Literatura


El Conde Lucanor; Don Juan Manuel


EL CONDE LUCANOR

El autor: El Infante Don Juan Manuel

1282. Nace el 6 de mayo en Escalona (Toledo).

Es hijo del Infante don Manuel y de doña Beatriz de Saboya. Nieto del rey Fernando III el Santo.

1284. Muere su padre.

1290. Muere su madre, quedando huérfano a la edad de 8 años.

Es educado en la Corte de su sobrino, Sancho IV (hijo de Alfonso X), donde muy pronto se convierte en su favorito a causa de su inteligencia e ingenio. Recibe, por herencia familiar, el título de Adelantado del reino de Murcia.

El infante Alfonso de la Cerda (aspirante al trono castellano), había prometido al rey aragonés el Reino de Murcia por su apoyo. Por lo que don Juan Manuel siempre se decantaría por Sancho IV el Bravo.

1295. Una vez muerto el rey Sancho, hereda el trono su hijo, Fernando IV.

Jaime II de Aragón, aprovecha y reclama el Reino de Murcia, por lo que don Juan Manuel pierde Elche. En cambio, de María de Molina, obtiene el Marquesado de Villena, que incluye Alarcón, Belmonte y el Castillo de Garcímuñoz.

1299. Casa a la edad de diecisiete años con la infanta Isabel de Mallorca, pero la infanta muere dos años después, antes de poder reunirse con ella.

1303. Se entrevista con el rey aragonés, para intentar recuperar el Reino de Murcia. No lo consigue, pero obtiene de Jaime II la mano de su hija Constanza (quien cuenta con 3 años de edad).

Así mismo, se compromete a no guerrear con su futuro suegro en caso de guerra con Castilla.

El rey castellano, enterado de estos avatares, intentará la eliminación física del infante don Juan Manuel, sin conseguirlo.

1304. Conseguida la paz entre los reinos castellano y aragonés, Elche queda definitivamente incorporada a la corona aragonesa, con gran pesar de don Juan Manuel, quien conserva Villena y cambia Alarcón por Cartagena.

1306. Firma las capitulaciones matrimoniales con Constanza de Aragón (6 años de edad), trasladándola al Alcázar de Villena y acordando no consumar el matrimonio hasta que ésta alcance los doce años de edad.

Su hermana muere asesinada, según muchos, por el infante portugués don Alonso. A pesar de ello, el belicoso don Juan Manuel no tomará represalias contra el portugués.

1309. Castilla y Aragón acuerdan atacar el reino moro de Granada.

1310. En plena campaña, los aragoneses y don Juan Manuel se retiran, dejando solo al rey castellano, quien fracasa en su intento. Desde este dia, el Rey de Castilla se convierte en un enemigo irreconciliable.

1311. Casa en Jativa con la infanta aragonesa Constanza.

1312. Recibe con satisfacción la noticia de la muerte del rey castellano Fernando IV.

Hereda el trono su hijo Alfonso XI, quien tiene un año de edad.

Sin embargo, su alegria dura poco. Las Cortes castellanas nombran regentes a don Pedro y don Juan.

Estos, le retiran del cargo de Adelantado de Murcia, entregándoselo a don Diego López de Haro. Al infante don Juan Manuel se le designa como Mayordomo del Rey.

1317. Nace su hija Constanza.

1319. Mueren los infantes don Pedro y don Juan durante la retirada del cerco de Granada.

1321. Ordena el asesinato del consejero del Arzobispo de Toledo, don Diego García. El motivo es la inducción de éste a la desobediencia del citado Arzobispo hacia el infante.

1321. Muere doña María de Molina.

A su muerte, ejercen la tutoría, el infante don Felipe, don Juan el Tuerto y el infante don Juan Manuel. Se suceden las intrigas.

1322. En una de ellas el propio don Juan Manuel está a punto de perder la vida como consecuencia de un intento de asesinato.

1323. El infante se retira a su villa de Belmonte.

1325. Alfonso XI pasa a reinar efectivamente sobre Castilla. Se prepara su boda y se celebran esponsales con su hija, Constanza Manuel. Sin embargo, el matrimonio real va aplazándose.

1327. Muere su mujer, Constanza de Aragón, en su Castillo de Garcimuñoz.

En otro orden de cosas el infante vuelve a casar, esta vez con Blanca Núñez de Lara , nieta del rey Alfonso X. De este matrimonio nacerán dos hijos: Fernando Manuel y Juana Manuel.

El joven Alfonso XI entra en negociaciones para casarse con María de Portugal, encarcelando a Constanza Manuel en el Castillo de Toro.

A consecuencia de ello, el infante se declara en rebeldía y en guerra abierta contra su rey. Le hace enviar una carta en la que no se considera súbdito castellano.

Renueva entonces su amistad con el rey aragonés, y con el rey moro de Granada.

Desde sus fortalezas guerrea contra el monarca castellano, contienda que se alargará hasta el año 1329, cometiendo sus soldados todo tipo de abusos y tropelías.

Acuña moneda propia con leyendas religiosas. Dicha moneda tiene dos inscripciones: Santa Orsa y Adepictaviacon.

La primera hacía referencia a Santa Úrsula, princesa virgen asesinada por los hunos en el siglo V.

La segunda se refiere a su hija Constanza (CON), también virgen (VIA) y traicionada, como representación (DEPICTA) de Santa Úrsula.

Es decir, el Infante, a la vez que se sirve de su dinero para pagar los gastos de la guerra, envia un mensaje a sus usuarios: a imagen de Santa Úrsula, su hija Constanza, también virgen, ha sido traicionada y todo el mundo sabe por quien.

Se consigue una tregua gracia a la mediación del Papa y del Obispo de Oviedo.

Mediante ella se consigue la libertad para Constanza Manuel, y que restitución del infante en su cargo de Adelantado de Murcia.

A cambio de ello, el infante don Juan Manuel se compromete a ayudar a su monarca en La Reconquista de Al-Andalus.

El infante además verá nacer otros dos vástagos: Sancho y Enrique, fruto ambos de sus amores extraconyugales con Inés de Castañeda.

1335. Termina su libro "El Conde Lucanor" también llamado de los "exemplos".

No asiste a su rey en el cerco de Gibraltar contra los musulmanes.

Alfonso XI se ofende y persigue al infante y a su cuñado, Juan Núñez de Lara.

1336. Vuelve a reconciliarse brevemente con su rey y a enemistarse nuevamente por la negativa del monarca a dejar partir a su hija Constanza Manuel, para que case con el Rey de Portugal.

Aliado a los portugueses, son vencidos en la Batalla de Barcarrota.

En esta ocasión la iniciativa corresponde claramente al monarca castellano, quien obliga al infante a ir trasladándose sucesivamente, al tiempo que va rindiendo sus fortalezas.

Finalmente, termina refugiándose en Peñafiel.

Allí, temiendo ser hecho allí prisionero, con una pequeña escolta y por "logares encobiertos" pasa a Aragón, donde será protegido por Pedro IV.

Su hija Constanza casa, finalmente, con el rey Pedro I de Portugal.

En diciembre se rinde al rey castellano, recuperando algunos de los castillos confiscados durante la contienda, pero sin lograr recuperar el título de Adelantado de Murcia, el cual será finalmente concedido a su hijo Fernando.

1340. A pesar de ello, no dejará de ayudar a su rey (aunque sin demasiado entusiasmo) en la trascendental Batalla del Salado, donde el poderío benimerin sufre un fuerte descalabro.

1344. También acude en el sitio de Algeciras, con resultado victorioso para los intereses castellanos.

Su última acción política será la de concertar el casamiento de su hijo Fernando con la hija menor de Ramón Berenguer, hijo del rey aragonés.

Pero el viejo infante intrigante no llegará a ver a su hija Juana Manuel convertida en Reina de Castilla por su futuro casamiento con Enrique II de Trastamara.

Desde entonces se retira de la vida pública, dedicándose solamente al cuidado de su todavía enorme Estado, y al cultivo de la literatura.

1348. Don Juan Manuel muere el 13 de junio, al parecer, en la ciudad de Córdoba. Según su testamento, su cuerpo recibe sepultura en el Monasterio de los Frailes Predicadores de Peñafiel, donde además quedará por expreso deseo suyo, toda su obra literaria.

SU OBRA

Su agitada vida no le impidió dedicarse a trabajos literarios, pues era muy versado en letras clásicas y en las obras de los escritores orientales y sarracenos. Fue también muy aficionado al latín, aunque sus producciones las escribió en romance vulgar. Muchos de sus escritos se han perdido, como el Libro de los Cantares, colección de poesías y Reglas como se debe trovar, el más antiguo tratado castellano de versificación.

Su Libro del caballero y del escudero, inspirado en Ramón LLul; el Libro de los Estados, los varios escritos históricos y el Libro infinito, también llamado de los castigos (castigo significaba entonces enseñanza), son de mérito relativo. La obra más notable es el Libro de Patronio o El Conde Lucanor (1328-34), conocido también como el Libro de los exemplos, donde se insertan unos cincuenta cuentos o apólogos que Patronio, preceptor del Conde Lucanor, ofrece a éste para responder indirectamente a sus preguntas. Muchos de estos cuentos, inspirados en las más variadas fuentes, particularmente árabes, aunque populares en su tiempo, entraron por su mano en la literatura occidental. Todos terminan siempre por una moraleja en verso, interesante repertorio para el estudio de la métrica, y algunos han adquirido el valor de modelos del género. Anterior en trece años al famoso Decamerón de Bocaccio, fue en Castilla lo que las Mil y una noches en el mundo oriental. La prosa de esta obra pone de manifiesto los progresos hechos por el castellano en su evolución, y sus cualidades de claridad, precisión, ausencia de complicaciones, escasez de imágenes y, por tanto, distanciamiento de la verdadera poesía, constituyen las notas esenciales del arte de don Juan Manuel, acaso el primer prosista castellano que tuvo estilo personal.

Ficha del libro

  • Explica la intención con la que el autor escribe este libro.

  • Don Juan Manuel era un moralista. Su intención era hacer una obra útil que enseñase y aconsejase para un recto comportamiento. Para “endulzar” las enseñanzas acude a los cuentos.

  • ¿Qué hizo Don Juan Manuel para que el libro llegase hasta nosotros?

  • Dio todo el conjunto de sus obras al Monasterio de Peñafiel, con el fin de conservarlas tal y como él las había escrito. Estos textos se perdieron en un incendio. Han llegado a nosotros a través de copias, estas copias están de múltiples incorrecciones.

