Biografía
Domingo Faustino Sarmiento
sarmiento, EL “otro”.-
Por Guillermo R. Gagliardi.-
“Dios me libre de los panegiristas inconcientes, más aún que de los detractores sistemáticos”
(Miguel de Unamuno, 1920, “Obras Completas”, Aguado, tomo 10).
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Sarmiento: “Porque ése es el secreto móvil de esa persecución de que es blanco mi nombre hace años. Es preciso desprestigiar este terrible acusador que hace veinte años tiene una pluma en la mano, contra las tiranías diversas que se han sucedido en la República. Esa palabra está apoyada por una moralidad intachable que le da la autoridad; y ha sido siempre el blanco y lo es ahora de todos los que necesitan desmontar ese ariete, destruir esa barrera” (en “El Nacional”, 17-05-1858; y en su “Escritos Diversos”, “Obras Completas”, tomo 52).
S.: “Mi oficio, mi vocación es pensar, escribir, enseñar” (1883, carta a Victorina Lenoir de Navarro). “Era y soy el único propagador del Cristianismo en las escuelas”.
Enseña, divulga, con inocencia, alegría, orgullo, con entusiasmo indecibles, hace accesible a los demás todo lo que él averigua, lo que lee o conversa. Para despertar el pensamiento y comunicar la acción. Y denuncia, injuria lo que abomina, lo espúreo, lo torcido.
Cuestionador, cuestionable...Burgués sistemático, a la vez un desmadrado. Vanidoso e hipersensible. Un gozador y un agresivo. Estoico-epicúreo. Aristotélico-Platónico. Rabelesiano-calvinista, así era él. Vivía en él y en el mundo de las Ideas.
Modernizador desde su autoritarismo. Tenía un Proyecto de País. Hablaba mucho, fuertemente, y...hacía mucho y para la Posteridad, en gran parte desagradecida y pigmea.
Por ejemplo, repetida y encendidamente, ya anciano, desesperado ante la incuria, la mediocridad y la ignorancia, descubre la verdadera esencia del Congreso Pedagógico de 1882, del que evidentemente fue el Dios Penate, pero en la práctica, silenciado: “¿Qué ha sucedido?. Que de todo se trata menos de Pedagogía, métodos, sistemas, textos de enseñanza”. “¡Ninguno es maestro de escuela, ni se ocupa de escuelas, sino de aprovechar de toda ocasión!”, gesticula y grita el venerable maestro, desde su tribuna-cátedra de “El Nacional”, 13-4-1882, y en el tomo 48 de sus Obras, “La escuela ultrapampeana”).
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En un a veces irónico y sustancioso paralelo con Juan Manuel de Rosas (1793-1877), el sanjuanino se autodefine en tercera persona: “lleva adelante sus ideas a la luz del día, por la prensa, por los libros, por los periódicos, por la discusión. Todo lo que piensa lo dice y lo prueba, sin pararse en saber si le agrada o no a sus lectores; bastante que lo crea útil” (artículo “¡Rosas en paz con todo el mundo!”, en “La Crónica”, 11-11-1849; y en el tomo 6 de sus Obras compl., “Política Argentina”).
Un nacionalista extremo, Ramón Doll, estimó con exactitud que “Sarmiento conoce profundamente al país, lo siente, está tan cerca o más cerca de Quiroga y de Rosas (...) que de las Universidades de Norte América” (“Una posición crítica”, en su “Lugones, el apolítico y otros ensayos”, Peña Lillo, 1966).
Justifica sus virtudes y defectos, que lo particularizan, entre sus contemporáneos y ante la Posteridad. “Yo traigo desde mi primeros pasos en la vida pública, contra las versiones inocentes, la sinceridad aún en el error y la honradez del propósito, y esta égida y aquel escudo me han conservado vivo” (tomo 51 de sus ·Obras·, carta de 1873 a Mariano Varela, el periodista quien junto con su hermano Héctor comandaba “La Tribuna”, que en 1867 con Lucio Mansilla propuso su candidatura a la Presidencia).
Los sagaces Dres. Isaías Gil y Eduardo Wilde, por su parte, en sus respectivos discursos ante la inhumación de los restos de S., nos ratifican sobre esa singularidad y novedad, de cierto carácter cerril y tono irrepetible de su `ethos' y su pluma: “Siempre me ha parecido S. un hombre que no era como los demás, un hombre extraño y singular. No era mesurable con nosotros: estaba colocado en un plano distinto: S. era solo” (editado en “S. Discursos pronunciados en la inhumación de sus restos, 21-9-1988”, Impr. Biedma, 1889).
El autor de “Tini” y “Prometeo y Cía.” (1844-1913), encantador literato y médico perteneciente a la generación del 80, admirador de S., expresó los juicios más valiosos sobre él: el político-educador estaba dotado de un “cerebro poderoso” ostentaba un contenido “abundante, vigoroso”, “... fecundo, potente y fertilizador”, que llenaba sus auditorios “de rayos, relámpagos y truenos”. “Era un grito, no una palabra”, “Nació para ser sentido” explica admirable en su intensa carta de octubre 20 de 1900 al Dr. Yofre, que figura en su “Cartas de Presidentes”, en el tomo 9 de sus Obras Completas (La Facultad, 1935).
