la lógica.
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Esta combinación constituye “una facultad capaz (al menos en parte) de establecer o captar las relaciones que hacen que las cosas dependan unas de otras y estén constituidas de una determinada forma y no de otra”.
En ocasiones puedo alcanzar algunas certezas racionales que me servirán como criterio para fundar mis conocimientos.
En muchos otros casos debo conformarme con establecer racionalmente lo más probable o verosímil.
La razón es un procedimiento intelectual crítico que utilizo para organizar las noticias que recibo, los estudios que realizo o las expresiones que tengo, aceptando unas cosas y descartando otras.
Lo característico de la razón es que nunca es exclusivamente mi razón. De aquí proviene la esencial universalidad de la razón:
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Todos los hombres la poseen.
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La fuerza de convicción de los razonamientos es comprensible para cualquiera.
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Todos los humanos la tenemos en común.
El objetivo del método racional es establecer la verdad, es decir, la mayor concordancia posible entre lo que creemos y lo que efectivamente se da en la realidad de la que formamos parte.
Buscar la verdad por medio del examen racional de nuestros conocimientos consiste en intentar aproximarnos más a lo real.
La razón nos sirve para examinar nuestros supuestos conocimientos, rescatar de ellos la parte que tengan de verdad y a partir de esa base tantear hacia nuestras verdades.
Ortega y Gasset distingue entre ideas y creencias:
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Ideas son nuestras construcciones intelectuales.
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Creencias son las certezas que damos por descontado hasta el punto de no pensar siquiera en ellas.
Hay tendencias “disidentes” de la razón:
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Escépticos: Ponen en cuestión o niegan rotundamente la capacidad de la razón para establecer verdades concluyentes.
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Relativistas: Creen que no existen verdades absolutas sino sólo relativas. Por lo tanto, ninguna forma universal de razón puede ser válida para todos.
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Revelacionistas: Partidarios de una forma de conocimiento superiro, mucho más intuitiva o directa, que no deduce o concluye la verdad sino que la descubre por “revelación” o “visión” inmediata.
Los escépticos son contradictorios consigo mismos: si es verdad que no conocemos la verdad, al menos conocemos una verdad.
Popper: “Lo único que está a nuestro alcance, en la mayoría de los casos, es descubrir los sucesivos errores que existen en nuestros planteamientos y purgarnos de ellos.”
Todo razonamiento es social porque reproduce el procedimiento de preguntas y respuestas que empleamos para el debate con los demás.
Razonar no es algo que se aprende en soledad sino que se inventa al comunicarse y confrontarse con los semejantes: toda razón es fundamentalmente conversación y ésta sólo se da entre iguales.
No solo tenemos que ser capaces de ejercer la razón en nuestras propias argumentaciones sino también debemos desarrollar la capacidad de ser convencidos por las mejores razones, vengan de quien vengan.
No basta con ser racional, hay que ser también razonable, o sea, acoger en nuestros razonamientos el peso argumental de otras subjetividades que también se expresan racionalmente.
Desde la perspectiva racionalista, la verdad buscada es siempre el resultado, no el punto de partida: y esa búsqueda incluye la conversación entre iguales, la polémica, el debate, la controversia. No como afirmación propia de subjetividad sino como vía para alcanzar una verdad objetiva a través de múltiples subjetividades.
En Resumen: Acosados por la muerte, debemos pensar en la vida. Pensarla, es decir: conocerla mejor a ella, a cuanto concierne y a cuanto significa. Tenemos múltiples fuentes de conocimiento, pero todas han de pasar la criba crítica de la razón, que verifica, organiza y busca la coherencia en lo que sabemos...aunque sea provisionalmente. Pero la vida está llena de preguntas. ¿Por cuál empezar, tras habernos preguntado cómo responderlas? La primera de todas bien puede ser ésta: ¿quién soy yo? O quizá: ¿qué soy yo?
Comentario
En este capítulo, el autor, sienta las bases del raciocinio humano. El hombre piensa, pero ¿cómo? ¿en qué se basa para afirmar algo?
Me parecen de especial relevancia dos conceptos:
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La no infalibilidad humana. Es decir, el ser humano siempre busca respuestas, pero no siempre las obtiene. A pesar de ello, mediante la razón puede descartar hipótesis contradictorias y encontrar posibles soluciones a los problemas.
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La universalidad de la razón. La razón es el único medio para establecer o descartar deducciones y pensamientos. Y este medio es igual para todos. Por ello, debemos de reconocer las buenas argumentaciones de los demás y ser objetivos.
Capítulo 3: Yo Adentro, Yo Afuera
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Pienso, luego existo
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Yo tengo dos proyecciones, una hacia adentro y otra hacia afuera, conciencia y cuerpo.
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¿Tengo un cuerpo o soy un cuerpo?
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¿Existe algún otro “yo” aparte del mío? Si, puesto que aprendí un lenguaje común.
Lo que dice el autor
¿Es verdadera la realidad? ¿O Vivimos engañados y nada de lo que nos rodea es igual?
Puede que no haya árboles, mares ni estrellas, puede que no haya otros seres humanos semejantes a mí en el mundo, puede que yo no tenga el cuerpo ni la apariencia física que creo tener... pero al menos sé con toda certeza una cosa: existo. Tanto si acierto como si me equivoco, al menos estoy seguro de que existo.
Descartes: yo soy, yo existo. Pienso luego existo.
Yo soy yo porque me mantengo a través del tiempo y me distingo de los otros. No sólo tengo conciencia sino también autoconciencia, conciencia de mi conciencia, la capacidad de objetivar aquello de lo que soy consciente y situarlo en una serie con cuya continuidad me veo especialmente comprometido.
No solo siento y percibo, sino que puedo preguntarme qué siento y percibo, así como indagar lo que significa para mí cuanto siento y percibo. Mi “yo” no solo está formado por ese fuero interno o mental del que venimos hablando. Esa dimensión interior o íntima también viene acompañada por una exteriorización del yo en el mundo percibido, fuera del ámbito de lo que percibe: mi cuerpo.
Del mismo modo que considero mía mi conciencia aunque en ella haya lagunas de olvido o interrupciones inconscientes, también tengo a mi cuerpo por mío aunque sufra transformaciones.
¿Yo tengo un cuerpo o soy un cuerpo?
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Tengo un cuerpo:
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Descartes: El alma es un espíritu y el cuerpo una especia de máquina.
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Estamos dentro de nuestro cuerpo al modo de fantasmas encerrados en una especie de robots a los que debemos dirigir y mover.
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Soy un cuerpo:
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Aristóteles: El alma es la forma del cuerpo, entendiendo por forma el principio vital que nos hace existir.
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La neurobiología actual piensa casi unánimemente que los fenómenos mentales de nuestra conciencia están producidos por nuestro sistema nervioso, cuyo centro operativo es el cerebro.
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Cuando hablamos del “alma” o del “espíritu” nos estamos refiriendo a uno de los efectos del funcionamiento corporal.
Somos nuestro cuerpo, no podemos reír ni pensar sin él, pero la risa y el pensamiento tienen dimensiones añadidas (¿espirituales?) que no lograremos entender por completo sin ir más allá de las explicaciones meramente fisiológicas que dan cuenta de su imprescindible fundamento material.
Hay dos formas de leer mi vida, lo que yo soy:
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Por el “lado de afuera”, se me puede juzgar por mi funcionamiento, determinando cuáles son mis capacidades físicas, mi competencia profesional,...
