Historia
Imperio romano
1.- Los emperadores y su política interior.
1.1.- Los Julio-Claudios.
El 15 de Marzo del año 44 a.C. muere asesinado en Roma Julio César. Por convención consideramos este día el que marca la muerte de la República romana y el comienzo del Imperio.
En su testamento César adoptaba póstumamente a su sobrino Gayo Octavio y hacía de él su principal heredero. La ira popular contra los senadores que conspiraron contra César les aconsejó huir, al tiempo que el cónsul Marco Antonio usurpaba el poder. Gayo -ahora llamado César Octaviano- se hizo con un ejército privado con el que venció al cónsul en Módena. En 43 a.C. el pueblo -los senadores se habían negado a ello- le concede el consulado. Por la ley Ticia se constituye un triunvirato que reparte el control de las provincias entre Octaviano -Sicilia y África-, Antonio -Galia Cisalpina- y Lépido -Galia Narbonense e Hispania-. Tras derrotar a los conjurados en Filipos Antonio se atribuye Asia, Siria y Egipto. Sus luchas con Octaviano llevan a un segundo reparto en 40: Oriente para Antonio, Occidente para Octaviano y África para Lépido. En 36 Antonio se une a Cleopatra VII para reinar sobre Egipto. En 30 Octaviano conquista Egipto y elimina a Antonio; en 27 restaura oficialmente la república como forma de gobierno y obtiene el título sacral de Augustus. Entre 27 y 23 dispone del poder consular -la magistratura de mayor rango- en Roma y del imperio -poder para dirigir ejércitos- en provincias, éstas divididas en dos categorías: imperiales -son problemáticas y por ello albergan legiones- y populares -controladas por el senado-. En 23 cambia el consulado por el tribunado de la plebe -representación política de ésta- vitalicio. En 19 toma vitaliciamente el imperio consular, en 12 el pontificado máximo -el más alto cargo sacerdotal- y el título de Padre de la Patria. Logra una apariencia de legalidad en una situación que de hecho pone todo el poder en sus manos.
El de Augusto no es el primer intento de un romano de hacerse con el control del Estado. ¿Por qué lo consigue? Primero por el cansancio del pueblo, deseoso de un largo período de paz y prosperidad. Segundo por la creciente complejidad y expansión del Estado, que hacía poco práctico el gobierno de las asambleas. Tercero por la mala gestión de una oligarquía -la de los senadores- únicamente atenta a sus intereses.
Bajo Augusto comenzó la sistematización del gobierno de las provincias y su entrada real a la vida socio-económica de Roma. Hemos hablado del reparto de provincias entre el senado y el emperador. Las populares eran gobernadas por procónsules, las imperiales por legados propretores del emperador. Egipto pasó, por su tradición, de modo natural de los Ptolomeos a la persona de Augusto; esta provincia tan especial -el granero de Roma- era gobernada por un prefecto. Del mismo modo las provincias procuratoriales eran territorios extremos, recién incorporados y difíciles, controlados por un procurador imperial. Sea cual sea la condición de un gobernador, en el nuevo régimen ya no tiene carta blanca para robar a mansalva, pues ahora el emperador le pedirá cuenta de sus actos. Las provincias ya no son esclavas, sino colaboradoras.
Dado que el régimen imperial no existía oficialmente la sucesión del emperador se presentaba delicada. Tanto que no veremos en toda la Historia altoimperial una solución estable. En el caso particular de Augusto, sobrevivía uno tras otro a los herederos que designaba: su sobrino Claudio Marcelo, sus nietos Gayo, Lucio y Agripa Póstumo, su hijastro Druso. Finalmente su otro hijastro, Tiberio, fue el siguiente emperador: a la muerte de Augusto en 14 d.C. era un experimentado político y general, y se encontraba respaldado por el testamento del emperador, por lo que nadie puso objeciones. El senado y el pueblo le concedieron los poderes que habían sido de su padrastro como mera formalidad. Continuó con la política de rechazar honores superfluos y de cubrir su poder personal con un velo de república, aunque apartándose aún más de los usos tradicionales, con la desaparición de las asambleas del pueblo. Por otro lado triplicó el número de cohortes pretorianas -la guardia de élite que tradicionalmente llevaban los generales en campaña y que Augusto implantó en Roma-, que pasó de tres a nueve dentro de la ciudad, lo que le daba de facto todo el poder, sin posibilidad de objeción por parte de nadie. Los títulos que el pueblo y el senado habían dado a Augusto como medida de imagen en su principado languidecieron -Tiberio no los necesitaba- y el equipo informal de los consejeros del príncipe -los amici o amigos- se volvió estable, lo mismo que la figura del prefecto.
Con la edad Tiberio se mostró cada vez más partidario de ejercer la coacción para mantener el régimen. Comenzaron los procesos de lesa majestad, basados en una lectura novedosa de la vieja lex de maiestate, que protegía la dignidad del pueblo romano. El lucrativo negocio de las delaciones se puso en marcha. Hubo dos candidatos a su sucesión: su hermano e hijo adoptivo Germánico y su hijo natural Druso. Las relaciones con el primero nunca fueron buenas, sobre todo porque el ascendente de Germánico sobre las tropas del Rhin, que había comandado, le hacía peligroso. Cuando murió supuestamente envenenado en Oriente muchos dedos apuntaron al emperador, teoría hoy descartada. El lugarteniente de Tiberio, Sejano, quiso ser el próximo emperador. Por medio de intrigas hizo envenenar a Druso y eliminó a los hijos de Germánico -Druso y Nerón-. Sejano fue elevado a la clase senatorial y al consulado, a un paso de la corregencia. Sin embargo en 31 un distanciamiento de Tiberio le hizo temer que algo se torcía y precipitó una conjura que le llevaría a la muerte. El tercer hijo de Germánico, Gayo Julio César Calígula, terminó por suceder al emperador tras eclipsar al nieto natural de éste, Tiberio Gemelo, que era sólo un niño.
Calígula ejerció el poder de 37 a 41. Apoyado por los pretorianos, fue aclamado emperador por ellos nada más morir su tío. El senado y el pueblo lo ratificaron; llegaba con la buena fama de su padre y la alegría por la muerte de Tiberio. A partir de él casi todos los emperadores reciben el título de Padre de la Patria. Pronto se orientó hacia un despotismo helenístico que no gustó nada a la oligarquía. Los historiadores antiguos -esos mismos oligarcas- no le perdonan sus locuras, prodigalidades y crímenes, pero sobre todo no le perdonaron que quisiera seguir avanzando por el camino de la monarquía, con sus deseos de ser divinizado en vida y su desprecio por el senado. Cierto que era un hombre desquiciado, y acabó por hacerse matar por los pretorianos.
En su lugar fue aclamado su tío Claudio, a pesar de parecer idiota... o precisamente por eso. La aristocracia parecía haberse resignado a que el gobierno personal no tenía vuelta atrás, y quiso disponer de un monarca manejable. Este emperador -el primero en dar un donativo a los soldados tras su proclamación, precedente importantísimo- resultó un gobernante inteligente y un administrador hábil, aunque al parecer de voluntad escasa. En 42 el legado en Dalmacia Camilo Escriboniano se levantó contra él y protagonizó un intento fallido de restauración republicana, el primer levantamiento de un cargo romano en el imperio. Claudio acabó asesinado a instancia de su última esposa Agripina, que logró así aupar al trono a su hijo Lucio Domicio -habido en un matrimonio anterior- en detrimento de Británico, hijo de Claudio. Este Domicio -Claudio desde el momento en que fue adoptado por su padrastro- sería el emperador Nerón.
Nerón subió al poder en 54, con diecisiete años. Pronto se enfrentó con su madre, que pretendía participar en su gobierno. Durante los cinco primeros años la muerte se restringió al ámbito de palacio y el pueblo vivió una época de prosperidad. Pero los desmanes y la mala administración no tardaron en volver como en los peores tiempos de Calígula. Tras arruinar las arcas públicas y cometer atrocidades que quizá incluyesen el famoso incendio de Roma acabó por agotar la paciencia de sus compatriotas. Más que depuesto por la fuerza, lo fue por abandono. Se encontró completamente solo ante las reacciones en pro del orden llegadas desde el norte, donde el gobernador de la Galia Lugdunense Julio Víndice se levantó contra él en 68. Militarmente Víndice no representaba ningún peligro, pero rompió el hielo de las defecciones: en Germania -Virginio Rufo- y en África -Clodio Macer- los generales abandonaron a Nerón. Uno de ellos, el anciano Galba, se ofreció desde el principio a asumir el imperio y el senado se lo concedió. En Roma Nerón pasó de emperador a enemigo público, y Galba, entonces en la Hispania Citerior, marchó hacia la ciudad.
1.2.- Los emperadores efímeros.
Cuando Galba llegó a Roma los pretorianos se mostraron descontentos ante su negativa a pagar el donativo. La purga contra los antiguos adeptos de Nerón, el peligro de que Virginio Rufo se le enfrentase con las legiones de Germania y su negativa a eliminar al impopular Tigelino -prefecto del pretorio con Nerón, especialmente odiado por el pueblo- hicieron de la suya una situación inestable. Las legiones de Germania acabaron por levantarse y aclamar a su legado Vitelio como emperador. En Roma Otón, colaborador de Galba, se sintió ofendido al no resultar elegido como heredero al trono de éste, y también se levantó en armas aclamado por los pretorianos. Galba fue eliminado, y quedaron en el escenario dos emperadores enfrentados: Vitelio con el apoyo de las Galias, Germania e Hispania, y Otón dueño de Roma y apoyado por las legiones del Danubio. Sin embargo estas últimas no llegaron a tiempo para el combate que se desarrolló en Italia y que entregó el poder a Vitelio. Aún no había terminado aquel terrible año 68 y Roma había visto tres emperadores.
