Literatura
El sí de las niñas; Leandro Fernández de Moratín
BI Español A1 Nivel Avanzado II
Período H
Profesor: R. F. M.
El Sí de las Niñas: Un Desliz en Declive
Prólogo
El movimiento neoclásico abarcó todas las artes y surgió ligado a los eventos políticos de la época, la Ilustración, y las revoluciones. En un principio los artistas buscaron reemplazar lo que ellos llamaron la sensualidad y trivialidad del “rococó” por un estilo lógico, solemne en su tono y moralizador en su carácter.
El neoclasicismo en España florece durante el reinado de Carlos III. Este movimiento se enmarca dentro de los valores del siglo XVIII que incluyen el didacticismo que critica abiertamente las supersticiones y falsas creencias que no se sustentan en la razón; busca la verdad no la belleza, un arte reflexivo y el utilitarismo. Siendo Moratín un autor neoclásico obedece a la estructura de la preceptiva clásica y al mismo tiempo su temática social es vanguardista.
El Sí de las Niñas fue escrita en 1801, pero no fue estrenada hasta 1806 en el apogeo de la carrera de Moratín de corta duración. Al ser derrotados los franceses en la Batalla de Arápiles culminando con la invasión napoleónica de 1808, Moratín es desterrado.
El Sí de las Niñas: Un Desliz En Declive
“Aquí no se trata de ningún desliz, señora Doña Irene; se trata de una inclinación honesta, de la cual hasta ahora no habíamos tenido antecedente alguno” - En El Si de las Niñas de Leandro Fernández de Moratín, Don Diego protagoniza una evolución del personaje ya que a través de su trágica experiencia, descubre que la intensidad y la fuerza con que nos arrastra un ideal enceguece la razón. Es más, la obra sintetiza la transformación social de la época a raíz del liberalismo emergente y con esto se dan las condiciones para divulgar una crítica abierta al conservadurismo español. Cuando se ausenta “una inclinación honesta” al exteriorizarnos, ocurre un “desliz” moral pues se enfrenta la apariencia con la realidad. De esta forma, Moratín hace una demostración literaria de cómo el comportamiento y el pensamiento social bajo el racionalismo, se sobrepone a la idealización y superficialidad del romanticismo.
Con el fin de justificar la evolución hacia el pensamiento racional, Moratín inicia su obra exhibiendo en la figura de Doña Irene el modelo desperfecto romántico-social. Doña Paquita es la última hija a quien ella “debe casar” y de paso aquella conveniencia familiar basado en lo económico que vendría a futuro junto al matrimonio, es en realidad una conveniencia para su propia imagen como madre.
“En todos los estados se sirve a Dios, Paquita; pero el complacer a su madre, asistirla, acompañarla y ser el consuelo de sus trabajos, ésa es la primera obligación de una hija obediente…”
Doña Irene había tenido tres matrimonios en los cuales dio vida a 22 hijos, y de estos, la planificación del matrimonio de Doña Paquita permanecía como el último deber pendiente. Sin embargo, la decisión de Doña Irene en casar a Paquita con Don Diego, no respeta ni considera los sentimientos de su hija. Es más, este caso de “atropello” de una madre por sobre los intereses de una hija se ha convertido en un tema recurrente no sólo en la obra de Moratín, sino que también en Eugenia Grandet por Honoré de Balzac también en el siglo XIX, y en El Zoológico de Cristal por Tennessee Williams en el siglo XX. Por otro lado, Moratín enfatiza la actitud ilógica de Doña Irene al preponderar la diferencia de edad entre Doña Francisca de 16 años y Don Diego de 59; Doña Paquita es todavía una niña (así como el título de la obra lo sugiere) sumida en los amores inocentes en la primavera de su vida, mientras que Don Diego es un hombre de experiencia y de una madurez formidable que se demuestra cuando asume serenamente la proximidad de su muerte. A pesar de la desmesurada brecha existente en las edades, Doña Irene aceptaría la consumación del matrimonio ya que Don Diego poseía los requisitos necesarios para ser un excelente “candidato”. Estas palabras denotan la aceptación entusiasta de Doña Irene por vincularlo familiarmente:
“¡Tan buen cristiano!, ¡Tan atento!,¡Tan bien hablado!…, un sujeto de bienes…”.