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Por el “lado de adentro” resulto ser un experimento del que sólo yo mismo, en mi interioridad, puedo opinar sopesando lo que obtengo, lo que pierdo, comparando lo que deseo con lo que rechazo, etc. Y desde luego, mi funcionamiento influye decisivamente en mi experimento, así como a la inversa.
¿De donde puede brotar el alma más que del cuerpo? ¿Acaso puedo llamar mío a un cuerpo sin alma?
¿Hay alguien ahí fuera? ¿Existe algún otro “yo” aparte del mío?
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Filosofía solipsista: En el mundo no hay más “yo” que el mío, pues de todos los demás sólo conozco comportamientos y apariencias que no certifican el respaldo de una visión interior como la mía propia.
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Esto es absurdo: Existe un lenguaje, público, entendible por todos nosotros, que comparto con otros seres capaces como yo de entender su significado. Y mediante el cual pienso, construyo mis ideas. Soy un “yo” porque puedo llamarme así frente a un “tu” en una lengua que permite después al “tu” hablar desde el lugar del “yo”.
Comentario
Como científico-técnico que soy, siempre me ha llamado la atención la búsqueda de respuestas que considero claramente evidentes. Pensar sobre si lo que yo entiendo como realidad, no es real, siempre me ha parecido un penosa pérdida de tiempo. Se podría decir que yo siempre he tenido la certeza de que existo, existe el mundo en el que vivo y existen muchos otros “yo” en el mismo mundo. Jamás se me ocurrió plantearme la posibilidad de que todo eso no fuera real.
Por lo demás, el capítulo es interesante. Plantea las eternas preguntas acerca de el concepto de alma o espíritu. Es interesante el planteamiento de si somos un cuerpo o tenemos un cuerpo. En fin, creo que jamás el ser humano podrá llegar a una respuesta razonada (y no fundamentada en la fe) a esa pregunta. Nunca podremos afirmar con absoluta certeza si somos un alma en un cuerpo o si sólo somos un cuerpo. Siempre habrá argumentos a favor de ambas conclusiones.
Capítulo 4: El Animal Simbólico
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¿Qué soy yo? Soy un ser humano
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El lenguaje como certificado de pertenencia a mi especie.
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¿Qué es un ser humano?
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El lenguaje humano como diferencia con lo animal.
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“El hombre es un animal simbólico”
Lo que dice el autor
¿Qué soy yo?, ¿quienes somos? Lo más seguro que se respecto a mí es que soy un ser parlante, un ser que habla, alguien que posee un lenguaje y que por tanto debe tener semejantes, pues yo no he inventado el lenguaje que hablo.
El lenguaje es el certificado de pertenencia a mi especie.
¿Qué o quien soy yo? Soy un ser humano, un miembro de la especie humana. Pero... ¿Qué es un ser humano?
Sófocles caracterizó al ser humano por controlar y cambiar la Naturaleza. Es asombroso lo que el hombre puede hacer con el mundo.
Pico della Mirandola: El hombre se mantiene abierto e indeterminado en un Universo donde todo tiene su puesto y debe respetar a su naturaleza. El hombre tiene la posibilidad de concluir en sí mismo la obra divina, autocreándose. Es asombroso lo que el hombre puede hacer consigo mismo, según la elección de su libre voluntad.
Siempre se ha intentado definir lo humano por contraposición (y también por comparación) con lo animal y lo divino.
La Teoría de Darwin, nos asimila con los demás animales. Pero por mucho que aceptemos la continuidad entre lo animal y lo humano, no por ello parecen haberse borrado ni mucho menos, las diferencias fundamentales entre ambos.
Que los seres humanos seamos también animales y que en cuanto a especie debamos buscar nuestros parientes entre las bestias y no entre dioses o ángeles, no impide que constatemos rasgos característicos en lo humano que determinan un auténtico salto cualitativo respecto a nuestros antepasados zoológicos.
Tradicionalmente se ha hablado del hombre como un “animal racional”. En los animales la inteligencia parece estar exclusivamente al servicio de sus instintos, que son los que les dirigen hacia sus necesidades o fines vitales básicos. Nunca inventan nada nuevo.
Los animales viven hundidos en el medio vital que les es propio. No son capaces de distanciarse de quienes les rodean ni de lo que forma parte de las necesidades de su especie. El modo de vida de los animales no cambia, es igual en todas partes. El de los hombres sí varía mucho.
El lenguaje humano nos diferencia de los animales. Sirve para hablar de cualquier tema (presente o futuro), así como para inventar cosas que aún no han ocurrido. Los significados del lenguaje humano son abstracciones, no objetos materiales.
Los llamados lenguajes animales mandan avisos o señales útiles para la supervivencia del grupo. Sirven para decir lo que hay que decir, mientras que el lenguaje humano sirve para decir lo que queremos decir.
Parece que los niños aprenden a hablar porque tienen intención de hablar, de comunicarse. Los animales no tienen esa intención.
Lo característico del lenguaje humano no es permitir expresar emociones subjetivas, sino objetivar un mundo comunicable de realidades determinadas en el que otros participan conjuntamente con nosotros.
Lo más humano de un idioma es que lo esencial de sus contenidos puede ser traducido a cualquier otro: no hay que querer decir sin querer entender y hacerse entender.
Ernst Cassrier: “El hombre es un animal simbólico”. Entendiendo por símbolo un signo que representa una idea, una emoción, un deseo, una forma social...
Los hombres se ponen de acuerdo en los símbolos para referirse o comunicar algo, por eso deben ser aprendidos y por eso también cambian de un lugar a otro.
Las palabras y los números son los ejemplos más claros de símbolos, pero no son los únicos.
Los símbolos se refieren solo indirectamente a una realidad física y sin embargo apuntan directamente a una realidad mental, pensada, imaginada, hecha de significados y de sentidos, en la que habitamos los humanos exclusivamente. Los mitos, las religiones, la ciencia, el arte, la política, la historia, la filosofía... todo son sistemas simbólicos, basados en el sistema simbólico por excelencia que es el lenguaje.
Nuestra condición esencialmente simbólica es también la base de la importancia de la educación en nuestras vidas. Hay cosas que podemos aprender por nosotros mismos, pero los símbolos nos los tienen que enseñar otros humanos.
Tras haber intentado responder dubitativamente a la pregunta “¿quién soy? ¿quiénes somos?” pasemos a esta otra: ¿dónde estamos? ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿qué es el mundo?
Comentario
Una vez que tenemos consciencia de nuestro propio yo y de la existencia de los demás, es lógico que queramos puntualizar, definir, identificar y diferenciar a nuestra especie.
Me parece muy interesante la opinión de que el lenguaje nos diferencia de los animales. Es más, la definición de hombre como animal simbólico es muy acertada. Lo cierto es que nuestro pensamiento está lleno de abstracciones. Se podría decir que en nuestro pensamiento podemos imaginarnos la realidad mediante el uso de símbolos.
Desde luego, sería totalmente inútil intentar aprender, por ejemplo, el significado de conceptos físicos tales como la velocidad o la aceleración, sin utilizar símbolos y abstracciones.
Capítulo 5: El Universo y sus Alrededores.
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¿En qué mundo vivimos?
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¿Cómo es el mundo en que vivimos?
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Preguntas cosmológicas: ¿Qué es el Universo? ¿Tiene algún orden o designio? ¿Cuál es su origen?
