Filosofía y Ciencia
El príncipe; Nicolás Maquiavelo
Resistencia a los cambios
Los hombres viven tranquilos si se les mantiene en las viejas formas de vida.
La incredulidad de los hombres, hace que nunca crean en lo nuevo hasta que adquieren una firme experiencia de ello.
La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos.
La venganza
A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las graves no puede: la afrenta que se hace a un hombre debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza.
Cuando iniciar el combate
No se debe jamás permitir que se continúe con problemas para evitar una guerra porque no se la evita, sino que se la retrasa con desventaja tuya.
Imitar a los grandes hombres
Un hombre prudente debe discurrir siempre por las vías trazadas por los grandes hombres e imitar a aquellos que han sobresalido extraordinariamente por encima de los demás, con el fin de que, aunque no se alcance su virtud algo nos quede sin embargo de su aroma.
Las recompensas
Quien cree que nuevas recompensas hacen olvidar a los grandes hombres las viejas injusticias de que han sido víctimas, se engaña.
La crueldad
Se puede hacer un buen o mal uso de la crueldad. Bien usadas se pueden llamar aquellas crueldades (si del mal es lícito decir bien) que se hacen de una sola vez y de golpe, por la necesidad de asegurarse, y luego ya no se insiste más en ellas, sino que se convierten en lo más útiles posible para los súbditos. Mal usadas son aquellas que, pocas en principio, van aumentando sin embargo con el curso del tiempo en lugar de disminuir.
Las injusticias y los favores
Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores se deben hacer poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor.
Los hombres, cuando reciben el bien de quien esperaban iba a causarles mal, se sienten más obligados con quien ha resultado ser su benefactor, el pueblo le cobra así un afecto mayor que si hubiera sido conducido al Principado con su apoyo.
Contraer obligaciones
La naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre sí tanto por los favores que se hacen como por los que se reciben.
La apariencia de las cosas
La poca prudencia de los hombres impulsa a comenzar una cosa y, por las ventajas inmediatas que ella procura, no se percata del veneno que por debajo está escondido.
Prudencia
El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente.
El arte de la guerra
Un príncipe que no se preocupe del arte de la guerra, aparte de las calamidades que le pueden acaecer, jamás podrá ser apreciado por sus soldados ni tampoco fiarse de ellos.
Lo que se debe hacer
Quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación.
Generosidad
Hay que ser liberal con todos aquellos a quienes no quita nada - que son muchísimos - y tacaño con todos aquellos a quienes no da, que son pocos.
Con aquello que no es tuyo ni de tus súbditos se puede ser considerablemente más generoso. El gastar lo de los otros no te quita consideración, antes que la aumenta.
Castigos
Con poquísimos castigos ejemplares será más clemente que aquellos otros que, por excesiva clemencia, permiten que los desórdenes continúen, de lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas.
Naturaleza humana
Se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida y los hijos cuando la necesidad está lejos; pero cuando ésta se te viene encima vuelven la cara.
Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio.
Evitar el odio del pueblo
El príncipe debe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor del pueblo consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado.
El príncipe debe evitar todo aquello que lo pueda hacer odioso o despreciado.
Fidelidad a la palabra dada
No puede un señor prudente - ni debe- guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería correcto, pero- puesto que son malos y no te guardarían a ti su palabra- tú tampoco tienes por que guardarles la tuya.
Simular y disimular
Es necesario ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
Cualidades del Príncipe
De ciertas cualidades que el príncipe pudiera tener, incluso me atreveré a decir que si se las tiene y se las observa siempre son perjudiciales, pero sí aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria.
Apariencia
Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres.
Delegar las medidas impopulares
Los príncipes debe ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor de los súbditos. Debe estimar a los nobles, pero no hacerse odiar del pueblo.
Elección y manejo de consejeros
No hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero cuando todo el mundo puede decírtela te falta el respeto. Un príncipe prudente se procura un tercer procedimiento: elige hombres sensatos y otorga solamente a ellos la libertad de decirle la verdad, y únicamente en aquellas cosas de las que les pregunta y no de ninguna otra.
Entretener al pueblo
Se debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas y espectáculos.
Alianzas
Hay que guardarse de entablar una alianza con alguien mas poderoso que tu para atacar a otros, a no ser que te veas forzado a ello. La razón es que en caso de victoria te haces su prisionero y los príncipes deben evitar en la medida de lo posible el estar a discreción de los demás.
También se adquiere prestigio cuando se es un verdadero amigo y un verdadero enemigo, es decir, cuando se pone resueltamente en favor de alguien contra algún otro. Esta forma de actuar es siempre más útil que permanecer neutral, porque cuando dos estados vecinos entran en guerra, como son de tales características que si vence uno de ellos haya de temer al vencedor. El vencedor no quiere amigos dudosos que no lo defiendan en la adversidad; el derrotado no te concede refugio por no haber querido compartir su suerte con las armas en la mano.
