Se trata de una elegía de Miguel Hernández a Ramón Sijé, incluida dentro del libro de El rayo que no cesa, publicado en 1936. Miguel y Sijé eran compañeros desde hacía tiempo y se habían jurado que si uno de ellos moría, el otro debería cavar la tumba del amigo. Cuando llegó, Sijé ya había sido enterrado y Miguel, furioso, pretendió desenterrar a su amigo.
El poema viene a ser una carta que alude a esta promesa. El conflicto interno entre el corazón y el cerebro produce la lucha de dos iconografías: la blanca, espiritual (reforzada por la aliteración alma-almendro) y la roja, sangrienta (reforzada por la imagen de la amapola).
Se trata de una elegía cuya métrica corresponde a 16 tercetos endecasílabos de rima consonante y encadenados. Con un total de 49 versos, el último corresponde a un verso de cierre que rima con el verso interno del último terceto.
Se distinguen en el poema tres apartados que corresponden a los tres estados de ánimo que refleja el autor: una etapa de aceptación de la muerte del amigo (vv1-21), otra de rebelión contra la muerte (vv22-33) y la última de sublimación o resolución del conflicto interior (vv34-49).
El poema empieza con la lamentación de Miguel Hernández que llora sobre la tumba del amigo. El sentimiento de estos tres primeros tercetos es de gran desolación. Esta primera parte es una introducción resignada en la que se representa al amigo bajo la metáfora de la muerte de estercolar la tierra. En el v5, el dolor es tan fuerte que no puede ni hablar, y mediante la personificación de las amapolas (desalentada) dará su corazón (sinécdoque de vida) por alimento. La presencia del rojo de las amapolas como sinónimo de vida se ve reforzado por los vv 8 y 9, en que el poeta alude nuevamente al dolor mediante una hipérbole. La aliteración de estos versos hace el dolor más profundo. En el v7, un encabalgamiento entre el 2º y 3r terceto, marca una cierta brusquedad. El 4º terceto es una enumeración anafórica, repleta de sinestesias y con una aliteración como fondo. La abundante adjetivación pesimista, acentúa el carácter violento y acelera el ritmo del poema. La aglomeración de sujetos para un solo verbo en participio nos expresa de nuevo ese ritmo apresurado por la ira consumada del autor. En el v13, se hace patente de nuevo una hipérbole que finaliza con una paradoja muerte-vida en el v15. En el v16 encontramos también una metáfora de la muerte (rastrojos de difuntos). El séptimo y último terceto de la primera etapa del poema, es una derivación pleonásmica y anafórica con un refuerzo de lo temporal como fugacidad y una derivación en el v20. También remarcar en esta primera etapa, el cambio de tiempos verbales, del futuro (vv1-7) al presente (vv8-21) que subraya la duración del dolor.
La segunda etapa marca un clímax intermedio, un estado emocional de rebelión ante lo inevitable de la muerte. El tono se convierte en rebeldía y desespero. El paralelismo anafórico del octavo terceto da énfasis a este desespero y culminará en el onceavo con el deseo de rescatar a Sijé de la muerte. Precisamente, en el octavo terceto, personifica a la muerte y crea una antítesis con la vida. La desesperación del terceto le lleva a la obsesión por escarbar la tierra, reiterada a lo largo del poema. La sinestesia de destelladas, reafirma el cálido y fervoroso sentimiento. En el terceto 11, el polisíndeton y la similicadencia, además de una incorrección en regresarte (vb intransitivo) nos subraya el fuerte carácter emocional de los versos.
La tercera y última etapa es de breve consuelo. La calma se restablece en el desolado espíritu del poeta y Miguel Hernández llama a su amigo para dialogar como antaño. Esa paz interior que el autor empieza a sentir se refleja en el carácter angelical de los vv 35, 36 y 37, enlazados por un encabalgamiento. La aliteración del v38 da esa sensación conciliadora. El v40 contiene una perífrasis referente a la imagen física del autor, no mencionada hasta el momento. La charla con su viejo amigo le quitaría las ojeras que ya se hacían patentes en su rostro: su sufrir interno se ve reflejado en su tez. El v41 de nuevo resalta la lucha de colores eludida a lo largo del poema. En el v43 metafora sobre el corazón del amigo y remarca la imagen del almendro, símbolo de juventud y temeridad: el corazón rojo alimentará al almendro, que aflorará en sus ramas en forma de blancas y espirituales rosas, mencionadas y personificadas en el v46. El último verso, es un verso de cierre, que mediante un apóstrofe, apela a Sijé y se despide inevitablemente de él.