  • ¿Qué dificultades tuvo en aquella época para escribirlo? (¿estaba mal visto?)

  • En su entorno, algunos le reprocharon su vocación literaria porque pensaban que un noble de alta alcurnia no debía perder el tiempo hilvanando palabras sobre un pergamino, pero don Juan Manuel encontraba en las letras un remanso de orden y consuelo que le aliviaba de sus amarguras, así que nunca pensó en abandonarlas, quienes le criticaban, les respondió con firmeza que sus libros resultaban útiles para aquellos que los leían y que, en esta vida hay vicios mucho peores que la pasión de escribir. Antes de escribir y leer tenía que combatir y no le sobraba mucho tiempo pero a la mínima no dejaba los libros solos ni un momento.

  • Busca el verdadero origen de los cuentos que recoge en su libro.

  • La mayor parte de los cuentos están tomados de las tradiciones orientales (indias,

    Persas, egipcias, árabes, hebreas..) o de los fabulistas latinos Fedro y Esopo.

  • ¿Cómo está estructurado el libro?

    • Pregunta del conde Lucanor a Patronio, su consejero.

    • Exemplo de Patronio (cuento).

    • Moraleja (en verso).

    • Un privado de confianza

      Estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero, y le dijo:

      Hace unos días un caballero muy rico que es amigo mío me comento que por cosas que le habían ocurrido quería irse de esta tierra para no volver nunca mas .Y me dijo también que como me aprecia mucho me vendería una parte de sus tierras y cediéndome el resto .Yo se que su decisión me beneficia mucho pero querría que me dieras un consejo sobre lo que debo hacer.

      Patronio le dijo: aunque se que mi consejo no le hace falta se lo daré por pedírmelo. Yo creo que este amigo tuyo solo quiere ponerte a prueba, creo que os ha pasado con el lo mismo que a cierto rey con su privado.

      Había una vez un rey que tenía un privado de mucha confianza y los ministros del rey lo envidiaban mucho por esto, así que decidieron enemistarlo con su rey, pero por muchas cosas malas que le dijeron el rey no dudo de su privado. Así que al final decidieron mentirle al rey diciéndole que su privado planeaba matarle y luego cuando su hijo sea coronado lo matará como a usted para quedarse con el trono. Aquellas palabras alertaron al rey y decidió poner a prueba a su privado siguiendo el plan que le propusieron sus ministros. Unos días después cuando el rey hablaba con su privado le dio a entender que ya estaba arto de esta vida que le parecía que todo era fantasía, pero no le dijo nada más .Días después el rey volvió ha decirle a su privado que cada día se sentía peor con la vida y con la manera de ser de la gente. Al fin un día el rey le dijo a su privado: he decidido abandonar el trono y marcharme lejos de este país donde nadie me conozca. Cuando el privado escuchó lo que su rey le dijo intento convencerle para que se quedara diciéndole muchas cosas buenas. Entre otras cosas le dijo: pensad en vuestros impensados que hoy viven en paz, empezarán a debatir y acabarán enfrentados en guerras, y si eso no os detiene pensad en vuestra esposa y su hijo, ellos le necesitan.

      A lo que el rey contesto mi intención era que tu cuidaras de mi mujer, de mi hijo y de mi reino, siempre os habéis portado muy bien conmigo y sois la persona en quien más confío, se que si vuelvo alguna vez encontraré a buen cuidado lo que os deje.

      Cuando el privado escucho esto se puso muy contento aunque supo disimularlo, al llegar a su casa le contó a su esclavo lo que le había ocurrido, ya que su esclavo es muy sabio le explicó que el rey solo quería ponerle a prueba por eso le había dicho todo aquello por lo tanto se dio cuenta de que su vida corría peligro pero le dijo que si hacía lo que el le aconsejaba todo iría bien. El privado siguió sus consejos así que se rapó la cabeza, se afeitó la barba, se vistió con una túnica vieja y rota, cogió un bastón y se puso unos zapatos rotos y entre las costuras de su ropa vieja y rota escondió una gran cantidad de monedas, antes de que saliera el sol se fue al palacio del rey. En cuanto llegó se acercó al soldado q vigilaba la puerta y le dijo: -Avisa al rey, que se levante enseguida que debemos irnos. Cuando el rey se enteró que su privado le fue a buscar vestido como un mendigo ordenó que le dejaran pasar, cuando lo tuvo delante le preguntó:-¿Por qué va vestido así? El privado le respondió:

      -Voy a acompañaros allá donde quiera ir para ayudaros en todo lo que pueda, y no os preocupéis por nuestro alimento llevo escondidas suficientes monedas entre mi ropa vieja. Pero como tenemos que irnos es mejor que se levante de inmediato para que nadie nos vea marcharnos.

      Al escuchar aquello, el rey se dio cuenta que su privado era fiel y le contó que no quería abandonar el reino que todo había sido una estrategia para ponerlo a prueba.

      Y así fue como el privado que estuvo a punto de perderlo todo por su egoísmo salvó su vida gracias a los consejos de su esclavo.

      -En cuanto a vos, señor conde - dijo Patronio-, no o dejéis engañar por quien dice ser su amigo porqué solo quiere probaros.

      El conde pensó que el consejo de Patronio era bueno así que lo siguió y le fue bien.

      Moraleja: Nadie se va a perjudicar por beneficiar a otro.

      Si escuchas los buenos consejos y con la ayuda de Dios todo te ira bien.

      El canto del cuervo

      Otro día estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio un señor amigo mío comenzó a decirme grandes alabos, dándome a entender que tengo muchas cosas por las cuales satisfacerme: respeto, poder y un montón de méritos. Después de haberme alabado tanto me propuso un trato que parecía provechoso para mi .El conde explicó lo que le había propuesto su amigo, pero Patronio se percató del engaño que quería hacerle este hombre al conde Lucanor.

      -Señor conde Lucanor, este amigo suyo lo que quiere es engañaros por eso os da a entender que sois mas poderoso y respetado de lo que sois en realidad. Pero para que se de cuenta quisiera contarle lo que le ocurrió al zorro con el cuervo.

      En cierta ocasión un cuervo encontró un pedazo de queso y voló a lo alto de un árbol para poder comérselo tranquilamente sin que nadie lo molestase o se lo pudiera robar. Pero entonces pasó un zorro por ahí y vio el pedazo de queso que tenía el cuervo y empezó a meditar como robárselo. Se decidió por dedicarle elogios y así lo hizo.

      -Don cuervo, hace mucho tiempo que oigo hablar de vos y nunca he tenido ocasión de conoceros, ahora puedo comprobar que es mucho mejor de lo que me habían contado y para que vea que no lo digo por interés así como le digo sus virtudes le diré sus desperfectos.

      Todo el mundo dice que el color de vuestras plumas y vuestros ojos y vuestro pico y vuestras uñas y patas es demasiado oscuro por eso os llaman feo .Pero se equivocan, porqué es verdad que vuestros ojos son negros pero son los más bonitos del mundo, pues los ojos negros son los que menos cansan la vista. De manera que vuestro pico y vuestras uñas y patas son las más fuertes de todas las aves y su cuerpo el más ligero ya que podéis volar contra viento con facilidad. Y, como Dios siempre pone los cinco sentidos en todo lo que crea estoy seguro que debe cantar mejor que cualquier otra ave, puesto que el Señor me dejó comprobar que sois mejor de lo que dicen de vos quisiera poder escucharle cantar.

      Cuando el cuervo vio que parte de las cosas que le decía el zorro eran verdad creyó que el zorro era su amigo y no sospechó que todo aquello era una estrategia para robarle el queso, como el zorro había sido tan amable el cuervo se decidió a cantar, y, en cuanto abrió el pico el queso cayó a tierra y el zorro lo cogió y se marcho corriendo.

      Así fue como el zorro engañó al cuervo haciéndole creer que era que era más bello y mejor de lo que era en realidad.

      -En cuanto a vos, señor conde Lucanor -dijo Patronio-, aunque Dios os ha regalado tantas cosas buenas ese hombre os da a entender que tenéis más poder y respeto de lo que vos sabéis que tenéis en realidad, daros cuenta que lo hace para engañaros así que alejaros de él si queréis obrar como un hombre juicioso.

      Al conde le gustó mucho lo que Patronio le dijo, así que siguió su consejo y se salvó se cometer un grave error.

      Moraleja: Cuando te dicen cosas buenas que no mereces es que quieren quitarte algo que tienes.

      Doña Truhana sueña despierta

      Otro día estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio un señor me ha planteado un negocio y me ha comentado como hacerlo. Es un negocio tan provechoso que si Dios quiere que salga según lo planeado me traerá un gran provecho. El conde le contó a Patronio en qué consistía el negocio y como había que hacerlo. Y entonces Patronio le respondió:

      -Señor conde, siempre he escuchado que debemos amoldarnos a las cosas concretas y no confiar en irreales ilusiones, porque nos podría pasar lo mismo que a doña Truhana.

      Hubo una vez una mujer que se llamaba doña Truhana que era muy pobre, una vez salió con una jarra de miel en la cabeza, yendo por el camino, decidió que iba a vender esa jarra para comprar huevos de los que nacerían gallinas y luego vendería las gallinas para comprar ovejas, y así fue comprando y comprando con todas las ganancias que pensaba hacer hasta que se imagino la mas rica de sus vecinas. Decidió que con aquella fortuna casaría a sus hijos y que un día iría por la calle con sus yernos y nueras y a la gente diría:

      -¡Qué suerte doña Truhana! ¡Con lo pobre que era antes y lo rica que es ahora!

      Al pensar en todo aquello doña Truhana se alegro mucho y comenzó a reír con tan mala suerte que la jarra de miel se le cayó al suelo rompiéndose en pedazos.

      Cuando doña Truhana vio la jarra rota empezó a llorar desesperada, pensando que había perdido todos los beneficios que pensaba sacar de la venta de la miel. Y es que, como Truhana había puesto toda su confianza en una ilusión irreal, se quedó sin nada de tanto que esperaba.

      -Así que, señor conde -dijo Patronio-, si queréis conseguir verdaderos beneficios, confía siempre en cosas razonables y no en ilusiones irreales. Y si queréis arriesgaros en algún negocio por probar hacedlo siempre sin arriesgar nada que sea de valor.

      Al conde le gustó lo que Patronio le dijo, y siguió el consejo y le fue bien.

      Moraleja: Piensa en cosas sensatas y aleja los sueños inconsistentes

      El pacto de los caballos

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio desde hace mucho tiempo tengo un enemigo con el que me llevo muy mal. Pero resulta que un tercer hombre mucho mas poderoso que mi enemigo y yo ha empezado ha hacer cosas que podrían perjudicarnos mucho.

