Ciencias Empresariales


Estructura demográfica de España


Resumen Tema 8.-

8.1. LA BASE DEMOGRÁFICA.

1. Evolución y composición de la población.

Las características de la población actual son resultado de la interacción de dos factores: la evolución histórica de la na­talidad y la mortalidad en España y los movimientos migratorios.

La evolución y la transformación de la estructura de la población espa­ñola, como en el conjunto de las sociedades desarrolladas, ha estado marcada por el proceso de modernización y cambio conocido como transi­ción demográfica con algunas particularidades, al iniciarse más tarde y a un ritmo más rápido.

La demografía española ha experimentado cambios de al­cance, entre los que sobresalen el descenso de la mortalidad y de la natali­dad, el aumento de la esperanza de vida media generacional y el consi­guiente envejecimiento.

El rasgo demográfico más acusado, en las dé­cadas más recientes, ha sido la brusca reducción de la natalidad, debido a un desplome de la fecundidad (número de hijos por mujer), desde la década de 1970 hasta el cambio de siglo, para registrar la más reducida, al lado de Italia, de toda la Unión Europea.

Esta caída de la fecundidad era la consecuencia de un conjunto de profundos cambios en las estructuras económicas, sociales, culturales y del sistema de valores, y en particular de los que han afec­tado más directamente a la configuración de la familia, al papel de la mujer y a las condiciones del mercado de trabajo.

En los últimos años se ha recuperado la fe­cundidad y la natalidad, hasta el punto de que en 2003 la tasa de natalidad en España superaba al promedio de la Unión Europea-25, a la que ha contribuido la llegada a la edad fértil de más mujeres y el comportamiento de la población inmigrante (se obser­van tasas de fecundidad más elevadas entre las mujeres inmigrantes que entre las nacidas en España).

La disminución de la fecundidad y la mortalidad y el alargamiento de la esperanza de vida han acarreado un cambio sustancial en la estructura de edades de la población española y han provocado un envejecimiento gradual de la población, que se refleja en la pirámide de población. La base de la pirámide se ha estrechado a lo largo de las últimas décadas. La comparación con la euro­pea resalta la intensidad del ajuste demográfico español, que parece haber finalizado, como se manifiesta en el li­gero ensanchamiento de la base, lo que refleja acercamiento del perfil demográfico español a la referencia europea.

La convergencia demográfica con Europa también queda reflejada en el ensanchamiento de los estratos superiores y de la cúspide de la pirámi­de. El rasgo más preocupante para España es, quizás, el futuro incremento de la tasa de dependencia y, con­cretamente, la llegada a las edades de jubilación de las generaciones más numerosas.

Por último, un rasgo a destacar es la desigual distribución del crecimiento vegetativo por regiones, que muestra saldos muy negativos en el noroeste y en el conjunto de las regio­nes interiores. En contraste, las regiones costeras, des­de Andalucía hasta Cataluña, junto con las islas y Madrid, concentran los mayores incrementos vegetativos, mostrando cómo la población española oscila progresivamente hacia el sur.

2. Movimientos migratorios.

El segundo efecto que actúa sobre la estructura demográfica de un país es la incidencia de los movimientos migratorios.

En España, las transformaciones en las pautas migratorias, durante los últimos años, han sido un factor sobresaliente, en relación con el movimiento natural, para explicar los rasgos demo­gráficos más recientes.

La influencia de las migraciones sobre la magnitud y la composición poblacional requiere atender, primero, a los cambios cualitativos producidos y, después, a su gran impacto cuantitativo sobre los efectivos humanos del país.

Desde una óptica cualitativa, las últimas décadas encierran una impor­tancia que no cabe desconocer.

Por un lado, las migraciones interiores pa­recen recuperarse en los últimos años, bajo el efecto de la desigual crea­ción de empleo por regiones y su influencia, especialmente, sobre los pro­cesos de inserción laboral de los jóvenes. Atrás se queda un período de dos décadas con una muy escasa movilidad que siguió, a su vez, al ciclo ante­rior a la década de 1980 en el que el éxodo rural y los movimientos intraregionales e interregionales, con origen en las zonas más atrasadas del in­terior y del sur y destino en las áreas más desarrolladas de la periferia, co­bró una gran intensidad.

