Religión y Creencias


La Iglesia en Roma


- Orígenes:

· Constantino I el Grande

· El ambiente religioso romano en la época de predicación del cristianismo

· Crecimiento del cristianismo

- La predicación del cristianismo en Oriente

- Los comienzos de la predicación en Occidente

- Persecución:

· Persecuciones del Cristianismo

- Introducción

- Las primeras persecuciones

- Las persecuciones del Siglo III

- La persecución de Diocleciano

- La Iglesia:

· La paz de la Iglesia

· Los comienzos de la Iglesia

· La vida de la Iglesia en los primeros Siglos

· Concilios y Credos

- Aceptación:

· Aceptación del Cristianismo

- En España:

· La difusión del cristianismo en España

- El Paganismo:

· El fin del Paganismo

  • Opiniones personales

- Constantino I el Grande -

Nacido con el nombre de Flavio Valerio Constantino, en Naissus (hoy, Nis, en la actual Serbia), hijo del prefecto del Pretorio (jefe militar de la Guardia Pretoriana) Constancio Cloro (más tarde emperador Constancio I) y de Elena (que llegó a ser canonizada como santa Elena). Luchó contra los sármatas y se unió a su padre en Britania, en el 306. Fue tan popular entre sus tropas que le proclamaron augusto cuando Constancio murió ese mismo año. Sin embargo, durante las dos siguientes décadas tuvo que luchar contra sus rivales al trono, y no logró ser emperador único hasta el 324.

Siguiendo el ejemplo de su padre y de los anteriores emperadores del siglo III, en su juventud fue un henoteísta solar: consideraba que el dios romano Sol era la manifestación visible de un Dios Supremo invisible (summus deus), que era el principio del Universo, y que era equiparado con el emperador romano. Su adhesión a esta creencia resultó evidente tras afirmar que vio al dios Sol, en el 310, mientras estaba en una arboleda de Apolo, en la Galia, en el mismo año en que derrotó a Maximiano. En el 312, en la víspera de una batalla contra Majencio, su rival en la península Itálica e hijo de Maximiano, se dice que soñó como se le apareció Cristo y le dijo que grabara las dos primeras letras de su nombre (XP en griego) en los escudos de sus tropas. El día siguiente, la leyenda dice que vio una cruz superpuesta en el sol y las palabras “con esta señal serás el vencedor” (en latín, in hoc signo vinces). Derrotó a Majencio en la batalla del Puente Milvio, cerca de Roma, en octubre de ese año (312). El Senado aclamó al vencedor como salvador del pueblo romano y le tituló primus augustus. Constantino consideró que el Dios cristiano le había proporcionado la victoria, por lo que abandonó sus anteriores creencias paganas. Detuvo la persecución de los cristianos, y Licinio Liciniano, su coemperador, se le unió en la proclamación del Edicto de Milán (313), que ordenó la tolerancia del cristianismo en el Imperio romano y restituyó a la Iglesia los bienes confiscados.

El ambiente religioso romano en la época de predicación del cristianismo

El mundo antiguo llega a su plena decadencia moral y religiosa en los últimos tiempos de la República romana. La religión indígena romana ha sido recubierta por el panteón griego. Pensadores y pueblos han perdido la fe en sus dioses. Las prácticas religiosas tradicionales decaen. Augusto las restaura, pero no puede evitar su ruina. El pueblo romano, como antes el griego y el de otras partes del Imperio, buscaba con afán la manera de satisfacer sus necesidades religiosas, afiliándose a los cultos misteriosos de Oriente que le prometía otra vida mejor. Así se desarrollaron en Roma, en los primeros siglos del imperio, los cultos de Isis y Serapis, de Mithra, del dios Sol, etc. todo ello preparaba los espíritus a recibir la semilla del cristianismo, que encontró un campo abierto por la unificación del imperio.

Crecimiento del cristianismo

Los siglos II y III fueron para la Iglesia cristiana un tiempo de expansión. Esta fue mucho más importante en las provincias orientales del imperio, en África y en las tierras occidentales más abiertas al Mediterráneo, que como siempre siguió de cauce a la principal corriente de las influencias culturales e intelectuales de Oriente.

