Literatura
El oro de los sueños; José María Merino
ARGUMENTO.
Miguel es un niño mestizo que vive en algún pueblo de Nueva España. Vive con su madre y sus hermanas. Su padre, según cuentan, se perdió en la selva y murió. Miguel, más bien es un adolescente, es un soñador y le da por soñar en las clases de latín de fray Bernardino, su profesor. Un día el pueblo se vio alterado por la llegada de dos jinetes que resultan ser el padrino de Miguel, llamado Santiago, y fray Bavón. Estos comentan a su madre, y más tarde a nuestro protagonista, que si Miguel estaría dispuesto a ir de expedición al reino de Yupaha y que no se arrepentiría de dejarlo ir porque volvería con gran número de riquezas. Entonces, después de pensarlo, Miguel acepta la proposición.
Miguel, Santiago, fray Bavón y otros hombres partían al reino de Yupaha esa semana. El día antes de la partida, Miguel conoció a Juan que le contó su historia, y por caerle bien a Miguel, pudo unirse a los exploradores. A la mañana siguiente, el Adelantado, son su esposa doña Ana, hicieron instrucción y Miguel le cayó bien a doña Ana. Llegó la hora de partir, y lo hicieron en cuatro naves: una nao, dos carabelas y un bergantín. Durante la travesía Miguel conoció mejor a doña Ana y también conoció a Ginés y a lucia, sirvientes de doña Ana. Pero la Travesía no fue coser y cantar porque, además de haber un ataque de un clamar gigante, hubo una tormenta que hizo mella en algunas naves. Por lo demás los últimos días fueron tranquilos.
Por fin llegaron a un río en el cual se escuchaban tambores pero no veían a nadie. Remontaron el río lo que pudieron y después instalaron un campamento base. Desde allí se podía ver un poblado y decidieron ir a visitarlo para conseguir algunos porteadores. El padrino de Miguel se dirigió con un escuadrón y con Ginés y Lucía (sabían hablar la lengua aborigen) hacia el poblado. Llevaban algunos regalos para impresionar al cacique del poblado, pero, a este no le tuvo que impresionar mucho que exploradores españoles quisieran visitarle con lo que atacó e hirió a varios hombres. Pero al Adelantado tampoco le gustó mucho la bienvenida de cacique con lo que atacó y capturó a varios indios. El Adelantado, mediante Ginés, dijo a esos indios que venían en son de paz y que los perdonaban, además, les dijo que si el cacique podía venir para hablar con él. Al cabo de un rato el cacique se reunió con el Adelantado. Éste consiguió que el jefe indio le diese víveres y porteadores.
Al día siguiente, muy agradecidos, los descubridores españoles se fueron en busca del reino de Yupaha dejando unos cuantos hombres allí para guardar las embarcaciones, y estipulando un plazo tras el cual esos hombres podrían levar anclas y marchase de vuelta a España. La expedición no se olvida de llevarse al cacique con ellos. Esta situación le incomodaba demasiado al jefe indio así que mató a unos vigías, se llevó a Ginés (el chico fue voluntariamente), y escaparon. Esto dejó descolocados a todos, pero decidieron seguir. Llegaron a un gran claro, y después de una buena caza, hicieron una fiesta.
En esto que llega Ginés, vestido de indio, y dice que el cacique ha avisado a otros jefes indios de su presencia allí. También dijo que les iban a esperar en al gran llanura que tenían enfrente. Al saber esto, y después de muchas deliberaciones, optaron por hacer un ataque suicida. (por si había suerte)
El ataque debía seguir un plan. Primero se acercarían al campamento indio aprovechando la oscuridad de la noche. Después, a la orden de fuego, empezarían a disparar a discreción contra todo indio que se moviera. Más tarde, quemarían el campamento. Y así lo hicieron. Fue una verdadera masacre, en la que vencieron los españoles. Al día siguiente tuvieron nuevas noticias sobre los indios: los que quedaron con vida, junto con unos miles más, habían unido sus fuerzas y se dirigían hacia ellos.
Habían dos posibilidades: huir o luchar. Y como buenos españoles escogieron al más divertida, luchar. Tenían una estrategia muy buena: la caballería, separada en dos grupos, se situaría en la retaguardia y a la señal convenida atacarían. Después el resto de gente atacaría de frente. Una emboscada perfecta.
Llegó el momento de la lucha y los indios superaban en número a los españoles, pero por poco tiempo. Los indios, confiados, fueron a atacar a los españoles pero se escuchó una señal y fueron atacados por la espalda por jinetes españoles. La caballería empezó a arrasar a los indios. Estos estaban confusos y desorientados. Y justo en ese momento fue cuando el resto del ejercito español atacó.