Prestigio
Ayuda también bastante dar ejemplos sorprendentes en su administración de los asuntos interiores, de forma que cuando algún subordinado lleve a cabo alguna acción extraordinaria (buena o mala), se adopte un premio o un castigo que de suficiente motivo para que se hable de él. Hay que ingeniárselas, por encima de todo, para que cada una de nuestras acciones nos proporcionen fama de hombres grandes y de ingenio excelente.
Hay muchas gentes que estiman que un príncipe sabio debe, cuando tenga la oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez vencida brille a mayor altura su grandeza.
Si existe un autor universal en cuestiones políticas, ése es Maquiavelo. Aunque su realidad ha sido distorsionada por la exageración del adjetivo maquiavélico, que da imágenes de un pensamiento cruel , despiadado, malévolo y torcido, el verdadero Maquiavelo es mucho más complejo que eso.
La idea seleccionada para esta carta es de la obra Nicolás Maquiavelo, De Principatibus, edición bilingüe, notas, traducción y estudio introductorio de Elisur Arteaga Nava y Laura Trigueros Gaisman, Trillas, 1999, XXI De cómo debe comportarse un príncipe para ser estimado, pp. 293-300. Se trata del libro más conocido como El Príncipe, en una edición altamente recomendable.
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En el inicio de ese capítulo, el autor hace una afirmación que es un consejo al príncipe, es decir, al gobernante. Dice que es necesaria la realización de grandes hechos para que el príncipe sea estimado por sus súbditos. Necesita el gobernante también ser ejemplo de acciones excepcionales. Y como es costumbre en Maquiavelo, él proporciona un ejemplo que prueba su tesis, el de Fernando de Aragón. Este monarca ha sido el autor de admirables hazañas, como la conquista de Granada y también de muchas otras proezas. Estas acciones han mantenido a los súbditos de ese rey, admirados, ocupados, sorprendidos.
El príncipe que quiera ser estimado debe ser ejemplo de osadías y acciones épicas. Tiene que hacer cosas notables en la vida civil, para lo bueno y para lo malo, encontrando formas de premiar y castigar. Todo para hacer que de él se hable mucho. El gobernante, sigue aconsejando el autor, debe usar artificios y habilidades para que de él se hable otorgándole la reputación de persona grande, superior, de hombre de ingenio y luces.
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Maquiavelo, después de hablar un tanto en general, llega a un punto específico: el príncipe que quiere ser estimado debe tener posiciones claras. Debe manifestarse sin dudas a favor o en contra de alguien y hacerlo sin precaución.
El tomar partido en alguna cuestión es mucho más aconsejable para el gobernante que adoptar una situación de neutralidad. Podría suceder que dos reinos vecinos llegaran a las armas; está situación creará una circunstancia en la que el príncipe tema al vencedor de esa guerra.
Es de mayor provecho abrir con claridad la posición personal y declararse a favor de uno de ellos. De no hacer esto, siempre existe la posibilidad de que el príncipe sea presa del vencedor y el vencido mirará con gusto y con satisfacción ese castigo a la neutralidad. Y es que el que resulta ganador en el conflicto no verá con buenos ojos a amigos que no le ayudan en la adversidad; por su parte el vencido no acogerá al príncipe por causa de no haber ido antes en su ayuda y defensa.
Los que no son amigos del gobernante sol icitarán de él su neutralidad; pero el que es su amigo pedirá su intervención.
Los príncipes indecisos que no enfrentan la decisión y rehuyen el peligro permaneciendo neutrales, las más de las veces terminan arruinados.
Sin embargo, cuando el gobernante se abre e interviene sin dudar en apoyo de la parte vencedora, ésta sentirá obligación y deuda ante su aliado. Las victorias además, nunca son tan decisivas como para que el vencedor carezca de una reacción de agradecimiento al príncipe que lo ayudó. Y si resulta que si el príncipe brindó su ayuda al perdedor, él príncipe será acogido por aquél y mientras pueda le dará su ayuda.
Pero hay más consejos al respecto. Si las dos fuerzas en conflicto no son de temer, es incluso mucho más aconsejable y prudente el tomar partido y adherirse a una de las partes. Más aún, el príncipe debe estar alerta y vigilar con cautela para no hacerse aliado de otro mucho más poderoso que él, pues eso significaría quedar a su merced.