El crecimiento de la Iglesia se puede medir, desde otro punto de vista, por los 87 obispos que participará en el concilio de Cartago, organizado por el obispo Cipriano en 256.

En Roma, el número de viudas y huérfanos que quedarán era de unos mil quinientos, lo que sugiere la existencia de una importante comunidad cristiana para sostenerlos. En Antioquía, el obispo Pablo, convicto de herejía y depuesto en 268 d.C, es calificado por un oponente como un tirano que en su ciudad tenía más poder que el procurador imperial.

La predicación del cristianismo en Oriente:

Fundada la Iglesia por nuestro Señor Jesucristo, se realiza la portentosa tarea de hacer germinar la semilla recogida por un número reducido de discípulos. Estos vivieron, al principio, en comunidad, escogiendo los apóstoles a siete diáconos o ministros. La predicación se materializó en los primeros años en las comarcas cercanas a Jerusalén y aprovechando la acogida en las comunidades judías dispersas por el mundo oriental.

El año 36, la milagrosa conversión de Saulo, judío enemigo de la Iglesia, que había contribuido al martirio del diácono San Esteban, da a la nueva doctrina su más incansable procurador. Con el nombre de Pablo viaja por numerosos países, obteniendo gran éxito en sus predicciones. En la comunidad de fieles de Antioquía empieza a usarse la denominación de CRISTIANOS. Los restantes apóstoles se establecen por todas las regiones. Los más notables son Santiago el Mayor, que editó en Palestina y es tradición que vino a España, y San Juan, el discípulo amado, que salió ileso del martirio en Roma, en tiempo de Domiciano. Desterrado a Patmos, escribió el Apocalipsis, y de regreso a Éfeso, su evangelio.

Los comienzos de la predicación en Occidente:

En el año 61, San Pablo, preso en Cesarea, es enviado a Roma. A la capital llegó también San Pedro, tras su predicación en Oriente, para ser su primer obispo. San Pablo predicó en las tierras occidentales del interior y se cree probable llegase a España. Con el obispado de San Pedro en Roma, la Iglesia occidental inicia su organización y se fija el primer eslabón de la ininterrumpida carrera del Pontificado.

Persecuciones del Cristianismo

- Introducción: El cristianismo tuvo primero que asentar su relación con el orden político. Dentro del Imperio romano, y como secta judía, la Iglesia cristiana primitiva compartió la misma categoría que tenía el judaísmo, pero antes de la muerte del emperador Nerón en el 68, ya se le consideraba rival de la religión imperial romana. Las causas de esta hostilidad hacia los cristianos no eran siempre las mismas y, por lo general, la oposición y las persecuciones tenían causas muy concretas. Sin embargo, la lealtad que los cristianos mostraban hacia su Señor Jesús, era irreconciliable con la veneración que existía hacia el emperador como deidad, y los emperadores como Trajano y Marco Aurelio, que estaban comprometidos de manera más profunda con mantener la unidad ideológica del Imperio, veían en los cristianos una amenaza para sus propósitos; fueron ellos quienes decidieron poner fin a la amenaza.

Al igual que en la historia de otras religiones, en especial el Islam, la oposición a la nueva religión creaba el efecto inverso al que se pretendía y, como señaló el epigrama de Tertuliano, miembro de la Iglesia del norte de África, "la sangre de los mártires se transformará en la semilla de cristianos". A comienzos del siglo IV el mundo cristiano había crecido tanto en número y en fuerza, que para Roma era forzoso tomar una decisión: erradicarlo o aceptarlo. El emperador Diocleciano trató de eliminar el cristianismo, pero fracasó; el emperador Constantino optó por contemporizar, y acabó creando un imperio cristiano.

a) Las primeras persecuciones:

Pero la nueva religión destruía el marco de la sociedad antigua. Igualaba el esclavo a su señor. Negaba el culto a los Emperadores divinizados. Chocaba con las prácticas de todas las restantes sectas que compartían entonces el dominio de las almas. No es, pues, extraño que pronto se iniciará la persecución de los cristianos. El primer perseguidor fue el cruel Nerón, bajo el cual sufrieron martirio San Pedro y San Pablo. Los Flavios fueron más venébolos.