Lo que dice el autor
Al hombre no le basta con formar parte de la realidad: necesita además saber que está en un mundo y se pregunta inmediatamente cómo será ese mundo en el que no sólo habita sino del que forma parte.
Podemos estudiar el mundo que nos rodea en distintos niveles, en función de su cercanía hacia nosotros. Así, tenemos:
El mundo familiar, “mi mundillo”, grupo de trabajo, amigos,...
El ambiente social.
El país, comunidad nacional, la humanidad, el mundo de lo humano.
El planeta Tierra, el Sistema Solar, y lo más remoto: estrellas, galaxias... Concepto de Universo.
Los filósofos y los científicos se han planteado a lo largo de los siglos preguntas sobre el universo que aún siguen abiertas. Son las preguntas cosmológicas, aquellas que intentan desentrañar el qué, cómo y para qué del universo en su conjunto. El autor las simplifica en tres:
¿Qué es el universo?
Hay dos sentidos del término universo. Uno “heavy” que dice que es una totalidad nítidamente perfilada y distinta al agregado de sus diferentes partes, acerca de la cual cabe plantearse interrogantes específicos. Otro “light” que dice que universo no es más que el nombre que le damos al conjunto o colección indeterminada de todo lo existente, de todas las cosas grandes y pequeñas, una abreviatura sin ninguna entidad especial sobre la que podamos teorizar aisladamente.
El primer sentido del universo es el que parece más intuitivo. ¿Cómo no puede haber un todo definido en el que encuentren de un modo u otro su acomodo todas sus partes o ingredientes? Claro está que nos encontramos con un problema, ¿el universo es finito o infinito? Si es infinito, cómo puede abarcarlo todo sin dejar nada fuera, y si es finito ¿cómo podemos saber que es sólo uno?
Es posible que tengamos tendencia a formular sobre lo inmenso preguntas que tienen sentido a una escala más reducida... ¡y quizá sólo a esa escala!. Por ejemplo, sabemos que una cosa ocupa un lugar y por tanto podemos tener la tentación de preguntarnos ¿qué lugar ocupará entonces el conjunto de todas las cosas?
Queremos ver a todos los objetos como formados por partes, integrados en otros objetos mayores, y todos ellos en un objeto colosal, supercosa-universo, del que nos planteamos los problemas sobre su finitez.
¿Y si no existiera tal supercosa-universo? La necesidad de creer en un objeto único puede venir como fruto de nuestra conciencia de ser uno, un sujeto. La negación del universo como objeto único está ligado a la filosofía materialista. El materialismo filosófico es una perspectiva caracterizada básicamente por dos principios complementarios, primero, no existe un Universo sino una infinita pluralidad de mundos, objetos o cosas que nunca se pueden concebir o considerar bajo el concepto de unidad; segundo, todos los objetos o cosas que percibimos están compuestas de partes y antes o después se descompondrán en partes.
¿Tiene el universo algún orden o designio?
Tanto para el sentido heavy del universo, como para el sentido más ligero, nos podemos preguntar si existe en el mismo algún tipo de orden que nuestra razón pueda comprender. El universo puede ser tomado como “Cosmos”, lo bien organizado y dispuesto, o como el “Caos”, lo sin forma y por siempre ininteligible. Aunque, ¿cómo podemos decir que el Caos no es realmente el orden cósmico?
Tendríamos que intentar definir filosóficamente el concepto de orden. El orden es algo relativo. Una mesa descuidada puede estar perfectamente ordenada para su dueño.
El concepto de orden es siempre un intento de poner unidad y articular relaciones en una multiplicidad de elementos, sea tal unidad inherente a las cosas mismas o bien provenga de nuestra forma de pensar. Resulta difícil señalar una unidad inherente a las cosas que nada tenga que ver con nuestra forma de pensar. El orden puede tener caprichos subjetivos. Pero, ¿qué alcance objetivo podemos darle al orden del universo?
Casi estamos tentados de sugerir que la objetividad del orden cósmico se demuestra por la validez de un mismo determinismo causal en todo lo que alcanzamos a conocer de él.
¿Podemos asegurar de que todo el universo está ordenado del mismo modo que la porción de él en la que nos encontramos y que alcanzan nuestros medios de conocimientos?. ¿No podría ocurrir que el orden que comprobamos a nuestro alrededor es precisamente lo que nos ha permitido existir, y que los demás ordenes o desórdenes posibles nos excluyen no sólo intelectual sino también físicamente como especie?
Esta vinculación intrínseca entre nuestra forma de conocer y nuestra posibilidad de existir es lo que ha llevado a formular el principio antrópico (el principio que apunta o se encamina al hombre). Admite dos formulaciones: la primera dice “puesto que hay observadores en el universo, éste debe poseer las propiedades que permiten la existencia de tales observadores”, es decir, las regularidades causales que observamos en el universo tienen que estar ligadas a nuestra propia aparición en él en tanto estudiosos de lo real. La segunda dice: “el universo debe estar constituido de tal forma en sus leyes y en su organización que no podría dejar de producir alguna vez un observador”. Es lo mismo que decir que el hombre es el fruto maduro que se ha propuesto el universo. Podemos considerar esta segunda formulación altiva y poco modesta.
¿Cuál es el origen del universo?
Lo que queremos saber es a partir de qué ha llegado a ser lo que antes no era: buscamos ese objeto o ser anterior sin cuya intervención nunca se hubiera dado lo que ahora tenemos ante nosotros.
Damos por supuesto que todo debe tener una “razón suficiente” para llegar a existir (Leibnitz). Ahora bien, si todo tiene su causa, ¿no debería también haber una Causa de Todo? Si suena sensato preguntar el porqué de las cosas, ¿no será también sensato indagar el porqué conjunto de la existencia universal de cosas? ¿por qué existe algo y no más bien nada?
Como las causas deben ser anteriores y distintas a sus efectos ¿cuál fue la Causa primera? ¿y si siempre hubiera existido algo?
En el cristianismo la respuesta de la Causa primera es acudir a Dios creador. Pero, ¿cuál es la causa de Dios, quién lo ha hecho? Seguimos encontrándonos con dudas razonables. Los científicos recurren al diversas teorías sobre la creación del universo como el Big-Bang pero, ¿de dónde salió ese algo?.
¿No será mejor que dejemos de hacernos tales preguntas o volvamos a los mitos para responderlas poéticamente?
Comentario
En este capítulo se plantean una serie de preguntas de vital importancia, que tienen su esencia en el origen y la naturaleza del Universo. Desde el principio de los tiempos el hombre ha intentado resolver estas dudas, cuestiones como ¿es infinito el Universo?, ¿qué “orden” sigue el Universo si es que sigue alguno? Y la más importante de todas... ¿Cuál es el origen del Universo?... y su implicación: ¿Cuál es el origen del hombre?
Estas dos últimas preguntas dan origen a la pregunta a cerca de la existencia o no de un Dios creador o principio del Universo.
Todas estas preguntas, tal y como destaca el autor, no pueden ser respondidas por la razón humana... Incluso la cuestión de la existencia de Dios la tendremos que dejar en manos de la Fe de cada cual.
Aunque creo en la imposibilidad de obtener la certeza de las respuestas a estas preguntas, personalmente opino que es muy importante el simple hecho de planteárselas. Creo que propicia la propia madurez.
Capítulo 6: La Libertad en Acción.