Pero, por otro lado, el cambio más significativo se percibe en las co­rrientes migratorias exteriores. Para España, origen tradicional de corrien­tes de emigración, primero hacia la América hispana y después hacia la Europa comunitaria (con un saldo, en este último caso, de 800.000 efecti­vos netos entre las décadas de 1960 y 1980), la inversión del sentido de esos movimientos, pasando de emisor a receptor de corrientes migratorias, de país de emigración a país de inmigración, ha supuesto un cambio de notable importancia en el presente y de indudable incidencia en el futuro próximo.

En la raíz de esta inversión de los flujos migratorios internacionales se encuentran básicamente dos tipos de factores:

En primer lugar los efectos de la libre circulación de trabajadores en el ámbito de la Unión Europea y el gran atractivo que tiene España como lugar residencial para los europeos. Una mención especial ha de hacerse, en este sentido, al eleva­do número de personas del centro y del norte de Europa que vienen a dis­frutar los años de su jubilación a España, atraídos por el clima.

En segun­do lugar, se observa una importante presión inmigratoria, que procede fundamentalmente de Marruecos, de Iberoamérica (Ecuador y Colombia, en particular) y del África Subsahariana, estimulada por las condiciones económicas, demográficas y sociopolíticas de esas áreas, que encuentran en España un punto de destino o una puerta de entrada hacia el continente europeo.

En relación con este segundo tipo de inmigración, más joven y clara­mente más ligada a la actividad económica y al empleo, cabe distinguir, a su vez, dos tipos de estímulos económicos, los llamados factores de oferta y de demanda.

Los de oferta actúan a través de las condiciones iniciales de las personas que emigran, sus expectativas de mejora del nivel de renta y de la calidad de vida y, como resultado de éstas, su disposición a emigrar.

A estos elementos deben añadirse otros factores no estrictamente económi­cos, como las diferencias culturales, el idioma o la existencia de compa­triotas emigrados anteriormente, que pueden ejercer una influencia nota­ble en la propensión a emigrar y en la elección del destino.

Sobre los facto­res de demanda, la escasez de mano de obra en determinadas actividades puede impulsar a las empresas a la búsqueda de efectivos en otros países. Por último, de forma superpuesta a las tendencias citadas, las políticas de inmigración también moldean los flujos migratorios de acuerdo con los objetivos, explicitados o no, del país receptor.

Los elementos anteriores han originado un crecimiento sobresaliente de la inmigración joven durante los últimos años, modificando claramente la composición de la población extranjera. Junto con su origen extracomunitario, la concentración de inmigrantes en la franja de 16 a 45 años explica que se trata de personas que buscan básicamente empleo y mejora del nivel de vida.

La magnitud de la inmigración en España se pone de manifiesto en que a finales de 2001 las estadísticas oficiales registraban 1,2 mi­llones de extranjeros residentes y, tres años después, el INE reco­nocía en el padrón 3,7 millones.

Este rapido incremen­to de la inmigración se refleja, en una cifra de población total en España a comienzos de 2005 que alcanzaba los 44 millones de per­sonas, de las que el 8,4 por 100 eran extranjeros. El impulso de la inmigración queda patente en la contribución de los saldos migratorios al incremento poblacional, que en los últimos años multiplican por seis a los aportes del movimiento natural.

Migraciones que ayudan a reforzar dos ten­dencias demográficas ya citadas:

- en términos geográficos, los inmigrantes jóvenes se concentran en las islas, en la costa mediterránea y en Madrid;

- en términos de edades, los grupos más abundantes incrementan las cohor­tes más numerosas de la historia de España.

Además, la división por sexos es bastante equilibrada, sobresaliendo entre los jóvenes las mujeres proce­dentes de Iberoamérica, y los hombres de Marruecos y de otros países no comunitarios.

En contraste, la presencia de residentes comunitarios a lo largo de todas las edades, y su superioridad en edades superiores a los cincuenta años, muestra la importancia del primer tipo de inmigración, que se refleja especialmente, en la elevada presencia de extran­jeros respecto a la población residente en las islas.