      Mi enemigo me ha sugerido que nos juntemos para defendernos de ese hombre.

      Pero no se que hacer, por una parte temo que mi enemigo me traicione pero por el otro, si no me uno con el perderé todo lo que tengo.

      Y como confío tanto en vuestros consejos, quería que me aconsejarais lo que debo hacer.

      -Señor conde- dijo Patronio. Para que entendáis mejor lo que debéis hacer os explicare lo que les paso en Túnez a dos caballeros que vivían con el infante don Enrique.

      Señor conde, cuando el infante don Enrique vivía en Túnez tenía a su servicio a dos caballeros que eran muy amigos, por eso siempre que se hospedaban en algún sitio lo hacían juntos.

      Pero así como ellos se tenían mucho cariño, sus caballos no se llevaban nada bien.

      Los caballeros no eran tan ricos para hospedarse por separado, pero por culpa de los caballos tuvieron que hacerlo.

      Llegó un momento que se cansaron de aquella situación, fue cuando le contaron a don Enrique lo que les pasaba y le pidieron que echase a los caballos a un león que tenía el rey de Túnez.

      Don Enrique pensó que era una buena idea, así que habló con el rey, quien aprobó la decisión.

      Los caballeros protegieron a sus caballos y los metieron donde estaba el león. Cuando los caballos se vieron allí dentro, antes de que el león saliese de la jaula, comenzaron a golpearse con mucha fiereza. Pero cuando abrieron la leonera, los caballos empezaron a temblar de miedo y poco a poco se iban arrimando el uno al otro, hasta quedar pegados. Así estuvieron varios segundos, sin moverse. Pero después comenzaron a avanzar juntos hacia el león y a darle coces y mordiscos con mucha rabia, entonces el león no tuvo de otra que retroceder hacia la jaula de la que había salido.

      Por suerte los caballos quedaron sanos y salvos, pues el león ni les toco.

      Desde entonces aquellos dos caballos se llevaban tan bien que comían muy a gusto en el mismo pesebre y compartían sin ningún problema un establo muy pequeño.

      La razón por la que comenzaron una amistad tan estrecha fue por el miedo que pasaron al ver al león.

      -En cuando a vos, señor conde Lucanor- dijo Patronio, si veis que vuestro enemigo os necesita para defenderse, creo que, así como los caballos fueron acercándose hasta perder el miedo, vos debéis coger confianza con vuestro enemigo. Y, si él os corresponde con fidelidad, y llegáis a la conclusión de que nunca os hará daño por muy bien que le vayan las cosas, entonces juntaros con él para que un tercer hombre os destruya y se quede con vuestras tierras. Pero si sospecháis que vuestro enemigo, una vez le ayas ayudado, podría volverse contra vos, harías mal en ayudarle.

      Al conde le gustó lo que Patronio dijo, y pensó que era muy buen consejo.

      Moraleja: Protege tus cosas de quien quiera tenerlas buscando la mejor manera de guardarlas.

      El deán de Santiago y el maestro de Toledo

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, y le dijo:

      -Patronio, un hombre vino a pedirme ayuda por un problema que tenía y a cambio me dijo que me daría todo lo que pudiera darme respeto y provecho, así que le ayude. Sin embargo hace poco le pedí un favor y el pensando que ya no me necesitaba me puso una excusa para no ayudarme. Otro día le pedí otro favor y volvió a ponerme otra excusa, lo mismo me a ocurrido con todos los favores que le he pedido. El caso es que el problema por el cual me pidió ayuda todavía no esta resuelto, y no se resolverá si yo no quiero. Y, como confío mucho en usted querría que me aconsejara que debo hacer sobre este asunto.

      -Señor conde- dijo Patronio-, para que hagáis lo debido quisiera explicarle lo que le pasó a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestro que vivían en Toledo.

      Señor conde, en Santiago había un deán que quería aprender el arte de la nigromancia. Y, como oyó decir que don Illán de Toledo sabía de aquella ciencia más que nadie en el mundo, fue a visitarlo para que se la enseñara.

      Nada más llegar a Toledo se presentó en casa de don Illán, a quien encontró leyendo en una habitación muy apartada. Don Illán le trató con mucha amabilidad y le dio a entender que estaba muy contento con su visita pero le advirtió:

      -Hasta que no acabemos de comer no quiero que me digas a que habéis venido a verme.

      Entonces acabaron de comer y le explicó que había ido a verle porque quería aprender la ciencia de la nigromancia y le rogó a don Illán que le enseñara, prometiéndole que le devolvería ese favor con creces. A lo que el maestro le contestó:

      -Vos sois un hombre de alta condición y podéis llegar lejos en la vida, pero los que consiguen grandes beneficios, en cuanto consiguen lo que quieren se olvidan de lo que otros hicieron por ellos. Pienso que en cuanto hayáis aprendido lo que queréis saber no os mostraréis tan agradecido como decís.

      -Yo os afirmo- dijo el deán-, que por muy bueno sea lo que aprenda, haré siempre todo lo que me digáis.

      Al fin llegaron a un acuerdo. Don Illán le dijo a su invitado:

      -Para enseñaros la ciencia de la nigromancia es necesario que vayamos a un sitio lejano que os enseñaré esta noche.

      Así que cogió al deán de la mano y lo llevó hacia una escalera de pierda. Una vez allí llamó a una criada y le dijo:

      -Quiero que pongáis perdices para cenar, pero no las pongáis ha asar hasta que yo lo diga. Después de decir esto, don Illán y el deán comenzaron a bajar por la escalera durante mucho rato hasta que llegaron a una vivienda, donde se encontraban los libros que don Illán y su invitado habían de leer. Estos se sentaron para pensar que libro podían leer primero. En esto que entraron por la puerta dos hombres que traían una carta para el deán. Era de un tío suyo que era arzobispo, le comunicaba que estaba enfermo y le pedía que fuese lo antes posible a Santiago si quería verle con vida. El deán se entristeció mucho al enterarse de que su tío estaba enfermo y que a demás tenía que irse de Toledo sin haber aprendido la ciencia de la nigromancia. Y en vez de ir a Santiago le escribió una carta a su tío y se la envió. En pocos días llegaron otros dos hombres con dos nuevas cartas para el deán. En una le contaban que su tío había muerto y en la otra que en la catedral de Santiago querían que él fuese el sucesor de su tío. Y, por esta razón le avisaban que no fuese a la catedral, que era mejor que lo eligieran mientras el no estaba allí. Al cabo de una semana llegaron dos escuderos muy bien vestidos, y nada más ver al deán le besaron la mano y le entregaron una carta, en la que le decían que había sido elegido arzobispo. Cunando don Illán escucho aquello, le dijo al deán:

      -Os pido por favor que le deis a mi hijo el cargo de deán que ha quedado libre.

      A lo que el nuevo arzobispo de dijo:

      -Os ruego que me dejéis darle este cargo a un hermano mío, pero os aseguro que os compensaré de otra manera. Veníos conmigo a Santiago y traeros a vuestro hijo.

      De manera que viajaron a Santiago. Un día cuando ya llevaban allí vario tiempo, llegaron unos mensajeros del Papa y le dieron una carta al arzobispo, que le decía que le concedía el obispado de Tolosa y que podía ceder el cargo de arzobispo a quien quisiese.

      Cuando don Illán oyó aquello, le recordó al arzobispo el acuerdo que hicieron el Toledo, así que le pidió que le diera el cargo de arzobispo a su hijo. Pero el deán respondió:

      -Os suplico que me dejéis conceder el arzobispado a un tío mío hermano de mi padre.

      Don Illán disgustado le dijo:

      - Estáis cometiendo una gran injusticia conmigo, pero acepto con tal de que me compenséis como debo.

      -Así lo haré- aseguró el arzobispo. Y ahora os pido que me acompañéis a Tolosa y que os traigáis a vuestro hijo.

      En Tolosa pasaron dos años, cuando llegaron dos mensajeros del Papa con una carta para el arzobispo, donde le anunciaban que le habían nombrado cardenal y que podía ceder el obispado de Tolosa a quien quisiese.

      Don Illán le dijo al obispo:

      -Puesto que ya habéis roto vuestras promesas tantas veces no aceptaré más excusas, así que, entregarle a mi hijo el cargo de obispo.

      -Permitidme cederle el obispado a un tío mío hermano de mi madre, que es un anciano muy conocido. Pero puesto que ahora soy cardenal le conviene que venga conmigo a la Corte, donde seguro que tendré muchas ocasiones de ayudaros.

      -Don Illán se quejó mucho, pero aceptó la propuesta y se fue con él a la Corte. Allí estuvieron bastante tiempo, y cada día don Illán le insistía al cardenal que le concediese una gracia a su hijo, pero el cardenal siempre le ponía una excusa.

      Al cabo del tiempo murió el Papa, y todos eligieron por Papa al cardenal.

      -Ya no podéis poner más excusas para cumplir lo prometido -dijo don Illán.

      El Papa le respondió que no le exigiera tanto, que ya encontraría ocasión para favorecerle. Don Illán se quejó mucho y le reprochó al Papa sus falsas promesas.

      -El mismo día que os conocí -dijo- supe que actuarías como un desagradecido. Y puesto que habéis llegado a Papa y seguís sin cumplir lo prometido se que ya no puedo esperar nada de vos.

      El Papa se molestó mucho con aquellos reproches y amenazó a don Illán diciéndole:

      -Si seguís con esa actitud, mandaré que os encarcelen, pues se muy bien que sois hereje y que en Toledo vivíais de enseñar la nigromancia.

      Cuando don Illán vio el mal pago que recibía por su ayuda se despidió del Papa diciéndole:

      -Puesto que no tengo nada para alimentarme, tendré que comerme las perdices que pedí hace un rato.

      Así que llamó a su criada y le ordenó que asara las perdices.

      Cuando don Illán dijo aquello, el Papa se encontró otra vez en Toledo y vio que seguía siendo deán, lo mismo que cuando había llegado a la ciudad, pasó tanta vergüenza que no supo que decir.

      -Como ya he comprobado que de vos no puedo esperar nada, ofreceros mis perdices sería lo mismo que tirarlas -dijo don Illán despidiéndole-.

      -En cuando a vos señor conde Lucanor, -dijo Patronio-, si veis al hombre al que ayudáis se muestra desagradecido, es mejor que no arriesguéis mucho por el, pues podría pagaros tan mal como el deán de Santiago a don Illán.