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¿Qué es la acción humana?
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¿Qué es la libertad? ¿Somos libres en realidad?
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Relación entre libertad y responsabilidad: Somos responsables en tanto en cuanto somos libres.
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La tentación.
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Relación entre libertad y arrepentimiento.
Lo que dice el autor
Nuestra especie no está “cerrada” por el determinismo biológico sino que permanece “abierta” y creándose sin cesar a sí misma.
La cuestión importante ahora es determinar qué es la acción y que significa actuar. ¿cómo se diferencia una acción humana de otros movimientos que hacen los demás seres, así como de otros gestos que también hacemos los humanos?
Una acción es sólo lo que yo no hubiera hecho si no hubiera querido hacerlo: llamo acción a un acto voluntario.
¿Pero cómo saber si un acto es voluntario o no? He hecho voluntariamente tal o cual cosa significa: sin mi permiso, tal o cual cosa no habría ocurrido. Es acción mía todo lo que no ocurriría si yo no quisiera que ocurriese.
A esa posibilidad de hacer o de no hacer, de dar el sí o el no a ciertos actos que dependen de mí, es a lo que podemos llamar libertad.
Problemas sobre la libertad. Puede ser que la libertad sea una ilusión. Después de todo cuanto ocurre tiene su causa determinante de acuerdo con las leyes de la naturaleza.
La doctrina determinista establece que si yo supiese cómo están dispuestas todas las piezas del mundo ahora y conociera exhaustivamente todas las leyes físicas, podría describir sin error cuanto va a ocurrir en el mundo dentro de un minuto o dentro de cien años. Yo también estoy sometido a esa determinación causal. ¿Dónde queda entonces el “sí o no” de la libertad? ¿No sería mejor el acto libre aquel que inventase su propia causa y que no dependiera de ninguna precedente?
El autor piensa que ni el determinismo fuerte de un Laplace ni el indeterminismo relativo de Heisenberg pueden responder a la pregunta sobre la libertad humana.
La libertad no se plantea en el terreno de la causalidad física sino en el de la acción humana.
La libertad no parece suponer un acto sin causa previa, un milagro que interrumpe la cadena de los efectos y sus causas, sino otro tipo de causa ampliada. La acción es libre porque su causa es un sujeto capaz de querer, de elegir y de poner en práctica proyectos, es decir de realizar intenciones. Decir “he hecho libremente esta acción” no equivale a “esta acción no es efecto de ninguna causa” sino más bien a “la causa de esta acción soy yo en cuanto sujeto”.
Tres usos distintos del término libertad:
La libertad como disponibilidad para actuar de acuerdo con los propios deseos o proyectos. Alude a cuando carecemos de impedimentos físicos, psicológicos o legales para obrar tal como queremos.
La libertad de querer lo que quiero y no sólo de hacer o intentar hacer lo que quiero. Ejemplo: Por muy atado y encarcelado que esté, nadie podrá impedirme querer realizar determinado viaje.
La libertad de querer lo que no queremos y de no querer lo que de hecho queremos. Ejemplo: Veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo haciendo lo peor: es decir, sigo queriendo lo que no me gustaría querer.
Arthur Schopenhauer negó la existencia de la tercera acepción de libertad, para él los hombres somos lo que queremos en el sentido de estar constituido íntimamente por nuestros deseos.
Según Jean-Paul Sartre (existencialismo), lo primordial en el hombre es que existe y que debe inventarse a sí mismo, sin estar predeterminado por ningún tipo de esencia o carácter inmutable. Los humanos no somos algo programado.
Para Sartre el hombre no es nada sino la disposición permanente a elegir o revocar lo que quiere llegar a ser.
Estamos condenados a la libertad, es lo único en lo que no somos libres. Esto es una paradoja.
Hume sostenía que la idea de libertad era compatible con la de determinismo porque no se refiere a la causalidad física sino a la causalidad social. La libertad es imprescindible para establecer responsabilidades, por ésto ser libre no sólo es motivo de alegría sino también de angustia..
Hume: Las acciones deben ser libres para que alguien responda de cada una de ellas. El sujeto es libre para hacerlas aunque no para desprenderse de sus consecuencias...
El lazo entre la libertad y la responsabilidad se hace más evidente cuando la primera nos apetece y la segunda nos asusta. O sea, cuando nos hallamos ante una tentación. Muchas veces nos queremos librar del peso responsable de la libertad en cuanto se nos hace fastidioso: el mérito positivo de mis acciones es mío, la culpa la reparto con mis padres, la genética, la sociedad...
En la responsabilidad de cada acción pueden intervenir numerosos atenuantes, pero nunca hasta el punto de desligar totalmente de la culpa al agente intencional. En caso contrario se trataría de un accidente fatal y no de una acción.
Ser libres es responder por nuestros actos ante los otros y nosotros mismos. ¿No podemos suponer que nuestra naturaleza humana es libre pero que dentro de esa necesaria libertad actuamos tan inocentemente como crecen las plantas o se desenvuelven los animales? ¿no marcará la propia naturaleza el ámbito de eficacia de nuestra libertad?
El hombre parece ser el único animal que puede estar descontento de sí mismo: el arrepentimiento es una de las posibilidades siempre abiertas a la autoconciencia.
Comentario
El concepto de libertad está íntimamente ligado al ser humano. De hecho, somos el único ser vivo realmente libre. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de hacernos a nosotros mismos.
Este capítulo me parece de gran interés y su contenido me parece especialmente bien descrito y desarrollado. Yo haría especial hincapié en las ideas de Hume: Las acciones deben ser libres para que alguien responda de cada una de ellas. El sujeto es libre para hacerlas aunque no para desprenderse de sus consecuencias.
La responsabilidad por las propias acciones es algo de lo que nunca jamás nos podremos librar. Somos libres de elegir, sí, pero siempre tendremos que acarrear las consecuencias de nuestra elección.
Savater no trata aquí la relación de la libertad con la sociedad. Me hubiera gustado que intentase responder a preguntas tales como:
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¿Tiene límites la libertad?
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Libertad y vida en común: mi libertad acaba donde empieza la de mi prójimo. Libertad y respeto.
Capítulo 7: Artificiales por Naturaleza
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Concepto de natural, opuesto al de artificial.
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Relación entre natural y cultural.
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¿Cuáles son nuestras obligaciones para con la Naturaleza?
Lo que dice el autor
Ahora deberíamos preguntarnos si existe una naturaleza humana, si somos seres naturales, si hay contradicción entre ser “ser natural” y “ser convencional”.
Vamos a precisar sobre los usos o sentidos de la noción “natural” o “naturaleza”.
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Cada una de las cosas que existen en el universo tiene su propia naturaleza, su propia forma de ser. La naturaleza de algo es su forma de ser, de llegar a ser y de operar en el conjunto del resto de lo existente. Así “Naturaleza” en su acepción más simple es el nombre colectivo para todos los hechos, tanto para los que se dan como para los meramente posibles. Cualquiera de las cosas hechas por el hombre tienen su naturaleza.
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Otro sentido de la palabra “naturaleza” nos dice que es “natural” todo aquello que aparece en el mundo sin intervención humana. Los objetos fruto del arte o de la técnica humana son “artificiales”.
El término “natural” aplicado al hombre se contrapone a “cultural”. Lo natural es innato, pero lo cultural es aprendido. En todos nosotros cualquier rasgo natural está siempre contaminado por la cultura y viceversa. Por ejemplo: es natural comer, aunque por nuestra cultura nos gustan más unos alimentos que otros.