Admite S. sobre sí mismo, extravagante ciudadano, sobre su declarada autonomía completa de voluntad: “seré como soy y nada más”. En “Mi Defensa” a los treinta años de edad confiesa: “cuando tenga cuarenta años, seré prudente”. Y: “Debiera ser más prudente, pero en punto de prudencia me sucede lo que a los grandes pecadores, que dejan para la hora de la muerte la enmienda”.
“Nada hará que renuncie a mi derecho de expresar libremente mi pensamiento, sobre todo lo que en mi conciencia crea útil, noble y justo, aunque sea mi cabeza puesta a talla por aquel a cuyo egoísmo no le conviene que otros que él tengan razón, y hagan de ella el uso que Dios y las leyes de los países cultos y libres les permiten”. Puro Sarmiento.
En carta a su pariente Soriano, de 1849, define su ser libérrimo: “decía además mi sentir con la libertad que acostumbré siempre”. “No puedo acostumbrarme a guardar precauciones” dícele igualmente a Vicente Fidel López (1815-1903), por esas fechas, educador y escritor amigo, señalando así una constante pertinente de su genialidad, alacre y desenfadada.
“Necesito establecer como escritor y como argentino, mis derechos a pensar y decir lo que me place, que ésa es la libertad humana, sin recibir lecciones del número, generalmente ignorante, cualquiera que sea la lengua que hable” manifiesta a Samuel Alberú, el director de “El Nacional” (marzo 1885, t. 36, Obras).
El sacerdote-escritor Leonardo Castellani (1899-1981) nos advierte, agudamente, críticamente, en su prosa especial: “A Sarmiento es mejor no hacer `homenajes', porque eso tienta a los sarmienticidas a arrojar alquitrán a uno de sus numerosos bustos. Mejor es dejar quieta la momia, que si la mueven parece viva” (en 1969, publicado en la rev. “Jauja”, nº 35). Advierte, pungente, sobre la actualidad y riqueza del genio cuyano, a quien él se parece en originalidad y talento, en rediedumbre e inteligencia, en patriotismo...
Mons. Gustavo Franceschi (1881-1957) desde “Criterio” ha advertido seriamente, ante el Cincuentenario de la desaparición física del Prócer sanjuanino (1938) que “no todos los entusiasmos que rodean su conmemoración son puros, y se ha deformado horriblemente su figura”. Y detalla rasgos pertinentes del genio, que han de subrayarse: “Partidario de la severa disciplina escolar, defensor de la propiedad privada, enemigo del pasquinismo, deseoso de una enseñanza no atea, propugnador del ejército, sustentador del orden en la calle y en las instituciones, habría protestado a gritos contra algunos de sus panegiristas más fogosos”. Juicios muy ciertos y precisos, sensatos del sólido intelectual autor e “S.” (Criterio, p. 90).
Rescatamos, es motivo de estas páginas, a nuestro Domingo provinciano cristocéntrico, vanidoso, de ostensible alma cartesiana (aunque en la obra mencionada, destaca que en algunos aspectos “está en las antípodas...”, p. 85). Nos insta a proponer al Prócer humanizado. Reivindicar al criollo republicano y temerario. Al gaucho de la Literatura y la Política, extremo, también afectivo hasta las lágrimas, extraordinaria mente y ansioso de renombre y poder.
Personalidad visceral, capaz de brutales odios, de amores hondísimos y Constructor y Hacedor formidable.
Pertenece a la “estirpe procérica” que evoca el soneto de Almafuerte (1854-1917, escritor sarmientino, poeta-profeta, moralista e impetuoso): “Nací, como quien dice, otro modelo, / otra pauta, otras vías, otro polo” (Obras de A. ed. Zamora, 1975, 5ª ed., p. 164). O a la del poeta y médico Cupertino del Campo (1873-1967): “libre como el pampero y tan violento / y purificador” (en C. H. Guerrero, “S. en el soneto”, 1974, 2ª ed., p. 28).
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S. puntualiza su concepto de la Educación Moral y la incidencia de las Religiones en la prevención del Delito. “Nuestra persuasión es que el espíritu religioso ha de aplicarse a la prevención del mal, extirpándolo en su origen, que es la barbarie en que se cría el hombre”. Esta es “la raìz del mal, que es la educación, la instrucción, la preparación para el trabajo”.
Categóricamente reconoce: “No creemos ninguna de las religiones que hoy dividen a los hombres por sí sola y directamente medio de moralización...Pero creemos que la educación, único medio de moralizar al hombre niño aún, debe ser religiosa para ser más perfecta, porque eleva el alma y da sanción a la conciencia” (“Comunión de los presos”, 1856, en el tomo 24 de sus Obras: “Organización- Estado de Buenos Aires”).