El último monarca de la dinastía, Domiciano, dispuso otra represión, en la que San Juan Evangelista fue desterrado. Durante el mando de Trajano, siguió la persecución, aunque menos violenta. Periodo de relativa calma fue el de los Antoninos, aunque con Marco Aurelio hubo persecuciones en algunas provincias.

b) Las persecuciones del siglo III:

Terminada la época tranquila de los Antoninos, se reanuda la opresión. Severo, Maximino y Decio son los emperadores más decididos a acabar con la nueva doctrina. El último emprende una sistemática tarea de exterminio, y muchos cristianos aceptan el lograr el libelo, o certificado de haber sacrificado a los dioses paganos, para evitar el martirio. Pero todo ello no conseguía sino aumentar el número de cristianos en todas las clases sociales, especialmente en las humildes, quienes se refugiaban en las catacumbas, cementerios subterráneos que los romanos solían respetar.

c) La persecución de Diocleciano:

Diocleciano, que reforma el imperio, centralizándolo y convirtiéndolo en verdadera monarquía absoluta, es el último gran perseguidor del cristianismo. Durante diez años, 303-313, fueron torturados y muertos miles de cristianos. En Occidente la persecución fue más corta pero no menos dura que en Oriente.

La paz de la Iglesia

A pesar de las persecuciones, el cristianismo se había infiltrado en todas las capas sociales y el número de cristianos se había hecho demasiado grande para que pudiera ser ahogada ya la religión de Cristo. Algunos de los seguidores de Diocleciano se dan cuenta de la imposibilidad de luchar con ella y inician la rectificación. Galerio es el primero que en 312 da un edicto revocando las medidas persecutorias y permitiendo el culto a los cristianos. Al año siguiente, Constantino, de acuerdo con Licinio, publica el llamado Edicto de Milán, en que se reconoce legalmente al cristianismo.

Los comienzos de la Iglesia

Jerusalén era el núcleo del movimiento cristiano, al menos lo fue hasta su destrucción a manos de los ejércitos de Roma en el 70 d.C. Desde este centro, el cristianismo se desplazó a otras ciudades y pueblos en Palestina, e incluso más lejos. En un principio, la mayoría de las personas que se unían a ellos eran seguidores del judaísmo, para quienes representaba algo nuevo, no en el sentido de algo novedoso por completo y distinto, sino en el sentido de ser la continuación y realización de lo que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Por lo tanto, ya en un principio, el cristianismo se manifestó como una relación dual de la fe judía: una relación de continuidad y al mismo tiempo de realización, de antítesis, y también de afirmación. La conversión forzada de los judíos durante la edad media y la historia del antisemitismo (a pesar de que los dirigentes de la Iglesia condenaban ambas actitudes) constituyen una prueba de que la antítesis podía ensombrecer con facilidad a la afirmación. Sin embargo, la ruptura con el judaísmo nunca ha sido total, sobre todo porque la Biblia cristiana incluye muchos elementos del judaísmo. Esto ha logrado que los cristianos no olviden que aquél al que adoran como Señor era judío y que el Nuevo Testamento no surgió de la nada, sino que se convirtió en una continuación del Antiguo Testamento.

Una importante causa del alejamiento del cristianismo de sus raíces judías fue el cambio en la composición de la Iglesia, que tuvo lugar más o menos a fines del siglo II (es difícil precisar el periodo de una forma concreta y cómo se produjo). En un momento dado, los cristianos con un pasado no judío comenzaron a superar en número a los judíos cristianos. En este sentido, el trabajo del apóstol Pablo tuvo una poderosa influencia. Pablo era judío de nacimiento y estuvo relacionado de una forma muy profunda con el destino del judaísmo, pero a causa de su conversión, se sintió el "instrumento elegido" para difundir la palabra de Cristo a los gentiles, es decir, a todos aquéllos que no tenían un pasado judío. Fue él quien, en sus epístolas a varias de las primeras congregaciones cristianas, formuló muchas de las ideas y términos que más tarde constituirían el eje de la fe cristiana; merece el título de primer teólogo cristiano. Muchos teólogos posteriores basaron sus conceptos y sistemas en sus cartas, que ahora están recopiladas y codificadas en el Nuevo Testamento.