Lo natural y lo cultural en el hombre se encuentran íntimamente ligados. No hay forma de aislar una faceta o capa de la otra. Lo más natural en los hombres es no serlo nunca del todo.
¿Cómo estar seguros de que la cultura misma no es el desarrollo más natural de lo que al hombre le conviene? ¿Cómo podría la cultura no ser algo natural, que corresponde a nuestra forma de ser en todo tiempo y lugar?
Los estoicos recomendaban vivir de acuerdo con la naturaleza y entendían que tal acuerdo consistía en refrenar las pasiones instintivas, ser veraces y abnegados, cumplir con los deberes de la sociedad...
Por contra, el Marqués de Sade pensaba que no hay nada más natural que hacer cuanto nos apetezca, caiga quien caiga.
¿Podemos decir que el hombre no tiene ninguna obligación con la naturaleza. Es sin duda racional poner los elementos naturales a nuestro servicio para mejorar nuestra vida, pero también parece razonable respetar y conservar determinados aspectos de la naturaleza.
Cuando hablamos de ciertas obligaciones hacia la naturaleza queremos decir que nosotros consideramos valiosas alguna de sus realidades. De nuevo se mezcla aquí lo natural con lo cultural. Tenemos que tener criterios de valoración para fundar estas supuestas obligaciones del hombre para con la Naturaleza:
Valor intrínseco de la naturaleza. Es difícil de razonar a no ser desde una perspectiva religiosa. Si todo lo natural es puramente natural nada tiene propiamente más valor. Sólo una excepción: la obligación de respetar la vida de todos los seres.
Valor utilitario. No dañar el medio ambiente, ni los mares, plantas...
Valor estético. Convincente pero complejo por las diferentes visiones que se puede tener de lo estético.
Podríamos fijar la responsabilidad del hombre con la Naturaleza mediante la siguiente norma: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una auténtica vida humana sobre la tierra”.
La relación característica del hombre con el acontecer natural ha estado siempre basada en la técnica., que no es más que crear instrumentos con los que se puede hacer otros instrumentos más útiles. La técnica puede ser constructiva o destructiva para el hombre. Se diría que cabalgamos en un tigre del que ya no podemos bajar porque nos devoraría inmediatamente.
Comentario
Me parece destacable la opinión acerca de la relación entre cultura y naturaleza.
Realmente, creo que es muy acertado afirmar que la cultura es el desarrollo más natural del hombre. Nuestra tendencia natural es “crear” cultura, tal y como afirma Savater diciendo: ¿Cómo podría la cultura no ser algo natural, que corresponde a nuestra forma de ser en todo tiempo y lugar?
Capítulo 8: Vivir juntos
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Estamos humanamente configurados para y por nuestros semejantes.
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La relación social nunca es indolora, pero sería pero si no existiera.
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¿Cómo organizar nuestra “insociable sociabilidad”?
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¿Qué es la justicia? Justicia y sociedad.
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De la justicia a los derechos humanos. La sociedad de los derechos humanos.
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¿Cómo podemos merecer el amor de los otros?
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¿Cómo organizar nuestra “insociable sociabilidad”?
Lo que dice el autor
Nadie llega a convertirse en humano si está solo: nos hacemos humanos los unos a los otros. No seriamos lo que somos sin los otros, pero nos cuesta ser con los otros. La convivencia social nunca resulta indolora.
La filosofía y la literatura contemporáneas abundan en lamentos sobre la carga que nos impone vivir en sociedad. Las sociedades modernas de masas tienden a despersonalizar las relaciones humanas. En cambio crece la posibilidad de control gubernamental o simplemente social sobre las conductas individuales. Pese a tanto control demasiadas personas padecen miseria o abandono. Nuestro siglo ha conocido ejemplos espeluznantes del terror totalitario que pueden ejercer sobre las personas los colectivismos sociales.
Tantas adversidades pueden hacer olvidar hasta qué punto la sociedad es una exigencia de nuestra condición humana. Los individuos racionales y autónomos son productos de la evolución histórica de las sociedades, a cuya transformación contribuyen a su vez.
Por justificadas que estén las protestas contra las formas efectivas de sociedad actual, sigue siendo cierto que estamos humanamente configurados para y por nuestros semejantes. Es nuestro destino de seres simbólicos. Para reconocernos a nosotros mismos primero necesitamos ser reconocidos por nuestros semejantes. Por muy malo que pueda eventualmente resultarnos el trato con los otros, nunca será tan irrevocablemente aniquilador como vendría a ser la ausencia completa de trato.
¿Por qué existe la discordia? No es por que los seres humanos seamos irracionales o violentos por naturaleza. Gran parte de nuestros antagonismos provienen de que somos seres decididamente “racionales”, es decir, muy capaces de calcular nuestro beneficio y decididos a no aceptar ningún pacto del que no salgamos claramente beneficiados.
Las mismas razones que nos aproximan a los demás pueden hacer que éstos se conviertan en nuestros enemigos. Lo mismo que nos une nos enfrenta: nuestros intereses.
¿Como arreglárnoslas para organizar nuestra “insociable sociabilidad”?
Es preciso fraguar la política de concordia a partir de los seres humanos realmente existentes con sus razones y pasiones, con sus discordias, con su tendencia al egoísmo depredador, pero también con su necesidad de ser reconocidos por la simpatía social de los demás.
Hay dos enfoques principales:
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El primero piensa la organización política de la comunidad humana a partir de un contrato social entre los individuos, los cuales planean en común sus leyes, sus jerarquías, la distribución del poder y la mejor forma de atender a las necesidades públicas. Los intereses de cada cual pueden oponerse a los de otros pero no al marco comunitario del que reciben su sentido: son “particulares” pero no “antisociales”.
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La segunda perspectiva desconfía de la capacidad deliberativa de los socios en lo tocante a lo mejor para la comunidad. El poder político debe establecer tan sólo un marco lo más flexible y menos intervencionista posible, dentro del cual tengan libre juego las libertades de los socios en busca de satisfacer sus intereses. El mayor beneficio público surgirá de la interacción entre quienes buscan sin cortapisas su provecho privado a causa de la condición “social” de nuestros intereses aparentemente más particulares.
En líneas generales la primera de las dos perspectivas políticas es considerada de izquierdas y la segunda de derechas; pero la marcha efectiva de casi todas las sociedades que conocemos actualmente no puede ser comprendida sin aplicar en un grado u otro ambos criterios.
La virtud que mejor expresa la concordia social a partir de elementos discordantes se llama justicia. Según Pierre-Joseph Proudhom, “la justicia... es el respeto, espontáneamente experimentado y recíprocamente garantizado de la dignidad humana, en cualquier persona y en cualquier circunstancia en que se encuentre comprometida, y a cualquier riesgo que nos exponga su defensa”.
Del concepto de justicia, pasamos a los derechos humanos, que son algo así como una declaración más detallada de lo que implica esa “dignidad”:
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La inviolabilidad de cada persona o el reconocimiento de que no puede ser utilizada o sacrificada por los demás como un mero instrumento para la realización de fines generales.
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El reconocimiento de la autonomía de cada cual para trazar sus propios planes de vida y sus baremos de excelencia, sin otro límite que el derecho semejante de los otros a la misma autonomía.