“No es, pues, el Cristianismo ni mucho menos el Catolicismo el que es intolerante por esencia; es el hombre, que falto de respeto por la libertad ajena, propende siempre a sofocarla, por no ver contrariadas sus propias ideas. No hay en el Evangelio una sola máxima intolerante; mientras que en otros códigos religiosos la intolerancia está elevada a dogma de fe” (“Intolerancia”, en “El Progreso”, 23-8-1844, y en tomo 9 de sus Obras).
“No ha habido educador -observa Ricardo Rojas- ni estadista argentino durante el siglo XIX, que sintiera lo religioso de modo más dramático. Quiere hallar un camino para Dios en la política sudamericana, pero él cree que la tradición colonial o el mercantilismo general le cierran ese camino...” (en su “El Profeta de la Pampa”, 1945, cap. 43: “Filosofía de la Historia”.
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Ricardo Güiraldes (1886-1927), fino escritor y persona, en una “Carta a Valery Larbaud, en la isla de Elba” de agosto 1925 opina inquisitivamente: “En cuanto a Sarmiento hay en él, a mi juicio, el doble aspecto de imitador insulso y de gaucho, que no se rebela contra la tesis de éste, pujando contra la civilización (un tipo de civilización) que hoy en día todavía muchos creen única. En el trascurso de las páginas de `Facundo' que quieren ser una oración fúnebre del bárbaro, los cantos más intensos, tal vez los únicos que en ellos existen son para él, y hasta más de una vez, para el mismo Quiroga. `Facundo' me parece un libro en parte de extraño salvajismo, en una modalidad o tono muy distinto del de otros países. ¿Un tono?. ¿Ton-europeén?. Bajo la levita que el doctor ponía sobre el hombre rudo, se me aparece frecuentemente este último, tanto como en el mismo José Hernández, aunque en tesis se hayan colocado en los dos extremos opuestos: Sarmiento queriendo luchar contra los defectos salvajes y condenando al hombre en bloc, y Hernández cantando las virtudes del gaucho en el propio estilo de éste y exaltando hasta sus vicios. Recuerde Ud. el tono en que Sarmiento habla del `baquiano' del `rastreador', y verá que aunque se propusiera en su acción política destruir el elemento humano autóctono, en el fondo creía profundamente en su ciencia; no sé si exagero. Sarmiento enfermo se hubiese puesto en manos de un gaucho que curara con palabras. ¿Esa lucha a brazo partido no era en realidad una lucha interior?” ( reproducida en rev. “Sur”, nº 233, mar.-abr. 1955, p. 111).
Infrecuentemente citada, esta opinión es valiosísima sobre la esencia argentina, la “nuez” auténtica nacional del genio sarmientino, tal como lo han advertido agudamente Castellani, Martínez Estrada, Mallea, Franco, Pedroni, y otros.
Contradice los puntos de vista superficiales. Va a lo hondo, sondea el “ser” del cuyano alborotador, su verdadera naturaleza. Las estrategias de la política lo llevaron, ambiciosamente por otros caminos, otras alianzas.
Faustino joven y maduro, disiente, escribe y actúa en ritmo dicotómico con relación al Prócer anciano. Éste se desgañita vociferando contra la extranjerización escolar, la inmigración indiscriminada, e insiste noblemente sobre la revaloración de nuestra “argentinidad”, la lengua, las costumbres de nuestros “padres prehistóricos”, las necesidades materiales y espirituales, la promoción social e industrial del hombre y la mujer del común...
“Nosotros- exaltado, admite el sanjuanino- necesitamos hacer valer esta patria común, y no admitiremos la tutela de `La Patria Italiana' para pensar” (según estampa en “El Diario”, 19-1-1887, y en su “Condición del extranjero en América”, t. 36 de sus Obras).
Denuncia, repite, exacerbado en sus años ancianos: “Lo que sostenemos es que toda la República Argentino, en unas partes más que en otras, adolece de los mismos defectos, y que el único que le es privativo, y el más ruinoso de todos, es la falta de nacionalismo” (14-4-1879, “Abajo la Liga”, en “El Nacional”, y en sus Obras, tomo 40).
En sus “Poemas Australes” (1937) el esencial escritor Leopoldo Marechal (1900-1970) dedica unos vigorosos versos “A un domador de caballos”. El potro salvaje es una “vertical del fuego”, turbulento y gracioso, imagen extraordinaria de viento y llama.
Asociada al Patriotismo, amor y bravura expresivas, reflejo del temperamento vital de Sarmiento, tal como lo notamos en su hermosa epístola al historiador y jurista chileno José V. Lastarria (1817-1888): “Yo amo el mío (mi país), como se ama el potro de la pampa, bravío, fuerte, inseguro y ligero como el viento” (1876, en “Correspondencia entre S. y Lastarria, 1844-1888”, 1954, p. 95).
Amor bélico, aire desenfrenado, impulso tormentoso.