Las legiones del Danubio no se contentaron, sin embargo, con la victoria de Vitelio. Decidieron aclamar emperador a uno de los suyos, el general Vespasiano, de sesenta años de edad, vencedor reciente en Judea y que contaba con las simpatías de Muciano, legado en Siria. Oriente se puso de su parte y en 69 fue proclamado allí emperador. Las legiones de Mesia y Dalmacia le siguieron. Vitelio, por su parte, no podía contar con refuerzos de Germania, donde el caos había alentado a los bárbaros y el galo-romano Julio Civil se estaba sublevando. Algunos de sus colaboradores en Italia, por último, cambiaron de bando. Vitelio intentó negociar una abdicación, pero las cosas se torcieron y en diciembre de 69 fue degollado en el foro.
1.3.- Los Flavios.
Vespasiano se hizo representar en la ciudad por su hijo menor, Domiciano, mientras se encontraba en Oriente. Llegó a Roma en 71 junto con su otro hijo, Tito, para celebrar el triunfo sobre los judíos. Encontró un Estado y una sociedad desordenados y desmoralizados por las luchas. De nuevo se imponía la necesidad de reconstrucción, tanto material como moral, del mundo romano. Se proclamó heredero de Augusto, Tiberio y Claudio, queriendo excluir el mal recuerdo dejado por los otros. Recibió todos los poderes consabidos y continuó el camino que llevaba al absolutismo del Bajo Imperio. En su reinado se consagró la inclusión de los términos Imperator, Caesar y Augustus en la nomenclatura del emperador; y con ello nació la personalidad jurídica del imperio: ya siempre habría un jefe militar -Imperator-, heredero aunque fuese en espíritu de la familia fundadora del régimen -Caesar- y que era intrínseca, ontológicamente, más que los demás -Augustus-. Podrían morir los emperadores, pero el emperador acababa de nacer para la eternidad. A pesar de ello Vespasiano consideró útil -ya no indispensable- recurrir, como Augusto, al cargo de cónsul. Tanto él como sus hijos lo obtuvieron regularmente. Decidió también que la mejor forma de asegurar el poder era asociarse en él con sus hijos. Desde luego seguía sin ser prudente proclamar una dinastía hereditaria, pero la asociación en el imperio lo hacía innecesario. El plan dio resultado: a la muerte de Vespasiano en 79 Tito le sucedió sin ningún problema, y cuando a su vez éste murió en 81 Domiciano tampoco tuvo obstáculos.
Domiciano es otro de esos emperadores que las fuentes muestran como sanguinarios, inmorales y crueles, y que destacan por querer ahondar en la vía del absolutismo. Una regla no escrita de la Historia dice que los príncipes que han heredado el poder de sus progenitores se caracterizan por un concepto patrimonial de éste. Domiciano era uno de ellos, y no dudó en hacerse llamar “señor y dios” -“dominus et deus”- y en enfrentarse a las tendencias oligárquicas al estilo y con los métodos de Tiberio o Calígula. Las ejecuciones de senadores comenzaron en 85. El intento de usurpación de Antonio Saturnino acabó con una represión feroz en la que, a causa de algunas acusaciones de ateísmo a parientes que consideraba peligrosos, recibió Domiciano una no sabemos si merecida fama de perseguidor de los cristianos. Pensaba perpetuar la dinastía en los dos hijos de su primo Clemente -precisamente un supuesto ateo eliminado-, a los que adoptó. Pero una intriga de palacio, movida por su esposa Domicia Longina y los prefectos del pretorio, lo eliminó en 96.
1.4.- Los emperadores adoptivos.
Los conspiradores se habían puesto previamente de acuerdo con el general Nerva, al que probablemente veían como a un segundo Galba: un militar anciano, prestigioso y digno de confianza. De hecho se comportó como cabía esperar. Llevó a cabo una política pro-senatorial. Acabó con los procesos de lesa majestad, castigó las delaciones y promovió una reforma fiscal de la que trataremos más adelante. Pero también como Galba, Nerva esperaba morir pronto y se encontraba expuesto a la reacción imprevisible de las legiones. Sin embargo el recuerdo de la guerra civil del 68-69 estaba a menos de una generación de distancia, y nadie quiso ser el primero en abrir las hostilidades. Los ejércitos permanecieron tranquilos, y los pretorianos se conformaron con un par de cabezas de asesinos de Domiciano y el habitual donativo. El traspaso de poder salió bien. En 97 Nerva eligió al general Marco Ulpio Trajano como coadjutor, lo adoptó y le dio la potestad tribunicia. Destinado en Germania, donde restablecía el orden en el limes, en Enero de 98 quedó como emperador único a la muerte de Nerva.
Trajano -el primer emperador provincial, pues era de Itálica- permaneció un año en Germania asegurando la frontera. Concedió mayor poder al senado al poner de nuevo en sus manos las provincias pacificadas, y castigó a los pretorianos que vengaron la muerte del último de los Flavios. El mensaje no podía ser más claro: quería llevarse bien con el senado, asegurarse de que era el único militar interesado en el poder político y, además, borrar del imperio a los delatores. Quería, en una palabra, tranquilidad. La pérdida de autoridad del senado, sin embargo, era irreparable: su nueva situación de poder y prestigio no se debía a sus componentes ni a sus obras, sino a la decisión de una instancia superior, el emperador. Fue en esta época cuando los juzgados criminales dejaron de existir de hecho, absorbidos sus poderes por el emperador y por el senado.
Eligió entre sus colaboradores a Aelio Hadriano, al que adoptó y dejó el gobierno al morir en 117. Tampoco esta vez hubo problemas a la hora de traspasar el poder. Todo lo más Hadriano se ganó algunos enemigos por su política abandonista en Oriente Próximo y su sistema de consulares para la administración de justicia en Italia. Su administración del imperio aparece pensada más para el interés del conjunto del Estado que para el de Roma. El consejo del príncipe pasa a convertirse en un órgano oficial emisor de leyes, si bien no representa un paso decisivo en el absolutismo toda vez que consulta su composición con el senado. Al mismo tiempo hay un reforzamiento de la cancillería imperial.
El sucesor elegido por Hadriano, Lucio Cómodo Vero, fue adoptado e incorporado al gobierno en 136. Fue enviado a Panonia. Hadriano eliminó la conjura de Urso Serviano y hubo de buscar un segundo heredero cuando Cómodo Vero murió en 138. Éste fue Tito Aelio Hadriano Antonino, consular que administraba justicia en Italia. Esta vez la sucesión quiso preverse a más largo plazo, pues a su vez el adoptado tuvo que adoptar a dos herederos: su sobrino Marco Annio y Lucio Ceionio, hijo de Cómodo Vero. Hadriano murió a mediados de 138.
Aelio Hadriano Antonino, conocido por nosotros como Antonino Pío, gobernó de 138 a 161. Persuadió al senado para cambiar la planeada damnatio memoriae -olvido oficial- de Hadriano por una divinización y la corroboración de sus decretos. A cambio eliminó el sistema de consulares de justicia. Con Italia tuvo miramientos especiales, devolviendo el oro pagado a la hora de su adopción y potenciando el sistema de beneficencia fundado por Nerva. Por lo demás la administración de Antonino siguió el sencillo criterio de no tocar lo que ya funcionaba bien. Marco Aurelio fue asociado al gobierno en 146, a la edad de veinticinco años. Cuando en 161 la muerte de su predecesor le dejó solo en el poder contaba con una experiencia de gobierno más que suficiente. Introdujo una novedad a la hora de plantear la sucesión: no hizo de Lucio Vero un gobernante subordinado, sino un igual, con coemperador. Era la primera vez que el imperio aparecía como una colegialidad, inequívoco signo de su complejidad creciente y de los tiempos que estaban por venir. De todas maneras duró poco, porque Vero murió en 169, pero Marco Aurelio volvió a intentarlo, esta vez asociando en 177 a su propio hijo, Cómodo. En el intermedio hubo de aplastar a Avidio Casio, que se proclamó emperador en las provincias orientales.
Si bien había aprendido de Antonino a ser correcto y amable con el senado, el mandato de Cómodo avanzó hacia el absolutismo por el camino silencioso de la burocracia: la administración, cada vez más minuciosa y perfecta, restó poder real a los senadores. A partir de su reinado la administración de justicia en Italia queda concentrada en el prefecto de la ciudad para Roma y los prefectos del pretorio -que poco a poco han pasado de las armas a las letras en reinados anteriores- para el resto de Italia. En el resto del imperio todos los aspectos de la administración comienzan a notar la presencia de procuradores imperiales, que son agentes centralizadores. Un ejemplo de este control es la regularización de los registros civiles.