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En la siguiente parte de este capítulo Maquiavelo continúa dando consejos al gobernante que quiere ser estimado y admirado. Dice el autor que para lograr eso el gobernante debe ser amante de la virtud. Debe ese príncipe también dar cabida a personas virtuosas, dar protección y honor a quienes lo merecen por sus méritos y acogiendo a los que se distinguen en algún arte. Es aquí donde el autor entra a otros terrenos. Ha dejado de dar consejos sobre alianzas y guerras para entrar al campo del gobierno de su ciudad o región. Y lo hace con igual estilo, con economía de palabras y hablando directo.
El príncipe que quiera ser admirado y querido debe ser capaz de animar y de alentar a sus súbditos al ejercicio tranquilo de sus profesiones, oficios y ocupaciones.
Debe crear un ambiente de tranquilidad, paz y sosiego para que el que trabaje lo haga sin otra preocupación que la de su industria. Sea en la agricultura, en el comercio o en cualquier actividad, el ciudadano debe tener un sentimiento de tranquilidad. Los ciudadan os bajo el dominio del príncipe no deben sentir temores que les impidan embellecer sus propiedades y agrandarlas; debe el ciudadano sentirse seguro de que la autoridad no le arrebatará esas propiedades personales. El príncipe, añade el autor, debe dar premios al esos que tienen esas in iciativas y a todo esfuerzo que persiga engrandecer a la ciudad o al reino.
Más aún, Maquiavelo aconseja al gobernante para sea admirado que sus ciudadanos no deban sentir sobrecogimiento, ni temor por cuestiones fiscales al abrir un negocio propio.
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No queda sin aconsejar lo que ahora es visto como obvio: el príncipe debe encontrar los momentos y las circunstancias adecuadas para que con fiestas y espectáculos el pueblo se mantenga ocupado.
Más aún, el gobernante debe tener contacto con sus ciudadanos. Las ciudades, por lo general, se encuentran divididas en barrios donde habitan personas de diferentes tipos y con cada uno de ellos debe reunirse con periodicidad. Así va a dar ejemplo de humanidad y de magnificencia, pero desde luego cuidando siempre su imagen de dignidad y de majestad, que es algo que jamás debe faltarle.
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Al final, lo que ese capítulo deja, fuera de sus consejos sobre alianzas bélicas, es algo que aún hoy es visto como novedoso: la confianza y la tranquilidad del ciudadano en su relación con la autoridad es un factor positivo para el bienestar.
Lo que Maquiavelo confirma a su estilo es la bondad de dar al ciudadano tranquilidad y confianza, dejándolo libre de tomar iniciativas y de progresar.
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Si volviera a vivir en nuestros días, Nicolás Maquiavelo encontraría en el Medio Oriente una réplica de lo que observó en el norte de Italia cuando escribía El Príncipe a comienzos del siglo XVI: la lucha desnuda por el poder, sin reglas jurídicas ni morales. En su tiempo, Maquiavelo admiró a César Borgia. Hoy habría admirado a Hafez al Assad, el presidente de Siria que falleció el sábado último después de treinta años de poder.
Hay dos clases de príncipes, escribió Maquiavelo: "hereditarios" y "nuevos". Los príncipes hereditarios se rigen por normas anteriores a ellos. Tienen "legitimidad". Los príncipes nuevos son, en cambio, advenedizos que no deben su encumbramiento al rodar de las normas establecidas, sino a su audacia, su habilidad y su falta de escrúpulos porque carecen de legitimidad.
A Maquiavelo no le interesaba la legitimidad sino la ilegitimidad, porque los príncipes más dinámicos de las ciudades renacentistas de su tiempo eran "nuevos" y sólo alguno de ellos podría unir a Italia. Sus recetas nos parecen hoy tan escandalosas porque fueron concebidas para otro mundo: el mundo del veneno y el puñal. Entre nosotros, Perón, ese genial discípulo de Maquiavelo, fue un príncipe nuevo. De la Rúa es un príncipe hereditario que debe su poder a las normas constitucionales que lo precedieron.
En el Medio Oriente hay príncipes hereditarios, ya sean los herederos legítimos de dinastías establecidas como Marruecos y Jordania o gobernantes democráticos como el primer ministro de Israel, Ehud Barak. Pero el potencial conflictivo de la región corre por cuenta de los príncipes nuevos como Saddam Hussein en Irak, el coronel Muammar Khadafy en Libia, Yasser Arafat en Palestina y quien logre imponer al fin su mano de hierro en Siria, ya sea el hijo del dictador fallecido Bashar al Assad o su hermano Rifaat al Assad, trabados a partir de ahora en una lucha mortal.
Siguiendo el paralelo con la Italia que hace cuatro siglos estaba abierta a la lucha de todos contra todos, si alguien consigue unir un día al mundo árabe en el Medio Oriente será, a no dudarlo, un príncipe nuevo.
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Enviado por: | Mony |
Idioma: | castellano |
País: | México |