Lo componen “elementos en guerra”, “sonidos en guerra”, “caja del furor”. Riesgo y violencia, dignidad clásica, expresión romántica. Armonía y ritmo proceloso consuena en la poesía marechaliana y en la prosa incontenible y áurea, equina en su fuerza y furia, de la carta sarmientina.
“Amar la patria hasta jugarse entero, / del puro patrio Bien Común en pos. / Y afrontar marejada y viento fiero” canta Castellani en su “Canción del amor patrio” (en rev. “La Hostería Volante”, nº 16, agosto 1964, p. VIII). Sugiere el “sacro-oficio” de amar sarmientinamente y luchar por los ideales patrios, por la civilización, el enriquecimiento espiritual de sus conciudadanos, desde la totalidad, inmensa, de su ser. Sin claudicaciones y en entrega completa.
En sus últimos escritos, “Conflictos y armonías de las Razas en América”, en sus “Prolegómenos” escribe una defensa del Indio, la trascendencia de su Cultura: “Al hablar ,pues, de los indios por miserable que sea su existencia y limitado su poder intelectual, no olvidemos que estamos en presencia de nuestros padres prehistóricos”.
Huarpe ilustrado “a la buena de Dios”, el propio don Domingo, precursor de nuestros estudios arqueológicos y y antropológicos, estudia, difunde y promueve las investigaciones científicas meritorias de Florentino Ameghino (1854-1911, maestro-librero, primer científico argentino de fama internacional, autodidacta), del Perito Pascasio Moreno (1852-1919), del psiquiatra e historiador José María Ramos Mejía (1842-1919), Hermann Burmeister (1807-1892), Carlos Berg (1843-1902), Estanislao Zeballos (1854-1892, intelecto ampliamente otado, hombre público, escritor, bibliófilo), etc.
En 1864 comunica por la prensa sus observaciones etnográficas sobre las pictografías del Valle de Zonda, que “ha sido pues regado por los indios, en toda su extensión, y es una vergüenza para el pueblo culto que lo destruyó, no haber sabido aprovechar (...) de estas indicaciones”.
Luego en Perú, siempre S. ejerce su intelectualidad insaciable, admira y analiza las “huacas” del valle del Rimac, las sepulturas indias complejas y sus profundas significaciones, en “Correo del Domingo”, 15-10-1865.
Estima con alto criterio las cosmovisiones aborígenes: “los filósofos debieran ir a los toldos de Calfucurá, a estudiar las cuestiones tan debatidas, sobre el alma, las ideas innatas y demás nociones...”. (carta a José M. Cantilo, desde Lago Oscawana, N. York, 28-6-1866).
En 1879 vuelve a enaltecer dignísimamente, con mirada detallista y sabia, la Cultura Aborigen americana, sus usos, la arquitectura e ideales (artículo en la “Revista de Artes, Ciencias y Letras”).
“Los indios -manifiesta en otro trabajo, de 1880- cuan indios son y aun salvajes, tienen derecho a vivir por derecho humano, por derecho de propiedad y ocupación secular”.
Y alaba luego el Museo del Perito Moreno, inicio del de La Plata, “Panteón Pampeano, patagónica, fueguino” (Discurso de 1885, en Obras, t. 22).
El maestro continuará publicando escritos entusiastas y pioneros sobre Paleontología, Geología y Geografía Prehistórica, “ciencias necesarias a la educación práctica argentina” (escritos muy valiosos, de 1882-1883 en “El Nacional”, reproducios en el tomo 46 de sus Obras Completas, “Páginas Literarias”).
Advertimos con provecho intelectual, sus sobresalientes y modernas dotes de historiador y escritor científico, su curiosidad voraz, la fuerza de su vocación inteligente, su asombrosa información, su soberbia capacidad de transmisión e interpretación, su mente alerta y constantemente innovadora y fresca, definitivamente, su Humanismo integral Americano, las más de las veces ignorado o negado.
Por ello también afirmará: “La parte culta de nuestra sociedad vive de los libros, sin parar mientes en nuestras propias cosas, que ignora o menosprecia”. O “Bueno es revivir en el interior la práctica de nuestros antepasados, los señores salvajes que nos la trasmitieron, y que los españoles olvidamos luego” (“Purificación de las aguas potables en Mendoza, Salta y el interior”, incl. en tomo 42 de sus Obras: “Costumbres - Progresos”).
Reconocemos con Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) sarmientino esencial, que “No sólo es S. el más argentino de los escritores, sino el más argentino de los pensadores y el más argentino de los argentinos, con todas nuestras virtudes y defectos” (1947, en su sagaz y denso ensayo sobre “S.”, con reediciones).
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Politiza, seculariza S. la famosa expresión de Jesús en su Oración de Getsemaní: “¡Haced, Señor, que se aparte de mis labios este cáliz!”, según aparece en los textos de la Biblia: “Evangelio según San Lucas”, 22: 42, “Según San Mateo”, 26: 39, y San Marcos, 14: 36.
Esta frase sacra pronunciada en el Monte de los Olivos, es trasportada por Don Domingo desde el augusto ámbito de la Teología Cristiana a las cuestiones de nuestra lucha histórica por la República Organizada contra la Barbarie Inorgánica, como un símbolo de actitud ética y política.