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El reconocimiento de que cada cual debe ser tratado socialmente de acuerdo con su conducta, mérito o demérito personales, y no según factores aleatorios que no son esenciales a su humanidad: raza, etnia, sexo, clase social, etc.
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La exigencia de solidaridad con la desgracia y sufrimiento de los otros.
La sociedad de los derechos humanos debe ser la institución en la que nadie resulta abandonado.
¿Cómo podemos merecer el amor de los otros? Gran parte de las pautas éticas en todas las culturas se han dedicado a darnos instrucciones para conseguirlo.
La mayoría de las morales pasadas y presentes pueden resumirse mediante las “tres leyes de la robótica” de Isaac Asimov, pero invirtiendo su orden, dado que nosotros no somos robots. Estas tres leyes son (en el orden originario de Asimov):
No dañarás a ningún ser humano.
Ayudarás cuanto puedas a los seres humanos (siempre que no sea violando la primera regla).
Conservarás tu propia existencia (siempre que no sea a costa de violar las dos leyes anteriores).
Las más características manifestaciones humanas sólo pueden comprenderse en un contexto social: por ejemplo, reír. Nada es tan sociable ni une tanto como el sentido del humor. Tampoco la creación estética y sus goces pueden entenderse adecuadamente si no se comparten.
Comentario
Me parece interesantísimo el código de actuación que nos propone Savater como norma de convivencia. Éste no es más que las “tres leyes de la robótica” de Isaac Asimov, puestas en orden inverso y aplicadas al ser humano. Quedan así:
Conservarás tu propia existencia.
Ayudarás cuanto puedas a los demás seres humanos (siempre que no sea violando la primera regla).
No dañarás a ningún otro ser humano (siempre que no sea a costa de violar las dos leyes anteriores).
Realmente, este código de conducta, es digno de mención.
En otro orden de cosas, es muy productivo también el razonamiento que expone acerca de nuestra “insociable sociabilidad” y de que, pese a todo, mejor es vivir en sociedad.
Si consiguiéramos algún día vivir en una sociedad de los derechos humanos (para todos), si consiguiéramos hacer más caso a nuestra humanidad que a nuestros intereses, el mundo sería un lugar realmente hermoso...
Capítulo 9: El Escalofrío de la Belleza
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¿Qué es la belleza?
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La belleza como concepto exclusivo del ser humano.
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La belleza vista por diversos autores.
Lo que dice el autor
Platón decía que los humanos estamos sometidos a la forzosa pedagogía de dos maestros exigentes: el placer y el dolor.
El placer no es solamente cuanto nos produce una sensación físicamente grata, sino todo aquello ante lo que sentimos claramente aprobación.
Las sensaciones “gratificantes” resultan muy importantes en la vida de todos nosotros, pero también lo son para los animales. Por contraposición, el aprecio por lo “bueno” es propio de los seres dotados de razón. Los placeres de la belleza son los menos “zoológicos” de todos.
Kant asegura que el deleite producido por la belleza es el único desinteresado y libre. El afán por la belleza no parece responder a ninguna necesidad concreta ni sensorial ni racional.
Según Kant, “es bello lo que complace universalmente sin concepto”. A lo que se refiere Kant al decir que lo bello complace “universalmente” no es a que “de hecho” todos coincidamos en considerar bellas las mismas cosas sino a que sólo llamamos “bello” a lo que consideramos que tiene derecho y mérito suficiente en sí mismo para ser considerado así por todo el mundo.
Parece indudable que originariamente la idea de lo bello estuvo ligada a la noción de bueno. Lo bello comparte con lo bueno la tarea de lograr que haya más vida y menos muerte... para los mortales.
Para Santayana los valores estéticos nunca pueden ser “separados” del resto de los valores vitales humanos, aunque deben ser distinguidos en ciertos aspectos de los demás. No son “desinteresados”, sino que amplían el campo posible de nuestros intereses. Asegura que “nada salvo lo bueno de la vida entra en la textura de lo bello”.
Platón distingue entre la belleza propiamente dicha (que coincide con lo bueno y lo verdadero) y el tipo de hermosura a la que aspiran los artistas. Esta última se le antoja prescindible por lo inauténtica y hasta peligrosa para un orden político bien concebido.
Federico Schiller reivindica la importancia que tiene cultivar la sensibilidad estética para conseguir auténticos ciudadanos capaces de vivir y participar en una sociedad moderna no autoritaria. Para él, la formación estética complementa decisivamente la preparación moral e intelectual del ciudadano.
Pero ¿tiene que ser siempre bella la obra del artista? ¿tiene que fundarse en la armonía y equilibrio entre las partes? Quizá lo que en arte puede ser llamado “belleza” tiene poco que ver en muchas ocasiones con el sentimiento de agrado o con la placidez de lo decorativo.
El poeta Rainer Maria Rilke opinaba que “la belleza es aquel grado de lo terrible que aún podemos soportar”. Alain, un pensador contemporáneo señala que “lo bello no gusta ni disgusta sino que nos detiene”. Según este criterio, es realmente hermoso todo aquello en lo que no hay más remedio que fijarse. Otro pensador actual, Theodor W. Adorno dice que “el logro estético podría definirse como la capacidad de producir algún tipo de escalofrío”. Nos estremece lo que no nos permite pasar de largo: la evidencia de lo real, deslumbrante y atroz.
El arte moderno nos abruma con distorsiones del sonido y de la forma. Sin embargo, también a través de él podemos sentir el estremecimiento conmovedor de la belleza.
Comentario
Este capítulo lo encuentro bastante carente de interés. La belleza nunca ha sido un tema que considere de gran importancia para la vida humana, simplemente forma parte de ella.
Es curiosa la declaración de Kant, que supone algo “bello” cuando consideramos que tiene derecho y mérito suficiente en sí mismo para ser considerado así por todo el mundo...aún cuando sabemos que el concepto de belleza es terriblemente subjetivo.
También es interesante, y la comparto, la opinión de Federico Schiller. Pienso que cultivar la sensibilidad estética hace que se cultiven, al mismo tiempo, otros valores relacionados con la sensibilidad “moral”, como la tolerancia o el respeto.
Capítulo 10: Perdidos en el Tiempo
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Estamos atrapados en el tiempo.
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¿Cómo definiríamos el tiempo?
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Relación entre tiempo y movimiento.
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¿Cómo medir el tiempo? El tiempo social
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El tiempo natural.
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Pasado, presente y futuro.
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¿Existe un destino predeterminado?
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El ser humano es un ser temporal y mortal... ¿el alma también?
Lo que dice el autor
Preguntemos a cualquiera cómo es su vida cotidiana. Nadie logrará hablar de sí mismo, de su vida, de lo que quiere o teme, de lo que le rodea, sin referirse al tiempo. Por tanto se debería suponer que nada nos es tan conocido y familiar como el tiempo. Pero si se nos pregunta qué es, no nos queda más remedio que encogernos de hombros.
Quizá haya sido San Agustín quién lo ha expresado de un modo que sigue siendo estrictamente válido: “Qué es, pues, el tiempo? Sé bien lo que es, si no me pregunta. Pero cuando quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Pero me atrevo a decir que sé con certeza que si nada pasara no habría tiempo pasado. Y si nada existiera, no habría tiempo presente”.