De las epístolas ya consideradas y de otras fuentes que provienen de los dos primeros siglos de nuestra era, es posible obtener información de cómo estaban organizadas las primeras congregaciones. Las cartas que Pablo habría enviado a Timoteo y a Tito (a pesar de que muchos estudiosos actuales no se arriesgan a afirmar que el autor de esas cartas haya sido Pablo), muestran los comienzos de una organización basada en el traspaso metódico del mando de la primera generación de apóstoles, dentro de los que se incluye a Pablo, a sus continuadores, los obispos. Dado el frecuente uso de términos tales como obispo, presbítero y diácono en los documentos, se hace imposible la identificación de una política única y uniforme. Hacia el siglo III, se hizo general el acuerdo respecto a la autoridad de los obispos como continuadores de la labor de los apóstoles. Sin embargo, este acuerdo era generalizado sólo en los casos en que sus vidas y comportamientos asumían las enseñanzas de los apóstoles tal como estaba estipulado en el Nuevo Testamento y en los principios doctrinales que fundamentaban las diferentes comunidades cristianas.

La vida de la Iglesia en los primeros siglos

En medio de las dificultades que la persecución supone, la Iglesia va perfeccionando su organización. Las comunidades locales se multiplican y algunas adquieren preeminencia sobre las demás. Las ciudades importantes por algún concepto son sedes episcopales. Pero sobre todas se eleva la de Roma, acatada incluso por los patriarcas de Oriente (Alejandría, Antioquía, Constantinopla). Hasta la desaparición del imperio de Occidente se cuentan cuarenta y seis Pontífices, muchos de ellos en los primeros tiempos, mártires. Muy notables son, al final de esta época, Silvestre I (314-335); Dámaso, español (366-384), y León el Grande (440-461). A su lado los Santos Padres van explicando la doctrina y defendiendo su pureza. En el otro extremo de la organización hallamos a los ascetas y ermitaños, que en el siglo III abundan en la Tebaida (Egipto) y que en el siglo IV iniciará la vida en común en el monacato.

Pronto tuvo la Iglesia que luchar contra las herejías: gnósticos y maniqueos, restos del paganismo, primero; arrianismo, nestorianismo, monofisismo, después. Para combatirlas se reúnen los primeros concilios.

Concilios y credos

Se hizo necesario aclarar esta doctrina cuando surgió la duda de que había interpretaciones erradas de las normas transmitidas en el mensaje de Cristo. Las desviaciones más importantes o herejías tenían que ver con Cristo como ser humano. Algunos teólogos buscaban proteger su santidad, negando que fuera un individuo como cualquier otro, mientras que había quienes buscaban proteger la fe monoteísta, haciendo de Cristo una figura divina de rango inferior a Dios, el Padre.

En respuesta a estas dos tendencias, en los credos comenzó, en época muy temprana, un proceso para especificar la condición divina de Cristo, en relación con la divinidad del Padre. Las formulaciones definitivas de estas relaciones se establecieron durante los siglos IV y V, en una serie de concilios oficiales de la Iglesia; dos de los más destacados fueron el de Nicea en el 325, y el de Calcedonia en el 451, en los que se acuñaron las doctrinas de la doble naturaleza de Cristo, forma aún aceptada por muchos cristianos. Hasta que se expusieron estos principios, el cristianismo tuvo que refinar su pensamiento y su lenguaje, proceso en el que se fue creando una teología filosófica, tanto en latín como en griego.