      Al conde le pareció que Patronio le había dado un buen consejo, así que lo siguió y le fue muy bien.

      Moraleja: Quien no te agradece la ayuda que le has dado peor te lo agradecerá cuando sea alguien más importante.

      El mejor sucesor

      Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, en mi casa se crían muchos muchachos, unos de alta nobleza y otros de descendencia más humilde. En ellos veo comportamientos muy diversos, así que, como vos sois un hombre que entiende mucho, os suplico que me digáis como puedo descubrir cual de esos mozos llegará a ser un hombre de gran provecho.

      -Señor conde -dijo Patronio-, lo que me pedís es muy difícil de descubrir, pues nadie puede saber lo que aun está por venir. Pero tal vez averigüéis lo que queréis saber si prestáis atención a ciertas señales que se ven en el físico y en la manera de ser de los muchachos. Atended a las facciones de la cara, a los ojos y a la cortesía del rostro, al color de la piel de la cara y al aspecto del cuerpo, eso os indicara como están constituidos los órganos principales. Así, la cintura del cuerpo os dará a entender si un muchacho ha de ser hombre valiente o ligero. Sin embargo esos vestigios no os dirán si ese mozo es malvado o bondadoso, así que os conviene prestar atención también a las señales que conciernen el modo de ser. Y para que aprendáis a reconocerlas me gustaría que supieseis la historia del rey moro que probó a sus tres hijos.

      Señor conde Lucanor, hubo una vez un rey moro que tenia tres hijos.

      Y, como entre los moros, el rey puede elegir a cual de sus hijos le deja el trono, cuando el rey llegó a viejo, sus hijos le pidieron que les dijese cual iba a ser sucesor. El rey les dijo que les daría la respuesta en menos de un mes. Pasada una semana llamó a su hijo mayor y le dijo:

      -Mañana a la hora del alba quiero salir a cabalgar, y me gustaría que viniese conmigo.

      Al día siguiente por la mañana, el hijo mayor se presentó ante su padre pero no llegó tan temprano como este le había pedido. El rey le dijo:

      -Manda que me traigan la ropa, que me quiero vestir.

      El infante le ordenó al camarero que trajese la ropa, y el camarero le pregunto:

      -¿Qué ropa quiere Su Majestad?

      El infante volvió con su padre y le pregunto que ropa quería ponerse, a lo que el rey respondió:

      -La aljuba.

      Entonces el infante volvió junto al camarero y le dijo que quería la aljuba.

      Y lo mismo hizo con todas las otras prendas, de modo que fue y volvió hasta que su padre tuvo todas las prendas. Entonces acudió al camarero, quien vistió y calzó al rey.

      Un vez listo, el rey mandó al infante que hiciera traer su caballo. El infante le dijo al caballerizo que le llevara el caballo al rey. A lo que el caballerizo preguntó:

      -¿Qué caballo querrá Su Majestad?

      El infante volvió a su padre para preguntárselo, y lo mismo hizo con la silla y el freno, la espada y las espuelas y con las demás cosas que eran útiles para cabalgar. Cuando todo estaba listo el rey le dijo al infante:

      - No puedo ir a cabalgar, ves tu y presta atención a todo lo que veas para contármelo luego.

      El infante paseó a caballo por toda la ciudad, escoltado por los cortesanos del rey, y en compañía de músicos que tocaban trompas, timbales y mas instrumentos. Luego su padre le preguntó:

      -¿Qué os ha parecido lo que habéis visto?

      A lo que el infante le respondió:

      -Me ha parecido bien pero me ha molestado el ruido de los instrumentos.

      Algunos días después, el rey llamó a su hijo mediano y le dijo:

      -Ven a verme mañana bien temprano.

      El infante obedeció, y el rey sometió al muchacho a las mismas pruebas que a su hermano mayor. EL joven salió ha cabalgar por la ciudad y ha la vuelta, le respondió al rey lo mismo que su hermano.

      Algunos días después el rey llamó a su hijo menor y le dijo:

      -Ven a verme mañana bien temprano.

      El infante madrugó tanto que, cuando llegó a la habitación del rey este todavía dormía. Así que se quedó esperando, y cuando su padre por fin despertó, el infante entró a la habitación del rey y le hizo una reverencia en señal del respeto. Entonces el rey le dijo:

      -Manda que me traigan mi ropa, que me quiero vestir.

      El infante le preguntó qué ropa y qué calzado quería, y se lo llevó todo de una sola vez, y no permitió que el camarero vistiese al rey, sino que lo hizo él, dando a entender que se sentía feliz de hacerlo.

      Una vez listo el rey le dijo al infante:

      -Haz que me traigan el caballo.

      El infante le preguntó qué caballo quería y qué silla le iba a poner y qué freno y espada iba a utilizar y quién quería que le acompañase y así siguió con todas las preguntas que venían al caso. Cuando el muchacho supo que no necesitaba saber nada más fue a buscar las cosas que le pidió el rey y se las trajo tal y como las había pedido y de una sola vez.

      Una vez todo estaba preparado el rey le dijo al infante:

      -No me apetece salir a cabalgar, sal tú y cuando vuelvas ven a contarme todo lo que hayas visto.

      El infante cabalgó por toda la ciudad en compañía de los cortesanos. Al salir del palacio, el infante pidió que le enseñasen la ciudad calle por calle y preguntó dónde estaba guardado el tesoro del rey y que le llevaran a conocer las mezquitas y los monumentos de la ciudad y quiso saber cuantos habitantes tenía la villa. Luego atravesó la muralla y pidió que salieran con él al campo todos los hombres de armas. Mientras lo hacían el infante estuvo mirando los muros, las torres y las fortalezas de la ciudad, y una vez vio todo aquello regresó junto a su padre.

      Cundo volvió, ya era muy tarde. Así que el rey le preguntó por todas las cosas que había visto, a lo que el infante respondió:

      -Con vuestro permiso, os diré todo lo que pienso.

      -Os exijo que seáis sincero -replicó el rey-, pues, de lo contrario os retiraré mi bendición.

      -Sin duda sois un buen rey, pero no tanto como deberíais, pues, teniendo tantos buenos caballeros y tanto poder no entiendo como no habéis conquistado el mundo entero.

      Al rey le gustó mucho ese reproche, así que, cuando llegó la hora de anunciar quien le había de suceder, nombró a su hijo menos como futuro rey, pues aunque hubiese preferido que le sucediera alguno de sus hijos mayores, no le pareció correcto elegirlos, pues los vio menos adecuados para el cargo que su hijo menor.

      -En cuanto a vos, señor conde -dijo Patronio- , si queréis saber cual de los mozos que se crían en tu casa será un hombre de mayor provecho, prestad atención a el comportamiento que tengan y así podréis sacar alguna conclusión sobre cómo serán en el futuro.

      Al conde le gustó mucho el consejo de Patronio, así que lo siguió y le fue bien

      Moraleja: Por la manera de actuar se reconoce al muchacho que mañana será buena persona.

      El árbol de la Mentira

      Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio su consejero, y le dijo:

      -Patronio, tengo unos enemigos con los que discuto continuamente. Son gente que se pasa la vida mintiendo, pero lo hacen con tanta habilidad que han conseguido poner a mucha gente en mi contra. Si yo quisiera mentir como lo hacen ellos seguro que lo haría igual de bien, pero se que las mentiras no traen nada bueno, por eso nunca las he querido utilizar. Y, como vos entendéis tanto, quisiera que me digáis que comportamiento conviene que adopte con esos hombres que tanto me perjudican.

      -Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, para que hagáis lo esencial, me gustaría que supieseis lo que les pasó a la Mentira y a la Verdad.

      Señor conde Lucanor, la Mentira y la Verdad vivían juntas. Un día la Mentira le dijo a la Verdad que convenía plantar un árbol para tener fruta y disfrutar de la sombra en los días de calor. La Verdad como es tan amable aceptó la idea.

      Cuando el árbol comenzó a crecer la Mentira le dijo a la Verdad:

      -Es mejor que nos repartamos el árbol.

      A la Mentira le pareció bien, y entonces la Mentira le dio a entender, que la raíz es la mejor parte del árbol, pues lo nutre y le da vida. Así que le aconsejo a la verdad que se quedara con las raíces del árbol que estaban bajo tierra.

      -Yo, en cambio -dijo la Mentira-, me quedaré con las ramas que son poca cosa y aún están por salir. Fijaos que me arriesgo mucho, pues puede ser que los hombres corten las ramas, o que los pájaros las quiebren, o que el calor las seque, o que el frió las hiele, son peligros que nunca correrá la raíz.

      Cuando la Verdad oyó todo aquello, como es muy confiada, pensó que la Mentira le estaba haciendo un gran favor, así que se quedó con la raíz del árbol y se sintió muy afortunada, pues pensaba que se había quedado con la mejor parte. En cuanto a la Mentira, quedó muy satisfecha por la gran facilidad con que había engañado a su compañera.

      El caso es que la Verdad se metió bajo tierra para vivir entre las raíces mientras la Mentira se quedaba en la superficie. Como la Mentira es muy zalamera, impresionó a todo el mundo en poco tiempo.

      Pasaron meses y años, y el árbol empezó a crecer. Echó unas ramas grandiosas y unas hojas anchísimas que daban mucha sombra y unas flores preciosísimas de bonitos colores. Cuando la gente vio aquel árbol tan hermoso, comenzó a reunirse para disfrutar de su sombra y quedarse mirando sus coloridas flores. La Mentira, como es tan astuta, agradaba a quienes se sentaban bajo el árbol y les enseñaba sus malas artes, que la gente se alegraba mucho se aprender. Y, como a la sombra de la Mentira se aprendía tanto, la gente ansiaba estar junto al árbol y aprender sus mentiras. Todo el mundo adoraba a la Mentira, y quien no acudía a aprender de ella era muy mal visto.

      En cambio, a la desafortunada Verdad nadie la apreciaba. La pobre seguía escondida bajo tierra, sin que nadie supiera dónde estaba. Y, sucedió que, como no tenía nada que comer, la Verdad comenzó a roer las raíces del árbol para no morirse de hambre. Así que aquel árbol se quedó sin raíces antes de que pudiera dar frutos. Un día en que la Mentira se encontraba con todos sus discípulos a la sombra del árbol, vino un viento y lo tumbó, el árbol cayó sobre la Mentira y la dejó malherida, y todos los que estaban allí acabaron muertos o heridos de mucha gravedad. Entonces, salió la Verdad por un hueco que el tronco dejó en la tierra, y vio a la Mentira y a sus discípulos en un estado lastimoso, arrepentidos de haberse valido de las malas artes de la Mentira.