¿Qué tiene de “enigmático” el tiempo? ¿Por qué resulta tan difícil de pensar? Porque para pensar algo hay que fijarse en ello y fijarlo, pero el tiempo no se deja fijar. Paradójicamente, el momento pasado que ya no está y el momento futuro que todavía no está parecen más manejables que el instante presente, que se desvanece en cuanto se presenta. Al presente lo vemos venir y lo vemos alejarse pero nunca lo vemos estar. Y ¿cómo podemos determinar qué cosa es lo que nunca está?
Sabemos que vivimos el presente, en cambio, “pensarlo” ya resulta más complicado.
Como ya vio Aristóteles en su Física, la noción de tiempo está ligada intrínsecamente a la del movimiento de los seres, entendiendo este término en toda su extensión: desplazamiento de un lugar a otro, modificación de estado, nacimiento y muerte, etc.
Los humanos hemos ingeniado diversas maneras de medir el tiempo. Pero ¿qué estamos “midiendo” cuando medimos el tiempo? ¿cómo “medir” algo que no sabemos apenas lo que es? Medir el tiempo equivale más o menos a determinar el plazo de los cambios que nos afectan.
Los filósofos y la gente común tendemos a pensar que la intuición del tiempo que pasa es algo “natural” que se da del mismo modo en todos los seres humanos. Establecer los ritmos y pasos del tiempo no responde a una curiosidad meramente teórica, sino a la necesidad de acotar claramente el momento oportuno de realizar ciertas actividades sociales.
Ya adoptemos unas u otras unidades temporales, uno no puede dejar de pensar que existe además y al margen de ellas un tiempo independiente de cualquier convención humana. Es decir, que ciertos cambios naturales cumplen sus plazos sea cual fuere nuestra forma de orientarnos socialmente en lo temporal. Además del tiempo “social”, establecido por nuestras necesidades colectivas, debe existir algo así como otro “tiempo” natural que a veces sirve como orientación del primero pero que en todo caso transcurre de modo independiente a las normas humanas.
Según ya hemos apuntado al comienzo, el “ahora” que responde a la pregunta “¿cuándo?” puede registrarse en cualquiera de las tres grandes zonas que se reparten nuestra comprensión del tiempo: pasado, presente y futuro. Pero de las tres, dos de ellas (el pasado y el futuro) no tienen más que una realidad digamos que “virtual”. La vida siempre ocurre en el presente y fuera del presente nada es del todo real, nada tiene efectos directos.
El presente es también la zona temporal donde pasado y futuro son reales, es decir, donde pueden tener algún tipo de efectos. De nuevo es san Agustín el que plantea de forma más competente el asunto: “Tampoco se puede decir con exactitud que sean tres los tiempos: pasado, presente y futuro. Habría que decir con más propiedad que hay tres tiempos: un presente de las cosa pasadas, un presente de las cosa presentes y un presente de las cosas futuras. Estas tres cosas existen de algún modo en el alma, pero no veo que existan fuera de ella. El presente de las cosa idas es la memoria. El de las cosa presentes es la percepción o la visión. Y el presente de las cosas futuras la espera.”
Sin embargo, nuestra relación con el pasado no es simétrica a la que guardamos con el futuro. En el pasado se sitúa lo conocido que ya no podemos modificar; en el futuro está lo desconocido aún modificable. Si nuestra condición humana es ante todo activa, parece que el futuro debe contar en nuestro presente más que el pasado.
Contra esta opinión también pueden alzarse reservas: a la más dogmática la llamaremos doctrina del destino y a la más hipotética se la suele denominar teoría de los futuros contingentes. Los creyentes en el destino sostienen que todos los acontecimientos futuros están rigurosamente determinados desde siempre.
Más sutil es el planteamiento aristotélico, dirigido precisamente a defender la posibilidad de un futuro abierto. El futuro es “contingente” (puede ser así o de otro modo), no fatal ni necesario.
Queremos suponer que el tiempo pasa, pero en realidad sabemos que el tiempo siempre está ahí, fluyendo aunque sin disminuir ni aumentar: lo que transcurre y decrece incesantemente no es el tiempo sino nuestro tiempo. ¿No será acaso el tiempo nada más pero tampoco nada menos que nuestra dimensión esencial? Algo así sospechó ya en su día el clarividente Agustín: “Me parece que el tiempo no es otra cosa que una cierta extensión. Pero no sé de qué cosa. Me pregunto si no será de la misma alma.”
Para Heidegger, estar hechos de tiempo significa estar abocados a la muerte. Ser temporales (sabernos temporales) es siempre vivir “poco”, pero también proporciona un sabor fuerte, intenso, a la brevedad vital que paladeamos.
Lo que nos ata definitivamente al tiempo y por tanto a la mortalidad es nuestro cuerpo. En todas las épocas se ha cultivado entre los humanos la idea de que hay algo en nosotros no-corporal, por tanto no-temporal, inalcanzable a las heridas e invulnerable a los procesos letales de la biología, algo inextenso, inexpugnable, opuesto en todo a las características corporales, imperecedero. Y señala Marcel Conche: “la noción de espíritu o de alma, como sustancia incorporal, indivisible, etcétera, parece fruto del miedo. El hombre tiene un miedo tan profundo ante la muerte que se ha forjado una idea de sí mismo como hombre-sin-cuerpo = alma, para escapar a su destino, a la muerte.
Sin embargo, ¿puede estar realmente vivo lo que no debe morir? Quizá nacer y morir no son solamente el comienzo y el final de nuestro destino sino un componente que se repite incesantemente a lo largo de toda nuestra existencia.
Comentario
De nuevo me he de atener a mi condición de científico-técnico para comentar este capítulo. Como tal, para mí el tiempo es una clara, precisa y bien conocida magnitud física acerca de la cual no me cabe ninguna duda.
Sólo me parecen de interés dos aspectos que el autor trata en este capítulo como “efectos secundarios”.
En primer lugar, es interesante la bien conocida cuestión: ¿existe el destino?... Cada cual que extraiga sus propias conclusiones, si bien, opino que es importante que una persona se formule esa pregunta como medio de obtener una mayor madurez.
La segunda cuestión, trata con una gran magistralidad la eternidad del alma humana: Nuestro cuerpo nos ata definitivamente al tiempo y por tanto a la mortalidad. ¿Hay algo en nosotros no-corporal, por tanto no-temporal, inalcanzable a las heridas e invulnerable a los procesos letales de la biología, algo inextenso, inexpugnable, opuesto en todo a las características corporales, imperecedero?
La noción de espíritu o de alma, como sustancia incorporal, indivisible, etc.. ¿no será fruto del miedo? ¿No tendrá el hombre un miedo tan profundo ante la muerte que se ha forjado una idea de sí mismo como hombre-sin-cuerpo = alma, para escapar a su destino, a la muerte?
Creo que vuelve a quedar patente que, la existencia de una “supervivencia” de nuestro “yo” después de la muerte, no puede demostrarse mediante la razón. Para intentar responder e esta pregunta, tendremos que utilizar los convencimientos religiosos o la fe de cada cual.
Epílogo. La vida sin Por Qué.
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La Filosofía como medio de reflexión
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Filosofar no es salir de dudas, sino entrar en ellas
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4 principios para el profesor de Filosofía
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La Filosofía no puede responder acerca del sentido de la vida.
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Obrar bien sí, pero no para ganar un premio
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La Religión y la Filosofía tienen ámbitos distintos
Lo que dice el autor
Tan antigua como la filosofía es la costumbre de reírse de los filósofos.