Así en un escrito de 1878: “La palabra de Jesús es el grito del valor moral contra la carne, para arrostrarlo todo por el deber; no es la conciliación del vicio, del mal, del desorden, con las leyes inmutables del derecho” (de sus Obras Completas, tomo 32, edit. Luz del Día, 1952, p. 183-184).
Tradujo S. del francés y comentó este episodio novo-testamentario, en su “Vida de N. S. Jesucristo”, cap. 40, de 1843, obra original del alemán Cristóbal Schmidt.
Deduce la necesidad de un nuevo tipo de Ciudadano, para las épocas de esperanza y gloria de la Consolidación Nacional. Un nuevo habitante propone para poblar ese “Camino del Lacio”: una nueva generación con “energía de carácter”, seriedad de propósitos y firmeza de acción.
Según la inspiración del excelso poeta latino Virgilio (70 a.C.-19 a.C.), que recoge el mito en la historia bíblica de Moisés, S., al concebir esta parábola antigua, asume el compromiso personal de llevar a su pueblo a la Tierra Prometida, “grandes murallas que fundarás” le dice Héctor a Eneas, luego de “doblegar a gente brava e incivil” según su padre Anquises: de acuerdo con “La Eneida”, libros II y V resp..
Por sus actitudes sin dobleces y sus ideas sostenidas con limpieza de fines y gran valentía, recibe ataques de los componedores y los tibios y dubitativos de toda laya, que reptan por nuestra política criolla. “Échenle los perros de toda la jauría de la prensa, y háganle chúmbale al loco¡. ¡No, hijos, no lo apedreen; no está loco ni decrépito¡ Es el único que queda de la generación que dio libertad a esta otra, de caramelos y alfeñiques”.
“Todo aquel que vive sin locura / es menos cuerdo que lo que él se piensa... A fuer de don Ignacio y san Quijote / dejando el viejo pájaro-en-la-mano / escogí los cien pájaros en vuelo” anota el autor de “El Libro de las Oraciones” en su poema “Quijotismo” (1943, p. 141), esbozando así, en la maravilla del verso, su particular sino y su carácter sarmientino, su ansia de imaginación libre y su afán de “gaya ciencia”.
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En su escrito “Nicolaitas y Parlamentarios” (1878), manifiesta claramente S. su anti-partidismo, su postura política Legalista, abominadora de sectarismos y limitaciones mentales: “Siempre nos dio grima de la de alsinistas, mitristas, avellanedistas, y todas esas pobrezas que revelan que ninguna idea se atraviesa en estas aglomeraciones de secuaces, de hombres y de partidos” (Obras, tomo 32: “Práctica Constitucional”).
Años después, el 15-12-1882, en “El Nacional”: “Es proverbial la exageración del espíritu de partido entre nosotros, y las calumnias e imputaciones recíprocas”. “Esto es un triste rasgo nacional” (ob. cit.).
Porque él se ubica entre los devotos del sistema Republicano: “Más convendría calificar como en Inglaterra de jacobitas y parlamentarios...”. Estos últimos representan “las ideas que sostenemos”, el orden constitucional de Gobierno, etc.
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En singular epístola a Félix Frías, entonces Cónsul de Bolivia en Valparaíso (del 7-3-1844) le expresa su, para muchos, incómodo e incivilizado, Absolutismo Personalista, que lo distinguiría en toda su vida y obra. “No comprometa su posición por nada” le aconseja al escritor y hombre público, de ideas católicas genuinas (1816-1881). Amigo leal. Alaba su obra periodística que trasmite autenticidad y novedad intelectual, tan imprescindibles en la habitual “rutina, miedo, inercia”, “falta de filosofía y de respeto a los hechos”, en el ámbito académico.
”El Padre Frías” había publicado artículos en “El Siglo” de Méjico y luego en “El Mercurio” chileno, apoyando las propuestas reformistas innovadoras del querido sanjuanino, acerca de la Ortografía Castellana. (“Epistolario inédito S.-Frías”, UBA, ed. A. M. Barrenechea, 1997).
“Aprendamos a vivir; vea Ud. la mía y sírvale de modelo” adviértele a Frías. Pretende difundir “ideas atrevidas” contra el fanatismo y “vejeces” de las autoridades clásicas en arte y literatura, inaugurando un “estilo americano”, iluminista y positivo, y una “ciencia americana, popular, de aplicación inmediata” (carta del 2-3-1844, ob. cit., p. 40).
Profecía y anatema frecuentes, contienen los escritos sarmientinos. Discurso seguro y autoritario, participa de la concepción Bíblica de la Vida y la Historia, como “opus Dei”, trascendencia. Y consuenan con la idea Romana de la Gloria y el Poder. Paradójicamente Imperial y Republicano. Cesarino, pero hondo en su Cicerón y su Catón...