      -En cuanto a vos, señor conde Lucanor -dijo Patronio-, debéis tener en cuenta que la Mentira tiene unas ramas muy grandes, y que sus dichos resultan muy placenteros, pero sólo son una sombra que no da fruto.

      Por lo tanto, si vuestros enemigos se valen de la mentira, alejaos de ellos y no los imitéis, ni envidiéis la buena suerte que han conseguido valiéndose del engaño. Pues, cuando se sientan más afortunados, su suerte se derrumbará igual que cayó el árbol de la Mentira. Así que agarraos a la verdad por más que otros la desprecien.

      Al conde le gustó mucho el consejo de Patronio, así que lo siguió y le fue bien.

      Moraleja: Apartar la mentira y querer la verdad que el mentiroso siempre acaba mal

      Las dos vidas del zorro

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, tengo un pariente al que maltratan en su tierra, pues no es tan poderoso para impedirlo. Quienes mandan allí desean que mi pariente cometa algún error para tener una excusa y atacarle. Mi pariente sufre mucho con las barbaridades que le hacen y preferiría arriesgar todo lo que tiene antes que seguir soportando una vida tan amarga.

      Os ruego que me digáis que le puedo aconsejar para que viva lo mejor posible sin tener que irse de su tierra.

      -Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, para que podáis aconsejar a vuestro pariente, me gustaría que supieseis lo que le pasó a un zorro que se hizo el muerto.

      Señor conde, una noche entró un zorro en un corral donde había gallinas, discutió tanto con ellas, que, cuando quiso salir, ya era de día, así que si se arriesgaba a salir del corral, se pondría en gran peligro, pues la calle estaba llena de gente. Decidió salir del corral con mucho cuidado y echarse en la calle como su estuviera muerto.

      Cuando las gentes lo vieron, pensaron que estaba muerto de verdad y no le hicieron caso. Al cabo de un rato pasó un hombre por allí y dijo:

      -La guedeja que el zorro tiene en la frente es muy útil para remediar el mal de ojo cuando se pone en la frente de los niños.

      Así que cortó con unas tijeras el mechón del pelo que el zorro tenía en la frente y se lo llevó.

      Al cabo de un rato pasó otro hombre y dijo lo mismo del pelo del lomo, y más tarde pasó otro y dijo lo mismo del pelo de las ijadas, hasta que al fin fueron tantos los que pasaron por ahí y dijeron lo mismo que el zorro quedó completamente trasquilado. Pero por más que le quitaron el pelo el zorro nunca se movió, pues sabia muy bien que perder el pelo no le dañaba en nada.

      Más tarde, pasó por allí otro hombre y dijo:

      -La uña del pulga del zorro es buena para curar los panadizos.

      Así que le arrancó la uña.

      Luego llegó otro y dijo:

      -Los colmillos de los zorros son buenas para el dolor de muelas.

      Así que le saco los colmillos.

      Al cabo de un rato apareció otro y dijo:

      -El corazón del zorro es un remedio buenísimo para el dolor del corazón.

      Así que fue a coger el cuchillo para sacarle el corazón al zorro, pero cuando el zorro vio que querían quitarle el corazón y que no podría recuperarlo, y que por lo tanto se moriría, pensó que era mejor arriesgarse a cualquier cosa que le pudiera pasar antes que sufrir un mal que le llevaría a la muerte. Así que arriesgo y puso todo su empeño en escapar, y logró huir con mucha facilidad.

      -En cuando a vos, señor conde -dijo Patronio-, aconsejadle a vuestro pariente que si sufre ofensas de poca importancia las soporte fingiendo que no le afectan, pero si le hacen una ofensa grave, que plante cara aunque tenga que arriesgarlo todo, pues es mejor morir defendiendo los derechos que vivir sufriendo constantes daños.

      Al conde le pareció que Patronio le había dado un buen consejo.

      Moraleja: Sufre las cosas cuando debas y evítalo cuando puedas.

      El traje invisible

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, un hombre ha venido a verme y me ha sugerido un negocio que asegura que me dará grandes provechos. Pero me ha pedido que no le diga nada a nadie. Y tanto me insiste en que guarde el secreto, que ha llegado a decirme que si le digo algo a alguien, mi casa y mi vida correrían peligro. Y, como vos sabéis diferenciar a quienes hablan con buena intención o mienten, os suplico que me aconsejéis sobre lo que debo hacer.

      -Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, para que veáis lo que os conviene me gustaría que supieseis lo que le pasó a un rey con tres pícaros que fueron a engañarle.

      Señor conde, tres pícaros fueron a ver a un rey moro, y le dijeron que ellos eran grandes maestros del tejer, y que podían elaborar una tela que solo podían verla aquellos quienes eran en verdad hijo de quien creía su padre.

      El rey se entusiasmó mucho al oír aquello, pensó que así podría descubrir quienes eran en realidad hijas de del hombre al que consideraban su padre, de esa manera podría enriquecerse mucho. Y, es que entre moros, sólo los hijos de aquel que es en realidad su padre heredan los bienes.

      El rey ordenó que se dispusiera en su palacio un salón donde los tejedores pudiesen hacer la tela.

      Los tejedores le dijeron que se quedarían encerrados en ese salón hasta que terminaran la tela. Al rey le gustó la idea, y puso a disposición de los tejedores todo lo que pudieran necesitar. Ellos pidieron oro, plata, seda y dinero, aseguraron que les hacía falta para tejer, cuando lo tuvieron todo se encerraron en el salón.

      Unos días después, uno de los pícaros fue a buscar al rey, para decirle que la tela ya estaba empezada, y que podía ir a verla cuando quisiese, pero sin que nadie le acompañara.

      Pero el rey no quería ser en primero en ver si la tela tenía de verdad la virtud mágica que decían los tejedores. Así que envió a un criado suyo para que fuese el primero en verla. Cuando el criado vio a los tejedores delante de los telares y les oyó decir <<Fijaos en este adorno, mirad aquella figura>>, no se atrevió a confesar que no veía nada, y le dijo al rey que la tela era preciosa. Aún así el rey no se atrevió a ir a verla, y mandó a un segundo criado. Y pasó lo mismo que con el primero: tampoco vio la tela pero le dijo al rey que le había encantado. Y lo mismo pasó con todos los demás criados que fueron a ver la tela.

      Y como todos sus criados le habían dicho al rey que habían visto la tela decidió ir a verla él también. Cuando entró en el salón vio a los pícaros que movían las manos sobre el telar como si estuvieran tejiendo de verdad, y oyó que decían grandes elogios de la tela, pero el no veía nada, así que pensó que no era el hijo del que siempre había creído su padre, pero no dijo nada, pues temía perder el trono si decían que no era el hijo del rey que le había dejado el trono. De modo que volvió a su habitación, para reencontrarse con sus cortesanos, y les habló de lo maravillosa que era la tela, aunque en realidad estaba muy desconcertado.

      A los pocos días envió a su alguacil para que viese la tela, advirtiéndole que era maravillosa. Y como el alguacil oyó a los tejedores decir que la tela era de preciosa y se acordó de lo que le dijo el rey, no se atrevió ha decir que no veía nada, y pensó que era porque no era el verdadero hijo de quien creía su padre. Pensó que si decía que no veía la tela sería deshonrado, así que empezó a elogiar la tela tanto como el rey. Cuando le dijo al rey que la tela era preciosa, el rey aún se entristeció más, pues pensó que ya no había duda de que no era el hijo de aquel que creía su padre.

      Cierto día en que se celebró una gran fiesta, el rey tenía que prepararse un traje para lucirlo en aquello ocasión tan especial.

      Entonces los tejedores sacaron la tela envuelta en unas sábanas muy grandes, hicieron que la desenrollaban y le preguntaron al rey que tipo de traje quería que le hicieran con esa tela. El rey explicó el tipo de traje que quería, y los tejedores hicieron como que cortaban la tela y que calculaban el talle que debía tener el traje, y prometieron que lo coserían en poco tiempo.

      Cuando llegó el día de la fiesta, los pícaros le llevaron el traje al rey y fingieron que lo vestían. El rey no se atrevió ha decir que no veía el traje, así que dejó que se lo pusieran, luego subió a caballo y empezó a desfilar por toda la ciudad sin darse cuenta que iba desnudo.

      Todo el mundo sabía que al rey le habían hecho un traje que sólo podían ver quienes eran hijos de aquel al que creía su padre. Así que cuando la gente vio que el rey iba desnudo, empezaron a elogiar al traje por miedo a que, si decían la verdad, se reirían de ellos y quedarían deshonrados para siempre.

      Pero un negro que se encargaba de alimentar al caballo del rey de atrevió a hablar, como no tenía honra, no podía perderla. Así que se acercó al rey y le dijo:

      -Señor, a mí me da igual que digan que no soy hijo de mi padre, pero os diré una cosa: o yo estoy ciego o vais desnudo.

      El rey le dijo al negro:

      -Lo que pasa es que tu madre te engendró con otro que no era su marido, por eso no ves el traje que llevo puesto.

      Pero ocurrió que uno que estaba cerca oyó lo que decía el negro, y dijo:

      -Pues yo también os veo desnudo, Majestad.

      -Y yo también -dijo otro.

      -¡Y yo también! -exclamó un tercero.

      De modo que todos empezaron a decir lo que veían, así que todo el mundo incluido el rey le perdieron el miedo a la verdad y entendieron que los tejedores les habían tomando el pelo. Entonces corrieron a buscar a los tres pícaros, pero no los encontraron, se habían ido con todo el dinero que le habían sacado al rey por aquella tela que nadie veía.

      -En cuando a vos, señor conde Lucanor -dijo Patronio-, puesto que el hombre que os ha propuesto el negocio os insiste tanto en que guardéis el secreto, tened por seguro que pretende engañaros. Pues no puede ser que él, que no os debe fidelidad alguna, desee más vuestro bien que quienes pertenecen a vuestra familia.

      Al conde le pareció que Patronio le había dado un culto consejo, así que lo siguió y le fue bien.

      Moraleja: Quien te hace desconfiar de un buen amigo quiere engañarte como a un niño.

      Una esposa de armas tomar

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, un criado mío me ha dicho que van a casarle con una mujer muy rica. La boda le beneficia mucho, salvo que le han dicho que su prometida es la más enfadadiza del mundo. Así que os suplico que me aconsejéis si debo insistirle para que se case con esa mujer, aun sabiendo cómo es, o si es mejor que le convenza para que no se case.