Durante más de mil años, éste fue el sistema intelectual con más influencia en Europa. El principal artífice de la teología en Occidente fue de Hipona, cuya producción de textos literarios, dentro de los que se incluyen los textos clásicos Confesiones y La ciudad de Dios, hizo más que cualquier otro grupo de escritos, exceptuando los autores de la Biblia, para darle forma a este sistema.

Aceptación del Cristianismo

La conversión del emperador Constantino situó al cristianismo en una posición privilegiada dentro del Imperio; se hizo más fácil ser cristiano que no serlo. Como resultado, los cristianos comenzaron a sentir que se estaban rebajando los grados de exigencia y sinceridad de la conducta cristiana y que el único modo de cumplir con los imperativos morales de Cristo era huir del mundo (y de la Iglesia que estaba en el mundo), y ejercer una profesión de disciplina cristiana como monje.

Desde sus comienzos en el desierto egipcio, con el eremitorio de san Antonio, el monaquismo cristiano se propagó durante los siglos IV y V por muchas zonas del Imperio romano. Los monjes cristianos se entregaron al rezo y a la observación de una vida ascética, pero no sólo en la parte griega o latina del Imperio romano, sino incluso más allá de sus fronteras orientales, en el interior de Asia. Durante el inicio de la edad media, estos monjes se transformaron en la fuerza más poderosa del proceso de cristianización de los no creyentes, de la renovación del culto y de la oración y, a pesar del antiintelectualismo que en reiteradas ocasiones trató de hacer valer sus derechos entre ellos, del campo de la teología y la erudición.

La difusión del cristianismo en España

En España se difundió muy pronto el cristianismo. No se poseen datos seguros sobre la venida de los apóstoles. Es tradición no probada la venida de Santiago. Mayores probabilidades de certeza ante la ciencia histórica ofrece la venida de San Pablo. Igualmente probable es la predicación de los Doce Varones Apostólicos, especialmente en la región de la Bética, la más romanizada. La costa mediterránea fue la que más pronto adoptó la nueva religión.

No tardaron las persecuciones en regar con sangre de mártires las ciudades españolas. Durante la persecución de Decio hubo ya muchos mártires. En la de Valeriano fueron martirizados en Tarragona su obispo, Fructuoso, y los diáconos Augurio y Eulogio (259). Pero el que se distinguió por su crueldad fue Daciano, gobernador del tiempo de Diocleciano. Entonces ganaron la corona del martirio Santa Engracia, en Zaragoza; San Vicente, el Valencia; Santa Eulalia, en Mérida; santa Leocadia, en Toledo; San Félix, en Gerona; Justo y Pastor, en Alcalá, etc.

Las sedes episcopales se multiplican y se organiza la jerarquía eclesiástica, hallándose sometida desde el primer momento a la primacía de Roma. Pronto surgen también las herejías, y en el siglo IV será famosa la priscilianista. A principios de dicho siglo, el concilio de Illiberis (Elvira, junto a Granada) representa la madurez de la Iglesia española.

El fin del paganismo

La religión oficial y tradicional romana había perdido su prestigio entre las masas, pero éstas se dejaba seducir por los cultos orientales. La lucha del cristianismo contra todos ellos fue larga y difícil. Una vez conseguida la libertad de la Iglesia, ésta creció en poder y número de adeptos con gran rapidez. Pero durante un siglo, el IV, las religiones antiguas defendieron sus posiciones palmo a palmo. Incluso intentaron reaccionar en distintas ocasiones aprovechando diversas coyunturas políticas; la más importante, con Juliano el Apóstata; más tarde, ya en la agonía, con Eugenio.

Los templos fueron cerrándose, faltos de sacerdotes y de rentas. La estatua de la Victoria, en el Capitolio, símbolo de las grandezas de Roma, fue derribada, repuesta y desapareció definitivamente en 382. La aristocracia luchó y se sacrificó en favor de la tradición. Su último representante, el emperador Eugenio, sucumbió ante el español Teodosio. Éste da el golpe mortal y definitivo a la religión pagana al disponer el cierre de los templos, la prohibición de los sacrificios e incluso los cultos domésticos.