Cómodo quedó solo en el poder tras la muerte de su padre en 180. Tenía diecinueve años. Aparece como un firme defensor del rumbo absolutista, y no hemos de olvidarlo cuando las fuentes nos hablen -aunque no mientan- de su carácter feroz, su despreocupación por el gobierno y su deseo de emular a los gladiadores. Parece que los fantasmas de Calígula y Nerón habían decidido presentarse de nuevo. Las persecuciones y ejecuciones de personas que le incomodaban volvieron a ser el pan de cada día. Si bien en las provincias amenazadas permanecieron los mismos gobernadores y legados, en Roma los consejeros de Marco Aurelio fueron rápidamente desplazados por gente de cada vez más baja condición. Finalmente esta actitud le llevó a ser asesinado por sus personas de confianza el último día de 192. Al día siguiente el senado decretó su damnatio memoriae y se entregó la diadema imperial al candidato presentado por el prefecto del pretorio Aemilio Laeto -uno de los regicidas-: el prefecto de la ciudad Publio Helvio Pértinax, de sesenta y seis años.
Pértinax no pudo encontrar suficientes apoyos: debió saber que la oligarquía senatorial nunca se pondría de parte de un homo novus como él, salido no ya de la burguesía sino del pueblo llano y que había ascendido a pulso. Le quedaban los pretorianos, pero su férrea disciplina y su falta de liberalidad con el dinero -Cómodo había dejado las arcas estatales temblando- le hicieron indeseable a sus ojos. Un motín de los pretorianos lo eliminó en Marzo de 193 y puso en su lugar al general Didio Juliano, el candidato que había ofrecido un donativo mayor. Sin apenas autoridad -todos sabían que había comprado el cargo- y con el senado, el pueblo y los ejércitos de provincias en contra, vio como tres legados -Pescenio Níger en Siria, Septimio Severo en Panonia y Clodio Albino en Britania- se proclamaban emperadores. Severo, el más cercano geográficamente, marchó sobre Roma; antes de su entrada Juliano había sido depuesto y asesinado.
1.5.- Los Severos.
Severo entró en Junio en la ciudad, licenció a los pretorianos, castigó a los colaboradores de Juliano y declaró la apoteosis de Pértinax. Llegó a un acuerdo con Albino, al que pretendió hacer su sucesor. Con Níger era distinto, pues todo el Oriente le respaldaba y no tenía por qué darse por vencido tan fácilmente. Tras perder una guerra en toda regla fue asesinado en 195 mientras buscaba asilo en Persia. En ese momento Albino se autoproclamó emperador y pasó a la Galia. Tras la batalla de Lyón, en Febrero de 197, se suicidó. Las regiones que habían apoyado a sus adversarios fueron duramente castigadas por Septimio. Tras estos acontecimientos ya nadie dudaba que el poder de fabricar emperadores había pasado por entero a los ejércitos. La óptica de Severo era, además de militarista, periférica: nacido y educado en África y habiendo desarrollado gran parte de su vida y su carrera en Siria, comprendía el imperio romano desde la experiencia extraitálica, una novedad más conducente a las transformaciones del Bajo Imperio. Como no podía ser de otro modo con estos antecedentes los Severos llevarán a cabo una política netamente antisenatorial, comenzando por las transformaciones en el mapa de las provincias que realiza Septimio con objeto de debilitar a los gobernadores dependientes del senado. Otra característica de los Severos que cae por su propio peso dadas las circunstancias es su espaldarazo a la idea dinástica: Septimio es perfectamente consciente de que su poder procede de las armas, no de la delegación del senado y el pueblo de Roma, por su parte cada vez más sometidos al emperador. El minucioso velo de ficciones legales con que Augusto cubrió su régimen personal se ha vuelto cada vez más engorroso e inútil, deshilachándose hasta que en época de los Severos no es sino un trapo viejo del que se puede prescindir. El poder reside enteramente en el emperador en tanto que líder del ejército, y en calidad de propiedad privada que puede darse en herencia. El problema sucesorio queda finalmente resuelto por la fuerza militar.
Septimio primero se declaró heredero de Pértinax, luego de los Antoninos -haciéndose adoptar póstumamente por Marco Aurelio-, y muy significativamente obligó al senado a llevar a Cómodo del olvido a la divinización. El hijo mayor de Severo -conocido como Caracalla- fue declarado imperator destinatus. Tanto él como su hermano menor Septimio Geta fueron prontamente asociados al poder. La dinastía quedó bien instalada, y entraron además en la vida pública las mujeres de la familia: Julia Domna, Julia Maesa, Julia Soaemias y Julia Mamaea, en un momento en que la mujer romana se encuentra ampliamente independizada respecto a sus antecesoras. Nótese que los Severos son una dinastía procedente de Oriente, donde existía -a diferencia de Roma- una larga tradición de mujeres reinantes y de gobernantes por derecho divino.
A la muerte de Septimio le sucedieron sus dos hijos, que por otra parte siempre se habían detestado. Deificaron a su padre y luego se dedicaron a conspirar el uno contra el otro hasta que Caracalla mató a Geta. Cruel y autoritario, supo rodearse de colaboradores que procuraron una administración feliz al imperio. Por la Constitución Antoniniana de 212 todos los hombres libres del imperio pasaron a ser ciudadanos romanos, lo que tiene una lectura en clave absolutista, al convertir a todos los libres en una masa indiferenciada.
El prefecto del pretorio Macrino -jurista, no militar- fue acusado no sabemos si con razón de conspirar contra Caracalla. Iba a ser eliminado cuando lo supo y se adelantó al emperador en 217. Fue proclamado a su vez emperador por el ejército. Se esforzó por asentar su poder asociándose con los Antoninos y los Severos, pero las malas condiciones económicas le llevaron al error fatal de rebajar el sueldo de las tropas.
Vario Avito Bassiano, un niño de trece años sobrino de Caracalla, vivía exiliado en Emesa. Las tropas de Siria lo proclamaron emperador con el nombre de Marco Aurelio Antonio. Se desencadenó una guerra en la que Macrino murió en 218. Elagábalo -sobrenombre de Bassiano por ser sacerdote de este dios- entró en Roma en 219. Fue declarado hijo de Caracalla, que a su vez fue divinizado. Su madre y su abuela -Maesa y Soaemias- se hicieron con el gobierno. Pronto comenzó a llevar una vida de placeres y a rodearse de malas compañías. Fue obligado a adoptar al hijo de Mamaea -su primo, llamado Marco Aurelio Alejandro desde entonces- para asegurar la dinastía. Cuando en Marzo de 222 Elagábalo y su madre murieron a manos de los pretorianos se sospechó de Mamaea. Alejandro reformó la corte y no dio motivos para la queja. Parece que quiso devolver poder al senado y restaurar la asamblea del pueblo. Pero estas medidas iban contra el curso de los últimos dos siglos y medio de Historia, y finalmente quedaron en nada. La condición senatorial era ya tan poco que se concedió como un honor a los prefectos del pretorio. En Marzo de 235 el emperador y su madre fueron asesinados en un motín en Maguncia, durante unas operaciones en el limes germano. Consideramos que, tras la muerte de Alejandro, comienza el Bajo Imperio.
2.- Política exterior.
2.1.- Los Julio-Claudios.
La reconstrucción tras la guerra civil impuso una política exterior limitada a la protección de las fronteras: en Asia, en la provincia de Siria contra árabes y partos. Asimismo Roma controlaba una multitud de pequeños reinos satélites que conformaban una barrera contra el mundo iranio, desde Arabia y Siria-Palestina hasta el mar Negro. En África, en las provincias de África y Cirenaica y en los reinos de Egipto -anexionado- y Mauritania -administrado- contra bereberes, etíopes y árabes. En Europa, en las provincias de Lusitania e Hispania Citerior, frente a cántabros y astures, que fueron finalmente sometidos; más allá de la provincia de Macedonia y del reino protegido de Tracia, frente a pueblos germánicos e iranios; en la Galia Cisalpina, donde la frontera estaba anormalmente cerca de Italia, frente a los montañeses; en el Rhin, contra los germanos por tres razones: su potencial amenaza, la ambición de los agentes de Augusto -Druso y Tiberio- y la ventaja económica de la expansión hacia tierras de clima continental. La idea, que nunca se materializó, era sustituir el Rhin por el Elba en la combinación con el Danubio que cerraba el imperio por el norte. La nueva región fue sometida, pero estaba por consolidar cuando el auge del reino marcomano se volvió inquietante. Una revuelta evitó en 6 d.C. su reducción, y en 9 el desastre de Quintilio Varo hizo retroceder la frontera hasta el Rhin.
Los sucesores de Augusto se caracterizaron por una afirmación del imperialismo: provincialización de los reinos protegidos, mayor intervencionismo en Armenia y Persia y conquista en Britania. En Germania, tras el desastre de Varo, la consigna julio-claudia sería ya siempre la conservación de la frontera renana. Las tentativas de Germánico -que volvió a alcanzar el Elba en 16- quedaron en nada, y la desunión de los germanos propició un clima pacífico en el que las posesiones norteuropeas de Roma se volcaron al desarrollo económico. En Panonia los esfuerzos se centraron en afianzar la ocupación de la orilla derecha del Danubio, espesando la red civil, con la admisión de grupos bárbaros como los suevos de Vannio. El reino de Tracia fue provincializado por Claudio en 46. Nerón hizo lo mismo con el reino alpino de Cotio, última parcela independiente dentro del territorio romano. En Britania Claudio retomó el proyecto cesariano de conquista. Sus objetivos eran apartar al ejército de conspiraciones, avanzar en la romanización de la Galia acabando con la retaguardia celta y ahogar la piratería del mar del Norte. El sureste de la isla fue declarado provincia en 43. La expansión continuó hasta la victoria en 61 sobre la insurrección de la reina Boudicca.