      -Señor conde -dijo Patronio-, si vuestro criado sabe comportarse como aquel mozo moro que era hijo de un hombre respetado, aconsejadle que se case, pero, si no es así, dale razones para que no lo haga.

      Señor conde, en una ciudad vivía un hombre respetado con su hijo, que era el mejor mozo del mundo. El muchacho no tenía mucho dinero así que andaba siempre muy insatisfecho. En esa misma ciudad vivía otro hombre mucho más poderoso y rico, que tenía una sola hija. La moza era lo contrario al muchacho este, él era bueno y agradable y ella tenía un carácter malo y difícil. Todos pensaban que aquella moza era el mismísimo demonio, por eso nadie quería casarse con ella.

      Un día, el buen muchacho le dijo a su padre que le gustaría que le casara con alguna muchacha rica para que le diera medios de vida. Al padre le pareció bien, entonces el mozo le preguntó si podía pedirle al vecino tan rico que tienen que le case con su hija. Al padre le pareció una locura, pero el hijo insistió tanto que consiguió que su padre esa misma tarde fuera a ver a su vecino, de quien era buen amigo, y le explicó los deseos de su hijo. El padre le la muchacha le dijo que si él casara a su hijo con su hija, se portaría como un mal amigo, pues vos tenéis un hijo muy buena y si mi hija se casa con el, acabara por matarlo o le amargaría la vida. El padre del mozo le agradeció la advertencia pero le suplico que le diera a su hijo la mano de la muchacha ya que así lo quería el mozo.

      Así que se celebró el matrimonio, y llevaron a la novia a casa del novio. Como es típico de los moros, el día de la boda les preparan la cena a los novios y los dejan solos en casa hasta la mañana siguiente.

      Pero tanto la familia del novio como la de la novia estaban muy inquietos, pensaban que a la mañana siguiente encontrarían al novio muerto o malherido.

      Una vez se quedaron solos en la casa, se sentaron a la mesa, y el novio vio que a los pies de la mesa había un perro, y le dijo con voz muy enfadada:

      -¡Perro, tráenos agua para que nos lavemos las manos!

      Por supuesto el perro no le hizo caso y el mozo volvió a repetirle la orden con más fiereza.

      Pero el perro tampoco le hizo caso, el mozo al ver que el perro no le obedecía sacó la espada y fue hacia el perro, este se echó a correr, pero el mozo empezó a perseguirlo hasta que lo atrapó, entonces le cortó la cabeza y las cuatro patas y lo acuchilló mil veces hasta dejarlo hecho pedazos.

      Lleno de rabia se sentó otra vez en la mesa y volvió a mirar a su alrededor. Entonces vio a un gato y le dijo:

      -¡Gato, tráenos agua para que nos lavemos las manos!

      Como el gato no le hizo caso el mozo le gritó con más furia la misma orden.

      Aún así el gato no le obedeció, entonces el mozo agarró al gato y lo tiró contra la pared con tanta fuerza que lo dejó partido en más de cien pedazos.

      Después de esto, el mozo volvió a la mesa y miró a todos lados, y vio a un caballo, que era el único que tenía y le ordenó con furia:

      -¡Caballo tráenos agua para que nos lavemos las manos!

      Por supuesto el caballo no le hizo caso, el mozo gritó:

      -¿Acaso piensas que no te haré nada por que no tenga otro caballo? No te engañes, si no me obedeces te mataré como al perro y al gato, y lo mismo haré con todo aquel que no me obedezca.

      El caballo si se enteró, entonces el mozo se enrabió tanto que fue hacia el y le cortó la cabeza.

      Cuando la mujer vio que su marido mataba al único caballo que tenía y juraba acabar con todo aquel que no hiciera caso, entendió que aquello no era una broma y se asustó tanto que se dio por muerta.

      El mozo volvió a la mesa y miró hacia todos los lados, y como no vio nada que estuviera vivo, miró a su mujer y le dijo:

      -¡Levantaos y traedme agua para que me lave las manos!

      La mujer, temiendo que el marido fuera a matarla se levantó corriendo y trajo un jarro de agua. Luego el muchacho le ordenó que le diese de comer, y ella le obedeció enseguida. Y así pasó con todo lo demás: cada vez que él daba una orden ella la obedecía.

      Cuando se fueron a dormir el mozo le dijo a su esposa:

      -Con los disgustos que he tenido esta noche, me va ha costar mucho dormirme así que preocúpate de que nadie me despierte mañana por la mañana y tenedme preparada la comida para cuando me levante.

      Estaba haciéndose de día cuando los padres y los parientes de los novio se acercaron a la puerta de la casa, y como no oyeron hablar a nadie pensaron que el novio estaba muerto. Al abrir la puerto solo vieron a la novia, así que pensaron que sus peores indicios se habían cumplido.

      La novia que vio a sus parientes fue a buscarlos en silencio y les dijo:

      -¡Locos, traidores! ¿Cómo os atrevéis a venir aquí a hablar? ¡Callaros inmediatamente o mi marido nos matará a todos!

      Cuando los parientes oyeron aquello se quedaron muy asombrados, pero enseguida supieron lo que había pasado aquella noche, y empezaron a elogiar al novio por lo bien que había sabido tranquilizar el carácter de su esposa.

      Desde aquel día, la moza fue la mujer más pacifica y obediente del mundo, y el matrimonio llevó una vida tranquila y feliz.

      Viendo esto el padre de la moza quiso imitar a su yerno, así que un día que estaba comiendo con su esposa mató a un gallo porque no le obedecía. La esposa que le vio las intenciones le dijo la mar de tranquila:

      -¡Qué tarde espabilas, esposo! Si querías asustarme para que te obedeciera en todo, tendrías que haberlo hecho hace mucho tiempo. A estas alturas ya nos conocemos de sobras y no te servirá de nada esa furia, aunque mates a cien caballos.

      -En cuanto a vos, señor conde -dijo Patronio-, si creéis que vuestro criado sabrá comportarse como el mozo del cuento, aconsejadle que se case con esa mujer, pero si no es asó dejadle a su suerte y que decida por sí mismo lo que le conviene. Tened en cuenta que este consejo vale para otros muchos casos de la vida, pues quien quiera que se os acerque debéis darle a entender desde el principio de que manera os a de tratar.

      Al conde le pareció que el conseja era bueno, así que lo siguió y le fue bien.

      Moraleja: si al principio no te muestras como eres, ya no podrás hacerlo cuando quieras.

      El ahogado por codicia

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, me han prometido que si viajo a cierto lugar, me darán dinero, lo que me traerá buen provecho. Pero temo que, si me detengo allí mi vida correrá peligro, así que os ruego que me aconsejéis sobre lo que me conviene hacer.

      -Señor conde -dijo Patronio-, para que hagáis lo que os conviene, me gustaría que supieseis lo que le pasó a un hombre que tuvo que pasar un río cuando iba cargado de unas piedras hermosas.

      Señor conde, hubo una vez un hombre que iba con un saco dónde llevaba una gran cantidad de piedras hermosas. Yendo por el camino el hombre topó con un río y no tubo más remedio que travesarlo para llegar a la otra orilla. Como el saco pesaba tanto a mitad del río el hombre empezó a hundirse. Un vecino que estaba a la orilla del río comenzó a gritarle que soltara el saco que llevaba en el hombre, o si no se ahogaría sin remedio. Pero aquel hombre era tan egoísta, que no supo ver que si se ahogaba no solo perdería las piedras preciosas sino su vida, mientras que si soltaba el saco, solo perdería las piedras pero salvaría su vida. Pero como era tan ambicioso, no soltó el saco, y murió ahogado.

      -En cuanto a vos, señor conde Lucanor -dijo Patronio-, aunque hacéis bien en querer el beneficio que os espera en el sitio que decís, os aconsejo que no os quedéis allí por ambición si es que vuestra vida puede correr peligro. El que se arriesga por egoísmo o por simple arriesgo, es que valora poco su vida.

      Al conde le pareció que aquel consejo era bueno, así que lo siguió y le fue bien.

      Moraleja: Quien por ambición mucho se arriesga muy poco tiempo la suerte le dura.

      La beguina diabólica

      Otro día estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, el otro día hablaba con unos conocidos y nos preguntamos << ¿Que tendría que hacer un hombre malo para causar el mayor daño posible a los demás?>> Unos decían que tendría que maltratar a sus vecinos o hablar mal de la gente. Y como vos entendéis tanto, os suplico que me digáis cual de esas barbaridades es la más dañina.

      -Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, para que os quede clara esa cuestión me gustaría que supieseis lo que le pasó al diablo con una beguina.

      Señor conde Lucanor, en cierto pueblo vivían un matrimonio que llevaba una vida muy tranquila porque nunca discutían. El diablo rabiaba al ver tanta felicidad, así que trató de malmeter en aquel matrimonio, pero no lo consiguió.

      Un día que paseaba muy triste porque no conseguía salirse con la suya, se encontró con una beguina, que le pregunto porque estaba tan apenado, y el diablo le dijo que era porque en aquel pueblo de allá vivía un matrimonio muy feliz y por mas que intentaba malmeter no lo lograba, y como había fracasado tantas veces su amo, que es Satán le había rechazado.

      La beguina le dijo que le sorprendía mucho, pues no podía creer como un hombre tan sabio como él era incapaz de llevar el mal a un matrimonio, le dijo que ella le ayudaría, pero que él tendría que hacer todo lo que ella le dijera.

      Así pues la beguina consiguió conocer a la mujer del matrimonio feliz, y le dijo que ella se había criado en casa de su mare, y quería agradecérselo en todo lo que pudiera. La mujer la creyó y metió a la beguina en su casa, acabó por contarle todas sus cosas, igual hizo su marido. Cuando la beguina llevaba cierto tiempo en esa casa, le dijo a la mujer que se había enterado que su marido se había encaprichado de otra. Cuando la mujer oyó aquello se puso muy triste. Entonces la malvada beguina esperó al marido en el camino donde tenía que regresar, y le echó en cara todo lo que le estaba haciendo a la mujer. El marido pensó que la mujer no tenía motivos para preocuparse, pero se puso muy triste, la beguina volvió a la casa y le dijo a la mujer que su marido estaba muy enfadado con ella, que podía comprobarlo ahora mismo porque venía muy triste. Luego la beguina fue a buscar al marido y le dijo lo mismo. Cuando el marido entró a la casa y vio a la mujer tan triste su tristeza aumentó y lo mismo le pasó a la mujer.