A partir de entonces, los antiguos cultos se refugian en el campo y en los bosques. Por ello reciben el nombre de paganismo (de pagus, campo). Allí irán a combatirlos los propagadores del cristianismo y, en el año 529, San Benito pone fin al culto de Apolo en el templo y bosque de Casino, donde establece su monasterio. Quedado destruidos los restos orgánicos de la antigua religión.

Como se ha comprobado con el paso del tiempo, la religión cristiana y creyente en Dios, siempre ha sido perseguida. Desde sus orígenes, todo practicante de esta religión, ha tenido que hacerlo en cautividad, y con miedo a represalias, por eso esta época es tan importante. En el transcurso de este largo período de tiempo, ocurrieron una serie de acontecimientos importantes para la religión judía y para la cristiana.

Entre estos acontecimientos destaca la expansión del cristianismo, las persecuciones por parte de judíos y romanos, la ruptura casi definitiva con el judaísmo... y por tanto el nacimiento de una “nueva era”.

Como pudimos ver en el vídeo de “Anno Domini”, los cristianos crearon una nueva comunidad, en la que todo el mundo era aceptado, sin restricciones, y que predicaba el mensaje de Jesús de Nazaret; esta nueva comunidad podemos decir que es el comienzo o el nacimiento de la Iglesia Católica.

Esta Iglesia dejó de ser reprimida a partir del año 312, y desde ese momento comenzó la expansión definitiva, desde nuestro punto de vista, pues de este modo se acabaron con todas las barreras que impedían el acceso a muchas personas, a otras religiones que no fuesen las “oficiales”. Pero tan definitiva fue esa expansión, que a partir de esa fecha, se estancó en un conservadurismo desmesurado, y fue adquiriendo poder, hasta que controló absolutamente todos los aspectos de las vidas de cada persona. Se siguió basando en interpretaciones de 2000 años atrás, y no avanzó en casi ningún aspecto, puesto que de la manera que estaba establecido el sistema, había unos pocos que se aprovechaban de la ignorancia de la gente, y esos pocos eran los mandatarios de esa supuesta comunidad.

Pero afortunadamente, actualmente se está recuperando (muy poquito a poquito), ese espíritu de comunidad en la que todos participamos por igual, y en la que todos tenemos el mismo acceso a Dios, a su Reino, y a todo lo que le concierne, sin restricciones, porque ¿quién forma y construye la Iglesia?... La TOTALIDAD de los hombres, y no unos pocos.

Nuestro objetivo en este trabajo era comprender un poco más la religión cristiana a lo largo de la historia, y que se ha manifestado de distintas maneras. Mediante esta información sintetizada, hemos conseguido no solo comprender un poco más a la religión cristiana, sino incluso apreciar sus rasgos positivos, que concretamente inspiraron a los artistas de estos dos importantes períodos históricos y artísticos.

Quizá nuestra cultura artística no era muy extensa, pero si hemos podido analizar a fondo a los autores característicos de esas épocas pasando en última instancia a los de sentido religioso. En este proceso, echando un vistazo general al período, hemos comprobado lo ya explicado anteriormente; una vuelta a los orígenes grecolatinos en el Renacimiento, y por tanto menos obras de carácter cristiano, y un aumento de estas últimas en el Barroco, destacando por su belleza y quizá recargamiento.

La religión simplemente ha sido una excusa, para introducirse en el maravilloso mudo del arte, y contemplar verdaderas obras maestras tanto religiosas, como profanas. Aunque quizá las religiosas tuviesen más mecenas que aportasen subvenciones a su inspiración, pues excepto en Holanda y países Nórdicos, los temas profanos no eran muy “adecuados” para tratar.

No hay mucho más que decir, excepto que la Iglesia tiene muchos rostros, y quizá el angélical por excelencia sea el arte, dejando de lado las sombras que la rodean. Es arte para disfrutar, no para reflexionar sobre su significado, pues el principal es el ARTE.

El Imperio Romano en el 117 d.C bajo el gobierno de Trajano

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Emperador Trajano

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San Agustín

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Enviado por:Ramón Goñi
Idioma: castellano
País: España

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