En África la rebelión de Tacfarinas -de 17 a 24- fracasó en parte gracias a la ayuda de Mauritania. Se preparaba la anexión de este reino, llevada a cabo por Calígula en 40. En el siglo II Mauritania acabó por dividirse en dos provincias: Cesariana y Tingitana. Estas acciones habían llevado a los romanos hasta el Atlas, y Nerón había enviado expediciones al alto Nilo. El Sáhara les había convencido de que hacia el sur no había gran cosa que temer ni esperar, a excepción del tráfico caravanero procedente del corazón de África. Con estas expediciones los romanos alcanzaron los límites de la Ecumene, el mundo conocido -o que merecía la pena conocer- en la Antigüedad.
En Asia todos los Julio-Claudios excepto Calígula acrecentaron el territorio romano. En el complejo mapa de los Estados, a veces minúsculos, del Próximo Oriente los emperadores -sobre todo Calígula y Claudio- dieron y tomaron, hicieron y deshicieron reinos independientes y provincias en un rompecabezas demasiado extenso para relatarlo con detalle. A partir de 44 Judea, tras muchos cambios, pasó a ser definitivamente romana. Sólo quedaron independientes la marca transjordana de Agripa II, Chalcis, Emesa y Palmira. En el Bósforo Cimerio también subsistió un reino protegido, dejando esta frontera mal cubierta para Roma. La posibilidad de que armenios y partos constituyeran una amenaza llevó a conservar un reino protegido en Armenia, que basculó entre romanos y partos. Finalmente Armenia quedó bajo protectorado.
2.2.- Los Flavios.
Tras su victoria Vespasiano no volvió a Roma sin haber antes asegurado en Egipto el abastecimiento de trigo a la capital. En Asia Tito reemprendió las acciones contra los judíos que, encerrados en Jerusalén, sufrían la desunión de sus jefes y la falta de provisiones. Calle por calle tomó la ciudad en Septiembre de 70, la arrasó y prohibió reconstruir el templo. Las únicas ciudades que pervivieron fueron las de modelo greco-romano. Judea se convirtió en provincia imperial gobernada por un legado propretor. Con los partos se mantuvieron los acuerdos de Nerón. Sin embargo, cuando en 75 Vespasiano se negó a prestar ayuda a Vologeses I contra los alanos, éste reaccionó atacando Siria; rechazado por el general Trajano, a su muerte Persia quedó anulada por luchas internas. Commagena había colaborado con Vespasiano pero, acusado su rey Antíoco de conspirar con los partos, fue anexionada a Siria en 73. Todas las regiones de Cilicia fueron unidas en una provincia imperial homónima. El reino de la Pequeña Armenia y la provincia de Galatia fueron anexionados a Capadocia. Se reorganizaron las provincias imperiales de Licia y Panfilia, y se unificó la provincia popular de Asia acabando con la libertad nominal de Rodas y Samos. Los reinos de Emesa y Chalcis fueron anexionados a Siria bajo Domiciano. En África los garamantes fueron rechazados en 70, los nasamones fueron casi exterminados en 86 y Julio Materno alcanzó Sudán -frontera de la Ecumene-, pero la expansión se dirigió hacia Numidia.
En Europa, Bizancio fue anexionada a Tracia y el Epiro fue separado de la provincia popular de Acaya para formar una provincia procuratorial. En Germania y Galia la noticia de que Vespasiano ganaba la guerra trajo la sublevación de las legiones y de los bátavos -éstos apoyados por germanos del otro lado de la frontera-. Al morir Vitelio cuatro potentados galo-romanos -Clásico, Tutor, Sabino y Civil- se segregaron y fundaron un “imperio de las Galias” que nació con problemas internos: luchas por el poder y disensiones entre pro y antigermanos. Los lingones -miembros de este imperio- fueron derrotados por los secuanos, y los treviros fueron abandonados por la mayor parte de la Galia. Las tropas vespasianeas tenían así la mitad del trabajo hecho cuando en 70 derrotaron a los treviros y restablecieron la situación anterior a fines de año. Una campaña en 74 afianzó la frontera renana incorporando el valle del Neckar. Domiciano logró una cabeza de puente al otro lado del Rhin en Maguncia; el levantamiento de Saturnino le llevó a ocupar el valle del Main y a fortificar la frontera. La Britania romana se extendió lentamente, sometiendo a los brigantes -al norte de York-; con la victoria sobre los caledonios -escoceses- Roma acarició de nuevo el límite de la Ecumene. El Danubio fue la asignatura pendiente de la política exterior Flavia. Los bárbaros aprovecharon la guerra civil para sus incursiones: en Mesia el legado Aponio aplastó a los roxolanos y Muciano a los tracios, pero los dacios de Decébalo siguieron representando un peligro: en los años 80 vencieron al legado de Mesia Sabino, al prefecto del pretorio Fusco y aniquilaron una legión. En 88 Tetio Juliano les sometió y se logró un acuerdo. Domiciano -que dividió Mesia en dos provincias- emprendió acciones contra yázigos, cuados y marcomanos, a costa de la pérdida de otra legión en 92.
2.3.- Los emperadores adoptivos.
La política exterior precisa de tiempo y estabilidad interna, por eso ni Nerva ni los efímeros la practicaron. Trajano, por su parte, optó por un estilo agresivo escudado en la prevención. En Europa reforzó Germania y retomó la obra inacabada de asegurar el Danubio, lo que logró con creces: en 102 Decébalo, derrotado, pasó a ser aliado; en 105 fue eliminado finalmente, y en 107 Dacia fue provincializada; sus metales preciosos proporcionaron una gran fortuna a Trajano. El país de los yázigos -entre Panonia y Dacia- quedó perfectamente vigilado, y Panonia se dividió en dos provincias. En Asia era necesaria la misma ampliación de la frontera, peligrosamente estrecha entre el mar y los reinos árabes. Nabatea fue conquistada y provincializada -Arabia- en 106, ganándose el Sinaí y una franja de protección para Judea; Palmira pasó a depender de la provincia de Siria. El imperio se cerró sobre el mar Negro con la conquista de la Cólquida -orilla oriental-, que se sumaba al protectorado del reino del Bósforo. Galatia y Capadocia volvieron a separarse. La situación era lo suficientemente positiva como para que Trajano mirase hacia un objetivo mayor, hacia el Estado parto. Éste aún no había recuperado el equilibrio tras la muerte de Vologeses I, y ciudades como Adiabena, Sofena y Osroene -gobernada por una dinastía pro-romana- se mostraban casi independientes. Trajano buscó una excusa para intervenir: el rey parto Osroés quiso sustituir al rey de Armenia Axidarex -reconocido e investido por Trajano- por un pariente suyo, Parthamasiris. Entre 114 y 116 Trajano conquistó desde Armenia hasta el golfo Pérsico. Creó así las provincias de Armenia, Asiria y Mesopotamia. Además aprovechó la retirada de Osroés para coronar rey de los partos a un pro-romano, Parthamaspatés. En las nuevas provincias Roma no pudo impedir el desorden, sobre todo debido a la oposición semita: las luchas feroces entre griegos y judíos se extendieron a ellas desde el interior del imperio romano -Egipto, Chipre-, y Parthamaspatés cayó ante el regreso de Osroés.
La política exterior hadrianea fue, a diferencia de la de Trajano, pacifista: evitó en el Próximo Oriente una lucha interminable; comprendió lo peligroso de empeñarse en mantener unas provincias ajenas casi por completo al mundo greco-romano y las evacuó. Osroés ocupó Asiria y Mesopotamia, y Armenia tuvo como rey al pro-romano Vologeses. Osroene quedó otra vez como Estado tapón pro-romano. Reforzó las obras defensivas de todas las fronteras. En Britania levantó el Muro de Hadriano como defensa contra los caledonios. En África continuó fundando nuevas colonias estratégicas y reorganizando la frontera sur. Este diseño final de las fronteras se conservó casi intacto hasta la caída de la mitad occidental del imperio romano.
Antonino Pío continuó la política pacífica de Hadriano. En Asia disuadió al parto Vologeses III de un intento de conquista de Armenia, consolidó la influencia romana en Osroene, el Cáucaso y el reino del Bósforo, y repelió lo ataques de los alanos en el Mar Negro. En Europa reforzó el limes caledonio de Britania con el Muro de Antonino. En África el ejército repelió a los bereberes y se incorporó el macizo del Aurés. Pero Marco Aurelio no pudo continuar esta era pacífica. En 161 Vologeses III invadió Armenia y puso en el trono a un rey pro-parto, Pacoros. Derrotó a los romanos en Armenia y en Siria. Entre 162 y 166 Lucio Vero eliminó este peligro: primero recuperó el control sobre Armenia y entronizó al pro-romano Sohaemus, luego conquistó Seleucia y Ctesifonte, imitando a Trajano. El limes próximo-oriental quedó asegurado.
La frontera del Danubio se vio asaltada por pueblos germánicos que en 167 llegaron hasta el norte de Italia. Roma procedió a una guerra defensiva y restableció la paz, pero en 169 el Danubio volvió a ser atacado. Marco Aurelio quiso reforzar esta frontera conquistando el país de los yázigos, los Cárpatos y la actual Bohemia, pero las acciones se suspendieron ante la usurpación de Avidio Casio en Oriente. En 177 los marcomanos y los cuados reanudaron los ataques. En Britania y el Rhin se rechazaron otros ataques bárbaros, y piratas bereberes atacaron la Bética. En 180 murió Marco Aurelio y Cómodo quedó como emperador único. Los generales de época de su padre atajaron las amenazas que venían de los limites de Europa. En África se amplió la frontera por medio de obras civiles.
