Siempre he pensado que en el fondo, los libros son como las personas. Si los observas más allá de las letras y párrafos que los componen, si integras tu propia imaginación en el rastreo con la intención de llegar algo más allá de lo estipulado o reglado, acabas dándote cuenta de que no son sino países imaginarios o reales, congelados en el tiempo que su progenitor ha deseado, dotando a sus moradores de la siempre anhelada cualidad de la inmortalidad. Por eso mismo, un libro, cualquiera que se pueda encontrar en cualquier discreta o basta biblioteca de cualquier pequeña o gran ciudad, cualquier título, cualquier autor, cualquier historia, tiene sus propias señas de identidad.
Así mismo, en el carné de identidad de “La familia de Pascual Duarte”, como en el de cualquier otro libro, no habrían de faltar los mismos datos que en el de cada uno de nosotros. Habría un nombre; habría una fecha y lugar de nacimiento, según palabras del mismo autor, 28 de diciembre de 1942 en un garaje que hay en la calle de Alenza, número 20, ya casi al final y que se llama Continental-Auto; habría un padre, el mismo Camilo José Cela y habría una clara nacionalidad también, la España de la postguerra que su autor vivió y eligió como paradero eterno para el desafortunado Pascual Duarte. Desafortunado. Esa es la palabra que me viene a la mente cuando, un aburrido domingo, el reloj marca las 11 y media de la noche, y yo, habiendo sido incapaz de soltar el libro de entre mis manos en toda la tarde, alcanzo con mis ojos cansados las últimas líneas del fiel y escalofriante relato de la vida de Pascual Duarte, un germen de la incultura y marginación de una sociedad, la española, tan contaminante para sus semejantes como digno de ser compadecido, porque las víctimas, sean de la clase que sean, siempre serán víctimas; la vida no siempre funciona como en los cómics: héroes, villanos y mujeres rubias protuberantes, existe la cara intermedia de la moneda, y precisamente es este el punto de vista con el que Cela enfoca su novela al atribuir su propia pluma a las manos de un pobre desgraciado, condenado, entre otras cosas, a muerte.
RESUMEN DEL LIBRO
La familia de Pascual Duarte está dividida en 19 capítulos, 3 cartas y dos notas del transcriptor, una inicial y otra final. Se presenta de esta forma la lectura del libro como si estuviésemos a punto de adentrarnos en la confesión de la vida de un hombre, encomendada al Señor don Joaquín Barrena López, y todo ello escrito con los típicos desvaríos de la memoria, que nos hace adentrarnos en un tema para que este a su vez nos recuerde a otro ya pasado y sin importancia y perdamos el hilo del relato introduciéndonos en uno nuevo; todo esto, claro está, hecho a conciencia y con la maestría de su autor, que no hace más que sugerirnos que lo que él mismo está escribiendo no es sino una réplica de lo que podía haber sido el relato de cualquiera de los miles de Pascuales Duartes que han poblado la España profunda hasta las últimas décadas del pasado siglo XX.
Desde su nacimiento en un “pueblo perdido en la provincia de Badajoz” hasta el triste y desalmado fin de la pena de muerte en una cárcel de la capital, Pascual Duarte irá pasando por la tristeza; la pobreza; la incultura, una nueva aliada para aislarle y aprisionarle aún más en su mundo sin salidas; el amar algo o alguien, tener esperanzas y que estas sean arrebatadas; la muerte; y finalmente, o mejor dicho, junto con su propio final, la violencia y el asesinato a sangre fría, como el acto más rastrero que puede cometer un ser humano, pero curiosamente, haciéndonos entender e incluso perdonarlo de cierta inexplicable forma. En cualquiera caso, todos los acontecimientos de su vida, cargados de un irónica y cruel mala suerte, vigente desde sus primeros años de vida.
Sus padres, una pareja “encantadora” integrada por un alcohólico y una mujer realmente perversa, morbosa y sin ningún tipo de sentimientos respecto a sus hijos, serán el comienzo y también el final de las desgracias de Pascual Duarte. Desgracias de diferentes magnitudes pero todas ellas desgracias: la muerte de su hermano pequeño en traumáticas circunstancias; la pérdida del honor de su hermana y de su propia mujer a manos de un mismo hombre y su correspondiente venganza; y finalmente la muerte de su hijo, el que finalmente había conseguido engendrar con una nueva mujer, y que murió. Murió dejándole solo en la gran casa con su mujer y su madre, cada día que pasaba más odiada por él, siempre metiendo cizaña ante su corazón destrozado, y así acaeció la última y mayor desgracia de la vida de Pascual Duarte. El asesinato de su madre y el castigo impuesto por la ley. La pena de muerte. En esta última circunstancia, encerrado en una celda, viendo en la pared de cemento gris como sus días transcurrían y se iba acercando poco a poco la fecha de su muerte, es como Pascual Duarte decide contar su historia, haciendo el tiempo tal vez más ameno y echando la vista atrás, por que, a fin de cuentas, como el mismo dijo “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo(...)”