Ha de destacarse esta particular personalidad, entre salvaje y superiormente dotada. Puede definirse por lo que confesó de sí, de su “sistema candoroso” de ser, en el “Epílogo” de “Campaña en el Ejército Grande” (1852) : “No sé más que decir lo que creo justo y honrado”.
Personalidad sin ambages, totalmente íntegra, intelectual y moralmente. “Y ya Ud. sabe que no hay para mí mérito como el de la franqueza” le declara a Frías (“Epistolario..” cit., p. 30).
S: “Diverso y diferente”, “ondulante y diverso” como Castellani y Montaigne, resp., se han declarado, aquél en su “Plegaria, éste, de influjo y fama más extendida en el tiempo, en sus “Ensayos” (siglo XVI).
Escribe en 1857 a Nicolás A. Calvo: “La calumnia, las màs odiosas imputaciones han llovido siempre sobre mi cabeza desde puntos tan altos” (Obras, t. 52). Define él mismo a su biografía como “la vida de quien ha llamado siempre las cosas por sus nombres, irritado tantas susceptibilidades, y contrariado a poderes tan robustos”.
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“No te atengas a los cursos que se dictan ni a la lección que te señalen diariamente” aconseja Domingo a su tocayo Soriano en 1838 (“Epistolario Íntimo”, ed. de B. González Arrili, ECA, 1963). Consisten estos consejos en normativas para el estudio, método anti tradicional, de actualización y aceleración del esfuerzo individual, llamado a la personalización y una sencilla pero sustanciosa propedéutica al autodidactismo.
“Aplícate al estudio de las lenguas vivas. Las matemáticas son indispensables...” continúa el maestro.
Se define S.: “Como hombre cometo mil faltas, como escritor muchos errores e inexactitudes; pero la intención fue pura siempre, el fin loable y extraño a todo motivo personal; y la reparación del daño, si lo hubo, pronto y cordial”. Ésa es la consistencia leonina, magnífica, de corazón abundante, de don Domingo.
Naturaleza indómitas caía como tigre en la pelea encarnizada, extraño y admirable en el espectáculo en la fiereza de su personalidad, sísmica por el expresionismo de su naturaleza psíquica y su obra.
En correspondencia con Mary Peabody Mann, su querida y admirada amiga yanqui le expresa: “Mis ideas en política, en educación, y mis hechos en letras, se apartaron casi siempre de las ideas recibidas”. “Nunca he escrito sino en solicitud de un resultado práctico; en política, para limpiar el suelo de tiranos, y fundar la República sobre bases racionales, en educación, para generalizar mejores nociones que las heredadas”. Puntualiza su disenso con la tradición colonial y la innovación permanente que confiere a sus pensamientos y actos, en una labor tan extensa y de marcada intensidad.
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El pedagogo-político abomina tanto de la Instrucción escolar excesivamente “liberal”, permisiva, como de la rígida y disciplinarista. Postula “que haya una uniformidad de proceder a que se sometan todos los caracteres y todos los hábitos”.
“Es otro de los escollos de la educación, el fastidio y el desaliento que hace nacer en los alumnos la continua contracción y la inmovilidad a que se les quiere condenar” (“Los castigos y recompensas en los establecimientos de educación”, 1844, Obras, t. 4).
La escuela nacional, y estatal, activa y varia, como la propia vida. Y que desenvuelva la capacidad de esfuerzo, la noción del deber y la responsabilidad, conjuntamente con la posibilidad de alegría y felicidad.
Subraya perspicazmente el valor didáctico del ambiente de la escuela, el aseo, los elementos para la enseñanza, el espacio, vivificadores del ánimo del alumno. Y la nota raigalmente social de los contenidos curriculares, los centros de interés en los motivos familiares y comunitarios, base de la incentivación del aprendizaje en los niños y adolescentes.
“¿Qué le importa a un niño aprender nada, si lo que aprende no le es útil, ni aun para merecer con ello la aprobación y las muestras de contento de los suyos?. ¿Qué interés puede inspirarle lo que a nadie interesa en su casa, lo que las personas que ama ignoran?”.
Asombra la pertinencia actualísima de sus observaciones.
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En 1886 comenta S. en “El Censor”, su última salida, moralista y fiscalizadora de la Nación, la traducción de “El Deber” (publicada originalmente en Londres, 1871) de Samuel Smiles (1812-1904), por Edelmiro Mayer (en su “Páginas literarias”, Obras, tomo 46).
Celebra allí el viejo maestro la Escuela Prusiana que comienza “a disminuir los ramos accesorios de instrucción que se habían venido introduciendo” para relevar la importancia de la Lectura. “Reduciendo la enseñanza a leer bien, muy bien, mucho en la escuela, hasta adquirir el hábito de servirse de la lectura como instrumento de trabajo, de adquisición, de recreo y hábito”.