      Al cabo de un rato, cuando el marido había salido de la casa, la beguina le dijo a la mujer que ella podía buscar a un sabio que le diera algún remedio para el enfado de su marido, la mujer le suplicó que lo hiciera, así que la beguina se marchó y a los pocos días volvió, y le dijo a la mujer que había encontrado a un sabio, que le había dicho que tenía que llevarle un mechón del pelo de la barba de su marido, para que pudiera preparar una bebida que haría que su marido se olvidara de su enfado. Así que cuando llegara su marido a casa tenía que hacer que se durmiera en su regazo, para poder quitarle el mechón de pelo de la barba, la beguina le dio una navaja para que la mujer pudiera cortárselo.

      La beguina fue a buscar al marido, y le dijo que su mujer planeaba matarlo para luego irse con un amante que tiene, y para que viera que no le mentía, le dijo que lo haría así: cuando él se acercara a ella, ella intentaría que se durmiera en su regazo y una vez dormido le degollaría con una navaja.

      Al oír aquello, el marido se sorprendió mucho y quiso probar a su esposa, para ver si lo que le había dicho la beguina era verdad. Al llegar a casa la mujer le dijo que siempre estaba trabajando, y le propuso que se echara en su regazo para que ella pudiera espulgarle, el marido apoyó la cabeza en el regazo y hizo como que se quedaba dormido, cuando pasó un rato la mujer sacó la navaja para cortarle el mechón de pelo de la barba, pensando que él estaba dormido.

      De repente el marido abrió los ojos, y como vio que tenía la navaja a dos dedos de su cuello pensó que su mujer quería matarlo, así que le quitó la navaja de las manos y sin pensárselo dos veces la degolló.

      Los gritos de la mujer fueron tan grandes que se oyeron en todo el pueblo, así que los familiares de la moza acudieron a la casa, y al ver a la joven degollada fueron a por el marido y lo mataron, y pasó lo mismo que con la joven, entonces fueron la familia del mozo y mataron a los que habían matado al joven, y así sucesivamente hasta que murieron media población.

      Todo aquello pasó por las falsas palabras de la beguina, pero ella también tuvo su castigo, porque al final se supo que todo había ocurrido por su culpa, así que la justicia la condenó a una muerte muy cruel.

      -En cuando a vos, señor conde Lucanor -dijo Patronio-, debéis saber que nadie causa males tan grandes como los que se hacen pasar por una persona bondadosa, pero tiene malas intenciones y crea mentiras para que la gente se enfrente. Así que os aconsejo que os alejéis de quien se hace pasar por buena persona. Y para poder saber quien son esas personas, aprended el consejo del Evangelio que dice: `Por sus obras los conoceréis'. Pues sabed que nadie puede esconder su voluntad por mucho tiempo.

      El conde pensó que el consejo que le había dado Patronio era muy bueno, así que lo siguió y le fue muy bien.

      Moraleja: Para que no te mienta una persona traicionera presta atención a sus actos y no a sus apariencias.

      Los tres caballeros

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, hace cierto tiempo me vi metido en una guerra y estuve a punto de perderlo todo. Cuando necesitaba mas ayuda, ciertos criados míos, que se habían criado en mi casa y tenían mucho que agradecerme, me abandonaron ante el peligro y hicieron lo posible por hacerme daño. Des de ahí mi confianza en la gente se ha quedado muy reducida.

      Como vos entendéis tanto, quisiera que me dijerais como he de tratar a esos criados míos.

      -Señor conde -dijo Patronio-, si esos criados se hubieran parecido a don Pedro Núñez de Fuente Almejir , don Ruy González de Cervallos y don Gutierre Ruiz de Blaguiello o hubieran sabido lo que les sucedió , no os habrían traicionado.

      Señor conde Lucanor, el conde don Rodrigo se casó con una mujer, que era hija de don Gil García de Zagra. Y aunque la mujer era muy buena, el marido la acusó de una falta que no había cometido, ella dolida por aquella juzga le rogó a Dios que si ella era culpable la castigara, pero si por lo contrario, era inocente que castigase a su marido. Nada mas decir aquello el conde enfermó de lepra y la mujer lo abandonó.

      El conde viendo que no se podía curar de la lepra decidió ir a Tierra Santa y morir allá. Le acompañaron los tres caballeros que he nombrado antes. Pasaron mucho tiempo allí, tanto que gastaron todo el dinero que tenían y se quedaron en la pobreza. Dos de los caballeros siempre iban a la plaza donde encontraban trabajo, mientras que el otro caballero se quedaba cuidando al conde.

      Así siguieron esa vida hasta que el conde murió, luego lo enterraron y esperaron que su carne se descompusiera, y cuando solo quedó el esqueleto, metieron sus huesos en una arqueta, con la que los caballeros pensaron cargarla por turnos. Luego pidieron que les hicieran el acta de todo lo que les había `pasado en Tierra Santa y por fin empezaron el viaje de vuela. Llegaron a tierras de Tolosa, y al entrar en un pueblo vieron a mucha gente, y llevaban a una joven a la hoguera para quemarla, porque su cuñado la había acusado de haber sido infiel a su esposo. Si un caballero la salvaba no moriría, pero ningún caballero se ofreció a salvarla. Cuando don Pedro Núñez oyó aquello les dijo a sus compañeros que si supiera que la moza era inocente, la salvaría, así que fue a preguntárselo y ella le respondió que nunca le había sido infiel aunque había sentido ganas de serlo. Don Pedro supo que la joven había pecado, aunque solo hubiese sido en pensamiento, y pensó que si se ponía de su parte cometería una injusticia, pero como ya se había comprometido a salvarla y al fin y al cabo ella no había sido infiel, dijo que él la defendería. Una vez dentro del terreno del desafío, don Pedro Núñez venció la lid y salvó a la dama. Pero en el combate, perdió un ojo, y de esa manera se cumplieron sus malos pensamientos. La moza y su familia se lo agradecieron dándole dinero, así que los tres caballeros pudieron seguir el viaje hacia Castilla con los huesos del conde.

      Cuando el rey de Castilla supo que aquellos tres caballeros habían venido desde Tierra Santa solo para devolver a su patria los huesos del conde, se alegró mucho, enseguida envió a unos mensajeros para que les dijeran que se presentaran en su corte. El rey salió a su encuentro caminando, tantas ganas tenía de recibirlos que caminó más de 25 kilómetros.

      Como querían honrar al conde y a los tres caballeros, el rey y su séquito acompañaron los huesos del conde hasta Osma donde los sepultaron. Una vez enterrado el cuerpo los caballeros se fueron para sus casas.

      El día en que don Ruy González entró a su casa, se sentó a la mesa con su esposa para comer, la mujer le dio las gracias a Dios por haberla dejado ver un trozo de carne y vino, pues el bien sabía que no probaba esto desde que su marido se fue. El le preguntó que porque no había probado la carne en todo este tiempo y ella le dijo que cuando el se fue le dijo que llevara una vida honrada, y así no le faltaría un trozo de pan ni una jarra de vino. Y para no salirse en lo que él le dijo no ha comido más que pan y ha bebido más que agua.

      Igual, cuando don Pedro Núñez llegó a su casa y se quedó a solas con su mujer y sus familiares, todos se mostraros muy felices por el reencuentro y rieron mucho. Pero, cuando don Pedro vio reír a los demás pensó que se burlaban de él porque había perdido un ojo, así que se cubrió la cabeza con un manto y le echó en la cama. Cuando su esposa lo vio tan apenado se entristeció mucho, y le pregunto lo que le pasaba, él le dijo que le había dolido que se rieran de él por ser tuerto. Cuando su mujer oyó aquello cogió una aguja y se la hincó en uno de sus propios ojos hasta desgarrárselo, y entonces de dijo al marido, que había hecho eso porque si alguna vez se reía no pensara que lo hacía para burlarse de él.

      Y de esa forma, Dios compensó a los tres caballeros por la bondad con la que habían actuado.

      -Estoy seguro, señor conde -dijo Patronio-, de que, si los que os han tratado así hubieran conocido la recompensa que recibieron los tres caballeros del conde, no os hubieran traicionado. Pero aún así no tenéis que dejar de ser bueno, porque los que son malos se perjudican a sí mismos, no a vos. En esta vida no todos os agradecerán lo que hagáis por ellos, pero quizá baste la gratitud de uno para que tengáis por bien empleado lo que hagáis por todos.

      Al conde le pareció que aquel consejo era bueno y que era justo la verdad.

      Moraleja: Aunque alguien te trate mal, no dejes tú de actuar con bondad.

      La falsa miedosa

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, tengo un hermano más mayor que yo, y pienso que debo hacerle caso como si fuera mi padre. El tiene fama de ser buen cristiano, pero yo soy más rico y poderoso, y por esa razón me tiene envidia, aunque trata de disimularlo. Cada vez que le pido un favor, me da a entender que no puede ayudarme, porque lo que le pido le haría pecar, con esa excusa me da largas, hasta que dejo de pedirle ayuda. Pero cuando es él el que me necesita, me da a entender que debo arriesgar mi vida para hacer lo que quiere. Como esto me pasa casi siempre, os ruego que me aconsejéis sobre lo que debo hacer en este caso.

      -Señor conde -dijo Patronio-, lo que os pasa con vuestro hermano me recuerda a lo que cierto moro le dijo a su hermana.

      Señor conde, un moro tenía una hermana muy miedosa. El hermano de esta moza era muy buen muchacho, aunque muy pobre. Como la pobreza a veces obliga a los hombres ha hacer cosas que no querrían aquel muchacho se ganaba la vida de una manera muy deshonrosa. Cada vez que moría alguien en la ciudad, iba de noche y le robaba la mortaja. Y así podía mantener a su familia. Cierto día murió un hombre muy rico. Al que enterraron con vestidos muy lujosos y con cosas de gran valor. Cuando la hermana se enteró le dijo a su hermano que ella quería ir esa noche para ayudarle a coger las cosas de la tumba de ese hombre. Cuando llegó la noche, el mozo y su hermana fueron al cementerio y abrieron la tumba, se dieron cuenta que solo habían dos formas de sacárselas: o le rompían la ropa o le quebraban la cerviz, cuando la hermana vio que si no le rompían el pescuezo al difunto tendrían que romper la ropa y perderían mucho dinero, cogió la cabeza del muerto y le desencajó los huesos. De esa manera pudieron quitarle la ropa al muerto, y todo lo que había de valor, lo recogieron todo y se fueron a su casa.