¿Por qué resultan tan frecuentemente risibles los filósofos para quienes les quieren mal y hasta para muchos de los que les quieren bien? En primer lugar, probablemente por esa mezcla característica que se da en ellos de ambición teórica desmesurada y resultados prácticos escasos.
Pueden ser eventualmente modestos pero les asoma la arrogancia disparatada por debajo de la túnica. Algunos no se privan de dar lecciones sublimes de moral, pero rara vez se les ve vivir de acuerdo con lo que predican. Para colmo se llevan fatal entre ellos y desacreditan a sus colegas con auténtica saña. En pocas palabras: son pedantes pomposos, inútiles, irreverentes, hipócritas y egocéntricos.
La tarea filosófica es reflexionar sobre la cultura en que vivimos y su significado es no sólo objetivo sino también subjetivo para nosotros: para ello es necesario tener la mejor formación cultural posible.
Filosofar no debería ser salir de dudas, sino entrar en ellas. Muchos filósofos dan la impresión de haber encontrado ya respuestas definitivas a las preguntas que nunca pueden ni deben cerrarse intelectualmente del todo.
Hay cuatro cosas que ningún buen profesor de filosofía debería ocultar a sus alumnos:
No existe la filosofía sino las filosofías y sobre todo el filosofar.
El estudio de la filosofía no resulta interesante porque a ella se dedicaron talentos tan extraordinarios como Aristóteles o Kant, sino que dichos talentos nos interesan porque se ocuparon de esas cuestiones.
Incluso los mejores filósofos dijeron notables absurdos y cometieron graves errores.
En determinadas cuestiones sumamente generales aprender a preguntar bien es también aprender a desconfiar de las respuestas demasiado tajantes.
Uno de los motivos de ridículo más justificado en que suelen incurrir los filósofos es el de pretender competir con la religión en la búsqueda redentora del sentido de la vida. Y es que la pregunta por tal sentido es ya de por sí religiosa.
Lo característico de la mentalidad religiosa no es responder Dios a la cuestión acerca del sentido o intención del universo: lo propiamente religioso es creer que, una vez dada tan sublime respuesta, ya está justificado dejar de preguntar.
Si la vida no tiene sentido (por la misma razón que todos los restantes sentidos remiten mediata o inmediatamente a la vida) , ¿debemos concluir desoladamente que la vida es absurda? Ni mucho menos. Llamamos absurdo a lo que debería tener sentido y no lo tiene, no a lo que (por caer fuera del ámbito de lo intencional) no debe tener sentido.
Al preguntar si la vida tiene sentido lo que queremos saber es si nuestros esfuerzos morales serán recompensados, si nos espera algo más allá y fuera de la vida o sólo la tumba. La única defensa según Kant que le queda a la persona decente para salvaguardar su rectitud y no considerarla un empeño estéril es aceptar la existencia de un Dios que sea el creador moral del mundo, garantizando así un sentido ultramundano feliz para la buena voluntad.
Hay que señalar la posibilidad de una línea de reflexión alternativa. El hombre recto quiere vivir mejor, no escapar a su condición mortal: intenta hacer lo bueno no sólo pese a que es consciente de que siempre existirá lo malo sino precisamente por eso, para defender contra lo irremediable la fragilidad preciosa de lo que considera preferible. No vive para la muerte o la eternidad sino para alcanzar la plenitud de la vida en la brevedad del tiempo.
La religión promete salvar el alma y resucitar el cuerpo; en cambio la filosofía ni salva ni resucita sino que sólo pretende llevar hasta donde se pueda la aventura del sentido de lo humano, la exploración de los significados.
Comentario
Lo más destacable de este capítulo, bajo mi punto de vista, es la diferenciación entre Filosofía y Religión.
Insisto en que un error frecuente en la Filosofía occidental ha sido tratar de darle sentido a la vida, tratar de demostrar la existencia de la vida eterna, tratar de demostrar la necesaria intervención de un Principio Creador del Universo...
Bajo mi punto de vista, nuestra humilde mente humana no llega a ciertas cuestiones. Por ejemplo, podremos realizar miles de cábalas acerca de si el Universo es finito o infinito, pero el caso es que nadie va a encontrar una razón concluyente, un hecho consolidado que demuestre una cosa o la otra.
De la misma manera, mediante la Filosofía no podemos encontrar cuál es el principio del Universo, ni si existe Dios y si nos va a premiar con una plácida eternidad. Todas estas cuestiones quedan fuera del ámbito de acción de la Filosofía. Deberemos intentar responderlas mediante la Religión.
Comentario Final
Lo primero que podemos decir respecto a este libro es que no es el típico libro de filosofía.
El autor, con buen criterio, trata de despertar en nosotros el afán por intentar responder las preguntas que todos nosotros, sin excepción, nos hemos hecho alguna vez. Mantiene que mediante la reflexión filosófica podemos extraer nuestras propias conclusiones respecto a esas dudas.
Realmente, el libro se adecua a su título, es un compendio de las preguntas vitales más importantes. El lector va adentrándose en el mundo de la reflexión humana junto con el autor, éste incita a pensar y el simple hecho de leer ciertas cuestiones despierta en nosotros el ánimo crítico para llegar a nuestras propias conclusiones.
Solamente le achacaría un error, en el que, al principio, el autor dice que no va a caer: el libro, realmente, sí es un compendio de la Filosofía occidental, por muy bonita que ésta nos sea expuesta.
De todas maneras, al ser de una lectura fácil y comprensiva, es muy útil para iniciar al profano en la filosofía. Sería ideal su uso con alumnos de bachiller, siempre que se usara de forma un poco menos convencional...
Según mi opinión, el profesor que cayera en la tentación de mandar una recensión de este libro a un alumno de bachiller, tal y como se ha hecho toda la vida, no conseguiría lo que pretende el libro: motivar, incitar a la reflexión.
Sin embargo, este objetivo sí se podría conseguir si, por ejemplo, se ordena la lectura de un capítulo y se realiza después una puesta en común en clase, mediante alguna técnica de trabajo en grupo, como el Phillips 6x6.
Recensión: Las preguntas de la vida Advertencia previa
Joaquín J. Domínguez Torrecilla. Pág. 6
Recensión: Las preguntas de la vida Advertencia previa
Recensión: Las preguntas de la vida Índice
Joaquín J. Domínguez Torrecilla. Pág. 2
Recensión: Las preguntas de la vida Introducción a la recensión
Joaquín J. Domínguez Torrecilla. Pág. 3
Recensión: Las preguntas de la vida Advertencia previa
Recensión: Las preguntas de la vida Advertencia previa
Joaquín J. Domínguez Torrecilla. Pág. 4
Recensión: Las preguntas de la vida Introducción: El por qué de la Filosofía
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 1: La muerte para empezar
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Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 2: Las verdades de la razón.
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 3: Yo adentro, yo afuera.
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 4: El animal simbólico.
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 5: El Universo y sus alrededores.
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 6: La libertad en acción
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 7: Artificiales por naturaleza
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 8: Vivir juntos
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 9: El escalofrío de la belleza
Recensión: Las preguntas de la vida Capítulo 10: Perdidos en el tiempo
Recensión: Las preguntas de la vida Epílogo: La vida sin por qué
Recensión: Las preguntas de la vida Comentario final
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Enviado por: | Joaquín J. Dominguez Torrecilla |
Idioma: | castellano |
País: | España |