Los datos sugieren que las consecuencias de la inmigración actual sobre la economía y ne­cesidades sociales futuras del país no responden a un objetivo de equili­brio demográfico, sino que acentúan la brecha de edades existente en Espa­ña.

Ello puede tener, entre otras consecuencias económicas, una elevación del empleo a corto plazo; un efecto de mejora de la productividad a medio plazo (los inmigrantes suelen acumular capital humano a ritmos superiores a los de los países receptores); y un au­mento de la dependencia a largo plazo, cuando estos alcancen las edades de jubilación. Por último, habrá que considerar este proceso, en los próximos años, como un fenómeno social y cultural de amplia proyección.

LA TRANSICIÓN DEMOGRÁFICA Y DESPLOME DE LA FECUNDIDAD

Se le llama transición demográfica al proceso de evolución y cambio demográfico que, han recorrido las economías desarrolladas entre la mitad del siglo XVIII y los comienzos del siglo XX. Ese proceso ha tenido lugar secuencial mente a lo largo de una serie de etapas:

-a partir del siglo XVIII va cediendo la mortali­dad catastrófica;

-desde la primera mitad del siglo XIX se consigue la disminución de la mortalidad ordinaria;

-en la segunda mitad de dicho siglo co­mienza a observarse un descenso de la natalidad;

-desde principios del siglo XX es notable el progresivo envejecimiento de la población;

-y ya en el segundo cuarto del siglo XX se percibe la desaceleración en el crecimiento poblacional.

Los países del centro y del norte de Europa han sido los que más se han ajustado a este esquema y calendario de transición de­mográfica, mientras que en los del sur, incluyendo el caso español, se han registrado especificidades, que han retrasa­do, primero, y acelerado, después, ese proceso.

En España, a comienzos del siglo XX culmina la reducción de la mortalidad catastrófica, desde comienzos del siglo XX la mortalidad ordinaria siguió una trayectoria des­cendente a lo largo de todo el siglo, que alcanza un mínimo en la década de 1970 para repuntar ligeramente con posterioridad, pasando de una tasa de casi el 29 por mil al inicio del siglo a otra del 9 por mil al comenzar el siglo XXI. Esa disminución de la mortalidad ha corrido paralela a un continuo aumento de la esperanza de vida, duplicada en el transcurso del siglo, al pasar de 34 a 76 años en los hombres y de 36 a 83 año s en las mujeres.

La trayectoria seguida por la natalidad es más llamativa: ha registrado una drástica y permanente reducción, que constituye uno de los cambios demográficos más radicales en España y es el refle­jo de la reducción de la fecundidad. El número de hi­jos por mujer en edad fértil, situado en cuatro en el arranque del siglo XX, se mantenía todavía en cerca de tres a mediados del decenio ele 1970 y se ha re­ducido drásticamente desde entonces hasta una cota de 1,3 hijos en el año 2003, que no garantiza la tasa ele reemplazo generacional, establecida en 2,1 hijos por mujer.

La evolución conjunta de la mortalidad y la natalidad, ha determinado el crecimiento de la población española, al duplicarse en el transcurso del siglo, pasando de casi 19 millones en 1900 a 44 millones de personas en el año 2004. El crecimiento vegetativo de la población ha sufrido oscila­ciones con un descenso al final del siglo que, a pesar del ligero repunte posterior a 1998, sitúa las tasas de crecimiento natural de la población española por debajo de las de la OCDE (0,6 por 100) y la Unión Europea (0,3 por 100), y únicamente similares a las de Italia v Portugal.

Todos estos cambios demográficos, revelan el alcance de la transformación experimentada en las pautas tradicionales y pone de relieve hasta qué punto la sociedad española se ha adaptado a las características de los países desarrollados de su entorno. Salvo en el mayor despoblamiento y en la baja densidad de población, las restantes características demográficas españolas presentan en la actualidad rasgos simila­res.




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Enviado por:Exedra
Idioma: castellano
País: España

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