2.4.- Los Severos.
Reinando Severo Vologeses IV quiso conquistar la provincia romana de Mesopotamia. Aquél respondió conquistando en 199 Seleucia y Ctesifonte, igual que hicieran Trajano y Antonino Pío. Luego revisó el resto del limes oriental y el del Danubio. En 208 reconquistó en Britania el terreno perdido entre los muros hadrianeo y antoniniano. En esta tarea murió en 211.
Bajo Caracalla aparecen dos nuevos pueblos enemigos en la frontera renano-danubiana, los alamanes y los carpos. Desde 213 una mezcla de victorias militares y pagos a los germanos logra contener los ataques. En Persia Vologeses V veía disputado por su hermano Artabán el trono heredado en 209. En 214 Caracalla recibió el homenaje del rey y pasó a Egipto. En 215 Artabán usurpó el trono -sería Artabán IV- y rechazó una alianza con Roma. Caracalla anexionó Osroene a la provincia de Mesopotamia e invadió Armenia y Adiabena -la Asiria de Trajano-. En 217 avanzaba hacia el Tigris cuando murió asesinado. Llegó con ello una paz que duraría diez años, hasta que en 227 -bajo Alejandro- Artabán fue a su vez derrocado por Ardashir, primero de los reyes sasánidas. Con este cambio de dinastía cesaron las disputas internas y Persia recuperó una unidad peligrosa para Roma. Ardashir tomó Mesopotamia en 231 y la perdió al año siguiente. En 235, durante una de tantas campañas de defensa del limes renano, el ejército del Rhin mató al último de los Severos.
3.- La economía.
La economía romana fue una economía subdesarrollada -la mayor parte de la población se encontraba en un nivel de subsistencia-, típica del modelo anterior a la Revolución Industrial. La mayor parte del trabajo y de la inversión iban a parar a la agricultura. La manufacturación estaba en manos de un pequeño artesanado que satisfacía un mercado reducido, local, y el comercio padecía la falta de inversión y los riesgos inherentes a misiones comerciales largas o grandes. La tierra no es sólo una inversión segura y que siempre produce beneficio, sino que además es un elemento de prestigio.
Desde la subida de Augusto al poder el Alto Imperio representa una época de paz y prosperidad para Roma, con la sola excepción de las guerras civiles de 68-69 y 192-193 y la epidemia de peste del reinado de Marco Aurelio. Hay un crecimiento interno y una expansión del imperio que generan una bonanza económica. Un modesto crecimiento de la población y una acertada distribución de ésta en el territorio en función de la fundación de colonias posibilitan el crecimiento. Sin embargo todos estos buenos datos sólo apuntan al enriquecimiento de la oligarquía, que en lugar de invertir esta riqueza la consume. El excedente del pequeño productor sigue siendo mínimo y además cae en manos del cobrador de impuestos. La tecnología continúa estancada, lo que impide el avance productivo a no ser por medios extensivos. La falta de un arnés apropiado impide el uso del caballo para el tiro, con lo que el transporte terrestre -por medio de bueyes y mulas- resulta demasiado caro, con las lógicas implicaciones para la circulación del trigo. El transporte marítimo se ve restringido al período de Abril a Octubre y desde luego no se encuentra exento de peligros. El comercio es, en consecuencia, pequeño y subdesarrollado.
Durante el Alto Imperio las ciudades crecen y se convierten en focos de consumo y artesanía que potencian la economía de las zonas rurales. Al mismo tiempo la ciudad actúa como centro de explotación en tanto es sede del gobierno local que cobra los impuestos. La ciudad de Roma actuaba como un enorme centro de consumo al que llegaban los productos de todo el imperio, sobre todo -por cercanía- de las provincias occidentales, además de Egipto, abastecedora de grano. Las zonas de Italia cercanas a Roma se beneficiaron del consumo generado por la capital sobre todo en la calidad de suministradoras de productos que no fueran de primera necesidad, sobre todo el vino. Esto no concuerda con la idea del paradigma tradicional de Gibbon y Rostovzeff acerca de una Italia empobrecida por sus propias conquistas.
Augusto necesitó para la reconstrucción del Estado romano una importante cantidad de dinero. Primero optimizó los recursos que ya se utilizaban, sobre todo perfeccionando la percepción de impuestos. Luego creó impuestos nuevos, pero cuidando de que fuesen indirectos dada la repugnancia de las sociedades poco habituadas a un Estado fuerte a pagar impuestos directos. Éstos fueron entre otros un impuesto del 1% sobre las subastas, uno del 4% sobre las ventas de esclavos y otro del 5% sobre las herencias. Hay además una firme tendencia a que el Estado cobre directamente las tasas, sin valerse de los publicanos. El dinero disponible para el Estado se dividió en cuatro cajas, todas controladas por el emperador: el aerarium populi o tesoro del senado -rentas percibidas en Roma, Italia y provincias populares-, el fiscus Caesaris o tesoro del emperador -rentas de las provincias imperiales-, el aerarium militare -impuestos sobre subastas y herencias, para pagar al ejército- y el patrimonium Caesaris o patrimonio del emperador -riquezas privadas del emperador y rentas de Egipto-. En 15 a.C. el emperador monopoliza la acuñación de monedas de oro y plata -el patrón plata republicano había pasado a ser bimetálico bajo Julio César-, dejando para el senado la acuñación de la moneda fiduciaria de cobre.
Los demás emperadores se limitaron a continuar la tendencia económica del momento, a no ser por los impuestos desorbitados de personajes como Calígula o Nerón, refrenados luego por los emperadores que representan la reacción a estas actitudes. Nerva, por ejemplo, se mostró partidario de rebajar las cargas fiscales, ampliando por ejemplo los casos en que se eximía del pago del 5% de las herencias. Creó también una institución de beneficencia en Italia, los alimenta, continuada y potenciada por Trajano. Bajo Hadriano se avanzó en la tendencia a prescindir de los publicanos, lo que sin duda resultaba un alivio para los contribuyentes. Bajo Septimio Severo los avances hacia la concepción absolutista del imperio determinaron un cambio en el sistema de cajas de Augusto: la fusión cada vez mayor entre las finanzas estatales y las privadas del emperador lo llevaron a crear una res privata principis con la que dejar definitivamente aparte lo que era suyo como particular.
4.- La sociedad.
La población del Alto Imperio se dividía en ordines en función de su extracción socio-económica. Éstos procedían de época republicana, pero Augusto los reconstituyó en función de los intereses del nuevo régimen. El orden más importante era el de los senadores, compuesto por unos pocos cientos de familias y al que se accedía en función del dinero -renta de un millón de sestercios anuales bajo Augusto-, los antecedentes familiares y las cualidades morales. Las revisiones augusteas hicieron descender el número de senadores de 1.200 a 600. Este recorte fue acompañado de una mayor diferenciación del senador respecto al resto de la pirámide social. La tímida llegada de un principio hereditario en la condición senatorial a principios del Alto Imperio es algo totalmente, nuevo, dado que la sociedad romana es, en principio, abierta y la movilidad social es perfectamente posible.
El orden ecuestre era similar al senatorial, en el sentido de que los criterios de acceso eran los mismos, sólo que en menor cuantía -la renta exigida era menor: 400.000 sestercios-. Con Tiberio se exigió a los caballeros que fueran nietos de hombres libres. El orden de los caballeros era más numeroso y diverso que el senatorial, si bien también se insistía en separarlo del común de la población. A medida que la idea del absolutismo imperial avance el emperador irá poniendo cada vez mayor confianza y responsabilidad en los miembros de este orden como aliados suyos en la lucha contra la oligarquía senatorial que se resiste a abandonar el poder.
Un tercer orden era el compuesto por los decuriones o consejeros de las poblaciones del imperio. También se les exigía un nacimiento y una moral respetables, aunque aún en menor grado -el hijo de un liberto podía ser decurión-. El objetivo era dotar a los gobiernos locales de hombres respetables, lo que se relaciona invariablemente en las sociedades preindustriales con propietarios agrícolas.
Por debajo de los tres órdenes aristocráticos encontramos a la mayor parte de la población. En primer término los hombres libres, divididos en libres de nacimiento y libertos, y también entre ciudadanos y no ciudadanos. En realidad las incapacidades jurídicas del liberto eran mínimas: no podía ser legionario, pertenecer a los tres órdenes superiores ni casarse con una mujer de rango senatorial. La distinción entre ciudadanos y no ciudadanos fue perdiendo rápidamente fuerzas hasta que la Constitución Antoniniana, como hemos visto, niveló la cuestión por lo alto. Antes del reinado de Hadriano ya había aparecido una nueva división de la población libre entre honestiores -miembros de los tres órdenes y antiguos militares- y humiliores -el resto-.
Los esclavos, que la ley no reconocía como personas sino como instrumentos parlantes, fueron viendo poco a poco reconocida su condición humana, en parte a instancias de la filosofía estoica y -esto en el Bajo Imperio- del cristianismo. Emperadores como Claudio y Hadriano intentaron paliar en parte los desmanes de amos despiadados, que por otra parte eran cada vez menos por pura iniciativa de la sociedad.
5.- La cultura.
5.1.- Literatura.