Otro aspecto que se relaciona con la vacuidad del idealismo obsoleto es la formación devota de las niñas (como Doña Paquita) inculcada por la educación católica. Aquí debemos reconocer y apreciar el énfasis del catolicismo por otorgar una base moral en las niñas, sin embargo, la exageración de un retiro cristiano en las primeras etapas de la vida conllevan un efecto contraproducente que se manifiesta en Doña Paquita: la candidez de su mirada hacia un mundo fantasioso e iluso se percibe en los breves momentos en los cuales ella sale de convento en compañía de su tía monja. Pareciera que la educación recibida le hubiese extirpado la mente, inhibiendo toda capacidad de cuestionar y anteponerse a las incongruencias de la realidad y sus sueños.
Por otro lado, Moratín nos revela los sentimientos de Doña Paquita a través de las conversaciones cotidianas entre ella y su criada, Rita. En ésta relación reside un doble contraste; en primer lugar una indiscutible diferencia socioeconómica a favor de Doña Paquita que, sin embargo, se invierte cuando oímos las palabras racionales o más bien, sabias de Rita. Por ejemplo,
“¡Qué bobería! Desengáñese usted, señorita. Con los hombres y las mujeres sucede lo mismo que con los melones de Añover. Hay de todo; la dificultad está en saber escogerlos. El que se lleve chasco en la elección, quéjese de su mala suerte, pero no desacredite la mercancía...Hay hombres muy embusteros, muy picarones; pero no es creíble que lo sea el
que ha dado pruebas tan repetidas de perseverancia
y amor”.
El segundo contraste corresponde a la ironía en cuanto a la condición de Rita como persona ineducada que de igual forma es capaz de enfrentar la vida en forma mucho más acertada que Doña Paquita; tan sólo utilizando el conocimiento de cosas sencillas, Rita establece una analogía entre “los melones de Añover” y “los hombres”, algo que se encuentra lejos de la capacidad de Doña Paquita debido a que la posibilidad de experimentar se mantuvo cautiva entre las rejas del convento. Esto constituye, sin lugar a dudas, una crítica a la educación restringida y planificada por la Iglesia.
A la vez, la modestia de Rita le permite encontrar la felicidad en su amor y relación de pareja con Calamocha, sirviente de Don Carlos. A diferencia de Doña Paquita y Don Diego, Rita y Calamocha se encuentran exentos de cumplir a las concepciones sociales, y por esto, el amor en los estratos sociales inferiores es fruto de una honestidad superior y posee una libertad desconocida por sus propios amos.
Retomemos la crítica sobre la formación de las niñas bajo la catequesis y asociemos esto a la pujanza de la sociedad que rodea a Doña Paquita hacia la búsqueda de amores idealizados. De esta unión nace el amor entre Doña Paquita y Don Félix. Quizá de los años en el convento de Guadalajara, Doña Paquita haya asimilado una base moral y correcta demostrada en su obediencia incondicional con su madre. Sin embargo, la joven practicante de la “Regla de San Benito” se encuentra sumida en un mundo de idealizaciones comparables a la de Don Quijote, pues se enamora de Don Félix de Toledo, teniente coronel y merecedor de la Cruz de Alcántara de las manos del Rey, y además, un hombre de honor hecho por su trayectoria bélica. De esta forma, la educación no es capital de crecimiento humano, puesto que a Doña Paquita no le permite acercar su mente a la realidad y alcanzar una valorización profunda del ser humano; una educación que pretende ocultar la verdad de las experiencias ordinarias, bajo el estricto control de las formas socialmente aceptadas, sólo perpetúa la superficialidad del pensamiento. De todas formas, la inocencia de Doña Paquita es compatible a la galantería de Don Carlos, y aunque ambos tengan buenas intenciones en el amor que fundaron, ambos son personalidades irreales y forjados por ideales sociales.