Niega valor a la escuela concebida como “una enciclopedia de pedantería que daba por resultado no aprender nada”. Con lo cual contradice al normalismo que pretendiéndose “sarmientista”, consagró una instrucción “enciclopedista”, desarraigada de los valores naciones y humanistas, más informativa y cuantitativa, acumulativa en el área de los Conocimientos, descuidada de las cualidades que privilegió siempre y propuso reformar. Ante todo la calidad, la formación de nociones generales, la construcción de la conducta, la apertura a lo trascendente, el desarrollo del sentimiento de “la ayuda propia” y de la solidaridad.
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S. denunció en repetidas oportunidades, la “reacción bárbaro-liberal”, la “montonera unitaria” y el “caudillaje de chambergo y latín”. Consecuentemente, expresó tristeza grande por la oposición crudelísima a sus ideas, siempre de Bien y adelanto ciudadano.
Desde Chile, por ejemplo, le escribe entonces a su compañero de ideas, Mitre: “Están tan profundamente descaminados nuestros pueblos, que no hay medio de traerlos a buen camino. Tiemblo de lo racional, sencillo y justo, porque basta que lo sea para que no tenga eco” (1854).
Léase esta reveladora, ignorada carta desde su Gobernación de San Juan al Presidente Bartolomé Mitre de fecha 17-6-1863 (en “Correspondencia S.-Mitre”, 1911, p. 211). Ahí denuncia, impotente y meridiano: “Es la generación presente contra la cual lucho en vano. Matará la educación primaria que no estima en nada. Aquí mismo con el poder colosal de iniciativa y de opinión que tengo, apenas logro galvanizar por un voto este cadáver. Se me cae muerto y esta grande obra en que he comunicado tanta savia, que me ha hecho sufrir tanto, no encontrará jamás la recompensa única: estimarla en lo que vale. ¿Se acuerda que Alsina, usted y Riestra, no querían que se consagrasen a las escuelas los bienes de Rosas?. Apenas salí de Buenos Aires, los destinaron a la guerra, y el departamento de escuelas lo metieron en la cocina de la Universidad”.
También en otra epístola de algunos años después, desde New York, del 22-2-1867: “Del libro `Las escuelas...'(base de la prosperidad y la república en los Estados Unidos) deduzco que es trabajo perdido, sino es sólo semilla para otra generación. Examino los hechos oficiales y los hombres e intereses en boga, y veo que ahora más que nunca se alejan de buen camino. Raza incurable!”. Otra vez la dolida acusación y el escepticismo...
Confirma en “Recuerdos de Provincia” su “educación liberal-religiosa”, “que venía desde la cuna”. y su creencia dogmática en la razón como habilitada para resolver todos los problemas y someter a su criterio todo lo existente, pero es una postura “combativa”, no pacíficamente académica como en otros de sus “ilustrados” contemporáneos.
Abrevó con una sed de saber gigantesco, primero en la biblioteca de Quiroga Rozas (en 1838-1840), luego en otras lecturas desordenadas, en el trato con hombres eminentes y en la experiencia de los viajes y el cultivo de la observación social, crítica y aguda.
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“Hace tiempo que me tienen cansado los héroes sudamericanos, que nos presentan siempre adornados de las virtudes obligadas de los epitafios” declara S. al historiador chileno Miguel L. Amunátegui (1828-1888) en carta del 26-12-1853 desde Valparaíso (en tomo II de sus Obras).
Me gusta citar, para la reflexión un juicio certero del escritor y musicólogo cubano contemporáneo Alejo Carpentier (1904- 1980), en una de sus obras fundamentales, “La consagración de la primavera”: “Y nuestros grandes hombres -porque los hubo- están tan recocinados en la salsa de cada quien, de acuerdo con el adobo de cada quien, que a menudo acaban por perder su rostro verdadero”. Acuciante mirada para tener en cuenta en lo que hace a la apreciación justa, epocal y equilibrada, de nuestros hombres preclaros, debiendo evitarse la subjetividad interpretativa y los criterios de juicio extra temporales, desubicados.
Otro texto ahora, que también recogí en mis navegaciones textuales de ya algunos años: un juicio de Carlos Octavio Bunge (1875-1918) en su “Nuestra América”, sesuda obra de filosofía y sociología que publicó en 1903, un capítulo: “Una palabra”. No es una, sino varias palabras, para inquietar, severas, para motivar al pensamiento: “El pueblo llama `profetas' a espíritus selectos que son, por su mentalidad, iniciadores de progreso. Como tales `reaccionan' contra su medio ambiente, y, para apresurar las mejoras que anhelan, reaccionan con violencia incontrastable; con tanto que `desfiguran' los hechos (...). En tal sentido, a pesar de su sinceridad, exageran y hasta mienten (...). No hacen más que sentir con mayor intensidad y actualidad lo que el pueblo siente o tiende a sentir” (cito por ed. Secretaría de Cultura de la Nación / Fraterna, 1994, p. 32).
Adhiere S. con fervor principalmente, precursor, a una revitalización y revisión de la historia. Los “héroes” escolarizados, santificados y agigantados, de nuestras gestas, han de “volver a la vida con sus virtudes, y sus vicios, con más errores y actos injustificables que actos honorables ejecutaron”. Había escrito para todos nosotros: “¡Ay de los hijos que se están educando en la escuela de los mueras y la violencia!”.