En el Alto Imperio confluyen en Roma dos fuerzas opuestas: por un lado la capital es el centro de gravedad del mundo que la circunda, y todas las culturas de éste convergen en ella. Por otro el régimen del principado nace con un fuerte carácter nacionalista -Suetonio habla de la negativa de Augusto a utilizar términos griegos en alocuciones públicas-. ¿Cómo resolver esta contradicción? Potenciando la cultura latina como elemento homogeneizador de un Estado que abarca provincias tan dispares como Galia y Siria, Mauritania e Iliria. Es sobre todo un esfuerzo de época de Augusto, que puso a trabajar en él a un valioso equipo de intelectuales. Tanto él como sus colaboradores -Mecenas, Valerio Mesala, Asinio Polión- articulan en torno a sus personas -no es casual que hoy hablemos de mecenazgo- círculos intelectuales con la consigna de extender los valores tradicionales romanos apoyados por el régimen. Este es el ambiente en que Virgilio compone su Eneida, Horacio abandona las sátiras -demasiado peligrosas ya- por las Epístolas y las Odas, obras de carácter moral y nacionalista. Las elegías son cultivadas por autores como Tibulo, Propercio y Ovidio, que cantan el pasado de Roma. Tito Livio construye Ab Urbe condita, un monumento histórico al principado y a su concepto teleológico de Roma como señora del mundo. Estas obras, tanto o más que las calzadas, son parte del mortero que consigue algo en principio tan disparatado como unir a los pueblos del Mediterráneo, Europa central, el Próximo Oriente, Asia Menor y el norte de África bajo un mismo gobierno y una misma identidad. Otro de estos elementos fue sin duda el sistema educativo que nace con el imperio, por primera vez estatal y más colectivo que en la república, que proporciona las mismas enseñanzas, las mismas referencias culturales, morales y sentimentales a niños y jóvenes de las oligarquías de todo el imperio.
Por otro lado la retórica, toda vez que ha muerto -a veces literalmente- la discrepancia política, resulta poco provechosa. Los oradores del imperio se dedican sobre todo a juegos legales preciosistas con supuestos en ocasiones irrisorios -Fidias, prestado a Esparta por Atenas, ha sido condenado por robo y se le han cortado las manos, ¿cómo deben responder los atenienses?-. Sobre el teatro hablaremos más adelante, pero adelantamos ya que poco a poco va tomando cada vez más fuerza la lectura pública en lugar de la representación.
En el siglo II se afianza esta unidad cultural que se venía pergeñando desde el siglo I, pero ahora la lengua que tiene la primacía no es la latina, sino la griega. En tiempo de los emperadores adoptivos Grecia ha recuperado el primer puesto en la carrera y la cultura vuelve a mirar hacia ella. Es el momento del filósofo Epicteto, de los historiadores Plutarco, Arriano y Apiano. La filosofía se trata únicamente en griego, a tal punto que la obra filosófica del emperador Marco Aurelio está escrita en esta lengua. Es el momento de la segunda sofística: el renacimiento de aquella manera de ver la palabra como un arma y un instrumento. Los filósofos vuelven a recorrer Oriente rebatiendo cualquier postura dónde y cuando sea. Es el momento del gran Herodes Ático, admirado por los emperadores y cantado por Kavafis. Y el de su discípulo, el problemático Elio Arístides.
Vive el siglo II un cierto renacimiento del espíritu crítico y científico, con hombres como el matemático Nicómaco de Gerasa, el médico Galeno de Pérgamo, el astrónomo y geógrafo Ptolomeo, a quien tanto debe la cosmografía medieval. En el ámbito latino aparecen el pulcro y preciso Suetonio, que nos ha contado la vida del imperio desde César hasta Domiciano, el compilador AuloGelio, Frontón, preceptor de Marco Aurelio. Es el siglo II, por último, un siglo de esplendor para el derecho romano, que bajo los adoptivos iniciará la configuración del derecho imperial que resucitará la Europa del siglo XIII y será base del nuestro.
5.2.- Artes plásticas.
5.2.1.- Arquitectura.
El arte romano sigue los modelos helenísticos, aunque con personalidad indiscutible que se aprecia mejor que en ninguna parte en la arquitectura, donde la bóveda y el arco gozan de un papel preeminente. El imperio conoce una arquitectura abovedada de grandiosidad y riqueza extraordinarias y esencialmente distinta de la griega. Cierto que durante este período las grandes obras siguen recayendo en arquitectos griegos, como Apolodoro de Damasco bajo Trajano, pero no faltan autores puramente romanos. Para reconocer la existencia de un estilo imperial romano basta con echar una mirada al Coliseo, que es también ejemplo del giro hacia el lujo y las proporciones gigantescas que vive la época, cuando el entablamento se trata cada vez con mayor libertad e incluso se utiliza la columna como mera decoración. Pero lo que más contribuye a la nueva arquitectura romana es la generalización de las cubiertas abovedadas y su empleo en edificios de amplitud desconocida hasta entonces. Entre los materiales destaca el empleo de uno nuevo, el mortero, que ha durado hasta hoy. Un material sin embargo pobre y barato que exige el revestimiento con materiales más lujosos. Otro no menos frecuente es el ladrillo cocido, utilizado desde el siglo I a.C. En cuanto a los órdenes, la arquitectura imperial adopta los griegos -dórico, jónico y corintio-, inventa el compuesto -mezcla de jónico y corintio, que aparece por primera vez en el Arco de Tito, en el año 81-, y no siente empacho en combinarlos en un mismo edificio -véase la fachada del Coliseo-. También el entablamento se trata con mayor libertad e imaginación que en su precedente griego.
El arco de medio punto -símbolo de la arquitectura romana- cabalga ya sobre columnas en el principado de Augusto, y aparecerá de esta forma a gran escala a finales del Alto Imperio -foro de Leptis Magna-. Participa de la tendencia cada vez mayor a utilizar elementos constructivos como decoración, por ejemplo en la Biblioteca de Éfeso -época de Trajano-, en la puerta del mercado de Mileto y en el teatro de Aspendos. La bóveda se utiliza con maestría desde épocas anteriores, pero es en el Alto Imperio cuando aparecen bóvedas gigantescas -Coliseo bajo los Flavios, Villa Tívoli bajo Hadriano- y de arista; particularmente importante en época de Hadriano es la llamada Sette Bassi hadrianea, consecuencia de los arcos de refuerzo del Coliseo. La cúpula, sin embargo, no se utiliza hasta el Bajo Imperio.
Templos. La diferencia fundamental del templo romano respecto a su modelo griego es que los escalones del estilóbato se ven reemplazados por un podio de paredes verticales que sólo cuenta con gradas en la fachada de acceso. Por lo general el templo romano es próstilo y pseudoperíptero, es decir sólo el pórtico de la fachada de acceso es utilizable, los demás son decoración empotrada en el muro. De época de Augusto tenemos la Maison Carrée, de Nimes. Relacionado con el templo abierto helenístico tenemos en el Alto Imperio el Altar de la Paz de Augusto, de pequeño tamaño y decorado en su interior con relieves alusivos a la procesión anual que recibía. De época de Hadriano conocemos un doble templo que ofrece novedades: el de Venus y Roma, de planta rectangular, con estilóbato y de dimensiones desconocidas hasta entonces. También hay tholoi, templos de planta circular igualmente de origen griego, que ofrecen su primera gran expresión en el Panteón de Agripa, cuya impresionante cúpula pertenece a una restauración de época de Hadriano. Templo excepcional es el Septizonium -dedicado a los siete planetas- de Septimio Severo al pie del Palatino, con una fachada de tres plantas de pórticos adintelados con tres rehundimientos centrales semicirculares. Refleja el barroquismo de finales del Alto Imperio.
Basílicas. La basílica tenía como fin la administración de justicia y los tratos comerciales. Aunque la primera -la de Catón- es de principios del siglo II a.C., esta edificación estará íntimamente relacionada con la monarquía ya desde su origen en Grecia. Las basílicas romanas suelen ser de planta rectangular y con tres naves, la central más alta para iluminar el interior.
Termas. Las termas desempeñan un papel importantísimo en la vida romana. Se trata de baños públicos que son uno de los puntos favoritos de reunión. Constan de vestuario -apodyterium-, una estancia para sudar -tepidarium-, un baño caliente para limpieza, -caldarium-, otro de agua fría para dar tersura a la piel -frigidarium-, una sala de fricciones -elaeothesium-, un gimnasio -ephebeum-, salas de reunión -xysti-, bibliotecas, un estadio, paseos, etc. En el imperio tenemos las Termas Estabinianas de Pompeya, aún relativamente primitivas. Las grandes termas imperiales comienzan con las de Trajano. Las de Caracalla destacan por su gran tamaño y su organización interna.
Teatros. El teatro es de origen griego. Consta de escena, orquesta y gradería. La primera modificación romana es el reflejo de la menor importancia que tiene el coro. La orquesta se hace semicircular, lo que influye en la forma de la gradería -cavea-. Para la época que nos ocupa el más importante es el de Marcelo, en Roma
Anfiteatros. Como su nombre indica el anfiteatro, destinado a los combates de fieras y gladiadores, consiste básicamente en unir dos teatros para formar un recinto cerrado. El espectáculo tiene lugar en la parte central -arena-, bajo la cual hay numerosos corredores, cámaras y escotillones. La cavea es igual a la del teatro. El más importante es el anfiteatro Flavio o Coliseo, comenzado bajo Vespasiano y terminado bajo Domiciano, con capacidad para 50.000 espectadores. Teatros importantes como los de Pola y Nimes siguen su modelo. La naumachia consistía en una versión mayor y dispuesta para batallas navales, aunque una arena normal también podía convertirse en naumaquia por medio de conducciones de agua.