Ahora bien, la crítica social y neoclásica de Moratín no queda establecida si no hacemos referencia a la metamorfosis que ocurre en el pensamiento de Don Diego. Según las bases de la tragoedia griega de antaño, el protagonista debe ser víctima de un defecto trágico; en El Si de Las Niñas, Don Diego amó a Doña Francisca sin antes conocer su persona, pues fueron las palabras y promesas de Doña Irene respecto a su hija lo que engendraron aquel mundo de ilusiones sobre el cual Don Diego construyó la posibilidad de consumar el matrimonio. El nacimiento de este amor idealizado y el no conocer la verdad sobre la relación entre Don Carlos y Doña Paquita a tiempo, condujo la tragedia. Sin embargo, vemos que sobre el defecto de Don Diego, influye el defecto social trascendental que ya hemos visto: la realidad oculta tras la apariencia. Las siguientes líneas describen el origen de aquel amor subliminal de las palabras de Don Diego:
“[La criada[ me ha informado de que jamás observó en esta criatura la más remota inclinación a ninguno de los pocos hombres que ha podido ver en aquel encierro. Bordar, coser, leer libros devotos, oír misa y correr por la huerta detrás de las mariposas...estas han sido su ocupación y sus diversiones...”
Entonces, la tragedia amorosa de Don Diego nace de un capricho de hombre mayor acrecentado por el frívolo interés y acción por conveniencia de Doña Irene. Así, una historia aparte para Don Félix y Doña Paquita permanece lejos del conocimiento de quien quiso casarse con la jovialidad e inocencia de una niña. De esta forma, el clímax de la obra es evidentemente el desengaño de Don Diego después de un descubrimiento impensado cuando los dos amantes se hallaban juntos. Este acontecimiento desató realizaciones que van más allá del contexto personal.
“Yo pude separarlos para siempre y gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre...¡Carlos!...¡Paquita! ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acaba de hacer...!”
Ante el agravio de la ocurrencia, Don Diego no pierde la compostura y vemos que su aprecio por Doña Paquita es constante. Por otro lado, Don Diego está consciente de su facultad para casarse a Doña Paquita de igual modo, sin embargo, obedece a la pureza de su consciencia. Este noble comportamiento denota un grado de madurez superior, un acato al perdón, pero todo a cuestas de un alma herida. Esta experiencia probablemente es la más significativa de su vida; aunque no muere físicamente, la confianza que Don Diego alguna vez depositó en el sí de las niñas ha perecido para siempre, de la misma forma que Moratín espera que suceda en la realidad. Es Don Diego un héroe trágico indiscutible, pues, a pesar de ser víctima de traición y falsedad, su racionalidad se sobrepone al posible odio o resentimiento, y así, Don Diego finalmente concede el matrimonio de Don Carlos y Doña Paquita. No obstante, Don Diego no sólo reconoce su propia falencia, sino que también hace cuenta de una falencia social generalizada arrastrada desde el romanticismo;
“Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida simulación... ...o que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien gobierna. Todos se le permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten... se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo” .
¿A que razón obedece la apariencia? ¿Acaso la sinceridad no es un bien transparente e igual para Reyes y criados? Un hombre puede haber vivido 59 años, pero en un sólo año la fuerza del desengaño posterior a una trágica experiencia lo eleva a realizaciones “sin antecedentes”. La evolución en el pensamiento de Don Diego no trata únicamente de la transición hacia la racionalidad: en el momento que adquiere una percepción macroscópica de las consecuencias morales cuando la vida en su esencia natural se distorsiona por un mundo que gira en torno a las idealizaciones, es decir, al cumplimiento de los modelos sociales. A partir de ésta autocrítica social, Fernández de Moratín establece las bases de una madurez racional que contribuirá al progreso cultural en todos los estratos sociales a principios del siglo XIX, si es que se encuentra la capacidad de vencer la superficialidad. Finalmente, Don Diego se sume en una tragedia de la cual no es del todo responsable, y con esto descubre que los sentimientos no son siempre “seguridades” que se han de fiar en el “sí de las niñas”.
Bibliografía
Moratín, Leandro Fernández de, El Sí de las Niñas, Editorial Andrés Bello, Santiago, Chile, 1983.
Díaz-Plaja, Guillermo, Historia del Español, Editorial Ciorda & Rodríguez, Buenos Aires, Argentina, 1955.
“Teatro Español”, Historia Universal de la Literatura, Tomo II, Ediciones Orbis, Barcelona, España, 1987.
Moratín, Leandro Fernández de, El Sí de las Niñas, Editorial Andrés Bello, 1983, Santiago, Chile; P.124
Fernández de Moratín, p. 53
Fernández de Moratín, p.52
Fernández de Moratín, p. 42.
Fernández de Moratín, p. 103
Fernández de Moratín, p. 108
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Enviado por: | Paula Tassarus |
Idioma: | castellano |
País: | España |