      Al día siguiente, a la hora de comer, el mozo se puso a beber agua de su jarra, y al oír el ruido su hermana le dijo que ese ruido le daba tanto miedo que estaba apunto de desmayarse, entonces el hermano le dijo <<¿Así que os da miedo el ruido de la jarra que hace boc boc y no os asustáis cuando descoyuntáis el pescuezo de un muerto?>>

      Esa frase ahora la utilizan muchos moros.

      -En cuanto a vos, señor conde Lucanor - dijo Patronio, si veis que vuestro hermano os pone excusas cuando le pedís ayuda, y en cambio os obliga a hacer todo lo que él os dice, no dudéis que es como la mora del cuento. Así que os conviene pegarle con su misma moneda: decidle buenas palabras y ponedle buena cara, pero no hagáis nada de lo que os pueda perjudicar.

      Al conde le pareció que Patronio le había dado un buen consejo, así que lo siguió y le fue bien.

      Moraleja: Por quien no acepta lo que más te conviene no arriesgues lo que ya tienes

      La vergüenza de Saladín

      Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:

      -Patronio, yo sé que entendéis tanto que nadie mejor que vos podría contestar a cualquier cosa que le preguntasen. Por eso os suplico que me digáis cuál es la mayor virtud que puede tener un hombre. Sé que las personas disfrutamos de muchas cualidades, pero esas cualidades son tantas que quisiera que me dijerais un par de ellas para guardarlas en mi memoria.

      -Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, aunque me halagan vuestros elogios, os engañáis al tenerme por el hombre mas sabio. Para saber como es alguien hay que fijarse en sus actos, y para saber si es justo hay que observar si lleva con habilidad las riendas de su vida. Para explicaos cuál es la mejor cualidad de un hombre, quisiera que supieseis lo que le pasó a Saladín con la mujer de un criado suyo

      Señor conde Lucanor, Saladín era sultán de Babilonia, y a todas partes que iba siempre llevaba consigo con séquito muy numeroso. Tanto que una vez no cabían en el mismo lugar que su acompañamiento, así que decidió hospedarse en casa se un criado suyo. Saladín se enamoró de la esposa de su criado, entonces fue a un consejero que le aconsejó que tenía que hacer para conseguir lo que quería, le dijo que tenía que darle al marido de esa moza un cargo importante y que fuera ha hacer una misión en un lugar muy lejano, así cuando el caballero estuviera allí, él podría acercarse a la mujer. Así lo hizo Saladín, y caballero se fue a cumplir la misión creyéndose afortunado. Entonces Saladín fue a casa de su criado a ver a la mujer, que estaba sola, la mujer recibió muy bien al sultán, agradeciéndole la merced que le había hecho a su marido.

      Después de comer, Saladín fue a su habitación y llamó mandar a la dueña. Ella fue enseguida a verlo, y el sultán le dijo que la amaba mucho, ella se hizo la desentendida y le dijo que le agradecía ese amor y que le deseaba lo mejor por la gran merced que le había hecho a su esposo.

      Saladín tuvo que explicarlo como era el amor que sentía por ella, porque ella fingía que no le entendía, tantas veces le dijo que la amaba que no le quedaba mas remedio que aceptar lo que le decía, y le dijo que ella sabía bien que a los señores importantes, les gustan una mujer y al principio les hacen entender que harán todo lo que ella quisiese, pero cuando gozan de ella no vale nada, y le advirtió que ella tenía miedo a que le pasara lo mismo.

      El sultán intentó convencerla de que él no haría así y le prometió que haría todo lo que ella quisiese. Entonces ella le dijo que si él prometía hacer una cosa que ella le pidiese le obedecería en todo lo que le mandara. Entonces la dueña besó la mano y el pie del sultán y le dijo que quería que le dijese cuál era la mayor virtud que podía tener un hombre.

      Cuando Saladín escuchó aquello, comenzó a pensar pero no supo que responder, y le dijo que quería seguir pensando sobre aquella pregunta.

      La mujer le dijo que cuando él le diera la respuesta, ella haría sin duda todo lo que le pidiese.

      Hecho el acuerdo, el sultán fue a buscar a los sabios de su consejo y fingiendo que quería saberlo por otra cosa, les pregunto cuál era la mayor virtud que podía tener un hombre.

      Le dijeron un sin fin de virtudes pero a Saladín no le convencían. Y, como vio que nadie en su reino podía contestarle aquella pregunta, decidió viajas a tierras extranjeras.

      Fue de incógnito, vestido de juglar acompañado por dos auténticos juglares, atravesó el mar hasta la corte del Papa, donde se reunían todos los cristianos, pero nadie le supo contestar a su pregunta, desde allí fue a la corte del rey de Francia y de todos los demás reyes, pero no encontró la respuesta que buscaba.

      En aquellos viajes el sultán se pasó tanto tiempo, que se llegó a arrepentir de lo que había empezado, y ya no le apetecía deshonrar a aquella dama que tanto había deseado.

      Un día, yendo de viaje Saladín y sus juglares se encontraron a un escudero que venía de cazar un ciervo, y éste les pregunto quiénes eran y qué hacía ahí. Ellos le dijeron que eran juglares, el cazador al oír aquello se puso muy contento, pues quería que fueran a su casa para celebrar lo bien que le había ido la caza.

      Saladín dijo que no podía ser porque tenían prisa, le explicó que salieron de su tierra hace mucho tiempo, pero como no habían encontrado la respuesta que buscaban querían irse a casa.

      El escudero no se conformó con aquello y Saladín tuvo que decirle la pregunta para la que estaban buscando respuesta. El escudero le dijo que podía preguntárselo a su padre, y que si él no podía contestarles nadie en el mundo podría hacerlo. El escudero le contó que su padre había sido el mejor caballero de aquellas tierras, pero que estaba ciego y no podía salir de casa.

      Cuando el sultán escuchó aquello, decidió visitar al padre del escudero acompañado por sus dos juglares.

      Al llegar a casa del escudero, éste le contó a su padre que llegaba muy contento, porqué la caza le había ido muy bien y que a demás traía consigo a tres juglares, que buscaban la respuesta a una pregunta que nadie les sabia dar, y que les dijo que él podría contestarles por eso fueron a visitarle. El anciano le dijo que le dijera cuál era esa pregunta así que el escudero se la dijo, y el anciano le dijo que les diría la respuesta cuando hubieran comido. El escudero le dijo eso mismo a Saladín.

      Una vez quitada la mesa, el anciano le dijo a los juglares que su hijo le había contado que estaban buscando una respuesta a una pregunta que nadie les supo contestar. Les dijo que le dijeran la pregunta y que él les diría lo que le pareciera. Saladín le dijo la pregunta, y el anciano la entendió muy bien, y a demás reconoció la voz de Saladín, que daba la casualidad que había vivido en su casa hace mucho tiempo.

      El anciano le dijo que la mayor virtud que podía tener un hombre era la vergüenza, porque pos vergüenza acepta uno hasta la muerte, y por vergüenza deja uno de hacer todo que le parece mal, por mucho que quiera hacerlas. Cuando Saladín escuchó aquello supo que el anciano tenía toda la razón.

      Se despidieron de él y de su hijo, pero antes de que se fueran, el anciano le dijo al sultán que sabía que era Saladín y le agradeció todas las mercedes que había hecho por él.

      Saladín regresó a su tierra, y se dirigió a casa de la buena dueña, después de comer fue a su habitación y mandó llamar a la dueña. Cuando ella fue, el sultán le dijo que había encontrado la respuesta a la pregunta que le hizo, ella le dijo que se la dijera, y él le dijo que la mayor virtud que puede tener un hombre era la vergüenza.

      Al oír aquello la dueña se puso muy contenta, y le dijo que no había duda que decía la verdad y que había cumplido lo que prometió, así que le preguntó si él pensaba que había algún hombre mejor que él, este le dijo que no lo creía.

      Ella le dijo que acababa de decirle dos grandes verdades: una, que él era el mejor hombre del mundo y segunda, que la vergüenza es la mayor virtud que se puede tener. Le suplicó que quisiera para él la mejor cosa del mundo, la vergüenza y que le diera vergüenza lo que le pidió.

      Cuando Saladín escuchó aquello advirtió que aquella mujer había conseguido salvarle de esa gran equivocación.

      Para corresponder la bondad de la dama mandó que fueran a buscar a su marido, les hizo tantos honores que los convirtió en una de las familias más ricas del reino.

      -Y, pues vos, señor conde -dijo Patronio-, me preguntáis cuál es la mejor virtud que se puede tener, yo os digo que la vergüenza, pues la vergüenza hace que el hombre sea valiente, generoso, educado y hace siempre el bien, nos aleja de cometer errores que a veces queremos hacer, así pues tener vergüenza es la mejor cosa del mundo, pues quien no la tiene acaba yendo por mal camino y luego tiene el castigo que merece.

      >> Ya os he respondido a treinta preguntas, os habéis pasado tanto tiempo escuchándome que seguro que alguno de los vuestros se habrá enfadado. Y los que más lo estarán son aquellos a los que no les gusta las historias que enseñan cosas de provecho, como las bestias que van cargadas de oro: sienten el peso que llevan a cuestas pero no aprovechan lo que vale. Así que tanto por el enfado de los demás como por mi cansancio os digo que ya no quiero contestarle a más preguntas.

      Al conde le pareció que el consejo que le había contado Patronio era muy bueno, y prometió no hacerle más preguntas, para no cansarlo.

      Moraleja: Por vergüenza no hacemos el mal y por vergüenza actuamos con bondad.

      Comentario personal

      Este libro me ha gustado, y me ha hecho darme cuenta que en la vida las personas no son lo que aparentan, y como creo que los consejos valen mucho, se que me harán un buen provecho en mi vida.

      Al final es un poco aburrido, porque te cansas de que siempre tenga la misma estructura, pero a pesar de esto me ha gustado, son cuentos muy originales, pienso que en es esa época las pocas personas que eran cultas, lo eran demasiado, porque este libro está muy bien argumentado, aunque sé que el señor que hizo está adaptación cambio algunas palabras porque eran de un castellano muy antiguo, el libro sigue siendo original, a mi me ha sido fácil de entender los consejos y las moralejas. Aunque hay un par de cuentos que no me han gustado nada, como: `El árbol de la Mentira' pero en cambio, otros me han encantado, como: `Los tres caballeros'.

      En fin pienso que leyendo este libro he aprendido algunas cosas que me irán bien en la vida.

      Bibliografía o páginas Web consultadas

      http://www.lenguayliteratura.net/literatura/medievla.htm

      Introducción del libro.

      Enciclopedia universal.

      www.google.com




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    Enviado por:Negryta
    Idioma: castellano
    País: España

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