Circos. Dedicado a carreras y ejercicios atléticos, el circo es la versión romana del estadio griego. De planta rectangular y rodeado de gradas, el centro de la pista, para formar un carril que se cierra sobre sí mismo, contaba en su mitad con un zócalo -spina- rematado por dos columnas -metae-. El más antiguo y fastuoso de los circos romanos, el Circo Máximo, fue a lo largo del tiempo enriquecido con imágenes de dioses, un cuentarrevoluciones -septem ova- e incluso un obelisco egipcio -todo ello en la spina-, rejas de seguridad, un palco de honor, etc.
Arcos de triunfo. Consisten en una puerta de ciudad aislada, de dos o cuatro fachadas. Se levanta sobre foros, puentes, cruces de calzadas, límites provinciales, etc. Pueden tener un vano, rara vez dos, tres o más. Lisos sus paramentos en los más sencillos, generalmente se cubren con relieves que narran las victorias y el triunfo del personaje al que se dedique. El más antiguo conservado es el de Orange, dedicado a Tiberio. El de Tito en el Foro Romano habla de su victoria sobre los judíos. El Arco de Trajano en Benvento narra los desvelos del emperador por la buena administración del Estado. El de Septimio Severo es el que mejor se conserva y el último del alto Imperio; está en el Foro Romano y tiene tres vanos, el del centro de mayor tamaño.
Columnas. La más famosa e importante es la de Trajano, al fondo del foro de su nombre: contiene la capilla funeraria del emperador en el pedestal y su decoración relata la conquista de la Dacia. Alberga una escalera de caracol que permite subir hasta la estatua de San Pedro, que ha sustituido a la del emperador. Marco Aurelio construyó otra de iguales características al vencer a germanos y sármatas. Contenía su estatua y la de la emperatriz
Acueductos. Dar a una gran ciudad del momento como Roma un aprovisionamiento de agua más allá de lo básico no era tarea fácil. El Alto Imperio conocía el sifón, pero prefería la conducción de agua a nivel por medio de arcos sobre pilares en altura en consonancia con el nivel del terreno. En Roma destaca el acueducto de Claudio. El de Segovia es, al parecer, de época de Augusto.
Puentes. La interminable red de calzadas que unían el imperio requirió de un sinnúmero de puentes, algunos de longitud y altura extraordinarias. Uno de los más importantes es el que salva el vacío sobre el río Tajo en Alcántara, con un arco de triunfo en su parte central y un templo a su entrada.
Vivienda. La mayor parte de la población de la ciudad de Roma vivía en bloques de pisos -insulae- en condiciones miserables y nada higiénicas, con un elevadísimo riesgo de incendio. Las familias ricas poseían una casa de planta baja -domus-, que podía ser la base de una insula o un edificio aparte. Este último caso, francamente minoritario, es sin embargo el que ha quedado como ejemplo de vivienda romana. Se desarrolla en torno al atrium: sala donde se encuentran el hogar y el altar familiar, tiene su origen en la primitiva cabaña pastoril. Cuenta con una claraboya -compluvium- sobre un lugar central -impluvium- que recoge la lluvia. Con esta habitación comunica el comedor -tablinum-, conectado a su vez con una alcoba, en origen el dormitorio del cabeza de familia. Por influencia griega se construye junto al atrio un peristilus o patio porticado. Además de la cocina y demás estancias de servicio puede completarse con habitaciones que dan al exterior, no comunicadas con la casa y dedicadas a negocios -tabernae-. De los palacios imperiales queda muy poco. La casa de Augusto en el Palatino es una vivienda privada. Por eso Tiberio construye un palacio en la misma colina, sustituido luego por la Casa Dorada de Nerón. Pero el palacio imperial hasta los días de Constantino será la Domus Flavia, obra de Domiciano, que para ello expropió las viviendas patricias en el Palatino. Edificada en torno a un peristilo, cuenta con un salón del trono flanqueado por el larario de la gens Flavia y por una basílica. En la zona de las habitaciones privadas hay incluso un circo.
Sepulcros. La corriente mayoritaria en Roma fue la cremación hasta que el estoicismo volvió, en tiempos de Trajano, a poner de moda la antigua costumbre del enterramiento. El sepulcro consiste en una estructura excavada de una o varias cámaras para la celebración de ritos y la deposición del cadáver. Las urnas con cenizas se depositan en nichos abiertos en la pared. Algunas tumbas de grandes dimensiones son construidas a las afueras de Roma, junto a la Vía Apia. Emperadores como Augusto y Hadriano optan por una tumba en forma de torre, con cámara pequeña y coronada, al estilo etrusco, con un montículo de tierra poblado de árboles. La de Hadriano es el actual Castillo del Santo Ángel. Juntamente hay un sepulcro de torre cuadrada de origen griego, como el Monumento de los Julios en Saint Rémy.
Urbanismo. La ciudad romana de nueva planta copia el modelo ortogonal de Hipódamo de Mileto -siglo V a.C.-: forma cuadrada o rectangular, con calles rectas y amplias que forman una retícula en torno a dos calles principales: la cardo o longitudinal y la decumana o transversal. Cada uno de los cuatro lados de la ciudad tiene una puerta, que los romanos aprenden de los partos a reforzar con torres salientes, como en la Porta Nigra de Tréveris.
Foros. El foro ocupa el centro de la ciudad, y es la zona monumental y de los principales edificios de la administración pública. El foro por excelencia es el Foro Romano o Gran Foro, en Roma, en el estrecho valle al pie del Palatino. César, Augusto, Nerva y Trajano construyen nuevos foros. El más importante es este último, obra de Apolodoro de Damasco y consistente en una plaza cuadrada y porticada con hemiciclos laterales.
Pórticos. Los romanos gustan de los pórticos, que aparecen en toda ciudad de mediana importancia. Su origen se encuentra en las ciudades helénicas de Siria como Damasco y Palmira.
5.2.2.- Pintura.
El repertorio interpretativo del Alto Imperio es en esencia el mismo que el griego -temas mitológicos y de victorias militares-; sólo destaca una complicación de los temas vegetales que no será importante hasta el Bajo Imperio, por lo que no nos concierne. En la pintura mural el uso de materiales baratos y la búsqueda de una mayor expresividad llevan al empleo de estuco de gran calidad que simula mármol de diversos colores y a una decoración caprichosa y fantástica. El estilo de comienzos del imperio muestra discretas escenas en simulado bajorrelieve -por ejemplo la casa de Augusto y Livia-. Más tarde se convierte en el “estilo ornamental de los candelabros”, en el que las líneas se refinan hasta parecer labradas sobre metal -casa de los Vetios, en Pompeya-. El siguiente estilo va desde Nerón hasta Tito, y es el de la Casa Dorada: se vuelve a un estilo arquitectónico pero buscando mayor grandiosidad, con cortinajes en primer plano.
5.2.3.- Mosaico.
El mosaico también es heredado de Grecia. Roma inventa el opus sectile -de piezas marmóreas grandes-, pero el más utilizado es el opus tesselatum -de teselas-. Se utilizan motivos geométricos, cuadros y escenas. Hay ejemplos de mosaicos historiados en la Villa de Hadriano y sobre todo en Pompeya, donde la Casa del Fauno contiene la obra maestra: la representación de la batalla de Isos entre Alejandro Magno y Darío III. Por otro lado triunfan -como veremos que no podía ser menos- los temas circenses.
5.3.- Espectáculos.
5.3.1.- Las carreras.
Los circenses eran los juegos romanos por excelencia. Pasaron de durar un día hasta treinta, y el número de carreras por jornada de doce bajo Augusto a cien bajo los Flavios. No consistían sólo en llegar primero, pues había juegos de armas y jinetes acróbatas. Los carros engalanados, con entre dos y diez animales cada uno, pertenecían a cuatro escuderías -factiones-: la roja, la blanca, la verde y la azul. Las dos últimas absorbieron a las dos primeras en el siglo II; bajo Domiciano hubo una dorada y una púrpura. Los aurigas, igual que nuestros futbolistas, cobraban sueldos enormes y primas por victoria -no pocos pasaron de esclavos a millonarios-, y también solían retirarse jóvenes, sólo que por defunción. Hay numerosísimos testimonios de la pasión del público por las carreras: la devoción por aurigas y caballos, que llegaban a ser objeto de maldiciones, las apuestas de toda magnitud, incluso la ejecución de algún auriga rival del equipo del emperador. Con los ánimos así resultaba conveniente cerrar los juegos con un banquete público.
5.3.2.- El teatro.
El menor aforo de los teatros hace pensar que tuvieron menos éxito de público que las carreras. Y sin embargo era mucha la afición que los romanos sentían por este arte que al comenzar el imperio empezaba a decaer, con un repertorio y unas formas petrificadas. Quien asista hoy a uno de estos teatros -por ejemplo el de Mérida- no verá entre el público actual nada distinto de lo que ocurría durante el imperio: la gente comía, charlaba e iba a su aire, sobre todo porque conocían las viejas obras de memoria y el vestuario, igual que en el kabuki japonés, indicaba de sobra la condición y carácter de cada personaje. En la tragedia se dio cada vez más importancia a los cantica del coro -en principio pausas líricas en la acción-, de modo que los textos clásicos pasaron a convertirse en extrañas “tragedias musicales”. Después estos cantica cayeron en manos de solistas, auténticos divos superficiales que acabaron por controlar todos los aspectos de la obra, y que preferían los dramas negros -poblados de niños asesinados, mujeres locas de amor y hombres ciegos de ira- y los dramas eróticos -con incestos, violaciones, partos y zoofilias en pleno escenario-. En cuanto a la comedia, bajo Augusto ya fue arrinconada en favor de la mímica: una farsa naturalista, burlesca y a veces dramática en la que no había disfraces ni máscaras. Sus argumentos, basados en lo cotidiano, se pusieron al servicio del poder: el más representado, Laureolus, enseñaba que la justicia siempre triunfa bajo el buen gobierno. El texto cedió cada vez más ante los gestos y la improvisación. Sobre todo gustaban, como hoy, las obras de acción -con crímenes, persecuciones y catástrofes- y las de amor -con escenas de pasiones lacrimógenas-. Bajo Domiciano el realismo llegó al punto de que, en la escena final del Laureolus, el protagonista era suplantado por un reo que era ejecutado realmente.