Y también manifiesta, en la línea idealista romántica, su personalismo, su pasionismo definitorio: “Yo creo(...que) escribir es sentir, es querer, es obrar, y nunca producirán nuestras plumas contemporáneas cosa que interese, si el corazón o las simpatías no van guiando a la inteligencia en las narraciones históricas”. “Un libro debe saber a algo y ser el hijo y la imagen de su padre”.
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El ensayista y maestro uruguayo Carlos Vaz Ferreira (1872-1958) se refirió oportunamente al conflicto entre imitación de Ideales exteriores y ajuste a los de originalidad sudamericana, en su conferencia “Sobre interferencias de ideales, en general, y caso especial de la imitación en Sudamérica”, 1940 (en su “Algunas conferencias sobre temas científicos, artísticos y sociales”, Losada, 1956, p. 141 y ss.).
Justamente Sarmiento ilustra pasionalmente esta dicotomía, esta antinomia cultural, que acentúa la tragicidad conflictiva y la condición polémica de su actuación en nuestra historia. El temperamento “siempre en guerra”, agudamente beligerante, es señalado entre sus rasgos más sobresalientes.
Sus ideales los consideraba siguiendo el enfoque del pensador de “Fermentario”, como “Deberes”. Adquirían identidad de “ideales prácticos”. La moral estaba estructurada por esas “interferencias”. Criollo y Cartesiano. Ferreira nota que “la vida de un hombre consciente y de espiritualidad intensa es casi toda así, conflictual” (loc. cit., p. 143).
Esa lucha, ese dolor y contradicción, construyó la superioridad ética de nuestra maestro, el drama de su Grandeza.
“Habrá que perdonarle sus ausencias, sus falencias, en aras de reconocer su brazo agónico, su acción sacrificial, el haber gozado “sólo a hurtadillas” las luces agradables de la existencia.
Sísifo cuyano, llevó su pesada carga de Civilizador, su “incesante pugna”, “endurecido a todas las fatigas”, “sin creerse con derecho a una felicidad en la tierra..” (carta a su hija, 10-11-1867).
“Así, cuando se estudia la vida, por ejemplo, de los grandes hombres (...) tenemos que notar el sacrificio de otras posibilidades de su alma” acota Vaz Ferreira.
“Sé mi hija en eso, en sufrir, en trabajar, en esperar para mañana o para más allá del sepulcro...”,
Pospone ideales de “felicidad presente, bienestar presente, seguridad”, para vivir con la mayor intensidad, y en estado de guerra, “los ideales de libertad, personalidad, fermentalidad, progresividad”. Y los trascendentaliza. Sacraliza sus pensamientos “terrestres, positivos”.
Como era tradicional en la literatura medieval y renacentista, trata “a lo divino”, los temas mundanos que prefiere y más le ocupan. Gusta del tratamiento bíblico de los asuntos profanos que le son predilectos. Afirmaríamos que se “santifica” en la construcción de sus proyectos políticos.
Casi toda su biografía está señalada, crucificada por sus ideales evangélicos, de Esperanza, de Futuro, de Amor, de Unión.. Titánicas planificaciones contra el Demonio de la Barbarie. Discursos del método, para abolir la Colonia y sus ramificaciones de hidra venenosa. Sus “ideales para pensar” son siempre “ideales para actuar”, según los denomina el pensador rioplatense (ob. cit., p. 148). Ideales apostólicos, de “Lo Bueno”. Y absolutos, vividos como verdades eternas, totales, finales.
Allí radica el parcial exceso del genio sarmientino sobre todo el de su juventud y primera madurez. Ideario de “implantación”, moral del absolutismo “dentro del bien”, “moral tanto más penosa cuanto menos brillante, (abominadora de la verbalizaciòn desproporcionada o el convencionalismo abstracto), de la acciòn, el trabajo y el sacrificio” (ìd., p. 161).
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No cejamos en considerar a nuestro maestro cuyano desde “las contradicciones (que) bullen en su imaginación” según anota acertadamente el historiador Horacio J. Cuccorese. Instalados en la consideración, si podemos serenamente, de sus valores y disvalores, de sus extremos: “fe e infidelidad; entendimiento científico y ceguedad; esperanza y desesperación; sabiduría e insensatez; caridad y odio; justicia e injurias; clemencia e ira” (Cuccorese, “Raíces históricas de la violencia espiritual en la Argentina”, en “Investigaciones y Ensayos”, Academia Nacional de la Historia, nº 38, enero-diciembre 1988, p. 189).
Continuamos y ahondamos admirando su estilo polémico, bravío, su literatura proteínica. Su escritura fundamentalmente religiosa, por su patetismo expresivo, por su vitalismo de significación, por la seriedad y afectividad de contenido. Por su rayo de Autoridad Moral, por su recia Dación.
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Enviado por: | Guillermo Ricardo |
Idioma: | castellano |
País: | Argentina |