Al final de la batalla no quedo un indio vivo, pero los españoles no quedaron impunes: muchos hombres habían muerto y los que quedaban estaban muy cansados y heridos. En el fragor de la batalla el Adelantado murió y tuvo que ser su esposa, doña Ana, la que tuvo que comandar la expedición.
Pasan los días y escasea la comida y el plazo que pactaron con los hombres que guardan las embarcaciones estaba cada vez más próximo. En esto que se encuentran un viejo poblado en el cual sus gentes son de lo más pacífico, debe de ser porque los cazadores del poblado estaban de caza. Su cacique era una señora muy vieja y que decía ser la hija de la gran Yupaha. Entonces todos le preguntaron dónde tenían las riquezas que les prometía el mapa, pero ella dijo que tal tesoro nunca había existido. Esto se lo creyeron a medias unos soldados. Entonces doña Ana, al no tener nada que hacer allí, opta por ir al sur para coger las perlas que la cacique les había dicho. Pero los soldados desconfiados no quieren ir porque prefieren ir a los barcos. Con lo cual doña Ana y su grupo se dirigieron hacia el sur. Los soldados desconfiados vuelven al pueblo por la noche y lo atacan para saber donde tenían escondidos sus tesoros pero no encontraron nada, sólo a los cazadores de la tribu que los expulsaron del pueblo (no sin matar a unos cuantos españoles). Los soldados que sobreviven al ataque del pueblo se reunieron junto con los que se dirigían al sur, y allí se les dio un castigo.
Pasaron los días y cada vez era más difícil seguir con la aventura. Una noche, un grupo de indios los captura y los separa en dos grupos: los guerreros y los inofensivos (doña Ana, Lucía, Ginés, Juan y Miguel). Ginés cae bien a los indios por lo que puede salir libre, y , aprovechando la oportunidad, prepara una canoa para que sus amigos (los “inofensivos”) puedan escapar. Pero surge un inconveniente: los indios se llevan a las mujeres para venderlas al mejor postor. Ante esta situación, Juan y Miguel tienen que escapar solos. Previamente Ginés les dijo que dejasen una señal en algún lugar visible y que esperaran su llegada.
Juan y Miguel ya están a salvo a muchas millas del poblado indio. No se olvidaron de dejar la señal para que sus amigos supiesen que estaban allí. La señal era una rama verde en un tronco de árbol seco. Pasan las horas y sus amigos no llegan, mientras curiosean por el lugar y descubren una casucha en la que encuentran un cadáver y un tesoro, cosa que alegró mucho a los dos amigos. Pero Miguel enferma y Juan lo tiene que cuidar. Pasan los días y sus amigos siguen si dar señales de vida. En este tiempo Miguel se da cuenta de que Juan no es tal, sino que es Juana.
Tras unas aventuras poco importantes (en las que consiguieron un caballo), Juana y Miguel son encontrados por sus amigos. Los primeros informaron a los segundos de todo lo que les había pasado. Después de esto se ponen rumbo a los barcos para volver a casa. Ginés marcha a caballo, y Juana, Lucía, doña Ana y Miguel viajan en la canoa. Pasaron las horas, y , de repente, se encuentran en la mitad de una contienda en la que estaban implicados el padrino de Miguel, junto con unos pocos hombre más, y un grupo de indios. Después de una buena batalla todos se quedan expectantes ya que el padrino de Miguel y el cacique se ponen a hablar como si se conocieran de toda la vida. Entonces se descubre que el cacique es el padre perdido de Miguel. Este y su hijo hablan y el padre le cuenta al hijo toda la verdad de sobre lo que le ocurrió y porque desapareció. Después de esto nuestro protagonistas, sin el padre de Miguel, se dirigen al gran río en donde dejaron atracados sus barcos.
Después de una horas, o días, llegaron donde tenían sus barcos. En aquel lugar sólo quedaba un bergantín medio destruido y un artillero. Este último contó lo que había pasado y en cuanto vio la oportunidad se fue de allí en una canoa. En el bergantín había suficiente madera como para reconstruirlo, así que, se pusieron manos a la obra y lo arreglaron. Más tarde, cuando la nave ya estaba lista para zarpar, salieron con rumbo a Nueva España, les llevó unos días llegar a casa pero al fin llegaron sin ningún percance. Después de repartirse los bienes todos se despidieron y se fueron a sus respectivos hogares.
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Enviado por: | Borjapanxon |
Idioma: | castellano |
País: | España |