A partir del siglo II los teatros de todo el imperio romano se convertían en anfiteatros del mismo modo y por los mismos motivos por los que hoy vemos los nuestros convertirse en bingos. Los dramas negros, con sus finales más que realistas, pasaron a representarse en la arena. Es de una ironía bella pero dolorosa que el imponente teatro de Marcelo, levantado durante el primer reinado del Alto Imperio, el de Augusto, se abandonara durante el último, el de Alejandro Severo.
5.3.3.- El anfiteatro.
Munera era el término latino para los juegos públicos y más concretamente para las luchas de gladiadores. Seguidas con pasión desde antiguo, a finales de la república el candidato a un cargo las organizaba para hacerse elegir, y en el imperio fue un eficaz instrumento de poder y control. En Roma se celebraban anualmente dos munera ordinarios organizados por magistrados, y un número indeterminado de juegos extraordinarios monopolizados por el emperador. La organización de un munus debía ser perfecta. El cargo público que corría con los gastos -del más oscuro edil municipal al emperador- empeñaba la bolsa y la imagen en ello. El lanista -entrenador y comerciante de gladiadores, oficio considerado vil- abastecía su familia gladiatoria con esclavos y desgraciados que se prestaban a ello empujados por el hambre. En la ciudad de Roma el único lanista era el Estado, que se surtía de condenados a muerte, prisioneros de guerra y animales salvajes. Los gladiadores se dividían en cuatro cuerpos en función de su armamento: samnitas -escudo y espada-, tracios -rodela y puñal-, mirmilones -casco pisciforme- y reciarios -red y tridente-. Luchaban entre sí -hoplomachia-, en ocasiones con armas trucadas -lusio-, o contra las fieras -venatio-, en el agua o en tierra firme, durante todo el día, bajo Domiciano incluso entrada la noche. También las fieras luchaban entre sí, eran cazadas desde el palco imperial o, simplemente, ejecutaban números como los que hacen hoy en el circo. La noche antes de un munus los gladiadores eran llevados a un banquete abierto al público. A la mañana siguiente -imaginemos un caso por todo lo alto, en la misma Roma- participaban en un desfile marcial que terminaba en el anfiteatro. Vestidos de púrpura y oro hacían el paseíllo y saludaban al palco imperial: “Ave, Imperator, morituri te salutant!” Después se procedía a seleccionar las armas y las parejas. Un instructor vigilaba el desarrollo de los combates, mientras el público jaleaba y apostaba igual que en las carreras. Al emperador, que se guiaba por el consejo del público, correspondía la facultad de conceder el indulto. Tito, Trajano y Marco Aurelio favorecieron las lusiones como medio para paliar en lo posible las matanzas del munus, y Marco Aurelio lo prohibió fuera de Roma, pero el gusto del público se impuso.
El gladiador, como el auriga, podía pasar de la miseria a la opulencia y su éxito entre las mujeres era proverbial. Pero su obligación con el lanista le llevaba de nuevo a la arena hasta el día en que conseguía la rudis, espada de madera concedida por el emperador como símbolo de la libertad. El desarrollo de los munera hizo necesaria una renovación por este medio. Aun así no fueron raros los casos de ex-gladiadores libres que volvieron al combate, como un tal Flamma que se reenganchó cuatro veces.
5.3.4.- Los juegos griegos.
Siguiendo una tradición de época republicana algunos emperadores pretendieron implantar en el Estado romano juegos de origen griego, cuatrienales y en los que la lucha se entendía como deporte y había espacio para lo intelectual con certámenes de poesía y canto. Augusto creó los Actiaca y Nerón los Neronia, pero no cuajaron y hubo que esperar a Domiciano para que el Agon Capitolinus -creado en 86- tuviese algo de aceptación, si bien no fue nunca competencia para la gladiatura y la aristocracia lo consideró una degeneración extranjera. En ellos había ocho categorías: carreras, combate, lanzamiento de disco y de jabalina, elocuencia, música y poesía griega y latina. Los deportes se practicaban en el Circo Agonal y las artes en el Odeón, ambos edificios construidos con este fin.
6.- La religión.
La religión tradicional romana tendía ya a finales de la república a un cierto descreimiento. Cada vez más el romano culto interpretaba los mitos como alegorías, lo que se demuestra en la gran cantidad de conceptos divinizados que aparece en la numismática de la época, donde la Victoria, la Paz o la Concordia se dibujan humanizadas. Sin embargo, a pesar de la caída del mito, el rito continuaba vigente como parte integrante de la maquinaria social, política y económica de Roma, y en el mejor de los casos como trasunto del reconocimiento de que “algo hay” más allá de lo trascendente, “algo” que a veces se identificaba con la divinidad de los estoicos. La reconstrucción religiosa y moral de Augusto se vale tanto de estas conveniencias del rito como de la fe sincera en los mitos de amplios sectores de la población fuera de la capital.
A los elementos originales de la aldea que era la Roma primitiva -divinidades del ciclo agrario, espíritus de la naturaleza, etc.- se suman pronto las divinidades políadas y de origen griego. Sin embargo en el imperio, cuando los pies romanos se paseaban por toda la Ecumene, era inevitable que subiesen por Ostia y se asentasen en los templos de Roma divinidades y creencias de los más dispares rincones del mundo, con un inconveniente: ¿qué ocurre cuando estos cultos sean incompatibles con las necesidades sociales y políticas de Roma? En otras palabras, ¿qué ocurrirá cuando un cristiano se niegue a sacrificar al emperador divinizado? Pero estamos adelantando acontecimientos. Miremos primero hacia las tendencias místicas: llegan a Roma en un momento en que el espíritu crítico y científico se encuentra debilitado y hay un auge de la adivinación y las prácticas mágicas; por otro lado los misterios se sirven del ansia de novedad, del afán de saber y trascender los límites del mundo sensible. En una “época de angustia”, como la llamó Dodds, las religiones mistéricas -por ejemplo la de Eleusis o la de Príapo- ofrecen la salvación y los secretos del cielo a sus adeptos. Que la combatieran los emperadores como contrarias a la religión nacional romana no sirvió de nada. Lejos de ello, a partir de Calígula ganaron a los emperadores para su causa. Cultos como los de Isis o Mithra, otrora prohibidos, estaban en franco auge a finales del Alto Imperio.
La religión es parte del mortero del que hemos venido hablando y que mantiene cohesionado al imperio. Por encima de cultos arcaicos, clásicos o nuevos el Estado romano aplica en el Alto Imperio el culto al emperador con este objetivo. Sus iniciadores fueron Augusto y Tiberio. La práctica comenzó en las provincias orientales, en las que el culto al gobernante divino tenía una tradición de milenios. Pronto los griegos de Europa, acostumbrados a tales cosas por su contacto con el Oriente, también lo aceptaron. También en Occidente había precedentes, como la devotio al jefe practicada en Hispania y Galia y el culto a los monarcas númidas. Por otro lado los primeros emperadores divinizados habían muerto, así que no se adoraba al hombre, sino sólo al emperador, y siempre acompañado de la Dea Roma. Otro modo de introducir oblicuamente esta tradición en el mundo latino fue rendir culto al genio y los lares del emperador, es decir, a sus espíritus personales en lugar de a él. El templo del Divino Julio fue inaugurado en 29 a.C. en Roma. Augusto fue divinizado a su muerte. Tiberio, Claudio, Vespasiano y Tito también lo fueron. Cuando terminó el siglo I el culto imperial funcionaba de manera normal y a pleno rendimiento en todo el imperio.
El judaísmo y el cristianismo llegaron a Roma y se expandieron por el imperio en el mismo modo y manera en que lo hicieron el resto de los cultos orientales. Los judíos habían sido relativamente respetados y protegidos hasta la conquista de Jerusalén por Tito. Su proselitismo fue muy influyente en el imperio y muchos gentiles se convirtieron o simpatizaron. En cuando al cristianismo, la primera referencia a él la da Suetonio al decir que, bajo el gobierno de Claudio, sembraron el desorden en Roma los seguidores de Creso, nombre que aparece por Cristo en varias fuentes; Jesús había predicado bajo Tiberio. Al principio Roma no distinguía entre cristianos y judíos, como tampoco distinguía entre el judaísmo y otros cultos orientales. Fue a fines del siglo I o comienzos del II cuando se redactó el corpus del Nuevo Testamento y comenzaron a aparecer los ritos y el sacerdocio cristianos. En el Alto Imperio aparecen también las primeras persecuciones a los cristianos, sobre todo bajo Trajano y Marco Aurelio, por lo que de peligrosa tenía esta religión para el plan homogeneizador del Estado.
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Enviado por: | David Cabeza |
Idioma: | castellano |
País: | España |